El impacto dejó aturdida a Kirsty. Tenía un profundo y agudo dolor en el pecho. Pero Susie la tenía tomada de la mano, y cuando salió a la superficie, sintió cómo su hermana la agarraba con más fuerza.
Frente a ella tenían los pedazos de maderas en los que había quedado convertido el bote.
Pero no estaban seguras.
Las olas chocaban contra las rocas, aunque afortunadamente no eran muy altas. Susie, que parecía que estaba pensando con más claridad que Kirsty, acercó a su hermana hacia el oleaje, ya que allí estaba su única salvación. Kenneth no debía verlas. Ambas lo sabían.
Su esperanza residía en que él hubiera estado demasiado pendiente en alejar su lancha de las rocas como para haber visto lo que habían hecho.
Estaban aterrorizadas y apenas sacaban la cabeza por encima del agua. Pero de pequeñas habían jugado al waterpolo. Si pudieran pasar las olas y llegar al arrecife…
No les quedaba otra opción. Y, aunque ambas estaban heridas y débiles, lo intentaron.
Kirsty, a pesar del intenso dolor que tenía en el pecho, lo logró. Buceó entre las olas, saliendo a tomar aire sólo un momento y, tras una dura lucha contra el mar, logró llegar al arrecife.
Y entonces esperó. Sólo lo tuvo que hacer por unos segundos, segundos que le parecieron los más largos de su vida. Suplicó que Susie pudiera conseguirlo…
Entonces, de repente, su gemela salió del agua, ante lo cual Kirsty casi rió de alegría.
Aquélla era la Susie que había estado a su lado desde pequeñas, una niña fuerte, temeraria, valiente… una mujer cuya alegría había sido sólo apagada por la muerte de Rory.
– Deja que venga a por nosotras ahora -dijo Susie, agarrando a Kirsty de las manos.
Apenas asomaban sus cabezas por la superficie del agua, y había olas que rompían entre ellas y el horizonte. Incluso si Kenneth volvía a comprobar parte de las rocas, no podría verlas.
La única manera en la que podría hacerlo, sería acercando su lancha demasiado a las olas y poniéndose en peligro él mismo.
Se preguntaron cuánto tiempo debían esperar allí.
– ¿Qué te duele? -Preguntó Susie.
– Creo que me he roto una costilla -contestó Kirsty-. No es gran cosa. ¿Y tú cómo estás?
– Puedo luchar contra el agua durante horas.
Kirsty pensó que aquello no era verdad. Susie no estaba tan fuerte como ella pensaba…
Quizá pudieran subirse a una de las rocas, un poco más adelante lo comprobaría.
La playa estaba desierta, pero había huellas de pisadas en el suelo, señal de que había habido gente por allí. Había una gran hendidura en la arena; marca de una barca que había salido hacia el mar.
Jake pensó que las tenía en una barca y, con el corazón encogido, se preguntó dónde estarían.
– Vamos a llamar al helicóptero -dijo Fred Mackie, el único policía de Dolphin Bay-. Si no se está utilizando en este momento, puede llegar aquí en menos de media hora.
– Media hora.
– Mientras tanto haré que salgan a buscarlas todas las barcas del puerto.
– Si las mata en el mar…
– Está loco, pero no tanto -dijo Fred, un poco nervioso, ya que conocía a Kenneth desde que éste era niño-. Voy a telefonear al equipo de psicólogos.
El teléfono de Jake sonó, y éste respondió. Era Angus.
– Dicen que él tiene a las chicas -parecía que a Angus le faltaba el aliento; estaba desesperado.
– Ahora, no…
– No me protejas -espetó Angus-. Es lo que han estado haciendo las enfermeras. Yo sabía que algo marchaba mal. Telefoneé a Ben Boyce y ha venido a estar conmigo.
– No te preocupes…
– Desde luego que me preocupo -gruñó el conde-. Debía haber sacado fuerzas para decir algo esta mañana. Vi a Spike, y sabía que tenía que ver con Kenneth. El tema es que… sé dónde puede haberlas llevado.
– ¿Dónde?
– Le dan mucho miedo las pistolas -dijo Angus-. Le fascinan, pero le aterrorizan. Su padre solía fastidiarle con ellas. Lo que estoy tratando de decirte es que quizá les haya amenazado con una pistola, pero dudo que sea capaz de usarla. Pero si quería causar daño…
– Dime.
– Hay unas rocas muy peligrosas, al noreste. Búscalas en un mapa acuático…
– Las encontraré -se apresuró a decir Jake-. ¿Por qué crees que están ahí?
– Una vez Kenneth mató a un perro de esa manera -susurró Angus-. El perro de Rory. Por eso fue que Rory se marchó. Estaba haciéndome una visita, él y su labrador negro, que le acompañaba a todas partes. Kenneth también vino, y no le gustó que Rory estuviera aquí. Se llevó al labrador al mar y lo destrozó haciendo que chocara contra las rocas.
– Oh, Dios.
– Date prisa, Jake -susurró Angus-. Date prisa.
Tenían que salir del agua. Llevaban quince minutos agachadas detrás de las rocas, sintiendo cada vez más frío y temor. A Kirsty le dolía mucho el pecho, pero ésa no era su mayor preocupación. Susie estaba cada vez más callada, y llegó un momento en el cual ya no habló más; ni siquiera respondía a su hermana.
Entonces Kirsty pensó que era un riesgo salir de aquel refugio, pero todavía peor era quedarse.
– Susie, voy a escalar. Cuando llegue arriba, te subiré a ti.
