Lyle pasó por ella unos minutos antes de las ocho, pero Kelsa ya estaba lista desde las siete y media. Con una expresión apacible, en su elegante vestido de fina lana color salmón, sonrió serenamente al abrirle la puerta y esperó, al invitarlo a entrar, que él no advirtiera lo acelerado de los latidos de su corazón, al verlo.
– Sólo voy por mi bolso -murmuró con un tono de voz agradable y tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la vista de ésos cálidos ojos grises que, según le pareció, la admiraban. Caminó lentamente a su alcoba, pero una vez ahí, pasó saliva con fuerza, al advertir que estaba temblando por dentro; tomó su pequeño bolso, y todavía tuvo que esperar unos segundos para controlarse-. Lista -dijo con ligereza cuando regresó a la sala.
Creyendo que ya estaba tranquila, de inmediato se desmoronó cuando Lyle, deteniéndose un momento antes de partir, la miró a los brillantes ojos azules y le dirigió un cumplido:
– Kelsa, está encantadora.
– Ah, gracias -ella logró replicar, como si estuviera acostumbrada a recibir cumplidos de él todos los días-. Y gracias por mandarme mi coche, por cierto. Se me olvidó mencionarlo esta mañana.
– Fue un placer -murmuró él con ligereza y la escoltó del apartamento al coche y de ahí a un elegante, pero discreto restaurante.
El cenar con Lyle fue una de las más maravillosas experiencias de su vida, decidió Kelsa. Él era ingenioso y encantador y ella no podía recordar el tiempo en que lo consideraba un monstruo. Era un hombre experimentado y conocedor, pero al mismo tiempo le pidió su opinión sobre varios de los temas que trataron… ninguno relacionado con negocios; y así, la velada transcurrió rápidamente para Kelsa.
Kelsa casi no supo lo que comió; lo único que sabía era que Lyle parecía disfrutar de su compañía, igual que ella disfrutaba la de él… y eso hacía que el mundo de la joven fuera perfecto.
– Tomaremos café en el anexo -le sugirió Lyle a un atento camarero y, con sorpresa, Kelsa advirtió que se había acabado cuatro platillos, casi sin darse cuenta.
El anexo era una pequeña habitación a un lado del gran salón, y Kelsa se sintió más feliz cuando compartieron un sofá y su conversación se refirió por primera vez, a algo de la oficina, al revelarle Lyle:
– La murmuración en la sala de sesiones de la junta directiva es, que mi padre parecía ser completamente feliz las últimas semanas de su vida.
– Yo lo conocí durante poco tiempo -replicó Kelsa, sensible al hecho de que Lyle había estado en Australia esas últimas semanas de la vida de su padre y debía sentirse triste por eso-, pero, aunque algunas veces se enfadaba, como todos, a mí me parecía siempre feliz.
– Me parece, Kelsa, que él nunca se enfadó con usted. De hecho, estoy seguro de que nunca lo hizo.
Un poco intrigada por saber a dónde quería llegar él, aunque por su cálida y amigable mirada no parecía que fuera algo que la alterara, Kelsa comentó:
– No, en realidad, nunca lo vi irritado conmigo; pero… no entiendo a qué se refiere -tuvo que confesar.
– Dulce Kelsa -replicó él y si eso no fuera suficiente para que el corazón de ella se desbocara, la gentil sonrisa que Lyle le dirigió, hizo que ella se estremeciera de alegría-. Por lo visto, feliz con la mayor parte de su vida, tenía un rincón de su ser que debió haberle dado momentos de tristeza y de remordimiento.
– ¿Mi… madre? -preguntó ella tentativamente, sin querer ofenderlo, en caso de que Lyle se sintiera afligido acerca de su propia madre.
– Mi padre, por lo que dice mi tía, recibió un ultimátum; pero aunque abandonó a su amante y a su hija, habiendo tomado la decisión de no volver a verlas, no puedo imaginarlo, ya que era un hombre honorable en todos los aspectos, soportando tal situación, sin pagar un precio por ello.
– ¿Sintiéndose infeliz acerca de eso? -conjeturó Kelsa.
– Sí; infeliz y creo que, aunque aprendió a vivir con la decisión que tomó, una pequeña parte de su ser sentía que le faltaba algo… hasta que la vio a usted en los corredores de… -Lyle se interrumpió y luego agregó-: Encontró a la Kelsa equivocada, pero tengo que agradecerle a usted, querida, por el hecho de que, una vez que él supo que la madre de usted había muerto y por su creencia de que usted era la hija que había perdido, usted hizo que su vida fuera completa y que él se sintiera feliz.
– Ah, Lyle -dijo Kelsa con un suspiro-, qué cosa tan linda me dice. Gracias -agregó suavemente. Él ya se había disculpado por las cosas tan horribles que le había dicho y que ella ya le había perdonado; pero lo que acababa de decir borraba todo lo malo que él le había dicho antes. Trató de dominarse para que Lyle no notara lo mucho que le importaba su opinión sobre ella-. Fue una verdadera coincidencia encontrarme con él en el corredor.
– Estaba escrito en sus cartas desde el primer día que estuvo en el edificio… o hasta en el estacionamiento.
– Sí… supongo que sí -convino ella-, y creo que debe haber sido el destino todo el tiempo, porque nunca fue mi intención irme de Drifton Edge, cuando solicité el empleo de Hetheringtons.
