El intruso

El susto me hizo abrir los ojos. Estaba tan fatigada y confusa que dudaba de si estaba dormida o despierta.

Alguien volvió a arañar el cristal de la ventana levantando un sonido chirriante y estridente.

Salí a trompicones de la cama, confusa y patosa. Parpadeé en mi intento de enjugar las lágrimas de mis ojos.

Una gran silueta oscura se bamboleaba de un lado a otro del cristal, se movía como si fuera a lanzarse contra el cristal y atravesarlo. Retrocedí estupefacta y aterrada, a punto de gritar.

Victoria.

Había venido a por mí.

Estaba muerta.

¡No, Charlie también, no!

Refrené el grito que iba a proferir. Debía conseguir que todo se desarrollara en silencio. No sabía cómo, pero tenía que evitar que Charlie acudiera a investigar…

Entonces, la figura sombría emitió una voz hosca que conocía muy bien.

– ¡Bella! -bisbiseó-. ¡Ay! ¡Maldita sea, abre la ventana! ¡Ay!

Estaba temblando de terror, por lo que necesité dos segundos antes de ser capaz de moverme, pero luego me apresuré a acudir a la ventana y abrirla a empellones. La escasa luminosidad que alumbraba las nubes me bastó para identificar la silueta.

– ¿Qué haces? -pregunté jadeando.

Jacob colgaba precariamente de la pícea que crecía en el pequeño patio delantero de Charlie. Su peso había inclinado el árbol hacia la casa y ahora pendía a menos de un metro de mí y a seis metros del suelo. Las finas ramas del extremo del árbol arañaban la fachada de la casa con un chirrido crispante.

– Intento cumplir… -resopló mientras cambiaba de posición su peso cada vez que el árbol le zarandeaba- mi promesa.

Tenía los ojos húmedos y borrosos. Parpadeé, repentinamente convencida de que seguía soñando.

– ¿Desde cuándo has prometido matarte cayéndote desde la copa del árbol de Charlie?

Bufó al no encontrar gracioso el comentario al tiempo que hacía oscilar las piernas para incrementar el ritmo de balanceo.

– Apártate de ahí -me ordenó.

– ¿Qué?

Volvió a mover las piernas -hacia atrás y hacia delante- y aumentó el impulso. Entonces comprendí lo que se proponía.

– ¡No, Jake!

Pero ya era demasiado tarde, por lo que me hice a un lado, Se lanzó hacia mi ventana abierta tras proferir un gruñido.

Estuve a punto de volver a chillar, ya que temí que se matara en la caída, o al menos se lisiara al golpearse contra el revestimiento exterior. Me quedé pasmada cuando entró en mi habitación de un ágil salto para luego aterrizar sobre la parte anterior de la planta del pie con un ruido sordo.

Los dos nos miramos de inmediato mientras conteníamos la respiración a la espera de saber si Charlie se había despertado Transcurrieron unos breves instantes de silencio hasta que es cuchamos los apagados ronquidos de mi padre.

Una enorme sonrisa se fue extendiendo por su rostro lentamente. Parecía muy complacido consigo mismo. No era la sonrisa que yo conocía y adoraba, era una sonrisa nueva -una burla amarga de su antigua franqueza- en el rostro que había pertenecido a Jacob.

Aquello fue demasiado para mí. Había llorado hasta quedarme dormida por culpa de aquel muchacho. Su severo rechazo había abierto un nuevo agujero en lo que quedaba de mi pecho. Había dejado a su paso una nueva pesadilla, como una infección en una llaga supurante, el insulto después de la herida. Y ahora estaba en mi habitación con su sonrisa de auto-complacencia como si nada hubiera pasado. Y peor aún, aunque su llegada había sido aparatosa y torpe, me había recordado las noches en que Edward solía entrar a hurtadillas por la ventana. El recuerdo hurgó ferozmente en las heridas abiertas.

Todo esto, unido al hecho de que estaba hecha polvo, no me ponía de muy buen humor.

– ¡Vete! -mascullé con toda la malevolencia de la que fui capaz.

Parpadeó. Se quedó en blanco a causa de la sorpresa.

– No -protestó-, vengo a presentarte mis disculpas.

– ¡No las acepto!