Susie no contestó.
– ¿Qué ocurre? -Preguntó Kirsty, dándole la vuelta a su hermana para que la mirara.
– Nada.
Entonces, sufriendo un dolor tremendo en el pecho, Kirsty subió a lo alto de una de las rocas, temerosa de ser vista entonces por Kenneth. Pero afortunadamente el horizonte estaba desierto.
Una vez arriba, tras varios intentos, logró subir a su hermana.
– Estamos bien -susurró, apretando la mano de Susie.
Susie le devolvió el apretón con tanta fuerza que Kirsty no pudo evitar gritar.
– Ahora sólo tenemos un problema -susurró por fin Susie.
– ¿Qué? -Preguntó Kirsty, que creía haberse dañado un pulmón, ya que apenas podía respirar.
– Creo que acabo de tener mi cuarta contracción.
– Seguro que es Kenneth -dijo Jake-. ¡Fred! -Gritó al policía.
– ¿Quieres que lo persiga? -Preguntó Rod.
– Me comunicaré con la central -dijo Fred en tono grave-. Ahora mismo está solo en el bote. Mandaré a que alguien lo alcance. Mientras tanto…
– Vamos hacia las rocas -exigió Jake-. ¡Vamos!
– Si estaba remolcando un bote con esa lancha tan potente… -dijo Fred pensativamente.
– Dije que no tendría una cita con ella -susurró Jake.
– Eso sería una novedad -dijo Fred, bromeando un poco-. Que tú quisieses tener una cita con alguien.
– No quiero tener una cita con ella -dijo Jake, desesperado-. Quiero casarme con ella.
– ¿Qué velocidad puede alcanzar esto?
La barca pesquera de Rod Hendry era la única barca de la bahía que estaba preparada para zarpar. El sargento Mackie estaba dando órdenes a través de su radio mientras Jake incitaba a Rod a ir más rápido.
– Si vamos más rápido, compañero, el motor saldrá por delante sin la barca -dijo Rod-. Voy tan rápido como puedo -entonces frunció el ceño, mirando al horizonte-. ¿Quién demonios es ése?
Jake tomó los prismáticos de Rod y divisó una lancha a motor. Muy potente.
– Ésa debe de ser la lancha a motor de Scott Curry -dijo Rod-. Vi cómo salía hace un rato -entonces frunció de nuevo el ceño-. No puede ser. Scott está en Queensland.
– Has dilatado cinco centímetros. Susie, vas muy rápido. Frena un poco.
– ¿Cómo voy a frenar? -Susurró Susie, desesperada-. ¿Cruzando las piernas? No lo creo. ¡Guau!
– Respira entre contracción y contracción -dijo Kirsty-. Hagas lo que hagas, no empujes.
– Tengo miedo -gimoteó Susie.
– Bueno, bueno, señora Douglas, ¿de qué tiene miedo? -Dijo Kirsty, tratando de tranquilizar a su hermana-. Las mujeres siempre han dado a luz. Esto simplemente es un parto en el agua.
– Pues quiero que me calienten el agua, por favor, doctora -dijo Susie, tratando en vano de sonreír.
– No digas tonterías. Escribirás un libro sobre esto. Parto natural. El mar, el sol, los delfines…
– Kirsty, no puedo tener a mi hijo en esta roca.
– Me parece que no tienes otra opción -dijo Kirsty, observando cómo otra contracción se apoderaba de su hermana.
– Las rocas a las que se refería Angus son aquéllas que se ven allí -dijo Rod.
– ¿No podemos ir más rápido? Creo que… -dijo Jake, mirando por los prismáticos.
Pero Rod se los quitó y miró por ellos. Lo que vio le hizo acelerar su barca al límite.
– Oye -dijo el sargento de policía-. Nos vas a matar.
– Están en la roca -espetó Rod-. Una está de cuclillas, pero la otra… demonios, quizá esté muerta.
– Se está acercando un bote -le susurró Kirsty a Susie.
Pero Susie ya no oía nada debido al dolor tan intenso que estaba sintiendo.
– ¡No! -Gritó Susie-. Kirsty, no…
– Respira -ordenó-. Está bien, Susie. Si tienes que hacerlo, hazlo. Empuja.
– ¡Kirsty!
Jake podía ver que Kirsty estaba en cuclillas sobre Susie, pero no podía ver… no podía ver…
– ¡Kirsty!
– No me atrevo a acercarme más -murmuró Rod. Pero antes de que hubiera terminado de decirlo, Jake se había lanzado al agua…
– ¿Qué ocurre? -Preguntó Jake al llegar junto a las chicas, apartando a Kirsty para poder ver.
– El cordón, lo tiene alrededor del cuello. No puedo…
– Susie, deja de empujar -ordenó Jake-. Respira. No empujes. No tienes que empujar. Susie, ¡para!
Kirsty sabía lo que estaba haciendo Jake; era lo que ella había estado tratando de hacer, pero no había podido debido a que tenía las manos entumecidas…
Estaba empujando al bebé hacia adentro, sólo un poco para así poder maniobrar…
– Ahí -suspiró Jake, triunfal.
– No puedo… no puedo…
– Está bien -tranquilizó Jake-. Empuja, Susie, amor. Adelante.
Diez segundos más tarde, Rosie Kirsteen Douglas llegó al mundo. En alta mar, en un trozo de roca no muy grande y con unos pulmones sanísimos.
Cuando Jake colocó a la pequeñina con su madre, Kirsty observó cómo Susie no dejaba de sonreír. Lo único que parecía importarle era su hijita.