Capítulo 3

– Es guapísimo.

Sentada en el borde de la cama de su hermana, Kirsty sabía a quién se estaba refiriendo Susie.

En la mesilla de noche había un plato vacío; se lo había comido todo. Dos tostadas y una tortilla de dos huevos. Y en aquel momento estaba tomando una taza de té.

– Sí que lo es -admitió Kirsty-. Pero te tengo que decir que me he dado cuenta de que se ha esforzado mucho en tu presencia. Eres una viuda muy glamurosa.

– Kirsty…

– Lo sé, lo siento.

La muerte de Rory todavía estaba muy reciente como para que su hermana siquiera pensara en que en algún futuro fuese a volver a sentir atracción sexual por alguien.

– No, pero tú… -dijo Susie pensativamente-. Kirsty, es un hombre extremadamente atractivo.

– Que tiene mujer e hija. O hijas.

– ¿Cómo lo sabes?

– Dijo que tenía que regresar a casa con sus chicas.

– ¡Caray! -Susie terminó de beberse el té y se acurrucó entre las mantas-. ¿Angus es agradable?

– Angus parece encantador.

Kirsty estaba muy contenta, ya que parecía que su hermana se interesaba por algo.

– Pensé que así sería. Rory me dijo que era muy especial. No me trajo a conocerle porque Kenneth era tan espantoso.

– ¿Por qué es Kenneth así?

– No lo sé -dijo Susie cansinamente-. Rory pensaba que era mentalmente inestable. Él convirtió la infancia de Rory en un infierno. Kenneth fue a América justo antes de que Rory muriera. Se presentó en nuestra puerta una noche y era… raro. Rory no dejó que se quedara. Salió a cenar con él, pero regresó muy agitado… en ese momento pensé que Rory nunca querría regresar a Australia. La única cosa buena que tenía en Australia, según podía ver yo, eran su tío Angus y su tía Deirdre. ¿Crees que Angus es realmente conde? ¿Por qué no me lo diría Rory?

– No tengo ni idea -dijo Kirsty-. ¿Te puedo tomar de nuevo la tensión antes de que te duermas?

– Si tienes que hacerlo. Pero estará baja.

Lo estaba. Y mucho. Mientras se la estaba tomando, a Susie se le comenzaron a cerrar los ojos.

– ¿Crees que nos podremos quedar aquí durante un tiempo? -Preguntó, adormilada.

Kirsty pensó que por qué no. Estaba el problema de su carrera médica en Estados Unidos, pero… tal vez tenía una carrera médica que seguir allí mismo.

Tenía dos pacientes y ambos la necesitaban… siempre y cuando vivieran…


Kirsty se acomodó en una habitación que era tan lujosa como la de Susie. Puso la alarma y comprobó dos veces durante la noche cómo estaban sus pacientes. Encontró a ambos dormidos y, a la mañana siguiente, comprobó que habían decidido vivir un poco más de tiempo. Les preparó té y tostadas, animándoles a que se lo tomaran. Le dio más morfina a Angus, y tras hacerlo, medio dormida, sin saber qué era real o qué era un sueño, se duchó en un cuarto de baño que no sólo tenía una araña de luces colgada del techo, sino que también tenía un retrato de la reina Victoria.

Se estaba secando los dedos de los pies cuando llamaron a la puerta. Eran las ocho de la mañana. Demasiado temprano para visitantes. El timbre volvió a sonar dos segundos después. Pensó que o Angus o Susie tratarían de ir a abrir.

Así que no le quedó más remedio que arroparse con una toalla y correr hacia la puerta.

Allí encontró a Jake y a Boris.

– Pensaba que tenías llave -dijo, frunciendo el ceño.

– Las llaves no son tan divertidas -respondió Jake, cometiendo la temeridad de sonreír.

Kirsty trató de cerrar la puerta, pero él se lo impidió con el pie, entrando en el castillo.