Le empujé para intentar echarle por la ventana. Después de todo, si era un sueño, no podía hacerle daño de verdad. No le moví ni un centímetro. Enseguida dejé caer mis manos y me alejé de él.

No llevaba siquiera una camiseta, a pesar de que el aire que entraba por la ventana era lo bastante fresco como para hacerme tiritar. Ponerle las manos en el pecho me hizo sentir incómoda. La piel le ardía, como la cabeza la última vez que le toqué. Era como si siguiera griposo y con fiebre.

Pero no tenía aspecto de estar enfermo. Parecía enorme. Se inclinó sobre mí, cohibido por la furiosa reacción. Era tan grande que tapaba toda la ventana.

De pronto, fue más de lo que pude soportar. Me sentí como si el efecto de todas las noches en vela se me echara encima de sopetón. Estaba tan terriblemente cansada que pensé que me iba a desmayar allí mismo. Me tambaleé con paso vacilante y luché por mantener los ojos abiertos.

– ¿Bella? -susurró Jacob con ansiedad.

Me tomó por el codo cuando volví a tambalearme y me guió de vuelta a la cama. Las piernas cedieron en cuanto llegué al borde y me dejé caer de cualquier manera encima del colchón.

– Eh, ¿estás bien? -preguntó Jacob. La preocupación pobló su frente de arrugas.

Alcé los ojos. Las lágrimas aún no se habían secado en mis mejillas.

– ¿Por qué rayos iba a estar bien, Jacob?

La angustia sustituyó buena parte de la severidad de su rostro.

– Cierto -admitió; respiró hondo-. Mierda, bueno, yo… Lo siento, Bella.

Yo no albergaba duda alguna de la sinceridad de la disculpa, aunque una crispación airada deformaba sus facciones.

– ¿Por qué has venido? No quiero tus disculpas, Jake.

– Lo sé -susurró-, pero no podía dejar las cosas como quedaron esta tarde. Fue horrible. Perdona.

Sacudí la cabeza cansinamente.

– No comprendo nada.

– Lo sé. Quiero explicártelo… -de pronto, se calló y se quedó boquiabierto, como si se le hubiera cortado la respiración. Luego, volvió a respirar hondo-. Quiero hacerlo, pero no puedo -dijo, aún enojado-, y nada me gustaría más.

Dejé caer la cabeza entre las manos, que amortiguaron mi pregunta:

– ¿Por qué?

Permaneció en silencio durante un momento. Ladeé la cabeza para verle la expresión -estaba demasiado cansada para mantenerla erguida- y me quedé asombrada. Tenía los ojos entrecerrados, los dientes prietos y el ceño fruncido por el esfuerzo.

– ¿Qué pasa? -pregunté.

Espiró pesadamente y me di cuenta de que también había estado conteniendo la respiración.

– No puedo hacerlo -murmuró con frustración.

– ¿Hacer qué?

Ignoró mi pregunta.

– Mira, Bella ¿no has tenido nunca un secreto que no hayas podido contar a nadie?

Pensé de inmediato en los Cullen. Él me miró dándome a entender que lo sabía. Esperaba que mi expresión no pareciera demasiado culpable.

– ¿No hay nada que hayas ocultado a Charlie, a tu madre…? -insistió-. ¿Algo de lo que no hayas hablado ni siquiera conmigo? ¿Incluso ahora?

Sentí que se me tensaban los ojos. No respondí a la pregunta, pero supe que él lo interpretaría como una confirmación.

– ¿Entiendes que tal vez me encuentre en la misma clase de… situación? -no encontraba las palabras y parecía esforzarse por expresarse de forma adecuada-. A veces, la lealtad se interpone en tus deseos. A veces, un secreto no te pertenece y no lo puedes revelar.

Bueno, eso no lo iba a discutir. Para ser exactos, tenía razón. Yo poseía un secreto que no era libre de contar, más aún, un secreto que me sentía obligada a proteger. Un secreto del que, de pronto, Jacob parecía saberlo todo.

Seguía sin ver la forma de aplicar aquello a él, a Sam o a Billy, ¿Qué importancia tenía para ellos ahora que los Cullen se habían ido?

– No sé por qué has venido, Jacob, si vas a limitarte a ofrecerme acertijos en vez de explicaciones.

– Lo siento -susurró-. ¡Menuda frustración!

