Georgia sintió todo su cuerpo ponerse en tensión, y no pudo controlar el impulso de buscar la mirada de Jarrod. Él la estaba observando y cuando sus miradas se encontraron Georgia sintió un fuego arder en su interior y propagarse a tal velocidad que le cortó la respiración. ¿Sentiría Jarrod lo mismo? ¿Le pediría el cuerpo a voces que franqueara la distancia que los separaba? ¿Tendría que reprimir el deseo de alargar la mano y tocarla?
Georgia se dio la vuelta y se apoyó en la barandilla para evitar que Jarrod leyera la verdad en sus ojos aunque una voz interior le susurró que tal vez sería mejor dejárselo saber, recordarle el amor que habían compartido. Pero Georgia ya no estaba enamorada de él. O eso se decía a sí misma constantemente.
¡Amor! Sintió cómo sus labios se tensaban en un rictus. El amor hacía daño y ella no sentía ningún deseo de volver a sufrir.
Pero si no estaba enamorada de él, la turbación que sentía debía tener un origen exclusivamente físico. Su cuerpo no lograba olvidar el de Jarrod, ése era el problema.
¡Atracción sexual! ¡No era más que eso! Quizá la solución era dejar que Jarrod lo supiera, transmitirle que estaba disponible para los pecados de la carne, y de esa manera, librarse de su fantasma, dejar el amor en el pasado, donde pertenecía.
– Lockie me ha dicho que el dueño del club ha quedado con un conocido productor esta noche -dijo Jarrod, rompiendo el silencio.
Georgia se encogió de hombros.
– Lockie es un fantasioso.
– Por lo que veo, tú no. ¿No quieres convertirte en una cantante famosa?
– La verdad es que no -dijo Georgia, riendo con sarcasmo-. Tal y como tú mismo dijiste: no encajaría en mi carrera.
– ¿De verdad prefieres tu carrera a la fama?
– Es más segura. Incluso puede que algún día tenga mi propia librería.
– Nunca creí que te convirtieras en una mujer de carrera.
«Porque no me conocías de verdad», hubiera querido decirle Georgia. «O nunca me habrías hecho tanto daño».
– ¿Y por qué no iba a querer tener una librería? La semana pasada me decías que debía hacer algo así.
– Pero te recuerdo como alguien con un espíritu romántico. Te iría más ser poeta, o compositora.
«O madre y esposa», quiso gritar Georgia. ¿No era eso también romanticismo? «Díselo, Georgia, díselo, a ver cómo reacciona el impasible Jarrod Maclean».
Jarrod se volvió para mirarla de lado, como si percibiera un cambio en su actitud, pero antes de que dijera nada, Georgia continuó:
– ¿Poeta, compositora, esposa y madre? -se escuchó decir.
Una emoción que Georgia no hubiera sabido definir cruzó el rostro de Jarrod por unos segundos, pero logró recobrar su impenetrabilidad habitual en unos segundos.
¿Acaso no lo tenía todo tan bajo control como aparentaba y como le había hecho creer a Georgia?
– Siempre tan romántica, ¿verdad, Jarrod? -a Georgia le admiró la calma que trasmitía su voz cuando en su interior se sentía hervir de rabia y desesperación.
Jarrod se estremeció imperceptiblemente y palideció, como si Georgia hubiera dicho algo que lo perturbaba.
Saber que le había hecho daño le produjo una sensación de triunfo. Si conseguía herirlo era porque, en algún momento, Jarrod debía haber sentido algo por ella y tal vez se arrepentía de lo que había hecho.
La esperanza creció en su interior, pero ella misma la apagó con la maestría que le proporcionaba la experiencia. Estaba siendo más estúpida que nunca si olvidaba que Jarrod no hubiera actuado como lo hizo de haberla amado.
Entonces, ¿por qué se sentía culpable por hacerle daño? Era él quien había actuado mal. Ella no le había roto el corazón ni lo había abandonado. Ni pretendía ser amiga suya y charlar como si nada hubiera pasado, como si nunca se hubieran conocido íntimamente.
Pero si lo tenía todo tan claro, ¿por qué sentía tanto dolor?
