Capítulo 7

Carson estaba sentado en una tumbona al lado de la piscina, contemplando con atención el billete de avión que tenía en la mano. Hacía mucho calor.

– Viaje de ida para Tahití -dijo, pasando las hojas. Ya estaba pagado.

Habían pasado ya casi dos semanas desde el momento en que decidió que tenía que marcharse a los mares del sur cuanto antes. Había pasado aquellas dos semanas trabajando al lado de Lisa Loring, y, tal como ella prometió, fueron dos semanas donde no hubo otra cosa que eso, trabajo. Aquella mujer dulce y provocativa a la que había llevado a El Cocodrilo Amarillo, y que le había asustado tanto que casi le había hecho olvidar darle un beso de feliz cumpleaños, aquella mujer seductora desapareció, y había dado paso a la Lisa de las enormes gafas redondas y del ceño fruncido. Lo raro era que eso no cambió en nada las cosas. Seguía sintiendo la misma necesidad urgente de marcharse de aquel lugar y ponerse rumbo a Tahití lo antes posible.

Había algo en aquella mujer que le resultaba irresistible. Parecía difícil de creer que después de tantos años se iba a sentir tan atraído por una mujer que criticaba sus ideas y que lo miraba a través de unas gafas que le daban aspecto de maestra de escuela. Una mujer que quería casarse y tener niños. Eso era todavía peor. ¿Cómo era posible que hubiera sucedido aquello?

Había conocido hombres casados, almas perdidas y tristes que daban vueltas en los supermercados comprando comida de bebés y sumando los gastos en una calculadora de bolsillo, intentando que los números cuadraran para poder pagar la hipoteca mensual. Solían tener manchas de leche en el traje, y fingían no darse cuenta que los horribles sonidos que llenaban el lugar provenían precisamente del pequeño monstruo que llevaban sentado en su propio carrito.

Había visto muchos hombres así, y se había reído para sus adentros, sintiéndose feliz de saber que él nunca, jamás, se vería metido en una situación tan ridícula. Nunca entendió cómo había hombres que se doblegaban ante un destino tan triste. Merecía la pena hacer algún sacrificio para lograr el amor de una mujer que valiera la pena, pero no hasta ese extremo.

Sin embargo, ahora, por primera vez en su vida, estaba comenzando a comprender vagamente cuáles eran las razones de que un hombre deseara perder su libertad y apartarse de la vida social para casarse y tener una familia. Vagamente. Desde luego, no lograba comprenderlo del todo.

Sólo había un pequeño detalle que le preocupaba. Había tenido asuntos amorosos con muchas mujeres a lo largo de su vida, había seducido y se dejó seducir muchas veces, pero todas sus aventuras parecían mezclarse en la memoria unas con otras, sin dejar recuerdos perdurables y distintos. Entonces, ¿cómo era posible que un único signo de atracción física, aquel beso que le había dado a Lisa la noche de su cumpleaños, se hubiera quedado grabado en su alma de aquella manera?

Disgustado, se puso a contemplar a los otros ocupantes de la piscina. Sally pasaba a lo lejos y le hizo un saludo con la mano. Carson saludó también, pero no se molestó en hacerle ningún gesto para que se acercara. Sabía que estaba actuando como un idiota, porque Sally era exactamente la clase de mujer que él necesitaba. ¿Qué diablos le pasaba? ¿Por qué le resultaba tan difícil interesarse por la joven?

Reclinándose de nuevo en su tumbona, dejó que el sol acariciara su moreno cuerpo.

Y entonces la imagen de Lisa se deslizó subrepticiamente en sus pensamientos, como le sucedía últimamente. Lisa y sus ojos dulces y oscuros. Intentó imaginarse cómo sería Lisa si estuviera en Tahití. ¿Abandonaría ella sus gafas y su ceño fruncido? Luego se la imaginó vestida con una falda de playa. No, mejor incluso, con un sarong, su cabellera rubio platino adornada con orquídeas y cayendo sobre sus hombros, sus brazos y sus piernas desnudos. Cerró los ojos y se dedicó a disfrutar de la imagen. En los mares del sur sí que sabían vivir. Si pudiera llevarse a Lisa a Tahití…

– Oiga señor.

Conocía aquella voz. Abrió los ojos. Por supuesto. Michi Ann Nakashima estaba a su lado, con su temible gato en los brazos. Cerró el ojo de nuevo. A lo mejor podía convencerla de que estaba dormido.

Pero Michi no se lo tragó ni por un instante.

– Oiga, señor -repitió en voz un poco más alta.

Esta vez, Carson abrió los dos ojos y la miró fijamente.

– Mi nombre es Carson, Michi Ann. Carson James.

– Oiga, señor Carson James. ¿Puede usted ayudarme con mi gato?

Carson miró al gato que la niña tenía en los brazos, y que le miraba con ojos finos y malvados. Dios mío, ¿qué le había hecho él a aquel animal?

– ¿Qué es lo que le pasa al viejo Jake? -preguntó de mala gana.

– Se ha hecho daño en una pata. ¿Podría usted mirársela?

Carson sintió que le recorría un escalofrío. Todavía tenía en la mano las cicatrices que le había hecho aquel gatito la última vez que había intentado asirlo.

– No sé, Michi Ann. Yo creo que tu gato me odia.

– No, señor. Usted es el único que le cae bien.

