CAPÍTULO IX

El viernes, Jennifer llegó a la conclusión de que nunca había tenido unas vacaciones tan desastrosas como estas.

Se sentía tan deprimida que pensaba que nunca sería capaz de recuperarse. No conseguía conformarse con el hecho de que Ryden podía odiarla tanto. Ni siquiera se molesta en comprobar si en realidad correspondía a esa imagen monstruosa que había hecho de ella.

Jennifer decidió que no se rendiría. Vio que tendría que reunir todas sus fuerzas para salir del fondo en el que se encontraba. El primer paso era no pensar en nada relacionado con Ryden, resultó ser una tarea casi imposible.

Como la rodilla mejoraba cada día, pronto iba a encontrarse en plena forma física por completo. Lo más difícil era sobrevivir al fin de semana porque el lunes terminaba sus vacaciones y tendría que volver a tomar el ritmo de su vida. No tendría mucho tiempo para quedarse ociosa pensando amargamente en Ryden.

”Aun así, pensó, no tendré la rodilla lo suficientemente recuperada para empujar los pedales del coche, tengo que…"

– El coche! – Gritó en voz alta.

Tantas otras cosas le había preocupado en ese período, que se había olvidado por completo que había dejado el coche en Londres.

Jennifer pasó media hora tratando de convencerse de que no era tan grave y que no necesitaba el coche. Estaba dispuesta a dejar el coche allí para no tener que hablar con Ryden nuevo.

Sin embargo, finalmente tuvo que reconocer que algunos problemas se habían quedado sin resolver. Lo principal era llegar a la oficina de Laffard a las nueve de la mañana. Aunque el pueblo de Stanton es un lugar muy agradable, había algunos inconvenientes: estaba lejos de la ciudad, el servicio de transporte era prácticamente inexistente. Por lo tanto, una persona necesitaba para vivir su propio transporte. No había otra manera, por mucho que quisiese evitarlo, se vería obligada a contactar con el odioso hombre.

A media tarde, Jennifer no había llegado a ninguna conclusión acerca de cómo hacerlo. Volver a hablar con él volvería a abrir las heridas aún no cicatrizadas, como resultado de la última conversación que tuvieron, se resistía a pasar por eso otra vez. Entonces recordó que una vez había mencionado que enviaría a alguien a entregarle el coche y se acercó a la ventana, esperando un milagro.

Se dio cuenta que la fijación por Ryden disminuía su capacidad de razonar, cuando unos minutos más tarde, se le ocurrió una solución muy simple.

Unos segundos después, marcó el número de Kilbane Electronics, que había logrado a través de la guía telefónica.

– Me gustaría hablar con el Sr. Noel Kilbane, por favor.

Estaba nerviosa mientras esperaba, temerosa de que la secretaría le pusiese con Ryden. Se quedó halada, pensando en esta posibilidad. Sin embargo, la suerte parecía querer ayudarla. La secretaria le informó que Noel no estaba en la oficina. – Si lo deseaba, puede dejarle un mensaje, pero creo que iba a reunirse al final de la jornada. Es poco probable que vuelva por aquí.

– Tratare de encontrarle en su casa más tarde – Jennifer mintió.

Pasó horas quebrándose la cabeza para encontrar otra solución. Lo más probable es que Ryden hubiera olvidado la promesa que le había hecho, y estaría camino de Broadhurst Hall esa noche. Si no actúa rápido, no se tomarían medidas hasta el lunes por la mañana.

De repente, se le ocurrió la idea de que quizás Noel había decidido tomar una ducha antes de reunirse con Gipsy. Poco antes de las siete, llamaba a la telefonista para saber el número de su piso de Londres.

Para su alivio, logró que la atendieran. Sin embargo, se quedó inmóvil cuando se dio cuenta que no era la voz de Noel.

– Hola! Hola! – Ryden repite varias veces, intensificando, el tono irritado.

– Aquí está… Jennifer – dijo ella, impulsiva. – Quiero hablar con Noel.

Él respondió sarcasticamente:

– Decepcionada no oír su voz, querida? Mi hermano se fue en medio de una reunión para tener más tiempo para encontrarla.