– Desde Herefordshire -comentó él y ella sonrió porque él recordó de dónde venía ella-. Pero -continuó Lyle, con los ojos en la curva de los labios de Kelsa-, la persona que la entrevistó vio de inmediato su potencial y le ofreció un trabajo importante.
– No sé si vio mi potencial… Recuerde, subí con trabajos desde la sección de transportes -Kelsa sonrió con malicia, feliz porque él se rió-. Aunque es verdad -confesó, tratando de controlar los latidos de su corazón porque él se había reído de su broma-; sí me ofrecieron un puesto importante en otra sección… pero lo perdí porque estaba indecisa acerca de qué hacer y me tardé demasiado en resolver.
– ¿Por qué estaba indecisa? -preguntó él-. ¿Un amiguito?
– Ah, no -replicó ella con ligereza-. Supongo que por el hecho de haber nacido y crecido en Drifton Edge, me parecía un paso gigantesco empacar, y dejar todo. Principalmente teniendo una casa ahí.
– ¿Tenía una casa ahí? -la instó él y la conmovió su aparente interés.
– Todavía la tengo… era la de mis padres -explicó ella-. Supongo que pronto tendré que tomar una decisión acerca de qué hacer con ella… venderla o rentarla. Pero mientras tanto, regreso a Drifton Edge casi todos los fines de semana y…
– ¿Casi todos los fines de semana? -Lyle entrecerró los ojos-. ¿Está segura de que no tiene un amiguito escondido en las selvas de Herefordshire? -preguntó.
– ¡Segura!-se rió ella y por un loco instante pensó que él sonaba un poco celoso, lo cual era tan ridículo, que lo descartó de inmediato-. Sólo voy allá para ventilar el lugar, verificar si no hay tuberías congeladas, ver a mis amistades… -esperaba no estarlo aburriendo con sus historias, pero como él tenía la habilidad de mostrarse interesado en todos los detalles que ella mencionaba, le contó que su amiga más íntima, Vonnie, fue la que le dio el empujón para encontrar un trabajo más estimulante que el que ella hacía allá.
– Así que tenemos que agradecerle a su amiga Vonnie, el que nosotros la hayamos encontrado -comentó Lyle y, al acelerarse el corazón de Kelsa y estar sus ojos fascinados con la curva superior de la maravillosa boca de Lyle, la joven supo que éste no era uno de los momentos más maravillosos para ella, sino que era la más maravillosa experiencia de su vida. ¿Qué otra cosa podía ser? Estaba ahí, con el hombre a quien amaba y, aunque sabía que él debía conocer a muchas otras mujeres más sofisticadas, tan sólo por esa noche, él parecía estar disfrutando de su compañía.
Esa idea todavía estaba en su cabeza cuando, habiendo terminado su café, salieron del restaurante y Lyle la llevó a su apartamento. Al estacionarse frente al edificio, Kelsa sintió que no quería que terminara esa velada; y aunque acababan de tomar café, la joven tuvo la esperanza de que él tampoco quisiera despedirse todavía y se quedara, aunque fuera quince minutos más.
– Mi café es instantáneo, una pérdida de rango, después de lo que acabamos de tomar -se volvió hacia él para decirle rápidamente-, pero es bienvenido, si gusta…
– Me gustaría mucho -sonrió él-. Aún más, yo lo prepararé… ¿Qué tal? -ofreció.
El corazón de Kelsa dio un salto de júbilo, aunque rehusó.
– No, gracias, su café sabe a té.
Riéndose, entraron ambos al edificio y hasta la puerta del apartamento de Kelsa, donde él le tomó su llave y abrió la puerta. Juntos caminaron hasta el centro de la sala; pero cuando Kelsa se volvió para preguntarle si quería su café negro o con leche, lo miró a los cálidos ojos grises y al instante se le olvidó la pregunta que le iba a hacer.
Estaba parada muy cerca, casi tocándolo y no tenía idea de lo que él vio en sus ojos, pero lentamente Lyle extendió un brazo y lo colocó alrededor de sus hombros, volviéndola un poco más para que quedara frente a él y más cerca.
– Eres hermosa -jadeó, dándole todo el tiempo del mundo para apartarse, si así lo quería, y la acercó a su cuerpo, aún más.
Pero Kelsa no tenía deseo de apartarse.
– Ah, Lyle -susurró y, al juntarse ambos cuerpos, le rodeó el cuello con los brazos.
Él la besó con gentileza y ella le devolvió el beso con dulzura.
– Amor mío -dijo él con un suspiro y volvió a inclinar la cabeza.
Su beso fue más intenso esta vez y Kelsa, con el corazón acelerado y sus emociones sin control, se apoyó sobre él al entregarle sus labios. Lo amó al terminar ese beso y lo amó también cuando Lyle besó su cuello y la apretó aún más.
En la firmeza de sus brazos, ella se aferró a él. Quería gritar su nombre, pero su cálida y maravillosa boca había caído sobre la de ella nuevamente, esta vez con más intensidad y con tanto sentimiento, que la joven percibió cómo se encendían llamas de deseo en su interior.
Una vez más se besaron. Ella sintió que las manos masculinas bajaban a sus caderas y la apretaban más contra él. Oyó un gemido de deseo que salía de su boca y, al aumentar el deseo por él, Kelsa tuvo que exclamar su nombre.
