Luke trató de abrir la puerta de Faith y la encontró cerrada. Dio un paso atrás y le dio una patada. La puerta cedió con facilidad.
Ella ni se movió. Estaba apoyada contra un mueble, tenía la cabeza agachada y los brazos alrededor de las rodillas flexionadas.
Luke se arrodilló junto a ella.
– Faith.
Despacio, como si le doliera moverse, levantó la cabeza. Estaba muy pálida, y cuando Luke le sujetó la barbilla con manos temblorosas, se dio cuenta de que estaba empapada en sudor.
– No me toques -dijo ella-. Estoy enferma.
Él le acarició un mechón.
– ¿Gripe? -colocó la mano en su frente.
– Siempre me pasa cuando me abandono. Es un virus que tengo hace tiempo y llevo dos semanas notando que me iba a suceder. Estoy temblando y mareada. Maldita sea.
Él habría sonreído ante su tono petulante si no hubiera tenido el corazón en un puño.
– No tienes fiebre.
– ¿Y?
– ¿Cuándo has comido por última vez?
Faith frunció el ceño y trató de levantarse, pero él la agarró por la cintura para que no se moviera.
Ella lo miró.
– Quédate ahí -se puso en pie y sacó un cartón de zumo de naranja de la nevera-. Bebe.
– ¿Del cartón? -preguntó ella.
– Unos sorbitos.
– Preferiría un poco de té. Por casualidad ¿no sabrás hacer té de Echinacea?
– ¿Eh?
– Echinacea. Se utiliza para reforzar el sistema inmunológico, y como antibiótico -Luke la miró-. Oh, no te preocupes -apoyó la cabeza en el mueble y bebió un poco de zumo.
Él observó que una gota de zumo le caía por la mejilla, llegaba hasta la barbilla y caía sobre su pecho. Por algún inapropiado motivo, se le hizo la boca agua. Tragó saliva y le preguntó.
– ¿Todavía estás mareada?
– Sí.
– Mantén los ojos abiertos. Te ayudará -ella lo fulminó con la mirada y él se encogió de hombros-. Eh, soy médico… -la observó beber otro trago de zumo y vio cómo recuperaba el color de las mejillas. Satisfecho, suspiró-. Muy bien.
– Lo siento. Ahora puedes dejarme un poco de espacio -era evidente que ella no quería tenerlo tan cerca, así que dio un paso atrás. Mejor. Mucho mejor. Era una lástima que Luke no pudiera olvidar el tacto de su cuerpo, y dudaba que consiguiera olvidarlo pronto-. ¿Has roto la puerta?
– Ha sido muy fácil. ¡Cielos! Faith, cualquiera podría haber entrado.
– Bueno, he tenido suerte de que nadie haya querido entrar, excepto tú -se puso en pie tambaleándose y se retiró el cabello de la cara-. Estoy un poco mejor -lo miró-. ¿A qué has venido?
– Yo… -pestañeó. ¿Para qué había ido? Contempló sus ojos verdes y trató de recordar-. Dijiste en el hospital que ya no me necesitabas.
Ella soltó una carcajada.
– ¿Y eso te ha molestado? Pensé que estarías celebrándolo.
– ¿Por qué, Faith?
– ¿Por qué? ¡Cielos, Luke! -se frotó la cara con las manos. Parecía tan cansada, que él tuvo que esforzarse para no acercarse más y sujetarla-. Mira, no estoy para esto -se acercó a la puerta abierta y esperó a que él obedeciera la indirecta.
– Vaya, supongo que hemos terminado de hablar.
– Así es.
– ¿Siempre te pones de mal humor cuando no comes?
– Te lo he dicho, tengo un vi…
– Virus -dijo él al mismo tiempo que ella. Se acercó a la puerta y la cerró. Se acercó a Faith y, al tocarla, sintió que se le aceleraba el pulso. A ella también-. ¿Es cierto que no te encuentras bien o ha sido el shock de la atracción que sientes cuando te toco?