– ¿Qué yo le caigo bien? -dijo Carson con incredulidad, mirando al gato de nuevo. Le parecía que había una sonrisa debajo de aquellos bigotes-. Y ¿qué me dices de tu madre? A las mujeres se les suelen dar bien estas cosas.

– A él le gusta usted.

– Ah, ¿sí? Bueno -dijo Carson por fin-. De acuerdo.

Luego tragó saliva y suspiró profundamente. Al fin y al cabo, no era más que un animal. No podía acobardarse de aquella manera.

– Tráelo aquí -dijo-. Le echaré una mirada.


Lisa estaba mordisqueando su estilográfica y mirando a Carson por el rabillo del ojo. Greg estaba hablando y hablando sobre medidas fiscales y planes de austeridad de cinco años, repitiendo cosas de las que ya habían hablado mil veces, y ella había perdido el interés hacía rato. Martin Schulz, el principal comprador, estaba dormido.

Terry estaba haciendo un crucigrama. Carson estaba haciendo dibujos sin sentido en la tapa de su agenda de teléfonos. Lisa había oído todas las propuestas que habían hecho Greg y Carson, planes de reducir el personal drásticamente, de limitar líneas productivas… Eran todas ideas que parecían predecir el desastre, y ninguna parecía positiva ni optimista. Y ella ya había decidido qué era lo que iba a dejar de lado y qué era lo que iba a tomar en consideración.

No sabía cómo iba a decírselo. Sus propias ideas estaban todavía formándose en su cabeza, pero estaba segura de que lo que ella iba a proponer era un plan totalmente distinto a todo lo que había oído hasta el momento. Y a ellos no les iba a gustar. Pero al fin y al cabo, la tienda era suya.

La situación era desesperada. Si su idea no lograba salvar la tienda, entonces ya no habría más Loring's.

Miró a Carson de nuevo. Aquel día estaba especialmente atractivo. Llevaba una chaqueta color azul marino y pantalones grises. Tenían un arañazo a un lado de la nariz, y Lisa se preguntaba qué le había sucedido. A lo mejor había tenido un accidente, o quizá había sido una pelea. No se lo había preguntado. Estaba intentando no preocuparse por su vida privada.

El levantó los ojos, y la descubrió mirándolo. Lisa frunció el ceño y apartó la vista. Últimamente, fruncía el ceño cada vez que lo veía. Se lo merecía. Bien pensado, era él quien lo estaba estropeando todo.

No los planes para la renovación de Loring's. Aunque habían discutido acerca de ciertos detalles, en este aspecto él sí que había resultado de mucha ayuda.

Donde él causaba problemas era en su vida amorosa, aquella llamita casi inexistente que ella estaba intentando avivar después de años de desinterés por el tema. El hecho era que ella había descubierto que en realidad había un montón de posibles candidatos entre la población masculina del lugar.

Pero en el fondo de la escena aparecía siempre Carson. Era como su conciencia.

La noche anterior, por ejemplo, era eso mismo lo que había sucedido. Lisa había asistido a una degustación de vino dada por el alcalde de la ciudad, y al poco rato de llegar se había encontrado de pronto monopolizada por Andy Douglas, un dentista de la zona cuya esposa lo había abandonado para poder seguir una carrera de actriz en Broadway. Era simpático, y tenía una sonrisa muy amistosa.

Justo en el momento que mejor se lo estaba pasando con Andy, había visto a Carson apoyado en la pared y contemplándola.

No se había acercado a ella. No había dicho ni una palabra. Pero la visión de aquellos ojos azules fijos en ella la había seguido acompañando toda la noche. Había seguido riendo y bromeando, pero ya no tenía el corazón en ello. Pobre Andy. Probablemente jamás comprendería cuál había sido la razón de que ella le hubiera dicho que no cuando le había propuesto salir a cenar la noche siguiente.

Carson estaba siempre hablando de lo impaciente que se sentía por marcharse a Tahití. Mirándole a través de la mesa de conferencias, Lisa pensó que ella también estaba impaciente de que se fuera.

Después de la noche que habían salido juntos, Lisa había albergado la absurda esperanza de que quizá ella pudiera cambiarle. Había pensado que podría hacer lo mismo que había hecho su madre: moldear a un hombre de acuerdo con sus deseos. Pero había sido un sueño absurdo.

Carson había echado por tierra todos aquellos sueños, dejando bien claro que él no era una persona moldeable. No había cambiado en absoluto. No quería cambiar. ¿Por qué tenía que hacerlo? El era completamente feliz con la vida que llevaba. Un corazón inquieto.

Durante todos esos días se hablaban el uno al otro con exquisita educación y total frialdad. Era como si estuvieran librando una larga y sostenida batalla, en la cual ninguno de los dos sabía exactamente por qué causa estaba luchando. Era cierto. Eran incompatibles.

Y era una lástima. Jamás había conocido a un hombre que provocara en ella una respuesta como la que le incitaba él. Cada vez que recordaba aquel beso, sentía un estremecimiento por todo el cuerpo que no se parecía a nada que ella hubiera experimentado antes. Sabía que no podría volver a encontrar eso en otro hombre. Por lo menos, no podría mientras Carson estuviera cerca de ella para recordarle a cada momento lo que se estaba perdiendo.

Por unos instantes, lo imaginó vestido de tweed , sentado al lado del fuego con un libro, e imaginó luego un par de niños corriendo hacia él y gritando de felicidad mientras se sentaban en las rodillas de papá Carson.