– La verdad es que pensaba que te habrías casado -dijo Jarrod en tono mate-. En parte creía que te encontraría establecida y con un par de niños.
Algo se removió en el interior de Georgia, un recuerdo doloroso de los momentos más difíciles, y, para ocultar la verdad que sabía estaba escrita con toda nitidez en su rostro, miró en otra dirección.
– ¿De verdad? ¿Por qué? -en cuanto recuperó el dominio de sí misma se volvió a mirarlo.
Jarrod se encogió de hombros.
– No lo sé. Eres una mujer atractiva y estoy seguro de que eso mismo piensan los hombres que te rodean -hizo una pausa-. ¿Hay alguien especial en tu vida?
– Tal vez -mintió Georgia. ¡Qué absurdo! Ni siquiera había mirado a otro hombre desde que Jarrod se marchó.
– ¿Andy? -Jarrod hizo girar la lata de cerveza en sus manos.
– Andy es un buen amigo -fue todo lo que Georgia dijo.
– ¿No estás enamorada de él? -preguntó Jarrod, mirando a un punto indeterminado con los ojos entornados.
¿Cómo se atrevía a pronunciar esa palabra? Si conociera su significado no se atrevería a hacerlo.
– ¿Enamorada? -Georgia se obligó a sonreír-. No creo que el amor… -hizo una pausa-… tenga nada que ver con esto.
Jarrod apretaba la mandíbula y un nervio le tembló en la sien, pero no se volvió a mirar a Georgia.
– Prefiero estar disponible -dijo, para provocarlo.
Entonces Jarrod sí se volvió y ella le sostuvo la mirada con expresión altanera.
– No me lo creo, Georgia -dijo, sacudiendo la cabeza e incorporándose para apoyarse en la barandilla, a poca distancia de ella. Demasiado cerca.
– ¿Por qué no? Ya no soy la adolescente que tú conociste.
– Supongo que no -dijo él.
– Y puede que haya decidido que lo quiero todo: una carrera, relaciones…
– ¿Relaciones? ¿En plural?
La tristeza que tiñó la pregunta de Jarrod hizo que las emociones afloraran a la piel de Georgia. Clavó la mirada en él en el momento en que Jarrod deslizaba la suya por sus senos, y Georgia sintió la piel arder bajó el fuego de sus ojos con la misma violencia que si la hubiera tocado. Exactamente igual que en el pasado.
La tensión en Jarrod era evidente y Georgia, expectante, anhelante, contuvo la respiración. Pero Jarrod pareció relajarse y el instante mágico pasó, dejando a Georgia con una familiar sensación de pérdida y abandono.
– La verdad es que tienes razón -dijo ella, cruzándose de brazos para ocultar sus senos-. No necesito ningún hombre a mi lado. Lo intenté en una ocasión y te aseguro que no me salió bien.
– Georgia…
Georgia no necesitó oír la emoción contenida en la voz de Jarrod para saber que había vuelto a tocar un punto vulnerable. Y de pronto se dio cuenta de que en su intento de provocarlo, estaba desnudando su alma sin ningún pudor.
Intentó reír con indiferencia.
– Amor, no. ¿Sexo? Eso ya es otra cosa. Quizá la mejor lección que aprendí fue a no intentar combinar las dos. ¿No te parece que es complicar las cosas?
– ¿Qué quieres que responda a eso, Georgia? -preguntó Jarrod, apagado, sin mirarla.
– Nada, Jarrod -Georgia se encogió de hombros, cansada de la conversación pero incapaz de darla por terminada-. Pero lo que está bien para un hombre también debe estarlo para una mujer. ¿No crees que es justo? La ciencia ha hecho libres a las mujeres. Y estarás de acuerdo conmigo en que «la práctica hace al maestro».
Jarrod dio un paso hacia ella, la sujetó con firmeza, clavándole los dedos en la piel de sus brazos y atrayéndola bruscamente hacia sí. Georgia sintió el cuerpo de Jarrod en tensión y respondió espontáneamente a su reclamo.
