Capítulo 9

Lyle tenía un aspecto decidido que no le gustaba nada a Kelsa y, aunque, a pesar del vigoroso latir de su corazón, no tenía ningún deseo de ser su amable anfitriona, de todos modos lo condujo a la sala.

Una vez ahí, habiendo encendido la luz, rápidamente se separó de él. Si iban a tener un pleito… y nadie la incitaba más al enfado que este hombre… no quería estar demasiado cerca de él, para no ceder a la tentación de darle una bofetada.

– Pensé que estabas en el extranjero -espetó de entrada.

– Regreso esta tarde -replicó él con sequedad, sintiéndose obviamente igual de cordial hacia ella como ella hacia él.

– ¿Ah, sí? -murmuró Kelsa y de inmediato aplastó la ridícula idea de que Lyle había volado especialmente para verla a ella-. Pues si has venido a recoger algo que olvidaste, deberías estar en tu oficina o en tu casa, no aquí.

Él la miró con expresión helada, que no revelaba nada de lo que ella pudiera inferir si él estuvo de vacaciones o de negocios. Pero esa mirada la hacía sentirse incómoda, como si ella hubiera hecho algo malo. Apartó la vista de él y se hundió más en el sofá, como si eso le sirviera de protección antes que empezara el ataque. Porque él lo haría, de eso estaba segura. Lo sentía, sentía su tensión, como si estuviera agazapado para saltar sobre ella.

Y no tuvo que esperar mucho, pues, al volver a mirarlo a los ojos, descubrió que la mirada de él no estaba helada, sino que ardía de ira. Eso lo demostró al retarla agresivamente:

– ¿Qué sucedió?

– ¿Sucedió?

Él le lanzó una mirada sombría, como queriendo ahorcarla por fingir que no sabía de lo que él hablaba.

– La última vez que te vi, eras una mujer cálida, cariñosa, sensible…

– ¡Por amor de Dios! -lo interrumpió ella-. ¿Cómo esperabas que fuera yo? Tú eras un hombre fuera de mi experiencia… Un…

– ¡No te atrevas a decirme que te comportas así con cualquier hombre! -interpuso él, furioso.

– ¡No te digo nada! -replicó ella, con pánico y con ira-. Ni quiero sostener esta conversación. Obviamente viniste con algún propósito, así que…

– ¿Qué sucedió? -insistió él-. Nos estábamos llevando bien. Yo pensé que… -se interrumpió, como si no estuviera seguro de lo que le podía confiar. Pero entonces Kelsa reaccionó. ¿Qué era lo que él pensaba? ¡Ese hombre estaba tratando de seducirla con engaños!

– Mira, Lyle -decidió ser afirmativa-. No sé que habrás interpretado en… mi… mmm -eso no era ser muy afirmativa-. De cualquier manera -reanudó rápidamente-, si criticas el hecho de que salí con otro hombre, entonces…

– ¿Y sí saliste con otro hombre? -preguntó él bruscamente y cuando ella se le quedó mirando, sin poder continuar con la mentira, él insistió-: ¡No pudo haber sido gran cosa de cita, si después viniste para acá!

– Bueno, tal vez no tuve una cita -se encogió de hombros ella y, al aumentar su tensión, estuvo a punto de decir que no había necesidad de toda esa farsa; de que él sugiriera que era importante si salía con un hombre o con cien además de él, porque ella de todos modos le transfería todos sus derechos a la herencia, así que él podía guardarse sus engaños y no quedarse ni un minuto más en Drifton Edge.

Pero él la observaba, la ponía nerviosa y no la dejaba pensar correctamente. También empezó a sentirse insegura y confundida, así que le pareció que, si quería salir de ese lío con su orgullo y su dignidad intactos, mientras menos le dijera, sería mejor. De todos modos, Brian Rawlings le diría todo lo necesario, una vez que ella firmara el documento que él redactaría.

Sin embargo, en ese momento Lyle la examinaba, pareciendo más relajado, apoyado indolentemente contra la chimenea y a ella le habría gustado saber en qué pensaba él. Pero sus ojos no revelaban nada, aunque la agresividad había desaparecido de su voz, al preguntar suavemente:

– ¿Por qué mentir, Kelsa?

– ¿Acaso es cuestión de vida o muerte? -lo retó ella, perturbada.

– ¡Estás nerviosa! -advirtió él y ella lo odió por ser tan perspicaz-. ¿Por qué estás intranquila?

– Oye… -exclamó ella, exasperada-, si tienes que tomar un avión para regresar a donde sea que tienes que estar esta tarde, más vale que te vayas, ¡ya!

– No antes de obtener lo que vine a buscar -repuso él.

Aunque ella sabía que debía preguntarle qué era lo que buscaba allí, la invadieron los nervios nuevamente. Además, le surgió el temor de que, en una discusión, ella podría revelar algo de lo que sentía.

– ¡Por amor de Dios, Lyle! Son las seis y media de la mañana -empezó como intentando desviar la atención.

– Y por tu aspecto lavado y el hecho de que estuvieras levantada y vestida cuando vine, yo diría que o tienes una cama muy incómoda o tienes problemas para dormir.

– Ah, por… -empezó ella con pánico y acabó volviéndole la espalda y estallando-: ¡Ya tuve bastante de ustedes los Hetherington! -y acabó con voz temblorosa-: Quisiera que te fueras.

Oyó que él se movía y apretó los puños cuando pareció que acataba sus deseos de que se fuera. Las lágrimas le ardían en los ojos y en la garganta y Hubiera querido voltear a verlo por última vez; pero no lo haría. Tenía que terminar ahora.

De pronto, la invadió la alarma, al siguiente sonido que oyó y las lágrimas se secaron al instante, pues en vez de escuchar la puerta que se abría y se cerraba, vio a Lyle frente a ella.

Abrió la boca para decirle nuevamente que se fuera, pero no salió ningún sonido, pues advirtió que él tenía una mirada muy sagaz y, demasiado tarde, Kelsa recordó su agilidad mental; cuando se trataba de pensar rápido, él era el mejor.

– Dijiste “ustedes, los Hetherington”, plural -le recordó él lo que ella había dicho, sin darse cuenta.

– ¿Lo dije…? -repitió ella, tratando de quitarle importancia.

