Capítulo 11

Billie se sentía como si se hubiera unido al reparto de un intenso culebrón televisivo. Tenía todos los ingredientes: intriga, personajes reales, sexo apasionado y una joven inteligente e ingenua con el corazón destrozado.

Su única esperanza era que la vida volviera a la normalidad, pensó mientras caminaba hacia su habitación, deseando estar sola, sin intromisiones de su hermano, ni conversaciones con el rey ni en¬cuentros con Jefri. Sólo quería paz y tranquilidad.

Abrió la puerta de la suite.

– Soy yo -dijo a Muffin.

Como de costumbre, la perrita la saludó con unos ladridos, pero no corrió a recibirla. Porque estaba cómodamente acurrucada en el regazo de Tahira.

Billie la miró, incrédula. La joven estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el sofá, rodeada de varias revistas de moda. La que tenía en las manos cayó al suelo cuando rápidamente apartó a Muffin y se puso en pie.

– Lo siento mucho -dijo Tahira, presa del pánico-. No quería molestar. He esperado fuera, pero la criada me dijo que entrara, y tu perro es tan bueno, y he visto estas revistas…

Tahira bajó la cabeza y retorció los dedos, arrepentida.

Billie dejó el bolso en la mesa y se quitó los zapatos. Se sentía vieja y cansada.

– No importa -dijo a la joven, sentándose en un sillón-. Siéntate, por favor.

La joven se sentó en el sofá.

– Eres muy amable.

La larga melena negra de Tahira le caía casi hasta la cintura y enmarcaba los delicados rasgos de la cara y su cuerpo frágil y pequeño. Billie no era muy alta, pero junto a la adolescente parecía casi un gigante.

La prometida de Jefri llevaba un vestido horrible. Era evidente que la educación principesca de las monjas no la había preparado para estar al día en el mundo de la moda, y Billie pensó que seguramente aquellas revistas femeninas en el suelo serían las primeras que Tahira veía en su vida.

– ¿Te gustan? -preguntó Billie, señalando las revistas.

– ¡Son maravillosas! -respondió Tahira, entusiasmada-. La ropa es magnífica, y las mujeres… yo nunca podré parecerme a ellas.

– Ni la mayoría de nosotras tampoco-dijo Billie, con una carcajada-. Ni siquiera debemos intentarlo. Pero están bien porque te dan ideas sobre ropa y accesorios.

– Yo no tengo ropa bonita -dijo Tahira-. En el colegio no nos dejaban vestir a la moda.

– Ahora ya no estás allí.

– Lo sé -Tahira suspiró-. Este palacio es tan diferente… Y hay tantos hombres…

– Supongo que no permitían la entrada de hombres en el colegio.

– ¡Claro que no! -exclamó la joven adolescente, escandalizada-. Sólo los sacerdotes. Y uno de los médicos era hombre, pero era muy mayor. Y el rey, que venía a verme una vez al año.

– ¿Y excursiones? ¿No hacíais excursiones en las vacaciones?

– Alguna vez, por la isla. Pero sólo en grupos, y nunca cuando había turistas.

A Billie le resultaba difícil imaginar una vida tan recluida y aislada. Dejó a Muffin en el suelo y recogió las revistas.

– Ya las he leído-dijo, ofreciendo el montón a Tahira-. Puedes llevártelas si quieres.

– ¿De verdad? -los ojos de la joven se iluminaron-. Eres muy amable.

«Menos de lo que crees», pensó Billie, encogiéndose de hombros.

– No es nada.

La adolescente abrazó las revistas.

– Tú pilotas aviones -dijo, con admiración-. El príncipe Jefri lo mencionó. A mí me da miedo volar -añadió, en voz baja-. Los aviones van muy deprisa, y muy alto.

– Con el tiempo te acostumbras -le aseguró Billie.

Tahira se acercó al borde del sofá.

– No es sólo volar -reconoció-. Muchas cosas me dan miedo. El príncipe Jefri, por ejemplo, Es tan alto y tan autoritario… Cuando habla me entran ganas de salir corriendo y esconderme detrás del sofá.

Billie reprimió el impulso de salir corriendo de la habitación. Esa no era la conversación que deseaba tener, y mucho menos con la prometida de Jefri. Pero tuvo la impresión de que la joven no podía pedir ayuda a nadie más.

– Cuando estoy con él nunca sé qué decir. Casi nunca digo nada. Y además, me parece que no le gusto mucho.

Billie contuvo un suspiro. No era justo. ¿Por qué ella? ¿Acaso no había más mujeres en el palacio? Cleo, la esposa del príncipe Sadik. O las secretarias, o las doncellas.

– Apenas os conocéis -explicó Billie, tratando de ser razonable -. Tenéis que estar más tiempo juntos.