– Bueno, debe haber tenido mucho tráfico. Es me he olvidado pedirle a Noel que me traiga mi coche y estaba llamando para recordar…

– ¡Ah! Esto significa que los dos todavía encuentran tiempo para hablar? – Ryden se echó a reír – ¿Será en los intervalos?

Jennifer no esperó más.

– Adiós, Ryden. – Colgó el teléfono.

Sin embargo, él no la escuchó porque había colgado en primer lugar.

Cómo no conseguía pensar en otra cosa, Jennifer se fue a comer algo, tratando de encontrar una manera de llegar a la oficina el lunes.

A la mañana siguiente, todavía no había encontrado una respuesta, cuando, bajó las escaleras, escuchó un coche aparcando en frente de la casa. Al contestar a la puerta, tuvo la sorpresa más grande de la vida.

Allí estaba su coche, seguido por el de Ryden, que tenía los ojos fijos en ella. Estaba tan nerviosa que casi se olvidó de saludar a la Noel.

– Hola, amor – le saludó.

Cuando él se bajó para besarla, Jennifer se dio cuenta de que quería continuar con la farsa.

– Entren un poco. – Lo llamó, dando un paso hacia atrás. Llegó a la conclusión de que Ryden se habían reunido para dar un paseo con su hermano, probablemente, hacia Broadhurst Hall.

Ryden entró en la habitación sin decir nada y Jennifer les invitó a sentarse.

– ¿Queréis un café? – Les ofreció, deseosa de ocultarse en la cocina para pasar el efecto del choque.

Sin embargo, Noel interrumpió sus planes.

– Déjame ir, tienes que conservar tus fuerzas al máximo. Siéntate y estate quieta que enseguida vuelvo. – Diciendo esto, se fue directo a la cocina, mostrándose familiarizado con el diseño de las habitaciones, como si viviera allí.

Este hecho no pasó desapercibido a Ryden, quien puso una expresión de descontento.

Jennifer no tuvo más remedio que aceptar. Durante unos segundos, se hizo un incómodo silencio, era obvio que Ryden no estaba satisfecho con la compañía. Sin embargo, fue él quien lo interrumpió.

– Y la pierna? Espero que no estemos importunándote en los momentos más impropios.

Ella pensaba que el amor estaba lleno de contradicciones. Parecía que cuando el tiempo no pasaba cuando no lo veía, ahora al escuchar su comentario sarcástico, en referencia a esa noche en el piso de Londres, quería matarlo.

– No te preocupes, siempre estoy en forma.

– ¿Dónde está nevera? – Noel apareció en la puerta de la cocina, intrigado.

Todavía enojada con las provocaciones, contestó sin pensar:

– ¿Qué nevera? Nunca he tenido una.

De repente se dio cuenta de la mirada desconcertada de Ryden, dándose cuenta de que Noel, supuestamente un visitante muy frecuente, nunca se había dado cuenta de la falta de un objeto tan voluminoso. Sobre todo teniendo en cuenta que el ama de casa estaba herida y debería haber entrado en la cocina varias veces para preparar un té o algo así.

– La leche está siempre en la despensa si eso es lo que quieres. – En cuanto a Ryden, Jennifer rápidamente cambió de tema, con la esperanza de que no se diera cuenta del desliz. – Decidieron no ir Broadhurst Hall la noche anterior?

– Ya ves, ya son dos viernes seguidos.

– Debe tener cuidado de no convertirse en un hábito. Jennifer sonrió cuando Noel entró con una bandeja de café, pero cambió de expresión para recibir la taza de sus manos.

– ¿Azúcar?

A diferencia de su hermano, Ryden sabía muy bien que no le gustaba el té ni el café endulzado.

– Todavía quiero un poco adelgazar mas en la cintura y tengo un par de semanas más de la dieta. – Ella oró para que la mentira no se descubriese. – ¿A qué hora sale tu vuelo, Noel?

Ellos intercambiaron una mirada de complicidad y Jennifer se fue calmando, mientras que su amigo habló sobre los planes de viaje y dijo que sentía no poder de verla en toda la semana. Sin embargo, con la mayor delicadeza en el mundo, añadió:

– Pero no te preocupes, voy a hablar contigo todos los días, para qué existe el teléfono, querida?

