Capítulo 6

Sin darse cuenta, Kelsa cantaba en la ducha a la mañana siguiente. Mientras se secaba, se percató de que se sentía muy feliz. Hasta tenía hambre.

Mordiendo unas rebanadas de pan tostado con mermelada, pensó en la visita de Lyle Hetherington la noche anterior. Entonces, advirtió que estaba bastante animada por el hecho de que Lyle parecía finalmente dispuesto a cambiar de opinión sobre ella y quizá creería que tal vez no era tan pecaminosa como él la consideraba. Más o menos, había prometido ayudarle a averiguar por qué su padre le había dejado esa fortuna, así que las cosas lucían mejor.

De hecho, cuando el coche de Kelsa arrancó al primer intento, todo le pareció mucho más brillante esa mañana. También llegó quince minutos antes a la oficina, así que podría adelantar algo de trabajo, antes que los teléfonos empezaran a sonar.

Con mucho mejor humor de lo que había estado últimamente, caminó por los corredores hacia su oficina, pero seguía siendo Lyle Hetherington el que ocupaba sus pensamientos.

Sin embargo, en los siguientes dos segundos, descubrió que había tenido una felicidad engañosa al pensar eso. Pues, saliendo de la oficina de su padre y caminando hacia ella, con el rostro hecho una máscara de piedra, estaba Lyle.

– Buenos… -el saludo murió en la garganta de Kelsa cuando, sin mirarla, sin hablarle, con la mirada fija hacia adelante… como si la visita de la noche anterior no hubiera existido… él abrió la puerta y salió.

Desconcertada por lo que acababa de suceder, Kelsa se quedó mirando la puerta. Conteniendo el aliento por el impacto, la cerró lentamente y se dejó caer en su silla. ¡Y la joven creía que él cambiaría su opinión sobre ella!

Le gustaría creer que Lyle, pasando junto a ella como si no existiera, tendría quizá otra interpretación que la obvia. Pero ya se había equivocado la noche anterior, pensando que él le creería. Ya no volvería a engañarse. Él tenía todo el derecho de estar en la oficina de su padre… más derecho que cualquiera. Pero, mientras en el fondo ella quisiera pensar que tal vez, al recoger él unos papeles de su padre, lo conmovió su reciente muerte y quedó trastornado, estaba segura de que no era así. Obviamente, Lyle lamentaba haberle dado un instante de crédito y la odiaba con renovado vigor esa mañana.

Kelsa quería estar furiosa por ese hecho, pero no podía. En cambio, se sentía herida y vulnerable en lo que a él concernía.

Habiendo llegado temprano para adelantar algo del trabajo, descubrió que no había hecho absolutamente nada, cuando Nadine entró.

– ¿Todo bien en tu esquina? -preguntó Nadine.

– Muy bien -repuso Kelsa, forzando una sonrisa.

– Tienes una mirada pensativa en esos ojos -comentó Nadine.

– Tengo mucho en qué pensar estos días.

– Pues si necesitas otra cabeza, tan sólo tienes que pedirlo.

– Gracias, Nadine -dijo Kelsa, pero sintió que no había mucho que pudiera confiarle o en lo que Nadine le pudiera ayudar, más de lo que ya sabía; pues Nadine sabía más que otros, que Garwood Hetherington le había dejado la mitad de su fortuna y que su hijo no estaba nada contento con eso. Y si Nadine tuviera alguna idea acerca del motivo por el que el señor Hetherington la hubiera mencionado en su testamento, Kelsa estaba segura de que aquella ya se lo habría dicho.

Las dos se pusieron a trabajar, cuando a las doce y media, entró la secretaria particular de Lyle por unos documentos que le había dejado Ramsey Ford con Nadine el día anterior.

– Lyle quiere revisarlos antes de la junta de esta tarde -explicó Ottilie.

– ¿Mucho trabajo? -preguntó Nadine.

– Hasta el tope. Aunque, gracias a Dios, Lyle salió por un par de horas en la mañana y eso me dio oportunidad de terminar los papeles que quiere para esta tarde.

Y mientras Kelsa se preguntaba si Lyle saldría del edificio inmediatamente después que ella lo vio, Nadine comentó:

– Parece trabajo muy pesado.

