Roanna saltó de la cama al alba, se cepilló los dientes apresuradamente y se pasó las manos por el pelo, luego se puso los pantalones vaqueros y una camiseta. Cogió sus botas y calcetines al salir por la puerta y bajo corriendo descalza por las escaleras. Webb se iba a Nashville, y quería verlo antes de que se fuera. No por ninguna razón en particular, solo que aprovechaba cualquier oportunidad de pasar unos minutos en privado con él, ocasiones en que por unos preciosos segundos su atención y su sonrisa eran solo para ella.
Incluso a las cinco de la mañana, la abuela estaría tomando su desayuno en la sala de estar, pero Roanna ni siguiera se detuvo allí de camino a la cocina. A Webb, aun sintiéndose cómodo con la riqueza que tenía a su disposición, le importaban un bledo las apariencias. Estaría gorroneando por la cocina, preparándose su propio desayuno, ya que Tansy no entraba a trabajar hasta las seis, para luego comérselo en la mesa de la cocina.
Entró como un relámpago por la puerta, y como bien sabía, Webb estaba ahí. No se había molestado en usar la mesa y estaba apoyado contra la encimera mientras masticaba una tostada con mermelada. Una taza de café humeaba al lado de su mano. En cuanto la vio, se giró e introdujo en el tostador otra rebanada de pan.
– No tengo hambre-, dijo ella, metiendo la cabeza dentro del enorme frigorífico de dos puertas para buscar el zumo de naranja.
– Nunca la tienes-, le contesto ecuánime. -De todas formas, come.- Su falta de apetito era la causa por la que a los diecisiete años seguía siendo delgaducha y poco desarrollada. Eso y el hecho de que Roanna no se limitara a caminar a ningún sitio. Era una máquina en perpetuo movimiento: saltaba, brincaba, e incluso ocasionalmente daba volteretas. Por lo menos, con el paso de los años, se había calmado lo suficiente para dormir todas las noches en la misma cama, y ya no tenía que ir a buscarla cada mañana.
Porque Webb le había hecho la tostada se la comió, aunque descartó la mermelada. Él le sirvió una taza de café, y ella se situó junto a él, masticando la tostada seca y tomando alternativamente pequeños sorbos de zumo de naranja y café, y sintió una dicha ardiente muy dentro de ella. Esto era todo lo que pedía a la vida; estar a solas con Webb. Y, por supuesto, trabajar con los caballos.
Inspiró suavemente, impregnándose del delicioso aroma de su colonia y de la limpia y ligera fragancia del almizcle de su piel, todo mezclado con el aroma del café. Su conciencia de él era tan intensa, que casi dolía, pero ella vivía para estos momentos.
Lo miró por encima del borde de su taza, sus ojos castaños, dorados como el whisky, brillaban traviesos.-La fecha de este viaje a Nashville es muy sospechosa-, bromeó. -Creo que lo que quieres es estar lejos de casa.
El sonrió ampliamente, y el corazón le dio un vuelco. Rara vez veía esa alegre sonrisa; estaba tan ocupado que no tenía tiempo más que para el trabajo, tal como se quejaba sistemática e implacablemente Jessie. Sus fríos ojos verdes se volvían cálidos cuando sonreía, y el perezoso encanto de su sonrisa podría parar el tráfico. Aunque la pereza era engañosa; Webb trabajaba tantas horas que hubiese extenuado a la mayoría de los hombres.
– No lo he planeado-, protestó él, para luego admitir,-pero aproveché la oportunidad. Supongo que te pasarás todo el día en los establos”
Ella asintió. La hermana de la abuela y su marido, Tía Gloria y Tío Harlan, se iban a instalar hoy, y Roanna quería estar lo más lejos posible de la casa. Tía Gloria era, de todas sus tías, la que menos le gustaba, y tampoco apreciaba mucho más a su tío Harlan.
– El es un sabelotodo-, refunfuñó ella. “-Y ella es como un dolor en el cu…
– Ro-, le advirtió él, alargando esa única sílaba. Solo él la llamaba por su abreviatura. Era otro de los pequeños vínculos entre ellos que ella saboreaba, ya que pensaba en sí misma como Ro. Roanna era la chica delgaducha y poco atractiva, torpe e inoportuna. Ro era la parte de ella que cabalgaba como el viento, su delgado cuerpo fusionándose con el del caballo y convirtiéndose en parte de su ritmo; la chica que, mientras estaba en los establos, nunca daba un paso en falso. Si pudiera salirse con la suya, viviría para siempre en los establos.
– Cuello -, concluyó ella, con una mirada de inocencia que lo hizo sonreír.- ¿Cuándo Davencourt sea tuyo, los vas a echar?
– Desde luego que no, pequeña pagana. Son familia.
– Bueno, no es como si no tuvieran donde vivir. ¿Por qué no se quedan en su propia casa?
– Desde que el tío Harlan se jubiló, han tenido problemas para llegar a fin de mes. Hay suficiente espacio aquí, así que mudarse ha sido la solución más lógica, aunque a ti no te guste-, contestó alborotándole su desordenado pelo.
Ella suspiró. Era cierto que en Davencourt había diez dormitorios, y desde que Jessie y Webb se casaron y sólo usaban un dormitorio, y desde que Tía Ivonne decidió mudarse el año anterior y disfrutar de su propio hogar, eso significaba que siete de esos dormitorios estaban vacíos. Aún así, no le gustaba.-Bueno, ¿y cuando tú y Jessie tengáis niños? Entonces necesitaréis las otras habitaciones.
– No creo que necesitemos las siete-, dijo él ásperamente, y una mirada sombría apareció en sus ojos. -De todas formas, puede que no tengamos hijos.
Su corazón dio un vuelco. Desde que él y Jessie se casaron hacia dos años había estado deprimida, pero caramba, pensar en Jessie teniendo a sus hijos le daba pavor. Ese habría sido el golpe definitivo para un corazón que de por sí no tenía muchas esperanzas; sabía que nunca tuvo la más mínima oportunidad con Webb, pero aún así conservaba una ínfima ilusión. Siempre que él y Jessie no tuviesen hijos, es como si él en realidad no fuese totalmente de ella. Para Webb, pensó, los hijos serían un lazo indestructible. Mientras no hubiese niños, aún podía conservar la esperanza, aunque fuera vana.
No era ningún secreto en la casa que su matrimonio no era ningún lecho de rosas. Jessie nunca mantenía en secreto cuando se sentía infeliz, ya que se esforzaba en asegurarse de que todos los demás se sintiesen tan miserables como ella.
Conociendo a Jessie, y Roanna la conocía muy bien, probablemente había planeado utilizar el sexo, después de estar casados, para controlar a Webb. Roanna se habría sentido muy sorprendida si Jessie le hubiese permitido a Webb hacerle el amor antes de estar casados. Bueno, puede que una vez, para mantenerlo interesado. Roanna nunca había subestimado lo profundamente calculadora que Jessie podía llegar a ser. La cuestión era, que Webb tampoco, y el pequeño plan de Jessie no funcionó. Sin importar los trucos que intentara, Webb rara vez cambiaba de idea, y cuando lo hacía era por razones propias. No, Jessie no era feliz.
A Roanna le encantaba. No podía entender su relación, pero Jessie no tenía ni idea del tipo de hombre que era Webb. Podías apelar a él con lógica, pero la manipulación lo dejaba impertérrito. Esto proporcionó a Roanna durante años un montón de momentos de secreto regocijo, al observar a Jessie, tratando de poner en práctica sus artimañas femeninas con Webb y enfurecerse después cuando no funcionaban. Jessie no podía entenderlo; después de todo, funcionaban con todos los demás.
Webb miró su reloj. -Tengo que irme.- Se tomó de un trago el resto del café, y a continuación se agachó y la besó en la frente. -No te metas en líos hoy.
– Lo intentaré-, prometió ella, y luego añadió abatida, -Siempre lo intento.- Y por alguna razón inexplicable rara era la vez que lo conseguía. A pesar de sus mejores esfuerzos, siempre hacía algo que disgustaba a su Abuela.
Webb le dirigió una sonrisa pesarosa mientras se dirigía hacia la puerta, y sus ojos se encontraron por un instante de una forma que la hizo sentir como si fueran conspiradores. Entonces se marchó, cerrando la puerta tras de sí, y con un suspiro ella se dejó caer en una de las sillas para ponerse los calcetines y las botas. El amanecer se había ensombrecido con su partida.
En cierta forma, pensó, realmente eran cómplices. Con Webb se sentía relajada y despreocupada de una forma que nunca era como con el resto de la familia, y jamás veía desaprobación en sus ojos cuando la miraba. Webb la aceptaba tal como era y no intentaba convertirla en algo que no era.
Pero había otro lugar donde encontraba aceptación, y su corazón se aligeró mientras corría hacia los establos.
Cuando la furgoneta llegó a las ocho y media, Roanna apenas lo notó, Ella y Loyal estaban trabajando con un fogoso potro de un año, tratando, pacientemente, de acostumbrarlo al manejo humano. No tenía miedo, pero deseaba jugar más que aprender algo nuevo, y la amable lección requería mucha paciencia.
– Me estás agotando-, jadeó ella, acariciando cariñosamente el lustroso cuello del animal. El potro respondió empujándola con la cabeza y haciéndola retroceder trastabillando algunos pasos. -Debe de haber una manera más fácil-, le dijo a Loyal, que estaba sentado encima de la valla, dándole instrucciones, y sonriendo mientras el potro retozaba como un descomunal perrito.
– ¿Cómo qué?- le preguntó. Siempre estaba dispuesto a escuchar las ideas de Roanna.
– ¿Por qué no empezamos a entrenarlos en cuanto nacen? Entonces serían demasiados pequeños para empujarme por todo el corral-, se quejó ella. -Y crecerían acostumbrados a las personas y a lo que les hacemos.
– Vaya-, Loyal se acarició la mandíbula mientras pensaba en ello. Era un enjuto y áspero cincuentón y unos treinta de esos años los había pasado trabajando en Davencourt, las largas horas al aire libre habían convertido su moreno rostro en un mapa de finas arrugas. Comía, vivía, y respiraba caballos y no podía imaginar otro trabajo más acorde con él que el que tenía. Sólo porque era lo acostumbrado esperar a que los potros cumpliesen un año antes de empezar su entrenamiento no significaba que tuviera que hacerse así. Posiblemente Roanna tuviese razón. Los caballos tenían que acostumbrarse a que las personas tontearan a su alrededor con bocas y pies, y posiblemente sería más fácil, para ambos, caballos y humanos si el proceso empezaba cuando eran recién nacidos que después de un año corriendo salvajes. Aplacaría bastante su agitación y haría más fácil el trabajo del herrero y el veterinario.
– Te diré lo que haremos-, dijo él. -No tendremos otro potro hasta que Lightness para en Marzo. Empezaremos con ése y veremos como va.
La cara de Roanna se iluminó, sus ojos castaños se tornaron dorados de placer, y por un momento Loyal enmudeció de lo bonita que era. Estaba asombrado, porque en realidad Roanna era una pequeña cosita poco atractiva, sus facciones demasiado grandes y masculinas para su delgada cara, pero por un breve instante había vislumbrado como sería cuando la madurez hubiese obrado toda su magia sobre ella. Nunca sería una belleza como esa señorita Jessie, pensó con realismo, pero cuando se hiciese mayor, sorprendería a unas cuantas personas. La idea lo hizo feliz, porque Roanna era su favorita. La señorita Jessie era una amazona competente, pero no amaba a sus bebés de la forma en que Roanna lo hacía y por lo tanto no era tan cuidadosa con el bienestar de su montura como debía serlo. A los ojos de Loyal, ese era un pecado imperdonable.
A las once y media, Roanna regreso a regañadientes a casa para almorzar. No le hubiese importado saltarse la comida, pero la Abuela mandaría a alguien a buscarla si no se presentaba, así que pensó que podría ahorrarles a todos la molestia. Aunque, como siempre, había apurado demasiado, y no tuvo tiempo para nada más que una rápida ducha y un cambio de ropa. Se pasó un peine por el pelo mojado, y luego bajo corriendo las escaleras, parándose justo antes de abrir la puerta del comedor y entrar con un paso más decoroso.
Todos los demás estaban ya sentados. Tía Gloria se fijó en la entrada de Roanna, y su boca se contrajo en una habitual línea de desaprobación. La Abuela miró el pelo mojado de Roanna y suspiró pero no hizo ningún comentario. Tío Harlan la obsequió con una falsa sonrisa de vendedor de coches usados, pero al fin al cabo nunca la regañaba, así que Roanna lo disculpó por tener la profundidad de una cacerola. Sin embargo, Jessie, atacó directamente.
– Al menos podías haberte molestado en secarte el pelo-, dijo, arrastrando las palabras. -Aunque supongo que debemos estar agradecidos de que hayas aparecido y no te sientes la mesa oliendo a caballo.
Roanna se deslizó en su silla y clavó la mirada en su plato. No se molestó en responder a la malicia de Jessie, hacerlo sólo provocaría más rencor, y Tía Gloria aprovecharía la oportunidad para añadir su granito de arena. Roanna estaba acostumbrada a los comentarios de Jessie, pero no le gustaba nada que tía Gloria y tío Harlan se hubiesen mudado a Davencourt, y sabía que cualquier cosa que Tía Gloria dijese le molestaría el doble.
Tansy sirvió en primer plato, sopa fría de pepino. Roanna odiaba la sopa de pepino así que se limitó a juguetear con la cuchara, tratando de hundir los trocitos verdes de hierba que flotaban por encima. Sí que mordisqueó uno de los panecillos de semillas que había horneado Tansy y gustosamente apartó el tazón de sopa cuando llegó el segundo plato, tomates rellenos de atún. Le gustaban los tomates rellenos de atún. Los primeros minutos los dedicó a separar los trocitos de apio y cebolla de la mezcla con el atún, empujándolos en un montoncito en el borde del plato.
– Tus modales son deplorables-, declaró Tía Gloria mientras pinchaba con delicadeza un poco de atún. -Por Dios, Roanna, ya tienes diecisiete años, eres lo bastante mayor como para dejar de jugar con tu comida como una niña de dos.
El escaso apetito de Roanna desapareció, la familiar tensión y nausea anudaron su estómago, y lanzó a Tía Gloria una mirada resentida.
– Oh, siempre lo hace-, dijo airadamente Jessie. -Es como un cerdo escarbando para encontrar los mejores trozos de bazofia.
Sólo para demostrarles que no le importaba, Roanna se obligó a tragar dos bocados de atún, bebiéndose casi todo su vaso de té para asegurarse que no se quedasen a mitad de camino.
Dudaba de que fuese una muestra de tacto por parte del Tío Harlan, pero de todas formas le estuvo muy agradecida cuando empezó a hablar sobre la reparación que necesitaba su coche y a sopesar las ventajas de comprar uno nuevo. Si podían costearse uno nuevo, pensó Roanna, evidentemente podrían haberse permitido quedarse en su casa, y así no tendría que soportar todos los días a Tía Gloria. Jessie mencionó que también quería un coche nuevo, estaba cansada de ese Mercedes cuadrado de cuatro puertas que Webb había insistido en comprarle, cuando le había dicho unas mil veces que quería un coche deportivo, algo con estilo.
Roanna no tenía coche. Jessie tuvo su primer coche a los dieciséis años, pero Roanna era una conductora espantosa, perdida siempre en sus sueños, y la Abuela había decidido, que por el bien de los ciudadanos de Colbert County, era más seguro no dejar a Roanna pisar una carretera a solas. No le importó, preferiría cabalgar a conducir, pero ahora el diablillo que habitaba en ella despertó.
– A mi también me gustaría tener un coche deportivo-, dijo, las primeras palabras que había pronunciado desde que entró en el comedor. Abrió los ojos desmesuradamente, con inocencia. -Le he echado el ojo a uno de esos Pontiac Grand Pricks. [1]
Los ojos de Tía Gloria se agrandaron con horror, y su tenedor cayó sobre su plato con estrépito. Tío Harlan se atragantó con el atún, para después comenzar a reírse sin parar.
– ¡Jovencita!- La mano de la Abuela golpeó la mesa, haciendo dar un salto a Roanna de culpabilidad. Algunos creyeron que su errónea pronunciación de Gran Prix fue a consecuencia de la ignorancia, pero la Abuela no. -Tus modales no tienen excusa-, dijo la Abuela glacialmente, sus ojos azules centellearon. -Levántate de la mesa. Luego hablaré contigo.
Roanna se deslizó de la silla con las mejillas rojas de vergüenza. -Lo siento-, murmuró y salió corriendo del comedor, aunque no lo suficientemente rápido como para no escuchar la ocurrente y maliciosa pregunta de Jessie: -¿Creéis que algún día será lo suficientemente civilizada como para poder comer con otras personas?
– Prefiero estar con los caballos-, murmuró Roanna mientras salía disparada por la puerta de entrada. Sabía que debería haber subido primero y haberse puesto otra vez las botas, pero sentía una desesperada urgencia por volver a los establos, donde jamás se sentía fuera de lugar.
Loyal estaba comiendo su almuerzo en su oficina, mientras leía una de las treinta publicaciones sobre el cuidado de los caballos que recibía cada mes. La avistó a través de la ventana mientras se escabullía en el interior del establo y meneó la cabeza con resignación. Una de dos, o no había comido nada, cosa que no le sorprendería, u otra vez se había metido en problemas, lo que tampoco le sorprendería. Probablemente serían ambas cosas. Pobre Roanna era como un cuadrado que se resistía tercamente a que le limaran las esquinas para poder encajar en un hueco redondo, sin importar que la mayoría de las personas se dejaran hacer exactamente eso. Agobiada constantemente por la desaprobación, se limitaba a acurrucarse y resistir hasta que la frustración era demasiado grande para reprimirla; entonces atacaba, pero de una forma tal que atraía sobre ella más desaprobación casi siempre. Sí poseyese tan sólo una décima parte del egoísmo de la señorita Jessie, podría enfrentarse a todos y obligarlos a aceptarla en sus propios términos. Pero Roanna no tenía ni una pizca de mezquindad en su cuerpo, y seguramente era por eso que los animales la querían tanto. Rebosaba de chiquilladas y eso sólo ocasionaba más problemas.
La observó mientras iba de un compartimiento a otro, deslizando sus dedos sobre la suave madera. Sólo había un caballo en el establo, la montura favorita de la señora Davenport, un castrado gris que tenía la pata delantera herida. Loyal lo estaba manteniendo hoy inmóvil, con compresas frías sobre la pata para aliviar la hinchazón. Escuchó la voz arrulladora de Roanna mientras acariciaba la cara del caballo, y sonrío para si cuando los ojos del caballo se cerraron en éxtasis. Si su familia la aceptase solo la mitad que el caballo, pensó, dejaría de luchar contra ellos a cada instante y se adaptaría al estilo de vida en el que había nacido.
Después del almuerzo, Jessie se dirigió hacía los establos y ordenó a uno de los mozos que le ensillase un caballo. Roanna puso los ojos en blanco por los aires que se daba Jessie de señora de la casa; ella siempre ensillaba su propio caballo, y a Jessi no le haría daño hacer lo mismo. Para ser sinceros, ella jamás tenía problemas para tratar con ningún caballo pero Jessie no tenía esa facilidad. Eso sólo demostraba lo inteligentes que eran los caballos, pensó Roanna.
Jessie vio su expresión por el rabillo del ojo y clavó una fría y maliciosa mirada sobre su prima.-La abuela está furiosa contigo. Era muy importante para ella que Tía Gloria se sintiese bienvenida, y en vez de ello tuviste que hacer tu número de paleta-. Se calló y su mirada vagó sobre Roanna. -Si es que fue una actuación.
Lanzando ese dardo, tan sutilmente mordaz que se deslizó entre las costillas de Roanna con apenas una punzada, sonrió ligeramente y se fue, dejando tras de si un leve rastro de su caro perfume.
– Bruja odiosa-, murmuró Roanna, agitando la mano para dispersar la fuerte fragancia mientras miraba con resentimiento la delgada y elegante espalda de su prima. No era justo que Jessie fuese tan hermosa, que supiese desenvolverse tan bien en público, que fuera la favorita de la Abuela, y que además tuviera a Webb. Simplemente no era justo.
Roanna no era la única que se sentía resentida. Jessie bullía de la misma emoción mientras se alejaba cabalgando de Davencourt. ¡Maldito Webb! Deseó no haberse casado nunca con él, aunque era lo que se había propuesto desde que era niña, lo que todos habían dado por sentado. Y Webb había asumido que ocurriría más que nadie, pero claro, siempre había estado tan seguro de si mismo que a veces se moría de ganas de abofetearlo. Que nunca lo hubiese hecho se debía a dos cosas: una, que no quería hacer nada que arruinase su oportunidad de gobernar totalmente en Davencourt cuando finalmente muriese la Abuela; y dos, tenía la inquietante sospecha que Webb no se comportaría como un caballero. No, era más que una sospecha. El podía haber puesto una venda sobre los ojos de los demás, pero ella sabía que podía ser un bastardo despiadado.
Había sido una idiota al casarse con él. Seguramente podía haber conseguido que la Abuela cambiase su testamento y le dejara a ella Davencourt en vez de a Webb. Después de todo, ella era una Davenport, y Webb no. Debía de haber sido de ella por derecho. En cambio tuvo que casarse con ese maldito tirano, y había cometido un grave error al hacerlo. Disgustada, tuvo que admitir que había sobrestimado sus encantos y su habilidad para influenciarlo. Pensó que había sido tan inteligente, negándose a acostarse con él antes del matrimonio; le había entusiasmado la idea de mantenerlo frustrado, le gustaba la imagen de él jadeando tras ella como un perro detrás de una perra en celo. Nunca había sido del todo así, pero de todas formas había atesorado esa imagen. En cambio, se había enfurecido al saber que, más que sufrir porque no podía tenerla, el bastardo simplemente se había acostado con otras mujeres, ¡mientras insistía en que ella se mantuviese fiel a él!.