Jennifer sonrió. Luego, como para despejar los lapsos anteriores, lo que indica que no la conocía tan bien como se suponía, Noel dejó la taza sobre la mesa y propuso que se reuniesen durante todo el fin de semana.

– No necesitarás el coche hasta el lunes, ¿puedo guardarlo?

– Por favor, ¿sabes dónde está el garaje?

Cuando salió Noel se sentía a gusto, pero en cuanto se encontró a solas con Ryden, le dijo sin problemas.

– Gracias por seguir aquí Noel. Fue bueno que me trajo el coche, lo necesitaba para trabajar la mañana del lunes. Con el servicio de autobuses tan pobre como el que tenemos en Stanton Verney, no podía…

– ¿Qué? – Ryden explotó. – Todavía no puedes trabajar! Mirate, ni siquiera puede caminar sin bastón. ¿Cómo crees que vas a estar de pie durante horas, en una feria?

Jennifer estaba indignada, sintiendo que su responsabilidad por el accidente no le daba derecho a inmiscuirse en su vida.

– Resulta que no voy a trabajar en ninguna feria.

– No me digas que encontraste algo más lucrativos? Una ocupación más amena, tal vez, donde esté en una posición mas cómoda…

Jennifer tuvo que aferrarse para no atacarlo.

– ¿Y si te dijera que es una oficina?

– ¡Oh, por supuesto! ¿Y qué preparación tienes en ese ramo?

– Suficiente.

– No ibas a durar un día en el trabajo. Además, ¿quién en su sano juicio te contrataría?

– Porcelanas Laffard, por ejemplo. ¿Satisfecho?

– Creo que vives de pequeños trabajos, como ese.

La puerta se abrió y entró Noel. Ryden inmediatamente se levantó para irse. Mientras tanto, Jennifer consideró que no había dicho nada en esos pocos minutos que pudieran dejar a su amigo en la estacada. Llegó a la conclusión de que no había nada malo en el hecho de que Gypsy tratara de conseguir un trabajo temporal, hasta que se recuperara para tener el trabajo normal.

– Nos vemos más tarde – Noel se despidió, dándole un beso en la mejilla.

– No puedo esperar. – Ella sonrió, ansiosos por que partieran. Sin embargo, incluso antes de oír el rugido del motor, se había olvidado de las burlas de Ryden, y murió de nostalgia por él.

El domingo, Jennifer se despertó y fue al garaje a encender el coche. Fue frustrante que admitir que Ryden tenía razón. En el momento de presionar el acelerador, un estremecimiento de dolor le recorrió la columna vertebral y se dio cuenta que no iba a ir ninguna parte, el lunes, con seguridad, ni en los próximos días.

Esa tarde llamó por teléfono a la casa de su jefe. Por la satisfacción de su jefe al escuchar su voz, llegó a la conclusión de que las cosas no iban muy bien con la sustituta en la oficina.

– Por favor, Jennifer, cuando se tome unas vacaciones, le ruego que deje una dirección donde se la pueda encontrar.

– Pero esa exageración… Estoy segura de que Angela se esforzó por hacer lo mejor posible – respondió ella, perdiendo el valor para decirle la verdadera razón de la llamada.

– Si esto es lo mejor que puede hacer, no quiero estar cerca cuando el peor – Sr. Beckwith, dijo, bromeando, feliz al pensar que al día siguiente se desharía del la novata. – Casi mandé un mensaje por radio, pidiéndote que volvieras. Por cierto, te divertiste lo suficiente?

– Para ser sincera… – Jennifer respiró hondo, se levantó el coraje para contar toda la historia.

Unos minutos más tarde, colgó aliviada. El Sr. Beckwith había estado tan aterrorizado ante la perspectiva de tener que soportar por más tiempo a Angela que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para evitar que esto sucediera.

– Iré a buscarla personalmente – dijo.

El jefe cumplió su palabra, y a las ocho y media en punto el lunes, llamó a la puerta de la casa. Él era muy ingenioso y muy pronto consiguió hacerla sonreir. Jennifer estaba feliz por volver al trabajo. Sin embargo, la esperanza de sacudir los pensamientos de Ryden, manteniéndose ocupada, se fustraron de inmediato.

