Después de su torturada declaración, Jarrod salió del camerino y la dejó sola. Georgia se quedó inmóvil, con los ojos fijos en el espacio que Jarrod había desocupado, y hubiera jurado que su corazón dejaba de latir.
Jarrod había admitido que la deseaba, que todavía la deseaba. Georgia reprimió un gemido. Y ella lo deseaba a él desesperadamente.
Permaneció de pie, agarrotada por el dolor y la angustia. Si no había perdonado a Jarrod, ¿por qué sentía por él lo que sentía?
Súbitamente, le llegó el sonido de la música que tocaban Country Blues y reconoció la introducción a la segunda parte del concierto. Tenía que volver al escenario. Lockie volvería a presentarla y ella debía estar tras el escenario, esperando a que le dieran la entrada.
Y sin saber cómo, allí estaba. Cantó mecánicamente, con naturalidad pero sin sentimiento. Y todo el tiempo, la misma cara la observaba desde la primera fila.
Georgia había asumido que Jarrod se habría marchado. Ni siquiera se había planteado que fuera a quedarse hasta el final. Pero allí estaba, inmóvil, con los ojos fijos en ella.
Por fin todo concluyó. El público se fue y Georgia pudo escapar al camerino, temblorosa, sin poder librarse de la sensación de que Jarrod la seguía.
Se quitó el vestido torpemente y se puso unos vaqueros y una blusa. Después, se desmaquilló y se dio un color claro en los labios.
Sin el colorete, parecía pálida y demacrada. Se encontraba mal y ansiaba irse a la cama.
Temía que Lockie la hiciera esperar. Le dolía la cabeza y el estómago.
Cuando salió del camerino, encontró sólo a Lockie y a Andy. Evan y Ken se habían marchado y Jarrod no estaba a la vista.
– ¡Por fin, Georgia! -exclamó Lockie, haciéndole una señal para que se aproximara-. Te estábamos esperando. Si queremos llegar a la fiesta tenemos que irnos ya.
Georgia miró a su hermano desconsolada.
– ¿Qué fiesta? -preguntó.
– Hemos coincidido con un grupo de amigos y nos han invitado a que los acompañemos -explicó Lockie.
– La noche es joven, Georgia -dijo Andy, con una amplia sonrisa-. O debería decir, la madrugada.
– No pienso ir a ninguna fiesta. Estoy exhausta -Georgia miró a su hermano con expresión enfadada-. Tendré que tomar un taxi.
– ¿Querrá venir Jarrod? -Lockie miró alrededor-. ¿Dónde está?
– Hablando del rey de Roma… -masculló Andy, y al volverse, Georgia vio la alta figura de Jarrod aproximarse a ellos.
– ¿Estáis listos para marcharos? -dijo él, sin detener la mirada en Georgia.
Georgia tenía un zumbido en los oídos. Creía estar viviendo una pesadilla. El silencio se prolongó hasta hacerse insoportable. ¿Estaría Jarrod esperando a que…?
– ¿Y tú, Jarrod, vienes a la fiesta? -preguntó Lockie.
Jarrod sacudió la cabeza.
– ¿A esta hora? No creo.
– Estás volviéndote viejo, amigo -bromeó Andy-. Sabemos de buena fuente que va a ver un montón de chicas guapas y tengo entendido que tú estás libre, ¿no es cierto?
– Supongo que sí -dijo, pausadamente-, pero esta noche voy a tener que dejar pasar la oportunidad.
– Entonces puedes llevar a Georgia a casa -dijo Lockie.
– ¡Ah! -exclamó Andy, llevándose el dedo a la frente con un ademán exagerado, como si hubiera tenido una idea-. Ahora comprendo.
– No me cabe la menor duda -dijo Jarrod, cortante.
Georgia seguía mirándolo inmóvil. Jarrod forzó una sonrisa y, tomándola del brazo, la condujo hacia la puerta.
– Hasta luego -se despidió de los chicos-. Que lo paséis bien.
– Lo siento -Georgia se obligó a hablar. Estaban a mitad de camino de su casa y hasta entonces ninguno de los dos había dicho nada. Georgia había tardado todo ese tiempo en recuperar el dominio de sí misma y por fin se sentía capaz de pedir disculpas por la falta de tacto de Andy-. A Andy le gusta bromear.
– No tiene importancia -dijo Jarrod, sin hacer ningún esfuerzo por mantener una conversación.
Al ver que aceleraba, Georgia supuso que tenía prisa por librarse de ella y, pensando en cómo se había comportado en el camerino, no podía culparlo.