Él agachó la cabeza y con su boca selló la de ella, besándola con una violencia muy distinta a las tiernas caricias que habían compartido en el pasado. Su lengua se entrelazó con la de ella en un baile frenético. Y Georgia reaccionó a su pesar, estrechándose contra él, amoldando su cuerpo al de Jarrod.
Había pasado mucho tiempo. Intentó justificar su comportamiento para acallar el único resquicio de racionalidad que le quedaba. Llevaba esperando ese momento cuatro años, al despertar de una sensualidad que se había quedado adormecida.
El beso también excitó a Jarrod. Georgia podía sentir su sexo presionándola y sus manos abiertas sujetándola con firmeza por las nalgas.
Se separaron sin aliento. Georgia podía oír los latidos de su corazón golpearle los oídos. Alzó la mirada y encontró los ojos velados de Jarrod. Georgia se pasó la lengua por los labios y Jarrod tensó los muslos.
Siguieron así, de pie, inmóviles, hasta que Jarrod suspiró profundamente. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, recuperó el dominio de sí mismo y soltó a Georgia.
– Lo siento -dijo, con voz grave-. No pretendía hacerlo. No quería hacerte daño.
Georgia se frotó los brazos. Pero no era el dolor físico lo que la preocupaba.
– Creo que estoy un poco alterado estos días, entre lo de Peter… -Jarrod tomó aire y se sentó mecánicamente, como si se estuviera obligando a adoptar una actitud natural-. No debía haberte besado.
– No. Tú… -Georgia carraspeó y se alejó de él-. No debíamos haberlo hecho.
Hubo un tenso silencio.
– Como hemos crecido juntos, sigo viéndome como un hermano mayor que debe cuidar de ti.
– Ese no ha sido un beso de hermano mayor -dijo Georgia.
– Lo siento, Georgia. Pero no te preocupes, no volverá a pasar.
– No. No volverá a pasar -dijo, con tanta convicción como pudo reunir.
– Entonces, será mejor que lo olvidemos y hablemos de otra cosa -dijo él.
Georgia adivinó que se estaba pasando los dedos por el cabello y sintió un dolor en la boca del estómago.
– Lockie me ha dicho que tenéis unas canciones nuevas fantásticas, escritas por un compositor desconocido -continuó Jarrod, como si no hubiera pasado nada.
Georgia lo miró con incredulidad.
– Se refiere a unas canciones que escribí hace años -dijo, esforzándose por recuperar la voz-. Cree que pueden servirle para el disco.
– ¿Las escribiste tú? -fue el turno de Jarrod de mirarla sorprendido y Georgia supuso que estaba recordando la conversación previa.
Poeta. Compositora. Esposa. Madre. Y amante. Las palabras giraban en la cabeza de Georgia como la letra de una canción.
– Recuerdo que escribías unas canciones muy buenas. ¿Y vas a grabarlas con Lockie? -preguntó él.
– Tengo la sensación de que Lockie es demasiado optimista.
– No es eso lo que él cree. Pero, ¿no has dicho que no veías tu futuro en la música? -Jarrod dio un sorbo a la cerveza.
Georgia se encogió de hombros.
– Así es.
– Pues si no piensas grabar con él, deberías avisárselo -comentó Jarrod.
– Ya se lo he dicho. La librería me lleva demasiado tiempo.
– Pues él ha dicho… -Jarrod calló bruscamente-. ¿Estás segura de que Lockie no cuenta contigo? Si quieres que se lo aclare yo…
– ¿Y por qué iba a necesitar que lo hicieras? -preguntó Georgia, arqueando las cejas.
Jarrod se encogió de hombros.
– Porque tengo la sensación de que Lockie consigue que hagas todo lo que él quiere -dijo, sonriendo.
– Puedo defenderme a mí misma, Jarrod -Georgia sintió crecer su ira, una ira desproporcionada. ¿Qué derecho tenía Jarrod a erigirse en su salvador?
– Ya lo sé -dijo él-. Sólo quería que supieras que podías contar conmigo. Y, teniendo en cuenta lo que te cuesta subir al escenario, no tiene sentido que pases ese suplicio cada noche -la miró-. Cuando te traje ayer por la noche estabas muy tensa. Siempre solías sufrir de pánico escénico.
