– ¡No puedo ponerme eso! ¡Pareceré un idiota!
Meredith estaba en el exterior del cuarto de baño, con los brazos cruzados y apoyada en la pared.
– La ropa está bien, Griffin. No puedes andar por ahí vestido de pirata. La gente te miraría… Y ahora, vístete, que tenemos prisa.
La puerta se abrió y Griffin apareció sin más ropa que los calzoncillos.
– Si llevo esto, la gente también me mirará. ¡No puedo enseñar mis rodillas en público!
Meredith rió. Comprarle la ropa interior había sido lo más difícil. Como casi todo el mundo compraba en el continente, no había encontrado otra cosa que unos calzoncillos de seda que vendían en una tienda para turistas y que estaban decorados con cabezas de piratas, todos los cuales llevaban sombrero, parche en un ojo y una espada entre los dientes.
Al mirarlo, se estremeció. Griffin era tan atractivo y tenía un cuerpo tan perfecto que cualquier mujer habría reaccionado del mismo modo. Durante un momento estuvo tentada de decirle que, si quería vivir en el siglo XX, tenía que ir permanentemente en calzoncillos. Pero parecía tan incómodo que decidió decirle la verdad y no tomarle el pelo.
– Eso sólo es la ropa interior. También te he comprado unos pantalones, que naturalmente debes ponerte encima.
Griffin frunció el ceño, volvió al cuarto de baño y salió un par de minutos después con unos pantalones de algodón, de color caqui, en la mano. Los miró con detenimiento y se los puso delante de ella como si eso no le causara la menor vergüenza.
– ¿Mejor? -preguntó ella.
– Por lo menos tengo menos frío. Pero, ¿qué es esto? -Preguntó, al notar la cremallera-. No tienen botones…
– Eso es una cremallera. Agarra la pieza metálica y tira hacia arriba. Griffin lo intentó.
– No puedo… Hazlo por mí, por favor.
– No, no, será mejor que lo hagas tú…
– No puedo, de verdad. Muéstrame como se hace.
Con manos temblorosas, Meredith se inclinó y tiró de la cremallera. De haber sabido desmayarse, lo habría hecho sin dudarlo; pero no se había desmayado ni una sola vez en toda su vida.
– Ah, así es como funciona… -dijo él.
– En efecto. Y ahora, ponte la camisa de una vez para que podamos marcharnos. He reservado un ordenador en la biblioteca; quiero navegar por la Red para ver qué podemos averiguar sobre viajes en el tiempo.
Griffin la miró durante unos segundos, sin entender nada, y volvió al cuarto de baño.
Diez minutos más tarde, Griffin y Meredith caminaban por la carretera del faro en dirección a la pequeña biblioteca de la localidad. La compañía de Meredith llamó la atención de algunos vecinos, pero nadie se atrevió a preguntar directamente y ella se limitó a decir que era un amigo que estaba de visita. Algo bastante lógico, teniendo en cuenta que Ocracoke era una isla eminentemente turística.
Mientras avanzaban, Griffin no dejó de hacerle preguntas sobre todo tipo de cosas. Fueron por el camino largo, por el paseo marítimo y luego por la estrecha calle que llevaba al pequeño cementerio donde habían enterrado a cuatro marinos británicos en la II Guerra Mundial. Su barco había sido torpedeado por un submarino alemán, y por supuesto, Griffin quiso que se extendiera en los detalles.
– ¿Por qué vamos a la biblioteca? -preguntó él, al cabo de un rato.
– Ya te lo he dicho. Para echar un vistazo a la Red y ver si encontramos algo sobre viajes en el tiempo. En mi ordenador no tengo conexión.
– ¿ La Red?
– Sí, Internet. Es una red de información a través de ordenadores, por así decirlo.
– ¿Ordenadores?
– No preguntes, ya lo verás…
– Eh, cuidado…
Merrie notó que se refería a un coche que había pasado a bastante distancia de ellos. Griffin no dejaba de mirar los automóviles con preocupación, como si no tuviera nada claras las intenciones de sus conductores ni de las propias máquinas. Así que lo tomó del brazo, para que se sintiera mal seguro, y siguieron andando.
Era consciente de que se estaba encariñando con él. A fin de cuentas era un hombre encantador, fuerte, vital y con un enorme atractivo. Nunca se había sentido tan cómoda con alguien de su sexo, tal vez porque parecía aceptarla tal y como era. O más bien, tal y como creía que era: sabía que la consideraba una especie de perdida por vivir sola en aquella casa.