– ¡Lyle! -sentía fuego en su cuerpo y se apretó más contra él… oyendo un gemido que era un eco de lo que ella sentía.
– Dulce amor -dijo él con voz ronca y con la pasión al máximo, con su boca sobre la de ella, se movieron juntos, instintivamente acercándose a la alcoba. Ante la puerta, él se detuvo y la miró a los ojos, con una pregunta en la mirada.
Pero ella lo amaba y quería más. Su respuesta fue alzar la cabeza y besarlo… Lo próximo que supo era que estaban dentro de la habitación, donde, habiendo él desechado la chaqueta por el camino, Lyle la guió para sentarse en su cama individual.
Estar tan cerca cuando él se quitó la corbata y ella le pasó las manos por la espalda, era una dicha; pero más emocionante era la forma en que él acariciaba sus senos y los moldeaba tiernamente.
Ella no supo cuándo, sin sentir vergüenza alguna, él le deslizó el vestido; pero después de un delicioso beso de deseo, de júbilo, ella se dio cuenta de que ambos estaban acostados en la cama, sin la ropa exterior. Pero fue timidez lo que hizo que Kelsa escondiera el rostro en el velludo pecho de Lyle.
– ¿Estás bien, pequeña? -preguntó él con ternura.
– Ah, Lyle -jadeó ella y con los cuerpos tan juntos en la estrecha cama, tan ardientes, alzó la cabeza y le rodeó el cuello con los brazos desnudos-. Sí, estoy bien -sonrió-, mejor que nunca.
Se besaron y ella sintió las manos de él que se entretenían con su sostén.
– Creí que no usabas esas cosas -murmuró Lyle, al desabrochar expertamente el sostén y, para crear más estragos en las emociones de Kelsa, sus manos tibias y tiernas acariciaron los sedosos senos que había descubierto.
Él inclinó la cabeza para saborear los endurecidos pezones y, fuera de sí por el deseo, Kelsa vagamente se dio cuenta de que él probablemente se refirió a que ella no llevaba sostén la última vez que estuvo en sus brazos.
– Es que estuve lavando mi ropa interior… Quiero decir… Yo siempre… -interrumpió su balbuceo y sintió el rubor en sus mejillas por lo torpe que sonaba. Lo que le preocupó fue que él advirtiera lo ingenua que era en esa situación. Quiso disculparse, pero Lyle se detuvo.
Algo cambió, advirtió Kelsa, cuando Lyle se apartó un poco y mirando su ansiosa expresión inquirió:
– Dime, Kelsa -hablando con voz grave, y la pasión acechando-, esa historia de que eres virgen, ¿es verdad?
– ¿Se… nota? -preguntó ella, sin aliento, con timidez, pero sin sospechar que sus palabras tuvieran el efecto que tuvieron en Lyle. Pues, para asombro de Kelsa, en un solo movimiento, él balanceó las piernas sobre la cama y, mostrándole la espalda desnuda a Kelsa, se sentó en el borde del lecho. Pero a pesar de la firmeza de su tono, su respiración era irregular.
– Kelsa, primor, eres una criatura hechicera y puede uno perder la cabeza contigo, pero… -empezó a decir, y se interrumpió; y pareciendo hacer un gran esfuerzo, juntó su ropa y pronunció las peores palabras que Kelsa había oído en toda la noche-. Más vale que me vaya.
– ¿Irte…? -repitió ella, demasiado aturdida, demasiado excitada para ocultar el hecho de que no quería que él se fuera. Pero sabía que Lyle hablaba en serio, pues aunque parte de su mente le decía que no era posible que él se fuera y la dejara así, se estaba poniendo los pantalones y tomando la camisa.
Él estaba a medio camino hacia la puerta cuando se volvió y le dijo en voz baja:
– Voy a salir del país por una semana -y luego prometió-: te llamaré cuando regrese -en seguida se fue.
El ruido de la puerta del apartamento al cerrarse, todavía resonaba en sus oídos cinco minutos después y Kelsa seguía sin poder creer que, así sin más, Lyle se había ido.
Eran cerca de las tres de la mañana cuando Kelsa pudo finalmente descansar un poco de todas las preocupaciones que se habían presentado, la principal de las cuales era: ¿Por qué desistió Lyle de hacerle el amor?
Bajo la fría luz del viernes en la mañana, luego de un sueño irregular, Kelsa pensó que ya tenía la respuesta. Iba camino a la oficina cuando, sin lugar a dudas, dedujo que Lyle al darse cuenta de lo ignorante que era ella cuando se trataba de hacer el amor, se había desanimado.
Fue una suerte que no hubiera tanto trabajo en la oficina ese día, porque Kelsa no podía concentrarse en lo absoluto en su trabajo. Sin embargo, alrededor del mediodía, se animó al recordar cómo, a pesar de su ingenuidad, él la había llamado una criatura hechicera y dijo que un hombre podía perder la cabeza por ella. Pero luego advirtió, sobresaltada, que el amor la hacía olvidadiza, pues de repente recordó que había planeado decirle durante la cena su intención de renunciar a la herencia que su padre le había dejado tan equivocadamente. Tan arrobada estaba por el hecho de estar con él que, aunque hablaron de muchos temas, a ella se le había olvidado el más importante.