Sí, pues ella le enseñó. Fue aún mas tonto que ella si de verdad se creyó que se mantuvo “pura” para él durante todos esos años mientras que él se follaba a todas las zorras que conocía en la universidad y en el trabajo. Sabía muy bien como devolverle la pelota, así que siempre que podía escaparse un día o durante un fin de semana, enseguida encontraba algún tipo con suerte para desfogarse, por así decirlo. Atraer a los hombres era asquerosamente fácil, con un simple silbido venían corriendo. La primera vez que lo hizo fue a los dieciséis años y había encontrado una deliciosa fuente de poder sobre los hombres. Oh, tuvo que fingir un poco cuando finalmente se casó con Webb, lloriqueando e incluso obligándose a soltar una lágrima o dos para que creyese que su enorme y malvada polla estaba haciéndole daño a su pobre y virginal coñito, pero por dentro estaba regodeándose por lo fácil que le había resultado engañarlo.
Se regodeó porque, ahora, por fin iba a tener el poder en su relación. Después de años de verse obligada a doblegarse ante él, pensó que lo tenía donde quería. Era humillante recordarlo, haber creído que una vez casados podría manejarlo con facilidad cuando lo tuviese en su cama cada noche. Dios sabía que la mayoría de los hombres pensaban con la polla. Todas sus discretas aventuras, durante todos esos años, le habían demostrado que los agotaba, que no podían estar a su altura, pero todos lo admitían con la boca pequeña. Jessie estaba orgullosa de su habilidad para follarse a un hombre hasta el agotamiento total. Lo tenía todo planeado: por las noche se follaría a Webb hasta dejarlo exhausto, y durante el día sería como mantequilla en sus manos.
Pero no había salido así, en absoluto. Sus mejillas ardían de humillación mientras dirigía el caballo a través de un riachuelo, teniendo cuidado de que el agua no salpicase sus brillantes botas. Por un lado, era a ella a quien la dejaba normalmente agotada. Webb podía estar haciéndolo durante horas, con ojos fríos y observadores sin importar lo mucho que ella jadeara y levantara las caderas y lo trabajara, como si supiese que ella consideraba eso como una competición y que le condenaran si la iba a dejar ganar. No tardó mucho en aprender que él podía aguantar más, y que sería ella la que quedaría allí, agotada y tirada sobre las sábanas retorcidas, con sus partes intimas palpitando dolorosamente por el duro uso. Y no importaba lo ardiente que fuera el sexo, no importaba si lo chupaba o acariciaba o le hacía cualquier otra cosa, una vez que habían acabado, Webb abandonaba la cama, y volvía a sus asuntos, y a ella sólo le restaba poner buena cara. ¡Bueno, maldita fuera, si lo hacía!
Su mejor arma, el sexo, había resultado inefectiva contra él, y quería gritar por la injusticia de ello. La trataba como si fuese una niña desobediente y no como una adulta; su mujer. Era más atento con esa mocosa, Roanna, que con ella. Por Dios, estaba harta de que la dejara abandonada sola en casa mientras que él recorría todo el país. Decía que eran negocios, pero estaba segura que la mitad de sus “urgentes” viajes surgían en el último momento sólo para evitar que ella se divirtiera. Precisamente el mes pasado tuvo que volar a Chicago justo la mañana antes que fueran a marcharse de vacaciones a las Bahamas. Y después, la semana pasada, fue ese viaje a Nueva York.
Se marchó durante tres días. Le había pedido que la llevase con él, muriéndose de ganas, pensando en las tiendas y teatros y restaurantes, pero le contestó que no tendría tiempo para ella y se fue dejándola allí. Así de simple. El bastardo arrogante; seguramente estaría follándose alguna tonta y pequeña secretaria y no quería a su mujer alrededor para que le estropease los planes.
Pero ella se vengó. Una sonrisa apareció en su cara mientras tiraba de las riendas del caballo y reconocía al hombre que ya estaba tumbado sobre la manta debajo del gran árbol, casi escondido en el pequeño y solitario claro. Era la venganza más deliciosa que podía imaginar, resultando aun más dulce por su propia e incontrolable respuesta. A veces la asustaba desearlo tan salvajemente. Él era un animal, totalmente inmoral, tan rudo en sus modales como Webb, pero sin la fría y cortante inteligencia.
Recordó la primera vez que lo vio. Había sido muy poco después del funeral de Mamá, después que se hubiese mudado a Davencourt y engatusado a la Abuela para que la dejase redecorar el dormitorio que había elegido. Ella y la Abuela estaban en la ciudad eligiendo telas, pero la Abuela se había encontrado en la tienda con una de sus amigas y Jessie enseguida se había aburrido. Ya había elegido la tela que le gustaba, así que no había ninguna razón para permanecer allí, escuchando a dos viejas cotillear. Le había dicho a la Abuela que iba al restaurante de al lado a comprar una Coca Cola y huyó.
Y lo había hecho; había aprendido pronto que podía conseguir mucho más, si hacía lo que realmente quería hacer después de haber hecho lo que había dicho que iba a hacer. De esa manera no podía ser acusada de mentir. Y la gente sabía lo impulsivos que eran los adolescentes. Así que, con la Coca helada en la mano, Jessie se había encaminado hacia el quiosco de periódicos donde se vendían las revistas guarras.
En realidad no era un quiosco, sino una pequeña y lúgubre tienda que vendía revistas de pasatiempos, algo de maquillaje y artículos de aseo, algunos artículos “higiénicos” como condones, así como periódicos, bolsas de papel, y una gran variedad de revistas. “Newsweeks” y “Good Housekeeping” estaban visiblemente expuestas en la parte delantera con todas demás revistas aceptables, pero las que estaban prohibidas las mantenían en un estante en el fondo detrás del mostrador, donde los niños supuestamente no deberían entrar. Pero el viejo encargado, McElroy, tenía artritis, y se pasaba la mayor parte del tiempo sentado en una silla detrás de la caja. En realidad no podía ver quién estaba en el área de atrás si no se levantaba, y no lo hacía casi nunca.
Jessie le lanzó al viejo McElroy una dulce sonrisa y caminó hacía la sección de cosméticos, donde tranquilamente inspeccionó unos cuantos pintalabios y escogió un brillo rosa transparente; si la pillaban esa seria su excusa para estar en esa zona. Cuando un cliente acaparaba su atención, ella se escabullía fuera de su vista y se deslizaba a la parte de atrás.
Mujeres desnudas retozaban en varias portadas, pero Jessie sólo les dispensaba una breve y desdeñosa mirada. Si querías ver a una mujer desnuda, lo único que tenías que hacer era quitarse la ropa. Lo que le gustaba eran las revistas donde podía ver hombres desnudos. La mayoría de las veces sus pollas eran pequeñas y flácidas, lo que no le interesaba para nada, pero a veces había una foto de un hombre con una bonita, larga, gruesa y empalmada polla. Los nudistas decían que no había nada sexy en corretear por ahí desnudo, pero Jessie pensaba que mentían. De lo contrario, ¿por qué esos hombres se ponían duros como el semental de la Abuela cuando estaba a punto de montar a una yegua? Siempre que podía, se escondía en los establos para mirar, aunque todos se sentirían horrorizados, sencillamente horrorizados si se enteraban.
Jessie sonrió con satisfacción. No lo sabían, y nunca lo harán. Era demasiado lista para ellos. Era dos personas distintas, y ni siguiera lo sospechaban. Estaba la Jessie pública, la princesa de los Davenports, la chica mas popular del colegio que embrujaba a todos con su alegría y que rechazaba experimentar con alcohol y cigarrillos, tal como hacían otros chicos. Y luego estaba la verdadera Jessie, la que mantenía oculta, la que se escondía las revistas porno debajo de la ropa y sonreía amablemente al señor McElroy cuando salía de la tienda. La verdadera Jessie robaba dinero del monedero de su abuela, no porque hubiese algo que no pudiera tener con solo pedirlo, sino porque le gustaba la emoción.
La verdadera Jessie adoraba atormentar a esa pequeña mocosa, Roanna, le encantaba pellizcarla cuando nadie la veía, le gustaba hacerla llorar. Roanna era un blanco seguro, porque en realidad a nadie le gustaba y siempre creerían antes a Jessie que a ella si iba con el cuento. Últimamente, Jessie había empezado a odiar de verdad a la mocosa, era más que una simple antipatía. Webb siempre la estaba defendiendo, por cualquier cosa, y eso la enfurecía. ¿Cómo se atrevía a ponerse de parte de Roanna en vez de de parte de ella?
Una sonrisita secreta curvo su boca. Ya le enseñaría quién era el jefe. Últimamente había descubierto una nueva arma, ya que su cuerpo había madurado y cambiado. Se había sentido fascinada por el sexo durante años, pero ahora físicamente empezaba a igualarse a su madurez mental. Lo único que tenía que hacer era arquear la espalda y respirar profundamente, empujando sus pechos hacia fuera, y Webb los miraba tan fijamente que le costaba muchísimo aguantarse la risa. También la besaba, y cuando frotaba su delantera contra la de él, empezaba a respirar con fuerza, y su vara se ponía muy dura. Pensó en dejarle hacerlo con ella, pero una innata astucia la había detenido. Ella y Webb vivían en la misma casa; corría demasiado riesgo de que los demás lo descubrieran, y eso podría cambiar la opinión que tenían de ella.
Acababa de coger una de las revistas porno cuando un hombre habló detrás de ella, con voz baja y ronca. -¿Qué hace una bonita chavalita como tú aquí atrás?
Alarmada, Jessie retiró la mano y se dio la vuelta, enfrentándolo. Siempre había tenido cuidado de que nadie la viese en esta sección, pero no le había oído aproximarse. Alzó la cabeza mirándolo con ojos asustados, parpadeando intensamente y preparándose para meterse en la piel de una ingenua jovencita que había deambulado hacía ahí por accidente. Lo que vio en los ardorosos e increíbles ojos azules que la estaban mirando la hizo vacilar. No parecía que este hombre se fuese a creer cualquier explicación que le diese.
– Eres la chica de Janet Davenport, ¿verdad?- le preguntó, manteniendo la voz baja.
Lentamente, Jessie asintió. Ahora que había podido mirarle bien, una extraña emoción le recorrió el cuerpo. Probablemente estaría en la treintena, demasiado viejo, pero era muy musculoso y la expresión en esos ardientes ojos azules la hacía pensar que sabia cosas verdaderamente sucias.
El gruñó. -Ya decía yo. Siento lo de tu mamá-. Aunque dijo las palabras adecuadas, Jessie tenía la sensación que en realidad le tenía sin cuidado. La estaba mirando de arriba abajo, de un forma que la hacía sentir rara, como si le perteneciese.
“¿Quién es usted?” murmuró ella, arrojando una cauta mirada a la parte delantera de la tienda.
Una cruel sonrisa desveló sus blancos dientes.-El nombre es Harper Neeley, queridita. ¿Te suena de algo?
Ella contuvo la respiración, porque conocía el nombre. Había fisgoneado entre las cosas de mamá a menudo. -Sí-, dijo ella, tan excitada que apenas podía mantenerse quieta. -Tú eres mi padre.
El pareció sorprendido de que supiera quién era, pensó ahora, contemplándolo mientras yacía holgazaneando bajo el árbol esperándola. Pero a pesar de lo excitada que ella estuvo al conocerlo, a él le había importado un bledo que ella fuese su hija. Harper Neeley tenía un montón de hijos, y al menos media docena de ellos bastardos. Uno más, aunque éste fuera un Davenport, no significaba nada para él. La había abordado sólo por gusto, no porque en verdad le importase.
De alguna forma, eso la había excitado. Era como conocer a la Jessie oculta, yendo por ahí en el cuerpo de su padre.
La fascinaba. Durante esos últimos años se empeñó en encontrarse con él ocasionalmente. Era rudo y egoísta, y a veces tenía la sensación de que se reía de ella. La ponía furiosa, pero cada vez que le veía, aún sentía esa misma exaltación. El era tan desagradable, tan totalmente inaceptable en su círculo social… y era suyo.
Jessie no recordaba bien el momento en que la excitación se convirtió en sexual. Puede que siempre hubiera sido así, pero no había estado preparada para aceptarlo. Había estado tan concentrada en doblegar a Webb, en mantenerse tan cuidadosa de darse una satisfacción sólo cuando estaba segura, lejos del área de su casa, que sencillamente no se le había ocurrido.
Pero un día, hacia más o menos un año, cuando lo vio, la acostumbrada excitación se había agudizado repentinamente, volviéndose casi brutal en su intensidad. Estaba furiosa con Webb, lo que no era nada nuevo y Harper estaba justo allí, su musculoso cuerpo tentándola, sus ardorosos ojos azules vagando por su cuerpo de una manera en la que ningún padre debería mirar a su hija.
Ella lo había abrazado, apretándose contra él, llamándole “papi” dulcemente, y todo el tiempo estuvo frotando sus pechos contra él, ondulando sus caderas contra su sexo. Sólo hizo falta eso. Le había sonreído, luego la cogió groseramente por la entrepierna y la tumbó en el suelo, donde cayeron uno sobre otro como animales.
No podía alejarse de él. Lo había intentado, sabiendo lo peligroso que él era, sabiendo que no tenía poder para controlarlo, pero le atraía como un imán. Con él no le valían sus jueguecitos, porque sabía perfectamente lo que ella era. No había nada que pudiese darle y nada que ella quisiera de él, excepto el fogoso y demente sexo. Nadie la había follado jamás de la forma que lo hacía su Papi. No tenía que medir cada una de sus reacciones o intentar manipular su respuesta; lo único que debía hacer era dejarse llevar por la lujuria. Estaba dispuesta para lo que quisiese hacer con ella. El era basura, y eso le encantaba, porque era la mejor venganza que jamás pudiese haber elegido. Cuando por las noches Webb se tumbaba a su lado en la cama, tenía bien merecido que estuviese durmiendo con una mujer que, sólo unas horas antes, había estado pegajosa de las secreciones de Harper Neeley.
Roanna siguió fijamente con la mirada a Jessie, mientras ésta se alejaba cabalgando de Davencourt, hacía la parte montañosa de las tierras de los Davenport. Normalmente Jessie prefería una cabalgata menos agotadora, por campos o pastos llanos. ¿Por qué se desviaba de su costumbre? Pensándolo bien, un par de veces antes ya había elegido ese camino para cabalgar. Roanna lo había notado pero no le había prestado atención. Por alguna razón, esta vez le extrañaba.
Puede que todavía estuviera resentida por la última puya de Jessie, aunque, Dios sabía que no había sido peor de los acostumbrados ataques a su frágil autoestima. Tal vez fuese porque ella, a diferencia de los demás, no esperaba nada bueno de Jessie. Tal vez fuese por ese maldito perfume. No lo llevaba puesto en el almuerzo, pensó Roanna. Un aroma tan fuerte se hubiese notado. Entonces ¿porque se había perfumado antes de salir sola a montar a caballo?
La respuesta le llegó con una claridad deslumbrante. -¡Tiene un amante!- susurró para si misma, casi embargada por la conmoción. ¡Jessie estaba viendo a alguien a espaldas de Webb! Roanna, en nombre de Webb, casi se ahoga de indignación. ¿Cómo podía cualquier mujer, incluso Jessie, ser tan estúpida para comprometer su matrimonio?
Rápidamente ensilló a Buckley, su actual favorita, y partió en la misma dirección que había visto tomar a su prima. La gran yegua tenía un paso largo, un poco desigual que haría traquetear a cualquier otro jinete con menos experiencia pero cubría las distancias con un rápido galope. Roanna estaba acostumbrada a su zancada y se acomodó a su ritmo, moviéndose al compás con fluidez mientras posaba sus ojos en el suelo, siguiendo las huellas frescas del caballo de Jessie.
Una parte de ella no quería creer que Jessie tuviese un amante -era demasiado bueno para ser verdad y además, Jessie era demasiado lista para tirarlo todo por la borda- pero no podía resistirse a la tentadora posibilidad de tener razón. Alegremente trazaba vagos planes de venganza contra Jessie por todos los años de dolor y desaires, aunque no sabía exactamente cómo podría hacerlo. La autentica venganza no formaba parte del carácter de Roanna. Antes acabaría pegándole a Jessie un puñetazo en la nariz, que tramar y llevar a cabo un plan a largo plazo, y seguramente lo disfrutaría mucho más. Pero sencillamente no podía dejar pasar la oportunidad de pillar a Jessie haciendo algo que no debía; normalmente era ella la que metía la pata y Jessie la que lo ponía en evidencia.
No quería alcanzar a Jessie demasiado rápido, así que redujo a Buckley al paso. El sol de Julio brillaba tan fuerte y despiadadamente que debería haber borrado los colores de los árboles, pero no lo hacía. Le ardía la cabeza del calor. Normalmente se ponía una gorra de béisbol, pero aún llevaba puestos los pantalones de mezclilla y la blusa de seda del almuerzo, y la gorra de béisbol, al igual que sus botas, estaban en su dormitorio.
Con ese calor era fácil rezagarse. Paró y dejó que Buckley bebiera de un pequeño arroyo, y después reanudó su pausada marcha. Una ligera brisa le acariciaba la cara, y era por ello que Buckley pudo recoger el olor de la montura de Jessie y relinchó suavemente, avisándola. Inmediatamente retrocedió, no quería que el otro caballo alertase a Jessie de su presencia.
Después de atar a Buckley a un pequeño pino, caminó con sigilo a través de los árboles y subió una pequeña colina. Sus sandalias de suela fina se escurrían sobre las agujas de pino, y con impaciencia se las quitó, luego trepó descalza el resto del camino hasta la cima.
La montura de Jessie estaba aproximadamente a unos treinta metros abajo, a la izquierda, mordisqueando pacientemente la hierba. Una enorme roca salpicada de musgo sobresalía de la cima de la colina, y Roanna se deslizó hacía ella para arrodillarse detrás de su mole. Con cuidado miró por un lateral, tratando de localizar a Jessie. Creía oír voces, pero los sonidos eran extraños, en realidad no eran palabras.
Y entonces los vio, casi debajo de ella, y se apoyó débilmente contra la ardiente superficie de la roca, la conmoción sacudiendo su cuerpo. Había pensado que pillaría a Jessie citándose con alguno de sus amigos del club de campo, puede que besuqueándose un poco, pero no esto. Su propia experiencia sexual era tan limitada que no podría haber formado esas imágenes en su cabeza.
Un arbusto los ocultaba parcialmente, pero aún así podía ver la manta, el pálido y delgado cuerpo de Jessie, y la forma oscura, más musculosa del hombre encima de ella. Ambos estaban completamente desnudos, él se estaba moviendo, ella se aferraba a él, y ambos emitían unos sonidos que hacían a Roanna avergonzarse. No sabía quién era él, sólo le veía la parte de arriba y trasera de su oscura cabeza. Pero entonces se quitó de encima de Jessie, poniéndose de rodillas, y Roanna tragó con fuerza mientras se le quedaba mirando, con ojos desorbitados. Nunca antes había visto a un hombre desnudo, y la impresión la conmocionó. Tiró de Jessie hasta ponerla sobre sus manos y rodillas y le azotó el trasero, riéndose ásperamente ante el apasionado y gutural sonido que ella emitió, y seguidamente ya estaba introduciéndose de nuevo dentro de ella, tal como Roanna había visto hacer a los caballos, y la melindrosa y exquisita Jessie se agarraba a la manta, arqueando la espalda y empujando su trasero contra él.
Una ardiente oleada de bilis ascendió por la garganta de Roanna, y se agachó detrás de la roca, apretando su mejilla contra la áspera piedra. Cerró los ojos con fuerza, intentando controlar sus ganas de vomitar. Se sentía entumecida y enferma de desesperación. Por Dios, ¿Qué iba a hacer Webb?
Había seguido a Jessie a causa de un malsano y perverso deseo de causar problemas a su odiosa prima, pero había esperado algo sin importancia; besos provocativos, si hubiera habido algún hombre involucrado, o posiblemente que se encontrara con algunos de sus amigos y se escapara a visitar un bar o algo por el estilo. Hacía años, después de que ambas se fueran a vivir a Davencourt, Webb había puesto coto severamente al rencor de Jessie, amenazando con azotarla si no dejaba de atormentar a Roanna, amenaza que Roanna había encontrado tan encantadora que había estado durante días tratando de provocar a Jessie, solo para poder ver cómo a su odiosa prima le calentaban el trasero. Webb, divertido, finalmente se la llevó aparte y le advirtió que el castigo también podría recaer sobre ella, si no se comportaba. Ese mismo impulso malicioso la había provocado hoy, pero lo que se encontró era mucho más serio de lo que había esperado.
El pecho de Roanna ardía con impotente rabia, y tragó convulsivamente. Aún cuando aborrecía y sentía rencor hacia su prima, nunca pensó que Jessie fuese tan estúpida como para serle infiel a Webb.
De nuevo sintió nauseas, y rápidamente se dio la vuelta para rodearse con los brazos la piernas dobladas y así poder apoyar la cabeza sobre ellas. Sus movimientos hicieron rodar algo de gravilla, pero estaba lo bastante lejos, para que ellos no pudiesen escuchar ningún sonido que hiciese, y en estos momentos se encontraba demasiado asqueada para que le importase. De todas formas no estaban prestando ninguna atención a lo que pasaba a su alrededor. Estaban demasiados enfrascados en meter y meter. Dios, qué ridículo se veía… y qué vulgar, todo a la vez. Roanna se alegró de no estar más cerca, encantada de que el arbusto, al menos, les tapara en parte.