Poco después, entraron en la biblioteca. Meredith sonrió a la bibliotecaria, Trina, la hermana de Tank Muldoon, y acto seguido se dirigieron al ordenador que estaba en la esquina de la sala.
– ¿De quién son todos estos libros? – preguntó Griffin al pasar frente a las estanterías.
– Son de la comunidad. Es una biblioteca pública y todo el mundo puede leerlos.
– ¿Y encontraremos respuestas en esos libros?
– No lo creo. Sospecho que aquí no hay ningún texto que pueda ayudarnos.
Griffin se sentó a su lado y miró la pantalla del ordenador.
– Pensaba que íbamos a buscar información… ¿por qué estamos mirando esta caja? -preguntó él.
Merrie suspiró.
– Esto es un ordenador. Y te aseguro que encontraremos más información en él que en mil libros.
– No lo creo. Estás perdiendo el tiempo.
Ella sabía que Griffin se estaba impacientando. La noche anterior había estado bastante nervioso, como un tigre enjaulado, sin separarse en ningún momento de la bolsa de cuero. Era evidente que estaba muy preocupado, y aunque a Meredith le habría gustado hablarle sobre la vida de Barbanegra y conocer, a su vez, lo que él sabía, no se atrevía a hacerlo. En gran parte, porque se consideraba responsable de lo que había sucedido.
– ¿Cuándo has dicho que va a llamar esa amiga tuya?
– Te lo dije antes. Kelsey está en una conferencia en Wake Forest y llamará en cuanto regrese. Supongo que mañana o pasado mañana.
– ¿Y estás segura de que esa Kelsey encontrará la forma de devolverme a mi época?
– No, no estoy segura. Pero si sigues interrumpiéndome con preguntas, no avanzare nada… tengo que concentrarme. Esto es como navegar en un barco, salvando las distancias.
Griffin se levantó y empezó a caminar de un lado a otro.
– Me siento tan inútil… No estoy acostumbrado a andar cruzado de brazos. Necesito hacer algo.
– En nuestro siglo agradecemos el tiempo libre. De hecho, casi toda la gente viene a la isla para eso, para divertirse y descansar.
– Sí, bueno, pero yo no soy de este siglo
– comentó con sarcasmo.
Meredith suspiró, se levantó y sonrió a Trina a modo de disculpa. La mujer ya los había mirado un par de veces, extrañada con el comportamiento de su acompañante.
– Griffin, voy a hacer todo lo que pueda por ayudarte, pero tienes que ser paciente
– dijo, tomándolo del brazo para que se detuviera-. Esto es muy complicado.
Griffin la miró con enfado, cerró los ojos y se relajó un poco.
– Discúlpame. Estoy algo nervioso.
– Lo comprendo. Estoy pensando que tal vez podríamos divertirnos un poco y hacer un viaje a Bath, o Bath Town, como seguramente la conoces. Podría alquilar un coche y tomar un transbordador mañana por la mañana… Así podrás contarme cómo era la ciudad y decirme dónde estaba la casa de Barbanegra.
– ¿Para qué?
– Bueno, sólo he pensado que podría ser una buena idea…
– ¿Para que ocupe mi mente en algo? No necesito pensar en cosas triviales. Tengo problemas muy graves, Merrie. Debía entregar la bolsa al hombre de Spotswood y no lo he hecho…
– Hay una teoría sobre los viajes en el tiempo. Si la historia se ha alterado de algún modo, los libros sobre Barbanegra también habrán cambiado. Supongo que podríamos echar un vistazo y ver si hay alguna variación…
– ¿De quién es esa teoría?
– No lo sé, pero lo oí en una película lla¬mara Regreso al futuro.
– ¿Una película?
– Sí, es como una especie de obra de teatro que se ve en… bueno, digamos simplemente que es una especie de obra de teatro.
– Ah… ¿y esa obra fue escrita por algún científico conocido y respetado como tu amiga Kelsey?
– No exactamente. Las películas se hacen sobre todo para divertir. Pero nadie podría decir mucho más Sobre ese asunto. A fin de cuentas, nadie había viajado en el tiempo… hasta ahora.
Griffin la miró con intensidad.
– ¿Nadie?