– Apreciabas a mi padre, eso lo sé, así que no creo que lo incluyeras en ese despectivo “ustedes los Hetherington” -analizó él rápidamente-. Ni, a pesar de que mi tía Alice tuvo la desagradable tarea de informarte que no tenías una hermana, creo que la incluyeras a ella -Kelsa se le quedó mirando, sin habla. Al ver cómo funcionaba la mente de Lyle, tenía deseos de mentirle, de decirle que sí le tenía rencor a su tía por lo que le dijo, pero eso no era verdad y no pudo decir nada, mientras Lyle continuaba-: Así que eso sólo me deja a mí y… -hubo más viveza en su mirada-. Ah, Kelsa; eso es, ¿no? Mi madre habló contigo, ¿verdad?

– Yo… -ella quena negarlo, pero tampoco pudo, aunque sabía, con desesperación, que no quería que Lyle supiera la verdad… que su madre sí había hablado con ella y que ese era el motivo por el que había abandonado Londres, porque saber que Lyle sólo la estaba engañando para sus propios fines, era más de lo que ella podía soportar. Sin embargo, cuando le costaba trabajo estar en sus cinco sentidos, surgió en ella de pronto una habilidad de actuación que no sabía que tenía y con un tono sorprendido, preguntó-: ¿Por qué iba tu madre a querer hablar conmigo? -y tuvo que sufrir la mirada fija de Lyle sobre ella, examinándola.

Luego, dejándola atónita, dejó caer las palabras:

– Supongo que por la misma razón por la que me telefoneó a mi hotel de Suiza, el domingo.

Y Kelsa, aunque asimiló que él había estado en Suiza, se quedó tan asombrada, que incautamente jadeó:

– ¿Te telefoneó a ti después de que me vino a ver el domingo?

– ¡Vaya que eres un amor de ingenuidad! -comentó Lyle, impresionándola, al sonar tan natural.

– ¿Cómo? -preguntó ella, con el corazón acelerado, al tratar de que no la afectara cualquier palabra cariñosa, por más natural que sonara.

– Para que te enteres, mi madre logró comunicarse conmigo alrededor del mediodía, el domingo -dijo él-: pero gracias por confirmar esa terrible sospecha.

– ¡Eso no fue justo!

– ¿Qué diablos hay en este negocio? -quiso saber él y, al lanzarle Kelsa una mirada resentida por haberle sacado la información que no quería compartir con nadie, fue obvio que él tenía la mente en los negocios todo el tiempo-. ¿Vas a decirme para que fue a verte? -preguntó él con suavidad.

– ¡Tú eres muy inteligente; adivínalo! -lanzó ella con hostilidad y él rápidamente lo hizo.

– Es obvio que tiene una conexión con la llamada que me hizo -empezó él, pero dejando eso a un lado, él continuó con tensión-: Si mis conjeturas son correctas, tendré que… -se interrumpió y, poniendo una mano en el brazo de Kelsa, dijo-: Mira, Kelsa, independientemente de lo que te haya dicho mi madre, trata de confiar en mí. Confía en mí y escúchame.

– ¿Escucharte? -preguntó ella, haciendo tiempo para controlarse, pues el contacto de la mano de Lyle en su brazo la debilitaba.

– Tengo mucho que decirte, pero gracias a la interferencia de mi madre, para convencerte de mi sinceridad, tendré que dar un largo rodeo.

– Por primera vez para ti, de seguro -murmuró ella con acidez, sabiendo que él siempre iba derecho a lo que quería.

– Posiblemente, aunque desde que te conozco ha habido muchas primeras veces en varios aspectos.

– No lo dudo -comentó ella con escepticismo.

– Por lo que parece, mi madre hizo muy buen trabajo -observó él y luego preguntó-: ¿Me darás el tiempo que necesito para explicarte unas cosas? Me urge hablar contigo; créeme -subrayó él, con un aspecto tan sincero, tan tenso, que Kelsa, a pesar de haber endurecido su corazón contra él, se ablandó un poco.

– Adelante -ofreció sin pensar.

– Puede tomar un buen rato… ¿Nos sentamos? -sugirió él.

– ¡Luego me pedirás que te sirva café! -lanzó ella con irritación, aunque por el efecto debilitador de la mano de Lyle sobre su brazo, tomó asiento. Lo mismo hizo Lyle. Sin embargo, como era un sillón para tres personas, aunque él estaba más cerca de lo que ella hubiera deseado, no estaba presionándola. ¿Decías? -sugirió Kelsa.

– Decía -siguió él, titubeó y luego, volviéndose hacia ella, continuó-: Para comenzar por el principio, te vi por primera vez…

– Y de inmediato supusiste que era yo la amante de tu padre.

– ¿Lo voy a contar yo? -sugirió él.

– Adelante, por favor -se encogió de hombros ella. Tal vez fue muy débil al aceptar que él le hablara; pero, gracias a Dios, había sido advertida por su madre y si él trataba de convencerla por algún tortuoso camino, ante la sola mención de la palabra “compromiso”, ya no se diga “matrimonio”, recibiría una incisiva respuesta.

– Ahí estaba yo -reanudó él-, a punto de salir para Australia…

– Me viste por primera vez cuando regresaste.

– Te vi por primera vez antes de irme.

– ¿Sí? ¿Dónde? -preguntó Kelsa que habiéndose recuperado de su debilidad, no estaba dispuesta a creer nada sin cuestionarlo.

– En el estacionamiento de la compañía.

– Yo no te vi -lo habría recordado, pensó ella. Aun sin saber quién era, nunca habría olvidado al alto y sofisticado Lyle Hetherington.

– Yo no estaba en el estacionamiento. Estaba con prisa debido a mi tardanza inesperada en la oficina antes de irme por un mes a Australia. Por la impaciencia, no quise esperar el ascensor y, al empezar a bajar por la escalera, te vi por la ventana del descansillo. Tú salías de tu coche y yo… -se detuvo, aspiró profundamente y continuó-: Observé cómo caminabas, tan garbosa, y pensé que eras la mujer más hermosa que había yo visto jamás.