– ¿Qué te puedo decir? -respondió Ottilie-. Lyle está tan determinado, que si tiene que suplicar, pedir prestado o robar, lo haría para financiar sus planes -con eso, recogió los papeles que quería y salió.

– Así que la junta de esta tarde debe ser acerca de… los planes de diversificación de Lyle -sugirió Kelsa y Nadine sonrió.

– Ya estás aprendiendo.

– ¿Y los asuntos en que se ocuparía Lyle hoy temprano consistirían en ver a banqueros, expertos en finanzas y otros por el estilo?

– Sigue así y pronto estarás en mi puesto -sonrió Nadine.

Kelsa se fue a su casa ese día, más perturbada que nunca. Mientras se preparaba algo ligero para cenar recordó el comentario de Nadine acerca de que ella ocupara su puesto. Con el lugar del presidente vacío, había rumores en Hetheringtons de un reacomodo general entre los altos ejecutivos. Y mientras era seguro que Lyle sería el nuevo presidente, Nadine no había mencionado si le habían ofrecido un ascenso, dejando su puesto libre para Ottilie Miller, o cuáles eran sus planes. Y mientras Kelsa fantaseaba acerca de que ella y no Ottilie Miller, ocuparía el puesto de secretaria particular del presidente, se sintió muy excitada. Ver a Lyle todos los días…

Con la misma brusquedad con que le hubieran echado un cubo de agua fría encima, Kelsa salió disparada de su ensueño. Sabía que ella no tenía la suficiente experiencia como para que le ofrecieran el puesto de secretaria particular del presidente. ¡Pero como si lo quisiera! ¡Como si quisiera verlo todos los días! ¡Debía estar volviéndose loca! Esa preocupación de la herencia que le dejó el señor Hetherington debía estarla afectando. ¡Si ni siquiera le gustaba Lyle Hetherington!

Rápidamente, Kelsa se controló. Lo cierto era que ella no le agradaba nada a él; ni él querría verla todos los días. Aún más, probablemente se volvería loco de gusto, si nunca la volviera a ver.

Habiendo aclarado ese punto, Kelsa cenó y luego lavó los trastos. Cuando estaba decidiendo qué haría, sonó el timbre de la puerta.

Pensando que posiblemente era alguno de sus vecinos, se dirigió a abrir y, mientras el corazón le daba un brinco, descubrió que, por algún motivo, Lyle Hetherington si quería volver a verla. Pues era él, con la misma máscara de emoción controlada, quien estaba parado ahí.

“Parece cansado”, pensó Kelsa y comprendió que él debió de haber tenido una junta muy difícil esa tarde. ¿Habría tenido tiempo de comer?, se preguntó. Pero al darse cuenta de que estaba pensando en ofrecerle algo de comer, al ver su fruncido entrecejo porque ella no lo invitaba a entrar, advirtió que tenía que endurecer su actitud.

– Si ha venido a reafirmar su creencia de que yo era la amante de su padre, ¡Eso ya lo he oído antes! -dijo con aspereza, viendo por su expresión sombría, que podía olvidarse de cualquier cortesía.

– ¡No he venido a eso! -aclaró él con tono cortante.

– ¿No? -Kelsa se le quedó mirando y vio un tic nervioso en su sien. De pronto, con la misma corriente afectiva que sentía a veces por su padre, advirtió que Lyle estaba sumamente tenso por algo-. Pase usted -lo invitó por fin, pensando que, si no había ido a reclamarle de nuevo el mismo tema, entonces estaría ahí para insistir en que no se acabara el dinero de la compañía-. ¿Se quedará aquí mucho rato? -preguntó al pararse frente a él, en el centro de la alfombra.

– ¡Quiero que me dé muchas respuestas! -advirtió él y se apartó de ella, como si estuviera contaminada y no quisiera acercársele.

Descubrió Kelsa que eso le dolía mucho. Con un piquete de orgullo, estuvo a punto de reiterarle que ya le había dado su palabra de no tocar un centavo de su herencia, hasta saber el porqué su padre la había nombrado beneficiaría en su testamento.

Pero su altivez se desvaneció al ablandarse su corazón de sólo pensar en el día tan pesado que seguramente Lyle tuvo.