– Pensaba que ya lo habías imaginado, Griffin. No, que yo sepa, tú eres la primera persona que lo hace.
– Dios mío… -dijo con suavidad-. Bueno, si he sido el primero en viajar al futuro, también lo seré en volver al pasado.
Meredith decidió ser valiente y hacer una pregunta necesaria.
– ¿Y si no puedes volver?
– No he considerado esa posibilidad. Tengo que volver. Debo hacerlo.
– ¿Es que te está esperando alguien? – preguntó ella, ruborizada-. Quiero decir… ¿Estás casado? ¿Tienes novia o prometida?
Griffin la miró con un gesto de intenso dolor. Merrie tuvo deseos de abrazarlo con fuerza, pero no se atrevió.
– ¿Entonces? -insistió ella-. ¿Te está esperando alguien?
– No, nadie -respondió al fin-. No tengo esposa, ni prometida, ni familia ni… nada.
Ella estuvo a punto de suspirar, aliviada, pero no lo hizo y se maldijo a sí misma por ser tan egoísta. Griffin Rourke no era un personaje de novela, sino un hombre de carne y hueso perseguido por sus propios demonios que ni siquiera pertenecía a aquella época.
– ¿Qué te parece si vamos a comer algo? -Preguntó ella, para aliviar la tensión- Puedo seguir investigando esta tarde, si te parece bien.
– No tengo hambre, pero me gustaría dar un paseo. Solo.
Ella asintió y lo tocó en un brazo. Comprendía que quisiera estar solo durante unos minutos.
– Está bien. En ese caso, nos veremos en mi casa…
Él asintió y se marchó sin mirar atrás.
– Deja que se vaya -se dijo ella para sus adentros-. De todas formas, se marchará para siempre más tarde o más temprano.
Meredith se llevó una mano al pecho y se preguntó si su corazón habría escuchado las palabras que acababa de pronunciar.
Los dos días siguientes transcurrieron de frustración en frustración. Griffin apenas podía controlar su impaciencia y Merrie no hacía otra cosa que seguir pegada al ordenador, intentando localizar alguna información que fuera de utilidad.
Casi siempre, Griffin la acompañaba, preguntaba sobre sus descubrimientos y le pedía toda clase de explicaciones, pero aquella mañana habían discutido durante el desayuno y ella se había marchado sola a la biblioteca. Además, Meredith empezaba a pensar que él tenía razón y que aquella línea de investigación no los llevaría a ninguna parte.
Decidió volver a casa, hablar con él y plantearle la posibilidad, nada remota, de que no consiguieran encontrar la forma de devolverlo al pasado. En el fondo se alegraba porque quería estar más tiempo con él, y por las noches no dejaba de soñar despierta, de pensar en su cuerpo, de imaginar que se acercaba a ella y la besaba.
Sin embargo, no quería hacerlo. Sabía que no debía hacerlo. Griffin Rourke había aparecido de repente y podía desaparecer del mismo modo en cualquier instante.
Casi había anochecido cuando regresó a la casa, pero la luz del crepúsculo bastó para que distinguiera una silueta en los escalones del porche. Al verlo, pensó que era
Griffin, se dijo que la estaba esperando, y sintió una profunda alegría.
– Eh, Meredith…
La persona que estaba sentada en los escalones se levantó. Meredith vio entonces, decepcionada, que no era Griffin. Pero al distinguir aquel cabello rubio, sonrió: era su mejor amiga, la doctora Kelsey Porterfield.
– ¡Kels! -exclamó-. ¿Qué estás haciendo aquí?
– ¿Y tú me lo preguntas? Mi ayudante me ha dicho que has llamado cuatro veces en los tres últimos días. ¿Qué ocurre? ¿Qué es tan urgente?
Meredith se detuvo junto a ella y sacó la llave de la casa con mucho cuidado, porque llevaba una bolsa con comida en un brazo. Después, abrió la puerta y se sintió aliviada al descubrir que Griffin no estaba allí. Tenía que explicar muchas cosas a su amiga y seguramente era mejor así.
– No era necesario que vinieras -dijo Meredith-. En realidad no es nada urgente… sólo quería hacerte unas cuantas preguntas.
Kelsey la siguió al interior de la casa.
– Vamos, Meredith, eso no es lógico en ti. Eres el colmo de la paciencia. Ni siquiera me llamaste para decirme que estabas en la lista de candidatos a las becas Sullivan y tuve que enterarme por esa bruja de Katherine Conrad y sus amigotas… ¡Me has llamado cuatro veces!