– Podía haber usado mi llave, pero no estaba seguro de en qué clase de bata te encontraría.

– Sí, me estaba paseando por la casa desnuda.

– ¿Ah sí? -Preguntó él con interés.

– ¿Tú qué crees? -Dijo ella, ruborizada, apartándose al ver que el perro olfateaba su toalla-. ¿Podrías controlar a tu chucho? Sólo llevo puesta esta toalla.

– No te preocupes por Boris -dijo, todavía sonriendo-. No tenías por qué pensar que sus intenciones eran deshonestas.

– ¿De qué raza es? -Preguntó Kirsty, distraída.

– Es único.

– ¿Exigiste tú los cruces para crearlo? -Preguntó.

– No es mi perro -contestó tras sonreír, resignado.

– Seguro que no -dijo ella al observar al perro apoyado contra la pierna de Jake con adoración.

– Bueno, no lo es desde hace mucho tiempo -explicó-. Boris era de uno de mis pacientes. La señora Pritchard era la maestra del pueblo, pero estaba jubilada desde hacía mucho tiempo cuando yo la conocí. Ella me presentó a Boris y yo le acaricié la oreja, gesto que hizo que me incluyera en su testamento y que el perro pasase a ser mío cuando ella murió hace seis meses.

– Le tenías mucho cariño a la señora Pritchard y al perro -dijo Kirsty.

– Quizá. ¿Cómo están nuestros pacientes?

– ¿Naciste aquí? -Preguntó ella, fascinada por aquel hombre y sin importarle estar vestida sólo con una toalla.

– No.

– ¿Desde hace cuánto que practicas la medicina en este lugar?

– Más o menos cuatro años.

– ¿Sólo cuatro años? ¿Y por qué demonios viniste?

– Me gustaba -dijo él a la defensiva.

– Lo siento. Sólo estaba preguntando -dijo, sonriendo a Boris-. ¿Cómo reaccionó tu esposa cuando de repente un día apareciste con Boris?

Aquello fue el final de las risas. La sonrisa que había estado esbozando él se borró de su cara.

– Necesito ponerme en marcha -dijo Jake, mirando su reloj-. Voy a ver a Angus. ¿Le gustaría a tu hermana verme también?

– Me gustaría que la vieras. Para serte sincera…

– Para serme sincera… ¿qué?

– Cuando vinimos a Australia, pensé que podría cuidar de ella. Pero médicamente he sido un desastre. Ser una cariñosa hermana y médico a la vez…

– No puedes hacer las partes que requieren ser muy severo -dijo él, dulcificándose levemente.

– Sí que soy severa -dijo ella, incómoda al estar sólo arropada con una toalla-. Le digo que no comer hace daño al bebé. Le digo que tiene que ser más optimista por el bebé y por ella misma.

– Y no funciona, ¿verdad?

– No -admitió Kirsty-. ¿Y cómo la voy a culpar? Recuerdo lo encantador que era Rory y me dan ganas de llorar. Así que imagínate cómo debe de ser para Susie.

– Entonces no has podido desconectar del trabajo.

– Para nada -dijo, arrepentida-. Ni siquiera un poco. Por eso me alegra mucho verte -respiró profundamente-. Hum… ¿asistes partos?

Entonces se creó un gran silencio y ella se percató de que no sabía qué iba a ocurrir con ellas.

– Estamos yendo demasiado rápido -dijo Jake.

– ¿Perdón?

– ¿Ha conocido ya Angus a Susie?

– No. Yo pensé…

– Vamos paso a paso, ¿está bien? -Dijo él, esbozando una sardónica sonrisa-. Lo primero es lo primero. El criterio de selección. ¿Sabes lo que sugiero que deberías hacer primero?

– ¿Qué?

– Vestirse decentemente -dijo Jake-. Vete a ponerte una camiseta o algo así mientras yo voy a ver a nuestros pacientes.