– Lisa. ¡Lisa! -dijo Greg sacudiéndole el hombro-. ¿Te pasa algo?

Ella lo miró sin comprender lo que pasaba. Greg la estaba mirando con expresión de extrañeza. De hecho, todos los de la mesa la estaban mirando.

– Me parece que estoy un poco agotada -admitió con una sonrisa-. Vamos a dejarlo por ahora. ¿De acuerdo? Mañana seguiremos donde lo dejamos.

Hubo un murmullo de asentimiento general, y los otros comenzaron a guardar sus papeles y a cerrar sus carteras, preparándose para marcharse. Lisa salió con los brazos cargados de archivos y carpetas, pero al salir al pasillo se encontró con Carson a su lado.

– Estás trabajando demasiado -le dijo-. Deberías tomarte un día libre. Necesitas un descanso.

– Quién, ¿yo? -dijo ella mirándole-. No te preocupes por mí. Ya descanso lo necesario.

– Ah, ¿sí?

Se detuvieron frente al ascensor, y Carson se puso frente a ella para que lo mirara a los ojos.

– Las seis horas que duermes por la noche no cuentan -dijo-. Tienes que salir y hacer algo para distraerte y pensar en otra cosa. ¿Qué te parece esta noche? ¿Por qué no nos vamos a cenar juntos a la Shell Steakhouse?

Ella lo miró. Era la primera vez que él le proponía que salieran juntos de nuevo. Se sentía tentada a aceptar. Cenar con él, hablar, reír, quizá un nuevo beso. Se estremeció.

– Lo siento -dijo después de tomar aliento-. Estoy ocupada.

En la mirada de él había algo que la hacía sentirse helada, algo salvaje e indomable.

– Vas a salir con Andy Douglas, ¿verdad? -le preguntó apretando la mandíbula.

– Eso no es asunto tuyo -dijo-. Pero no, no voy a salir con él.

El parecía escéptico.

– Le oí que te lo pedía ayer por la noche.

– Bueno -dijo ella mirándolo con frialdad-, entonces supongo que no oíste cuando le dije que no.

El seguía mirándola como si no le creyera.

– ¿No te gusta?

Aquello había sido bastante directo.

– Me… sí, me gusta mucho -dijo, mirándolo con gesto desafiante, como invitándolo a que hiciera algo.

– Entonces -dijo él-, ¿por qué no sales con él?

Sabía que debería decirle que se ocupara de sus asuntos. Sabía que debería decirle que la dejara en paz y que no se pusiera a escuchar sus conversaciones. Pero no le dijo nada de esto. Lo que hizo fue quedarse muy quieta, contemplando sus ojos azules. No servía de nada fingir, aunque fuera por salvar su orgullo. Estaba bien aquello de actuar de forma desafiante, pero el fin y al cabo ella ¿qué tenía que proteger? Si Carson sabía leer en sus ojos en aquellos instantes, entonces sabría sin lugar a dudas cuál era la razón de que no quisiera ni pudiera salir con Andy.

Llegó al ascensor. Lisa se forzó a volverse y a entrar en él. Carson se quedó donde estaba, y ella no le esperó. El podía tomar otro ascensor. O podía bajar por la escalera. Le daba lo mismo.


A la mañana siguiente estaban alrededor de la mesa de conferencias, y Lisa se sentía un poco inquieta. Estaban acabando con todos los preliminares. Habían hecho diversos estudios, habían evaluado los datos obtenidos. Se habían hecho gráficas y listas de datos y los habían estudiado con atención. Era el momento de diseñar un plan de acción y llevarlo a la práctica.

Lisa miró a Carson, sentando al otro lado de la mesa. ¿Cuánto tiempo seguirían viéndose en aquellas reuniones?

– ¿Qué diablos es todo ese ruido?

Hasta el momento en que Greg había hecho esa observación, Lisa no había oído las voces que había al otro lado de la puerta. Se levantó a toda prisa, contenta de que hubiera una interrupción.

– Voy a ver -dijo caminando hacia la puerta y abriéndola. Fuera estaba Garrison con Becky su bebé en los brazos, hablando muy excitada en medio de un grupo de secretarias y de empleados.

– Garrison, ¿qué es lo que pasa?

Garrison se acercó a ella muy excitada.

– Señorita Loring, no va usted a creérselo. Acabo de pasar por Kramer's. Han traído a esos modelos masculinos otra vez, pero ¿sabe qué? Esta vez hay mujeres también. Y le juro que están medio desnudas. Las mujeres están en bikini, o en ropa interior. Van andando por la tienda, y te sonríen, y te enseñan las ropas que llevan puestas y te dicen en qué departamento puedes encontrarlas… La cosa es que la mayor parte de ellas no lleva más que una tanga. De modo que, ¿qué es lo que pueden estar ofreciendo? Ya se lo puede usted imaginar.

– Suena como… -dijo Lisa. Se había quedado sin habla.

– Lo sé. Es la cosa de peor gusto que he visto en mi vida -dijo Garrison encantada-. Yo voy a volver para allá. ¿Quiere venir a echar una mirada?

Lisa se volvió a la sala de conferencias. Era evidente que allí dentro todo el mundo había oído las palabras de Garrison. Había un murmullo alrededor de la mesa, y Lisa creyó oír la palabra bikini un par de veces. Antes que tuviera tiempo de decir nada, Carson se aclaró la garganta y dijo, eludiendo su mirada.

