Dos semanas más tarde
Faith estaba sentada en la sala de personal con una taza de té verde sobre la mesa.
– ¿Quieres parar? -se quejó Shelby-. Me estás deslumbrando.
Faith sonrió y, por milésima vez, movió la mano izquierda para que la luz reflejara en su anillo de diamantes.
– Eh, vagas -dijo Luke al entrar en la habitación-. Es sábado y tenéis la clínica llena -dio una palmada-. Vamos -entonces, se fijó en lo que Faith estaba bebiendo y se quedó de piedra-. ¿Qué haces?
– Beber té verde. ¿Sabías que ayuda a regular el nivel de azúcar en sangre y de insulina?
– También baja el colesterol -dijo Shelby.
Luke retiró la taza.
– ¡Eh! -protestó Faith-. Acabo de hacérmelo.
Él la dejó sobre la encimera.
– El té verde no es bueno para las embarazadas.
Shelby se quedó boquiabierta.
Faith también.
– Antes que nada -dijo ella-. ¿Cómo sabes eso?
– No eres la única que sabe cosas de naturopatía.
Faith sonrió, pero enseguida se evaporó su sonrisa.
– No estoy embarazada, Luke.
– Pensé que no estábamos seguros.
– Hoy sí lo estoy -dijo dando un suspiro. No lo miró durante un instante porque se sentía insegura. ¿Cómo se sentiría al respecto? ¿Aliviado? ¿Disgustado?
Pero él se acercó a ella y la besó.
– ¿Estás bien?
– Por ahora -contestó ella-. Pero he de admitir que me he disgustado un poco.
– Sí -la miró-. Lo sé.
– Todavía quiero llevar tu anillo -dijo ella, y pegó la mano contra su pecho.
– Eso espero -dijo él.
Faith se levantó para abrazarlo.
– Pero siempre… -le mordisqueó el lóbulo de la oreja
– Marchaos a una habitación -dijo Shelby.
– Siempre… ¿qué? -preguntó Luke.
– Practicaremos -dijo ella con un susurro.
– No he oído nada -dijo Shelby, y se tapó los oídos con las manos.
Luke acarició el cuerpo de Faith y la besó en el cuello.
– Practicar… me gusta. Me gusta mucho.