Nos miramos el uno al otro durante bastante tiempo en la penumbra de la habitación con la desesperación escrita en el rostro.

– Lo que me mata -dijo de repente- es que en realidad ya lo sabes, ¡te lo conté todo!

– ¿De qué me hablas?

Dio un respingo de sorpresa para luego inclinarse sobre mí, mientras su expresión pasaba de la desesperanza a una centelleante energía en un segundo. Me miró implacablemente a los ojos y me habló deprisa y con avidez. Pronunció las palabras junto a mi rostro. Su aliento abrasaba tanto como su piel.

– Me parece haber encontrado la forma de que esto funcione… ¡porque ya lo sabes, Bella! No te lo puedo decir, pero tú sí puedes adivinarlo. ¡Eso me sacaría del atolladero!

– ¿Quieres que lo adivine? ¿Qué he de adivinar?

¡Mi secreto! Puedes hacerlo porque conoces la respuesta.

Parpadeé dos veces mientras intentaba aclarar las ideas, Entonces, su rostro volvió a crisparse por el esfuerzo.

– ¡Un momento, a ver si te puedo echar un cable! -dijo. Fuera lo que fuera que intentara, resultaba tan arduo que acabó jadeando.

– ¿Un cable? -pregunté, tratando de mantener el contacto. Mis labios querían permanecer sellados, pero les obligué a abrirse.

– Sí -contestó, respirando con dificultad-. Algo así como pistas.

Tomó mi rostro entre sus manazas demasiado cálidas y lo sostuvo a escasos centímetros del suyo. Me miró a los ojos mientras hablaba en susurros, parecía que comunicase algo más que las palabras que pronunciaba.

– ¿Recuerdas el día que nos conocimos en la playa de La Push?

– Por supuesto que sí.

– Háblame de ello.

Tomé aliento e intenté concentrarme.

– Me preguntaste por mi monovolumen…

Asintió con la cabeza al tiempo que me instaba a continuar.

– Charlamos sobre el Golf.

– Sigue.

– Fuimos a dar un paseo por la playa…

Mientras hacía memoria, el contacto con las palmas de sus manos iba calentando mis mejillas, aunque él no se percataba al tener tan alta la temperatura de la piel. Le había pedido que caminara conmigo para luego flirtear con él -con tanta torpeza como éxito- a fin de sonsacarle información.

Jacob asentía, ansioso porque continuara.

Mi voz apenas era audible.

– Me contaste historias de miedo, leyendas quileutes…

Cerró los ojos para reabrirlos de nuevo.

– Sí -respondió en tensión, febril, como si se encontrara al borde de algo de vital importancia. Habló despacio, pronunciando con cuidado cada palabra-. ¿Recuerdas lo que te dije?

Tuvo que ser capaz de ver el cambio de color de mi rostro incluso en la oscuridad. ¿Cómo lo iba a olvidar? Sin darse cuenta de lo que hacía, Jacob me había contado exactamente lo que necesitaba saber ese día, que Edward era un vampiro…

Me miró con los ojos de quien sabe mucho y me dijo:

– Piensa, haz un esfuerzo.

– Sí, me acuerdo -exhalé.

Inhaló profundamente mientras se debatía.

– ¿Recuerdas todas las histo…? -no fue capaz de terminar la pregunta. La mandíbula le colgó y quedó con la boca abierta, como si se hubiera atragantado.

– ¿Todas las historias? -inquirí.

Asintió en silencio.

Sacudí la cabeza. Sólo una de las historias importaba de verdad. Sabía que él había comenzado con otras, pero no recordaba el preludio intrascendente, y menos con la mente nublada por la fatiga. Comencé a sacudir la cabeza.

Jacob gimió y saltó de la cama. Presionó sus puños contra las sienes y empezó a respirar agitado y deprisa.

– Lo sabes, lo sabes -murmuró para sí.

– ¿Jake? Jake, por favor, estoy derrengada. En este momento no tengo la cabeza para nada. Tal vez por la mañana…

Recuperó una respiración acompasada y asintió.

– Tal vez lo comprendas luego. Creo adivinar por qué sólo te acuerdas de una historia -añadió con sarcasmo y amargura mientras se dejaba caer en el colchón a mi lado-. ¿Te importa que te haga una pregunta al respecto? -inquirió, aún sardónico-. Me muero de ganas por saberlo.

