Nueve

Nicole entró en casa y se la encontró llena de adolescentes. Había varias chicas sentadas en el sofá y unos chicos en el suelo. Había libros abiertos, apuntes esparcidos, patatas fritas, refrescos, un par de bolsas de galletas y rumor de conversaciones.

Ella se detuvo en seco, sin saber qué pensar de la invasión. Raoul se había mudado a su casa, así que tenía sentido que sus amigos pasaran por allí a verlo. Le resultaba extraño, porque Jesse nunca había llevado a sus amigas.

– Hola -dijeron algunos de los chicos.

– ¿Ha traído magdalenas glaseadas? -preguntó un adolescente.

Nicole sonrió.

– No, pero mañana traeré.

– Muchas gracias.

Raoul se puso en pie rápidamente y la siguió hasta la cocina.

– ¿Debería haberte preguntado si podía invitarlos?

– No, no te preocupes. Pero rigen las mismas normas. Y nadie puede bajar al sótano ni subir a las habitaciones. Ni siquiera Brittany.

Él sonrió.

– ¿Qué es lo que te preocupa?

– Ya sabes exactamente lo que me preocupa. No va a suceder. Nadie va a tener relaciones sexuales en esta casa.

Él arqueó las cejas, y Nicole suspiró.

– Ni siquiera yo. ¿Está claro?

– Sí, señora -dijo Raoul, sonriendo mientras hablaba. Después, la sonrisa se le borró de los labios-. Gracias por acogerme, Nicole.

Ella se encogió de hombros.

– Nos entenderemos. Vamos, vuelve con tus amigos. Diles que lo dejen todo recogido, o me enfadaré de verdad. Y hazme caso, eso no les gustaría.

Él sonrió de nuevo.

– Eres la mejor.

– Ya lo sé.

Tomó una lata de refresco y subió a su habitación. Al pasar por delante de la habitación de Jesse, se quedó pensando en lo difíciles que habían sido las cosas siempre entre ellas dos. ¿Cómo era posible que su hermana pequeña hubiera llegado a odiarla tanto como para engañarla con Drew? Al fin y al cabo, eran familia. ¿Acaso eso no contaba para nada?

Parecía que no, pensó Nicole mientras contenía las lágrimas. Y, aunque ella quisiera tanto a Jesse, tenía la sensación de que nunca iba a poder perdonarla. No por lo que había hecho, sino porque era evidente que no le importaba nada, que no se había preocupado de a quién hacía daño.

– Ya es suficiente -murmuró Nicole, y se dio la vuelta.

Había terminado de sufrir y de preocuparse por algo que no tenía arreglo. Mientras seguía caminando por el pasillo, oyó unas carcajadas en el piso de abajo. Era un sonido agradable, y se notó más animada. Siempre debería haber risas en una casa.


Cuando se cerró la puerta por octava vez, Nicole bajó al salón. Se preparó para encontrarse un desastre, pero todo estaba muy limpio. Había que pasar la aspiradora por la alfombra, pero aparte de eso, los envoltorios, las latas y otros restos habían desaparecido.

Impresionante. Fue hacia la cocina para darle las gracias a Raoul. Estaba resultando ser un chico de lo más…

Se detuvo en seco al ver que él había envuelto una pechuga de pollo hervida en una bolsa para sándwiches y que se la metía al bolsillo del pantalón.

Nicole se quedó muy sorprendida.

– ¿Raoul? -preguntó suavemente, para no asustarlo.

Él se volvió con una cara de culpabilidad tan evidente que Nicole supo que no se estaba llevando el pollo por si tenía hambre más tarde.

– ¿Qué? -preguntó.

– Nada -dijo él.

– Tienes pollo metido en el bolsillo. ¿Qué sucede? -interrogó a Raoul, intentando pensar en las posibles respuestas de aquella pregunta-. Hay otro chico, ¿verdad?

Juró en silencio. Un adolescente mayor de edad era una cosa, pero ¿otro chico? No tenía sitio en casa sin vaciar la habitación de Jesse y, a pesar de todo, no estaba lista para eso.

– No. No es eso -respondió Raoul rápidamente.

– Entonces ¿qué es?

Raoul agachó la cabeza.

– Hay una perra callejera que… bueno, le he estado dando de comer.

Nicole ni siquiera se sorprendió. Una perra. Claro, ella era un imán de responsabilidades.

– No podía dejar que se muriera de hambre -prosiguió Raoul-. Así que le he estado llevando comida. Normalmente le compro comida para perros, pero se me ha terminado y no he podido ir al supermercado -explicó. Se sacó el pollo del bolsillo y preguntó-: ¿Lo dejo en su sitio?