Podría matar a Jessie por hacerle esto a Webb
Si Webb se enteraba, posiblemente la mataría él mismo, pensó Roanna, y un escalofrío la recorrió. Aunque normalmente se controlaba, todo el mundo que conocía bien a Webb era consciente de su temperamento y se cuidaban mucho de no provocarlo. Jessie era una imbécil, una estúpida y maliciosa imbécil.
Pero posiblemente se creía a salvo de ser descubierta, ya que Webb no regresaría de Nashville hasta esta noche. Para entonces, pensó Roanna asqueada, Jessie estaría bañada y perfumada, esperándolo y llevando un bonito vestido y una sonrisa, mientras que en su interior se reiría de él porque solo unas horas antes había estado follando en el bosque con otro.
Webb se merecía algo mejor. Pero no se lo podía decir, pensó Roanna. Jamás podría contárselo a alguien. Si lo hacía, seguramente lo que ocurriría es que Jessie mentiría hasta escapar del embrollo, diciendo que Roanna sólo estaba celosa y que intentaba causarle problemas, y todo el mundo la creería. Roanna estaba celosa, y todos lo sabían. Y entonces Webb y la Abuela se enfadarían con ella en vez de con Jessie. La Abuela estaba exasperada con ella la mayor parte del tiempo por una cosa u otra, pero no podría soportar que Webb se enfadase con ella.
La otra posibilidad sería que Webb la creyese. Mataría realmente a Jessie, y entonces estaría en un buen lío. No podría soportar que le pasase algo. Puede que lo averiguase de otra forma, pero ella no podía evitar eso. Lo único que podía hacer era callar y rezar, para que si lo descubría, no hiciera nada por lo que pudiese ser arrestado.
Roanna salió de su escondite tras la roca y rápidamente se encaminó de vuelta por la colina y a través de los pinos hacía donde había dejado pasteando a Buckley. Resopló como bienvenida y la empujó con la nariz. Obedientemente le acarició la gran cabeza, rascándole detrás de las orejas, pero su mente no estaba en lo que hacía. Montó y sin hacer ruido se alejó de la escena del adulterio de Jessie, volviendo a los establos. La aflicción pesaba enormemente sobre sus delgados hombros.
No podía entender lo que había visto. ¿Cómo podía cualquier mujer, incluida Jessie, no estar satisfecha con Webb? Durante los diez años que llevaba viviendo en Davencourt, se había intensificado la adoración de Roanna por su héroe de la niñez. A los diecisiete, se había dado dolorosamente cuenta, de la respuesta de otras mujeres hacia él, por lo tanto sabía que no sólo ella opinaba así. Las mujeres miraban a Webb inconsciente o no tan inconscientemente, con anhelo en los ojos. Roanna trataba de no mirarle de esa manera, pero sabía que no siempre tenía éxito, ya que Jessie a veces decía algo mordaz sobre que estuviera babeando en presencia de Webb y siendo una molestia. No lo podía evitar. Cada vez que lo veía, era como si su corazón diese un gran vuelco antes de empezar a latir tan fuerte que a veces no podía ni respirar, y toda ella se sentía invadida por una gran ola de calor y hormigueo. Posiblemente era por la falta de oxigeno. No creía que el amor causara hormigueo.
Porque lo amaba, mucho, de una manera que Jessie jamás haría o podría.
Webb. Con su pelo oscuro, sus fríos ojos verdes y la perezosa sonrisa que la mareaba de placer. Su cuerpo alto y musculoso la hacía sentir a la vez frío y calor, como si tuviese fiebre; esa reacción tan extraña la preocupaba desde hacia ya un par de años, y empeoraba cada vez que lo veía nadar, llevando tan solo ese escueto y ajustado bañador. Su grave y perezosa voz y la forma en que fruncía el ceño a todos hasta que se había tomado su primer café de la mañana. Sólo tenía veinticuatro años, y ya estaba a cargo de Davencourt, e incluso la Abuela hacia caso de su opinión. Cuando estaba enfadado, sus ojos verdes se volvían tan fríos que parecían un glaciar, y la pereza en su tono desaparecía abruptamente, convirtiendo sus palabras en cortantes y mordaces.
Ella conocía bien sus cambios de humor, cuando estaba cansado, cómo le gustaba que le hiciesen la colada. Conocía su comida favorita, sus colores favoritos, el equipo deportivo que seguía, lo que le hacía reír y lo que le hacía enfadar. Sabía lo que leía y lo que votaba. Durante diez años había absorbido cada ínfimo detalle sobre su persona, volviéndose hacia él como una tímida violeta hacía la luz del sol. Desde que murieron sus padres, Webb había sido tanto su defensor como su confidente. Sobre él había descargado todos sus miedos y fantasías infantiles, fue él quien la consoló cuando tenía pesadillas o cuando se sentía sola y asustada.
Pero bien sabía que a pesar de su amor, jamás había tenido una oportunidad con él. Siempre había sido Jessie. Eso era lo más doloroso, que se le podría haber ofrecido en cuerpo y alma y aún así se habría casado con Jessie. Jessie, que a veces parecía como si le odiase. Jessie, que le era infiel.
Ardientes lágrimas escocían los ojos de Roanna, y se las secó. No tenía sentido llorar, pero no podía evitar sentirse resentida.
Desde el día en que Jessie y ella fueron a vivir a Davencourt, Webb había contemplado a Jessie con una fría y posesiva mirada en sus ojos. Jessie había salido con otros chicos, y el había salido con otras chicas, pero era sólo como si él le dejara algo de cuerda, y cuando la estiraba demasiado, tiraba de ella para ponerla en su sitio. Desde el principio había poseído el control de su relación. Webb era el único hombre al que Jessie no podía engatusar o intimidar con su carácter. Una simple palabra de él podía hacerla claudicar, hazaña que ni siquiera la Abuela podía igualar.
La única esperanza de Roanna era que Jessie se negara a casarse con él, pero esa ilusión fue tan efímera que resultó casi inexistente. Desde el momento en que la Abuela anunció que Webb heredaría Davencourt más su parte de las acciones del imperio Davenport, que eran el cincuenta por ciento, se hizo dolorosamente obvio que Jessie se casaría con él aunque fuera el hombre más desagradable y mezquino de la tierra, que no lo era. Jessie había heredado el veinticinco por ciento de Janet, y Roanna poseía el otro veinticinco por ciento de su padre. Jessie se veía a si misma como la Princesa de Davencourt, con la implícita seguridad de convertirse en Reina casándose con Webb. De ninguna manera hubiese aceptado un papel menor casándose con otro.
Pero Jessie también estaba fascinada por Webb. El hecho de que no pudiese dominarle como hacía con otros chicos, la irritaba y la fascinaba, haciéndola bailar a su son. Seguramente pensó, con su excesiva vanidad, que una vez que estuviesen casados lo podría dominar con el sexo, concediendo o negándole sus favores, según la complaciera o no.
E incluso en eso, quedó defraudada, también. Roanna sabía que el matrimonio no era feliz y se sentía secretamente complacida. Aunque se había sentido avergonzada por ello, porque Webb merecía ser feliz aunque Jessie no lo mereciera.
¡Pero como había disfrutado cada vez que Jessie no se había salido con la suya! Siempre supo, que aunque Webb era capaz de controlar su carácter, Jessie nunca lo intentaba. Cuando estaba enfadada, bramaba, hacia pucheros y se enfurruñaba. En los dos años que llevaban casados, las peleas habían ido a más y a menudo los gritos de Jessie se escuchaban por toda la casa, entristeciendo a la Abuela.
Nada que Jessie hiciera, sin embargo, influía en Webb para que cambiara cualquier decisión que la disgustara. Estaban casi constantemente enfrascados en una batalla, con Webb determinado a supervisar Davencourt y hacer lo mejor por sus inversiones, una tarea hercúlea que a menudo lo mantenía trabajando durante dieciocho horas al día. Para Roanna era obvio que Webb era un adulto responsable, pero sólo tenía veinticuatro años y una vez le comentó que su edad no le favorecía, que tenía que trabajar y esforzarse el doble que otros para demostrar su valía ante los empresarios de más edad y mejor establecidos. Esa era su preocupación primordial, y ella le amaba por ello.
Un marido adicto al trabajo, sin embargo, no era lo que Jessie deseaba. Lo que quería era irse de vacaciones a Europa, pero él tenía programadas reuniones de trabajo. Ella quería ir a Aspen en plena temporada de ski, él pensaba que era una pérdida de tiempo y dinero ya que ella no sabía esquiar y no estaba interesada en aprender. Lo único que ella quería es que la vieran y ser vista. Cuando perdió el carné de conducir a causa de cuatro multas de velocidad en seis meses ella habría seguido conduciendo alegremente contando con la influencia del apellido Davenport para mantenerla a salvo de problemas, pero Webb le había confiscado todas las llaves de sus coches, y le había prohibido severamente a todos que le prestasen las suyas, y la había dejado en casa durante un mes antes de contratarle un chofer. Lo que más la enfureció fue que trató de contratar un chofer ella antes, pero Webb se le adelantó y lo impidió. No había sido difícil; no había tantos servicios de Limusinas en el área de Shoals, y que quisiera indisponerse con él. Durante ese infernal mes sólo la Abuela se libró de la lengua viperina de Jessie, que estuvo despotricando como una adolescente rebelde.
Tal vez acostarse con otros hombres era la manera en que Jessie se vengaba de Webb por no dejarla salirse con la suya, pensó Roanna. Era lo bastante terca y rencorosa para hacerlo.
Roanna era amargamente consciente de que habría sido una esposa mucho mejor para Webb que Jessie, pero nadie lo había tenido en cuenta, y Webb el que menos. Roanna increíblemente observadora, un rasgo desarrollado por toda una vida de haber sido dejada a un lado. Amaba a Webb, pero no subestimaba su ambición. Si la Abuela hubiese dejado bien claro que le agradaría enormemente que se casara con Roanna, de la misma forma en que lo hizo con Jessie, entonces seguramente ahora estarían comprometidos. De acuerdo, Webb nunca la había mirado como miraba a Jessie, pero es que siempre había sido demasiado joven. Con Davencourt en la balanza, él la hubiese elegido, sabía que lo habría hecho. No le hubiese importado saber que él quería más a Davencourt que a ella. Se hubiese casado con Webb de cualquier manera, agradecida solo con tener una parte de su atención. ¿Por qué no podía haber sido ella? ¿Por qué Jessie?
Por que Jessie era preciosa, y siempre había sido la favorita de la Abuela. Al principio Roanna lo había intentando con todas sus fuerzas, pero nunca había sido tan elegante, ni poseído la gracia social o tenido el buen gusto de Jessie para la ropa y la decoración. Ciertamente nunca sería tan bonita. No se miraba en un espejo de color rosado; era consciente de su abundante, denso y enmarañado pelo, más castaño que rojizo, y de su huesuda y angular cara con los extraños y sesgados ojos marrones, del bulto sobre el puente de su larga nariz, y de su boca demasiado grande. Era delgada como un palo y patosa, y sus pechos apenas se notaban. Desesperada, sabía que nadie, especialmente ningún hombre, la elegiría de buen grado por encima de Jessie. Jessie, que a los diecisiete años había sido la chica más popular del colegio, mientras que Roanna, a la misma edad, nunca había tenido una cita. La Abuela había dispuesto que tuviese “acompañantes” para los actos a los que había sido obligada a asistir, pero los muchachos evidentemente habían sido obligados por sus madres para el compromiso, y Roanna siempre se sintió avergonzada y con legua de trapo. Ninguno de los reclutados jamás se habían ofrecido voluntario para estar en su compañía.
Pero desde la boda de Webb, Roanna había dejado casi por completo de intentar encajar en el molde que su Abuela había elegido para ella, en el adecuado molde social para una Davenport. ¿Qué sentido tenía? Webb era inalcanzable ya. Empezó a retraerse, pasando el mayor tiempo posible con los caballos. Se sentía relajada con ellos, de una manera en la que nunca se sentía con las personas, porque a los caballos no les importaba como vestía o si había tirado otra vez el vaso en la cena. Los caballos respondían a su suave y gentil toque, al sonido especial de su voz cuando les hablaba, al amor y cuidado que ella les dispensaba. Nunca era torpe cuando estaba con un caballo. De alguna manera su delgado cuerpo se acoplaba al ritmo del poderoso animal que llevaba debajo, y se convertía en uno con él, siendo parte de su fuerza y su elegancia. Loyal decía que nunca había visto a nadie cabalgar tan bien como a ella, ni siguiera al señor Webb, y él montaba como si hubiese nacido encima de una silla. La única cosa que la Abuela alababa de ella, era su habilidad para cabalgar.
Pero renunciaría a sus caballos si pudiese tener a Webb. Esta era su oportunidad de romper su matrimonio, pero no podía cogerla, no se atrevía a tomarla. No podía herirlo así, no podía arriesgarse a que perdiese el control e hiciese algo irremediable.
Buckley sentía su agitación, los caballos siempre lo hacían, y empezó a hacer cabriolas nerviosamente. Roanna bruscamente tornó su atención a lo que estaba haciendo e intento calmarlo, palmeándole el cuello y hablándole, pero no podía prestarle toda su atención. A pesar del calor, una oleada escalofríos recorrieron su cuerpo, y de nuevo se sintió como si fuese a vomitar.
Loyal era más afín a los caballos que a las personas, pero frunció el ceño cuando le vio la cara y se acerco para tomar las bridas de Buckley mientras ella saltaba de la silla de montar. -¿Qué sucede?- preguntó sin rodeos.
– Nada-, dijo ella, pasándose una mano temblorosa por la cara. -Creo que me he acalorado demasiado. Se me olvido la gorra.
– Ya deberías saberlo-, le regaño él. -Vete a casa y tomate una limonada fría, y después descansa un rato. Yo me haré cargo de Buck.
– Siempre me has dicho que debo ocuparme de mi propio caballo-, dijo ella, protestando, pero él la acalló con un ademán de la mano.
– Y ahora te estoy diciendo que te vayas. Lárgate. Si no eres lo suficientemente sensata para cuidar de ti misma, no creo que puedas cuidar de Buck.
– Muy bien. Gracias-. Consiguió esbozar una débil sonrisa, porque sabía que debía parecer verdaderamente enferma para que Loyal quebrantara sus reglas sobre los caballos, y quería tranquilizarlo. Y en efecto, estaba enferma, enferma del corazón, y tan llena de rabia, e impotencia que pensaba que iba a explotar. Odiaba esto, odiaba lo que había visto, odiaba a Jessie por hacerlo, odiaba a Webb por consentir que lo amase y por ponerla en esta situación.
No, pensó ella, mientras iba corriendo hacia la casa, desconsolada por la idea. No odiaba a Webb, jamás le podría odiar. Hubiese sido mejor para ella si no le amara, pero no podía dejar de hacerlo como tampoco podía impedir que el sol saliese a la mañana siguiente.
Nadie la vio cuando se deslizó por la puerta principal. El gran vestíbulo estaba vacío, aunque oyó cantar a Tansy en la cocina, y un televisor encendido en el estudio. Probablemente Tío Harlan estaría viendo algún programa de juegos de esos que tanto le gustaban. Lentamente Roanna subió las escaleras, no quería hablar con nadie en estos momentos.
La habitación de la Abuela estaba en la parte delantera de la casa, la primera puerta a la derecha. La habitación de Jessie y Webb estaba en el frente a mano izquierda. En los últimos años, finalmente Roanna se había acomodado en unos de los dormitorios de la parte posterior, lejos de todos, pero para su disgusto vio que Tía Gloria y Tío Harlan habían escogido la habitación del medio en la parte derecha de la casa, y la puerta estaba abierta, las voces de la Abuela y Tía Gloria venían de dentro. Prestando atención, Roanna también pudo distinguir la voz del ama de llaves, Bessie, mientras desempaquetaba sus ropas. No quería ver a ninguno de ellos, especialmente no quería dar a Tía Gloria la oportunidad de meterse con ella, así que retrocedió y salio por las puertaventanas francesas hacia la galería superior que circundaba la casa en su totalidad. A través de ella, y tomando la dirección opuesta rodeó la casa hasta que llegó a las puertaventanas que se abrían hacía su propio dormitorio, consiguiendo así asilo.
No sabía cómo iba a poder mirar de nuevo a Jessie nunca más sin gritarle y abofetear su estúpida y odiosa cara. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, y enfada se las limpio. Llorar nunca le había servido de nada; no le había devuelto a Mamá ni a Papá, no la había convertido en alguien mejor, no había impedido que Webb se casara con Jessie. Desde hacía ya mucho tiempo había luchado por contener sus lágrimas y fingir que las cosas no le hacían daño aunque a veces sentía que se iba a atragantar con su propio dolor y humillación.
Pero había sido tal la conmoción de ver a Jessie y a ese hombre haciéndolo. No era estúpida, había ido a ver un par de veces una película clasificada R, pero en realidad no mostraba nada excepto las tetas de las mujeres y todo estaba muy bien adornado, con música romántica de fondo. Y una vez había visto hacerlo a los caballos, pero en realidad no fue capaz de ver nada, ya que se había escabullido a los establos para ese propósito pero no pudo encontrar un ángulo adecuado. Si bien, los sonidos la habían asustado, y nunca lo intentó de nuevo.
La realidad no era comparable con las películas. No había sido para nada romántico. Lo que había visto, había sido crudo y brutal, y quería borrarlo de su memoria.
Se dio otra ducha y luego se desplomó encima de la cama, agotada por el trastorno emocional. Tal vez dormitó; no estaba segura; pero de repente el cuarto estaba más oscuro ya que se avecinaba el crepúsculo, y ella se había perdido la cena. Otro punto en su contra, pensó, y suspiró.
Ahora se sentía mas calmada, casi entumecida. Para su sorpresa incluso estaba hambrienta. Se puso ropa limpia y bajo con dificultad las escaleras traseras hacia la cocina. Tansy ya lo había recogido todo y limpiado la vajilla y se había ido a casa, pero el frigorífico de tamaño industrial de acero inoxidable estaría repleto de sobras.
Estaba mordisqueando un muslo de pollo frío y un panecillo, con un vaso de té junto a su codo, cuando la puerta de cocina se abrió y entró Webb. Se le veía cansado, y se había quitado tanto la corbata como la chaqueta, esta última colgaba por encima de su hombro de un dedo encorvado. Los dos botones superiores de su camisa estaban desabrochados. Cuando le vio, el corazón de Roanna, como siempre, dio un vuelco. Aun cuando estaba cansado y desaliñado, se le veía estupendo. De nuevo las nauseas invadieron su estómago al pensar en lo que Jessie le estaba haciendo.
– ¿Todavía estás comiendo?- se burló él con fingida sorpresa, sus ojos verdes chispeando.
– Tengo que conservar mis fuerzas-, dijo ella, cayendo en su ligereza usual, pero no lo conseguía del todo. Había una tristeza en su voz que no podía ocultar, y Webb le dirigió una astuta mirada.
– ¿Qué has hecho ahora?- le preguntó, cogiendo un vaso del armario y abriendo el frigorífico para echarse un poco de té helado.
– Nada fuera de lo normal-, le aseguró, consiguiendo esbozar una irónica, y torcida sonrisa. -Abrí mi bocaza en el almuerzo, y tanto la Abuela como la Tía Gloria están enfadadas conmigo.
¿Bueno, y que has soltado esta vez?
– Estábamos hablando sobre coches, y dije que quería uno de los Pontiac Grand Pricks.
Sus anchos hombros se estremecieron mientras controlaba un acceso de risa, convirtiéndolo en una tos. Se dejó caer en la silla que estaba su lado. -Por Dios, Ro.
– Ya lo sé-. Suspiró ella. Simplemente se me escapó. Tía Gloria hizo uno de sus despectivos comentarios sobre mi forma de comer, y quería dejarla boquiabierta-.Hizo una pausa. -Funcionó.
– ¿Que hizo Tía Lucinda?
– Me echó de la mesa. No la he visto desde entonces-. Pellizco el panecillo, reduciéndolo a un puñado de migas, hasta que la fuerte mano de Webb cubrió la suya y detuvo el gesto.
– ¿Habías comido algo antes de abandonar la mesa?- le preguntó, y ahora había un tono severo en su voz.
Ella hizo una mueca, sabiendo lo que venia a continuación. -Si. Comí un panecillo y algo de atún.
– ¿Un panecillo entero? ¿Y cuánto de atún?
– Bueno, puede que no fuese un panecillo entero.
– ¿Más que lo que has comido de este?
Miró el pan destrozado en su plato, como evaluando cuidadosamente cada miga, y sintió alivió al poder decir, -Más.
No mucho más, pero más era más. Su expresión le dijo que no lo había engañado, pero de momento él lo dejó correr.
– Muy bien. ¿Cuánto de atún? ¿Cuántos bocados?
– ¡No los conté!
– ¿Más de dos?
Ella intentó recordar. Sabía que se había tomado un par de bocados sólo para mostrarle a Tía Gloria que su ataque verbal no la había afectado. Podía tratar adornar la verdad, pero no mentiría descaradamente a Webb, y él lo sabía, así que continuaría interrogándola hasta que fuese más explícita. Con un leve suspiro ella dijo, -Creo, que unos dos.
– ¿Comiste algo después? ¿Algo más hasta ahora que esto?
Ella negó con la cabeza.
– Ro-. Giró la silla para quedar enfrente y puso su brazo alrededor de sus delgados hombros estrechándola contra él. Su calor y su fuerza la envolvieron como siempre. Roanna enterró su despeinada cabeza contra su ancho hombro, y la felicidad la inundó. Cuando era joven, los abrazos de Webb habían sido el paraíso para una aterrorizada y no querida niña. Ahora era mayor, y la calidad del placer había cambiado. Había un embriagador y ligero olor a almizcle en su piel que hacía que su corazón latiese más deprisa, y que deseara aferrarse a él.