– ¿Te importaría que me tomara una hora en cuanto pueda arreglar la cita? -le preguntó a Nadine, decidida a actuar ahora mismo, antes que el amor le borrara la memoria por completo-. Necesito hablar con Brian Rawlings.
– Claro que puedes -sonrió Nadine-. De todos modos, hoy no tenemos mucho trabajo.
Agradeciéndole con una sonrisa, Kelsa se comunicó con Burton y Bowett y luego con la secretaria de Brian Rawlings, sólo para, descubrir que el señor Rawlings iba a estar fuera todo el día.
– Y el lunes -se disculpó la secretaria- también tiene su agenda completa, señorita Stevens -y cuando le preguntó de qué asunto se trataba, y Kelsa le informó que era acerca de la herencia de Hetherington, la secretaria exclamó-: ¡Ah, esa señorita Stevens! -y como si el nombre Hetherington hubiera abierto una puerta mágica, dijo-: Creo que puedo abrirle un espacio a las cuatro y media, el lunes, si le parece bien.
– Perfecto -aceptó Kelsa y colgó para avisarle a Nadine que saldría de la oficina el lunes como a las cuatro.
Terminado eso, hizo un esfuerzo por dedicarse al trabajo, pero con Lyle en la mente, le fue muy difícil. Cuando por la tarde, trajeron un enorme arreglo floral a la oficina, ya fue imposible concentrarse en el trabajo.
– Alguien se interesa -murmuró Kelsa sonriente, mirando a Nadine y creyendo que las flores eran para ella, probablemente de su prometido.
– Ciertamente así es -sonrió Nadine y dirigió al mensajero al escritorio de Kelsa.
– ¿Para mí? -preguntó Kelsa, atónita y sintió que se sonrojaba de sorpresa y emoción cuando, viendo que, en efecto, el sobre venía dirigido a la señorita Kelsa Stevens, lo abrió y sacó una tarjeta que decía: “¿Puedo suponer que estás pensando en mí tanto como yo pienso en ti?” Y firmó “L”-. ¡Oh! -exclamó y no podía creerlo. ¿Tanto como él pensaba en ella? Pero si él estaba en su mente todo el tiempo-. Son… de un amigo -murmuró cuando vio que Nadine la miraba.
– Ya me lo imaginé -replicó Nadine con una sonrisa, aunque cuando vio que Kelsa no sería más explícita, volvió discretamente a su trabajo.
Diez minutos después, Kelsa todavía trataba de contener los acelerados latidos de su corazón. ¡Lyle le había mandado flores! ¡Unas flores bellísimas! Ella ni siquiera sabía en dónde estaba él… pero dondequiera que estuviese, pensaba en ella.
Todavía seguía exaltada y con los ojos brillantes cuando, con su precioso arreglo floral en el coche, conducía a su apartamento esa noche. ¡Lyle pensaba en ella! Él le había prometido comunicarse en cuanto regresara. Amándolo como lo amaba, Kelsa luchó contra el peligro de leer en sus palabras o sus acciones algo que pudiera no estar ahí; pero aun cuando se esforzaba por tener los pies en la tierra, sentía que podía estar segura de que, al mandarle flores y al sugerirle que pensaba en ella, seguramente significaba que al comunicarse, a su regreso, no sería por cuestión de negocios.
A causa de Lyle, porque él estaba en su mente y en su corazón y porque se sentía tan inquieta, no tenía deseos de encontrarse con los antiguos amigos; así que decidió nuevamente no ir a Drifton Edge ese fin de semana. No esperaba que Lyle se comunicara con ella tan pronto… Se acababa de ir… De ninguna manera podía estar de regreso todavía. Había dicho que sería como una semana; eso sería alrededor del jueves.
Pasó el sábado haciendo labores domésticas, sentada a ratos y mirando al espacio soñadoramente o admirando la canasta con flores, que tenía un sitio de honor en el centro de una mesita baja.
El domingo por la mañana, estaba ansiosa por ver a Lyle de nuevo y, siendo el amor un capataz terrible, empezó a sentirse enferma al advertir que, aun suponiendo que Lyle regresara a Inglaterra el jueves, eso no quería decir que ella lo vería inmediatamente. También descubrió que el amor quitaba el apetito, pues no deseaba comer al mediodía. Tal vez… tenía que enfrentarse a la horrible idea de que Lyle dejaría pasar una semana antes de comunicarse con ella.
Al atardecer, Kelsa seguía con la misma agitación mental. Sabía que, aun cuando vivía con la esperanza, la fría lógica tenía que declarar que una cena, unos cuantos besos, aun cuando fueran de calidad explosiva, más una preciosa canasta de flores, no podían constituir una prueba de que Lyle estaba interesado en ella. De pronto, sorpresivamente, alguien tocó el timbre de la puerta y los pensamientos de Kelsa quedaron suspendidos en el aire.
Aun cuando trataba de controlarse, de calmarse y de convencerse de que no fuera tan tonta y de que no era posible que Lyle ya estuviera de regreso, había esperanza en su corazón. Con las piernas temblorosas, fue a abrir la puerta.
Desde luego, no era Lyle la persona que estaba parada ahí… como si ella tuviera un poco de sentido común, debió saberlo desde un principio, sin excitarse tanto. Pero cuando reconoció a la mujer que había visto una vez en la iglesia y otra vez en la oficina de los abogados, supo que era un miembro de la familia de Hetherington.