– ¿Una pregunta sobre qué? -repuse, a la defensiva.

– Sobre la historia de vampiros que te conté.

Le miré con cautela, incapaz de responder, pero, de todos modos, formuló la pregunta.

– Sinceramente, ¿no lo sabías? -su voz se tornó ronca-. ¿Fui el único que te reveló qué era él?

¿Cómo sabía eso? ¿Por qué había decidido creer? ¿Y por qué ahora? Me rechinaron los dientes mientras le devolvía la mirada sin intención de contestar. Él se dio cuenta.

– ¿Entiendes ahora a qué me refiero cuando hablo de lealtad? -musitó con voz aún más ronca-. A mí me ocurre lo mismo, sólo que peor. No te haces idea de cuáles son mis ataduras…

Aquello no me gustaba. No me gustaba la forma en que cerraba los ojos, como si le doliera la simple mención de sus lazos; más que disgusto, comprendí que lo que yo sentía era odio, odiaba cualquier cosa que le hiciera daño. La odiaba con ferocidad.

El rostro de Sam ocupó mi mente.

Para mí, en lo esencial, el sentimiento de lealtad era algo voluntario. Más allá del amor, protegía el secreto de los Cullen sin que me lo hubieran exigido, eso era cierto, pero no parecía ser igual en el caso de Jacob.

– ¿No hay ninguna forma de que te liberes? -le pregunté mientras le acariciaba la dura superficie de su pelo rapado.

Le temblaron las manos, pero siguió sin abrir los ojos.

– No, estoy metido en esto de por vida. Es una condena eterna -soltó una risotada triste-. Tal vez, incluso más larga.

– No, Jake -gemí-. ¿Qué te parece si nos escapamos? Tú y yo. ¿Qué te parece si dejamos atrás nuestras casas… y a Sam?

– No es algo de lo que yo pueda huir, Bella -susurró-, aunque me fugaría contigo si pudiera -ahora también le temblaban los hombros. Respiró hondo-. Bueno, debo irme.

– ¿Por qué?

– En primer lugar, parece que vas a quedarte traspuesta de un momento a otro. Necesitas dormir… Necesito que te pongas las pilas. Vas a averiguarlo, debes hacerlo.

– ¿Y el segundo motivo?

Torció el gesto.

– Tengo que irme a escondidas. Se supone que no debo verte. Estarán preguntándose dónde estoy -esquinó la sonrisa-. Imagino que habré de dejar que se enteren.

– No tienes que decirles nada -susurré.

– De todos modos, lo haré.

El fuego de la ira prendió en mi interior.

– ¡Los odio!

Jacob me miró con los ojos muy abiertos, sorprendido.

– No, Bella, no odies a los chicos. No es culpa de Sam ni de los demás. Como ya te he dicho, se trata de mí… Sam es un tío muy legal, tope guay. Jared y Paul son también grandes tipos, aunque Paul es un poco… Y Embry siempre ha sido mi amigo. Eso no ha cambiado, es lo único que no ha cambiado. Me siento realmente mal cuando recuerdo lo que pensaba de Sam…

¡¿Que Sam era tope guay?! Le clavé la mirada, atónita, pero pasé por alto el asunto.

– Entonces, ¿por qué se supone que no debes verme? -inquirí.

– No es seguro -masculló y miró al suelo.

Sus palabras me hicieron estremecer de miedo.

¿También estaba al corriente de eso? Nadie lo sabía, excepto yo, pero tenía razón… Era bien entrada la madrugada, una hora perfecta para la caza. Jacob no tendría que estar en mi habitación. Debía estar sola si alguien venía a buscarme.

– Si pensase que era demasiado… arriesgado -cuchicheó-, no hubiera venido, pero te hice una promesa, Bella -volvió a mirarme-. No tenía ni idea de lo difícil que iba a ser cumplirla, aunque eso no significa que no vaya a intentarlo.

Leyó la incomprensión en mis facciones.

– Después de esa estúpida película -me recordó-, te prometí que jamás te haría daño… Estuve a punto de estropearlo todo esta tarde, ¿verdad?

– Sé que no querías hacerlo, Jake. Está bien.