– Tienes que comer, nena-, le dijo persuasivo, pero con tono firme.-Sé que te disgustas y pierdes el apetito, pero te puedo decir que has perdido aún mas peso. Vas a dañar tu salud si no empiezas a comer más.
– Sé lo que estás pensando-, le espetó, levantando su cabeza de su hombro y lo miró ceñuda. -Pero no me provoco el vómito o algo por el estilo.
– ¿Por Dios, cómo ibas a hacerlo? Si nunca hay nada en tu estomago para que puedas vomitarlo. Si no comes, muy pronto no tendrás la fuerza suficiente para trabajar con los caballos. ¿Es eso lo que quieres?
– ¡No!
– Entonces come.
Miró el muslo de pollo con expresión miserable. -Lo intento, pero no me gusta el sabor de muchas de las comidas, y la gente están siempre criticando mi forma de comer y la comida se convierte en un gran bola que no puedo tragar.
Esta mañana te comiste una tostada conmigo y tragaste muy bien.
– Tu no me chillas ni te burlas-, murmuró ella.
El le acarició el pelo, apartando de su cara el cabello castaño oscuro. Pobre pequeña Ro. Siempre había ansiado la aprobación de tía Lucinda, pero era demasiado rebelde para modificar su comportamiento y así obtenerlo. Puede que tuviese razón; no es que fuese una delincuente juvenil o algo parecido. Sólo era diferente, una estrafalaria flor silvestre creciendo en medio de un tranquilo y bien ordenado jardín de rosas sureño, y nadie sabía muy bien qué hacer con ella. No debería de estar implorando el amor o la aprobación de su familia; Tía Lucinda debería quererla simplemente por lo que era. Pero para Tía Lucinda, la perfección era su otra nieta, Jessie, y siempre había hecho saber a Roanna que estaba muy por debajo de ella en cualquier aspecto. La boca de Webb se contrajo. En su opinión, Jessie estaba muy lejos de ser perfecta, y estaba cansado y harto de esperar a que dejase atrás un poco de esa autocomplacencia.
También la actitud de Jessie tenía mucho que ver con la incapacidad de Roanna para comer. Lo había dejado pasar durante muchos años mientras se dedicaba a la enorme tarea de aprender cómo manejar Davencourt y todas las empresas Davenport, reduciendo cuatro años de universidad a tres y luego yéndose a hacer un master en empresariales, pero era obvio que la situación no se iba a resolver por si sola. Por el bien de Roanna, tendrá que imponerse tanto ante Tía Lucinda como con Jessie.
Roanna necesitaba tranquilidad, un ambiente pacífico donde sus nervios pudiesen calmarse y su estomago relajarse. Sí Tía Lucinda y Jessie -y ahora también Tía Gloria, no podían o querían dejar de criticar constantemente a Roanna, entonces no dejaría que Roanna comiese con ellos. Tía Lucinda siempre había insistido que se sentasen todos juntos a la mesa y que Roanna cumpliese con los estándares sociales, pero en esto haría caso omiso. Si iba a comer mejor con las comidas servidas en una bandeja en la tranquilidad de su dormitorio, o incluso si prefería en los establos, entonces sería allí donde la tendría. Si estar separada de la familia la hacía sentirse exiliada, en vez del alivio que él pensaba que sentiría, entonces comería con ella en los establos. Sencillamente esto no podía continuar así, ya que Roanna se estaba matando de hambre.
Sin pensárselo la sentó en su regazo, como cuando era una niña. Ahora era algo más alta, pero no pesaba mucho más que entonces, y el temor le embargo cuando rodeó su alarmantemente frágil muñeca con sus largos dedos. Esta pequeña prima siempre había despertado su lado protector, y lo que siempre le había gustado de ella era su valentía, su disposición a contraatacar sin medir las consecuencias. Estaba llena de ingenio y diablura, sí sólo Tía Lucinda dejase de tratar de borrar esos rasgos.
Ella siempre se había acurrucado contra él como un gatito e hizo lo mismo ahora automáticamente, frotando su mejilla contra su camisa. Una pequeña punzada de conciencia física le sorprendió, haciendo que sus oscuras cejas se frunciesen en un asombrado ceño.
La miró. Roanna era lamentablemente inmadura para su edad, carecía de las habituales habilidades sociales y las defensas que los adolescentes desarrollaban al relacionarse entre sí. Enfrentada a la desaprobación y el rechazo en casa así como en el colegio, Roanna había respondido encerrándose en si misma, así que nunca aprendió a relacionarse con los chicos de su misma edad. Por ese motivo, inconscientemente, siempre había pensado en ella como si aún fuese una niña, que necesitaba de su protección, y posiblemente aún la necesitaba. Pero aunque aún no fuese una adulta, físicamente tampoco era ya una niña.
Podía ver la curva de su mejilla, sus largas y oscuras pestañas, la translucida piel de su sien en donde las frágiles venas azules se veían justo bajo de la superficie. La textura de su piel era suave, sedosa, y emanaba una cálida y dulce esencia de mujer. Sus pechos eran pequeños pero firmes, y podía sentir el pezón, pequeño y duro como una goma de lápiz, del seno que apretaba contra él. La punzada de conciencia física se intensificó en una repentino y definitivo estremecimiento en su cuerpo, y de repente fue consciente de lo redondas que eran sus nalgas y lo dulcemente que anidaban sobre de sus muslos.
Apenas pudo contener un gruñido mientras la apartaba un poco, lo suficiente para que su cadera dejara de frotarse contra su endurecido pene. Roanna era extraordinariamente inocente para su edad, nunca había tenido una cita; dudaba incluso de que la hubiesen besado. No tenía ni idea de lo que le estaba haciendo, y él no quería avergonzarla. Era culpa suya por sentarla en su regazo como si aún fuese una niña. De ahora en adelante tendría que tener más cuidado, aunque posiblemente esto solo había sido una casualidad. Habían pasado más de cuatro meses desde que había tenido sexo con Jessie, ya estaba malditamente cansado y harto de que ella tratase de manipularle con su cuerpo.
Sus encuentros poco tenían que ver con hacer el amor; eran una lucha por la dominación. Maldita sea, dudaba que Jessie entendiera siquiera el concepto de hacer el amor, el mutuo intercambio de placer. Pero él era joven y sano, y cuatro meses de abstinencia lo habían dejado extremadamente tenso, tanto así, que hasta el delgado cuerpo de Roanna lo podía excitar.
Bruscamente se concentró de nuevo en el problema que tenía entre manos.
– Hagamos un trato-, dijo. -Te prometo que nadie te dirá nada sobre tu forma de comer, y si alguien lo hace, me lo dices y me ocupare de ello. Y tú, corazón, empezarás a comer con regularidad. Hazlo por mí. Promételo.
Alzó la vista hacía él, y sus ojos del color del whisky resplandecían con ese suave y adorable brillo que reservaba sólo para él. -Vale -, murmuró ella.-Por ti.
Antes de que tuviese la menor idea de lo que iba a hacer, ella le rodeó el cuello con el brazo y presionó su dulce, suave e inocente boca contra la de él.
Desde el momento en que la había sentado sobre su regazo, Roanna estaba sin aliento de anhelo e intensa excitación. Su amor por el la inundó, haciéndola desear gemir de placer por su contacto, por la forma en que la sostenía tan cerca. Frotó su mejilla contra su camisa, y percibió bajo el tejido, el calor y la elasticidad de su piel. Sus pezones palpitaban, e inconscientemente se apretó con más fuerza contra su pecho. La sensación resultante era tan aguda que impactó directamente entre sus muslos, y tuvo que apretarlos a causa del ardor.
Entonces lo sintió, esa súbita dureza contra su cadera, y emocionada supo lo que era. Esa misma tarde había visto por primera vez a un hombre desnudo, y la conmoción del acto que había presenciado la había dejado débil y asqueada, pero esto era diferente. Este era Webb. Esto significaba que la deseaba.
Al percatarse de ello la invadió el placer. Dejó de pensar. El la movió para que no lo sintiera contra su cadera, y empezó a hablar. Lo miró, sus ojos clavados en su hermosa boca, casi sin asimilar sus palabras. Quería que ella comiese, sólo por él.
– Vale-, murmuró ella. Por ti-. Haría cualquier cosa por él. Entonces el deseo se volvió tan intenso que ya no pudo contenerlo por más tiempo, e hizo lo que había deseado hacer durante tanto tiempo que parecía como si lo hubiese anhelado durante toda su vida. Le rodeó el cuello con los brazos y lo besó.
Sus labios eran firmes y cálidos, con un dejo de sabor a tentación que la hizo temblar de deseo. Lo notó sobresaltarse, como si lo hubiera asustado y noto que sus manos se movían hacía su cintura y la agarraban como si quisiese apartarla de él.
– No-, sollozó, súbitamente aterrorizada de que pudiera alejarla. -Por favor, Webb. Abrázame-. Y abrazándolo con más intensidad lo beso con más fuerza, atreviéndose tímidamente a lamer sus labios tal y como había visto en una película.
El tembló, un fuerte estremecimiento recorrió su musculoso cuerpo, y sus manos se cerraron con más fuerza sobre ella.
– Ro…- comenzó, y la lengua de ella se deslizó entre sus labios abiertos.
El gimió con todo el cuerpo en tensión. Y entonces, repentinamente, abrió la boca y comenzó a moverla, y ella perdió por completo el control sobre el beso. Sus brazos se apretaron con fuerza alrededor de ella, y su lengua se introdujo profundamente en su boca. El cuello de Roanna cayó hacia atrás bajo su empuje, y sus sentidos se debilitaron bajo el violento ataque. Había pensado en los besos, incluso había practicado por la noche con una almohada, pero nunca habría imaginado que un beso pudiera hacerla sentir tan débil y acalorada, o que su sabor fuese tan delicioso, o que sentirle contra ella pudiese desatar un anhelo tan inmenso. Se retorció sobre su regazo, tratando pegarse más a él, y con ferocidad él la giro para que sus pechos se apretaran contra su torso.
– ¡Bastardo infiel!
El alarido resonó en los oídos de Roanna. Saltó del regazo de Webb, con el rostro pálido, mientras se giraba hacia su prima. Las facciones de Jessie estaban distorsionadas por la rabia mientras permanecía parada en la puerta, mirándolos con odio, sus manos apretadas en puños.
Webb se levantó. El rubor coloreaba sus pómulos, pero su mirada era firme mientras encaraba a su esposa.
– Cálmate-, dijo en voz queda. -Puedo explicarlo.
– Mejor que sí,- se burlo ella. -Esto debe de ser bueno. ¡Maldito seas, no me extraña que no estuvieses interesado en tocarme! ¡Todo este tiempo te has estado follando a esta estúpida y pequeña putilla!
Una niebla roja invadió la visión de Roanna. ¡Cómo se atrevía Jessie a hablarle a Webb de esa forma, después de lo que había hecho esta misma tarde!
Sin darse cuenta de que se había movido, se vio de pronto frente a Jessie, y la empujó contra la pared tan fuerte que su cabeza rebotó contra ella.
– ¡Roanna, para! Dijo Webb ásperamente, agarrándola y apartándola bruscamente a un lado.
Jessie se enderezó y se retiró el pelo de los ojos. Rápida como un gato pasó por delante de Webb y abofeteó a Roanna con todas sus fuerzas. Webb la agarró y la apartó a un lado, sujetándola firmemente por el cuello de la blusa mientras que cogía a Roanna por la nuca.
– Ya es suficiente, maldita sea-, dijo con los dientes apretados. Webb no solía maldecir delante de las mujeres, y el hecho de hacerlo ahora delataba la enormidad de su enfado. -Jessie, no tiene sentido meter en esto a toda la casa. Hablaremos de ello arriba.
– Hablaremos de ello arriba-, lo imitó ella. -¡Vamos a hablar de ello aquí mismo, maldito seas! ¿Quieres mantenerlo en secreto? ¡Mala suerte! Mañana por la noche todo Tuscumbia sabrá tus preferencias por las jovencitas, porque lo voy a gritar a los cuatro vientos
– Cállate-, estalló Roanna, ignorando la mejilla que le ardía y mirando a Jessie con odio. Trataba de liberarse de Webb, que la tenía dolorosamente aferrada por la nuca, pero él se limitó a sujetarla con más fuerza.
Jessie le escupió. -Siempre has ido tras de él, so puta-, siseo. -Lo has planeado todo para que os encontrará juntos, ¿a que sí? Sabías que iba a bajar a la cocina. No estabas feliz de follártelo a mis espaldas, quería restregármelo por las narices de una vez por todas.
El alcance de la mentira era tal que dejó a Roanna atónita. Le echó una mirada a Webb y captó el súbito brillo de la sospecha y la condena en sus ojos.
– Callaros ambas-, gruñó él, en voz tan grave y helada, que un escalofrío recorrió su espalda. -Jessie. Arriba. Ya-. Soltó a Roanna y se llevó a Jessie casi a rastras hacia la puerta. Allí se detuvo, y lanzó a Roanna una mirada tan gélida que la cortó como un cuchillo. -Luego me ocuparé de ti.
La puerta se cerró con un portazo tras de ellos. Roanna se apoyó débilmente contra los armarios y se tapó la cara con las manos.
Dios mío, jamás quiso que pasara esto. Ahora, Webb la odiaba, y no podría soportarlo. El dolor afloro en su interior, atascándole la garganta, ahogándola. Nunca había sido adversaria para Jessie quien la superaba en astucia y engaño, y una vez más lo había demostrado, lanzando, sin esfuerzo, una mentira que pondría a Webb en su contra. Ahora él pensaría que lo había hecho todo adrede, y nunca, nunca la amaría.
La Abuela no le iba a perdonar este follón. Se balanceó adelante y atrás, abrumada de tristeza, preguntándose si la enviarían lejos de allí. Jessie le había dicho a la Abuela que Roanna debería ir a un internado femenino en el norte, pero Roanna no quiso ir y Webb la apoyó, pero ahora dudaba que Webb moviese un solo dedo aunque la enviasen al desierto del Gobi. Nunca la perdonaría por haberle causado tantos problemas, aunque consiguiera convencerlo de que Jessie había mentido, cosa que dudaba poder hacer. Según su experiencia, siempre creían a Jessie.
En apenas minutos, su mundo se había derrumbado a su alrededor. Había sido increíblemente feliz, esos breves y dulces momentos en sus brazos, y de repente todo se convirtió en un infierno. Probablemente tendría que irse, y perdería para siempre a Webb.
No era justo. Era Jessie quien era una puta. Roanna no se atrevía a contarlo, no podía decirlo, pasase lo que pasase. No se podía defender de las maliciosas mentiras que Jessie, incluso ahora, contaba sobre ella.
– Te odio-, murmuró inaudiblemente, a su ausente prima. Se acurrucó contra los armarios como si de un pequeño y asustado animal se tratase, su corazón martilleando tan fuertemente contra sus costillas que estaba a punto de desmayarse. -Ojala te murieras.
Roanna permanecía acurrucada en su cama. Se sentía miserablemente helada a pesar del calor de esa noche de verano, y estaba tan lejos de sentir sueño como cuando escapó escaleras arriba a su habitación.
Las horas que habían pasado desde que Jessie la había sorprendido besando a Webb habían sido una pesadilla. Por supuesto, el alboroto había hecho acudir a la carrera al resto de habitantes de la casa. No hicieron falta preguntas, ya que Jessie había maldecido a gritos tanto a Webb como a Roanna durante todo el tiempo que él la arrastró escaleras arriba, pero la Abuela y Tía Gloria la habían machacado con interminable preguntas y acusaciones.
– ¿Cómo has podido hacer una cosa así? Le preguntó la Abuela, mirando fijamente a Roanna con ojos tan fríos como lo habían sido los de Webb, pero Roanna había permanecido en silencio.
¿Qué podía decir? No debería haberlo besado, lo sabía. Amarle no era una excusa, al menos ninguna que importase ante la unánime condena a la que se enfrentaba.
No podía defenderse haciendo referencia al comportamiento de Jessie. Webb debía odiarla en este momento, pero aún así no podía contar algo que lo heriría y que posiblemente lo haría cometer una locura. Prefería que la culpasen a ella antes que arriesgarse a que le pasase algo malo a él. Y en definitiva, las acciones de Jessie no exculpaban las suyas. Webb era un hombre casado; no debía haberlo besado. En su interior se retorcía de vergüenza por lo que su alocado e impulsivo acto había provocado.
La pelea que se había desencadenado arriba había sido oída por todos. Jessie siempre había sido poco razonable cuando no se salía con la suya y más aún cuando estaba en juego su vanidad. Sus gritos se habían impuesto al grave sonido de la voz de Webb. Le había llamado por todos los insultos imaginables, usando palabras que Roanna jamás había escuchado antes. Normalmente la Abuela pasaba por alto cualquier cosa que hiciese Jessie, pero incluso ella se estremeció al escuchar su lenguaje. Roanna oyó como la llamaba puta, furcia con cara de caballo, y estúpido animal que sólo era bueno para follar en el corral. Jessie le amenazaba con que haría que la Abuela le desheredara, y al escucharlo Roanna miró horrorizada a la Abuela, se moriría sí por su culpa, Webb perdía su herencia, pero la Abuela se limitó a alzar sus elegantes cejas sorprendida al escuchar esta amenaza- y que haría que arrestaran a Webb por violación de una menor.
Por supuesto, la Abuela y Tía Gloria creyeron de inmediato que Roanna se había estado acostando con Webb, y esto atrajo sobre ella de nuevo las duras miradas recriminatorias, aunque Tío Harlan simplemente enarcó sus tupidas y canosas cejas canosas y parecía divertido. Roanna, avergonzada y con el ánimo por los suelos había negado con la cabeza indefensa, sin saber cómo defenderse para que la creyesen.
Webb no era hombre que dejara pasar una amenaza. Hasta ese momento, había estado furioso pero había sabido controlar su genio. Ahora se había escuchado un golpe, y el sonido de cristales rompiéndose, y él rugió: -¡Consigue el maldito divorcio! ¡Haré cualquier cosa con tal de deshacerme de ti!
Entonces bajó por las escaleras, con expresión dura e inflexible y los ojos brillando con un helado fuego verde. Su mirada furiosa se posó en Roanna, y sus ojos se entrecerraron, haciendo que se estremeciese de miedo, pero no se detuvo.
– Webb, espera-, dijo la Abuela, alargando una mano. El la ignoró, saliendo a grandes zancadas de la casa. Un poco después vieron como las luces de su coche iluminaban el césped.
Roanna no sabía si había regresado ya, porque no todos los coches se podían oír desde el interior de la casa. Los ojos le ardían de estar mirando al techo, la oscuridad la envolvía como una pesada manta, sofocándola.
Pero lo que mas le dolía era que Webb no había confiado en ella; aun conociendo a Jessie, había creído sus mentiras. ¿Cómo era posible que hubiese pensado por un solo momento que ella era capaz de causarle problemas intencionadamente?
Webb era el centro de su existencia, su paladín; si se apartaba de ella, entonces no tenía razón de ser, ninguna seguridad en este mundo.
Pero en sus ojos hubo furia y desprecio cuando la miró, como si no pudiese soportar su visión. Roanna se enroscó como una pelota, gimiendo por un dolor tan insoportable que pensó que nunca se recuperaría de ello. Lo amaba; ella no le hubiese dado la espalda, hiciese lo que hiciese. Pero él si lo había hecho, y se replegó aún más en si misma cuando se dio cuenta en donde radicaba la diferencia; él no la amaba. Le dolía todo el cuerpo, como si se hubiese herido al chocarse frontalmente contra el muro de la realidad. Le tenía cariño, la encontraba divertida, puede que sintiera unido a ella por el parentesco lejano, pero no la quería de la forma que ella quería que la amase. Con repentina y aplastante claridad, descubrió que solo había sentido pena de ella, y esa humillación la devoró por dentro. No era compasión lo que quería de Webb, ni de ningún otro.
Lo había perdido. Aunque le diese la oportunidad de defenderse e incluso si la creía, jamás sería lo mismo. El pensaba que lo había traicionado, y la falta de confianza de él era una traición para ella. Ese conocimiento siempre estaría en su corazón, un glacial y abrasador nudo señal de su perdida.
Siempre se había aferrado ferozmente a Davencourt y a Webb, resistiéndose a cualquier esfuerzo por apartarla de ambos. Ahora, por primera vez, estaba considerando marcharse. No le quedaba nada aquí, haría mejor en marcharse a la universidad como todos querían que hiciese y empezar de nuevo, donde nadie la conociese y tuvieran ideas preconcebidas de cómo debía de vestir y actuar. Antes, el mero pensamiento de abandonar Davencourt le hubiese causado pánico, pero ahora sólo sentía alivio. Si, quería alejarse de todos y de todo.
Pero primero, tendría que arreglar las cosas con Webb. Un último gesto de amor, y luego dejaría todo esto atrás y seguiría adelante.
Mientras salía de la cama miró el reloj. Eran más de las dos; la casa estaba en silencio. Jessie seguramente estaría dormida, pero francamente le importaba un bledo. Podía despertarse y escuchar por una vez, lo que Roanna tenía que decir.
No sabía lo que iba a hacer si Webb estaba ahí, aunque en realidad no creía que estuviese. Estaba tan enfadado cuando se marchó que probablemente aún no hubiese regresado, y aunque lo hubiese hecho no se habría metido en la cama con Jessie. Seguramente se iría abajo al estudio o dormiría en uno de los otros dormitorios.
No necesitaba luz; había recorrido tantas veces por la noche Davencourt que conocía todas sus sombras. Silenciosamente se deslizó por el vestíbulo, su largo camisón blanco la hacía parecer un fantasma. Se sentía como tal, como si nadie la viese en realidad.