Ella tensó los labios y permaneció en silencio.
– Sí -dijo él-. Lo suponía.
– Eres el hombre más engreído que he conocido en mi vida.
– ¿Engreído? -soltó una carcajada-. Faith, te he tocado sin ninguna connotación sexual y me he estremecido de pies a cabeza. ¿Es engreído admitir que eso me aterra?
Ella se mordió el labio inferior.
– De acuerdo, quizá yo también lo he sentido. Un poquito.
– Un poquito -repitió él, y le acarició la barbilla-. ¿Qué vamos a hacer al respecto?
– Nada. Nada de nada. Estoy demasiado ocupada, y tú… tú has regresado a tu vida de antes, doctor Universo. Gracias por la ayuda prestada los dos fines de semana anteriores, pero ya no necesitamos tus servicios.
– Bien. De acuerdo -se puso tenso-. ¿De veras te sientes mejor?
– Claro.
– ¿Cuándo has comido por última vez?
– Almorcé una buena ensalada de pasta y un aperitivo de zanahoria…
– ¿Y no has cenado nada?
– A la hora de la cena estaba enferma. No me apetecía comer nada.
– ¿Sabes qué? Necesitas a alguien que te cuide.
– Llevo mucho tiempo sola. Desde siempre. Soy mi única cuidadora.
– Pues haz mejor trabajo, maldita sea. ¿Dónde está tu familia?
– En África. Son misioneros. Y antes de que me lo preguntes, tengo una hermana, pero está en Europa. Trabaja como matrona ambulante.
Así que ella estaba tan sola como él.
– Están tan dedicados a su profesión como tú.
– Más. Ellos entregan todo lo que tienen al trabajo, por encima de todo lo demás. Al menos, yo me las arreglo para tener vida propia.
– ¿En serio? ¿Cuándo?
Ella miró a otro lado.
– A veces.
A Luke no le gustó la tristeza que vio en su mirada, ni saber que sus padres le habían dado prioridad al trabajo y no a los hijos, igual que habían hecho los suyos.
– Así que estás completamente sola -como él estaba. Maldita sea. ¿Por qué había iniciado esa conversación?
– Tengo la clínica.
– Dime por qué me has liberado de mis deberes.
– Eres un hombre inteligente -susurró ella, y dio un paso atrás para alejarse de su roce-. Imagínatelo.
– Pero…
– Buenas noches, Luke -le dio un empujoncito y lo echó de la casa.
La puerta se cerró tras él, pero cuando se volvió, vio que había un espacio entre la madera y la jamba.
– Pon una silla detrás del pomo -dijo él-. Y te mandaré a alguien para que lo arregle mañana.
– Buenas noches, Luke.
– Una silla -repitió él, y se quedó allí de pie hasta oír que lo había obedecido. Después, se marchó a casa.
«Eres un hombre inteligente. Imagínatelo».
Pero no lo hizo. No hasta muchas horas después, durante las que estuvo dando vueltas en la cama, observando la sombra de la luna en el techo.
Finalmente, cuando comenzó a salir el sol, lo comprendió todo. Ella lo había echado por el mismo motivo por el que él tenía miedo de regresar.
Era evidente que entre ellos había algo que ninguno podía ignorar.
Él la necesitaba.
Él, Luke Walker, que siempre hacía todo lo posible para no necesitar a nadie, la necesitaba.
Tras unas noches sin dormir, Luke se sentó frente al televisor sin saber lo que le sucedía. Le dolía la cabeza y no dejaba de pensar en todo lo que había pasado en el hospital durante la semana, y en la boda de su hermano, que iba a celebrarse en el verano.
Él sería el padrino de Matt, lo que estaba bien, a pesar de que todavía dudaba de que su hermano quisiera acostarse con la misma mujer durante el resto de su vida.
Necesitaba ibuprofeno, pero no tenía. Un doctor que no podía curar su propio dolor de cabeza. Qué tristeza.