– ¡Señora Hetherington! -exclamó, sorprendida, mientras la alta y majestuosa mujer, de expresión pétrea, la miraba autoritariamente.
– ¿Puedo tener unos minutos de su tiempo? -sugirió la madre de Lyle con una voz muy cultivada.
– Sí, claro -Kelsa recordó sus buenos modales-. ¿Gusta pasar? -invitó, pero por más que vagaban sus pensamientos en todas direcciones, no encontraba una respuesta al porqué la madre de Lyle tenía que visitarla. ¿Lyle? -preguntó de pronto con ansiedad-. ¿Está bien?
Su ansiedad fue, por lo visto, advertida por su visitante y la mujer apretó los labios.
– ¡Los hombres Hetherington siempre están bien! ¡Ellos se esmeran por estar siempre bien! -replicó la señora Hetherington con rigidez-. Son las mujeres en su vida las que sufren.
A Kelsa no le gustó lo que dijo, aunque tanto su madre, como la mujer que estaba frente a ella, habían conocido el dolor a través de Garwood Hetherington; no podía discutiese hecho. Sin embargo, como parecía que Lyle estaba bien de salud, de otro modo la señora Hetherington ya lo habría mencionado, Kelsa invitó:
– Por favor, tome asiento -y se preguntó si debía ofrecerle algo de beber. Ese pensamiento se desvaneció al instante, cuando su invitada se detuvo a observar las flores de la mesita. Y mientras Kelsa se arrepentía de haber puesto la tarjeta de Lyle en un lugar muy visible donde pudiera descubrirse, ya que significaba tanto para ella, la señora Hetherington se inclinó para echarle un vistazo.
– ¡Así que ya empezó! -declaró vagamente y como para ratificar el hecho de que ésa no era visita social y que no se quedaría mucho tiempo, la señora se sentó en el brazo de un sillón.
– ¿Perdón? -preguntó Kelsa, sentándose cortésmente frente a la mujer-. No entiendo…
– Las flores… obviamente, son de Lyle -y mientras Kelsa parpadeaba, la señora continuó con altanería-: Cuando mi cuñada me contó por teléfono, esta mañana, que usted, junto con mi hijo, fueron a verla el miércoles, supe de inmediato lo que él estaba tramando.
Kelsa se le quedó mirando con los ojos abiertos por la sorpresa.
– ¿Tramando? -repitió.
– Él, desde chico, fue una persona que siempre iba directo a conseguir lo que deseaba. Es obvio que sólo esperó que se leyera el testamento de su padre y va tras lo que está determinado á tener.
– ¿Determinado a tener? -atónita por la actitud agresiva de la mujer, Kelsa supo que la madre de Lyle no tenía ningún sentimiento cordial hacia ella. No que la culpara por eso; pero…
– Usted no creyó que Lyle iba sumisamente a permitir que usted se llevara lo que él considera que es legítimamente suyo, ¿verdad? -interrumpió la señora sus pensamientos con tono áspero.
– Pues… no -repuso Kelsa, aunque nunca pensó en eso; pero no podía imaginarse a Lyle dejando pasar algo sumisamente. Al empezar a despejarse su cerebro, sugirió-: Si habla usted del dinero, de los valores y…
– Mi hijo, señorita Stevens -interrumpió Edwina Hetherington con descortesía-, independientemente de lo que él le haya dicho, está dispuesto a pelear por lo que quiere. Sin importar lo que cueste, él irá tras su meta. Es inherente en él.
– Pero él no… -Kelsa iba a explicar que Lyle no tenía que pelear por nada en relación a la herencia, pues ella iba a renunciar voluntariamente a todos sus derechos a ella.
Sin embargo, no tuvo oportunidad de terminar lo que había empezado, pues, para su sobresalto, la señora Hetherington comenzó a decir con hostilidad:
– Déjeme aclararle esto, señorita Stevens. Mi única preocupación al venir a verla es que no la quiero como nuera.
– ¡Nuera! -exclamó Kelsa, atónita.
– No quiero que sea la esposa de mi hijo -se lo explicó más claramente la señora.
– Pero… -balbuceó Kelsa, sin poder creer lo que oía-… Lyle no me ha pedido…
– Si sé algo de los Hetherington… y viví con uno durante cuarenta años… es que él lo hará. Tiene la mirada puesta en su fortuna y, al igual que su padre, estará dispuesto a casarse para obtenerla.
– Yo… -trató Kelsa de interrumpirla.
– Y, al igual que su padre -continuó la señora Hetherington-, se casará con la heredera de una fortuna. Pero usted no tiene ninguna necesidad de despertar una mañana, como lo hice yo, para encontrarse con la cruda verdad de que no sólo se casó su marido con usted por su dinero, sino que incluyó una amante en el trato. Ya se lo advertí y, además, no tiene usted necesidad de casarse con él por su dinero, ya que está en buena posición de decir que no. O, lo que sería una mejor alternativa, puesto que Lyle heredó el habla persuasiva de su padre, niéguese a tener nada más que ver con él.