– Gracias, Bella -me tomó de la mano-. Voy a hacer cuanto pueda por estar contigo, tal y como prometí -de pronto, me dedicó una gran sonrisa, una sonrisa que no era la mía, ni la de Sam, sino una extraña combinación de ambas-. Ayudaría mucho que lograras averiguarlo por tu cuenta, de verdad, Bella. Haz un esfuerzo.

Esbocé una débil mueca.

– Lo intentaré.

– Y yo intentaré verte pronto -suspiró-. Querrán hacerme hablar de esto.

– No los escuches.

– Haré lo que pueda -meneó la cabeza, como si dudara de tener éxito en esa tarea-. Ven a decírmelo tan pronto como lo hayas deducido -entonces, debió de ocurrírsele algo, algo que le provocó un temblor en las manos-. Bueno… si es que luego quieres venir.

¿Y por qué no iba a querer?

El rostro de Jacob se endureció y se volvió frío. Ése era el uno por ciento que pertenecía a Sam.

– Se me ocurre una excelente razón -repuso con tono áspero-. Mira, tengo que irme, de verdad. ¿Podrías hacer algo por mí?

Me limité a asentir, asustada por el cambio que se había operado en él.

– Telefonéame al menos si no quieres volver a verme. Házmelo saber si fuera ése el caso.

– Eso no va a suceder…

Me interrumpió alzando una mano.

– Tú limítate a decírmelo.

Se puso de pie y se encaminó hacia la ventana.

– No seas idiota -protesté-. Vas a romperte una pierna. Usa la puerta. Charlie no te va a atrapar.

– No voy a hacerme ningún daño -murmuró, pero se volvió hacia la puerta.

Vaciló mientras pasaba junto a mí, sin dejar de mirarme con una expresión que indicaba que algo le atormentaba. Me tendió una mano con gesto de súplica.

Tomé su mano y de pronto tiró de mí -con demasiada brusquedad- hasta sacarme de la cama y chocar con un golpe sordo contra su pecho.

– Por si acaso -murmuró junto a mi pelo mientras me estrechaba entre sus brazos con tal fuerza que estuvo a punto de romperme las costillas.

– No puedo… respirar… -dije con voz entrecortada.

Me soltó de inmediato, pero retuvo un brazo a la altura de la muñeca para que no me cayera al suelo. Me dio un empujoncito -esta vez con más delicadeza- para hacerme caer sobre la cama.

– Duerme algo, Bella. Tienes que tener la mente despejada. Sé que lo vas lograr. Necesito que lo comprendas. No te quiero perder, Bella, no por esto.

Se plantó en la puerta de una zancada, la entreabrió con sigilo y desapareció por la abertura. Agucé el oído para detectar el escalón que crujía en las escaleras, pero no se escuchó nada.

Me tendí en la cama con la cabeza dándome vueltas. Estaba rendida y demasiado confusa. Cerré los ojos en un intento de que todo tuviera sentido, sólo para sumirme en la inconsciencia con tal rapidez que me desorienté.

No disfruté del sueño pacífico y sin pesadillas que tanto anhelaba, por supuesto que no. Me encontraba en el bosque una vez más y comencé a deambular por el camino de siempre.

Enseguida me percaté de que no era el sueño habitual. Por una parte, no me sentía obligada a vagabundear ni a buscar. Anduve sin rumbo fijo por una cuestión de simple hábito, ya que eso era lo que se esperaba de mí. De hecho, ni siquiera era el mismo bosque. El olor y la luz eran diferentes. No olía a tierra húmeda, sino a agua salada marina. No podía ver el cielo, pero aun así, a juzgar por el brillo jade de las hojas de las copas de los árboles, parecía que el sol estaba cayendo a plomo.

No tenía duda alguna de que la playa se hallaba cerca. Ése debía de ser el bosque cercano a La Push. Supe que podría ver el sol si era capaz de encontrar la playa, por lo que me apresuré a avanzar guiada por el débil sonido de las olas a lo lejos.

Jacob apareció en ese momento. Me aferró la mano y tiró de mí para llevarme a la parte más umbría del bosque.

– ¿Qué ocurre, Jacob? -le pregunté. Su rostro era el de un niño asustado y de nuevo lucía su hermosa melena recogida en una coleta a la altura de la nuca. Tiraba de mí con todas sus tuerzas, pero yo me resistía porque no quería adentrarme en la zona sombría.

– Corre, Bella, debes correr -susurró aterrado.