– Siento lo de antes -comenzó a disculparse.
Jarrod frunció el ceño.
– ¿El qué?
– Haberme comportado como lo he hecho en el camerino.
– Olvídalo, Georgia.
Pero Georgia no podía.
– Me he portado abominablemente.
– Escucha, Georgia, por qué no asumimos que los dos nos hemos pasado y lo dejamos.
– Pero…
– Georgia, estoy cansado, y tú también. ¿Por qué no lo olvidamos? Yo ya lo he hecho.
¿Y habría olvidado también lo que había dicho: «Te deseo, Georgia»?
Georgia lo miró y al ver la rigidez con la que sujetaba el volante y la tensión que emanaba de su cuerpo, sospechó que ninguno de los dos podría olvidar con tanta facilidad una escena tan intensa como la que habían protagonizado. Si seguían viéndose, tendrían que hablar de ello en algún momento. La presión que sentía en las sienes se intensificó y cuando vio las luces de su casa se alegró tanto como suponía que él se alegraba.
Dos días más tarde, Georgia recibió una llamada en el trabajo. ¿Quién podía ser? Su familia sabía que no le gustaba que la llamaran a la librería a no ser que se tratara de una emergencia. ¿Qué habría pasado? Georgia tragó saliva.
– Georgia, soy Andy. No te asustes.
– ¿Andy? ¿Qué ocurre?
– Ha ocurrido… Bueno, ha pasado una cosa.
– ¿Qué? ¿Se trata de mi padre? -Georgia asió el auricular con fuerza.
– No -la tranquilizó Andy-. Se trata de la casa. Ha habido un incendio y…
– ¿Un incendio? -repitió Georgia, sin prestar atención a la cara de interés con que la miraban sus compañeros de trabajo-. ¿Quieres decir que la casa se ha quemado?
– No, qué va. Sólo parte de la cocina.
– La cocina… Será mejor que me lo cuentes todo.
– Ya está todo bajo control -la tranquilizó Andy-. Pero, ¿podrías venir? Lockie no deja de dar vueltas y ya sabes el poco sentido práctico que tiene. Menos mal que Jarrod se está ocupando de todo.
– ¿Jarrod está ahí? -dijo Georgia, con desmayo. ¿Es que siempre tenían que contar con él para salir de apuros?
– Hasta hace un rato sí, pero en cuanto ha oído las sirenas ha ido a buscarte. Llegará en seguida.
Georgia dejó escapar un gemido.
– ¿Por qué le habéis molestado? ¿Es que no podía venir Lockie?
– ¿Bromeas, Georgia? Es un gran músico pero como bombero deja mucho que desear. En estos momentos, no me fiaría de él como conductor -Andy rió-. De hecho, iba a ir yo a recogerte, pero Jarrod insistió en ir él.
¿Había cierta sorna en el comentario o Georgia lo imaginaba?
– Como sigamos así voy a tener que pagarle como chófer -masculló Georgia.
– Es verdad -dijo Andy, riendo-. Es una pena que sea tu primo. Estoy seguro de que un montón de mujeres darían lo que fuera porque les hiciera de chófer.
– No me cabe la menor duda -dijo Georgia, cortante y, al levantar la vista, vio a Jarrod hablando con su jefe, el señor Johns, mientras las dependientas lo contemplaban con expresión admirada-. Jarrod ya ha llegado, Andy. Hasta ahora -colgó y fue a su encuentro.
– Señor Johns, lo siento. Yo… -comenzó a disculparse.
– No se preocupe, señorita Grayson -dijo él, haciendo un ademán con la mano-. El señor Maclean me ha explicado la situación. Debe ir a casa ahora mismo. Espero que todo vaya bien.
– Es usted muy amable, señor Johns. Recuperaré las horas que falte -le aseguró Georgia, pero él hizo un gesto para quitarle importancia.
– Ni lo piense, señorita Grayson. La veremos mañana a no ser que nos avise de lo contrario -dijo él con una amabilidad desacostumbrada en él.
– Gracias -dijo ella, dirigiendo una mirada furtiva a Jarrod.
– No hay de qué. Y ahora, márchese. No haga esperar al señor Maclean.
Georgia fue a recoger su bolso y volvió al encuentro de Jarrod.
– ¿Georgia? -la llamó Jodie desde detrás de un estante-. Siento lo del incendio. Espero que no sea nada grave -los ojos de Jodie estaban fijos en el hombre que Georgia tenía a su lado y ésta no tuvo más remedio que presentarlos.
– Jodie, éste es mi primo Jarrod Maclean. Jarrod, ésta es Jodie Craig.