Siendo el brazo derecho del Sr. Beckwith, se mantenía la siempre muy despierta para ser capaz de responder rápidamente a cualquier pregunta.

El martes se complace en ver que, aunque el Sr. Beckwith se mostrase preocupado por su dificultad para moverse, la euforia del día anterior había pasado y no le prestaba tantos cuidados. Aprovechó para escapar un poco. Tomó su bastón y dijo que necesitaba unos papeles y fue a buscarlos para hacer un poco de ejercicio.

El Sr. Beckwith se levantó al mismo tiempo, ofreciendose a hacer el trabajo, porque tenía que intercambiar algunas palabras con John Taylor, el director de ventas.

– Además, tengo que hacer más ejercicio que usted – sonrió, señalando el vientre voluminoso.

Sin embargo, como el jefe se demoraba demasiado, Jennifer, que necesitaba con urgencia los papeles para continuar el trabajo, pensó que podía ir y volver antes de su llegada. Ya iba a salir cuando el señor entró Beckwith.

– Perdón por la demora, John no estaba en su oficina. – Al colocar los papeles sobre la mesa, había una expresión de satisfacción en su cara, Jennifer esperó para saber la razón. – Por eso, cuando sonó el teléfono, se decidió a atenderlo porque podría ser un cliente. Y así fue.

Jennifer sabía que él había conseguido un buen pedido, no podía aguantar para darle la noticia. Probablemente había encontrado divertido jugar al gerente de ventas, cuando en realidad, era el dueño de todo.

Sin embargo, ese día, la miró varias veces de forma extraña, con un aire de admiración, que la llevó a pensar que la satisfacción de tenerla de vuelta no se había enfriado todavía.

No fue hasta el martes que se dio cuenta de esa mirada sospechosa. El viernes, después de terminar un expediente, el Sr. Beckwith la observaba con el mismo brillo en sus ojos mientras arregla la mesa para salir. Jennifer comenzó a pensar que debía pedir un aumento, si no se acostumbran a su retorno. Sabía que estaba más que cualificada para ganar más, aunque en los últimos días, de tanto pensar de Ryden, su trabajo no había rendido como antes.

El recuerdo de los momentos en que la agresividad había desaparecido y Ryden la había besado con pasión y deseo, insistían en regresar con toda claridad. No se podía imaginar cual sería la reacción de Ryden al conocer la verdad. Tal vez si se hubieran conocido en otras circunstancias, correspondería a su amor.

El sábado, al igual que todas las mañanas cuando se despertaba, Jennifer se propuso no pensar en ello. Se estaba tomando un baño, jurando que esta vez sería capaz de mantener su promesa.

Se sentía mucho más contenta al ver que, al estar libre de la venda, podía utilizar de nuevo los pantalones. Se movía con más facilidad ahora que el día anterior, no necesitaba del bastón. Sin embargo, bajó las escaleras con cuidado.

En cuanto tomó el café, decidió que el domingo que haría otro intento de conducir. Tal vez la suerte estuviese de su lado y podría llamar al Sr. Beckwith, para que no fuera a buscarla.

Como aún no se encontraba en plena forma, se tomó un tiempo para arreglarse, pero a las diez estaba lista y decidió aventurarse a ir de compras.

Se asustó, cuando estaba con la bolsa bajo el brazo, casi en la puerta y alguien llamó. La mayor sorpresa fue al abrir, se enfrentó a la última persona que esperaba encontrar.

– Qué rapidez – Ryden señaló, los ojos grises sin la hostilidad habitual.

– Es que me iba – anunció con voz temblorosa.

Se dio cuenta de la insinuación, pero no se movió.

– ¿Y la rodilla?

– Mucho mejor, gracias. – No se podía imaginar una razón para su presencia allí. Así que pretendía hacer algunas compras en el pueblo.

Ryden, una vez más la sugerencia de que ella no tenía tiempo para estar conversando.

– Stanton Verney es un pueblo muy bonito.

De repente, Jennifer volvió en sí. El corazón empezó a latir más rápido cuando se dio cuenta de que la visita no podía ser de tipo social. Sabía que no entraba en las maneras de Ryden andarse con rodeos, y dedujo que lo sabía todo. Seguramente, Noel le contó todo y ahora estaba tratando de encontrar las palabras adecuadas para pedir disculpas.