Se paró delante de la puerta de la habitación de Webb y Jessie. Aún había una luz encendida dentro; un pequeño haz se filtraba por debajo de la puerta. Decidida a no llamar, Roanna giró el pomo.
– ¿Jessie estás despierta?- pregunto con voz suave. -Quiero hablar contigo.
El agudo chillido traspasó la aterciopelada noche, un largo, desgarrado sonido que parecía que nunca iba a cesar, estirándose, hasta que se quebró en una ronca nota. Se encendió la luz en varios dormitorios, incluso abajo, en los establos donde Loyal tenía su propio apartamento. Se escuchó un torrente de soñolientas y confusas voces chillando, haciendo preguntas, y el sordo ruido de unos pies descalzos corriendo.
El Tío Harlan fue el primero que llegó a la suite. Exclamó, -Por Dios Santo-, y por primera vez el almibarado y empalagoso tono que solía emplear estaba ausente de su voz.
Se tapó la boca con las manos como para que no se escapase otro grito. Roanna se apartó lentamente del cuerpo de Jessie. Sus ojos castaños estaban muy abiertos y no parpadeaba, con expresión extrañamente vacía.
Tía Gloria entró corriendo en la habitación a pesar del tardío intento del Tío Harlan por impedírselo, con Lucinda pisándole los talones. Ambas se detuvieron bruscamente, el horror y la incredulidad las dejaron inmóviles mientras asimilaban la violenta escena. Lucinda miraba el cuadro que presentaban sus dos nietas, y hasta el último vestigio de color desapareció de su cara. Empezó a temblar.
Tía Gloria rodeó con sus brazos a su hermana, mirando todo el tiempo enloquecida a Roanna.
– Dios mío, la has matado,- balbuceó, creciendo su histeria con cada palabra. -¡Harlan, llama al sheriff!
El camino de entrada y el patio estaban llenos de coches, aparcados al azar en diferentes ángulos, las luces azules destellaban sobrecogedoras en la noche. Cada ventana de Davencourt estaba iluminada, y la casa estaba repleta de gente, la mayoría de ellos llevaban uniforme marrón, otros uniformes blancos.
Toda la familia, excepto Webb, permanecía sentada en el espacioso salón. La Abuela lloraba quedamente y sus manos retorcían incesantemente un delicado pañuelo bordado mientras permanecía sentada con los hombros hundidos. Su rostro estaba devastado por el dolor. Tía Gloria se sentaba a su lado, dándole palmaditas y murmurando palabras tranquilizadoras pero sin sentido. Tío Harlan estaba justo detrás de ellas, balanceándose sobre sus talones, contestando con importancia las preguntas y ofreciendo sus propias opiniones sobre cada teoría o detalle, disfrutando de estar en el candelero por haber tenido la suerte de ser la primera persona en la escena del crimen, sin contar desde luego a Roanna.
Roanna estaba sentada sola al otro lado de la habitación lejos de todos. Un ayudante del sheriff estaba parado cerca de ella. Era perfectamente consciente de que era un guardián, pero no le preocupaba. Permanecía inmóvil, sus ojos un pozo de oscuridad en su blanco rostro, su mirada ciega y al mismo tiempo abarcándolo todo mientras miraba sin pestañear a su familia al otro lado de la habitación.
El Sheriff Samuel “Booley” Watts se detuvo justo en la entrada y la miró, preguntándose incómodamente que estaría pensando, como se sentiría ante este silencioso pero implacable rechazo. Evaluó la delgada fragilidad de sus desnudos brazos, fijándose en lo irreal que parecía con ese camisón tan blanco, casi tanto como su cara. El pulso en la base de cuello le latía visiblemente, demasiado rápido y débil. Con la experiencia de treinta años al servicio de la ley, se giró hacia uno de sus ayudantes y le dijo quedamente, -Ve a por uno de los médicos para que le eche un vistazo a la chica. Parece que esta conmocionada.- La necesitaba lúcida y receptiva.
El Sheriff conocía a Lucinda de casi toda la vida. Los Davenport habían efectuado siempre fuertes contribuciones a sus fondos de campaña cuando llegaba la época de elecciones. Tal y como era la política, durante años él había hecho bastantes favores a la familia, pero en el fondo de su larga relación había un cariño genuino. Marshall Davenport había sido un duro y astuto hijo de puta, pero decente. Booley sólo sentía respeto hacia Lucinda, por su fortaleza interior, su oposición a rebajar sus valores en pos de la modernidad y su intuición en los negocios. En los años posteriores a la muerte de David, hasta que Webb fue lo suficientemente mayor como para aligerarle algo de la carga, había dirigido un imperio, se había hecho cargo de un inmenso patrimonio y criado a sus dos nietas huérfanas. Por supuesto tenía el beneficio de una inmensa fortuna que le allanaba el camino, pero la carga emocional había sido la misma para ella que para cualquier otra persona.
Pensó, que Lucinda había perdido a muchos seres queridos. Ambos, los Davenport y Tallant habían sufrido intempestivas muertes, demasiados jóvenes. El querido hermano de Lucinda, el primer Webb, había muerto a los cuarenta años, después de haber sido pateado en la cabeza por un toro. Su hijo, Hunter, había muerto a la edad de treinta y uno, cuando su pequeño avión se estrelló en una violenta tormenta en Tennessee. Marshall Davenport sólo tenía sesenta cuando murió de una apendicitis, que ignoró, creyendo que era una simple indigestión, hasta que la infección se había extendido tanto que su sistema inmunológico no lo pudo soportar. Y luego David y Janet, así como la mujer de David, se habían matado hacia diez años en un accidente de coche. Esto casi quebró a Lucinda, pero cuadró hombros y siguió adelante.
Y ahora esto; no sabía si podría soportar este nuevo golpe. Siempre había adorado a Jessie, y la chica había sido muy popular entre la élite de Colbert County, aunque Booley tenía sus reservas sobre ella. A veces su expresión parecía fría, desprovista de emoción, igual a la de algunos asesinos que había visto a través de los años. No es que hubiese tenido ningún problema con ella, nunca había sido llamado para tapar algún pequeño escándalo; a pesar de cómo era en realidad Jessie, de su manera de coquetear o de sus fiestas, se había mantenido limpia. Jessie y Webb habían sido las niñas de los ojos de Lucinda, y la anciana estaba muy orgullosa cuando dos años atrás los chavales se casaron. Booley odió lo que tenía que hacer; ya era bastante duro haber perdido a Jessie, sin involucrar a Webb, pero ese era su trabajo. Política o no, esto no se podía barrer debajo de la alfombra.
Un achaparrado paramédico, Turkey MacInnis, entró en la habitación y la cruzó hasta donde estaba sentada Roanna, agachándose frente a ella. Le llamaban Turkey por su habilidad para imitar el sonido de un pavo sin ayuda de ningún artilugio, era competente y reconfortante, uno de los mejores sanitarios del condado. Booley prestó atención al tono casual y desenfadado de su voz mientras le hacía a la chica unas cuantas preguntas, evaluando sus respuestas al tiempo que iluminaba con una pequeña luz sus ojos, luego le tomó la presión arterial y controló su pulso. Roanna contestaba a las preguntas en un tono apagado, casi inaudible, su voz sonaba forzada y dolorida. Observaba al sanitario con una total falta de interés.
Trajeron una manta y se la pusieron alrededor, y el sanitario la instó a tumbarse en el sofá. Entonces le trajo un taza de café, que Booley suponía estaría muy dulce, y la convenció para que se lo tomase. Booley suspiró. Satisfecho de que Roanna hubiera sido atendida, ya no podía posponer por más tiempo su pesada obligación. Se frotó la parte de atrás de la cabeza mientras caminaba hacia el pequeño grupo al otro lado de la habitación. Harlan Ames había contado, por lo menos por décima vez, el suceso según su interpretación, y Booley se estaba cansando de esa untuosa y excesivamente estridente voz.
Se sentó al lado de Lucinda.
– ¿Ya has encontrado a Webb? Le preguntó ella con voz estrangulada, mientras que más lágrimas corrían por sus mejillas. Pensó que por primera vez, Lucinda aparentaba su edad, setenta y tres años. Siempre había dado la impresión de ser esbelta y fuerte, como el más fino acero, pero ahora se la veía encogida en su camisón y su bata.
– Aún no-, dijo, incomodo. -Lo estamos buscando-. Se había quedado corto como nunca había hecho.
Hubo un pequeño alboroto en la puerta, y Booley se giró, frunciendo el ceño, pero se relajó cuando Yvonne Tallant, la madre de Webb, entró en el salón. Técnicamente se suponía, que no se permitía a nadie entrar, pero Yvonne era de la familia, aunque se había distanciado durante varios años al mudarse de Davencourt a su propia y pequeña casa cruzando el río en Florence. Yvonne siempre había sido una mujer con una vena independiente. Aunque ahora, Booley hubiese preferido que no apareciera, y se preguntaba cómo se había enterado de lo ocurrido aquí esta noche. Demonios, no tenía sentido preocuparse por ello. Ése era el problema de las pequeñas ciudades. Puede que alguien de la oficina, hubiese llamado a casa y le hubiese dicho algo a un familiar, quien habría llamado a un amigo, quien a su vez habría llamado a un primo que conocía personalmente a Yvonne y se había tomado la libertad de avisarla. Así es como funcionaba siempre.
Los ojos verdes de Yvonne se desplazaron por la habitación. Era una mujer alta y delgada con reflejos canosos en su pelo oscuro, del tipo que se describiría más como atractiva que guapa. Incluso a esta hora, estaba impecablemente vestida con traje de chaqueta y una pulcra camisa blanca. Su mirada se centró en Booley.
– ¿Es verdad?- preguntó, su voz se quebró un poco.- ¿Lo de Jessie?- A pesar de las reservas de Booley sobre Jessie, ella siempre se había llevado bien con su suegra. Además, las familias Davenport y Tallant siempre habían estado muy unidas y Yvonne conocía a Jessie desde la cuna.
Junto a él, Lucinda ahogó un sollozo, con todo el cuerpo temblando. Booley contestó a Yvonne asintiendo, quien cerró los ojos para evitar derramar las lágrimas.
– Lo hizo Roanna,- siseó Gloria, clavando la mirada al otro lado de la habitación sobre la pequeña figura que estaba envuelta en una manta y tumbada en el sofá.
Los ojos de Yvonne se desmesuraron, y miró incrédula a Gloria.-No seas ridícula,- le espetó y se encaminó decidida hacia Roanna, agachándose a su lado mientras retiraba el desordenado cabello de su rostro exangüe y le murmuraba bajito como solía hacer. La opinión de Booley sobre Yvonne subió varios puntos, aunque dudaba por la expresión de su cara, que Gloria pensara igual.
Lucinda inclinó la cabeza, como si fuese incapaz de mirar al otro lado de la habitación a su otra nieta. -¿La vas a detener?- susurró.
Booley tomó una de sus manos en la suya, sintiéndose como un torpe y carnoso buey cuando sus gruesos dedos envolvieron los suyos, fríos y delgados. -No, no lo haré,- dijo.
Lucinda se estremeció levemente, y algo de tensión abandonó su cuerpo.-Gracias a Dios,- murmuró, cerrando los ojos.
– ¡Me gustaría saber por qué no!-chilló Gloria desde el otro lado, alzándose erizada como un gallina mojada. A Booley nunca le había gustado Gloria tanto como Lucinda. Siempre había sido más bonita, pero fue a Lucinda a quien Marshall Davenport echó el ojo, Lucinda la que se casó con el hombre más rico del noroeste de Alabama, y la envidia casi mató a Gloria.
– Porque no creo que lo haya hecho ella,- dijo rotundamente.
– ¡La vimos inclinada sobre su cuerpo! ¡Vamos, si estaba parada en medio de la sangre!
Irritado, Booley se preguntó porqué se suponía que eso significaba algo. Se armó de paciencia. -Por lo que sabemos, Jessie ya llevaba muerta algunas horas antes de que Roanna la encontrase.- No entró en detalles técnicos sobre el grado de evolución del rigor mortis, imaginando que Lucinda no querría saberlo. No era posible determinar la hora exacta de la muerte al menos que se hubiese presenciado, pero con seguridad Jessie había muerto un par de horas antes de la medianoche. No sabía por que Roanna había visitado a su prima a las dos de la mañana -aunque definitivamente lo iba a descubrir-pero Jessie ya estaba muerta.
El pequeño grupo familiar se quedó helado, mirándolo fijamente, como si no comprendieran este nuevo giro. Sacó su pequeño cuaderno. Normalmente uno de los detectives del condado haría la entrevista, pero esta era la familia Davenport, e iba a prestar a este caso su atención personal.
– El señor Ames dijo que Webb y Jessie habían tenido esta noche una tremenda pelea,- comenzó, y vio la dura mirada que Lucinda dispensó a su cuñado.
Después inspiró profundamente y cuadró los hombros mientras se secaba la cara con un destrozado pañuelo. -Riñeron, sí.
– ¿Sobre qué?
Lucinda vaciló, y Gloria interfirió en la conversación. -Jessie pilló a Webb y a Roanna liados en la cocina.
Las canosas cejas de Booley se elevaron. Poco le sorprendía ya, pero se quedó algo atónito ante esto. Dubitativo, miró la frágil y pequeña figura acurrucada al otro lado de la habitación. Roanna parecía, si no infantil, si curiosamente aniñada, y no se podía hacer a la idea de que Webb fuese un hombre que se sintiese atraído por ello. -¿Liados, como?
– Pues liados,- dijo Gloria, elevando la voz. -¿Por Dios, Booley, quieres que te haga un esquema?
La idea de Webb haciendo el amor en la cocina a Roanna le parecía aún más increíble. Nunca se sorprendía ante la profunda estupidez que podrían mostrar las personas supuestamente inteligentes, pero esto no sonaba a verdadero. Qué extraño, podía imaginarse a Webb cometiendo un asesinato, pero no tonteando con su pequeña prima.
Bien, se enteraría de la verdadera historia sobre el episodio de la cocina por Roanna. El quería otra cosa de estas tres personas. -Así que estaban discutiendo. ¿La discusión se tornó violenta?
– Claro que sí,- respondió Harlan, ansioso por estar de nuevo en el candelero. -Estaban arriba, pero Jessie chillaba tan alto que pudimos oír cada palabra. Entonces Webb le gritó que consiguiera el divorcio, que haría cualquier cosa con tal de deshacerse de ella, y luego se oyó el sonido de cristales rompiéndose. Entonces Webb bajó como un tornado y se marchó.
– ¿Después de esto alguno de vosotros vio a Jessie, o tal vez la oyó en el baño?
– Nop, ni un sonido,- dijo Harlan, y Gloria negó con la cabeza. Ninguno intentó hablar con Jessie, sabiendo por experiencia que era mejor dejar que se calmase o su furia estallaría contra el primer mediador. La expresión de Lucinda era de creciente incredulidad y horror al darse cuenta de hacia dónde se dirigía el interrogatorio de Booley.
– No,- dijo violentamente, negando con la cabeza. -¡Booley, no! ¡No puedes sospechar de Webb!
– Debo hacerlo,- contestó él, tratando de mantener el tono amable. -Estaban discutiendo violentamente. Bien, todos sabemos que Webb tiene bastante genio cuando le provocan. Después que se marchase, nadie vio ni oyó a Jessie. Es una triste realidad, pero cada vez que una mujer es asesinada, normalmente es su marido o su novio quien lo hace. Esto me duele mucho, Lucinda, pero la verdad es que Webb es el sospechoso más probable.
Ella continuaba negando con la cabeza, y de nuevo las lágrimas caían por sus arrugadas mejillas. -No pudo ser él. Webb no. Su voz era suplicante.
– Espero que no, pero tengo que comprobarlo. Bien, ¿a que hora exacta se marcho Webb, o tan aproximadamente como recordéis?
Lucinda se quedó en silencio. Harlan y Gloria se miraron. -¿Las ocho? Aventuró Gloria, finalmente, con incertidumbre en la voz.
– Más o menos,- dijo Harlan, asintiendo. -Acababa de empezar la película que quería ver.
Las ocho. Booley lo consideró, mordiéndose el labio inferior mientras lo hacia. Clyde O’Dell, el juez de instrucción, llevaba haciendo su trabajo casi el mismo tiempo que Booley, y era condenadamente bueno determinando la hora de la muerte. Tenía ambas, la experiencia y el don para combinar la evolución del rigor mortis con el factor temperatura y aproximarse con bastante precisión a la respuesta correcta. Clyde había situado la hora de la muerte de Jessie en “Oh, alrededor de las 10, “ indicando con un gesto de la mano que la hora exacta podía decantarse en un poco antes o un poco después. Las ocho era un pelín temprano, y aunque entraba en el marco de lo posible, sembraba un poco de duda en el asunto. Tenía que estar bien seguro sobre este caso antes de presentarlo ante el fiscal del condado, ya que Simmons era un político demasiado hábil para implicarse en un caso que involucraban a los Davenports y a los Tallants, a menos que pudiese asegurarse de que tenía todos los cabos atados. -¿Alguien oyó un coche o cualquier otra cosa mas tarde? ¿Quizás Webb regresará?
– Yo no escuché nada,- dijo Harlan.
– Yo tampoco,- confirmó Gloria. -Para oír algo aquí dentro habría que conducir un camión, a no ser que estuviésemos en la cama y con las puertas del balcón abiertas.
Lucinda se frotó los ojos. Booley tenía la impresión que lo que ella más deseaba era que su cuñado y su hermana se callasen de una maldita vez. -Normalmente no escuchamos a nadie acercarse,- dijo ella. -La casa esta muy bien insonorizada, y los arbustos amortiguan cualquier sonido, también.
– Así que pudo haber regresado y posiblemente no se hubiesen dado cuenta.
Lucinda abrió la boca, luego la cerró sin decir una palabra. La respuesta era obvia. La galería que rodeaba la enorme, elegante y vieja casa era accesible desde la escalera exterior en el lado de la casa de Webb y Jessie. Además, cada dormitorio tenía dobles puertas francesas que se abrían hacia el balcón; hubiese sido absurdamente fácil para cualquiera subir esas escaleras y entrar al dormitorio sin que lo viese nadie en la casa. Desde el punto de vista de la seguridad, Davencourt era una pesadilla.
Bien, tal vez Loyal había oído algo. Su apartamento en los establos probablemente no estaba tan insonorizado como esta enorme y vieja casa.
Yvonne abandono su lugar junto a Roanna y se situó justo delante de Booley. -He escuchado lo que estabas diciendo,- dijo ella tranquila, con tono calmado a pesar de la forma en que sus ojos verdes lo atravesaban. -Estás ladrando al árbol equivocado, Booley Watts. Mi hijo no mató a Jessie. No importa lo furioso que estuviese, no le habría hecho daño.
– Estaría de acuerdo contigo en circunstancias normales,- respondió Booley. -Pero ella le estaba amenazando con que haría que Lucinda lo desheredase, y todos sabemos lo que significa para…
– Sandeces,- dijo Yvonne con firmeza, ignorando la forma en que la boca de Gloria se fruncía como una pasa. -Webb no se lo habría creído ni por un segundo. Jessie siempre exageraba cuando estaba furiosa.
Booley miró a Lucinda. Ella se frotó los ojos y dijo débilmente. -No, jamás le hubiese desheredado.
– ¿Aunque se hubiese divorciado?- presionó él.
Le temblaron los labios. -No. Davencourt le necesita.
Bien, eso descartaba un maldito buen móvil, pensó Booley. En realidad no lo lamentaba. Le desagradaría sobremanera tener que arrestar a Webb Tallant. Lo haría si pudiese construir un caso suficientemente sólido en su contra, pero odiaría hacerlo.
En ese momento se escucharon en la entrada principal voces agitadas, y todos reconocieron la profunda voz de Webb mientras le decía algo cortante a uno de los ayudantes del sheriff. Cada una de la cabezas en el cuarto, exceptuando la de Roanna, se giraron para mirar como entraba en la habitación, flanqueado por dos ayudantes del Sheriff. -”Quiero verla,” dijo bruscamente. -Quiero ver a mi esposa.
Booley se puso en pie. -Siento todo esto, Webb,- dijo, con voz tan cansada como se sentía. -Pero necesitamos hacerte algunas preguntas.
Jessie estaba muerta.
No le habían dejado verla, y lo necesitaba desesperadamente, porque hasta que lo hubiese hecho por él mismo, Webb lo encontraba imposible de creer en realidad. Se sentía desorientado, incapaz de aclarar sus pensamientos o sus sentimientos porque todos ellos eran contradictorios. Cuando Jessie le había gritado que quería el divorcio, no había sentido nada más que alivio ante la perspectiva de librarse de ella, pero… ¿muerta? ¿Jessie? ¿La mimada, vibrante y apasionada Jessie? No podía recordar ni un día de su vida en que Jessie no hubiera estado allí. Habían crecido juntos, primos y amigos de infancia, y entonces la fiebre de la pubertad y la pasión sexual los había unido en un juego interminable de dominación. Casarse con ella había sido un error, pero el shock de perderla lo tenía atontado. La pena y el alivio batallaban, desgarrándolo dentro.
La culpa estaba allí, también, a paladas. Culpa, antes que nada, porque se sentía completamente aliviado, no importa que durante los dos años pasados ella hubiera hecho todo lo posible por hacer de su infierno, destruyendo sistemáticamente todo lo que él había sentido alguna vez por ella en su implacable búsqueda de la servil adoración que creyó que ella merecía.
Y después estaba la culpa que sentía sobre Roanna.