– Lo siento, pero me parece que tengo que ir a… tengo que salir un momento. Tengo una cosa que hacer.

Lisa se quedó asombrada antes esta muestra evidente de deslealtad. Golpeando su maletín con la palma de la mano, le dijo, antes de que él pudiera siquiera levantarse.

– Te vas a Kramer's, ¿verdad?

– ¿Y qué si me voy a Kramer's?

– No puedo creer que seas tan inmaduro. Te vas para allá para ver todas esas chicas medio desnudas, ¿verdad?

En los ojos de Carson apareció un brillo de triunfo.

– ¿Te molesta eso? -preguntó con suavidad.

Le molestaba, por supuesto, pero se habría dejado matar antes de admitirlo.

– Por supuesto que no. Lo que pasa es que no me había dado cuenta de que eras todavía tan adolescente.

El asintió lentamente.

– Yo puedo ser muy adolescente si la ocasión se presta. Es una de mis características más sobresalientes.

– Sobre eso no me cabe ninguna duda -dijo Lisa, mirando a su alrededor en la mesa y dándose cuenta de que tenían una audiencia muy atenta-. Bueno, ve si tienes que ir.

Le hizo un gesto de despedida con la mano. Le hubiera gustado, añadir, "de todos modos, la mitad de las modelos serán antiguas novias tuyas", y lo habría hecho a no ser porque los otros estaban escuchando.

– Saluda a Mike de mi parte -dijo.

El echó a caminar en dirección a la puerta, pero antes de salir lo pensó mejor y se volvió.

– Mira -dijo después de un instante de indecisión-, a lo mejor te deja más tranquila saber que hay algo más que ir allí a ver chicas guapas. Alguien tiene que estar al tanto de los movimientos de la competencia, ¿no te parece?

El tenía razón en aquel punto. Ella no había estado dentro de Kramer's desde que era una niña pequeña. ¿Cómo podía luchar contra algo que no conocía realmente?

– Tienes toda la razón -dijo con una sonrisa creciente-. Me voy contigo.

– ¿De verdad? -dijo él sin poder ocultar su satisfacción.

– Sí. De verdad.

Ninguno de los dos prestó atención al resto de las personas que había en la habitación. Era como si se hubieran olvidado de que estaban allí. Carson la tomó de la mano.

– Vamonos -dijo. Y los dos salieron por la puerta.

Al principio, Lisa dijo que pensaba ir a Kramer's abiertamente y sin intentar ocultar su identidad como el espía que había pensado que Carson era la primera vez que lo vio. Pero después de pensarlo un poco, cambió de idea. Se sentiría como una idiota si Mike la descubría.

– Disfrazarse es muy fácil -le recordó Carson-. Tenemos toda la tienda para elegir.

Ella eligió una gran peluca negra, gafas de sol y un abrigo. Carson se puso también gafas de sol, además de una gorra de béisbol y una chaqueta de cuero negro. Cuando pasaban por la sección de joyería, no pudieron resistir ponerse dos anillos de boda.

– Somos Candy y Chet Barker, de Las Vegas -dijo él-. Y estamos aquí visitando a una tía solterona.

El le puso a Lisa el anillo en el dedo, y ella soltó una carcajada. Luego cruzaron la calle y se unieron a la multitud que se amontonaba en las puertas de Kramer's. Viniendo de los pasillos medio vacíos de Loring's, aquella visión era deprimente.

Una vez dentro de la tienda, se quedaron boquiabiertos. Aquel lugar era una revelación. El sonido, las luces y los colores parecían saltar por encima de ellos, surgiendo de todas partes. Por doquier había monitores de televisión donde se veían videos de rock. Había brillantes banderas de colores con símbolos de lo que había en cada uno de los departamentos. Un altavoz anunciaba ofertas. Garrison no había exagerado al describir a las modelos; iban prácticamente desnudas, y de vez en vez hacían sensuales y provocativos movimientos de danza. Los clientes parecían encantados. Kramer era el presente. Kramer era la acción.

– Y nosotros somos agua pasada -dijo Lisa, asiéndose del brazo de Carson.

El asintió. No era el momento de decirlo, pero le parecía que Lisa tenía pocas oportunidades. Mike Kramer era un genio de la promoción. ¿Cómo iban a poder luchar contra eso? Intentó pensar en algo agradable que decirle a Lisa, pero antes de poder inventar nada, una vocecita sonó a sus espaldas y le interrumpió en sus pensamientos.

– Hola, señor. ¿Se acuerda de mí?

Volviéndose, se encontró con su pequeña vecina, la propietaria del gato sanguinario le estaba mirando con su usual mirada de sinceridad. Magnífico disfraz, pensó disgustado.

– Michi Ann, ¿cómo has sabido que era yo?

Ella pareció extrañada al oír esa pregunta.

– He visto que estaba aquí, y me he acercado a decirle hola -explicó con aire de profunda sensatez-. Mire mis zapatos nuevos.

– Sí -dijo Carson- son fantásticos. Michi Ann Nakashima -dijo luego volviéndose a Lisa-, esta es Lisa Loring.

– ¿Cómo está usted? -dijo Michi Ann-. ¿Tiene usted un gato?

– ¿Un gato? -dijo Lisa sonriendo-. No, me temo que no.

– Podría tener uno si quisiera. En el departamento de animales tienen unos preciosos -señaló Michi Ann. Luego se volvió a Carson-. Usted debería comprarse uno.