Kirsty salió de su estupenda habitación, todavía ruborizada, después de haberse vestido en un tiempo récord. Se oían voces en la habitación contigua; la habitación de Susie.

Para su asombro estaban todos allí. Susie estaba sentada en la cama y parecía interesada. Angus, sentado en la butaca de al lado de la cama, parecía que todavía tenía dificultades respiratorias, pero tenía mejor color que la noche anterior. Llevaba una botella de oxígeno consigo, adherida a la nariz mediante un tubito. Boris estaba tumbado en la cama, mirando a Susie con adoración mientras ésta le acariciaba las orejas. Jake estaba cerca de la ventana.

Todos estaban mirando a través de la ventana al jardín.

– No está floreciente -estaba diciendo Angus como si se fuera a acabar el mundo-. Si Spike se muere…

– ¿Tenemos otro paciente? -Preguntó Kirsty, desconcertada.

Todos se volvieron a mirarla.

– Eso está mejor -dijo Jake, al que le brillaron un poco los ojos al examinarla con la vista. Pero entonces agitó la cabeza-. O quizá quiero decir más seguro.

– ¿Quién es Spike? -Preguntó ella, ignorando aparentemente el comentario de Jake.

– La calabaza de Angus -respondió Susie.

– ¿Perdón? -Kirsty estaba perpleja.

– Él es un Queensland Blue -dijo Susie como si eso debiera aclararlo todo-. Mira ese huerto. ¿Has visto alguna vez alguno así?

Kirsty se acercó a la ventana y se asomó, preocupada de tener tres pacientes dementes a su cargo. Así como también un perro en el mismo estado.

Pero era cierto que era un huerto impresionante. Era enorme, lleno de verduras y árboles frutales.

– Guau -dijo débilmente.

– Has acertado con la expresión -dijo Susie, apartando las mantas de la cama-. Tengo que ir a verlo.

– ¿Crees que puedes ayudar en algo? -Preguntó Angus.

– Haré todo lo que pueda. Haremos pruebas para ver el estado de la tierra. Quizá esté demasiado húmeda. Me imagino que toda esta lluvia a principios de otoño no es normal, ¿no es así?

– Así es -respondió Angus, dubitativo-. Normalmente no llueve tanto.

– Entonces quizá podamos levantar toda la parra… lo suficiente para que le dé el sol por debajo. Eso debería ayudar mucho a la planta. Pero tenemos que tener cuidado. A estas alturas de la temporada, la humedad puede causar que las plantas se pudran.

– Podredumbre -dijo Angus como si le hubieran dicho que su hijo estaba gravemente enfermo.

– Lo siento. No quiero asustarte. Pero necesitamos salir y analizar qué ocurre.

– Pero tú estás embarazada, muchacha -dijo Angus, mirándola realmente preocupado y con la emoción reflejada en los ojos-. Llevas en tus entrañas al hijo de Rory.

– A Rory no le gustaría si me quedara aquí tumbada mientras la calabaza de su tío Angus se pudre -replicó Susie-. Kirsty, tienes que ayudar.

– Y tú -dijo Angus, volteándose y dándole un codazo a Jake en el estómago-. Me ayudaste a bajar a conocer a mi nueva sobrina sin siquiera tomar mi chaqueta y mis botas. Están empaquetadas en el fondo de mi armario. Bájamelas, buen chico.

– Sí, señor -dijo Jake… y sonrió.

Diez minutos después, Jake y Kirsty estaban de pie en la puerta de atrás, atentos a la principal cuestión médica del día, que era saber por qué Spike no estaba bien.

El paciente en cuestión era una enorme calabaza verde grisácea. Susie estaba apoyada en sus muletas, examinando la planta desde todos los ángulos junto con Angus, que estaba sentado sobre la botella de oxígeno.

– Hum… ¿tenemos o no tenemos un milagro ante nosotros? -Preguntó Jake.

– No te lo creas. Simplemente aguanta tu respiración, sujeta tu lengua y cruza todo lo que tengas.