Al día siguiente era sábado. Un día que debía haber dedicado a una pelirroja, bella y con carácter que se llamaba Faith McDowell.
Pero ella lo había liberado.
Algo que debería haber provocado que diera saltos de alegría. Y de haber sido así, no le dolería la cabeza como si le fuera a estallar.
Al oír que llamaban a su puerta, apagó el televisor. Quizá si permanecía en silencio, fuera quien fuera, se marcharía.
Cuando llamaron de nuevo y con insistencia, se levantó. La última persona que esperaba estaba allí, vestida con un traje de flores y unas sandalias.
Faith McDowell llevaba las uñas de los pies pintadas de rosa y un pequeño anillo en uno de los dedos.
– Hola -dijo ella, esbozando una sonrisa-. ¿Interrumpo algo?
– Nada más que un tremendo dolor de cabeza.
– ¿De veras? -lo miró con lástima-. Yo puedo aliviártelo.
– ¿Tienes ibuprofeno? Se me ha terminado y no tengo fuerza para ir a la tienda.
– No necesito pastillas.
– Hmm -la miró-. ¿Tienes polvos mágicos?
– Puede -le agarró la mano-. Deja que te quite el dolor de cabeza, Luke.
Al sentir el roce de sus dedos pensó que era como recibir una fuerte descarga eléctrica. Se preguntaba si ella también lo habría notado. Mientras la seguía, la observó mover las caderas e inhaló el aroma que despedía su cabello.
Al sentir que aminoraba el paso, Faith se volvió para mirarlo.
– ¿Algún problema?
«Sí», pensó él, pero contestó:
– No, ninguno.
– Entonces, ¿por qué vas tan despacio? ¿Tienes miedo?
– Sí, tengo miedo -dijo él en tono de broma-. Soy un gallina.
– Sólo tardaré un minuto en hacerte sentir mejor, te lo prometo -lo hizo sentar en el sofá y se colocó frente a él con las manos en las caderas.
Él la miró de arriba abajo.
– ¿Vas a hacerme daño?
– No si confías en mí.
Al ver que se arrodillaba frente a él, con la cabeza a la altura de la parte más alterada de su cuerpo, trató de mantener la compostura.
Para complicar las cosas, ella le colocó la mano sobre el muslo.
Desde su postura inocente, pero insoportablemente erótica, con el cabello rozando la rodilla de Luke, ella sonrió.
– Pon la mano sobre tu muslo -dijo ella-. Con la palma hacia arriba.
– Uh…
– Inténtalo -dijo ella, con una voz que le hizo pensar en sexo salvaje sobre sábanas de seda.
«Inténtalo», repitió él para sus adentros, y obedeció.
– Cierra los ojos.
– Faith…
– Cierra los ojos, doctor.
Al menos, ya no lo llamaba «doctor Universo».
Despacio, Luke cerró los ojos.
– Bien -susurró ella-. Relájate.
Su voz era hipnótica y él se relajó aún más. De pronto, sintió un fuerte pinchazo entre los dedos pulgar e índice de la mano y abrió los ojos.
– ¡Ay!
Faith lo miró y se rió.
– Por favor. Apenas te he apretado -mantuvo la presión de sus dedos-. Respira. No dejes de respirar… ¿Qué sientes?
Sentía las manos de ella en su cuerpo, su cálida respiración sobre el brazo, sus pechos contra la pierna y, de pronto, no recordaba lo que le había preguntado, aunque era evidente que Faith esperaba una respuesta.
– Um… ¿qué?
– ¿Se te ha quitado el dolor?
Al ver que el dolor de cabeza se le había aliviado, pestañeó confuso.
Faith se rió. Sólo echó la cabeza hacia atrás y se rió, con una risa tan sexy, que él sintió ganas de tirarse al suelo junto a ella.