– ¿Qué tamaño tiene? -preguntó Nicole.

– ¿Qué?

– ¿Qué tamaño tiene la perra?

– Pesará unos siete kilos. Es muy buena. La he llamado Sheila. En australiano significa chica -dijo él. De repente, parecía que tenía ocho años, no dieciocho.

– Ve a buscarla -dijo ella con un suspiro-. Tráela, pero tendrá que quedarse en el garaje hasta que pueda llevarla al veterinario mañana, para vacunarla y desparasitarla. Además, una mascota exige ser responsable. Tendrás que darle de comer, preocuparte de que haga ejercicio y limpiar el jardín. Si piso una caca de perro cuando salga a la calle, me voy a enfadar mucho, ¿entendido?

Raoul la abrazó hasta que la dejó sin aire en los pulmones. Después la soltó y sonrió.

– ¡Eres la mejor!

– Esa soy yo. Santa Nicole.

– Yo me ocuparé de todo. Ni siquiera sabrás que está aquí.

Ojalá fuera cierto.

– Ve a buscarla.

– Ahora mismo.

– Espera -dijo ella, y se sacó del bolsillo del pantalón un par de billetes de veinte dólares-. Pasa por una tienda para mascotas. Cómprale comida para perros, una cama, un collar y una correa.

Él sonrió.

– Gracias.

Ella le hizo un gesto para que se fuera.

– Oh, espera. Deja el pollo en la nevera.


Sheila tiene buena salud -dijo el doctor Walters, el veterinario, que era tan joven que seguramente acababa de salir de la universidad-. Tiene más o menos dos años.

Sheila era un montón de pelo revuelto con unos ojos enormes y una personalidad muy sociable. Nicole nunca había pensado en tener un perro, pero ahora que la tenía, aunque fuera de Raoul, se estaba acostumbrando a la idea.

– Parece que está enseñada -dijo-. No ha mordido, y le gusta jugar. Además, come mucho.

– Típico de un perro callejero -confirmó el veterinario-. Tendrá que medirle las raciones de comida, o engordará.

– Engordará todavía más.

– No, no es que esté gorda -dijo el doctor Walters, mientras acariciaba a la perra, que estaba sentada en la camilla-. Está preñada. Yo diría que le faltan dos o tres semanas.

Siguió hablando. Nicole veía que sus labios se movían, pero no podía oír las palabras.

¿Sheila estaba embarazada? ¿Incluso la perra iba a tener una familia propia? Claire, Jesse… ¿y la perra también? ¿Acaso era justo?

Nicole se echó a llorar. Ella también quería tener familia. Quería pertenecer a una familia, y que la quisieran, y tener hijos. Pero ¿iba a ocurrir eso? Noooo.

– ¿Señora Keyes? ¿Nicole? ¿Se encuentra bien?

– Estoy bien -murmuró ella-. No me haga caso.

El doctor Walters le acercó una caja de pañuelos de papel con expresión de incomodidad. Ella tomó un par y se secó los ojos, y después intentó sonreír.

– No pasa nada -repitió-. Es un ataque de emoción que no tiene nada que ver con usted ni con Sheila. Continúe. Me estaba diciendo que va a parir dentro de unas semanas.

– Ah, exacto. Debe tener cuidado con lo que le da de comer. Seguramente, también lleva atrasadas las vacunas, pero esperaremos hasta que hayan nacido los cachorrillos.

– Muy bien. Perfecto. Pero supongo que puedo bañarla, ¿no?

Porque, por muy mona que fuera Sheila, olía mal.

– Claro. Podemos hacerlo nosotros. Déjela aquí y venga a recogerla más tarde.

Nicole asintió.

Poco después, llegó a casa de Wyatt y llamó a la puerta. Cuando Claire abrió, ella se echó a llorar otra vez.

– ¿Qué te pasa? -preguntó su hermana, arrastrándola hacia el interior-. ¿Qué sucede?

– Nada, nada -dijo Nicole mientras se dejaba caer sobre el sofá-. Es una estupidez. Sheila está embarazada.

– ¿Quién es Sheila?

– Una perra. La he llevado al veterinario y está preñada -dijo, y derramó más lágrimas-. Todo el mundo está embarazado menos yo. Quiero tener una familia. Siempre he querido tener una familia. No con Drew, sino con alguien bueno. Pero eso no va a suceder, y ahora, hasta la perra está embarazada. Además, creo que he asustado al veterinario echándome a llorar en su consulta.