Tahira no pareció muy convencida.

– Pensaba que lo sabría. Que cuando conociera al príncipe Jefri, el corazón me latiría más deprisa y me temblarían las rodillas.

Billie la miró.

– ¿Cómo sabes lo de las rodillas?

Tahira agachó la cabeza.

– Algunas chicas tenían familia e iban de vacaciones. Cuando volvían traían libros, historias sobre enamorarse y todo eso -se mordió el labio -. ¿Crees que está mal leer ese tipo de cosas?

– Claro que no.

– No estaba segura, y no se lo podía preguntar a nadie. Cuando conocí al príncipe Jefri, pensé… -la joven se interrumpió-. Bueno, como tú has dicho, no nos conocemos.

Billie intentó ver la situación con objetividad. Tahira era una joven tímida y agradable, aunque probablemente no la mujer que Jefri, un hombre testarudo, arrogante y maravilloso, necesitaba.

– Quiero que el príncipe se sienta orgulloso de mí. Estoy leyendo sobre política nacional e internacional para que en la cena de gala de esta semana pueda hablar sin que se avergüence de mí.

¿La cena de gala? Billie también estaba invitada, pero ahora que había aparecido Tahira ya no estaba tan segura de desear asistir.

Estaba empezando a sentir el principio de un dolor de cabeza, y no sabía cómo pedirle a Tahira que la dejara sola.

– No sé qué ponerme. No sé nada de moda ni de qué ponerme para una cena formal.

– Estoy segura de que hay tiendas maravillosas…

– Sí -dijo Tahira, entusiasmada-. El príncipe me ha dicho que vaya de compras. Tengo una cita mañana por la mañana. Quería pedirte que vinieras conmigo.

Billie cerró los ojos un momento, deseando poder decir que no.

– No soy experta en cenas oficiales -se excusó.

– Pero eres muy guapa, y tienes mucho estilo. Me encanta tu ropa.

Billie pensó que aquello era su castigo. Seguramente por haberse dejado seducir por Jefri. Al fin, decidió rendirse ante lo inevitable y terminar cuanto antes.

– Está bien. Te acompañaré.

La cara de la joven se iluminó.

– Muchas gracias. Eres muy amable. ¿Te parece buena hora a las diez?

– Desde luego.

Billie tendría que avisar a Doyle de que no iría al aeropuerto. Su hermano protestaría, pero no le importaba. Además, un día de compras con Tahira significaba un día lejos de Jefri, y en ese momento le parecía mucho más llevadero que tener que derribarlo a los mandos de un avión.

Puntualmente a las diez de la mañana del día siguiente y con Muffin en brazos, Billie salió a la entrada principal del palacio donde Tahira estaba esperándola.

La joven había cambiado el horrible vestido verde del día anterior por otro marrón igual de espantoso. Llevaba la larga melena negra recogida en una trenza a la espalda y la cara lavada, sin rastro de maquillaje. Billie pensó que con un retoque en las cejas, un poco de sombra de ojos y un toque de carmín la joven estaría mucho más atractiva. Un corte de pelo más moderno tampoco le sentaría mal.

– Bien, ya estás aquí.

Al escuchar la voz grave y sensual de Jefri a su espalda, Billie sintió que se le encogía el estómago y le temblaban las piernas. Miró a Tahira.

– ¿Tu prometido viene con nosotras?

– Sí. Cuando le dije que íbamos a ir juntas, se ofreció a acompañarnos -dijo la joven, suplicándole con los ojos que no la dejara sola con él.

Jefri se detuvo delante de ella, y Billie no pudo evitar reparar en lo atractivo que estaba con su traje a medida y lo mucho que deseaba perderse en sus brazos.

– Os acompañaré a la boutique -la informó-. Tahira necesita un guardarropa completo, incluida ropa formal. Hablaré con la persona indicada para que se ocupe de vosotras.

Eso era lo que mejor hacía, pensó Billie mientras él le puso una mano en la espalda y la llevó hacia el exterior. Organizar y ordenar, eso era lo que mejor se le daba. Por algo era un príncipe. Y ella, teniéndolo otra vez tan cerca, sería incapaz de pensar o funcionar con normalidad. ¿Por qué no habría ido al aeropuerto?

Tahira salió detrás de ellos, ajena a toda la tensión e intensidad que fluía entre los dos. Cuando llegaron a la limusina, ella entró primero y se sentó en el asiento lateral. Después lo hizo Billie, y por fin Jefri, que se sentó a su lado.