– Tome asiento -le dijo con frialdad, señalando el sofá y, volviéndole la espalda, fue a sentarse en el sillón donde estuvo la noche anterior-. Así que -empezó a decir fríamente, decidida a ser tan dura como él-, no vino usted a acusarme otra vez de ser la…

– ¡Ya le dije que no! -la interrumpió él agresivamente y agregó, para asombro de Kelsa-: Ahora sé que ustedes no eran amantes. Tengo la prueba.

Toda la frialdad que ella se esforzó en aparentar, se desvaneció de pronto por un instante, se le quedó mirando con la boca abierta.

– ¿Lo sabe? -exclamó ella-. ¿La tiene? -preguntó, confundida porque él, en vez de mostrarse feliz por ese descubrimiento, parecía todo lo contrario-. ¿Cómo? -tuvo que preguntar, extrañada de que si ella no podía probarlo, él sí.

Sin embargo, la respuesta la dejó igual de desconcertada que antes, pues no era tal respuesta, sino una tensa acusación.

– ¿Por qué no me lo dijo?

¿Decirle? -exclamó Kelsa, furiosa de pronto con ese hombre que nunca creyó ni una palabra de lo que ella decía y ahora la acusaba de ocultarle hechos que ella le había repetido mil veces-. ¡Santo cielo! ¡Traté de decírselo! ¡Hasta me ponía morada al tratar de decirle que su padre y yo no éramos…!

– ¡Eso no! -rezongó él, interrumpiéndola como de costumbre.

– Si no eso, ¿entonces qué?-se enfureció ella.

– ¿Insiste en que no lo sabe? -la retó él y Kelsa observó que Lyle estaba perdiendo la paciencia.

– Estoy perdida -confesó ella, aunque no era muy cierto.

– ¡Cómo no! -gritó él.

– ¡No tengo idea de lo que me está hablando!

– ¿Sí? -el fuego de la ira ardía en los grises ojos-. ¿Fue pura coincidencia que vino a trabajar a Hetherington?

Completamente desconcertada, Kelsa se le quedó mirando con los ojos muy abiertos.

– Pues no sé qué coincidencia pueda haber en ello. Yo vivía en Herefordshire cuando…

– ¿No Warwickshire? -interrumpió él.

– Mi madre venía de Warwickshire; yo…

– Sé que ella venía de Warwickshire -gruñó él-. Ya he…

– ¿Cómo diantres sabe eso? -lo interrumpió a su vez Kelsa-. Le mencioné a su padre que mi madre venía de un lugar llamado Inchborough, pero no creí que eso fuera tan importante para él como para transmitírselo a…

– ¡Importante! ¡Vaya! El… -de pronto, parecía como si Lyle no pudiera soportar más la presión, pues se puso de pie bruscamente y con un tono más controlado; preguntó-: ¿Por qué no me dijo que… -la miró directamente a los ojos- es usted mi hermana?

¿Hermana? -exclamó, del todo pasmada.

Ella todavía lo miraba tontamente, cuando él reveló:

– Mi padre también venía de Inchborough.

– ¿De veras? -Kelsa se quedó otra vez boquiabierta-. No me dijo nada cuando le conté que mi madre venía de allá -comentó, sorprendida, pero cuando empezó a aclarar sus ideas, afirmó-: Bueno, pero eso no quiere decir que yo sea su hermana. Eso es ridículo.

– Ridículo, ¿eh? Dígame, ¿cuál era el apellido de su madre antes de ser Stevens?

– Whitcombe -replicó ella, aunque no le veía el caso-; su apellido de soltera era Whitcombe…

– Entonces sí es usted mi hermana.

– ¿Y cómo llega a esa conclusión? -exclamó ella y, tratando de entender el razonamiento de Lyle, supuso que provenía de la afirmación de él de que tenía la prueba de que ella no era la amante de su padre-. Esa prueba que dice usted tener de que su padre y yo no éramos amantes debe basarse en que, por la coincidencia de que el señor Hetherington y mi madre provenían del mismo pueblo, usted supone que yo soy… la hija de su padre. ¿Y qué? Usted no puede relacionar ese hecho con que, habiéndome tropezado con su padre…

– Usted le dijo su nombre… y rápidamente la ascendieron a esta oficina -terminó él por ella.