– Lo superará. ¿Cuándo has adoptado una perra?

– Ayer. El veterinario es un jovenzuelo, y me he echado a llorar cuando me ha dicho que Sheila estaba embarazada.

– Eso hará que entienda que las mujeres somos criaturas complejas. Es una lección que todo hombre debe aprender, y cuanto antes, mejor.

Nicole lloró y rió a la vez, lo cual no era fácil. Después, le entró hipo.

– Estoy muy disgustada.

– No lo estés. Conocerás a alguien, Nicole. A alguien estupendo.

Nicole se dio cuenta, en aquel momento, de que todavía no había compartido las buenas, aunque falsas, noticias.

– Estoy saliendo con alguien -dijo-. Es un tipo estupendo. No tienes por qué sentir lástima por mí.

– No siento lástima por ti -dijo Claire, y se quedó desconcertada-. ¿Estás saliendo con alguien?

– Es algo posible. A los hombres les resulto atractiva.

– Ya lo sé. Lo que no sabía era que estabas lista para empezar a salir con alguien. Me parece muy bien.

Nicole todavía se sentía temblorosa, y disgustada, y en aquel momento, además, estaba a la defensiva.

– Es increíble. Un hombre guapo y divertido, con un cuerpo de ensueño. Da clases de fútbol americano en el instituto, y antes era jugador profesional. Se llama Eric Hawkins. Hawk.

– ¿Estás saliendo con un hombre? -repitió Claire-. ¿Y no me lo habías contado?

– He estado muy ocupada. Yendo a ver un par de partidos del equipo del instituto, llevándoles galletas y magdalenas a las proyecciones que hacen los domingos… y Hawk y yo hemos salido -explicó Nicole, sintiéndose un poco culpable por no habérselo contado antes a Claire-. Iba a decírtelo.

– ¿Cuándo?

– Pronto.

Irónicamente, había empezado aquella relación con Hawk para demostrarle al mundo que estaba perfectamente. Era difícil que el mundo lo supiera si ella no lo contaba.

– Entonces ¿te gusta? -preguntó Claire.

– Sí.

– Me alegro mucho por ti.

– No parece que estés muy contenta.

– Es que me he quedado muy sorprendida. Pensaba que estábamos formando vínculos más estrechos. Que me contarías algo así.

Nicole se estremeció.

– No quería excluirte de nada.

– Lo sé. No hay ningún problema.

Claire lo dijo muy rápidamente, lo cual quería decir que sí había un problema.

Justo lo que necesitaba. Otra relación estropeada.

– Lo siento muchísimo. Por favor, no te enfades conmigo.

– No estoy enfadada, de veras.

– No estoy segura de si creerte.

– Deberías. Saldremos los cuatro -dijo Claire.

– Hawk no tiene mucho tiempo libre, porque está en plena temporada de fútbol, pero hablaré con él.

– Estoy deseando conocerlo.

– Os va a caer muy bien a Wyatt y a ti.

Nicole no estaba fingiendo con respecto a eso. Estaba segura de que Hawk se iba a llevar muy bien con ellos. Era una pena que nada de aquello fuera real. Era sólo un juego, como un partido, y en cuanto terminara la temporada, todo acabaría.


– ¿Qué te parece? -preguntó Brittany mientras alzaba la cuchara. Estaba cocinando fideos chinos con pollo, y lo estaba haciendo bastante bien.

Nicole asintió mientras lo probaba.

– Te estás haciendo una experta.

– ¿En la cocina? Es divertido, porque no tengo que hacerlo todos los días. Hablé con mi padre y le dije que cocinaría una vez a la semana si me dejaba llegar media hora más tarde.

– Interesante negociación. ¿Qué dijo?

Brittany arrugó la nariz.

– Se rió un rato, y después me dijo que no cocinaba tan bien, pero que había sido un buen intento.

Nicole reprimió la sonrisa.

– No se lo tragó, ¿eh?

– No, y me molestó mucho. Yo creía que era un gran trato.

Después de ayudar a Brittany a preparar la cena, Nicole dejó a los chicos y subió a su habitación. Oía el murmullo de sus voces, y después, un largo silencio. Los fideos chinos con pollo estaban buenos, pero no tanto.

– ¿Estás pensando lo mismo que yo? -preguntó a Sheila, que la había seguido hasta a su habitación y estaba acurrucada sobre la cama. Sheila no respondió. Nicole tomó el teléfono.