– Yo no podría tener un gato, Michi Ann. Estoy siempre viajando de un lugar a otro.

Ella asintió, bajando los ojos.

– Nosotros también, desde que papá se fue. Pero eso es lo bueno que tiene Jake. Cuando llegamos a un sitio nuevo, y yo estoy triste porque me da miedo y no conozco a nadie, no pasa nada porque siempre tengo a Jake. El es mi mejor amigo -dijo, regalando a Carson con una de sus raras sonrisas-. Usted podría hacer lo mismo si tuviera un gato como Jake.

Lo primero que sintió Carson fueron verdaderos deseos de golpear a cualquier persona que pusiera triste o asustara a aquella niña. Las palabras de Michi Ann le trajeron recuerdos de su propia infancia infeliz. Sin detenerse a pensar en lo que estaba haciendo, se arrodilló frente a la pequeña para quedar a la altura de sus ojos, y se quitó las gafas negras para que ella pudiera ver la sinceridad que había en sus ojos.

– Yo soy tu amigo, Michi Ann -le dijo-. No lo olvides, ¿de acuerdo? Mientras esté en la ciudad, puedes contar conmigo, igual que con Jake.

– Sí, señor, ya lo sé -convino la niña solemnemente-. Mi mamá me está llamando. Adiós.

Carson se incorporó lentamente. Lisa le miraba con gesto de interrogación.

– Pensaba que no te gustaban los niños -indicó mientras continuaba su paseo a través de la tienda.

– Yo nunca he dicho que no me gusten los niños -protestó él, apoyando su mano en la espalda de Lisa para guiarla a través de la multitud-. Lo único que he dicho era que prefería vivir sin ellos.

– Comprendo -dijo ella. Le gustaba sentir la mano de él en la espalda. Le gustaba sentir su presencia, su seguridad. Por alguna razón, y a pesar de la opresiva evidencia del éxito de Kramer's, su corazón se sentía ligero.

– Atención, queridos clientes -dijo de pronto una voz a través de los altavoces. Era la voz de Mike, retumbando por encima de la música de rock-. Tenemos con nosotros a una invitada muy especial. Lisa Loring, de los Grandes Almacenes Loring's está aquí, comprando en nuestra tienda. Es todo un cumplido, ¿no les parece, amigos? La propia Lisa Loring sabe que nuestra tienda es la mejor. Gracias, Lisa. Pero la peluca negra no te va en absoluto. ¿Por qué no visitas nuestro salón de belleza? Nuestras chicas te ayudarán con algo espectacular. ¡Y corre en mi cuenta, Lisa!

Carson la condujo rápidamente hacia la salida. Lisa iba murmurando palabrotas que jamás habían salido antes de sus labios. Carson estaba muerto de risa.

– No tiene ninguna gracia -dijo ella, levantándose el cuello del abrigo y rezando para que no la reconociera nadie más-. ¡Odio a ese hombre! Tengo que pasar por encima de él, Carson, tengo que hacerlo.

Carson suspiró. De acuerdo con lo que acababan de ver, pensaba que eso iba a resultar bastante difícil.

Cruzaron la calle y se quitaron el abrigo y la peluca. Lisa levantó la mano a la luz, para ver qué tal le quedaba el anillo de oro en el dedo. Entonces se encontró con los ojos de Carson, que la contemplaban. El se había quitado el suyo y lo había puesto en la cajita donde estaba. Esperaba que ella se quitara el suyo. Un impulso perverso le hizo a Lisa cerrar el puño y echar a andar en dirección al ascensor, con el anillo todavía en el dedo. Inmediatamente se sintió ridícula. Pero no era el momento de volverse atrás. De momento, pensaba llevar el anillo en el dedo y permitirse soñar.

De vuelta en el departamento de joyería, Carson miró su propio anillo en la cajita, dorado sobre el terciopelo negro. De pronto, y contra toda lógica, decidió tomarlo de nuevo.

– Voy a quedarme con esto un rato más -le dijo a Chelly, que era quien estaba en el mostrador.

– Muy bien -dijo ella-. Tengo su recibo, o sea que ya sé a quién pedirle el dinero si el anillo no vuelve.

Carson se lo metió en el bolsillo, y se dio la vuelta para marcharse. Estuvo a punto de estamparse contra la pared. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Por qué diablos había decidido quedarse con aquel anillo de boda, en nombre del cielo? ¿Por qué?

Porque Lisa se había quedado con el suyo. Pero eso no tenía el menor sentido. El no pensaba casarse. Ni siquiera pensaba fingir que estaba casado. De modo que, ¿para qué diablos quería un anillo de boda? De haber podido, habría ido a devolverlo, pero le daba la sensación de que si lo hacía, la mitad de la tienda se habría enterado el minuto siguiente.

Se quedó inmóvil frente al ascensor, sin saber qué hacer, intentando elaborar un plan de acción. Podría haberse estado allí horas, de no ser porque Greg apareció a sus espaldas.

– Vamos para arriba -dijo Greg-. Lisa ha convocado otra reunión en el salón de conferencias.

Carson asintió y entró con él en el ascensor.

Lisa les estaba esperando en el salón de conferencias. Comenzó dando una visión general de lo que estaba sucediendo en Kramer's.