Ella se le quedó mirando, con la boca abierta. Quería creerle… ¡Ah, cómo quería creerle! Pero la señora Hetherington le había dicho… De pronto, Kelsa recordó, sin saber exactamente cuándo, que ella no pensaba que Lyle conocía su coche. Pero si él la vio salir del coche, como acababa de mencionar, entonces…

– Ah… Continúa -invitó, cuando pareció que él esperaba un comentario de ella, algo alentador, tal vez.

– Te vi y supe… que tenía que investigar quién eras. Habiéndote observado hasta que estabas fuera de mi visión, llegué a la planta baja cuando tú cruzabas el área de recepción, alejándote de mí. Con la ayuda de un joven que se hallaba cerca, pronto supe que eras Kelsa Stevens, la nueva secretaria de Ian Collins, de la sección de Transportes y…

– Dijiste que me alejaba de ti; también me alejaba del joven que te ayudó -intervino Kelsa, decidida a no dejarlo salirse con la suya, a pesar del impresionante comentario de Lyle, que la consideraba la mujer más bella que él había visto.

– Así era -convino él-; pero tus espléndidas piernas y tu rubia cabellera son conocidas a todo lo ancho y largo del edificio. Ha de haber pocos hombres en Hetherington, que no pudieran decirme quién eras.

– Ah -murmuró Kelsa, necesitando desesperadamente algo para endurecerse-. ¿Así que me viste y ya?

– Claro que no. Ya se me había hecho tarde y tenía que apresurarme para tomar mi avión; así que lo único que podía hacer era decidir darme una vuelta por la sección de Transportes, cuando regresara y…

– Pero en el mes que pasó, rápidamente te olvidaste de todo.

– ¿Olvidarte? ¡Jamás! -declaró Lyle con vehemencia y el corazón de Kelsa empezó a corretear de nuevo-. Regresé a la oficina matriz un lunes por la tarde -continuó él-. Sabía, o creía saber, que mi padre estaría en su habitual junta de los lunes en la tarde; pero yo ya había decidido que, en vez de interrumpir cualquier asunto que estuvieran discutiendo, primero me daría una vuelta por la sección de Transportes.

– ¿Fuiste ahí antes de ir a ver a tu padre? -jadeó Kelsa.

– ¿No te dije que te tenía en la cabeza? -repuso él y, mientras Kelsa luchaba por controlarse, él continuó-: Pero cuando llegué a la oficina de Ian Collins, no encontré ninguna cabellera rubia, sino a una secretaria amable, pero insignificante. Desde luego, le pregunté cómo estaba adaptándose a su trabajo.

– Desde luego -convino Kelsa, con un poco de cautela-. Y, obviamente, le pediste que te dijera qué había sucedido conmigo -sugirió, preguntándose si él estaría mintiendo. ¿Pero por qué mentir?

– No quería que trabajaras para ninguna otra compañía que no fuera Hetherington -explicó él-. Quería que estuvieras donde pudiera yo verte y comunicarme contigo.

– Ah, desde luego -murmuró ella, con incredulidad en la mirada.

– Trata de creerme -la instó él-. Te digo todo tal como sucedió, porque supongo que es difícil sacarte de la cabeza lo que pasó entre tú y mi madre ayer. Sé que ella puede ser ruda y contundente hasta llegar a la crueldad, si…

– ¡Pues tiene un hijo igual a ella! -interrumpió Kelsa con frialdad; pero pronto desapareció su soberbia cuando Lyle aceptó.

– Merezco eso y más; lo sé. Pero regresando a la oficina de Ian Collins, cuando le sugerí a la nueva secretaria que Kelsa Stevens no se había quedado mucho tiempo en la compañía, ella me replicó, para mi asombro, que no te habías ido, sino que te habían transferido a la oficina del presidente de la compañía. Todavía seguía yo rumiando el hecho de que, habiendo otras secretarias más experimentadas, que llevaban años trabajando en la compañía, te hubieran dado ese puesto tan ambicionado a ti, cuando regresé al área de recepción… sólo para recibir otro impacto que me anonadó.

– ¡Ah! -exclamó Kelsa, al empezar a funcionar su mente con agilidad-. Eso fue cuando nos viste a tu padre y a mí, saliendo… y riéndonos.

– Nunca había visto a mi padre tan feliz con la vida -agregó Lyle-. ¡Y me puse furioso!

– ¡Nos seguiste!

– Sí; y por poco y entro a tu apartamento para confrontarlos a los dos.

– ¿Ah, sí? -eso no lo sabía Kelsa.

– Sí. No podía soportarlo; pero me di cuenta de que tenía que pensarlo bien, antes de hacer algo.

– Generalmente, eres muy bueno para pensar con claridad.

– Pues en esa ocasión estaba yo demasiado afectado para hacerlo -reveló él-. Estaba muy alterado, pues no sólo parecía que mi padre había perdido el juicio, sino que lo había hecho con la mujer a quien yo… -Lyle se interrumpió y, mirándola a los ojos, continuó en voz baja-: de quien yo… me había enamorado.

– ¿Enamorado? -repitió ella, con la voz ronca, a pesar de sus firmes intenciones de no dejarlo entrever la forma en que él la afectaba-. Pero -protestó, cuando la fría cordura la invadió para pisotear sus esperanzas- tú ni siquiera habías hablado conmigo, entonces.

– Sé que parece una locura, pero no necesitaba yo hablarte; simplemente… ahí estaba el sentimiento.

¿Qué tanto estaba ahí?, quería ella preguntar. ¿Qué tanto estabas enamorado de mí? ¿Sería una décima parte de lo que yo me enamoré de ti? Si no hubiera recibido la visita de la señora Hetherington, tal vez lo habría preguntado. Así que Kelsa negó con la cabeza y, con un esfuerzo, encontró el valor para decirle:

– No necesito esto, Lyle. Quiero que te vayas.

– ¿Quieres que me vaya? ¿Antes que relate todo…?

– ¡No quiero oír nada más! -lo interrumpió ella, al agitarse y salir a flote todo lo que había pasado: su amor por él, su choque al recibir la visita de su madre, su huida de Londres, el impacto de estar con Lyle ahí-. Mira, Lyle Hetherington -estalló y se puso de pie-. ¡No quiero oír ni una sola mentira más! -él también se levantó y, temiendo ella que la volviera a asir del brazo, retrocedió un paso-. Tu madre me dijo cómo sería todo; cómo… -se detuvo bruscamente, consciente de pronto de que iba a revelar sus sentimientos más íntimos.