– ¡Pero eso no quiere decir que él fuera mi padre! -insistió ella. Por algún motivo, no le gustaba la idea de que Lyle fuera su hermano-. Frank Stevens era mi padre -afirmó categóricamente- y no veo cómo pueda usted probarme lo contrario.

– Ah, pues sí puedo probarlo -replicó él con dureza, todavía de pie, guardando la distancia, como si temiera la contaminación.

– Está bien -retó ella-; ¿dónde está esa prueba? ¿Dónde y cuándo la encontró usted?

– La prueba la tengo aquí y provino de un cajón cerrado con llave, del escritorio de mi padre, esta mañana.

– ¿Esta mañana? Usted salía de la oficina de su padre cuando yo llegaba…

– Así es -asintió él y se ablandó lo suficiente como para explicar-: Ramsey Ford me mencionó ayer, que había un cajón cerrado con llave en el escritorio de mi padre y del cual él no encontraba la llave. Esta mañana fui con las llaves de mi padre a revisar ese cajón, para ver si no había nada personal o privado, antes de entregarle la llave a Ramsey -Lyle se detuvo y metió una mano en el bolsillo interior de su chaqueta-. Pues encontré algo muy personal y muy privado -dijo con tono cortante y sacó una hoja de papel doblada-. Encontré esto… Y mientras contesta muchas preguntas origina muchas más.

– ¿Qué es?

– Un acta de nacimiento de una niña, llamada Kelsa Primrose March.

– ¡Mis nombres! -exclamó Kelsa.

– Una niña cuyos padres fueron March Whitcombe y Garwood David Hetherington -continuó Lyle.

¡No! -exclamó ella y tan sobresaltada que sintió que palidecía, un hecho que no escapó a los duros ojos de Lyle, pues de pronto su tono cambió.

– ¿Está usted bien? -preguntó con algo de preocupación-. Parece que se va a desmayar.

Ella negó con la cabeza mientras trataba de dominarse.

– Estoy bien -murmuró-; un poco consternada, pero…

– ¿No lo sabía?

– ¡Eso no es verdad! -negó ella-. Mi padre era…

– Lo lamento; pero así es -y acercándose a ella, le mostró el acta de nacimiento.

Kelsa tomó la hoja de papel, pero, al bailar las letras delante de sus ojos, pasó un par de segundos antes que pudiera leer que el siete de diciembre, en el Hospital General de Inchborough, March Whitcombe dio a luz una niña, llamada Kelsa Primrose March. El padre de la niña era Garwood David Hetherington.

– ¡No lo puedo creer! -murmuró ella, todavía temblorosa.

– Yo tampoco podía creerlo -agregó Lyle-, pero no hay equivocación posible. De acuerdo con ese documento, mi padre fue personalmente a registrar su nacimiento. No sólo declaró que él era el padre, sino que dio la dirección de donde vivía entonces… la dirección donde él y mi madre vivían, antes que compraran su casa actual -Kelsa no sabía si él pensaba en su madre y en cómo su marido le fue infiel, pero apareció un tono de dureza en su voz al preguntarle-: ¿No tenía usted idea?

– En lo absoluto -replicó ella, perpleja, sintiendo una explosión de emociones tan conflictivas en su interior, que lo único que podía hacer era quedarse mirando el papel fijamente. Hubo silencio un momento, tal vez porque Lyle Hetherington advirtió la impresión que le había producido a Kelsa y dejaba que ella asimilara la noticia. Kelsa seguía sentada, apabullada, con la vista en el acta de nacimiento que tenía en las manos. De pronto exclamó con fuerza-: ¡Él no era!

– ¿Quién no era? -la retó Lyle, mirándola como si hubiera perdido el juicio.

– ¡El señor Hetherington… él no era mi padre!

– ¡Caramba! ¿Qué mas prueba quiere que esa acta de nacimiento?

– ¡Pero no es mía! -exclamó ella-. No es mi acta de nacimiento.

– ¿Usted no es Kelsa Primrose March…?

– Lo soy, pero mi cumpleaños es el cuatro de diciembre y…

– Pudo haber un error.