Mirando con asombro cómo esa mujer dominante le explicaba todos los detalles, Kelsa supo de cuál de sus padres había heredado Lyle su carácter agresivo, que le había visto al principio. Pero mientras que en todo lo que le había lanzado su madre, había mucho que asimilar; Kelsa empezó a sentir una extraña inquietud acerca de Lyle, en especial cuando se le ocurrió que precisamente en ese mismo sitio, cuando él creía que ella era su hermana, se había mostrado agresivo y hostil. En cambio, cuando supo que no estaban emparentados, cambió y se volvió amable y considerado. ¿Había sido eso porque de inmediato él advirtió que, por lo tanto, ella era… ¡casadera!?
De pronto, su mente empezó a registrar lo que decía la madre de Lyle y, aunque quería discutirle que estaba del todo equivocada, no podía dejar de preguntarse si ella misma tal vez lo estaba. Sintiendo náuseas por los nervios, Kelsa experimentó una urgente necesidad de estar sola. Bruscamente, se puso de pie. Más que nanea en su vida, supo que tenía que estar sola para poder pensar.
– Gra… cias por venir a… advertirme, señora Hetherington -sugirió y para su alivio, la señora se puso de pie.
– Tengo su palabra… -empezó la señora a decir altaneramente.
Pero Kelsa, aunque tenía cierta cortesía innata, ya no pudo más y su ánimo, que había estado por los suelos, de pronto se levantó.
– Me temo que no -replicó suavemente, pero con firmeza. Con desesperación deseaba que la señora se fuera.
– Usted ya tiene dinero, así que no tiene ninguna necesidad de casarse con él para obtenerlo -reafirmó la señora bruscamente. Kelsa no quiso refutar el argumento, aunque vio que la señora Hetherington no estaba nada complacida; y para rematar, la mujer declaró con frialdad-: Y si está enamorada de él, ¡más tonta es! -con eso, salió arrogantemente y, al cerrarse la puerta, Kelsa se dejó caer en una silla.
Una hora después continuaba ahí, repasando una y otra vez cada palabra que habían intercambiado ella y Lyle. Y para entonces comprendió la tonta enamorada que había sido.
Instintivamente, trató de ser objetiva; pero cuando repetía y examinaba todo, había más incidentes que la hacían creer que la madre de Lyle tenía razón y que él la engañaba para alcanzar sus propios fines, y menos muestras de que él genuinamente la quería.
Sin embargo, en cuanto a la afirmación de la señora Hetherington de que él se casaría con ella para apoderarse del dinero que su padre le había dejado… y Kelsa contuvo el aliento al recordar lo mucho que Lyle necesitaba ese financiamiento… ella no podía creer que él fuera capaz de algo así.
Teniendo en cuenta lo rudo que lo había visto en más de una ocasión, tal vez lo concebía planeando comprometerse con ella, convencerla de que le traspasase los bienes a él… y luego, rompería el compromiso. Pero que en realidad él llegara al grado de casarse con ella… no; eso no lo concebía. Aunque… ¿acaso no había pensado ella misma si su padre se habría casado con su madre por su dinero? ¿No lo había dicho la misma señora Hetherington una hora antes? ¿Y no había dicho la tía de Lyle lo mucho que se parecía él a su padre? ¿Que estaba hecho en el mismo molde?
A la medianoche, sintiéndose agotada de tanto pensar, Kelsa llegó a la triste conclusión de que los hombres Hetherington eran capaces de hacer cualquier cosa por dinero… incluso casarse, si tenían que hacerlo.
Una vez más, recordó el dramático cambio que hubo en Lyle, en cuanto supo que no era su hermana. Ahora que lo pensaba, él había pasado de detestarla a conseguirle una copa de brandy. ¡Vaya que pensaba rápido! En cuanto descubrió que no era su hermana, le preparó una taza de té. En unos segundos, había cambiado de un hombre que no tenía tiempo para ella, a un hombre que encontraría el tiempo para ella. Ella no tenía que descubrir cómo encontró él tiempo de su muy ocupado día el miércoles para llevarla a ver a su tía.
Para cuando se acostó, en la madrugada del lunes, Kelsa estaba exhausta. Había repasado cada detalle muchas veces. Recordó cómo Lyle le había llamado para pedirle que no exprimiera a la compañía hasta que él pudiera conseguir el financiamiento… supuestamente para comprarle sus valores. Pero lo que más salía a flote en sus pensamientos era la forma en que él la había llamado, cuando creía que estaban emparentados; pero debió pensar con extrema rapidez cuando supo que no era su hermana. Kelsa escondió la cabeza bajo la manta… ¡Había sido un blanco muy fácil!
Despertó a las seis y su primer pensamiento fue para Lyle. Durante unos diez segundos, estuvo segura de que estaba completamente equivocada y que también la madre de él tenía una idea del todo errónea. ¡Era demasiado increíble para ser creíble! Pero luego, la cruda realidad la dominó. Cruda, porque Lyle había dicho que un hombre podía perder la cabeza por ella… pero él no había perdido la cabeza, ¿verdad? Todo el tiempo que la estuvo conquistando, debió de tener la mente muy clara. A diferencia de ella, que entonces y desde entonces había sido completamente estúpida. ¡Qué inexperta era! La dolorosa verdad era que él nunca perdería la cabeza por ella. ¡Si ni siquiera le gustaban las rubias! Con demasiada claridad recordó a la hermosa y elegante mujer que lo había acompañado la última vez que ella y Nadine habían cenado con su padre y, bruscamente, saltó de la cama.