– No te detengas. ¡Dímelo! -la instó Lyle.

– ¡No!

– ¿Es justo esto?

– Sí; es muy justo -replicó ella con pánico-. ¡Tan sólo vete!

– ¿Y si me niego a irme? ¿Si me niego, hasta que me digas qué ideas falsas y descarriadas te metió mi madre en la cabeza? Si yo…

– ¡Ya basta! -gritó Kelsa.

– Así que me juzgas injustamente sólo porque…

– ¿Por qué no había de hacerlo? Tú también ¡me juzgaste injustamente!

– Dios mío, lo merezco. Sé que lo merezco -reconoció él-, pero…

– ¡Pero nada! -lo interrumpió ella, acalorada-. ¿No ves que no estoy interesada? -mintió, pero empezó a titubear de su decisión de no escucharlo, cuando vio que él palidecía.

– ¿No lo estás? -insistió él-. ¿De veras no lo estás? -y Kelsa supo entonces que, dondequiera que Lyle estuviera, no iba a rendirse fácilmente.

– ¡No! ¡No lo estoy! -la actriz volvió a surgir en ella.

– Pues mala suerte para ti -vociferó él, pero ella oyó cómo él aspiraba hondo antes de proseguir-: Me niego a que me arruinen la vida sólo porque…-se interrumpió y luego continuó-: Tal vez no quieras oír más, pero tendrás que oírlo. No querrás decirme de qué se trató la conversación entre tú y mi no muy piadosa madre el domingo, así que yo te diré cómo estuvo mi conversación con ella el domingo, cuando me localizó.

– Yo no… -Kelsa iba a decir que no quería oír nada más; pero sabía que ya era ridículo, puesto que no hablaban ya de sus emociones, así que se encogió de hombros y lanzó un despreocupado-: Supongo que no era nada muy importante.

Para su sorpresa, Lyle tomó su comentario con un leve entrecerrar de ojos y luego habló:

– Parece que fue lo bastante importante para ella, para conseguir inmediatamente tu dirección… Está en el testamento de mi padre, del cual tenemos cada quien una copia.

– ¿Acaso sugieres que la llamada que te hizo, originó su idea de visitarme?

– Estoy seguro de que así fue -dijo él y estiró la mano para tocar su brazo-. Vamos, Kelsa -dijo con gentileza-: sé que tanto mi madre como yo te hemos tratado muy mal; pero si alguna vez me permites que te lo compense, por favor olvida todo lo de la visita de mi madre el domingo.

¿No sabía él lo mucho que ella quería olvidarlo? ¿No sabía él lo maravillosa que había sido la sensación que siguió a la fascinante cena que tuvo con él, sus flores y el mensaje que venía con ellas? Qué maravilloso sería poder dar marcha atrás y volver a sentir lo que hasta antes de la visita de su madre.

– Pero sí me visitó -tuvo que decirle inexpresivamente.

Él apretó la mandíbula y apareció una mirada decidida en sus ojos.

– No voy a dejar que ella eche a perder todo para nosotros Kelsa -gruño el con calmada terquedad-. ¡No lo permitiré! -y mientras Kelsa estaba igualmente decidida a no excitarse por ese “para nosotros” Lyle como si considerara que ya había andado con rodeos bastante tiempo la acercó a él con gentileza; así que la única forma que Kelsa encontró de poner alguna distancia ente ellos fue volviendo a sentarse en el sillón. Lyle hizo lo mismo pero esa expresión decidida seguía en su semblante, cuando reanudó su relato-: Empezando con esa llamada que mi madre me hizo a Suiza, parece que, en un arranque de generosidad, telefoneó a la tía Alicia para ofrecerle como un recuerdo un juego de tapaderas de ollas que mi padre conservaba en su colección; y en la conversación que tuvieron parece que mi tía Alicia le contó que habíamos ido a visitarla el miércoles.

– Estoy… escuchando -murmuró Kelsa, no teniendo nada que objetar hasta el momento, pero atenta a cualquier cosa que sonara falsa.

– De ahí -continuó él, con los ojos grises fijos en los desconfiados y brillantes ojos azules-, salió a relucir el nombre de tu madre y, desde luego, el tuyo.

– Desde luego -convino ella, sin importarle que Lyle pensara que estaba muy poco comunicativa. No tenía intenciones de ayudar en nada.

– Siendo la única vez que discutía yo con ella el amorío de mi padre, le dije que lamentaba mucho el dolor que debe de haber pasado por eso, pero agregué que tú eras una mujer encantadora y que tal vez podría yo traerte para que te conociera.

– ¡No! -exclamó Kelsa.

– Tengo planes para ti y para mí, Kelsa -dijo francamente, con la mirada seria-. De ninguna manera te voy a tener escondida, como si tú y mis sentimientos por ti no existieran.

– ¡Lyle! ¡Ah, Lyle! -exclamó ella, con el corazón a punto de explotar y el alma atormentada. Si tan sólo pudiera creerle. Quería creerle… pero había sido advertida.

– Está bien -la calmó él, tomando su mano derecha-. No tienes por qué estar nerviosa. Nunca volveré a hacer algo que te lastime o te haga daño. Tan sólo trata de confiar en mí un poco más… ¡Te probaré que soy sincero! ¡Te lo juro!

– Yo… -jadeó ella, necesitando alguna ayuda para poder hablar. La encontró aferrándose a lo que él estaba diciendo antes de mencionar sus sentimientos por ella-. ¿Qué… dijo tu madre… cuando tú… sugeriste que podrías traerme para conocerla?-preguntó.

– Temo que no está muy receptiva por ahora y es comprensible, dadas las circunstancias.

– Lo cual significa que dijo: “Antes muerta” o algo similar -conjeturó Kelsa.

– Más bien era algo así como “¿Por qué quieres que conozca bien a la hija de la amante de tu padre?” Aunque, siendo siempre una mujer astuta, antes de que pudiera yo decirle algo, me preguntó: “No has perdido la cabeza por ella, ¿o sí?” Mi respuesta -continuó él- es lo que debió motivarla a decidir poner el freno a esto, antes que fuera más adelante. Lamento mucho, querida, que, en vez de discutirlo conmigo, ella haya optado por ir a visitarte a ti.