La sensación de déjà vu fue tan fuerte y repentina que estuve a punto de despertarme.

Ahora sabía por qué había reconocido aquel lugar; había estado allí antes, en otro sueño, hacía un millón de años, en una etapa de mi vida totalmente distinta. Aquél era el sueño que había tenido la noche posterior a pasear con Jacob por la playa, la primera noche en que supe que Edward era un vampiro.

El hecho de que Jacob me hubiera hecho recordar ese día debía de haber sacado a relucir mis recuerdos enterrados.

Ahora me había distanciado del sueño, por lo que me limité a esperar que continuara. Una luz se acercó a mí desde donde debía de estar la playa. Edward aparecería entre los árboles al cabo de unos instantes; entonces, vería su tez reluciente y sus peligrosos ojos negros. Me haría señas y me sonreiría. Le vería hermoso como un ángel con los colmillos cortantes y puntiagudos…

… pero me estaba anticipando a los acontecimientos. Antes tenía que pasar algo más.

Jacob me soltó la mano y profirió un grito. Se desplomó a mis pies temblando y sufriendo espasmos.

– ¡Jacob! -chillé, pero había desaparecido…

… y en su lugar había un enorme lobo de pelaje rojizo e inteligentes ojos oscuros.

El sueño dio un vuelco, por supuesto, como el de un tren que salta sobre la vía.

Aquél no era el mismo lobo con el que había soñado en mi anterior vida, sino el de pelambrera rojiza que había tenido a quince centímetros de mí en el prado hacía exactamente una semana. Este lobo era gigante, monstruoso, más grande que un oso.

Me miraba fija e intensamente mientras intentaba transmitir una información vital con sus inteligentes ojos, los ojos de color castaño oscuro de Jacob Black.

Me desperté gritando con toda la fuerza de mis pulmones.

Estaba medio convencida de que esta vez Charlie iba a venir a echar un vistazo. No era mi grito habitual. Enterré la cabeza en la almohada e intenté controlar los alaridos de mi ataque de histeria. Apreté el rostro contra la almohada, preguntándome si habría alguna forma de ocultar la conexión que acababa de establecer.

Pero Charlie no acudió y al final logré contener los aullidos que empezaban a formarse en mi garganta.

Ahora lo recordaba todo, todo, hasta la última palabra que me había dicho Jacob ese día en la playa, incluso la parte previa a los vampiros, los «fríos». En especial, esa parte.

– ¿Conoces alguna de nuestras leyendas ancestrales?-comenzó-. Me refiero a nuestro origen, el de los quileutes.

– En realidad, no -admití.

– Bueno, existen muchas leyendas. Se afirma que algunas se remontan al Diluvio. Supuestamente, los antiguos quileutes amarraron sus canoas a lo alto de los árboles más grandes de las montañas para sobrevivir, igual que Noé y el Arca -me sonrió para demostrarme el poco crédito que daba a esas historias-. Otra leyenda afirma que descendemos de los lobos, y que éstos siguen siendo nuestros hermanos. La ley de la tribu prohíbe matarlos.

»Y luego están las historias sobre los fríos.

– ¿Los fríos? -pregunté sin esconder mi curiosidad.

– Si. Las historias de los fríos son tan antiguas como las de los lobos, y algunas son mucho más recientes. De acuerdo con la leyenda, mi propio tatarabuelo conoció a algunos de ellos. Fue él quien selló el trato que los mantiene alejados de nuestras tierras.

Entornó los ojos.

– ¿Tu tatarabuelo? -le animé.

– Era el jefe de la tribu, como mi padre. Ya sabes, los fríos son los enemigos naturales de los lobos, bueno, no de los lobos en realidad, sino de los lobos que se convierten en hombres, como nuestros ancestros. Tú los llamarías licántropos.

– ¿Tienen enemigos los hombres lobo?

– Sólo uno.

Tenía algo en la garganta que me estaba ahogando. Intenté tragarlo, pero se mantuvo inmóvil. Entonces traté de escupir la palabra.

– Hombre lobo -dije con voz entrecortada.

Sí, esa palabra era lo que se me había atragantado, lo que me impedía respirar.

El mundo entero se tambaleó hasta inclinarse hacia el lado equivocado de su eje.