– También lo creo – estuvo de acuerdo, disimulando la emoción. Debía estar siendo difícil para Ryden retractarse, aunque tantas veces saborease el momento de la venganza, ahora, tal vez debido al amor que sentía por él estaba apenada.

– Pero no has venido aquí para hablar acerca de dónde vivo o cómo lo estoy pasando no, Ryden? – Trató de echarle una mano.

Durante unos segundos, el tiempo pareció detenerse. El corazón le latía tan fuerte que casi no respiraba bien.

– Tienes razón. – Ryden metió la mano en el bolsillo poco a poco. – Es que mi madre se preguntaba cómo estabas arreglándote sola. Le advertí que no había que preocuparse, pero fue en vano.

Jennifer recibió estas palabras como un chorro de agua fría de nuevo se había comportado como una tonta! Se dio cuenta de que habría sido imposible que Noel le informara de algo, ya que sólo volvería de París al día siguiente y no había resuelto la situación con Gypsy.

Ryden continuó:

– Ella quiere ver con sus propios ojos que te encuentras bien, me pidió que viniese a buscarte para que tomaras un café con nosotros.

– Esta es una invitación para ir a tu casa? – Jennifer lo miraba, perpleja.

– Exactamente. – Sonrió.

Sin embargo, Jennifer ya había recuperado la lucidez suficiente para darse cuenta de que la invitación no partía de él sino de su madre, con quien había estado de acuerdo sólo por respeto. Se entristeció mas al ver que no era por su causa que Ryden estaba allí.

– ¡Oh, que amabilidad! – Bromeó, incapaz de controlar la irritación.

– No entiendo. – Ryden le lanzó una mirada sospechosa.

– No acostumbras a entender muchas cosas, realmente. Harías cualquier cosa para mantenerme lejos de Noel, pero desde que está en Francia, decidiste hacer realidad los deseos de tu madre, viniendo aquí lleno de sonrisas y bromas, pidiéndome que vaya a tu casa. – Jennifer se dio cuenta de que gritaba y de que pronto todo el barrio estaría en las ventanas para ver lo que pasaba.

– Ah, eres fuego, ¿eh, Jennifer? – Ryden no se alteró.

Siempre descubriendo nuevos detalles de tu personalidad…

Al verle sonreír de nuevo, estuvo a punto de decirle que todavía le quedaba mucho por descubrir sobre ella, pero se contuvo. Sin embargo. Ryden no esperó a que hablase y siguió burlándose.

– Parece que no obtuve mucho éxito en mantener lejos a mi hermano, ¿no? Estoy seguro de que la línea entre París y Stanton se mantuvo ocupada durante toda la semana.

– ¿Qué hay de extraño?

No le gustaba mentir, pero ahora quería volverse atrás. No se pudo entender la expresión de Ryden, porque él miró al suelo, sin embargo, pensó que estaba perturbado por la respuesta. Un instante después, él la miró.

– Supongo que sí te llamó la noche anterior.

Confundida, sin saber qué decir, sonrió tímidamente.

– No es necesario, yo mismo lo llamó a París.

Se sorprendió con la mentira tan evidente que acababa de decir, y tenía miedo de la reacción de Ryden. Estaba segura de que en cualquier momento recibiría una respuesta agresiva y no esperó a oírla, porque eso arruinaría su fin de semana.

– Realmente necesito irme. Da las gracias a tu madre de mí parte, pero no puede ir. Dile que la rodilla está bien y casi ni molesta. – Se acordó de algo y se entró un minuto. – va a sabes que es verdad, cuando le devuelvas esto. – Y le entregó su bastón.

Ryden no se movía. Temerosa de no ser capaz de mantener esa mirada durante más tiempo, Jennifer no tuvo más remedio que tomar la iniciativa. Corrió hacia él, lo que le obligó a alejarse. Así que, decidida, cerró la puerta de la casa.