Para entonces, Kelsa ya no sabía en qué mundo estaba. Lyle la miraba con tanta calidez en los ojos, que no la dejaba pensar.

– ¿Cuál fue… tu respuesta? -tuvo que preguntar.

– La verdad -replicó él-. Había pensado en ti todo el tiempo que estuve fuera. Hacía planes, pensaba y esperaba; y por esa llamada del domingo supe que, si mis planes y mis esperanzas se realizaban, mi madre tendría que saberlo bastante pronto.

– Ya veo -pero, ciertamente, sólo lo dijo por hablar, mientras reunía el valor para preguntar-: ¿La verdad?

– La verdad, mi querida Kelsa -repuso él con ternura-, es que estoy locamente enamorado de ti.

– Ah, Lyle -tartamudeó ella con agitación-. Ya no sé qué creer y qué no creer.

– Dulce amor mío, mi madre realmente te convenció, ¿verdad? Pero olvídate de ella -la instó-. Sólo piensa en ti y en mí y lo que tú sabes… lo que tú sientes. Aférrate al hecho de que te amo mucho y te he amado desde el primer día que te vi.

– ¡Amor a primera vista! -susurró ella.

– Parece que soy el hijo de mi padre, en ese aspecto -Lyle le sonrió con gentileza-. Según mi tía, él miró a tu madre y quedó locamente enamorado de ella. Y yo, mi amor, te miré y, aunque mi cabeza me decía que las cosas no suceden así, mi corazón sabía que tú eras la mujer para mí.

– ¡No!-negó ella.

– Pero sí -insistió él-. Era amor y es amor; y por primera vez en mi vida, odié mi trabajo, porque me hacía irme a Australia, cuando lo que más quería, era seguir a ti.

– Ah… Lyle -murmuró Kelsa, temblorosa, todo en ella urgiéndola a confiar en él le había pedido, pero…

– Te haré creerme -prometió él-. Te llevaré a mi madre y haré que ella repita la conversación telefónica que tuvimos. Ella te dirá, sin que yo la fuerce, cómo, no habiéndole confesando nunca nada así, le dije de mi profundo y eterno amor por ti.

– ¿Harías… eso… por mí?

– Si quieres, vamos ahora -declaró él y estaba a punto de ayudarle a Kelsa a levantarse del sillón, cuando ella lo detuvo.

– ¡No! ¡No me apresures! ¡Todavía no estoy lista! -dijo rápidamente Kelsa-. Necesito tiempo… para asimilar, para ordenar mis ideas. Necesito repasar…

– Tenemos todo el tiempo del mundo -dijo Lyle con gentileza-. Si hay algo que quisieras saber, que quieras repasar, tomaremos el tiempo necesario. Tan sólo créeme que mi amor por ti no desaparecerá; un amor que me ha atormentado, que ha afectado mis comidas y mi sueño; sin mencionar los celos, porque surgen en mí por cualquier pequeño detalle.

– ¡Has estado celoso!

– ¿Celoso? Estaba totalmente invadido de celos; tan impregnado de ellos que, al pensar que el “asunto personal” que mi padre quería discutir conmigo, era la revelación de que pensaba vivir contigo, decidí no darle la oportunidad de hacerlo.

– ¡Cuando en realidad lo que él quería era confiarte su creencia de que yo era su hija! -Kelsa se le quedó mirando.

– Y yo estaba demasiado agitado para darle la oportunidad, así que, en cambio, muy a mi pesar, fui a verte a ti con mis viles acusaciones y mi mal genio.

– No podías saberlo -lo disculpó Kelsa suavemente y le sonrió; pero de pronto, el demonio de los celos de Kelsa afloró y su sonrisa se desvaneció.

– ¿Qué sucede? -preguntó Lyle al instante.

Ahora, advirtió Kelsa, no era el momento de ser tímida.

– ¿Qué puede suceder? -lo retó-. Estabas tan enamorado de mí que en cuanto regresaste de Australia, saliste a cenar con una encantadora morena.

– ¡Eso me encanta! ¡Tú también estabas celosa! -exclamó él, con una sonrisa tan cautivadora, que Kelsa podía haberle pegado.

– ¡Claro que no! -negó ella.

– ¿Ayudaría en algo si confesara yo que conozco a Willa Jameson desde hace años y que, en un ridículo y fracasado intento de convencerme de que no me importaba en lo absoluto una mujer llamada Kelsa Stevens, le telefoneé para invitarla a salir?

– Desde luego, en una forma puramente platónica -replicó Kelsa.

– Sí, querida -sonrió Lyle-; puedes estar segura de eso. Sin embargo, lo que había yo olvidado era que la madre de Willa y mi madre eran amigas.

– ¡Ah! -exclamó Kelsa con la mente funcionando a toda prisa-. Parecías tan furioso en el restaurante, que estaba yo segura de que ibas a acercarte para darnos a tu padre y a mí un fuerte regaño.

– Estuve a punto de hacerlo -confesó él-; pero muy a tiempo me di cuenta de que no quería que en el círculo de amigas de la madre de Willa, que era también el círculo de mi madre, se supiera que mi padre tenía una aventura amorosa. Esa fue la noche en que, con mi madre viajando en un crucero, decidí que, independientemente de mis sentimientos, arreglaría yo las cosas antes que ella regresara. Decidí ver a mi padre el fin de semana, pero mientras tanto…

– Mientras tanto, viniste a verme y me ofreciste dinero para librarte de mí -recordó Kelsa.

– ¡No me lo recuerdes! No sabes los remordimientos que he tenido por insultarte en la forma en que lo hice, asustándote a morir, cuando estaba tan furiosamente decidido a hacerte pagar por haberme abofeteado. Sin embargo… hasta hoy todavía no sé cómo encontré la forma de controlarme cuando, deseándote con locura, me pude ir esa noche.

– Sí… bueno -balbuceó Kelsa, recordando su cálida reacción a las caricias de Lyle. Buscó un cambio de tema y recordó con tristeza-: Pero ya no llegaste a ver a tu padre ese fin de semana, pues fue cuando murió.