¿Qué clase de lugar era aquél? ¿Podía existir un mundo donde las antiguas leyendas vagaran por las fronteras de las ciudades pequeñas e insignificantes para enfrentarse a monstruos míticos? ¿Significaba eso que todos los cuentos de hadas imposibles tenían una base sólida y verdadera en ciertos sitios? ¿Había cordura y normalidad o todo era magia y cuentos de fantasmas?

Sostuve mi cabeza entre las manos en un intento de evitar que estallara.

Una vocecita mordaz preguntó en el fondo de mi mente dónde radicaba la diferencia. ¿Acaso no había aceptado la existencia de vampiros hacía mucho tiempo, y sin todos los ataques de histeria de esta ocasión?

Exactamente, quise replicar a la voz. ¿No tenía una persona de sobra con un sólo mito a lo largo de su vida?

Además, no hubo ni un momento en que Edward dejara de estar por encima de lo ordinario. No supuso una gran sorpresa saber lo que era, porque resultaba evidente que era algo.

Pero ¿Jacob? Jacob era sólo Jacob, ¿sólo eso? ¿Mi amigo Jacob? Jacob, el único humano con el que había sido capaz de relacionarme…

Y resulta que ni siquiera era un hombre.

Reprimí el deseo de volver a gritar.

¿Qué decía eso sobre mí?

Conocía la respuesta a esa pregunta. Significaba que había algo intrínsecamente malo en mí, de lo contrario, ¿por qué iba a estar mi vida poblada de personajes salidos de las películas de terror? ¿Por qué otro motivo me iba a preocupar tanto por ellos, hasta el punto de abrirme profundos agujeros en el pecho cuando se marchaban para seguir con sus existencias de leyenda?

Todo daba vueltas y cambiaba en mi mente mientras intentaba reorganizar las cosas que antaño habían tenido un sentido para que ahora pudieran significar algo más.

No había ninguna secta. Jamás la hubo, ni tampoco una banda. No, era mucho peor que eso. Se trataba de una manada…

.… una manada de cinco gigantescos licántropos de alucine con diferentes tonalidades de pelaje que habían pasado junto a mí en la pradera de Edward.

De repente, me entró una prisa enorme. Eché una ojeada al reloj, era demasiado temprano, pero no me importaba. Debía ir a La Push ahora. Tenía que ver a Jacob cuanto antes para que me dijera que no había perdido del todo el juicio.

Me vestí con las primeras ropas limpias que encontré, sin molestarme en comprobar si las llevaba o no a juego y bajé las escaleras de dos en dos. Estuve a punto de atropellar a Charlie cuando me deslizaba por el vestíbulo, directa hacia la puerta.

– ¿Adónde vas? -me preguntó, tan sorprendido de verme como yo a él-. ¿Sabes qué hora es?

– Sí. He de ver a Jacob.

– Creí que el asunto de Sam…

– Eso no importa. Debo hablar con él de inmediato.

– Es muy temprano -torció el gesto al ver que mi expresión no cambiaba-. ¿No quieres desayunar?

– No tengo hambre -la frase salió disparada de entre mis labios. Mi padre bloqueaba el camino hacia la salida. Sopesé la posibilidad de eludirle y echarle una carrera, pero sabía que tendría que explicárselo después-. Volveré pronto, ¿de acuerdo?

Charlie frunció el ceño.

– ¿Vas directamente a casa de Jacob, verdad? ¿Sin paradas en el camino?

– Por supuesto, ¿dónde iba a detenerme? -contesté atropelladamente a causa de la prisa.

– No lo sé -admitió-. Es sólo que… Bueno, los lobos han protagonizado otro ataque. Ha sido cerca del balneario, junto a las fuentes termales. En esta ocasión hay un testigo. La víctima se hallaba a diez metros del camino cuando desapareció. La esposa vio a un enorme lobo gris a los pocos minutos, mientras le estaba buscando, y corrió en busca de ayuda.

El estómago me dio un vuelco como en el descenso de una montaña rusa.

– ¿Le atacó un lobo?

– No hay rastro de él, sólo un poco de sangre de nuevo -el rostro de Charlie parecía apenado-. Los guardias forestales patrullan armados y están reclutando voluntarios con escopetas. Hay un montón de cazadores deseosos de participar. Se va a ofrecer una recompensa por las pieles de lobo. Eso significa que va a haber muchas armas ahí fuera, en el bosque, y eso me preocupa -sacudió la cabeza-. Los accidentes se producen cuando la gente se pone nerviosa.