«Solía» era la palabra adecuada. En el pasado. Georgia no quería seguir hablando de ello, y menos con Jarrod.
Tomó aire. Estaba cansada de aquella escena.
– Escucha, Jarrod, no formo parte de Country Blues -dijo, indiferente-. Estoy sustituyendo a Mandy, la novia de Lockie, hasta que vuelva de Nueva Zelanda.
Jarrod la observó unos instantes.
– ¿Y por qué me dijiste lo contrario?
– No te dije nada. Tú malinterpretaste a Lockie.
– Esa es una manera de verlo -dijo Jarrod, evidentemente molesto.
– Tampoco tiene demasiada importancia -dijo Georgia, a la defensiva-. No tengo por qué contártelo todo.
Jarrod bajó la mirada.
– No -dijo quedamente-. Tienes razón.
– No podía dejar a Lockie en la estacada en una ocasión como ésta.
– No -Jarrod se concentró en la lata de cerveza-. Y tienes una gran voz -dijo, dulcificando su tono aun sin alterar la expresión de su rostro.
Georgia no pudo evitar mirarlo. Las pestañas le ocultaban los ojos, pero se dio cuenta de que había perdido peso. Los vaqueros ya no se le ajustaban a las caderas y estaba demacrado. ¿Acaso…?
¡No! Estaba preocupado por el tío Peter. Cualquiera pasaría por un mal momento al saber que su padre iba a morir. No se lamentaba por el amor perdido tal y como ella había hecho durante tanto tiempo.
Un pensamiento que ya había tenido con anterioridad la asaltó en ese instante con toda vividez: ¿Por qué iba a sentir Jarrod nostalgia por un amor de juventud cuando probablemente docenas de mujeres esperaban su regreso a los Estados Unidos?
Un dolor le estranguló el corazón y Georgia estuvo a punto dejar escapar una risa amarga al darse cuenta de que sentía celos de todas ellas.
– Lockie piensa que las canciones que ha seleccionado para el disco son fabulosas. Está seguro de que una de ellas va a ser todo un éxito -Jarrod interrumpió sus pensamientos-. ¿Cómo se llama? ¿La conozco?
Georgia se tensó y le rogó mentalmente que no ahondara en el tema. Jamás se la había cantado.
– Los chicos han estado ensayando un par de ellas -desvió la mirada hacia la oscuridad.
– Por lo que me ha dicho Lockie, una de ellas es muy especial.
Georgia se encogió de hombros.
– Dice que es tremendamente sensual -insistió Jarrod.
– Las canciones sensuales suelen tener éxito -comentó, indiferente.
Jarrod tardó tanto en hablar, que lo miró.
Una vez más, estaba contemplando la lata de cerveza con gran concentración. Como siempre que lo observaba, Georgia sintió el impulso de alargar la mano para tocarlo, tomar su cabeza entre sus manos y acunarlo, suavizar las líneas que se formaban alrededor de sus ojos. Líneas que se le marcaban al reír, aunque en el presente apenas sonriera.
Jarrod levantó la vista y la descubrió mirándolo. Georgia no tuvo tiempo de ocultar la luz de la pasión que ardía en sus ojos. Por una fracción de segundo, vio una llama igual de ardiente en los ojos de Jarrod, pero él se apresuró a bajar la mirada para ocultarla.
Lo bastante como para que el corazón de Georgia comenzara a latir violenta y desacompasadamente. No, el fuego no se había extinguido en él. El beso que se habían dado los había encendido por igual. Pero Jarrod se esforzaba por hacerla creer que no era así.
A no ser que Georgia se estuviera confundiendo una vez más. Tal vez se trataba de una mera atracción física. Tanto en el pasado como en el presente. Y cabía la posibilidad de que, al recordar lo mal que ella había reaccionado cuando rompió su relación de juventud, no estuviera dispuesto a arriesgarse.
Tampoco ella quería revivir el pasado. Especialmente aquella espantosa noche que no había logrado erradicar de su mente.