– ¡Y el año está mal! Yo tengo veintidós años. Esta Kelsa Primrose March tiene veinticuatro -dijo y cuando Lyle se acercó a tomar el acta de nacimiento, continuó-: Y yo no nací en Inchborough -entendió que, después del tremendo impacto que había recibido, no se hubiera dado cuenta antes, de lo equivocada que estaba el acta-. Yo no nací en un hospital, sino en la casa de mis padres, en Drifton Edge, Herefordshire -Lyle volvió su seria mirada del acta hacia Kelsa, dudando obviamente de lo que ella decía-. Y yo -dijo ella- puedo probarlo.

– ¿Puede? -preguntó él, con tensión en la voz.

– Sí puedo.

– ¡Pues hágalo!-expresó él con aspereza.

Kelsa ya estaba en camino de su escritorio.

– Yo no tenía idea de que mí madre y su padre se conocían, mucho menos de que eran amigos. Él nunca…

– ¡Amantes! -interrumpió él con brusquedad-. ¡Eran amantes!

– Puede ser que fueran amantes -convino ella-; pero… -sacó un sobre de un cajón- esto demuestra quién era realmente mi padre -no pudo continuar porque Lyle, siempre impaciente, le arrebató el sobre de la mano y lo abrió-. ¡Vea! -señaló ella, extendiendo el brazo sobre el de él, indicando la sección que estaba leyendo-: Lugar de nacimiento… mi casa de Drifton Edge… y observe la fecha: dos años después de la fecha de su acta de nacimiento. Nombre de la madre, la misma March Whitcombe; pero el nombre del padre es Frank Thomas Stevens. Hasta tengo su acta de matrimonio, si la quiere ver.

– Eso no tiene importancia -dijo Lyle con viveza, pero ella advirtió que aunque el estaba tenso, se mostraba un poco menos forzado que antes. También se dio cuenta de que, aunque él podía leer muy bien sin su ayuda, ella seguía parloteando por el impacto. Y luego supo que había más evidencia física, además de su palidez, de su estado emocional-. Le está temblando la mano -dijo él y Kelsa metió rápidamente las manos en los bolsillos de su pantalón de mezclilla.

– Me ha lanzado un bombazo -replicó ella y, habiéndose repuesto de la breve creencia de que Lyle podía ser su hermano, tenía que enfrentarse al nuevo choque de saber que su santa madre había tenido una aventura amorosa… y con un hombre casado-. Nunca supe que mi madre había tenido otra hija.

– ¿Tiene algo de coñac? -preguntó él, con la mirada menos dura.

– ¿Quiere usted tomar algo?

– ¡Para usted, tonta! -repuso él y, por primera vez desde que lo conocía, le sonrió.

– Pues… no tengo nada de eso -replicó ella, sintiendo algo raro en su interior-. ¿Le gustaría tomar un café?

– Yo lo prepararé -dijo él de inmediato y, para asombro de Kelsa, él se dirigió a adueñarse de la cocina.

Cuando regresó, Kelsa se había dejado caer en el sofá, con la cabeza llena de confusión y recuerdos incongruentes.

– Esto no es café… ¡Es té! -exclamó al probarlo.

– Dicen que es bueno para los sustos -le informó él y fue a sentarse junto a ella en el sofá-. ¿Ya se siente mejor?

– Bastante desconcertada -confesó ella, sintiendo tal corriente afectiva hacia él, que parecía que nunca hubo un momento en que ella quisiera golpearlo, ni él estrangularla-. Me vienen a la mente pequeñeces, cosas a las que no había prestado atención antes, pero ahora que ya sé… que su padre creía que yo era su hija… empiezan a tener significado.

– ¿Cómo cuáles? -la instó él.

– Ah… mi primer encuentro con él. Yo me parezco mucho a mi madre y ahora me doy cuenta de que su padre notó ese parecido inmediatamente. Mencionó mi sonrisa, que es como la de ella, y me preguntó mi nombre.

– Y usted le dijo que era Kelsa Prim…

– ¡No! ¡Eso no lo haría yo! Sólo dije que era Kelsa Stevens y él comentó que era un nombre poco usual y me preguntó si tenía otros nombres.

– Qué raro que no le dio un ataque al corazón cuando se los dijo usted -comentó Lyle en voz baja.

– ¿Sí cree usted que fue una coincidencia que haya yo venido a trabajar a Hetheringtons? Le aseguro que no sabía nada acerca de su padre y mi madre.