– ¿Vais a disparar a los lobos? -mi voz subió unas tres octavas.

– ¿Qué otra cosa podemos a hacer? ¿Qué ocurre? -preguntó mientras escrutaba mi rostro con una mirada tensa-. No te convertirás en una ecologista fanática y te pondrás en mi contra, ¿verdad?

No logré responderle. Hubiera metido la cabeza entre las rodillas si él no hubiera estado observándome. Me había olvidado de los montañeros desaparecidos y de los rastros de zarpas ensangrentadas… En un primer momento no había relacionado esos acontecimientos.

– Escucha, cielo, no dejes que eso te asuste. Limítate a permanecer en el pueblo o en la carretera… Sin paradas, ¿vale?

– Vale -repetí con voz débil.

– Tengo que irme.

Al estudiarle de cerca por primera vez, vi que llevaba la pistola ajustada al cinto y calzaba botas de montaña.

– No vas a ir a por esos lobos, ¿verdad, papá?

– He de hacerlo, Bella. La gente está desapareciendo.

Alcé la voz otra vez, ahora de forma casi histérica.

– No, no vayas, no. ¡Es demasiado peligroso!

– Debo hacer mi trabajo, pequeña. No seas tan pesimista… Estaré bien -se volvió hacia la puerta y la mantuvo abierta-. ¿Vas a salir?

Vacilé al tener aún alterado el estómago. ¿Qué podía decir para detenerle? Estaba demasiado mareada para hallar la solución.

– ¿Bella?

– Tal vez sea demasiado temprano para ir a La Push -susurré.

– Estoy de acuerdo -dijo, y de una zancada salió al exterior, donde estaba lloviendo. Cerró la puerta al salir.

En cuanto le perdí de vista, me dejé caer al suelo y hundí la cabeza entre las rodillas.

¿Debía ir detrás de Charlie? ¿Qué le iba a decir?

¿Y qué ocurría con Jacob? Era mi mejor amigo. Necesitaba avisarle. La gente le iba a disparar si era de verdad un… -me acurruqué y me obligué a pensar la palabra- un hombre lobo, y sabía que era cierto, lo sentía. Necesitaba decirles a él y a sus amigos que iban a intentar matarlos si seguían merodeando por ahí en forma de lobos gigantescos. Debía decirles que parasen.

¡Tenían que parar! Charlie estaba en los bosques. ¿Les importaría? Hasta la fecha sólo habían desaparecido forasteros. Me pregunté si eso significaba algo o era pura coincidencia.

Necesitaba creer que al menos a Jacob sí le importaba.

En cualquier caso, debía prevenirle.

¿O no?

Jacob era mi mejor amigo, pero ¿no era también un monstruo? ¿Uno real? ¿Perverso? ¿Debía avisarles si en realidad él y sus amigos eran… eran unos asesinos y habían aniquilado a inocentes montañeros a sangre fría? ¿Sería un error protegerlos si resultaban ser auténticas criaturas de una peli de terror?

Era inevitable comparar a Jacob y sus amigos con los Cullen. Me envolví el pecho con los brazos. Luchaba contra el agujero mientras pensaba en ellos.

Evidentemente, no sabía nada de licántropos. Hubiera esperado algo más parecido a los largometrajes -grandes criaturas semihumanas y peludas, o algo así- de haber esperado algo, por lo que ignoraba si cazaban por apetito, sed o sólo por deseo de matar. Resultaba difícil decidir nada sin saber eso.

Pero no podría ser peor de lo que debían soportar los Cullen en su búsqueda del bien. Me acordé de Esme -se me escaparon unas lágrimas cuando imaginé su precioso y amable rostro- y de cómo, por muy maternal y adorable que fuera, tuvo que contener la respiración y, avergonzada, alejarse corriendo de mí cuando empecé a sangrar. No podía ser más duro que aquello. Pensé en Carlisle y en los siglos y siglos que había pasado esforzándose para aprender a ignorar la sangre con el fin de salvar vidas como médico. Nada podía ser más duro que eso.

Los hombres lobo habían elegido un camino diferente.

Ahora bien, ¿qué debía elegir yo?


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