Meredith dejó la bolsa de la comida en la encimera de la cocina.
– ¿Cuatro? Lo siento, no pretendía asustarte.
– Regresaba de la conferencia en Wake Forest y decidí venir y ver qué te ocurría.
– No pasa nada -le aseguró.
Kelsey la miró durante unos segundos.
– Tienes buen aspecto, es cierto, pero eso no quiere decir que estés bien. ¿Por qué me has llamado con tanta insistencia?
– Sólo necesitaba cierta información sobre algo que tal vez sepas. ¿Quieres beber algo?
Kelsey frunció el ceño e hizo caso omiso de la pregunta.
– ¿De qué se trata? *É Merrie suspiró.
– Esperaba que me dieras alguna pista sobre… viajes en el tiempo.
– ¿Viajes en el tiempo? -preguntó, arqueando una ceja.
– Sí, viajes en el tiempo. Estoy escribiendo una novela y la acción gira alrededor de la posibilidad de viajar en el tiempo.
– Ya.
– ¿Es posible? ¿Se puede hacer?
– Mira, no sé qué diablos te pasa, pero será mejor que te lleve a tu casa ahora mismo. No puedo creerlo… ¿estás a punto de lograr esa beca y te da por escribir un libro de ciencia ficción? Cuanto antes vuelvas al ambiente académico, mejor que mejor.
– No me he vuelto loca ni tengo intención de marcharme. Simplemente dime lo que necesito saber. Por favor, Kelsey…
Kelsey la miró con extrañeza.
– Está bien, pero sólo si me dices lo que ha pasado. Sé que no se trata de ninguna novela.
– Me gustaría decírtelo, pero ni yo misma sé de qué se trata exactamente. Te prometo que te lo contaré en cuanto esté segura.
– No, de eso, nada. Explícame lo que sepas. Y hazlo de forma que pueda entenderlo.
– Por favor, Kelsey… Kelsey suspiró y se apartó un mechón de su rojo cabello.
– Teóricamente, viajar en el tiempo es posible. De hecho, todos lo hacemos-, pero lo hacernos en una sola dirección, hacia delante -explicó-. Sin embargo, la teoría de la relatividad implica que si pudiéramos superar la velocidad de la luz, podríamos viajar al futuro. Al menos, potencialmente.
– Comprendo. Entonces, sería necesario viajar muy deprisa. Como volar en el Concordé…
Kelsey alzó los ojos al cielo.
– ¿Es que no estudiaste física en el instituto? El Concordé sólo rompe la velocidad del sonido. La velocidad de la luz es de trescientos mil kilómetros por segundo.
– ¿Y qué hay de viajar al pasado? Kelsey negó con la cabeza.
– No, eso no es posible. Sobre los viajes al pasado no hay ninguna teoría.
– ¡Pero tiene que haberla! -Exclamó Meredith, desesperada-. Tiene que existir un modo…
– Bueno, está la teoría del agujero de gusano -dijo Kelsey, cada vez más extrañada.
– ¿Cómo?
– El agujero de gusano. Ya sabes, los agujeros negros… hay quien afirma que si se pudiera entrar en uno y sobrevivir, se podría viajar en el tiempo y en el espacio.
– Comprendo. Entonces, supongamos que alguien entra en uno de esos agujeros negros. ¿Podría hacerlo en el siglo XVIII, por ejemplo, y terminar en Bath, en Carolina del norte, en el siglo XX?
– Según esa teoría, supongo que sí. ¿Pero por qué querría viajar a Bath? ¿Esto tiene algo que ver con tu investigación sobre Barbanegra?
Meredith hizo caso omiso de la pregunta. Aquel asunto era crucial para Griffin y para ella misma y ya estaba planteándose todo tipo de posibilidades.
– Y dime, ¿es posible que tenga uno de esos agujeros en mi casa?
– ¿Se puede saber qué significa esto? – preguntó Kelsey, frustrada.
– Limítate a responderme, por favor.
– Sí, seguro que tienes docenas de agujeros, pero serán de gusanos de verdad. Además, esa teoría sólo es una fantasía. Nadie ha entrado nunca en un agujero negro.
– Me da igual si alguien lo ha hecho o no. Simplemente dime lo que sepas al respecto.