– Nos están ganando por la mano -dijo de forma rotunda-. Y tal como están las cosas, no podemos esperar competir con Kramer's en su terreno. Si intentáramos nosotros también explotar el lado brillante y espectacular, siempre quedaríamos en segundo lugar. Por lo tanto… -dijo haciendo una pausa para dar un sorbo de agua-, por lo tanto, he decidido que vamos a girar en una dirección completamente diferente. Kramer's es sinónimo de espectáculo. Nosotros seremos sinónimo de familia. A largo plazo, estoy segura de que los valores familiares son los más duraderos.

Hubo murmullos en los asientos. Sabía que nadie iba a aceptar su idea de buenas a primeras desde un principio. Pero a pesar de todo siguió adelante, exponiendo las líneas generales de su plan.

– Cambiaremos el nombre de la tienda a Loring's Family Center. Todos los departamentos pondrán las necesidades familiares en el número uno de sus prioridades. Abriremos una guardería para nuestros empleados, y más tarde espero tener otra para los clientes también. Para la sección de bebés contrataremos a una enfermera especializada que dará clases sobre atención a los bebés. También publicaremos un folleto sobre cuidados generales para los niños. Nuestra meta será convertirnos en la tienda que satisfaga todas las necesidades de una familia moderna. Y por cierto, en vez de dejar a la mitad de los empleados en la calle, lo que haremos será bajar los precios al mínimo.

Siguió hablando por espacio de otra hora, detectando poco entusiasmo entre los que la escuchaban.

– Me parece que esto es todo, más o menos -dijo al final-. Tengo que asistir a la cena del Rotary Club esta noche en Le Cháteau, de modo que voy a tener que marcharme. Piensen en todo esto, y volveremos a discutirlo todo mañana por la mañana.

Le interesaba sobre todo saber cuál era la reacción de Carson ante sus palabras, pero el rostro de él estaba totalmente frío e inexpresivo. Era como si siguiera llevando las gafas oscuras. Su opinión era la más valiosa para Lisa. ¿Qué diablos pensaría él?

Carson se levantó y recogió sus cosas, y por un momento ella se temió que iba a salir de la habitación sin decirle ni una palabra. Pero se dirigió hacia donde estaba ella, y le murmuró al oído:

– Estás decidida a elevar esa fijación familiar que tienes al nivel del arte, ¿no es así?

Ella lo miró, dispuesta a discutir, pero en ese momento vio una brillante sonrisa en sus ojos.

– A lo mejor logras salirte con la tuya, Lisa Loring -le dijo-. Es una pena que yo no vaya a estar aquí para verlo.

Sin decir una palabra más se volvió y salió de la habitación. Lisa se quedó helada. Se sentía aliviada y desilusionada al mismo tiempo. El no debería marcharse todavía. No debería marcharse ahora, cuando estaba todo en el aire. Sintió un dolor punzante en el pecho.


Carson se dijo que iba a lamentar aquella velada. Sentía un impulso salvaje dentro de él, una necesidad de correr riesgos. Estaba en el patio de Le Cháteau, el mejor restaurante francés de la zona, donde el Rotary Club iba a celebrar su cena anual. Todas las personalidades de la ciudad estaba allí. Gerald Horner, el principal industrial de la ciudad, llevaba un buen rato hablándole acerca del desarrollo económico de la región. Pero sus pensamientos estaban con Lisa, que estaba al lado de la fuente en medio de un grupo de hombres. No podía dejar de mirarla. Ella se la estaba pasando demasiado bien.

¿Por qué seguía él asistiendo a esta clase de actos? En un principio, había comenzado a asistir porque pensaba que podía serle de ayuda a Lisa, que era nueva en la ciudad, y que podría presentarle a gente y ayudarla a entrar en sociedad. Pero por supuesto, su presencia había sido inútil desde un principio. Los hombres se sentían atraídos hacia ella como las mariposas hacia una llama. Ella no le necesitaba.

Miró a Lisa. Estaba riendo de buena gana. Era el momento de formar parejas para entrar en el salón a cenar. Era evidente que ella estaba recibiendo un montón de ofertas en aquel momento, y tenía que decidir quién sería su compañero de mesa. Carson se pasó la mano por los cabellos, intentando apartar la vista de ella. Al fin y al cabo, aquello no era asunto suyo. Que se sentara con quien quisiera. A él le daba lo mismo.

Vació el vaso que tenía en la mano e hizo una mueca. ¿A quién estaba intentando engañar? Si le diera lo mismo no estaría allí. Le importaba, por supuesto que le importaba. Quería estar con ella. De modo que lo mejor sería hacer algo al respecto.

En aquel momento, ella levantó la mano para recoger un mechón de pelo, y el anillo de oro brilló en su dedo.

"Eureka", murmuró Carson para sus adentros. Sonriendo para sí, se metió la mano en el bolsillo, y allí estaba su propio anillo. Se lo puso en el dedo, murmuró una excusa en dirección a Gerald y echó a caminar hacia Lisa.

Cuando se acercaba en dirección al grupo, Lisa levantó la vista y le miró. Su cabellera rubio platino rodeaba su rostro como un halo. Llevaba un vestido muy femenino, con un ceñido escote que levantaba suavemente la forma redondeada de sus senos. Algo en el interior de Carson respondió ante la presencia de Lisa con una sensación parecida al dolor. Tuvo que tragar saliva antes de poder hablar.

– Perdónenme, caballeros -dijo por fin, sonriendo a todo el mundo educadamente, intentando aparentar una confianza en sí mismo que estaba lejos de sentir-. Me temo que voy a tener que hacer valer mis derechos…

– Ah, ¿sí? -dijo Andy Douglas, acercándose a Lisa-. ¿Qué clase de derechos?