No debería haberla besado. Tenía sólo diecisiete años, caray, y bastante inmaduros además. No debería haberla sentado en su regazo. Cuando le había lanzado de repente los brazos al cuello y lo había besado, debería haberla apartado suavemente, pero no lo hizo. En cambio sintió el suave y tímido florecer de su boca bajo la suya, y su misma inocencia lo había excitado. Infiernos, ya estaba excitado por la sensación de su curvado trasero sobre su regazo. En vez de interrumpir el beso, él lo había profundizado, tomando control, empujando su lengua en su boca para convertirlo en un beso explícitamente sexual. La había girado en sus brazos, queriendo sentir aquellos pechos leves, delicados contra él. Si Jessie no hubiera entrado en aquel momento, probablemente habría puesto su mano sobre aquellos pechos y su boca sobre sus dulcemente endurecidos pezones. Roanna se había excitado, también. Creía que ella era demasiado inocente para saber lo que hacía, pero ahora lo veía de forma diferente. Inexperta no era lo mismo que inocente.
Sin importar lo que hubiera hecho, dudaba que Roanna hubiera levantado una mano o dicho una palabra para detenerlo. Podía haberla tomado allí, sobre la mesa de cocina, o sentarla a horcajadas en su regazo, y ella se lo habría permitido.
No había nada que Roanna no hiciera por él. Lo sabía. Y ese era el pensamiento más horrible de todos.
¿Había matado Roanna a Jessie?
Estaba furioso con ambas, y con él mismo, por permitir que ocurriera tal situación. Jessie había estado gritando sus asquerosos insultos, y de repente se había sentido tan harto de ella que supo que esto era el fin de su matrimonio para él. En cuanto a Roanna, nunca la creyó lo bastante retorcida para planear la escena en la cocina, pero cuando la había mirado después de la maliciosa acusación de Jessie, no había visto sorpresa en la tan franca y tan expresiva cara de Roanna; vio culpa. Tal vez causada por la misma consternación que él sentía, porque no deberían haber estado besándose, pero tal vez… tal vez fuera por otra cosa. Por un instante había visto algo más, también: odio.
Todos sabían que Roanna y Jessie no se llevaban bien, pero él además sabía que, durante una temporada, por parte de Roanna, la animosidad había sido especialmente amarga. La razón era obvia, también; sólo un tonto y ciego podría no haberse percatado de lo mucho que Roanna lo adoraba. Él no había hecho nada para animarla, románticamente hablando, pero tampoco la había desalentado. Estaba encariñado con la pequeña mocosa, y aquella incondicional adoración suya era como un bálsamo para su ego, sobre todo después de una de las interminables batallas con Jess. Infiernos, suponía que quería a Ro, pero no de la manera que ella lo quería a él; la amaba con la distraída exasperación de un hermano mayor, se preocupaba por su falta de apetito, y la compadecía cuando era humillada por su torpeza social. No había sido fácil para ella, siendo siempre el patito feo frente al hermoso cisne que parecía Jessie.
¿Era posible que creyera la ridícula amenaza que Jessie había hecho, sobre borrarlo del testamento de Tía Lucinda? Él sabía que era absurdo, ¿pero y Roanna? ¿Qué habría hecho ella para protegerlo? ¿Ir a ver a Jessie, tratando de razonar con ella? Él sabía por experiencia que tratar de razonar con Jessie era malgastar el esfuerzo. Se habría lanzado contra Roanna como un oso sobre la carne fresca, concibiendo aún cosas más crueles que decir, más amenazas maliciosas que efectuar. ¿Habría llegado Roanna a tales extremos para detener a Jess? Antes del episodio en la cocina, habría dicho que de ninguna manera, pero entonces había visto aquella expresión en la cara de Roanna cuando Jessie cayó sobre ellos, y ahora no estaba seguro.
Dijeron que había sido la primera en encontrar el cuerpo de Jessie. Su esposa estaba muerta, asesinada. Alguien le había aplastado la cabeza con uno de los soportes de hierro de la chimenea de su habitación. ¿Roanna? ¿Podría haberlo hecho deliberadamente? Todo lo que sabía de ella le decía que no, al menos a la segunda pregunta. Roanna no actuaba a sangre fría. Pero si Jessie la había insultado, burlándose de sus miradas y sus sentimientos hacía él, efectuando más de aquellas estúpidas amenazas, entonces, tal vez, puede que perdiera el control y golpeara a Jessie.
Sentado a solas en la oficina de Booley, apoyó la cabeza en las manos mientras trataba de aclarar la confusión de sus pensamientos. Evidentemente era el sospechoso principal. Después de la pelea que Jess y él habían tenido, supuso que era lógico. Lo hizo sentir tan furioso que le hubiera gustado dar un puñetazo a alguien, pero era lógico.
No lo habían detenido, y no estaba especialmente preocupado, al menos no sobre esto. Él no había matado a Jess, y a menos que fabricaran las pruebas en su contra, no había modo de demostrar lo contrario. Lo necesitaban en casa para ocuparse de todo. Del breve vistazo que había tenido de ella, la Tía Lucinda estaba devastada; no estaría en condiciones de de ocuparse de los arreglos de entierro. Y Jess era su esposa; quería hacer este último acto por ella, llorar su muerte, afligirse por la muchacha que había sido, la esposa que había esperado que fuera. No había funcionado para ellos, pero a pesar de ello no merecía morir así.
Las lágrimas le quemaban los ojos y goteaban por sus dedos. Jess. Bella e infeliz Jess. Le hubiera gustado que fuera una compañera en vez de un parásito exigiendo constantemente más cada vez, pero no estaba en su naturaleza el dar. No había bastante amor en el mundo para satisfacerla, y finalmente había dejado hasta de intentarlo.
Se había ido. No podía traerla de vuelta, no podía protegerla.
¿Pero y Roanna?
¿Había matado ella a su esposa?
¿Qué debería hacer ahora? ¿Contarle a Booley sus sospechas? ¿Echar a Roanna a los lobos?
No podía hacerlo. No podía, ni siquiera podía creer que Roanna deliberadamente hubiese matado a Jessie. Golpearla, sí. Puede que le hubiese dado una bofetada en defensa propia, porque Jessie era -había sido- perfectamente capaz de atacar físicamente a Roanna. Ro tenía sólo diecisiete años, una menor; si la detenían y la juzgaban, y era declarada culpable, su condena por el delito sería leve. Pero hasta incluso una condena leve sería a pena de muerte para ella. Webb sabía tan cierto como que estaba aquí sentado, que Roanna no sobreviviría ni un año encerrada en un reformatorio. Era demasiado frágil, demasiado vulnerable. Dejaría totalmente de comer. Y moriría.
Meditó acerca de la escena en casa. Lo habían empujado fuera del edificio antes de que hubiera podido hablar con ninguno, aunque su madre lo había intentado. Pero lo que había visto en ese breve momento estaba grabado a fuego en su mente: Yvonne, ferozmente protectora, dispuesta a luchar por él, aunque no esperaba menos de su leal madre; Tía Lucinda mirándolo paralizada por la pena, Tía Gloria y Tío Harlan, con mirada acusadora de horror y fascinación. No había duda, creían que él era culpable, malditos fueran. Y Roanna, excluida, encogida y helada, en el otro extremo de la habitación, sin ni siquiera levantar la cabeza para mirarlo.
Se había pasado los diez últimos años protegiéndola. Se había convertido en una segunda naturaleza para él. Incluso ahora, a pesar de lo enfadadísimo que estaba con ella, no podía suprimir el instinto de protegerla, Si pensara que lo había hecho deliberadamente, sería diferente, pero no lo creía así. De modo que aquí estaba, protegiendo con su silencio a la joven que probablemente había matado a su esposa, y la amargura de esta elección le roía las entrañas.
La puerta de la oficina se abrió detrás de él y se enderezó, secando con brusquedad la humedad restante de sus ojos. Booley caminó alrededor del escritorio y se hundió pesadamente en el chirriante sillón de cuero, con los ojos clavados en la cara de Webb, tomando nota de los restos de lágrimas.- Lo siento, Webb. Sé que todo esto es un shock.
– Sí. – Su voz era áspera.
– A pesar de ello, tengo un trabajo que hacer. Se te oyó decir a Jessie que harías lo que fuera para deshacerte de ella.
El mejor camino a través de este campo minado, se figuró Webb, sería contar la verdad – hasta cierto punto, antes que no decir nada en absoluto. -Sí, lo dije. Justo después de decirle que pidiera el divorcio. Quería decir que estaría dispuesto a aceptar cualquier condición.
– ¿Incluso cediéndole Davencourt?
– Davencourt no es mío para darlo, es de Tía Lucinda. Esa decisión es suya.
– Jessie amenazó con hacer que Lucinda te borrara de su testamento.
Webb sacudió la cabeza con brusquedad. -Tía Lucinda no haría algo así solamente por el divorcio.
Booley cruzó los brazos por detrás de su cabeza, entrelazando los dedos para formar apoyo para su cráneo. Estudió al joven frente a él. Webb era grande y fuerte, un atleta natural; poseía la fuerza necesaria para aplastar el cráneo de Jessie de un golpe, ¿pero lo habría hecho? Bruscamente cambio de tema. -Supuestamente Jessie os pillo a Roanna y a ti metiéndoos mano en la cocina. ¿Quieres hablarme de ello?
Los ojos de Webb destellaron con un indicio de la helada y feroz cólera que escondía en su interior. -Nunca he sido infiel a Jess,- dijo, con sequedad.
– ¿Nunca?- Booley dejó que un indicio de duda se filtrara en su tono. -¿Entonces qué es lo que vio Jessie que la hizo estallar?
– Un beso.- Demos a Booley la verdad lisa y llana, por lo que valga.
– ¿Besaste a Roanna? Por Dios, Webb, ¿no crees que sea un pelín joven para ti?
– ¡Maldita sea, por supuesto que es demasiado joven!- estalló Webb. -No es eso.
– ¿No es qué? ¿Qué hacías con ella?
– No hacía nada con ella.- Incapaz de contenerse más tiempo, Webb se puso bruscamente en pie, haciendo a Booley tensarse y posar automáticamente su enorme mano sobre el extremo de su pistola, pero se relajó cuando Webb comenzó a caminar de un extremo a otro de la pequeña oficina.
– ¿Entonces por qué la besaste?
– No lo hice. Ella me besó. -Aunque sólo al principio. Pero Booley no necesitaba saber el resto.
– ¿Por qué hizo algo así?
Webb se frotó la nuca. -Roanna es como una hermana pequeña para mí. Estaba disgustada…
– ¿Por qué?
– La tía Gloria y el Tío Harlan se habían trasladado hoy. Ella no se lleva bien con Tía Gloria.
Booley emitió un gruñido, como si pudiera entender eso.-Y tú estabas… ¿qué, consolándola?
– Eso, y tratando de conseguir que comiera. Cuando se disgusta o está nerviosa, no puede comer, y estaba preocupado por lo que eso le puede provocar.
– ¿Crees que es – cuál es la palabra- an-no-se-que? ¿Privarse de comida a si misma hasta morir?
– Anoréxica. Tal vez. No lo sé. Le dije que hablaría con la Tía Lucinda y haría que los demás la dejaran tranquila, si prometía comer. Me lanzó los brazos alrededor del cuello y me besó, Jessie entró, y se desató el infierno.
– ¿Era la primera vez que Roanna te besaba?
– Sin contar los besos en la mejilla, sí.
– ¿Así que no hay nada romántico entre vosotros?
– No,- dijo Webb, la palabra quedó prendida en el aire.
– He oído que está loquita por ti. Una dulce jovencita como ella, muchos hombres se sentirían tentados.
– Depende mucho de mí, desde que sus padres fallecieron. No es ningún secreto.
– ¿Estaba Jessie celosa de Roanna?
– No, que yo sepa. No tenía ninguna razón para ello.
– ¿Incluso aunque te llevaras muy bien con Roanna? Por lo que oído, tú y Jessie no habíais estado llevándoos bien en absoluto. Tal vez estaba celosa de ello.
– Oyes mucho, Booley,- dijo Webb, con cansancio. -Jessie no estaba celosa. Cogía una rabieta siempre que no se salía con la suya. Me estaba volviendo loco para que la llevara conmigo a Nashville esta mañana, y cuando vio a Roanna besarme, fue la excusa que necesitaba para desatar un infierno.
– La pelea se volvió violenta, ¿verdad?
– Lancé un vaso y lo rompí.
– ¿Golpeaste a Jessie?
– No.
– ¿La has golpeado alguna vez?
– No.- Hizo una pausa, y sacudió su cabeza. -Le di unos azotes en el trasero una vez, cuando tenía dieciséis años, si eso cuenta.
Booley reprimió una sonrisa. No era momento para la diversión, pero Jessie consiguiendo que le pusieran el trasero colorado era algo que le habría gustado ver. Muchos niños hoy en día, tanto niños como niñas, se beneficiarían enormemente del mismo tratamiento. Webb habría tenido apenas diecisiete años entonces, pero siempre había sido más maduro de lo que le correspondía a su edad.
– ¿Qué pasó entonces?
– Jessie estaba cada vez más y más descontrolada. Me marché antes de que las cosas se nos fueran de las manos.
– ¿A qué hora te marchaste?
– Demonios, no lo sé. A las ocho, ocho y media.
– ¿Volviste?
– No.
– ¿Dónde fuiste?
– Conduje un rato, alrededor de Florence.
– ¿Alguien que conozcas te vio, para que puedan confirmarlo?
– No lo sé.
– ¿Qué hiciste? ¿Solo dar vueltas en coche?
– Un rato, como he dicho. Después fui al Waffle Hut, en la autopista hacia Jackson.
– ¿A qué hora llegaste allí?
– Sobre las diez, tal vez.
– ¿A qué hora te marchaste?
– Después de las dos. No quise regresar a casa hasta haberme enfriado.
– ¿Entonces estuviste allí aproximadamente cuatro horas? Supongo que la camarera se acordara, ¿verdad?
Webb no contestó. Lo consideró probable, porque ella había intentado varias veces entablar conversación, pero él no estaba de humor para charlas. Booley lo comprobaría, la camarera confirmaría su presencia, y sería el final todo esto. Pero ¿a quién consideraría entonces Booley como sospechoso? ¿A Roanna?
– Puedes marcharte a casa,- dijo Booley, después de un minuto. -No hace falta que te diga que te mantengas cerca. Que no salgas de la ciudad en viaje de negocios o algo por el estilo.
La mirada de Webb era fría y adusta. -No se me ocurriría organizar un viaje de negocios cuando tengo que sepultar a mi esposa.
– Bueno, respecto a esto. Considerando la naturaleza de su muerte, tendrá que haber una autopsia. Normalmente eso sólo retrasa el entierro un día o dos, pero a veces puede ser algo más. Te avisaré.- Booley se inclinó hacia delante, su jovial rostro muy seria. -Webb, hijo, te hablaré sin rodeos, no sé que pensar sobre esto. Es un lamentable estadística el que cuando una mujer es asesinada, por lo general es el marido o el novio quien lo hizo. Bien, tú nunca me has parecido uno de esos tipos, pero tampoco la mayor parte de los otros tipos a los que he acabado deteniendo. Tengo que sospechar de ti, y tengo que comprobarlo todo. Por otro lado, si tú tienes cualquier sospecha, apreciaría que me hablaras de ello. Las familias siempre tienen sus pequeños enredos y secretos. Vamos, tus parientes estaban seguros de que Roanna había matado a Jessie, y la trataron como si fuera veneno o algo por el estilo, hasta que yo les dije que no creía que ella lo hubiera hecho.
Booley era un lugareño, un sencillo y buen tipo, pero hacía mucho que pertenecía al cuerpo de policía y sabía leer a la gente. A su manera, usaba la misma táctica que Colombo había hecho famosa en televisión, dando amables rodeos y manteniendo distendidas conversaciones hasta ir juntando todas las piezas. Webb se resistió a la invitación de abrirse al sheriff, diciendo en cambio, -¿Puedo irme ya?
Booley agitó una carnosa mano. -Claro. Pero como te he dicho, no te alejes mucho.- Levantó su mole de la silla.-Puedo llevarte a casa yo mismo. Ya es de día, así que de todos modos no voy a conseguir dormir nada.
Roanna estaba escondida, no del modo en que lo hacía cuando era pequeña, deslizándose bajo los muebles o acurrucada en lo más profundo de un armario, y, aún así, se había aislado a sí misma de la lúgubre y silenciosa actividad de la casa. Se retiró al asiento de la ventana donde una vez había contemplado a Webb y a Jessie columpiándose en el jardín, mientras a su espalda el resto de la familia discutía qué hacer con ella. Seguía arropada con la manta que el sanitario le había echado por los hombros, manteniendo los bordes juntos con dedos helados y exangües. Sentada contemplaba el alba que lentamente arribaba, no haciendo caso del zumbido de voces tras ella, cerrada a todo ello.
Trató de no pensar en Jessie, pero ni con el mayor esfuerzo podría borrar aquella sangrienta escena de su mente. No es que pensara conscientemente en ello, simplemente estaba allí, como la ventana. La muerte había alterado de tal forma a Jessie que al principio Roanna estaba allí de pie, mirando boquiabierta el cuerpo sin comprender que era real, o sin tan siquiera reconocer a su prima. La cabeza estaba extrañamente deformada, hundida alrededor de una enorme herida por donde literalmente su cráneo asomaba abierto. Había sido torpemente tumbada con el cuello inclinado, como si su cabeza descansara contra el borde del hogar de piedra.
Roanna había encendido la luz cuando había entrado en la suite, parpadeando mientras trataba de ajustar su visión, y caminó alrededor del sofá en dirección al dormitorio para despertar a Jessie y hablar con ella. Había literalmente caído sobre las piernas extendidas de Jessie, y permaneció en estupefacto silencio durante un largo momento antes de comprender lo que veía y comenzar a gritar.
No fue hasta más tarde cuando se dio cuenta de que había permanecido de pie sobre la alfombra empapada por la sangre y que sus pies desnudos estaban manchados de rojos. No recordaba como es que ahora estaban limpios, si se los había limpiado ella u otra persona se había encargado de ello.
La ventana reflejaba la escena tras de ella, el enjambre de gente yendo y viniendo. El resto de la familia había llegado, solos o en parejas, añadiendo sus preguntas y sus lágrimas a la confusión.
Estaba la tía Sandra, tía de Webb por parte de su padre, lo que la hacía sobrina de la Abuela. La tía Sandra era alta y morena, con la belleza de los Tallant. No se había casado nunca, consagrándose en cambio a avanzados estudios de física, y ahora trabajaba para la NASA en Huntsville.
La hija de tía Gloria y su marido, Lanette y Greg Spence, llegaron con sus dos hijos adolescentes, Brock y Corliss. Corliss era de la edad de Roanna, pero nunca se habían llevado bien. Apenas habían llegado cuando Corliss deslizó hasta donde estaba Roanna y le había susurrado, -¿De verdad estabas parada en medio de su sangre? ¿Qué aspecto tenía? Oí que Mama le decía a Papá que su cabeza estaba abierta como una sandía.
Roanna no había hecho caso de la ávida e insistente voz, manteniendo la cara girada hacia la ventana. -¡Dime! – insistió Corliss. Un malvado pellizco en el dorso de su brazo hizo que los ojos de Roanna se llenaran de lágrimas, pero ella continuó mirando fijamente hacia delante, negándose a reconocer la presencia de su prima. Finalmente Corliss se había rendido y se había marchado para conseguir de otro los sangrientos detalles que ansiaba.
El hijo de tía Gloria, Baron, vivía en Charlotte; esperaban que él, su esposa y sus tres hijos llegaran más adelante. Incluso sin ellos, esto significaba que diez miembros de la familia apiñados en la sala de estar o alrededor del consolador servicio de café en la cocina, con la apariencia de los grupos cambiando cuando la gente se movía de acá para allá.
No permitían que nadie subiera arriba aún, aunque hiciera mucho que Jessie hubiera sido trasladada, porque los investigadores continuaban aún sacando fotos y reuniendo pruebas. Con las autoridades y todos los demás representantes allí presentes en varios grados oficiales, la casa bullía de gente, pero aún así Roanna logró mantenerlos a todos ellos afuera. Se sintió muy fría por dentro, una frialdad extraña que se había extendido a cada célula de su cuerpo y había formado una cáscara protectora, manteniéndola a ella en su interior y a todos los demás fuera.
El sheriff se había llevado a Webb, y ella casi se ahogó de culpabilidad. Todo esto era culpa suya. ¡Si ella no lo hubiera besado! No lo había hecho con mala intención, pero, claro, ninguno de los líos que causaba era con mala intención.
Él no había matado a Jessie. Ella lo sabía. Había querido gritarles a todos por pensar si quiera algo tan feo sobre él. Ahora era de lo único que tía Gloria y tío Harlan hablaban, de lo sorprendente que era, como si él ya hubiese sido juzgado y condenado. Sólo unas horas antes, habían estado igualmente convencidos de que Roanna era la asesina.
Webb no haría algo así. Él podría matar; de alguna manera Roanna sabía que Webb haría lo que fuese necesario para proteger a aquellos a los que amaba, pero matar en esas circunstancias no era lo mismo que el asesinato. No importaba lo desagradable que Jessie hubiera sido, lo que hubiese dicho o incluso que lo hubiera atacado con un atizador u otra cosa, él no le habría hecho daño. Roanna lo había visto ayudar con ternura a un potro a llegar a este mundo, quedarse sentado toda la noche con un animal enfermo, turnarse con Loyal para hacer caminar a un caballo con cólico durante horas hasta que mejoraba. Webb cuidaba de los suyos.
No era culpa de ella que Jessie estuviese muerta, pero como consecuencia de que Roanna amaba a Webb y no hubiera sido capaz de controlar sus estúpidos impulsos, se había puesto en marcha una cadena de circunstancias que hicieron que Webb fuese culpado de la muerte de Jessie. No tenía ni idea de quién había matado a Jessie, sus pensamientos no habían llegado tan lejos; sólo sabía que no había sido Webb. Con cada célula de su cuerpo, sabía que él no podía haberlo hecho, tal y como sabía que todo esto era culpa de ella y que él no la perdonaría nunca.