– Ay, Luke si hubieras visto la cara que has puesto. Vaya susto. ¿Cuál es el problema? ¿Nunca has aliviado un dolor sin una pastilla?
– Lo único que has hecho es presionar un punto concreto.
– Bueno, te pondremos un sobresaliente. Y bienvenido a la digitopuntura, una manera eficaz y alternativa para curar -se movió para ponerse en pie pero, por un instante, permaneció de rodillas con la mano en la rodilla de Luke.
Él no pudo contener un gemido de deseo.
Ella lo miró y se humedeció los labios. Cuando se disponía a levantarse, él la agarró por la muñeca para impedir que lo hiciera.
Faith apoyó la otra mano contra el pecho de Luke para equilibrarse y, durante un momento, permanecieron mirándose. Despacio, él la agarró de las manos y entrelazaron los dedos. La atrajo hacia sí, sentándola de espaldas sobre su regazo.
Ella se relajó y suspiró. ¿Con placer? Ojalá Luke pudiera saberlo. Faith emitió un pequeño gemido, haciendo evidente su excitación.
De pronto, se puso en pie y se dirigió hacia la puerta.
– ¿Faith? ¿Dónde vas?
– A casa.
– Pero… -se levantó tras ella y la alcanzó en la puerta-. No me has dicho para qué has venido.
Ella se mordió el labio inferior.
– Quería darte las gracias por lo de la otra noche. Fuiste muy amable y yo…
– ¿Fuiste una gruñona?
– Sí -dijo con una sonrisa.
– ¿Te sientes mejor?
– Sí.
Permanecieron mirándose durante largo rato. Luke negó con la cabeza.
– ¿Qué? -preguntó Faith con un susurro.
Él se rió.
– La mayor parte del tiempo me vuelves loco, ¿sabes? Quiero decir, pensamos diferente, trabajamos de forma diferente, hacemos todo diferente…
– Y… ¿el resto del tiempo?
Luke le acarició el mentón.
– El resto del tiempo también me vuelves loco, pero sin hacerme enfadar.
– Sí, bueno, es con esa parte con la que tenemos que tener cuidado -dio un paso atrás para que no pudiera tocarla-. Y esa es la parte que tenemos que superar.
– Así es.
– Sé por qué tengo que superarlo, pero me preguntaba por qué tienes que superarlo tú. ¿Tiene algo que ver con que no sea médico?
– ¡No! Por supuesto que no.
– ¿Es porque critico la medicina convencional?
– No -la miró a los ojos y se preguntó por qué aquello le resultaba tan difícil. Ser sincero nunca le había resultado tan duro. Pero decirle la verdad, que tenía la vida que deseaba tener, y que si introducía una mujer en su vida sólo sería para tener una aventura, le parecía superficial-. Es complicado.
– Sí -se puso seria y se volvió hacia la puerta.
– Faith…
– Será mejor que me vaya.
Luke la observó y se dijo que tenía mucha razón. Tenían que superar lo que les estaba pasando, porque no tenía lugar en su vida. Faith no tenía cabida en su vida.
Si pudiera recordar por qué.
La mañana del sábado amaneció soleada. Faith se sentía descansada y lista para trabajar. Pensó que, si había dormido tan bien, era porque ese fin de semana no tendría que trabajar con el doctor Universo. Él había salido de su vida y ella ya no tenía preocupaciones.
Pero, entonces, llamó Guy diciendo que estaba enfermo. Y la recepcionista. Y Cat también.
Los tres estaban con gripe, posiblemente, lo mismo que había tenido ella a principios de la semana. Faith habló con cada uno de ellos por teléfono, y les aseguró que se las arreglaría bien. Les recordó que bebieran té de echinacea y descansaran mucho.
Después, colgó el teléfono y miró a Shelby.
– Tenemos un problema.
– Quizá debería empezar a cancelar las citas de los clientes.
Lo que les faltaba, justo en el momento en que comenzaban a ganar clientela…
Se abrió la puerta trasera y, como si lo hubieran enviado del cielo, entró Luke.