– Eso es obvio -convino Lyle, al ver la evidencia ante sus ojos-. Está pálida y temblorosa por lo que le lancé. Pero prosiga. Usted le dijo a mi padre que se llamaba Kelsa Primrose March… ¿Cómo reaccionó él?

– Sugirió, por mi tercer nombre, que tal vez había yo nacido en marzo.

– Vaya que podía ser astuto el viejo -comentó Lyle-. Y, desde luego, usted le dijo que había nacido en diciembre.

– Sí; y también, que me pusieron el nombre de March por mi madre.

– Y en unos minutos, él redondeó la idea. Y lo siguiente que usted supo fue que la transfirieron de la sección de Transportes a la oficina de mi padre.

– Yo soy buena en mi trabajo -aclaró Kelsa, pero también sintió que debía confesar-: Aunque apenas el viernes pasado Nadine me confesó que el señor Hetherington le pidió que me diera el empleo, cualquiera que fuera el resultado de la entrevista.

– Es obvio, ¿no?, que habiendo sido privado de conocer a su hija Kelsa todos esos años, la quería tener donde pudiera verla todos los días y conocerla mejor.

Kelsa advirtió que probablemente Lyle tenía razón en eso.

– ¿Pero por qué nunca me dijo nada acerca de que él creía que yo era su hija? -preguntó.

– ¿Quién sabe? Hay varias posibilidades. Pudo pensar que usted sabía que él era su padre, pero que fue legalmente adoptada por Frank Stevens. O s que no lo sabía y que nunca había visto el original de su acta de nacimiento. Pero sea lo que fuere lo que él creía al respecto, me hace pensar que planeaba en un corto plazo, anunciar el hecho públicamente o, cuando menos, decirme a mí que tenía yo una hermana.

– Ah… ahora recuerdo… Su padre quería decirle algo muy personal cuando regresó usted de Australia.

– Brillante deducción -Lyle sonrió-; pero… nunca encontré el tiempo para tener esa charla privada.

– Lo lamento -murmuró Kelsa y luego agregó-: ¿Por qué no volvió él a verificar todo otra vez?

– ¿Por qué iba a hacerlo? -replicó Lyle-. Todo coincidía. Él tenía los nombres de usted, el hecho de que nació en diciembre, de que su madre se llamaba March y también el que ella provenía de Inchborough… ¿Qué tenía que revisar otra vez? Además, el que usted se parezca a su madre y…

– Ah, acabo de recordar -interrumpió Kelsa-. Esa noche, la noche en que él me trajo a mi apartamento y entró a hacer una llamada telefónica… -continuó, consciente de que ahora Lyle la miraba con ojos más amistosos que antes y que no dudaba de que sí existió tal llamada-, llegamos a hablar de mis padres y él dijo que le daba gusto que le hubiera yo dicho que éramos una familia muy feliz. Entonces, me señaló que no veía ninguna foto de mis padres y yo le enseñé una que tenía… y él comentó que yo era igual a mi madre.

– Así que, habiendo visto por sí mismo que la mujer que la dio a luz, era la misma que había dado a luz a su Kelsa Primrose March, ¿qué otra cosa tenía él que buscar?

Sólo la fecha exacta del nacimiento, pensó Kelsa; pero él no lo hizo y… todo eso era traumatizante. Kelsa todavía estaba muy conmocionada y parecía que entre Lyle y ella habían examinado en detalle todo lo que sabían; pero eso no era suficiente.

– ¿Todavía está alterada? -preguntó él, mirando el pálido rostro.

– Quiero… necesito saber más.

– Sí, hay algunas cuestiones sin respuesta -convino él y fue derecho a lo práctico-: Usted habló de su madre en tiempo pasado.

– Ella murió -aclaró Kelsa con sequedad.

– ¿Podría su padre llenar los huecos? Tal vez él sepa…

– Él murió junto con mi madre. Tuvieron un accidente en un coche rentado, cuando estaban de vacaciones el año pasado, en Grecia.

– Pobre Kelsa -dijo Lyle suavemente y tocó su mano en un momento de compasión.

Mientras la piel le cosquilleaba a Kelsa por el contacto, él se puso de pie, con un aspecto inquieto, y llevó la charola con las tazas de nuevo a la cocina. Para cuando él regresó, ella ya se había repuesto del inesperado contacto.