Cuando cerraba los ojos podía oler el aroma de los arbustos en flor, sentir la brisa fresca sobre la piel mientras corría por el sendero, ansiosa por llegar junto a Jarrod y contarle el secreto que guardaba en su interior.
El salón de los Maclean estaba iluminado. Georgia sabía que el tío Peter estaba en Hong Kong y, cuando se acercó, vio la figura de la tía Isabel recortada contra la ventana, que se llevaba la mano al broche de la camisa.
Georgia subió los escalones de dos en dos. Sus zapatillas de deportes no hicieron ruido. Iba a llamar a la puerta cuando el sonido de la voz de su tía la hizo detenerse.
Georgia no se había propuesto escuchar a escondidas, pero algo en el tono de Isabel la paralizó.
– Sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad, Jarrod?
– Antes quiero hablar con mi padre -la voz de Jarrod era casi irreconocible y Georgia contuvo la respiración.
– ¿De qué te serviría? -dijo Isabel, con aspereza-. No cambiará nada.
– ¿Cómo puedes contarme esto tan tranquila? ¿Cómo lo has soportado? ¿Cómo has podido vivir con él?
– Tu padre me pidió que me casara con él y en nuestros tiempos, uno hacía lo que debía. ¿Qué otra cosa podía hacer? Era una solterona y no quería ser una carga para nadie. Hice lo más honesto que podía hacer, Jarrod.
– ¿Honesto? ¡Qué clase de hombre hubiera aceptado algo así!
Georgia escuchó a Jarrod maldecir.
– ¿Por qué no se casó con ella? ¿No hubiera sido eso mucho más honesto? -preguntó él, con voz ronca.
– Ella no lo amaba.
Jarrod volvió a maldecir.
– Tienes que comprender el tipo de hombre que era tu padre -dijo Isabel, bajando el tono de voz-. Tu madre…
– No metas a mi madre en esto -dijo Jarrod, mordiendo las palabras.
– ¿Por qué no me lo ha dicho él, Isabel? ¿Es tan cobarde que ha necesitado que me lo dijeras tú?
– Él no lo sabía. Ella no se lo contó.
– ¿Ella…? ¡Por Dios, Isabel! ¿Por qué no?
– ¿Quién sabe?
– ¿Y por qué tú no hiciste nada? -preguntó Jarrod, fuera de sí.
– No era mi papel chismorrear.
– ¡Chismorrear! ¿Quieres decir que mi padre todavía no lo sabe?
– Puede que lo sospeche. Escucha, ¿no podemos dejarlo? Siento haber tenido que decírtelo -la voz de Isabel sonó con más emoción de la que Georgia le había escuchado nunca.
– ¡Estoy seguro! -dijo Jarrod, ásperamente.
– Pero he creído que debías saberlo antes de que… -Isabel hizo una pausa-… las cosas fueran demasiado lejos.
– ¿Demasiado lejos? -Jarrod habló con tanta amargura que Georgia entró en el vestíbulo, pero antes de que pasara al salón, su tía volvió a hablar en un tono tan provocativo, que Georgia se quedó una vez más paralizada.
– ¿Jarrod? -lo llamó Isabel, casi en un ronroneo-. Lo mejor es que lo resuelvas lo antes posible. Puedes decirle que se acabó, que has cambiado de opinión. Georgia es joven. No tardará en encontrar a otro.
– ¿A otro? -repitió Jarrod, quedamente.
– Sí. Y tú también. Conozco un montón de jóvenes que estarían dispuestas a ocupar su lugar. Eres muy atractivo… -Isabel intentó animarlo, pero Jarrod la interrumpió con una carcajada llena de sarcasmo.
– Y esa otra persona a la que voy a encontrar… -dijo, con amargura-. Estoy seguro de que piensas ponerte al principio de la cola, ¿no es así, Isabel? Siempre lo has deseado. Desde que volví de la facultad.
Georgia dio un paso adelante al tiempo que Jarrod se acercaba a su madrastra, la atraía hacía sí bruscamente y la besaba con violencia. Cuando concluyó el beso, se quedaron uno junto al otro como dos estatuas de mármol.