Ella lo vio dirigirse al coche y tirar el bastón en el asiento trasero. Al darse cuenta de que Ryden se había resignado a no llevarla con él, sentía una mezcla de alegría y decepción. Fue por poco tiempo, en lugar de entrar en el coche, se dirigió hacia ella. El único motivo que tenía, pensóJennifer, Ryden era que quisiera decirle adiós. Con la mayor calma le quitó la bolsa del brazo y dijo.

– Vamos, te llevaré hasta el pueblo.

Al darse cuenta de que un vecino estaba en la ventana, Jennifer pensó que lo mejor era aceptar, evitando así un escándalo. Entonces sintió el brazo fuerte de Ryden tirando de ella hacia el coche.

– Buenos días, señora Mason – saludó con una sonrisa, pensando que no podía decir qué era peor: la aparición prematura de vecinos o las libertades que Ryden se había tomado con ella.

Todavía perpleja por descubrir la razón de esta repentina amabilidad cuando vio Ryden pasar junto a la tiendas y salir a la carretera para Comberford. Sería perder el tiempo mandarle que se detuviera, suspiró.

– Sólo una taza de café y después me traerás de vuelta a casa inmediatamente.

– Bueno, usted es quien manda… – Él se burló.

– ¿Por qué ahora? Sabía que sólo aceptaría porque no tenía otra opción.

– Puede que no lo estés disfrutando, pero te conozco lo suficiente como para saber que no se lo demostrarás a mis padres.

En otro momento, Jennifer se hubiera sentido halagada por los comentarios de esta naturaleza procedentes de Ryden, sin embargo, su mecanismo de defensa se encontraba más activo.

– Piensas que lo sabe todo sobre mí, ¿eh?

– Como ya te dije – que comenzaba a perder la calma – cada día descubro más…

Se quedaron en silencio durante unos segundos y luego cambió de tema.

– ¿Cómo fue tu trabajo la semana pasada?

– Todo lo contrario de sus expectativas. El Sr. Beckwith, que resulta ser el propietario de la fábrica de porcelana Laffard, estaba tan contento con mi trabajo que me pidió que me quedara una semana más.

– Vaya, así que debe ser que necesitan una sustituta. El empleado al que sustituyes se fue de vacaciones?

Su respuesta hizo enojar.

– Es en esta época del año muchas personas se van de vacaciones.

– ¿Te gusta ese tipo de trabajo?

– Prefiera las ferias – mintió, innecesariamente, porque no sabía nada sobre ese tema.

Ryden la miró como si hubiera esperado una reacción, aparcando bajó para ayudarla.

Jennifer intentó deshacerse de aquellas manos que la aseguraban como si él tuviera miedo de verla huir antes de que la sra. Kilbane apareciese. Fue imposible, Ryden sabía ser insistente.

Más una vez que se resignó, con la certeza de que él no tenía la menor idea de lo que el contacto le causaba. Mientras la conducía por el pasillo, trató de concentrarse en mantener el rostro sereno para encontrarse con la encantadora Verónica.

Ryden todavía la sujetaba con fuerza, abrió la puerta de la sala de estar.

Jennifer se quedó atónita. El que estaba dentro no era la señora Kilbane.

– No he recibido la llamada telefónica que me pediste que contestase – Noel dijo, volviéndose hacia ellos.

Jennifer pensó que se desmayaría, y sólo después de cerrar la puerta, Ryden la soltó.

– Pensé que estabas en Francia.

La mirada atónita de Noel siguió unas veces a ella, otras veces a su hermano, como si él también hubiera sido tomado por sorpresa. Finalmente se levantó y, mirando Ryden, dijo:

– El viaje tuvo que ser pospuesto de nuevo, desde que el Sr. Ducret sufrió una recaída. No he salido de Inglaterra esta semana.

– No has pa… – Perpleja, Jennifer comenzó a tartamudear. Sintió que Ryden la estaba mirando y se acordó de que hacía minutos, afirmó haber hablado con Noel en París.

Poco a poco, se atrevió a enfrentarlo. Si había alguna esperanza de que la mentira pasara desapercibida, se deshizo de inmediato. Por la expresión de su cara, Jennifer podía ver que él recordaba cada detalle y no parecía contento de haber sido engañado.

Ryden puso las manos en las caderas:

– ¿Alguno de ustedes me puede explicar lo que está pasando?

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