Carson tomó la mano de Lisa con la suya. Los dos anillos brillaron a la luz.

– Lamento mucho desilusionarlos, muchachos, pero Lisa y yo nos hemos casado esta tarde. Estoy seguro de que comprenderán que nos apetece estar un poco a solas.

– ¿Qué? -dijo Andy Douglas. Por un momento, pareció como si estuviera dispuesto a desafiar a Carson a un duelo con pistola, pero alguien le sostuvo desde atrás.

– ¿Qué? -dijo a su vez Lisa. Pero nadie notó su reacción y Carson y ella se alejaron del grupo en dirección al comedor.

– ¿Por qué lo has hecho? -le preguntó, mientras él la llevaba a una mesa para dos situada en un rincón apartado detrás de unas plantas, lejos de las grandes mesas colectivas del centro. No estaba segura de reír o llorar. ¿Pensaba Carson que aquella era una broma divertida, o era que había bebido demasiado?-. Seguro que algunos de ellos se lo han creído.

– Tenía que hacerlo -dijo él, ayudándola a sentarse con galantería burlona-. Era por tu propio bien.

Lisa dudó un instante. Lo que debería hacer era darle un grito y luego volver a reunirse con aquel grupo de hombres qué tantas atenciones estaban teniendo con ella. Le divertía que se pelearan por ella, y Carson no tenía ningún derecho a actuar de aquel modo.

Sin embargo, lo cierto era que Carson era el único hombre con el que deseaba estar. De manera que se sentó por fin, aunque muy seria, como para darle a entender que ella no era una marioneta.

– Y ahora explícame cómo es eso de que me has raptado por mi propio bien.

– Bueno -dijo él sentándose frente a ella-. Me estaba resultando un poco desagradable ver cómo repartías tus favores como una especie de Scarlett O'Hara. No podía permitir que lo hicieras.

Ella le miró, sin saber a ciencia cierta cuáles eran sus propios sentimientos.

– Estás celoso -dijo con voz suave.

Los ojos de él brillaron.

– Totalmente cierto -dijo.

Lisa no podía creer lo que oía. Seguramente era una broma, pero él parecía decirlo en serio. Y si hablaba en serio, entonces ella debería estar enfadada.

– Vamos a aclarar esto -dijo entonces-. Tú no quieres nada conmigo, pero tampoco quieres que nadie se me acerque.

El la miró sorprendido.

– ¿Quién ha dicho que yo no quiero nada contigo?

– Tú mismo. Con todas y cada una de tus palabras y tus acciones. Me lo has dicho de todas las maneras posibles.

El se puso a jugar con los cubiertos, evitando los ojos de Lisa.

– De acuerdo. Es cierto que no quiero nada serio. Pero eso no significa que quiera que otros hombres se interesen por ti.

– ¿Cómo? -dijo Lisa indignada.

La miró con ojos inocentes. Sabía que lo que decía era absurdo, pero no encontraba una manera mejor de explicar lo que sentía.

– Mientras yo esté por aquí -dijo-, no quiero ver a otros hombres alrededor de ti.

Lisa sintió que empezaba a llenarse de rabia.

– Menos mal que te vas a marchar pronto -declaró ella.

– Ah, sí -dijo él-. Quería hablarte de eso.

– ¿Cómo?

De pronto, el corazón de Lisa corría a toda velocidad. A pesar de que no le gustaron en absoluto sus métodos, lo cierto era que no se sentía inmune a los encantos de Carson. Si él había cambiado de idea sobre lo de marcharse…

– Voy a retrasar mi viaje a Tahití un par de semanas. Creo que con este nuevo plan tuyo vas a estar muy liada, y yo debería estar por aquí para ayudarte a sacarlo adelante. De modo que… ¿qué piensas?

Lisa abrió su servilleta con todo cuidado y se la puso sobre las rodillas.

– Bueno, pienso que probablemente podría arreglármelas sin ti -dijo mirándolo e intentando aparecer indiferente-. Pero la verdad es que si tú estás, será mucho más divertido.

– Bien -dijo él, tomando la mano de Lisa por encima de la mesa-. Tengo muchas ganas de que Loring's tenga éxito, y no simplemente porque sea un trabajo que me han asignado, sino porque… porque tú me importas.

Ella sonrió. Sintió de nuevo la antigua tentación de intentar cambiarlo.

No. Aquel hombre no era para ella, y tendría que ir haciéndose a la idea, se dijo mentalmente. Su viaje a Tahití había sido pospuesto, no cancelado. Sin embargo, podía disfrutar de él el tiempo que estuviera. Dando un sorbo a su copa de vino, se sonrió para sus adentros. ¿Por qué no?

– Nos están mirando todos -dijo entonces, acercándose hacia él-. ¿Por qué no me besas?

Lo observó con atención, preguntándose cuál sería su reacción. Era imposible saber lo que pasaba detrás de aquellos ojos azules. Acababa de decir que ella le importaba. Había dicho que estaba celoso. De modo que, ¿por qué no se decidía?

Moviéndose lentamente, Carson puso la mano en el cuello de Lisa y la acercó hacia él, evitando sus ojos y fijando la vista en sus húmedos labios. Se detuvo un instante antes que los labios de ambos entrarán en contacto. Este beso tenía que ser ligero, afectuoso, nada más. No podía dejar que ella notara lo mucho que la deseaba.