– La capacidad de mantenerse en pie de Susie es mejor de lo que yo había pensado.

– Ya te lo dije ayer. Puede soportarlo, pero está inestable y no practica. Pero claro, la tierra aquí está tan blanda y fangosa que ha tenido que utilizar sus piernas.

– ¡Alabado sea Dios! -Dijo Jake-. Y… ¿dijiste que Susie era paisajista?

– Así es.

– Así que Angus tiene una sobrina política, embarazada de Rory, que comparte su pasión por la jardinería. Una sobrina que necesita hospedaje durante unas pocas semanas.

– Estás yendo demasiado lejos -dijo ella.

– ¿Sí? Dime que no miras a tu hermana y piensas que esto pueda funcionar.

– Es demasiado pronto para dar nada por sentado.

– Ayer tenías una hermana que no respondía ante nada y yo tenía un paciente que quería morirse. Y no veo que ahora se niegue a que le suministre oxígeno.

– Necesita la botella de oxígeno como asiento para el jardín -dijo, sonriendo-. Está bien, doctor Cameron, reconozco que hasta el momento lo has hecho muy bien.

– La mayoría de los médicos australianos sabemos lo suficiente como para recetar calabazas para un fallo pulmonar en avanzado estado y para una depresión profunda -dijo él, sonriendo a su vez-. ¿Todavía no ha llegado esa práctica a Estados Unidos?

Kirsty se rió mucho y miró a su hermana, pensando que aquello podría funcionar.

– Oye, Angus, había arreglado todo para que ingresaras en la residencia de ancianos esta mañana -gritó Jake.

Entonces, los dos inspectores de calabaza se dieron la vuelta con idéntica expresión de confusión.

– ¿Residencia? -Dijo Angus. Pero entonces lo recordó y la expresión de su cara se ensombreció-. Oh, sí. Eso es -se dirigió a Susie como para explicarse-. Accedí a ir.

– ¿Por qué vas a ir a una residencia de ancianos? -Preguntó Susie, estupefacta.

– Ya es hora de que lo haga, muchacha. No puedo quedarme aquí. El médico viene a verme dos veces al día y no puede seguir haciéndolo indefinidamente.

– Angus tiene fibrosis pulmonar en un estado muy avanzado -dijo Jake gravemente-. No puede estar aquí solo durante más tiempo.

– Fibrosis pulmonar… ¿quiere eso decir que te estás muriendo? -Exigió saber Susie, poniéndose aún más pálida de lo que ya estaba.

– No importa -dijo Angus, inquieto-. Todos nos marchamos antes o después.

– No tan pronto como tú pretendes hacerlo -dijo Jake claramente-. Ya te lo he dicho. Con fisioterapia, oxígeno y analgésicos podrías tener años de vida por delante, sobre todo si accedes a que se te implante un bypass.

– Yo no quiero años. ¿Qué haría yo con tantos años por delante?

– Podrías plantar calabazas más grandes -dijo Susie como loca-. Angus, te acabo de conocer y te pareces a mi Rory al hablar. Eres su tío. Si te mueres, entonces no tendré a nadie. ¿Te gustaría que nos quedáramos?

Aquello impresionó a Kirsty; ver a su hermana tomar la primera decisión desde la muerte de Rory era muy alentador. Ni siquiera había sido capaz de decidir qué ponerse por las mañanas.

– Sólo podríamos quedarnos si el doctor Cameron se encargara de tu parto -dijo a la tentativa.

– Normalmente mando a Sidney a las mujeres embarazadas dos semanas antes de que salgan de cuentas -dijo el doctor, sonriendo.

– ¿Por qué? -Preguntó Susie.

– Un profesional médico en solitario no es lo ideal para asistir un parto. Si necesitas una cesárea, yo necesitaría un anestesista.