– Hola -Jodie le ofreció la mano y sonrió-. Me alegro de que no seas mi primo -dijo, con descaro, haciendo reír a Jarrod-. ¿Dónde lo has tenido escondido, Georgia?
– He estado en el extranjero -dijo Jarrod, divertido.
– Pues bienvenido -Jodie no ocultaba su interés en él.
– ¿No deberíamos irnos, Jarrod? -dijo Georgia, cortante, cuando logró articular palabra.
Jodie volvió a sonreír.
– Mensaje recibido, Georgia -dijo, logrando que Georgia se ruborizara-. Hasta mañana. Encantada de conocerte, Jarrod.
Salieron y Georgia se esforzó por olvidar a Jodie y sus comentarios.
– ¿Es muy grave? -preguntó cuando Jarrod puso el coche en marcha.
– No demasiado. Si Andy no llega a reaccionar en el acto podía haber sido una catástrofe.
– ¿Lockie está bien?
– Sí, sólo un poco enloquecido -dijo él.
– ¿Saben qué ha ocurrido?
– Piensan que ha habido un cortocircuito en la cocina. Andy y Lockie olieron el humo. Cuando llegaron, la pared del fondo estaba en llamas.
Georgia cerró los ojos. ¿Y si la casa hubiera estado vacía?
– Para cuando llegaron los bomberos, la parte de atrás se había quemado. Han conseguido controlar el fuego, pero el agua ha dañado algunos dormitorios.
Georgia se frotó los ojos con aire cansado. ¿Qué otra desgracia podía ocurrir? ¿Y por qué todo había comenzado con el retorno de Jarrod?
– Podemos dar gracias de que no hubiera viento -dijo Jarrod, mirándola de soslayo y viendo lo pálida que estaba-. No es demasiado grave, Georgia. Se puede reparar.
Georgia asintió con la cabeza.
– No es eso… Es que todo parece ir mal al mismo tiempo. Los problemas con Morgan, Lockie y Mandy, y…
– ¿Y?
– Todo -concluyó Georgia, en tono mate. Y la vuelta de Jarrod. Eso era lo peor.
Hubiera querido gritar. ¿Es que él no recordaba aquellos días apasionados? ¿No se sentía torturado por los recuerdos de la intimidad que habían compartido?
Georgia apartó la mirada de él. Tenía que ignorar la fascinación física que ejercía sobre ella, el aroma erótico que desprendía su piel…
– ¿Cómo está el tío Peter? -preguntó, con voz trémula.
– No demasiado bien -suspiró él-. Anoche durmió muy mal. Pensé… -se encogió de hombros-. Si fuera más joven los médicos lo operarían, pero dicen que no superaría la intervención.
Tomaron el desvío que llevaba a casa de Georgia en el preciso momento en que el camión de bomberos salía. Georgia contuvo la respiración. La fachada de la casa no presentaba ningún daño, pero cuando Jarrod giró, pudieron ver las marcas oscuras que el humo había dejado en todo el lateral.
Lockie y Andy aparecieron desde detrás de la casa. Los dos tenían el rostro y las manos manchadas de hollín.
– Es peor de lo que parece, Georgia -dijo Lockie-. Al menos nuestro equipo está en el local, así que no le ha pasado nada.
– Lockie, ¿cómo puedes pensar en los instrumentos en este momento? -Andy le dio un empujón-. Seguro que a Georgia le preocupa más la nevera.
– Y seguro que a ti te preocupa la nevera por la comida -comentó Lockie, altanero-. Al menos ésta.
– ¿Quieres decir que vuestro equipo no? -dijo Jarrod sorprendido.
Lockie lo miró con expresión culpable.
– Sólo una parte.
Jarrod sacudió la cabeza, pero Georgia apenas prestaba atención a la conversación. Los cristales estaban rotos y las paredes negras. La idea de entrar le daba pavor.
– El otro lado y la parte de delante no han sufrido ningún daño -dijo Jarrod, quedamente-. Sólo la parte de atrás necesita reparaciones.
– ¿Lockie, has llamado a papá para contárselo? -preguntó Georgia.
Su hermano asintió.
– Mientras Jarrod iba a recogerte. También he llamado a la compañía de seguros. Vendrán mañana por la mañana.
– ¿Va a venir papá?
– No -Lockie sacudió la cabeza-. No podría hacer nada por el momento, así que ha decidido acabar con lo que está haciendo. Calcula que tardará un par de semanas. Para entonces, la compañía de seguros habrá acabado la inspección y podrá ponerse a trabajar -Lockie suspiró-. Menudo lío.