– Tantas cosas se han aclarado desde entonces -comentó Lyle en voz baja-. Mi padre quería que estuvieras con él en el hospital, pero ya no tuvo fuerzas para decirme que tú eras mi hermana.

– Pero él sabía que tú lo averiguarías -murmuró Kelsa suavemente-. Tan sólo mi nombre significaría algo para tu madre y para tu tía. Y si ambas decidieran quedarse calladas al respecto, estaba el acta de nacimiento, esperando para ser encontrada.

– No quiero acordarme de dicha acta de nacimiento -dijo Lyle con rudeza-. Salí disparado de la oficina cuando la encontré.

Kelsa recordaba ese día. Kyle había pasado junto a ella, sin decir ni una palabra y sin verla.

– Ottilie Miller mencionó que saliste durante varias horas por la mañana -recordó ella.

– Necesitaba despejar mi mente, para tratar de pensar debidamente.

– ¿Fue… un mal momento para ti?

– ¿Malo? Sentí como si me hubieran pegado en el hígado, cuando encontré esa acta.

– ¿No te dio gusto… saber que yo no tuve una aventura amorosa con tu padre? -preguntó ella, titubeante.

– ¡Gusto! -exclamó él-. ¿Cómo me iba a dar gusto? Quería casarme contigo… ¡y tú eras mi hermana!

Kelsa soltó el aliento con fuerza y, con los ojos muy abiertos, gritó:

– ¿Querías casarte conmigo?

– Quería y quiero -repuso él con viveza- y lo haré, si las cosas resultan como quiero. ¿Por qué crees que he estado explicando todo esto, si no es porque quiero que comprendas que eres la única mujer que hay para mí… que eres mi amor, mi vida?

– Ah, Lyle -susurró Kelsa, temblorosa.

– ¿Me dirás que me amas?

– No -repuso ella, pero se dio cuenta de que él ya sabía lo que ella sentía por él.

– Está bien, mi amor -convino él con gentileza-. ¿Qué más puedo decirte? Te diré que, antes de saber que no pudiste tener una aventura amorosa con mi padre, noté que eras orgullosa y me pregunté si, a pesar de todas las evidencias, tal vez estaba yo equivocado. Y descubrir al día siguiente, cuando se dio lectura al testamento de mi padre, que él te había dejado la mitad de sus negocios, fue una confirmación de que algo había entre ustedes. ¿Qué más puedo decirte? Que, aunque quería que te salieras de la compañía, no podía despedirte, porque eso significaría que no podría verte todos los días laborables -Kelsa todavía estaba agitada por esas palabras, cuando él continuó-: Te diré que cuando fui a tu apartamento la noche antes de encontrar esa acta, con tu belleza, tus ojos llameantes y tu sinceridad, en verdad deseaba creerte.

– Dijiste que verías qué podías hacer -recordó Kelsa-. Parecía que estabas dispuesto a creerme… y -confesó con timidez- yo estaba feliz.

– ¿Lo estabas, amor? -suspiró él suavemente y Kelsa sintió que se le derretían los huesos; pero lo único que se atrevió a murmurar fue:

– Mmm…

– Ah, cariño, ¡cómo tornas esto tan difícil! -murmuró Lyle, pero varonilmente se controló-. Sabes, desde luego, que me muero por tenerte en mis brazos -y al no recibir respuesta, continuó-: Igual que cuando quise abrazarte y consolarte, cuando estabas tan destrozada al enterarte de que mi padre conoció a tu madre.

– ¿En verdad?

– Sí; pero no podía. Me sentía vulnerable y todavía sin poder creer que no eras mi medio hermana. Me daba miedo tomarte en mis brazos, aunque sólo fuera para consolarte. Entonces, tú confesaste que a veces te sentías muy sola y eso me conmovió tanto, que tuve que darte un beso en la frente… y luego sentí que debía apartarme.

– Y yo sabía -confesó Kelsa- que, mientras ansiaba tanto encontrar a mi hermana, no te quería tener a ti por hermano.

– Tengo la esperanza, queridísima Kelsa, de que ese sentimiento provenga de la misma razón que el mío.

– Dijiste, justo antes de ir a ver a tu tía, que averiguar la verdad te concernía a ti también.

– Definitivamente sí -declaró él con firmeza-. Necesitaba tener toda la evidencia de que no eras mi hermana, para poder, en un día cercano, pedirte que te casaras conmigo.

– Y… -Kelsa trataba de pensar con claridad, pero con las palabras de Lyle, sabía que no lo estaba haciendo muy bien-. Así que… una vez que lo confirmó tu tía, tú… me invitaste a cenar.

– Y pasé una velada maravillosa -convino él-. Estabas tan encantadora esa noche mi amorcito, que no es de extrañar que, cuando regresamos a tu apartamento y te tomé en mis brazos, por poco pierdo la cabeza.

– Pero no la perdiste -murmuró ella con voz ahogada.

– Estuve cerca -reconoció él-; pero me invadió un sudor frío cuando descubrí que realmente eras virgen y que seguramente no habías tomado ninguna precaución, y que, igual que tu madre, estabas en peligro de quedar embarazada por un Hetherington.

– ¡Ah! -exclamó ella con sorpresa, pues no se le había ocurrido nada de eso.

– No podía tomar ese riesgo. No quería hacer nada que te causara preocupación o infelicidad; nada que te lastimara. Y en esos momentos de excitación, sólo podía pensar en ti, no en mí.

– ¡Oh, Dios! -suspiró Kelsa, y supo entonces que Lyle era muy diferente a su padre. Garwood Hetherington le había hecho el amor a su madre, sin pensar en las consecuencias. En cambio, Lyle… la amaba con un amor que sólo quería lo mejor para ella-. Así… que te fuiste y al día siguiente, me mandaste flores a la oficina.

– No podía mandarlas a tu apartamento, por si acaso venías para acá directamente de la oficina. Y quería que supieras que pensaba en ti ese fin de semana.

– Tu madre vio las flores y tu nota. Ella… me pidió que le diera mi palabra de que no me casaría contigo.

– ¡Con un demonio! -explotó él-. ¿Y qué le dijiste tú? ¿Le diste tu palabra? -preguntó con tensión.

– Yo… le dije que no sería posible.