– Eso es fácil. Kirsty me puede poner la anestesia. Pero bueno, seguro que no la necesitaré. Pretendo tener un parto natural. ¿Es ése el único problema? -Susie volvió a mirar a Angus-. ¿Está bien si nos quedamos? Estamos apalancadas. Yo vine a Australia a conocerte, pero estaba demasiado cerca de salir de cuentas y ahora ninguna compañía aérea me llevaría a casa. Así que si tú necesitas a alguien que se quede aquí, yo necesito algún lugar donde quedarme… podríamos trabajar con esta calabaza.

– ¿Qué está ocurriendo aquí? -Preguntó Jake, mirando a Susie y Angus-. Todo está ocurriendo demasiado rápido.

– Susie está desesperada por esto.

– No comprendo.

– Ella no tenía nada -explicó Kirsty-. Rory siempre fue muy ambivalente sobre su entorno. Decía que nunca se había llevado bien con sus padres y sabíamos que su hermano lo odiaba. Llegó a América queriendo romper con su pasado, y lo logró no hablando sobre su familia. A la única persona que mencionaba era a su tío Angus, pero sólo de pasada… nunca hablaba mucho de él. Y cuando Susie sugirió que vinieran a visitar su tierra, él se horrorizó. Era como si hubiese decidido que Susie era su única familia. Entonces él murió y a Susie no le quedó nada; no había nadie más que le llorara. Era casi como si Rory no hubiese existido. Y ahora Susie ha encontrado al tío de Rory, que es encantador y la necesita, y te apuesto que ella está pensando que Rory querría que se quedara. Y no te puedes imaginar qué bendición supone eso.

Kirsty dejó de hablar, a punto de llorar.

– De todas maneras, tú lo has hecho muy bien -dijo, restregándose los ojos.

– Lo he hecho bien para ser un médico australiano -dijo él, bromeando.

– No estoy llorando -dijo ella, ruborizada-. Yo no lloro. Es sólo que…

– Alergia al polen -se apresuró a decir Jake-, causada por la calabaza. ¿Quieres que te recete un antihistamínico?

– Estoy bien.

Entonces miró a su hermana, que había abandonado las muletas y estaba sentada en un poyete de piedra que había al lado del huerto. Estaba hablando animadamente sobre el estiércol.

– ¿Podría Susie dar a luz aquí?

– No es lo ideal -dijo el médico-. Normalmente diría que no. Pero si estamos sopesando los pros y contras, diría que ganan los pros. ¿No te parece, doctora McMahon?

– Quizá.

– ¿Qué clase de médico eres?

– Una estadounidense -espetó-. Tú eres médico de familia, ¿verdad?

– De medicina general. Pero tengo práctica en cirugía.

– ¿Tienes un anestesista?

– Ahora mismo no. El viejo Joe Gordon era anestesista, pero murió hace seis meses.

– Lo que explica la cantidad de trabajo que tienes.

– Así es. ¿Y tú?

– Trabajo en un hospicio. En uno muy grande.

– Eres médico de cuidados paliativos.

– Hum… no.

– ¿No?

– Mi especialidad es anestesiar -confesó-. Si quieres anestesia en la espina dorsal, soy tu hombre.

Kirsty observó cómo él se quedó perplejo.

– Pero no nos hagamos ideas preconcebidas -dijo ella a toda prisa-. Yo estoy aquí para cuidar de mi hermana.

– ¿Te interesan mucho las calabazas?

– No mucho -confesó Kirsty, sonriendo-. Les hace falta un poco más de conversación.

– Entonces quizá me podías ayudar.

– ¿Cómo podría hacerlo? -Preguntó, mirando a su hermana-. Tengo que estar aquí con Susie. Y con Angus. Tú mismo dijiste que no se puede dejar solo a Angus. Lo mismo ocurre con Susie. Así que eso me deja…

– Encerrada en un castillo -dijo él, sonriendo. Pero tenía que intentarlo-. Quizá podrías ayudarme -dijo de nuevo.

– ¿Cómo podría hacerlo?