La boutique se encontraba en una amplia avenida, en la esquina de un enorme bazar, y Jefri las hizo entrar en el interior de la elegante tienda de diseños exclusivos. La exclusiva boutique olía a flores, especias y dinero, uno de esos lugares donde a Billie le encantaba pasar la tarde y castigar seriamente su tarjeta de crédito. Hoy sin embargo tenía la sensación de que las cosas serían diferentes. Con Jefri cerca, tendría que estar alerta y no dejarse llevar por la tentación de las compras.

La propietaria les ofreció té y café mientras Jefri explicaba lo que querían. Tahira tenía que hacerse con un vestuario completo, y Billie sería su asesora.

– Debes permitirme que te dé las gracias por tu amabilidad en este asunto -dijo Jefri, cuando la encargada se llevó a Tahira al probador.

Billie dejó a Muffin en el suelo. Cuando se incorporó, tuvo cuidado de mantener la distancia con Jefri y se puso a echar un vistazo a las elegantes prendas colgadas en un perchero redondo.

– No son necesarias -dijo.

Sacó una blusa de encaje negro e hizo una mueca al ver la etiqueta con el precio. Mil doscientos dólares. Eso sí que era para poner en aprietos a cualquiera de sus tarjetas de crédito.

– Elige lo que quieras -dijo él.

Billie dejó la blusa en su sitio y aspiró hondo.

– No necesito tu dinero. Puedo comprarme yo mi ropa.

– Lo sé. Sólo intento…

Billie lo miro.

– ¿Sí? ¿Sólo intentas qué?

Jefri la miró, irritado.

– Sabes cómo hacer más difícil una situación de por sí imposible.

– ¿Yo? ¿Qué he hecho yo?

– Estar ahí, provocándome.

– Yo no te estoy provocando.

– Lo haces con cada respiración, con cada movimiento. Y ahora cuando intento ofrecerte algo insignificante me lo echas a la cara con total desprecio.

– ¿Ofrecerme qué? ¿Ropa?

– Sí. No puedo decir lo que siento. No puedo ofrecerte nada más que esto.

Un dilema a la altura de un príncipe, pensó Billie, sin saber cómo reaccionar.

– Escucha, estoy bien – no era cierto, pero ¿qué otra cosa podía decir? -. No necesito…

Jefri le tocó el brazo. El ligero contacto apenas le rozó la camisa, pero ella lo sintió hasta en los huesos. El mundo a su alrededor pareció desaparecer.

– Por favor -susurro él.

– Es sólo ropa -dijo ella.

– ¿Lo es?

Billie no entendió la pregunta, pero era más fácil encogerse de hombros y decir:

– Si tanto significa para ti.

– Sí.

La propietaria de la tienda regresó. Era una mujer alta, de pelo canoso y porte elegante.

– Tahira empezará con ropa informal. Ven, pequeña.

Tahira apareció en un elegante traje pantalón. La chaqueta entallada daba una forma más femenina a su cuerpo adolescente, y el corte de los pantalones hacía que las piernas parecieran más largas.

– Muy bonito -dijo Billie, sonriendo sinceramente-. ¿Te gusta?

La joven titubeó, y después miró a Jefri.

– ¿Tú qué opinas?

Jefri asintió. Tahira sonrió resplandeciente.

– Entonces a mí también me gusta -dijo, y volvió al probador.

Billie logró contener una mueca de incredulidad.

– Te adora demasiado. Seguro que estás encantado.

Jefri la miró con el ceño fruncido.

– No necesito la adoración de una niña.

– Qué lástima, porque eso es lo que pediste le espetó ella, sin poder contenerse-. La próxima vez que pidas una esposa, procura no olvidarte de especificar una horquilla de edad.

– No habrá próxima vez -masculló él, furioso-. Hacerlo la primera y única vez fue una gran equivocación.

Lástima que hubiera llegado a esa conclusión demasiado tarde, pensó ella, sombríamente.

– Es una niña -le recordó -. No puedes hacerle daño.

– ¿Ahora te vas a poner de su lado?

– Alguien tiene que hacerlo. Lo digo en serio, Jefri. Tú eres todo su mundo.

Jefri hundió la mirada en sus ojos.

– No es lo que yo quería.

– Pues es lo que has conseguido, y tienes que aceptarlo.

Y ella también. Miró a su alrededor con la excusa de buscar a Muffin.

– Tengo que encontrar a Muffin -dijo, y se alejó.

Tenía que olvidarlo. A él y todo lo que había habido entre ellos. Entre Jefri y ella no había futuro. Cuando concluyera el programa de formación de pilotos, ella se iría sin volver la vista atrás. No había otra alternativa.


La mañana fue pasando lentamente. Jefri no había pensado en la tortura de estar cerca de Billie y tener que fingir indiferencia hacia ella. Tenía que mantener su atención en Tahira, y soportar sus sonrisas, atenciones e intentos de complacerlo. La joven no tenía opiniones propias; sólo esperaba las del príncipe para hacerlas suyas.

