Epílogo

Meredith estaba sentada en el suelo del salón de la casa de Ocracoke. La suave brisa del otoño entraba por la puerta abierta y jugueteaba con su cabello mientras ella introducía sus libros en cajas de cartón. A su lado, el pequeño Thomas Griffin Rourke, llamado así en honor a su abuelo, jugaba con un balón.

– ¿Hay alguna razón para que tengamos que traer todos esos libros todos los veranos? -preguntó su marido.

– Sí, por supuesto que sí. De esa forma no tienes más remedio que ir de la casa al coche para cargar y descargar y yo puedo admirar tu increíble trasero.

Griffin rió y se arrodilló a su lado para tocar su hinchado abdomen.

– Te recuerdo que la última vez que me admiraste en exceso, te quedaste embarazada de nuevo.

– Pero fue divertido, ¿no?

– Oh, sí, mucho. Pero habría preferido que sólo tuviéramos un hijo. No me gusta ponerte en peligro.

– ¿Cuándo vas a entender que tener un hijo tuyo es el mejor regalo que puedo darte?

– Y el mejor que puedo darte a ti, supongo…

Los dos se volvieron al mismo tiempo para mirar al pequeño de dos años, que había empezado a jugar con las cajas.

– Si tu hijo no deja de tirarlas, nunca saldremos de aquí -dijo Griffin.

– ¿Por qué no te lo llevas afuera? En realidad sólo voy a llenar dos cajas. Una es nuestra y otra es para la biblioteca de la localidad. Trina elegirá los libros que quiera y regalará el resto.

– Está bien, pero no tengas prisa. Te espero en la playa.

Meredith sonrió y recogió el viejo volumen que se encontraba á su lado, en el suelo. Era Bribones a través del tiempo.

Si aquel huracán no la hubiera asustado y si ella no se hubiera escondido en el armario, nunca habría conocido a su pirata.

Ese libro había cambiado su vida. Y entonces, tomó una decisión: en lugar de guardarlo con sus libros, lo hizo en la caja destinada a la biblioteca.

– Puede que alguien tenga suerte y también encuentre su alma gemela en algún lugar del pasado -dijo con suavidad-. Y quién sabe, tal vez algún día sean tan felices como nosotros.

Satisfecha con la decisión que había tomado, cerró las dos cajas y llamó a su marido.

No, ya no necesitaba el libro. Todas sus fantasías se habían hecho realidad.

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