Cuando el sheriff Watts se había llevado a Webb para interrogarlo, Roanna se había quedado paralizada de vergüenza. Ni siquiera había sido capaz de levantar la cabeza y mirarlo, convencida de que tan solo vería odio y desprecio en sus ojos si se dignara a mirarla, y sabía que no habría podido aguantarlo.
Nunca se había sentido tan sola, como si estuviera rodeada por una burbuja invisible, que impidiera a nadie acercarse. Podía oír a la Abuela detrás de ella, llorando suavemente otra vez, y oía a la tía Gloria murmurando y tratando de consolarla, pero ni siquiera esto la rozó. No sabia donde estaba el tío Harlan; tampoco le importaba. Jamás olvidaría la forma en que la habían acusado de matar a Jessie, el modo en que se habían apartado de ella como si estuviera apestada. Incluso cuando el sheriff Watts dijo que no creía que ella lo hubiese hecho, ninguno de ellos se había acercado o le había pedido perdón. Ni siquiera la Abuela, aunque Roanna hubiera oído el quedo “Gracias a Dios” que había murmurado cuando el sheriff dijo que creía que ella era inocente.
Toda su vida había tratado con todas sus fuerzas de ganarse el amor de esta gente, de ser lo bastante buena, pero nunca tuvo éxito. Nada en ella alcanzaría jamás los estándares de los Davenport y lo Tallants. No era guapa, ni siquiera era presentable. Era torpe y desordenada, y tenía la desafortunada costumbre de decir las cosas más espantosas en el momento más inadecuado.
En lo más profundo de su interior, algo se había rendido. Esta gente nunca la había querido, nunca lo haría. Sólo Webb se había preocupado, y ahora había estropeado eso, también. Estaba sola de forma tan intrínseca que dejó un enorme y doloroso vacío en su interior. Había algo devastador en saber que si ella simplemente se iba de esta casa y nunca volvía, nadie se preocuparía. La desesperación a la que se había enfrentado antes, cuando comprendió que Webb no la amaba ni confiaba en ella, la hizo asumirlo en muda aceptación.
Bueno, así que no la amaban; eso no significó que ella no tuviera ningún amor que ofrecer. Amaba a Webb con cada fibra de su ser, algo que no iba a cambiar sin importar lo que él sintiera por ella. Amaba también a la Abuela, a pesar de su obvia preferencia por Jessie, porque después de todo había sido la Abuela quien había aseverado con firmeza, “Roanna vivirá aquí, por supuesto,” aliviando el terror de una chiquilla de siete años la cual lo había perdido repentinamente todo. Incluso aunque se encontrara más a menudo con la desaprobación que con la aprobación de la Abuela, todavía sentía un enorme respeto y afecto por la indomable anciana. Esperaba que algún día ella misma pudiera ser tan fuerte como la Abuela, en vez de la torpe y no querida tonta que era ahora.
Las dos personas a las que Roanna amaba habían perdido a alguien querido para ellos. Vale, así que ella despreciaba a Jessie; la Abuela y Webb no. No era culpa suya que Jessie estuviera muerta, pero si Webb fuera culpado de ello, entonces eso si sería por su culpa debido a aquel beso. ¿Quién había matado realmente a Jessie? La única persona que le vino a la mente fue el hombre a quien había visto con Jess el día anterior, pero no tenía ni idea de quién era y no estaba seguro de poder describirlo o ni siquiera de reconocerlo aunque entrara por la puerta. Su susto había sido tan grande que no había prestado mucha atención a su cara. Si ya antes había decidido callar sobre lo que había visto, sus motivos ahora eran aún más cruciales. Si el sheriff Watts averiguaba que Jessie tenía un lío, vería esto como un motivo para que Webb la matara. No, decidió Roanna ofuscada, sólo conseguiría hacer daño a Webb revelando lo que Jessie había estado haciendo.
Un asesino quedaría libre. Roanna pensó en esto, pero su razonamiento era simple: hablarle al sheriff de ello no garantizaba que el asesino fuese atrapado, porque ella no tenía más información que ésta, y Webb saldría dañado. Para Roanna, no existían consideraciones de justicia o verdad, y era demasiado joven y sencillo para sutilezas filosóficas. Lo único que importaba era proteger a Webb. Bien o mal, mantendría su boca cerrada.
Observó mientras un coche del condado recorría silenciosamente la larga avenida y se detenía. Webb y el sheriff Watts bajaron de él y caminaron hacia la casa. Roanna miró a Webb; su mirada se pegó a él como un imán al acero. Iba todavía vestido en la ropa que llevaba puesta ayer, y parecía agotado, su sombrío rostro oscurecido tanto por la fatiga como por la barba de un día. Al menos estaba en casa, pensó, el corazón le brincó de alegría, y no iba esposado. Eso debía significar que el sheriff no lo iba a detener.
Cuando los dos hombres se acercaron al semicírculo de la acera pavimentada, Webb echo un vistazo hacia donde permanecía sentada, en el saliente de la ventana, perfilada por la luces tras de ella. Aunque todavía no era completamente de día, Roanna vio la forma en que su expresión se endureció, y después apartó la mirada de ella.
Escuchó el confuso y torpe frenesí de los familiares a su espalda cuando Webb entró en la casa. La mayor parte de ellos no le hablaron, y en cambio hicieron un esfuerzo por hacer que sus propias conversaciones parecieran casuales. Dadas las circunstancias, era un esfuerzo ridículo, y simplemente parecían artificiales. Sólo Yvonne y Sandra se precipitaron hacia él, y se apretujaron en sus fuertes brazos. En el reflejo de la ventana, Roanna vio como él inclinaba su oscura cabeza sobre la de ellas.
Las soltó y se giró hacia el sheriff Watts. -Necesito ducharme y afeitarme,- dijo él.
– Arriba está prohibido por el momento,- contestó el sheriff.
– Hay un baño con una ducha al lado de la cocina. ¿Puedes hacer que algún ayudante me traiga ropa limpia?
– Claro. – Se hicieron los arreglos, y Webb se marchó a asearse. Las voces tras de ella recobraron un ritmo más normal. Viéndolas, Roanna pudo decir que tanto tía Yvonne como tía Sandra estaban furiosas con los demás.
Entonces de repente su vista del cuarto fue borrada cuando el sheriff Watts se posicionó directamente detrás de ella. -Roanna, ¿te sientes con fuerzas para contestar algunas preguntas?- le preguntó en un tono tan suave que parecía fuera de lugar, viniendo de un hombre tan áspero y corpulento.
Ella se aferró a la manta con más fuerza aún y se giró en silencio.
Su enorme mano se cerró sobre su codo. -Vamos a un sitio más tranquilo,- le dijo, ayudándola a deslizarse del asiento junto a la ventana. No era tan alto como Webb, pero si casi dos veces más corpulento. Poseía la constitución de un luchador, con un pecho de tonel que desembocaba en un amplio vientre, y sin una pizca de grasa.
La condujo al estudio de Webb, sentándola en el sofá en vez de en uno de los amplios sillones de cuero, y dejándose caer agotado junto a ella.
– Sé que es difícil para ti hablar de ello, pero tengo que saber que pasó anoche, y esta mañana.
Ella asintió.
– Webb y Jessie discutían,-dijo el sheriff Watts, mirándola atentamente. -¿Sabes…?
– Fue por mi culpa,-lo interrumpió Roanna, con voz monocorde, vacía y extrañamente ronca. Sus ojos negros, por lo general tan animados y llenos de destellos dorados, se veían opacos y atormentados. -Yo estaba en la cocina tratando de comer cuando Webb llegó a casa de Nashville. Yo… yo no había cenado. Estaba disgustada… De cualquier manera, yo lo b-besé, y entonces fue cuando entró Jessie.
– ¿Tu lo besaste? ¿No te besó él?
Abatida, Roanna negó con la cabeza. No importaba que unos segundos después Webb la hubiera estrechado en sus brazos y le devolviera el beso. Ella lo había iniciado.
– ¿Te ha besado alguna vez Webb?
– Alguna vez. Pero sobre todo me revuelve el pelo.
Los labios del sheriff se contrajeron. -Quiero decir en la boca.
– No.
– ¿Estás encaprichada de él, Roanna?
Ella se quedó inmóvil, hasta la respiración se detuvo en su pecho. Entonces cuadró sus delgados hombros y lo miró con una desesperación tan cruda que él tragó en seco. -No,- dijo con patética dignidad. -Lo amo. – Hizo una pausa. -Sin embargo, él no me ama. No de la misma manera.
– ¿Es por eso por lo que lo besaste?
Ella comenzó a mecerse a si misma, un movimiento casi imperceptible pero significativo mientras luchaba por controlar su dolor. -Sé que no debería haberlo hecho,- susurró. -Lo sabía cuando lo hice. Jamás habría hecho nada para causarle a Webb tantos problemas. Jessie dijo que lo había hecho a posta, que sabía que ella estaba bajando, pero no lo sabía. Juro que no lo sabía. Estaba siendo tan cariñoso conmigo, y de repente no pude resistirme. Simplemente lo agarré. No tuvo la menor oportunidad.
– ¿Qué hizo Jessie?
– Empezó a gritarnos. Me llamó por todos los insultos que conocía, y a Webb, también. Nos acusó de… ya sabe. Webb trató de explicarle que no era lo que parecía, pero Jessie nunca escuchaba a nadie cuando se lanzaba a uno de sus ataques.
El sheriff puso su mano sobre la suya, dándole unas palmaditas. -Roanna, tengo que preguntarte esto, y quiero que me digas la verdad. ¿Estás segura de que no hay nada entre tú y Webb? ¿Has tenido alguna vez relaciones sexuales con él? Esta es una situación muy seria, cielo, y solo la verdad vale.
Ella lo miro inexpresiva, y se repente un ardiente rubor se extendió por su pálido rostro.- ¡No! – balbuceó, y se ruborizó aún más.- ¡Yo nunca… con nadie! Quiero decir…
Él le palmeó la mano de nuevo, interrumpiendo misericordiosamente su entrecortada respuesta. -No hay ninguna necesidad de avergonzarse,- le dijo, amablemente. -Haces lo correcto, valorándote así.
Deprimida, Roanna pensó que tampoco se tenía en tan alta estima; si en cualquier momento Webb le hubiera hecho señas con un dedo, ella habría acudido a la carrera y le hubiera dejado hacer lo que quisiera. Su virginidad era debida a su indiferencia, no a su propia moralidad.
– ¿Qué pasó entonces?- la animó él.
– Se marcharon arriba, aún discutiendo. O más bien discutía Jessie. Ella le gritaba, y Webb trataba de calmarla, pero ella no lo escuchaba.
– ¿Lo amenazó con hacer que lo borraran del testamento de Lucinda?
Roanna asintió. -Pero la Abuela pareció sorprendida por ello. Me sentí muy aliviado, porque no podría haber soportado ser la causa de que Webb perdiera Davencourt.
– ¿Oíste si ocurrió algo violento en sus habitaciones?
– Cristales rompiéndose, y entonces Webb le gritó que adelante y que pidiera el divorcio, y se marchó.
– ¿Le dijo que haría lo que fuera para deshacerse de ella?
– Creo que sí,- contestó Roanna, sin dudar, sabiendo que probablemente los demás habrían confirmado esto. -No lo culpo. Yo habría añadido mi paga a su pensión alimenticia, si eso hubiera ayudado.
Los labios del sheriff se estremecieron de nuevo. -¿No te caía bien Jessie?
Ella negó con la cabeza. -Era siempre odiosa conmigo.
– ¿Estabas celosa de ella?
Los labios de Roanna temblaron. -Tenía a Webb. Pero incluso si no lo hubiera tenido, sé que él no se sentiría interesado por mí. Nunca lo ha estado. Era agradable conmigo porque me compadecía. Después de que organizara tal anoche…quiero decir, después de que yo lo causara…decidí que podría irme a un internado como querrían que hiciera. Tal vez entonces podría hacer algunos amigos.
– ¿Oíste algo en sus habitaciones anoche después de que Webb se marchara?
Roanna se estremeció, una imagen de Jessie como la había visto por última vez destelló en su cerebro. Tomó aire. -No lo sé. Todos estaban enfadadísimos conmigo, hasta Webb. Estaba disgustada y me fui a mi habitación. Está en la parte trasera de la casa.
– Bueno, Roanna, ahora quiero que pienses con cuidado. Cuando subes la escalera, sus habitaciones están a la izquierda del pasillo de la fachada. Si hay luz en ellas, se puede ver bajo la puerta. Lo he comprobado yo mismo. Cuando te fuiste a tu habitación, ¿miraste en esa dirección?
Ella recordaba eso muy bien. Había echado un vistazo temeroso en la puerta de Jessie, temiendo que se abalanzara sobre ella como la Bruja Mala del Mago de Oz, y había tratado de ser muy silenciosa para que Jessie no la oyera. Asintió con la cabeza.
– ¿Había una luz encendida?
– Sí.- Estaba segura de ello, porque además había pensado que tal vez Jessie continuara en el dormitorio y no en la salita adyacente y así no la oiría.
– De acuerdo, ahora háblame de más tarde, cuando la encontraste. ¿A qué hora fue?
– Después de las dos. No había dormido. Seguía pensando en cómo lo había enredado todo y todos los problemas que le había causado a Webb.
– ¿Estuviste despierta todo el tiempo? – le preguntó bruscamente el sheriff. -¿Oíste algo?
Ella negó con la cabeza. -Ya se lo he dicho, mi dormitorio está en la parte de atrás, lejos de todos los demás. Se está muy tranquilo allí. Por eso me gusta.
– ¿Puedes decirme si oíste a los demás pasar para ir a acostarse?
– Oí a la Tía Gloria en el pasillo más o menos a la nueve y media, pero tenía la puerta cerrada y no sé lo que iba diciendo.
– Harlan dijo que empezó a ver una película aproximadamente a las ocho. A las nueve y media es muy pronto para que hubiera terminado
– Tal vez terminó de verla en su habitación. Sé que tienen una televisión en ella, porque la Abuela hizo que instalaran una conexión allí antes de que se trasladaran.
Él sacó su cuaderno y garabateó unas palabras, luego dijo, -Bien, volvamos a cuando fuiste a las habitaciones de Jessie esta madrugada. ¿Estaba la luz encendida entonces?
“No. La encendí cuando entré. Pensé que Jessie estaba en la cama, y entré en su habitación para despertarla y poder hablar con ella. La luz me deslumbro, y durante unos minutos no pude ver bien, y… m-me tropecé con ella.
Se estremeció otra vez y comenzó a temblar. El brillante rubor de un momento antes abandonó su cara, dejándolo cerúlea otra vez.
– ¿Por qué querías hablar con ella?
– Quería decirle que no había sido culpa de Webb, que él no hizo nada malo. Fui yo…actuando estúpidamente, como de costumbre,- dijo, apagada. -Nunca quise causarle ningún problema.
– ”Para, ¿por qué no esperaste hasta por la mañana?
– Porque quería dejarlo aclarado antes.
– ¿Entonces por qué hablaste con ella antes de irte a la cama?
– Soy una cobarde.- Le lanzó una mirada avergonzada. -No sabe lo desagradable que Jessie podía ser.
– No creo que seas una cobarde en absoluto, dulzura. Hace falta valor para admitir que algo es culpa tuya. Muchos adultos nunca aprenden a hacerlo.
Ella comenzó a mecerse otra vez, y la mirada atormentada regresó. -No quería que nada malo le pasara a Jessie, no algo así. Me había encantado si se le cayera todo el pelo o algo por el estilo. Pero cuando vi su cabeza… y la sangre… Ni siquiera la reconocí al principio. Siempre ha sido tan hermosa.
Su voz se calmó, y Booley permaneció sentado en silencio a su lado, pensando a toda velocidad. Roanna había dicho que encendió la luz. Todos los pomos y los interruptores de la luz habían sido ya tratados con polvo para sacar huellas digitales, así sus huellas deberían estar sobre aquel interruptor en particular, algo bastante fácil de comprobar. Si la luz estaba encendida cuando ella se había ido a su habitación, y apagada cuando entró para hablar con Jessie, eso significaba que o bien Jessie la había apagado después de que Webb se marchara, o alguien más lo había hecho. De cualquier manera, Jessie estaba viva cuando Webb había abandonado la casa.
Eso no significó que él no pudiera haber vuelto más tarde y haber subido por la escalera exterior. Pero si se confirmaba su coartada en el Waffle Hut, entonces eso quería decir que no tenían suficientes pruebas circunstanciales para detenerlo. Infiernos, de todos modos no había motivo. No tenía un lío con Roanna, y no es que Booley le hubiera dado mucho crédito a esta teoría para empezar. Solo había sido un disparo a ciegas, nada más. Los hechos desnudos eran que Webb y Jessie habían discutido sobre algo que Roanna había admitido que era totalmente culpa suya, exonerando a Webb. Jessie lo había amenazado con la pérdida de Davencourt, pero nadie la había creído, de modo que no contaba. En el calor de la pelea, Webb le había gritado que adelante y que pidiera el divorcio, y se marchó de la casa. Jessie había estado viva entonces, tanto según el testimonio de Roanna como según la estimación del forense del momento de la muerte, basada en el grado de rigidez post-morten y la temperatura del cuerpo de Jessie. Nadie había visto u oído nada. Webb estaba en el Waffle Hut en el periodo de tiempo en el que había muerto Jessie. Bueno, tampoco es que habláramos de una gran distancia hasta aquí, conduciendo se podía llegar en aproximadamente quince o veinte minutos, así que entraba todavía dentro del reino de las posibilidades que hubiera regresado, la golpeara en la cabeza, y entonces tranquilamente condujera de regreso al Waffle Hut para establecer su coartada, pero las probabilidades de convencer a cualquier jurado de esto eran bastante pocas. Demonios, las probabilidades de convencer al fiscal del condado para efectuar una acusación con esa base eran aún menores.
Alguien había matado a Jessie Tallant. Roanna no. La muchacha era tan dolorosamente transparente y vulnerable, que dudaba que supiera siquiera mentir. Además, se apostaba el sueldo de un mes a que no tenía la fuerza necesaria para levantar el soporte de la chimenea, que era uno de los más pesados que había visto alguna vez, fabricado expresamente para las demasiado grandes chimeneas de Davencourt. Alguien con fuerza había matado a Jessie, lo cual señalaba a un hombre. Los otros dos hombres en Davencourt, Harlan Ames y el encargado de los establos, Loyal Wise, no tenían ningún motivo.
Así que, o bien el asesino era Webb-y a menos que Webb lo admitiera, Booley sabía no había modo de demostrarlo – o un extraño. No había ninguna señal de que hubieran forzado la entrada, pero para su asombro había descubierto que ninguno de los que aquí vivían cerraban las puertas de sus balcones, así que la fuerza no habría sido necesaria. Tampoco faltaba nada, lo que les hubiera dado el robo como motivo. Lo que estaba claro es Jessie estaba muerta y no contaba con ningún móvil evidente para tal hecho, y era condenadamente difícil conseguir que condenaran a alguien por asesinato sin darle al jurado un móvil que pudieran creer.
Este era uno de esos asesinatos que no iba a resolverse. Lo sentía en sus huesos, y le ponía furioso. No le gustaba que los infractores de la ley se fueran de rositas, ni por el robo de un paquete de chicles, así que mucho menos por asesinato. Que Jessie hubiera sido evidentemente una bruja malcriada no tenía la menor importancia; seguía sin merecer que le aplastaran la cabeza.
Bueno, lo intentaría. Comprobaría todos los hechos, verificaría la coartada de Webb, y presentaría lo que tuviera a Simmons, pero sabía que el fiscal les iba a decir que no tenían caso.
Suspiró, se puso en pie, bajo la mirada hacia la desamparada personita que continuaba sentada en el sofá, y se acercó para ofrecerle un poco de consuelo. – Date un poco más de crédito, dulzura. No eres estúpida y no eres una cobarde. Eres una muchacha dulce, simpática, y a mi me caes muy bien. “
Ella no contestó, y él se preguntó si lo habría oído siquiera. Había pasado por tanto en las últimas doce horas, que era una maravilla que no hubiera sucumbido a la tensión. Le dio unas palmaditas en el hombro y abandonó la habitación en silencio, dejándola a solas con sus remordimientos, y sus espantosos recuerdos de esta noche.
Los siguientes días fueron un infierno.
El área al completo de Shoals, que comprendía Tuscumbia, Muscle Shoals, Sheffield, y Florence, las cuatro ciudades que se arracimaban donde Colbert y el condado de Lauderdale confluían con el Río Tennessee, tenían la atención clavada en el espectáculo del sangriento asesinato del miembro de una de las familias más prominentes del condado de Colbert, y la consiguiente investigación de su marido como posible asesino. Webb era muy conocido, aunque todavía no tan respetado aún, como Marshall Davenport lo había sido, y por supuesto, todo el que era alguien conocía a Jessie, la estrella de la alta sociedad local. El chisme se extendió como la pólvora. Webb no había sido detenido, y lo único que el sheriff Eatts había dicho es que lo habían interrogado y puesto en libertad, pero en lo que respectaba a todos esto era como decir que él lo había hecho.
A causa de lo cual, y en vista de cómo su propia familia lo trataba, los cotilleos volaban. Lucinda rompía a llorar siempre que lo veía, y aún no había sido capaz de hablar con él. Gloria y Harlan Ames estaban convencidos de que Webb había matado a Jessie, y aunque públicamente no habían hecho ninguna declaración, sí habían dejado caer unos cuantos comentarios a sus amigos más íntimos, de los de “entre tú y yo”. Los más íntegros manifestaron su desaprobación cuando el chismorreo se fue extendiendo, pero esto no evitó que creciera como la mala hierba.