– Yo estoy desesperado.

– No lo pareces.

– Tengo una manera de ocultar mi desesperación con indiferencia.

– ¿Indiferencia? Como salsa de tomate pero más gruesa.

Jake sonrió abiertamente y ella tuvo que admitir que le encantaba cuando él sonreía. Pero se dijo a sí misma que tenía que recordar que aquel hombre estaba casado y con hijas…

– ¿Y cómo estás de desesperado exactamente?

– Bastante desesperado.

– Yo puedo ocuparme de Angus.

– Él necesita una enfermera -dijo Jake-. Pero yo estaba pensando…

– ¡Guau! ¿Puedo mirar?

– Ya está bien de impertinencias -dijo él, sonriendo de nuevo-. Tengo una idea.

– ¡Otra!

– Cállate -ordenó Jake, al que se le había borrado la tensión de la cara.

– Cuéntame tu idea -pidió ella, sonriendo a su vez.

– Mis chicas… -comenzó a decir con cautela.

Kirsty sintió celos de su familia y se le quitaron las ganas de sonreír.

– Dime qué ocurre con tus chicas -logró decir.

– Tengo un ama de llaves.

– Eso está bien.

– Lo está -dijo él-. Pero se pone incluso mejor. Margie Boyce es una enfermera cualificada. Tiene sesenta y algo pero es muy competente. Podría venir aquí durante el día y quedarse con Angus y Susie.

– ¿Te las puedes apañar sin ella?

– No, pero…

– ¿Qué ocurriría con tus hijas?

– Ése es el tema -dijo él pacientemente-. Ellas podrían venir también.

– ¿Tus hijas podrían venir aquí?

– Eso es.

– ¿Y tu esposa?

– Yo no tengo ninguna esposa.

Se creó un momento de silencio.

– ¿No tienes esposa?

– No.

– Pero sí tienes hijas.

– Realmente eres entrometida.

– Lo soy -estuvo de acuerdo Kirsty, sonriendo.

Parecía que la sonrisa de ella tomó por sorpresa a Jake, que se quedó mirándola como sin saber qué pensar de ella.

– Estoy divorciado -aclaró finalmente él a regañadientes.

– ¿Cuántos años tienen tus hijas?

– Cuatro.

– ¿Las dos?

– Son gemelas.

– Los gemelos son estupendos -dijo Kirsty, esbozando una sonrisa.

Jake la miró de reojo. Ella dejó de sonreír y apartó la mirada.

– Laurel y yo nos conocimos en la facultad de Medicina. Yo me especialicé en Cirugía y ella, en Radiología. Ahora, ni siquiera estoy seguro de por qué nos casamos. Creo que ambos estábamos demasiado ocupados con nuestras carreras como para fijarnos en otras personas. Los dos éramos muy ambiciosos… y nuestro matrimonio parecía más una excusa para celebrar una fiesta que otra cosa. Pero entonces Laurel se quedó embarazada.

– ¿No fue un embarazo planeado? -Preguntó Kirsty cuidadosamente.

– Desde luego que no fue planeado. Para Laurel fue un desastre. Simplemente siguió adelante con el embarazo porque creyó que desde que naciera el bebé lo llevaríamos a la guardería -dudó un poco-. Y quizá yo accedí a ello. Yo había sido hijo único y no sabía nada de bebés. Pero entonces… nacieron Alice y Penelope.

– Y se convirtieron en unas personitas.

– Yo sentía amor hacia ellas -admitió él-. Eran mis chicas. Pero la realidad de tener gemelas horrorizó a Laurel. Odiaba cada detalle de nuestra nueva vida y odiaba el efecto que las gemelas tenían en mí. Me dio un ultimátum… o contratábamos a una niñera que viviera en la casa o ella se marchaba. Yo tenía que volver a retomar la vida que teníamos antes de tener hijos. Así que me vi forzado a elegir. Laurel o las gemelas. Pero ella misma sabía mi respuesta incluso antes de plantearme el ultimátum. Las chicas son… demasiado importantes como para abandonarlas al cuidado permanente de otra persona. Ése fue el final de nuestro matrimonio. Laurel se marchó al extranjero con un neurocirujano cuando las gemelas tenían sólo seis meses. No ha regresado.