– ¿De verdad quieres que te lo explique? Meredith, no tienes ni idea de física. Todavía recuerdo la conversación que tuvimos hace unos meses sobre mecánica cuántica -declaró Kelsey-. Dijiste que te había producido una jaqueca. ¿Y quieres que te ayude a comprender el supuesto funcionamiento de un agujero negro?
– No necesito comprenderlo totalmente. Sólo tengo que saber si.-hay un agujero negro en mi casa.
– Cualquiera sabe. Todo es posible, supongo… -dijo, frotándose la frente como si le doliera la cabeza.
– También quiero saber si una persona podría viajar en el tiempo a través de ese agujero.
– Como ya te he dicho, hay quien afirma que sí.
Meredith sonrió.
– Entonces, no estoy loca… No sabes cuánto me alegro.
Kelsey tomó a su amiga de la mano y la miró con intensidad.
– ¿Has estado trabajando demasiado? Sí, seguro que sí. Te has pasado varios días aquí, sola, y tu mente ha empezado a divagar…
– No es eso.
– Entonces, ¿qué es? ¿qué te ocurre? No me digas que has sufrido un encuentro en la tercera fase…
Meredith se ruborizó. Pensó que la expresión era irónica y preguntó:
– ¿Un encuentro en la tercera fase? ¿Te refieres a si he estado con un hombre?
– No, tonta, me refiero a un extraterrestre.
Esta vez fue Meredith quien miró a Kelsey como si estuviera loca.
– No digas tonterías, Kels. No me he topado con ningún hombrecillo verde.
– Qué alivio, porque empezabas a preocuparme -declaró, mirándola con desconfianza-. Aunque espera un momento… ¿insinúas que has estado con un hombre de verdad?
Merrie optó por mentir. Si le decía la verdad, sabía que Kelsey la sometería a un interrogatorio en toda regla.
– No, en absoluto. Pero volviendo al tema de conversación, si alguien llegara al presente a través de uno de esos agujeros negros y quisiera regresar, ¿cómo podría hacerlo? Si los agujeros negros no se ven, ¿cómo podría encontrarlo?
– Me estás mintiendo, Meredith. Dime la verdad: ¿esto guarda relación con un hombre?
– Kelsey, por favor, dime cómo encontrar un agujero negro.
– No sé, tal vez podrías contratar a un pájaro carpintero gigante y pedirle que te haga uno -se burló.
– Muy gracioso. Venga, contéstame.
– Mira, soy una profesional brillante, pero hay cosas que están más allá de mis conocimientos.
– Entonces, formula una hipótesis. Eso es lo que hacéis los físicos, ¿verdad?
Kelsey se sentó en el sofá y echó la cabeza hacia atrás.
– Bueno, supongo que habría que emular las condiciones que provocaron el primer incidente. El viajero del tiempo tendría que estar en el mismo sitio, a la misma hora, y tal vez llevar la misma ropa y hacer el mismo tipo de cosas. No lo sé, Meredith.
Es pura elucubración.
– Eso es mejor que nada -murmuró Meredith.
– ¿A qué viene esto? ¿Es que tienes intención de hacerte un viajecito al pasado? Te lo preguntó porque, en tal caso, será mejor que tengas mucho cuidado -dijo.
– ¿Cuidado?
– Sí. Podrías cambiar el curso de la historia y provocar un sinfín de problemas. Pero si vas a darte una vuelta por siglos pretéritos, tráeme de regalo a uno de esos tipoí caballerescos, románticos y…
Kelsey se detuvo y la miró con renovado interés, como si acabara de caer en la cuenta de algo. Meredith, sin embargo, se ruborizó otra vez.
– Oh, Dios mío, Meredith… Estás empezando a asustarme. Dime qué ha pasado.
Merrie tomó a Kelsey del brazo y tiró de ella para que se levantara del sofá.
– Te lo diré cuando tenga algo que decir. Pero ahora será mejor que te marches o perderás el último transbordador a Halteras.
– Pensaba quedarme a pasar la noche… Meredith llevó a su amiga hacia la puerta.
– No puede ser. Tengo cosas importantes que hacer.
– No pienso marcharme de la isla. Si es necesario, reservaré una habitación en un hotel. Tenemos que hablar, Merrie. Quiero saber lo que pasa.
Meredith la soltó y gimió.