– ¡Mi encanto! ¡Mi amor! -exclamó Lyle, jubiloso, y la tomó en sus brazos. Kelsa, con el calor de ese abrazo, quedó completamente sin resistencia-. Al fin, llegamos al punto de por qué fue a visitarte mi madre -murmuró él, pareciendo querer aclarar cualquier duda que la perturbara.

– No precisamente -tuvo que decir Kelsa. Si estaba soñando, no quería despertar nunca.

– No te detengas -la instó él, abrazándola y mirándola a los ojos.

– Bueno -dijo ella con la respiración entrecortada-, en la opinión de tu madre… -de pronto, se detuvo. Por más desagradable que hubiera estado la señora Hetherington, no era correcto, después de lo que ella pasó, denigrar su nombre.

– Vamos, querida -la presionó Lyle y, como si supiera lo que sentía, continuó-: Ahora, sólo importamos tú y yo. Más adelante, si quieres, veré la forma de reconciliarnos con mi madre; pero por ahora, piensa sólo en nosotros, en lo mucho que significas para mí y que no quiero estar en la ignorancia de cualquier detalle, por pequeño que sea, que pudiera causarnos disgustos.

– Tienes razón, desde luego -repuso ella y él le dio un apretón con los brazos, que rodeaban sus hombros, para animarla a seguir-. La señora Hetherington parecía pensar, que no había nada que no harías tú para apoderarte de la herencia que me dejó tu padre; y eso incluía, casarte conmigo para obtenerla -por fin pudo sacarlo y, mirando a Lyle, vio que él alzó la cara con sorpresa.

– ¡Ah, mi queridísima Kelsa! -suspiró él-. ¿Y tú le creíste?

– Pues todo concordaba -explicó ella, temblorosa-. La forma en que cambió tu actitud cuando supiste que yo era… casadera.

– Ah, cariño. Ya te expliqué eso. Era porque, después de la visita a mi tía, supe con seguridad que no estábamos emparentados y sólo entonces podía empezar a cortejarte en serio. Demonios… -gimió-; eso funcionaría en ambos casos, ¿verdad? -luego, con un tono más decidido, dijo-: Tendrás que ir conmigo a ver a mi madre. La confrontaremos juntos y la obligaremos a repetir palabra por palabra, la conversación telefónica que tuve con ella.

– No creo que eso sea necesario -murmuró Kelsa.

– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó él vivamente-. ¿No estás rechazándome? ¿No vas a dejar que ella…?

– Lo que quiero decir -interrumpió Kelsa con una sonrisa- es que confío en ti. Lo cual, a su vez, quiere decir que no hay ninguna necesidad de confrontar a tu madre.

– ¡Confías en mí! -repitió él-. Ah, cariño -murmuró y se inclinó para colocar un tierno beso en los labios entreabiertos-. Mi querida Kelsa. Confías en mí, a pesar de lo que parecía cuando te mandé flores, cuando… Con razón fingiste que tenías una cita cuando te llamé anoche.

– Lo lamento -se disculpó ella, con los ojos brillantes de amor y el corazón latiendo con un encantador ritmo. Lyle la amaba… ¡Ah, era tan fantástico!-, Aunque…

– ¿Aunque qué, mi amor? No quiero que quede nada oculto entre nosotros.

– En realidad no es nada importante. Sólo que después de la visita de tu madre, estuve muy atormentada -el tierno beso de Lyle en su mejilla era todo el bálsamo que necesitaba y continuó-: Tenía que creerle que… cuando menos… te comprometerías conmigo, especialmente cuando recordé que el jueves por la mañana, el día después de que visitamos a tu tía, oí que le decías a Ramsey Ford que ya se te había ocurrido la noche anterior una excelente forma de conseguir el financiamiento que necesitabas.

– ¿Y pensaste que me refería… a ti? -preguntó él, con un asombro tan real, que Kelsa no podía ponerlo en duda-. ¡Con un demonio! Nunca, ni por un momento… -se interrumpió y luego continuó, acalorado-: ¡Cómo quisiera haber dejado esa puerta abierta! Si lo estuviera, habrías oído cómo le explicaba a Ramsey el plan que tenía para proponérselo a unos banqueros suizos, con los qué había hecho cita unos minutos antes. Y el financiamiento que les pido, mi amor -reveló con una mirada amorosa-, parece virtualmente seguro.

– Ah, Lyle -suspiró ella y luego recordó algo-. Pensabas comprar mi parte, ¿no?

– Ese era mi plan -aceptó él-. Yo tengo bastante dinero por mi cuenta, y pensé que, independientemente de la compañía…

– ¡Pero no tienes que comprar mi parte! -lo interrumpió ella-. Ya estoy haciendo todos los trámites para transferirte todo lo que me dejó tu padre -dijo ella sonriendo… y un instante después se quedó mirándolo, atónita.

– Lo sé -sonrió él- y…

¡Lo sabes! -exclamó ella.

– Brian Rawlings me lo dijo cuando…

– Pero… pero…

– ¿Qué sucede, amor? -preguntó él con gentileza, al ver que ella no podía hilar las palabras.

– Pero si tú ya sabías eso… antes de venir acá, entonces eso confirma que no estás… que no piensas casarte conmigo por la herencia -balbuceó ella.

– ¿Te das cuenta, querida mujer, que acabas de aceptar casarte conmigo? -preguntó Lyle con una amplia sonrisa y, sin esperar la respuesta, continuó-: Sin o con esa condenada fortuna, Kelsa Stevens -dijo con seriedad-, tú me perteneces. Ahora, ¿vas a decirme que…?

– Un momento -interrumpió ella-. Dijiste que Brian Rawlings te lo dijo, pero apenas ayer en la tarde fui a verlo.

– Eso me dijo. Yo le telefoneé a su casa, después que tuve una llamada telefónica muy poco satisfactoria contigo.

– Desde Suiza -aclaró ella, algo avergonzada.

– Desde Suiza -convino él-. En mi ira y mis celos, al pensar que salías con otro hombre, sabía que tenía que concentrarme en alguna otra cosa o me volvería loco. Regresé a mi escritorio y vi que necesitaba una asesoría legal sobre algo que podría traerme algún problema, así que llamé por teléfono y lo discutí con Brian. Pero cuando acabamos de hablar de ese asunto, para mi asombro, Brian me dijo que tú lo habías ido a ver, para renunciar a tu herencia y que querías que lo hiciera lo más rápido posible.