Entonces la besó. Fue un beso muy breve. No contestaba a ninguna pregunta, y dejó a Lisa deseando más, mucho más.

Ella se apartó y rió nerviosamente. Carson se recostó en la silla y miró a lo lejos.

Lisa se sentía intrigada y desilusionada. Jamás había conocido a un hombre que supiera ocultar mejor sus emociones. O a lo mejor era que no lo había interpretado correctamente.

Comenzó a hablar de un tema, y poco a poco los dos se embarcaron en una conversación casual. Lisa se sintió aliviada. Todo iba a ir bien.

La cena fue mejor de lo habitual en esa clase de celebraciones, y los dos la pasaron bien, hablando y riendo a pesar de la cierta tensión que se había creado entre ambos después del beso. Los otros parecían haber creído la historia de su matrimonio. Los dos permanecieron aislados el resto de la velada. Lisa pensó que le costaría tiempo volver a rehacer todas aquellas amistades, pero en aquel momento no le importaba nada. Cuanto más tiempo pasaba con Carson más convencida se sentía que era con él con quien deseaba estar.

Le invitó a su casa a tomar una copa, y él dijo que prefería que dieran un paseo por la playa. La siguió a casa en su propio coche. La noche era fría, y había un poco de niebla. Ella se quitó los zapatos y se ciñó bien el abrigo, y echó a caminar al lado de Carson. Por alguna razón, ninguno de los dos tenía nada que decir, de modo que caminaron en silencio.

– He oído que se acerca una tormenta -dijo él por fin, deteniéndose a mirar entre la niebla, en dirección a las olas.

– Yo la siento acercarse -dijo ella-. ¿La sientes tú?

El se volvió a mirarla e hizo un ligero movimiento de impaciencia.

– Tú sientes demasiadas cosas -señaló en broma-. Ya está bien.

Lisa le miró. El viento del océano agitaba sus cabellos. Pensó que lo qué en realidad le estaba pidiendo era que siguiera fingiendo que en realidad ninguno de los dos significaba nada para el otro.

– Yo quiero sentir -le dijo-. Sentir significa estar vivo. Las emociones son lo más real de la vida, y yo quiero experimentarlas todas. Quiero reír de verdad. Quiero llorar de verdad -dijo levantando la barbilla y mirándolo con aire desafiante-. Y cuando me besan, quiero que me besen de verdad.

El se dio la vuelta, tomó un guijarro del suelo y lo lanzó en dirección a las olas.

– Lo siento si mi beso no fue suficiente para ti -repuso fríamente, sin dejar de mirar las olas-. No me había dado cuenta de que fueras una exhibicionista. Pensaba que alguien como tú no querría hacer una escena un poco embarazosa en público.

– ¿Una escena embarazosa? -preguntó tomándolo por las solapas de la chaqueta y obligándolo a que la mirara-. Ahora no estamos en público, Carson.

El tomó el rostro de Lisa en sus manos.

– No, Lisa -dijo-. No empieces algo que luego los dos lamentaremos.

Ella deslizó sus manos por dentro de su chaqueta y las apoyó sobre su pecho. Le sorprendió el calor de su cuerpo en comparación con el aire helado del mar.

– Yo no tengo miedo -dijo ella-. ¿Por qué lo tienes tú?

El calor de las manos de Lisa le llegaba a través de la fina camisa como si fuera fuego líquido.

– Lisa -habló con voz ronca-. Te juro por Dios que…

– No -dijo ella con firmeza-. No jures. No pienses. Bésame. Bésame como se debe.

– Lisa…

Ella deslizó las manos en su cabello, intentando obligarlo a que se acercara a ella. El mantuvo la cabeza erguida y cerró los ojos, y entonces Lisa apoyó los labios sobre su cuello. Sintió la forma en que él se estremecía. Luego los brazos de Carson la rodearon y su boca se unió a la de ella, y ella se encontró dando vueltas entre las olas de nuevo.

Carson la besó con vehemencia, pero asustado al pensar en lo que podía pasar, decidió mantener el control a toda costa y sin saber cuánto tendría que luchar para lograrlo. La boca de ella sabía bien, era dulce y suave, cálida y sensible. El olor de almizcle de su piel le hacía desear entrar en contacto con ella, sentirla desnuda contra su piel. Deslizando sus manos sobre el cuerpo de Lisa, la estrechó contra sus caderas.

¿Era la voz de ella aquello que había oído, aquel gemido animal de placer? Y él contestó con su boca, con su lengua, con sus labios acariciando los labios de ella con insistencia y ternura. La deseaba, deseaba poseerla por completo. Sentía que ya había esperado demasiado, sintió que moriría si no la poseía allí mismo, en aquel momento.

Pero eso era una locura. Tenía que detenerse. Echándose hacia atrás, respiró profundamente e intentó calmarse.

– Dios mío. Lisa -dijo por fin-. Si yo fuera alguna vez a tener una relación seria con alguien esa serías tú.

Y entonces se volvió para marcharse.

Lisa se quedó inmóvil. ¿Cómo era posible que se marchara así? ¿Cómo era posible que la rechazara de aquel modo? Ella sabía que Carson la deseaba tanto como ella a él.

Todavía jadeando e intentando recuperar el aliento, todavía intentando comprender qué era lo que había pasado, lo vio desaparecer entre la niebla.

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