– ¿Tengo que vigilarlos muy estrechamente? -preguntó a Hawk cuando éste respondió.

– ¿Dónde estás?

– En mi dormitorio. Ellos están cenando abajo, pero se han quedado muy callados.

– ¿Cuánto tiempo?

– Unos quince minutos.

– Ahora voy para allá.

Hawk llegó quince minutos más tarde, con dos bolsas de comida mexicana. Brittany miró a su padre con cara de pocos amigos.

– Es una cena privada.

– Mmm. Nosotros cenaremos en la cocina.

– No necesito que me vigiles.

Hawk hizo unos ruiditos burlones y entró en la cocina, donde Nicole había puesto la mesa pequeña junto a la ventana. Ella abrió dos cervezas.

– ¿Estás nervioso por lo que pueda ocurrírseles?

– Un poco. Me acuerdo de cuando tenía la edad de Raoul. Sé lo que es meterse en líos -dijo él, y le dio un plato-. Tienes una perra.

Sheila. Es la perra de Raoul.

– Pues no se separa de ti.

Era cierto. Sheila la seguía por toda la casa.

– Sabe quién compra la comida.

– Me gustan los perros. Yo me crié con ellos. A Serena no le gustaban, así que nunca tuvimos.

Sheila va a tener cachorros. Quédate uno.

– Me gustan los perros grandes.

– No conocemos al padre. Puede que sean enormes.

Él miró a Sheila.

– Espero que no, por su bien -dijo. Después cambió de tema-. ¿Cómo van las cosas con Raoul? ¿Qué tal se te da vivir con un adolescente?

– Bien. Él lo facilita mucho. Es silencioso, ordenado y ensalza mi comida. Trabaja duro. Lo ha pasado mal, pero lo está superando. Yo respeto eso. Ojalá mi hermana se pareciera más a él.

– ¿La pianista?

– No, mi hermana pequeña. Jesse. No se parece en nada a Raoul. No entiendo si nació inútil, o se hizo así.

– ¿Cuántos años tiene?

– Veintidós. Le costó mucho terminar el instituto. Siempre estaba de juerga, y después descubrió a los chicos. Yo estaba constantemente aterrada por si se quedaba embarazada. Lo intenté con sermones, sobornos, amor, perdón. No hubo nada que funcionara. Va a heredar la mitad de la pastelería cuando cumpla veinticinco años, y eso va a ser una pesadilla para las dos. No está interesada en el negocio, así que ya estoy ahorrando para comprársela.

Nicole hizo una pausa y tomó una patata frita.

– Deberíamos cambiar de tema.

– ¿Por qué?

– Jesse no es muy divertida, ni en la vida ni en una conversación.

– Parece una chica problemática.

En más sentidos de los que él pensaba.

– ¿Dónde vive ahora? -quiso saber Hawk.

– En el barrio de la universidad. Nunca ha tenido trabajo, salvo en la pastelería, y eso no cuenta. Si no hubiera sido de mi familia, la habría despedido. Lo cierto es que no entiendo en qué me confundí, ni qué puedo hacer para arreglarlo.

– Hay algunos problemas que no tienen arreglo.

– Es mi hermana. La crié yo, prácticamente. Me temo que hice un mal trabajo.

– Te he visto en acción, así que eso no es posible.

– Me has visto en los días buenos. Puedo ser una bruja.

– ¿Y crees que yo no he cometido errores con Brittany?

– Tú eres muy engreído en cuanto a tu relación con ella.

Hawk se echó a reír.

– Algunas veces. Es una buena chica. Uno hace lo que puede, y después los deja marchar.

– ¿Es la filosofía de un entrenador?

– El fútbol es la vida.

– En mi mundo no.

– En el mundo de todos.

Eso la hizo sonreír.

– ¿Quieres venir a mi casa conmigo? -le preguntó él, con una mirada intensa.

De repente, a ella se le quitó el apetito.

– Claro, pero ¿podemos dejaros solos?

Hawk frunció el ceño.

– Demonios -murmuró.

Ella tomó su tenedor.

– Gana la paternidad.

– Esto es un rollo.

– Dímelo a mí.

Pero Nicole no estaba disgustada. Sí, era frustrante estar cerca de Hawk y no poder hacer nada con él; sin embargo, lo positivo era que le había mostrado una faceta que a ella le gustaba mucho, y por la que sentía mucho respeto. Después del desastre que era Drew, agradecía tener la compañía de un hombre sólido. Por supuesto, como su vida era así, aquel hombre sólido sólo estaba fingiendo que tenía una relación con ella.

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