– Buenos días -dijo él. Al ver que seguían mirándolo, levantó la taza de café humeante que llevaba en la mano y dijo- Sé que no es té de hierbas, y que lo he comprado en la tienda, pero el chico tiene sus vicios.
– ¿Has venido a trabajar? -preguntó Shelby-. Porque, si así es, te besaré ahora mismo.
– He venido a trabajar, sí, si no te importa. No hace falta que me beses.
– ¿Si nos importa? -rió ella-. ¿Nos importa, Faith?
Ella permaneció en silencio.
– De acuerdo, no va a admitirlo porque es una cabezota -confesó Shelby-. Pero te diré una cosa, andamos cortos de personal y tenemos muchos pacientes.
– ¿De veras? -dijo Luke sin apartar la vista de Faith.
– Sí, y otra cosa que no te dirá es que, si no llegas a aparecer, habríamos tenido que cancelar algunas citas.
– ¡Vaya!
– Vaya -convino Shelby, y miró a Faith-. Mira qué hora es. Será mejor que nos pongamos en marcha.
Faith observó marchar a Shelby y miró a Luke.
– De acuerdo, ¿a qué has venido?
– Lo último que sé es que soy un médico dispuesto a trabajar.
– Sí, pero ya no tienes que trabajar aquí, ¿lo recuerdas?
– Lo recuerdo -dijo él-. Pero también recuerdo que tengo que pagar mis deudas.
– No tienes ninguna deuda conmigo.
– Sí, la tengo -suspiró-. Mira, aunque los periódicos exageraran lo que dije, hablé sin saber cuando me referí a este sitio. Y si crees que eso es fácil de admitir, te equivocas. Todavía creo en la medicina convencional, en que lo que yo hago, y lo que se hace en el hospital, no puede reemplazarse por métodos de medicina alternativos. Pero puedo admitir que…
– ¿Sí?
– Que lo que haces aquí tiene su función. Que es importante para los pacientes que tú tratas. Y que te causé grandes perjuicios al restarle importancia. La gente nos escucha, me escuchan. Así que en vista de eso, quiero seguir trabajando aquí durante los dos meses que faltan. O lo que sea.
– Dos meses y una semana.
– Dos meses y una semana -repitió él-. Durante ese tiempo, la gente podrá ver que creo en lo que haces.
– ¿Aunque no creas en ello?
– ¿Por qué no te alegras de verme?
– A lo mejor sí me alegro -susurró ella, y tuvo la satisfacción de dejarlo sin habla.
Trabajar con Luke, no era como antes. Antes no hablaban entre ellos. Ni se tocaban. Ni se besaban.
Pero sin embargo, ese día, cada vez que se cruzaban en el pasillo, o se rozaban de manera accidental, todo era diferente.
Cada vez había más tensión entre ellos y, a medida que pasaba el día, empeoró. Al ir a atender a una mujer con artritis severa, sus hombros se rozaron en la puerta. Faith se quedó sin respiración, tanto así, que no recordaba cómo debía tratar a la paciente.
Después, al salir de la consulta de una mujer embarazada, sus manos se rozaron…
Faith sintió que se le tensaban las piernas. Y los pezones.
¿Él se habría percatado?
Era difícil decirlo, pero ella habría jurado que Luke respiraba de otra manera cada vez que la pillaba mirándolo.
Probablemente, sólo fuera que se arrepentía por haber regresado. Tenía que ser eso. Faith decidió que se mantendría lo más alejada posible de él.
Entró en el almacén para tratar de organizarlo un poco.
Pero se encontró con que Luke también estaba allí. Él le retiró las toallas limpias que llevaba en la mano y, después, con la boca tensa, la sujetó por los hombros y la acorraló contra la pared.
– ¿Qué estás haciendo?
– Lo que debería haber hecho hace mucho -dijo él, y la besó en la boca.