– Al menos podemos proteger la casa -dijo Jarrod, dándole una palmada en la espalda-. Cerca de la verja hay unos tablones de madera. Podemos tapar las ventanas rotas y el acceso de la cocina al resto de la casa -Jarrod se encaminó en esa dirección-. Vamos, Lockie, manos a la obra.
Andy y Georgia subieron al piso de arriba. Por muy preparada que estuviera para lo que la esperaba, Georgia no pudo evitar estremecerse al ver el estado en que encontró los dormitorios. Las camas y las cortinas estaban empapadas y el olor ácido del humo impregnaba el aire.
– ¿Por dónde empezamos? -dijo Georgia, arrugando la nariz al sentir la alfombra rezumar agua bajo sus pies.
– Quitando la ropa de cama -sugirió Andy-, y sacando los colchones a secar.
Georgia tiró de un colchón.
– Ni se te ocurra moverlo -la reprendió Andy-. Te puedes hacer daño y no puedes correr el riesgo de no tener una pequeña Georgia correteando por la casa.
Georgia, de espaldas a él, hizo una pausa y respiró profundamente. Una voz del pasado resonó en sus oídos. La voz profunda del médico de la familia: «Es una jovencita con suerte. No ha sufrido ningún daño, así que no hay ninguna razón por la que no pueda tener hijos cuando llegue el momento».
Andy no pareció darse cuenta de su silencio y continuaron sacando las mantas y los colchones a secar.
– ¡Andy! ¡Georgia! -los llamó Lockie-. ¿Nos podéis ayudar con la madera?
– Se ve que nos necesitan -dijo Andy riendo, al tiempo que pasaba un brazo por los hombros de Georgia para ir al encuentro de los otros dos.
Lockie y Jarrod habían construido una especie de andamio de madera en la parte de atrás al que estaban subidos para clavar los tablones en las ventanas.
– Pásanos uno de esos trozos -dijo Lockie, señalando con el martillo.
– Menos mal que los cristales ya están rotos -susurró Andy a Georgia y ésta, a su pesar, no pudo evitar sonreír.
Pero la sonrisa murió en sus labios cuando vio la frialdad con la que Jarrod mantenía los ojos fijos en la mano que Andy posaba sobre su hombro.
– ¿Nos necesitáis a los dos? -preguntó ella, repentinamente-. Si no, puedo ir a llevar algunas cosas a la lavandería.
– No hace falta -dijo Jarrod-. Las llevaremos a mi casa.
– Pero hay un montón de…
– No importa. La señora Pringle se ocupará de todo -dijo Jarrod.
Georgia lo miró desconcertada.
– ¡No podemos hacer eso! Vuestra ama de llaves ya tiene bastante trabajo. En cambio a mí no me cuesta nada ir en la furgoneta.
Jarrod apretó la mandíbula y se volvió para seguir clavando clavos.
– ¿Me dejas las llaves, Lockie? -preguntó ella a su hermano.
– Siempre tan independiente, Georgia -dijo él, malhumorado.
– No es una cuestión de independencia, Lockie. Simplemente considero que es nuestra responsabilidad, no la de la señora Pringle. ¿Vas a darme las llaves o no?
– No te van a servir de nada. La furgoneta está sin gasolina. Andy iba a ir en bicicleta a por ella cuando comenzó el fuego.
Georgia dirigió una mirada furibunda a su hermano. Estaba a punto de decir algo pero la distrajo el sonido de un coche, seguido de un portazo. Unos segundos más tarde, Morgan dio la vuelta a la esquina de la casa, abriendo los ojos desorbitadamente, se paró en seco.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó, atónita.
– Un incendio -dijo Lockie.
– ¡Es espantoso! -Morgan inspeccionó la parte de atrás en silencio antes de volver junto a ellos y observar las ventanas rotas-. ¿Están los dormitorios destrozados? ¿Y nuestra ropa?
– Mojada -dijo Georgia.
– ¿Y dónde vamos a dormir esta noche? -preguntó Morgan.
– ¡Oh, no! -dijo Georgia abatida-. Ni siquiera lo había pensado. No podemos dormir en nuestros dormitorios.
– Desde luego que no -dijo Morgan, espantada.
– Ya lo hemos organizado -dijo Lockie-. Andy y yo nos instalaremos aquí fuera con una tienda de campaña.
– ¿Y nosotras? -preguntó Morgan-. Si piensas que…
– Vosotras vais a venir a mi casa -les llegó la voz de Jarrod-. Tú… -hizo una leve pausa antes de añadir-, y Georgia.