– Ah, Lyle -suspiró Kelsa. Ella había confiado en él y ésa era la recompensa por esa confianza. Él la amaba y quería casarse, y no tenía nada que ver con lo que su padre le había legado a ella… porque él sabía desde antes, que eso sería de él, de todos modos.

– Me gusta cómo dices mi nombre -murmuró y la atrajo hacia él. Con ternura, la besó y luego se apartó para revelar-: Mi pequeña, quedé atónito cuando Brian me dijo que renunciaste a tu trabajo, entregaste tu apartamento y que te mudarías de regreso a Drifton Edge.

– Entonces, ¿así fue como supiste que estaría yo aquí?

– No, no entonces. Al principio, estaba tan aturdido que me tomó un buen rato para razonar bien. Pero no podría estar tranquilo y sabía que nunca lo estaría hasta que te viera. De inmediato arreglé mi vuelo de regreso y mis planes para hoy.

– ¡Ah, no has dormido! -gritó ella, viendo las líneas de cansancio alrededor de sus ojos.

– ¿Cómo podía dormir con la cabeza tan llena de dudas? ¿Por qué habías hecho lo que hiciste? ¿Por qué, cuando por la forma en que hablaste conmigo por teléfono, parecía que no podías ni verme y por qué me transferías toda la fortuna?

– Tu… madre no está interesada en la compañía -mencionó Kelsa- y yo no siento tener algún derecho sobre ese dinero.

– Eso no lo sé -sonrió Lyle-, aunque, cuando seas mi esposa, de todos modos, todo será tuyo. Pero, para continuar, estaba tan enamorado de ti y la cabeza me daba vueltas… De pronto, empecé a tener esperanzas.

– ¿Esperanzas?

– Esperanzas de que tú sintieras por mí otra cosa que no fuera odio.

– ¿Cómo me puse en evidencia? Creí haber sido muy cuidadosa.

– No, no fue así. Es decir, sólo cuando reuní varios detalles sueltos, comencé a darme cuenta del todo.

– Alguna vez te acusé de ser demasiado inteligente -se rió ella.

– Uno hace lo mejor que puede -sonrió él.

– Dime, pues.

– Hubo entre nosotros una corriente de atracción desde un principio. Tú me respondiste aquella terrible noche en que empecé a querer violarte.

– Desde entonces me di cuenta yo también de que debía de haber algo especial de ti hacia mí -confesó Kelsa y recibió un besó como recompensa.

– Luego recordé que el jueves que cenamos juntos, había sido una velada maravillosa y cómo parecías sentir lo mismo que yo… Podría jurar que no estaba equivocado. Recordé cómo, cuando nos abrazamos y besamos esa noche, me miraste con ojos amorosos; cómo, sabiendo que tú no eras promiscua… te habrías entregado a mí completamente y tuve que preguntarme, siendo tú tan parecida a tu madre, ¿serías igual a ella en otros aspectos, entregándote por completo, pero sólo cuando había amor? ¿Estarías enamorada de mí? Para cuando aterrizó el avión, yo ya no sabía en qué mundo estaba y me fui de prisa a tu apartamento…

– ¿Fuiste a mi apartamento primero?

– Sí y, aunque tu coche no estaba en el lugar de costumbre, me apoyé en el timbre de tu puerta un largo rato, antes de decidirme a venir hacia acá.

– ¿Brian Rawlings te dio mi dirección?

– Estaba yo tan aturdido, que se me olvidó preguntársela; pero por suerte, tengo una mente que archiva las cosas que pueden ser importantes y recordé la dirección, por tu acta de nacimiento.

– Y viniste en el coche para acá de inmediato -Kelsa lo miró amorosamente.

– De seguro no iba yo a dormir -le aseguró él y continuó-: Cifrando mis esperanzas en el hecho de que tu casa todavía fuera la misma en donde naciste o que Drifton Edge fuera tan pequeño que alguien me indicara dónde vivías… estaba demasiado agitado para buscarlo en el sitio lógico: el directorio telefónico… así que llegué acá, vi las luces encendidas y, por primera vez en mi vida, me dio un ataque de nervios.

– Querido mío -susurró ella-. ¿Fue por eso que te comportaste tan brutalmente cuando llegaste?

– ¿De ese “querido mío”, puedo inferir que me has perdonado? -preguntó él y cuando ella sonrió, continuó-: La cosa empezó a mejorar una vez que empezamos a hablar. Entonces, pude vislumbrar por momentos, a la joven con quien cené el jueves. Cuando me dijiste cómo te visitó mi madre el domingo, me sentí más seguro de tus sentimientos hacia mí.

– Porque, después de su visita, ¿renuncié a mi trabajo y huí?

– Por lo que he sabido de ti, cariño, recordando nuestras riñas, diría yo que no eres del tipo que huye.

– No lo soy -convino ella.

– A menos que hubiera sucedido algo… emocionalmente… que temieras que fuera mucho más terrible, si te quedabas a enfrentártele.

– ¡Sí eres avispado! -sonrió Kelsa.

– Así que deja de tenerme en suspenso y dile a este hombre, que no es tan avispado como te imaginas, que quiere por esposa a una bella mujer con los más maravillosos ojos azules… ¿Sí o no me amas? ¿Estás enamorada de mí o no?

– Sí -susurró ella-. Te amo, Lyle. Estoy enamorada de ti.

– ¿Y te casarás conmigo? -preguntó él con júbilo en los ojos.

– Y me casaré contigo -aceptó ella.

– Mi ángel -suspiró él-. ¡Te adoro! -la acercó más a sí y declaró con voz ronca-. No puedo soportar la idea de estar separado de ti más tiempo, mi amor. ¿Vendrás conmigo a Suiza esta tarde?

– ¡Ah, Lyle! -exclamó ella-. ¿Yo? ¿Esta tarde?

– ¿Y bien? ¿Aceptas?

Kelsa aspiró profundamente y luego aceptó:

– Sí -y al unirse sus labios y acelerarse su corazón, Kelsa supo que ella tampoco podría estar separada de él por más tiempo.

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