– Está bien. ¿Quieres saber la verdad? Hay un hombre conmigo, y si regresa mientras estás aquí, me estropearás el fin de semana. Quiero que subas a tu coche y que tomes el primer transbordador. Te prometo que te llamaré y te lo contaré todo en cuanto sepa algo más. ¿De acuerdo?
Kelsey sonrió.
– Lo sabía. No puedes ocultarme nada… sabía que estabas con un hombre. Y me parece maravilloso, por cierto. ¿Es bueno en la cama?
– Todavía no lo sé -dijo mientras la empujaba para que se marchara de una vez.
– Bueno, de acuerdo, como quieras… pero llámame y cuéntame cómo te ha ido. ¿Lo harás?
– Lo haré, te lo prometo. Meredith se detuvo un momento, abrazó a su amiga y añadió:
– Gracias por venir, Kels.
– De nada.
Kelsey sonrió, subió a su coche y se marchó.
Meredith cerró la puerta de la casa y se apoyó en ella. Si su amiga tenía razón, tal vez existiera una remota posibilidad de conseguir que Griffin regresara a su época. A fin de cuentas tenía una idea aproximada de lo que había provocado su viaje al siglo XX.
Estaba convencida de ser un elemento crucial en aquella historia. No podía ser una simple casualidad ni un error cósmico; ella estaba escribiendo un estudio sobre Barba-negra y Griffin conocía personalmente al pirata. Debía de existir algún tipo de lógica en todo aquello.
Lamentablemente, ahora también estaba preocupada por el comentario de Kelsey sobre los problemas que podía provocar un viaje en el tiempo. Podían cambiar la historia. Incluso podían hacerlo por el simple procedimiento de enviar de vuelta a Griffin.
Gimió, cansada, y se frotó los ojos. Una de las muchas razones por las que era historiadora, y no física, era que detestaba trabajar con hipótesis; no le divertía nada enfrentarse a paradojas y teorías como las que implicaba su problema actual. De hecho, estaba empezando a sentir un intenso y profundo dolor de cabeza.
Griffin se quedó mirando el cartel en el que aparecía la familiar imagen de un pirata con un parche en un ojo y una espada entre los dientes: el mismo dibujo de sus calzoncillos. Al empujar la puerta del local, oyó las voces mezcladas de los clientes y la música. Necesitaba relajarse un poco, tomar algo, desaparecer entre la multitud. Y aquel lugar, el Pirate's Cove, parecía perfecto para tal fin.
Se sintió aliviado al observar que nadie se fijaba en él. Distinguió un taburete vacío al final de la barra, en la oscuridad, y se sentó. Después, echó un vistazo a las botellas que se alineaban en los estantes y se maldijo por haber supuesto que aquello iba a resultar fácil; bien al contrario, supo enseguida que el simple hecho de pedir algo de beber podía terminar en una situación complicada. Él era de otra época y no conocía las costumbres de aquel siglo
Por otra parte, no quería hacer nada extraño, nada que provocara preguntas que no sabría responder. Sabía que a Merrie no le habría gustado; ya le había recomendado que no le dijera la verdad a nadie porque los viajes en el tiempo no eran normales y todo el mundo pensaría que estaban locos.
Al pensar en ella, sonrió. Durante los últimos días había aprendido a confiar plenamente en Meredith y le habría gustado hacer algo o darle algo que sirviera para pagar, de algún modo, lo que estaba haciendo por él. Sin embargo, sabía que sus emociones iban más allá del simple agradecimiento. Era su guía, su estrella del norte, pero también una mujer bella y de carácter por quien se sentía profundamente atraído, una mujer que había empezado a derribar sus defensas con su amabilidad, sus contactos ocasionales y el deseo que provocaba en él.
Segundos más tarde, el camarero interrumpió sus pensamientos. Se acercó a él y preguntó:
– ¿Qué quieres tomar? Griffin lo miró.
– ¿Qué tienes? é-
El hombre le dio una carta con las bebidas del local y Griffin se sintió muy aliviado. Era justo lo que necesitaba.
Echó un vistazo a la lista, y al reconocer un par de palabras, dijo:
– Tomaré esto.
El camarero arqueó una ceja.
– ¿Seguro que quieres tomar un Anne Bonny?
Griffin asintió, sacó el dinero que tenía y lo dejó sobre la barra. Sin embargo, el camarero hizo caso omiso.