– ¿Cree que su madre sabía algo? -preguntó ella.

– Conociendo a mi padre, creo que no sería probable que le confesara una aventura amorosa extramarital, a menos que fuera necesario. Pero, aun cuando lo sepa, me temo que ahora no es el momento adecuado para remover una herida antigua.

– Tiene razón, desde luego -convino ella al instante-. No pienso bien ahora o nunca habría sugerido algo así -se disculpó y trató de pensar con lógica-. Nunca he estado en Inchborough, pero creo que es ese el sitio donde debo empezar.

– ¿Piensa en Inchborough?

– Si puedo encontrar a alguien que haya vivido ahí al mismo tiempo que mi madre, podría… -se interrumpió, al ver algo en la expresión de Lyle que le indicó que él había pensado en algo-. ¿Qué es? -preguntó con urgencia.

– Mi tía… mi tía Alicia. Ella nació y creció en Inchborough.

– ¿Cree que podría saber algo? -preguntó ella con ansiedad.

– Tal vez -murmuró él, pensativo-. Aunque es dudoso. Había unos veinte años de diferencia entre ella y mi padre y él se fue de la casa poco después que ella naciera. Pero es posible que haya oído algún chisme al respecto. Ahora que lo pienso -recordó de pronto-, me pareció que estaba muy alterada cuando la vio a usted en Burton y Bowett, el miércoles pasado. Yo estaba demasiado furioso entonces para prestarle mucha atención, pero… ¿Tal vez?

Kelsa no había olvidado la ira de Lyle ese día; pero por ahora tenía otras prioridades.

– ¿Podría telefonearle… ahora?

– ¿Es tan importante para usted? -Lyle la miró a los hermosos ojos azules.

Kelsa apartó la vista. Era raro que le confiara a alguien sus sentimientos íntimos, pero… curiosamente, dados los antecedentes… tenía la impresión de que Lyle la comprendería.

– A veces me siento solitaria, desde que perdí a mis padres. No tengo otros parientes, pero habiendo descubierto que tengo una hermana en alguna parte y, aunque debe de haber sido adoptada y probablemente tenga otro nombre, tengo que encontrarla.

– ¡Ah, Kelsa! -murmuró Lyle y, con asombrosa ternura, tocó su frente con sus labios. Sin embargo, de inmediato se retiró, preguntando-: ¿Dónde está su teléfono?

Kelsa se quedó sentada, pálida y ansiosa, mientras Lyle se comunicaba primero a Información del Directorio para averiguar el número telefónico de su tía en Essex. Poco después, marcó nuevamente, pero mientras más tiempo pasaba él con el auricular pegado a su oído izquierdo, más segura estaba Kelsa de lo infructuoso de su llamada.

– No contestan -confirmó él al colgar el auricular y, ante su expresión decaída, agregó-: No se preocupe, no puede estar siempre fuera de casa.

– Fue muy amable de su parte hacer el intento -agradeció ella con cortesía y advirtió, cuando él dio unos pasos hacia la puerta, que había muy poco más que decir.

– ¿Estará bien si me voy? -preguntó él.

– Claro que sí -mintió ella.

– Estaré en contacto -declaró él.

– Buenas noches, Lyle -sonrió ella y lo acompañó a la puerta.

– Buenas noches -asintió él y se fue rápidamente, mientras Kelsa regresaba al sofá.

Se quedó ahí durante horas… no tenía mucho caso ira acostarse, ¿pues cómo iba a poder dormir? Tenía una medio hermana en algún sitio… y Lyle Hetherington no era siempre el canalla que ella había considerado. De hecho, una vez que aclaró que ella no era su hermana y que no sabía que su padre creía que lo era, Lyle demostró un aspecto mucho más sensible. Aún más, estuvo maravilloso.

Comprendiendo que no estaría en condiciones de trabajar al día siguiente, si no descansaba un poco, Kelsa se fue a acostar a la medianoche, para estar medio despierta y excitada. Aunque entre los muchos pensamientos que revoloteaban en su mente, nunca encontró la respuesta al porqué, si tanto deseaba encontrar a su hermana, no quería tener a Lyle como hermano.

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