Entró a la sala, invadida por los celos, porque aunque Lyle la había sacado a cenar una vez, no eran las rubias las que le gustaban, sino que siempre preferiría a las morenas.
A Kelsa todavía se le hacía difícil creer, que él iría tan lejos como casarse, para obtener el control del Grupo Hetherington. Luego, de pronto recordó algo más que le cayó como un golpe y le heló la sangre. Sus pensamientos regresaron al jueves pasado. Ese había sido el día siguiente a aquél en que fueron a ver a su tía Alicia… cuando la señora Ecclestone había confirmado que ella no era la hermana de Lyle, porque su medio hermana había muerto desde pequeña. Lyle había pasado por la oficina de Kelsa el jueves y, después de unas palabras, la había invitado a cenar esa noche. Ella, desde luego, había aceptado y había estado hechizada por el encanto de él toda la velada. Pero regresando a la mañana en la oficina, cuando Ramsey Ford vio a Lyle y le preguntó acerca de sus planes de expansión, Lyle le respondió: “Estoy trabajando en eso”, y teniendo en cuenta que él y Kelsa no estaban emparentados, había dicho: “Anoche pensé en una manera excelente de conseguir el financiamiento que necesito”.
Atónita, al darse cuenta de que ella debía ser tan ingenua como su madre, Kelsa comprendió que había llegado el momento de tomar una decisión. Puesto que, de todos modos, tenía la intención de transferirle toda su herencia a Lyle, no tenía importancia si él se casaba con ella por interés o no. Lo que estaba en juego era su orgullo y cómo se sentiría cuando, al enterarse Lyle de que toda la fortuna era suya, olvidara por completo sus promesas de: “Me comunicaré contigo cuando regrese”, olvidara que le envió flores, y su mensaje de: “¿Puedo suponer que estás pensando en mí como yo pienso en ti?” y, probablemente, la ignoraría por completo la siguiente vez que se encontraran en los corredores de Hetheringtons. O lo que sería peor, ejecutaría su amenaza de despedirla, en cuanto él estuviera al mando. Sin pensarlo más, la cuestión estaba resuelta para Kelsa.
No fue a trabajar y como a las nueve y diez telefoneó a la oficina y pidió hablar con Nadine.
– Nadine…-empezó.
– Te dormiste -supuso Nadine.
– No; no es eso -corrigió Kelsa rápidamente y habiendo tenido tres horas para pensar lo que iba a decir, continuó-: ¿Te importaría mucho si no trabajo el resto del tiempo, de mi aviso de renuncia?
Hubo un silencio atónito en el otro extremo de la línea y luego Nadine, para alivio de Kelsa, recuperó su acostumbrada serenidad.
– Suenas muy seria, Kelsa. ¿Tienes algún problema en el que yo te pueda ayudar?
– No, no es ningún problema -tuvo que mentir Kelsa-. Sólo es que… estuve pensándolo el fin de semana… y… me parece que es lo que debo hacer. Si tú puedes arreglártelas…
– Claro que puedo arreglármelas… o buscar ayuda de alguien, ¿pero estás segura…?
Pasaron otros cinco difíciles minutos hasta que, sintiéndose bastante mal al concluir su trabajo en Hetheringtons, por fin colgó la bocina.
Hecho esto, telefoneó al agente por medio de quien había rentado su apartamento, para rescindir su contrato, ya que había decidido regresar a Drifton Edge al anochecer. Sabiendo que el agente no tendría ninguna dificultad para volver a alquilar su apartamento, Kelsa lo encontró muy dispuesto a comunicarse con los de la mudanza y otros servicios.
– Con que me entregue usted la llave cuando termine, lo demás no será problema -le aseguró-. Si es que ya está cerrada la oficina, eche aquella en el buzón… etiquetada, desde luego -le recordó él.
Kelsa pasó una mañana y parte de la tarde muy ocupada, empacando las cosas que pudiera transportar en el coche y pensando en cómo había coqueteado brevemente con Londres, y se había quemado los dedos; y ahora, mientras todavía le quedaba su orgullo, se iba de ahí.
Pero una prueba de lo mucho que deseaba quedarse, fue cuando iba a tirar la canasta de flores de Lyle y encontró que simplemente no podía hacerlo. Tenía la mano sobre el asa de la canasta, cuando se quedó inmóvil. ¡Maldito!, pensó, furiosa, y odió a Lyle como se odió a sí misma, por ser tan vulnerable. Aun cuando sabía que esas flores eran una mentira, no podía tirarlas.
Todavía tenía algunas cosas que hacer, cuando se dio cuenta de que debía dejar lo que estaba haciendo, si quería llegar a tiempo a la cita que tenía a las cuatro y media con Brian Rawlings.
Había pensado irse directamente a Drifton Edge de la oficina de los abogados, pero el tiempo estaba en su contra y se fue a su cita, sabiendo que tendría que regresar al apartamento.
– Pase, señorita Stevens -le sonrió Brian Rawlings, dándole la mano cuando la secretaria la introdujo a su oficina-. Dígame, ¿en qué puedo servirle?
La cita fue más larga de lo que Kelsa planeó, pues, aunque ella creía que simplemente tenía que decir que no quería el legado y ya, Brian Rawlings parecía dispuesto a ponerle obstáculos.