Los dos hijos de Gloria y Harlan, Barón y Lanette, mantuvieron a sus respectivas familias tan alejadas de Webb como pudieron.
Sólo la madre de Webb, Yvonne, y su tía Sandra parecían convencidas de su inocencia, pero claro, era lógico. Él siempre había sido el favorito de Sandra, mientras que prácticamente ignoraba a los nietos de Gloria. Una definitiva escisión iba dividiendo la familia. Y en cuanto a Roanna, que había descubierto el cuerpo, se decía que estaba enferma por el shock y prácticamente se había secuestrado a si misma. Siempre había sido como un cachorrito pegado a los talones de Webb, pero ni siquiera ella se acercaba a él. El rumor era que no habían hablado desde la muerte de Jessie.
Las malas lenguas extendieron el rumor de que Jessie había sido salvajemente golpeada antes de que la hubieran matado; alguien más añadió que había sido mutilada. Comentaron que Webb había sido sorprendido en flagrante delito con Roanna, su primita, pero la incredulidad le impidió creerlo realmente. Tal vez lo habían pillado, ¿pero con Roanna? Venga ya, si era flaca como un poste, poco atractiva, y no tenía ni idea de cómo atraer a un hombre.
De todos modos, obviamente Webb había sido pillado con alguien, y el chisme voló mientras se especulaba sobre la identidad de la desconocida.
La autopsia de Jessie fue completada, pero los resultados no se hicieron públicos pendientes del resultado de la investigación. Se efectuaron los arreglos para el entierro, y asistieron tantas personas a la iglesia que no cabían todos. Incluso gente que no la conocía personalmente asistió por curiosidad. Webb permaneció de pie solo, una isla alrededor de la que todos los demás fluctuaban, pero sin tocarlo jamás. El sacerdote le presentó sus condolencias. Nadie más lo hizo.
En el cementerio, fue más de lo mismo. Lucinda estaba desconsolada, llorando sin control mientras contemplaba el féretro cubierto de flores de Jessie, sostenido por raíles de cobre sobre la desnuda y profunda abertura de la tumba. Era un caluroso día de verano, sin una sola nube en el cielo, y el radiante y ardiente sol pronto los tuvo a todos goteando de sudor. Pañuelos y variopintos trozos de papel fueron usados para abanicar lánguidamente los sudorosos rostros.
Webb estaba sentado al final de la primera fila de sillas plegables que habían sido colocadas bajo el dosel para la familia más cercana. Yvonne se sentó a su lado, sosteniendo firmemente su mano, y Sandra se sentó junto ella. El resto de la familia había ocupado las demás sillas, aunque nadie parecía impaciente por ser quien se sentara justo detrás de Webb. Finalmente Roanna ocupó aquella silla, una frágil aparición, que había ido quedándose cada vez más delgada desde el día del asesinato de Jessie. Por una vez, no tropezó ni tiró nada. Su rostro estaba pálido y remoto. Su pelo castaño oscuro, por lo general tan desordenado, estaba severamente retirado de su cara y recogido hacia atrás con una cinta negra. Ella solía estar siempre removiéndose, como si tuviera demasiada energía en su interior, pero ahora permanecía extrañamente inmóvil. Varias personas le lanzaron miradas curiosas, como si no estuvieran completamente seguros de su identidad. Sus facciones demasiado grandes, tan poco adecuadas para la delgadez de su cara, de alguna manera parecían adecuadas para la remota severidad que ahora la envolvía. Seguía sin ser bonita, pero tenía un algo…
Finalizaron las oraciones, y los afectados fueron discretamente alejados de la tumba para que el féretro pudiera ser bajado y la tumba rellenada. Nadie abandonó de hecho el cementerio, excepto unos cuantos que tenían otras cosas que hacer y no podía esperar más a que pasara algo. El resto se arremolinó alrededor, apretando la mano de Lucinda, besándola en la mejilla. Nadie se acercó a Webb. Permaneció de pie, solo, tal como lo hizo en tanatorio y después en la iglesia, con expresión severa y remota.
Roanna aguantó tanto como pudo. Lo había evitado, sabiendo lo mucho que debía odiarla, pero el modo en que la gente lo trataba la hizo sangrar por dentro. Se acercó a su lado y deslizó su mano en la de él, sus helados y frágiles dedos, aferrándose a la dureza y la cálida fuerza de los suyos. Él bajo la vista hacia ella, sus ojos verdes dándole una bienvenida tan cálida como el hielo.
– Lo siento,- susurró ella, sus palabras sólo audibles para él. Era intensamente consciente de todas las ávidas miradas clavadas sobre ellos, especulando sobre su gesto. -Es culpa mía que te traten así.- Las lágrimas anegaron sus ojos, enturbiando su visión cuando alzó la vista hacia él. -Solo quería que supieras que no… No lo hice con intención. No sabía que Jessie estaba bajando. No había hablado con ella desde el almuerzo.
Algo refulgió en sus ojos, y él tomó una larga y controlada bocanada de aire. -No importa,- dijo, y suave pero firmemente apartó su mano de su apretón. El rechazo fue como una bofetada. Roanna se tambaleó bajo el impacto, con expresión brutalmente desolada. Webb murmuró una maldición por lo bajo y de mala gana levantó la mano para estabilizarla, pero Roanna retrocedido. -Entiendo,- dijo, todavía susurrando. -No te molestaré más.- Y se escabulló, tan insustancial como un fantasma vestido de negro.
De alguna manera consiguió mantener la fachada. Era más fácil ahora, como si la capa de hielo que la rodeaba impidiera que todo la desbordara. El rechazo de Webb casi la había agrietado, pero después del golpe inicial, la capa se había espesado en defensa propia, haciéndose aún más fuerte. El ardiente sol caía sobre ella, pero Roanna se preguntó si volvería a sentir calor alguna vez.
Apenas había dormido desde la noche en que había encontrado el cuerpo de Jessie. Cada vez que cerraba los ojos, la sangrienta imagen parecía estar en el interior de sus párpados, donde no podía evitarla. La culpa y la infelicidad le impedían comer poco más que unos bocados, y había perdido incluso más peso. La familia era más amable con ella, quizás debido a su propio sentimiento de culpa por el modo en que la habían tratado inmediatamente después de que encontrara el cuerpo de Jessie, cuando creyeron que Roanna había matado a su prima, pero daba igual. Era demasiado poco, demasiado tarde. Roanna se sentía tan alejada de ellos, de todo, que a veces era como si ni siquiera estuviera allí.
Después de que la tumba hubiera sido cerrada y una multitud de flores colocada para cubrir la tierra, toda la familia y muchos otros condujeron de vuelta a Davencourt. La planta superior había estado clausurada durante dos días, pero después el sheriff Watts tan solo clausuró la escena del crimen y les había permitido hacer uso del resto de la planta, aunque todos se habían sentido extraños al principio. Sólo el primo Baron y su familia se alojaban en la casa, sin embargo, ya que todos los otros parientes vivían cerca. Webb no había dormido en Davencourt desde el asesinato de Jessie. Pasaba los días allí, pero por la noche se marchaba a un motel. La tía Gloria dijo que se sentía aliviada, porque no se habría sentido segura con él en casa durante la noche, y Roanna sintió ganas de abofetearla. Sólo el deseo de no causar a la abuela más tensión la contuvo.
Tansy había preparado enormes cantidades de comida para alimentar a la muchedumbre que esperaban y se alegro de la oportunidad de mantenerse ocupada. La gente deambuló, entrando y saliendo del comedor donde habían instalado el bufete, rellenando sus platos y volviéndose a juntar en pequeños grupos donde discutían sobre la situación en voz apagada.
Webb se encerró en el estudio. Roanna se marchó a los establos y se instaló en la cerca, encontrando consuelo en la contemplación del retozo de los caballos. Buckley la vio y trotó hacia ella, presionando su cabeza sobre la cerca para que lo acariciara. Roanna no había montado a caballo desde la muerte de Jessie; de hecho, esta era su primera visita a los establos. Rascó a Buckley detrás de las orejas y le canturreo dulcemente, pero su mente no estaba en lo que hacia y decía, eran solo gestos automáticos. Aún así, al caballo no pareció importarle; sus ojos se entrecerraron de placer, y emitió un ruidoso gruñido.
– Te ha echado de menos,- dijo Loyal, apareciendo detrás de ella. Se había quitado el traje que llevó al entierro y ahora vestía sus familiares pantalones de faena y botas.
– Yo también lo he echado de menos.
Loyal apoyó los brazos sobre el travesaño superior y contempló su reino, su mirada se fue tornando más cálida conforme miraba a los animales, lustrosos y rebosantes de salud, que amaba. -No tienes buen aspecto,- le dijo, sin rodeos. Tienes que cuidarte más. Los caballos te necesitan.
– Esta siendo una mala época,- contestó ella, con voz aplanada.
– Si, es cierto,- estuvo de acuerdo. -Todavía no parece real. Y es una vergüenza como trata la gente al señor Webb. Venga ya, él no ha matado a la señorita Jessie más que yo. Cualquiera que lo conozca sabría eso.- Loyal había sido ampliamente interrogado sobre la noche del asesinato. Había oído a Webb marcharse y había estado de acuerdo con todos los demás que en que había sido aproximadamente entre las ocho y las ocho y media, pero no había oído ningún coche después de eso hasta que llamaron al sheriff y empezaron a llegar los coches patrulla del condado a la escena. Lo había despertado de un profundo sueño el grito de Roanna, un sonido que aún conseguía que se estremeciera cuando lo recordaba.
– La gente sólo ve lo que quiere ver,- dijo Roanna. Al tío Harlan le encanta escuchar el sonido de su propia voz, y la tía Gloria es tonta.
– ¿Qué crees que pasará ahora? Con ellos viviendo aquí, quiero decir.
– No lo sé.
– ¿Cómo va a resistirlo la señorita Lucinda?
Roanna sacudió la cabeza. -El Doctor Graves la mantiene ligeramente sedada. Amaba muchísimo a Jessie. Sigue llorando todo el tiempo.- Lucinda se había ido apagando alarmantemente desde la muerte de Jessie, como si esto hubiera sido un golpe demasiado terrible incluso hasta para alguien como ella. Había depositado todas sus esperanzas para el futuro sobre Webb y Jessie, y ahora era como si estas hubiesen sido destruidas, con Jessie muerta y Webb sospechoso de su asesinato. Roanna esperó durante días que la Abuela se acercara a Webb y abrazándolo, le dijera que ella creía en él. Pero por la razón que fuera, que la abuela estaba demasiado paralizada por la pena o tal vez porque realmente pensó que Webb podría haber matado a Jessie, tal cosa no había sucedido. ¿No podía ver la abuela lo mucho que Webb la necesitaba? ¿O estaba tan sumida en su propio dolor que no podía ver el de él?
Roanna esperaba con temor los días que se avecinaban.
– Tenemos los resultados de la autopsia,- dijo Booley a Webb el día después del entierro. Estaban en la oficina de Booley otra vez. Webb tenía la sensación de haber pasado más tiempo allí desde la muerte de Jessie que en cualquier otro lugar.
El aturdimiento inicial ya había pasado, pero la pena y la cólera todavía las reprimía en su interior, tanto más potentes por la necesidad guardárselas dentro. No se atrevió a bajar la guardia ni un segundo o su rabia explotaría sobre todos: sus supuestos amigos, que se habían mantenido tan lejos de él como si hubiera contraído la lepra; sus socios, algunos de los cuales parecían secretamente encantados con su problema, los bastardos; y por encima de todos ellos su amada familia, quienes por lo visto, todos ellos, pensaban que era un asesino.
Sólo Roanna se había acercado a él y le había dicho que lo sentía. ¿Porque había sido ella misma quien asesinara a Jessie por accidente, y tenía miedo de decirlo? No podía estar seguro, sin importar lo que sospechara. Lo que sí sabía era que ella también lo había evitado, Roanna quien siempre hacia lo que fuera para ir pegada a sus talones, y que definitivamente se sentía culpable por algo.
No podía evitar preocuparse por ella. Sabía que no estaba comiendo, y estaba alarmantemente pálida. También había cambiado, de forma muy sutil, de un modo que no podía analizar porque estaba todavía tan enfadado que no podía concentrarse en aquellas diminutas diferencias.
– ¿Sabías que Jessie estaba embarazada? – preguntó Booley. Si no hubiera estado sentándose en ese momento, las piernas de Webb se habrían doblado, dejándolo caer. Contempló a Booley totalmente conmocionado.
– Me parece que no, -dijo Booley. Maldición, este caso tenía tantos giros y recovecos como un laberinto. Webb seguía siendo el mejor sospechoso como asesino de Jessie, lo cual no era mucho decir, pero así estaban las cosas. No había pruebas, punto; ninguno testigo y ningún móvil que conocieran. No podría condenar ni a un mosquito con las pruebas que tenía. La coartada de Webb se había comprobado, El testimonio de Roanna había establecido que Jessie estaba viva cuando Webb se había marchado, así que lo único que tenían era un cadáver. Un cadáver embarazado, según el último giro.
– Estaba aproximadamente de siete semanas, según el informe. ¿Tenía nauseas o algo por el estilo?
Webb hizo un gesto negativo. Sentía los labios entumecidos. De siete semanas. El bebé no era suyo. Jessie se la había estado pegando. Se tragó el nudo que sentía en la garganta, tratando de dilucidar lo que este significaba. No había encontrado ninguna indicación de que le había sido infiel, y tampoco hubo ningún cotilleo; en una pequeña ciudad, habría corrido el chisme, y la investigación de Booley lo habría destapado. Si le decía a Booley que el bebé no era suyo, entonces éste sería considerado como un motivo creíble para matarla. Pero ¿y si la había matado su amante? Sin tener ninguna pista de quién pudiera ser ese hombre, no había ningún modo de averiguarlo, incluso asumiendo que Booley lo escuchara.
Calló cuando pensó que Roanna podría haber matado a Jessie, y ahora se veía forzado a mantener la misma posición otra vez. Por la razón que fuera, porque no podía obligarse a destruir a Ro o porque revelar que el bebé de Jessie no era suyo era atraer incluso más sospecha sobre su propia cabeza, el asesino de su esposa iba a quedar impune. Una oleada de impotente rabia lo inundó otra vez, corroyéndolo por entero, como el ácido; rabia hacia Jessie, hacia Roanna, hacia cada uno, y sobre todo hacia si mismo.
– Si ella lo sabía,-dijo finalmente, con voz ronca, – no me lo contó.
– Bien, algunas mujeres se retrasan desde el principio, y otras no. Mi esposa tuvo el período durante cuatro meses con nuestro primer hijo; no teníamos ni idea de por qué vomitaba todo el tiempo. No sé por qué lo llaman nauseas matutinas, porque Bethalyn vomitaba a todas horas del día y noche. Nunca sabía lo que la haría sentirse mal. Pero bueno, con los demás, lo supo casi desde el principio. Supongo que ella aprendió a reconocer los síntomas. De todos modos, lo siento, Webb. Lo del bebé y todo eso. Y, uh, mantendremos el caso abierto, pero francamente no tenemos ni una mierda de pista para continuar.
Webb permaneció sentado durante un momento, contemplando el blanco de sus nudillos mientras se aferraba a los brazos de la silla.
– ¿Significa eso que no vas a investigarme más?
– Supongo que es lo que significa.
– ¿Puedo abandonar la ciudad?
– No puedo impedírtelo.
Webb se levantó. Todavía estaba pálido. Se detuvo en la puerta y miró atrás en dirección a Booley. -No la maté,- dijo.
Booley suspiró. -Era una posibilidad. Tenía que comprobarlo.
– Lo sé.
– Desearía haber descubierto al asesino para ti, pero no pinta bien.
– Lo sé,- dijo Webb otra vez y silenciosamente cerró la puerta detrás de él.
En un momento de su corto paseo hasta motel, tomó su decisión.
Él embaló su ropa, pagó la cuenta del motel, y condujo de vuelta a Davencourt. Su mirada era amarga cuando contempló la magnífica y vieja casa, coronando un leve promontorio, con sus elegantes y refinadas alas extendidas, como dando la bienvenida a su seno. Había amado vivir aquí, un príncipe en su propio reino, sabiendo que un día sería todo suyo. Le había gustado contribuir por si mismo a la prosperidad de su reino. Incluso se había casado con la princesa. Infiernos, había estado más que encantado de casarse con ella. Jessie había sido suya desde aquel lejano día cuando se habían sentado juntos, meciéndose en el columpio bajo el enorme y viejo roble y tuvieron su primera batalla por el dominio.
¿Se había casado con ella por puro ego, determinado a demostrarle que no podía jugar sus pequeños juegos con él? Si era honesto, entonces la respuesta era sí, esa había sido una de las razones. Pero otra había sido el amor, un amor extraño mezcla de una infancia compartida, un papel compartido en vida, y la fascinación sexual que había existido entre ellos desde la pubertad. No era buena base para el matrimonio, ahora lo sabía. El sexo había perdido su fascinación malditamente rápido, y su pasado en común y las vivencias compartidas no habían sido lo bastante fuertes para mantenerlos unidos después de que la atracción hubiera desaparecido.
Jessie había estado acostándose con otro hombre. U hombres, por lo que él sabía. Conociendo a Jessie como la conocía, comprendió que probablemente lo había hecho como venganza, porque no se había plegado humildemente a cada uno de sus caprichos. Ella era capaz de casi todo cuando la contrariaban, y aún así nunca esperó que fuera a engañarlo. Su reputación en Tuscumbia y Colbert Country había sido demasiado importante para ella, y esta no eran grandes ciudades de paso donde los amantes pudieran ir y venir sin que nadie les prestara demasiada atención. Esto era el Sur, y en algunos aspectos el Viejo Sur, donde las apariencias y los modales refinados primaban, al menos entre los estratos medio y alto de la sociedad.
Pero no solo se había acostado con otro, sino que además no había usado medios anticonceptivos. ¿También por venganza? ¿Pensaría que seria deliciosa divertido hacerlo cargar con un hijo que no era suyo?
En una breve e infernal semana, su esposa había sido asesinada, su vida al completo y su reputación destruida, y su familia le había dado la espalda. Había pasado de ser el príncipe a convertirse en un paria.
Estaba harto de todos ello. La bomba que Booley había soltado hoy era la gota que colmaba el vaso. Había trabajado como un esclavo durante años para mantener a la familia en el nivel al que se habían acostumbrado, bien instalados en el regazo de la riqueza, sacrificando su vida privada y cualquier posibilidad que pudiera haber tenido de construir un verdadero matrimonio con Jessie. Pero cuando había necesitado que su familia presentara un frente unido, apoyándolo, no habían estado allí. Lucinda no lo había acusado pero tampoco le había brindado el menor apoyo, y estaba cansado de bailar a su son. En cuanto a Gloria y Harlan y su prole, al diablo con ellos. Sólo su madre y la tía Sandra habían creído en él.
Roanna. ¿Y ella? ¿Había puesto ella esta pesadilla en marcha, arremetiendo contra Jessie sin la más mínima consideración por el daño que pudiera causarle a él? De alguna forma, a otro nivel, la traición de Roanna era más amarga que la de los demás. Se había acostumbrado demasiado a su adoración, al cómodo compañerismo que tenía con ella. Su excéntrica personalidad y su lengua rebelde lo había divertido, lo había hecho reírse aun cuando estaba tan exhausto que casi se caía de bruces. Un Grand Pricks [2], efectivamente, el diablillo.
En el entierro, le dijo que no había planeado la escena en la cocina, pero la culpa y la aflicción estaban escritas por todas partes en aquel delgado rostro. Tal vez lo hizo, tal vez no. Pero ella también lo había evitado, cuando él habría vendido su alma por algo de consuelo. Booley no consideraba a Roanna sospechosa del asesinato de Jessie, pero Webb no podía olvidar la mirada de odio que había visto en sus ojos, o el hecho de que ella había tenido la oportunidad. Todos en la casa habían tenido la oportunidad de hacerlo, pero Roanna era la única que odiaba a Jessie.
Simplemente, no lo sabía. Había mantenido la boca cerrada para protegerla incluso aunque ella no lo hubiera apoyado. Había mantenido la boca cerrada sobre que el bebé de Jessie no era suyo, dejando que el posible asesino saliera impune, porque él mismo habría resultado el sospechoso más probable. Estaba malditamente cansado de que siempre lo pillaran en medio, Al diablo con todos ellos.
Detuvo el coche en la calzada y contempló la casa, Davencourt. Esta era la encarnación de su ambición, un símbolo de su vida, el corazón de la familia Davenport. Tenía personalidad propia, una vieja casa que había abrigado generaciones de Davenport en el interior de sus elegantes proporciones. Cuando estaba lejos en viaje de negocios y pensaba en Davencourt, en su imaginación siempre la veía rodeada de flores. En la primavera, los arbustos de azaleas se cubrían de color. En verano, las rosas y las pervincas tomaban el relevo. En otoño eran los crisantemos, y en invierno los arbustos de camelias rosadas y blancas. Davencourt siempre estaba en flor. Amaba eso con una pasión que nunca había sentido por Jessie. No podía culpar de lo que había pasado solo a los demás, porque él también era culpable, ya que al analizar su matrimonio había pesado más en él el legado que la mujer.
Al diablo con Davencourt, también.
Aparcó en la avenida delantera y entró por la puerta principal. La conversación en la sala de estar se detuvo abruptamente, como había estado sucediendo las últimas semanas. No echó ni un vistazo en esa dirección cuando se dirigió a zancadas hacia el estudio y se sentó tras el escritorio.
Trabajó durante horas, completando informes financieros, rellenando impresos, devolviendo el control activo de todas las empresas Davenport a las manos de Lucinda. Cuando hubo terminado, se levantó, salió de la casa, y se fue sin mirar atrás.