Billie procuraba mantenerse alejada de él, desapareciendo de su lado con la excusa de buscar un vestido, u otra talla para Tahira, o a la perra.

Tahira apareció enfundada en un vestido verde claro que caía hasta la rodillas. Jefri la observó con la distancia de quien contempla una escultura. Era una joven atractiva, sí, razonablemente inteligente y de buen trato. Su único pecado era no ser la mujer que ocupaba sus sueños.

– ¿Qué te parece a ti? -preguntó Jefri, antes de que ella le pidiera su opinión.

La joven lo miro confusa.

– Pero tú eres el príncipe.

– Sí, lo sé. No has respondido a mi pregunta – insistió él.

Tahira estudió su reflejo en el espejo con cuidado.

– El color es bonito -dijo despacio-, pero el largo no me queda bien. Tendría que ser tres o cuatro centímetros más largo o más corto. Y algo más aquí -añadió, tocándose las caderas-, suavizaría la silueta.

– Como quieras -dijo él.

Tahira encontró su mirada en el espejo.

– ¿Qué quieres decir?

– Pide que alteren el vestido o busca otro que te guste más.

La joven abrió desmesuradamente los ojos.

– Pero no me has dicho qué te parece.

– Lo sé.

Tahira quedó tan desconcertada y asustada como un animalillo del bosque y se metió rápidamente en el probador.

– Tienes que controlarte -dijo Billie, apareciendo detrás de unos vestidos-. Demasiada libertad de golpe sólo la asustará.

– Ya lo veo.

Billie acarició un traje de noche sin mirarlo.

– Me alegro de que vayas a ser amable con ella.

– Aún no te has probado nada -dijo él por respuesta.

Billie se encogió de hombros.

– Esta tienda no es mi estilo.

– ¿Por qué sé que eso no es cierto? -dijo él, acercándose al expositor de vestidos y empezando a pasarlos de uno en uno.

Todos eran elegantes modelos de noche, pero ninguno llamó su atención hasta que vio uno en azul con pedrería. Los distintos tonos de azul eran tan hermosos como el Mar de Arabia y danzaban por la tela de forma deslumbrante.

– Este -dijo él, ofreciéndoselo.

– No, no puedo -dijo ella automáticamente.

– Claro que sí -dijo él, poniéndoselo en las manos.

Billie se lo colocó delante.

– Es más bien un traje de princesa, algo que yo no soy precisamente.

Jefri la miró, deseando lo que no podía tener e incapaz de desear lo que tenía.

– Pruébatelo -insistió.

Billie se rindió y desapareció en la zona de probadores.

Jefri se sentó en uno de los sillones tratando de no imaginar lo que Billie estaba haciendo en ese momento, desnudarse antes de ponerse el vestido. Desesperado, se puso en pie. Por un momento pensó en seguirla al pequeño probador y hacerla suya allí mismo. ¿Se resistiría a él? ¿O se entregaría sin reservas?

Él ya conocía la textura de su piel y la fragancia de su cuerpo. Y sabía cómo llevarla a lo más alto de una potente oleada de placer que la dejaría totalmente desmadejada y satisfecha entre sus brazos.

– ¿Príncipe Jefri?

La voz de Tahira lo obligó a volver a la realidad. Abrió los ojos y vio a la joven en un sencillo traje de noche negro. En ese momento, Billie apareció a su lado. La tela brillante y tornasolada abrazaba cada curva de su cuerpo como si hubiera sido hecho específicamente para ella. La luz que se reflejaba en las piedras daba un nuevo brillo a su piel.

Era una diosa al lado de una simple mortal.

Tahira miró su reflejo en el espejo y suspiró de frustración.

Billie dijo algo al príncipe, y éste se echó a reír. A Tahira le gustó el sonido de su risa, aunque no pudo imaginar nada que decir. Sin embargo, Billie siempre sabía qué decir y cómo comportarse. Era perfecta.

Tahira contempló a su amiga y el vestido azul que llevaba. Era espectacular. Jefri se acercó a las dos y les puso una mano a cada una en el hombro. Mientras Billie sonreía, Tahira estaba inmóvil, helada, sintiendo la mano como un peso casi insoportable en la piel.

La joven intentó relajarse. Ése era el hombre con el que iba a casarse. Sin embargo, no podía imaginarse junto al príncipe como pareja. Cuando él le decía algo, ella no sabía qué responder. Cuando estaban solos, ella se sentía cohibida y asustada. Nada de eso parecía amor.

Pero él le había hecho el gran honor de pedirla por esposa y Tahira sabía que no tenía más remedio que aceptar el matrimonio.

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