– Tiene usted que estar muy segura -insistió él-. A lo que usted piensa renunciar es…
– No pienso señor Rawlings -dijo Kelsa con firmeza-; lo hago. Y estoy muy segura… Y… -no sabiendo mucho del aspecto legal, empezó a sentir pánico-… y nadie puede obligarme a aceptarlo, si no lo quiero.
– Pero el señor Garwood Hetherington quería que usted…
Así continuó la discusión media hora más, hasta que por fin Kelsa convenció a Brian Rawlings de lo inflexible de sus intenciones. Le dio su dirección y el teléfono de Drifton Edge, para el caso de que necesitara alguna firma o tuviera alguna duda y salió de la oficina para ir a su apartamento por última vez.
Ahí, terminó de empacar y después de llevar el último bulto a su coche, regresó al apartamento a echar un último vistazo. Estaba a punto de salir, cuando sonó el teléfono. Se acercó, sabiendo que sería la última vez que lo contestaría en ese domicilio, y alzó la bocina.
– ¿Hola? -dijo y por poco se desmaya al oír la voz de Lyle.
– ¿Me extrañas? -preguntó él con suavidad, haciendo que el corazón de Kelsa se acelerara tontamente, a pesar del antídoto de orgullo que había recibido. Lo único que se le ocurrió era que tenía que desengañar a este hombre, dueño de su corazón, de cualquier noción de que ella lo encontraba maravilloso.
– ¿Extrañarte? -repitió, y con una risita-: ¡Pero si sólo has estado ausente cinco minutos!
El silencio que siguió a esas palabras era tangible, pero el tono de voz de Lyle era sereno cuando preguntó, un segundo después:
– ¿Pasa algo malo, Kelsa?
– ¿Malo? -replicó ella-. ¡No, nada! Sólo estoy apurada para salir.
– ¡Tienes una cita! -se molestó él.
– Yo… no quiero tenerlo esperando -aprovechó ella y de inmediato recibió una letanía del Lyle Hetherington que conoció al principio, pues él, con la rapidez de un rayo, vociferó:
– ¡Asegúrate de no ofrecerle tu virginidad tal como me la ofreciste a mí! -Kelsa estaba con la boca abierta, cuando él colgó la bocina violentamente.
Un instante después, la furia invadió a Kelsa también, de lo cual se alegró, pues o era furia o eran lágrimas. ¡El muy canalla! ¡Cómo se atrevía a echarle eso en cara! Por su saludo de “¿Me extrañas?”, supuso que él todavía estaba en el extranjero. Pues dondequiera que estuviera… y cada vez estaba más segura de que estaba de vacaciones con alguna morena… lo único que le deseaba era que le sucediera lo peor.
Ese último estallido no hizo nada para tranquilizarla y Kelsa casi olvidó dejar las llaves al agente. Pero, una vez hecho eso, sintió el impacto del carácter concluyente de sus acciones, así que para cuando se detuvo frente a su casa de Drifton Edge, hubiera querido estar furiosa de nuevo.
Dolida por dentro, sabiendo que era la única manera, ese día cortó de tajo las oportunidades de volver a ver a Lyle alguna vez. Kelsa metió el coche a la cochera, diciendo que desempacaría al día siguiente.
Entró a su antigua casa, encendió la calefacción, hizo un par de cosas y luego fue a acostarse, para tratar de encontrar un poco de reposo mental. Sin embargo, su sueño no fue nada tranquilo y todavía estaba oscuro cuando el jueves se levantó y tomó una ducha; luego se puso un pantalón de mezclilla y un suéter.
Como de costumbre, Lyle dominó sus pensamientos mientras se cepillaba el pelo, en su alcoba. Su meditación se interrumpió cuando, en la quietud de la casa, de pronto sonó el timbre de la puerta.
Kelsa pensó que Len, el lechero, debió haber visto luz en la casa y venía a preguntarle si necesitaba una entrega. Presurosa, bajó corriendo por la escalera y abrió la puerta… sólo para quedarse con la boca abierta por la sorpresa, porque, sabiendo que ya había cortado todas las oportunidades de ver a Lyle de nuevo y suponiendo que todavía estaba en el extranjero, ahí mismo estaba parado en la luz que salía del vestíbulo.
Un Lyle Hetherington que no parecía nada complacido de verla, advirtió Kelsa, cuando habiendo esperado bastante para que ella dijera algo, atacó:
– ¡Supongo que tu visitante ya se fue! -espetó agresivamente.
– Él… -logró decir ella, al comprender vagamente que debía referirse a la supuesta cita que tenía-. ¡No se quedó a dormir! -replicó, con el corazón acelerado, atónita, cuando él, con el rostro sombrío, dio unos pasos.
– Quiero hablar contigo -ordenó él bruscamente y, antes que ella pudiera detenerlo, la empujó y entró al vestíbulo.
– ¿Por qué no pasas? -preguntó ella ásperamente, pero cuando él se volvió y la fulminó con la mirada por su sarcasmo, Kelsa supo que él era de nuevo el bruto con el que había lidiado al principio. Sin tener la menor idea de por qué él estaba de regreso en Inglaterra, ni por qué la vino a visitar, lo único que esperaba era que ella no terminara dándole una bofetada por segunda vez.