– ¿Qué hiciste?

– Me mudé al campo -respondió Jake, casi desafínate-. Mi carrera en Sidney era muy dinámica. Sabía que iba a estar muy poco tiempo con las gemelas si me quedaba allí, y tenía una noción romántica de que la vida como médico de pueblo me dejaría mucho tiempo libre con las niñas…

– Y no ha sido exactamente así, ¿verdad?

– Pues no. Pero el problema es que me encanta. La gente es estupenda. Todos quieren a Alice y a Penelope. Quizá no me vean tanto como yo esperaba, pero tienen una magnífica compensación.

– ¿Y tú? ¿Tú tienes compensación?

– Ahora estamos tratando temas demasiado personales. La única razón por la que te estoy contando todo esto es por Margie Boyce. Como ya te he dicho, aparte de ama de llaves, es enfermera. También ejerce de niñera para mí. Está casada con Ben, que era paisajista antes de que su artritis empeorara. Ben y Angus son viejos amigos. En el pasado le sugerí a Angus que Margie y Ben se quedaran aquí, pero está claro que se negó. Sabe que Margie cuida de mis niñas, y entonces yo necesitaría encontrar otra persona que lo hiciera. Pero ahora… -Jake miró esperanzado a las dos cabezas que estaban hablando sobre calabazas-. Si le decimos a Angus que una de las condiciones para que Susie se quede aquí es que Margie venga a cuidarla durante el día… y que traiga las niñas… quizá accediera.

– Eso me dejaría a mí desocupada -dijo ella al pensar en ello.

– Eso te dejaría a ti trabajando conmigo -dijo Jake sin rodeos-. Lo he pensado todo para que no te aburras.

– No creo que pueda trabajar aquí -dijo ella, que pensó que allí acabaría también aburriéndose como le había ocurrido en Sidney-. ¿No necesitaría inscribirme y un seguro médico?

– Esta zona está catalogada como comunidad remota. Muy remota. Eso quiere decir que el gobierno está agradecido con cualquiera que trabaje aquí -miró su reloj-. Todavía es por la tarde en Estados Unidos. Si me das una lista de tus títulos y un número de teléfono del hospital en el que has estado trabajando, te puedo conseguir una acreditación para que comiences a trabajar ahora mismo. ¡Y quiero decir ahora mismo!

– Realmente me quieres aquí -dijo Kirsty, turbada.

– Realmente te quiero -Jake dudó un momento-. Como médico.

– Desde luego -dijo ella recatadamente-. ¿Qué otra cosa podrías haber querido decir? Pero… traer aquí a todo el mundo… ¿Qué dirá Angus?

– Se lo plantearé a Angus como un hecho consumado. Tú quieres trabajar conmigo. Él quiere que Susie se quede aquí, pero Susie no se puede quedar a no ser que Margie se quede con ella. Y Margie no se puede quedar aquí a no ser que las gemelas vengan con ella. Y Ben también.

Jake continuó hablando, dejando de sonreír para mostrar la seriedad del asunto.

– Este lugar ha sido como una tumba. Desde que Deirdre murió, Angus se ha encerrado en sí mismo, esperando que a él también le llegara la muerte. Pero tiene mucho por lo que vivir y quiero que se dé cuenta. Si puedo abrir las puertas, traer a su viejo amigo Ben, a Margie para que lo cuide y a las gemelas para que llenen el castillo de risas y juegos, junto con Susie y un pequeñín que le darán de nuevo una familia… ¿No crees que quizá eso se equipare a cualquier antidepresivo, doctora McMahon? ¿Para Susie tanto como para Angus? ¿Qué piensas?

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