Unos minutos más tarde, llegó su bebida. Le pareció un brebaje bastante extraño: de color rosa, servido en una copa de cristal bastante rara y con una especie de sombrilla. Griffin echó un trago y sonrió. Por lo visto, el ron se había convertido con el paso de los siglos en una bebida dulce y sutil apenas perceptible bajo el sabor de un zumo de frutas.
Se lo tomó todo de un trago y dejó la copa vacía.
– ¿Quieres otro? -preguntó el camarero.
– Sí, gracias.
El camarero le dio una segunda bebida. Y esa vez, Griffin se lo tomó con más calma.
– Eres amigo de Meredith, ¿verdad? Griffin lo miró. Sabía que su presencia en su casa habría generado especulaciones entre los vecinos y la pregunta no le sorprendió. Pero a pesar de ello, dijo:
– ¿Cómo lo sabes?
El hombre, un tipo de buen tamaño, rió.
– Estás en una isla, amigo. Aquí no se puede ocultar nada… además, Meredith nació aquí. Su padre fue pescador durante años y su madre era prima de nuestro actual jefe de policía. En Ocracoke nos cuidamos los unos a los otros, si sábeselo que quiero decir.
– Sí, soy su amigo. O eso creo.
– ¿Qué pasa? ¿Os habéis peleado?
– ¿Cómo?
A Griffin no le gustó nada que el camarero insistiera en preguntar. No era normal en su época y le costó controlar su mal genio.
– Que si os habéis peleado.
– No, pero discutimos durante el desayuno -respondió-. Aunque, a decir verdad, no fue exactamente una discusión. Yo dije unas cuantas cosas y ella se limitó a escuchar.
– ¿Y qué haces? ¿Dormir en el sofá? Griffin frunció el ceño y lo miró con cara de pocos amigos.
– No te molestes por mi pregunta. Soy camarero y se supone que los camareros hacemos esa clase de preguntas -dijo el hombre, extendiendo una mano-. Me llamo Trevor Muldoon, aunque mis amigos me llaman Tank.
Griffin le estrechó la mano y dijo:
– Yo me llamo Griffin. Griffin Rourke, aunque mis amigos me llaman Griff.
– No pareces de aquí, Griff. Por tu acento, diría que eres británico…
– Sí, soy de Londres -mintió.
– Pues estás muy lejos de tu hogar -comentó Tank-. ¿Piensas quedarte por aquí? Griffin se encogió de hombros.
– Todavía no lo he decidido.
– ¿Y estás saliendo con Meredith?
– ¿Saliendo?
– Sí, ya sabes… que si ella y tú sois pareja.
– No estoy muy seguro de eso.
Griffin no entendía nada. Ni siquiera sabía qué entendían en aquella época por ser pareja.
– Está visto que con las mujeres nunca se sabe, ¿verdad? -comentó Tank.
Griffin hizo un esfuerzo y sonrió. No le agradaba hablar con un desconocido sobre su relación con Merrie. Sobre todo, porque tampoco sabía qué tipo de relación mantenían.
– ¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
– No mucho -respondió Griffin-. Por cierto, antes me estaba preguntando qué hace la gente aquí para ganarse la vida…
– ¿Es que estás buscando un trabajo?
Griffin asintió. Durante los últimos días había estado considerando seriamente lo que podría depararle el futuro. Merrie no había encontrado nada que pudiera ayudarlo y su amiga todavía no había llamado. Él no podía limitarse a quedarse sentado, esperando; tenía que hacer algo útil con su tiempo o se volvería loco. Además, no quería vivir a costa de Merrie.
– Si finalmente decido quedarme en la isla, necesitaré un empleo. Tank negó con la cabeza.
– Encontrar trabajo en Ocracoke no es fácil. O se vive de los turistas o se vive del mar. No hay otra cosa… ¿a qué te dedicas?
– Al mar, precisamente. Estuve cruzando el Atlántico en un mercante.
– Bueno, puedo preguntar si hay trabajo en alguno de los pesqueros, pero no te prometo nada.
– Te lo agradecería mucho.
En ese momento, uno de los clientes llamó a Tank y el camarero se alejó. Griffin se alegró de que se marchara; así podía estar solo y pensar.
Al cabo de un rato, terminó la bebida y se dispuso a pagar. Pero Tank apareció de nuevo y le sirvió otro cóctel.
– Yo no he pedido nada -dijo Griffin.
– Lo sé. Éste corre a cuenta de aquella dama.
Tank hizo un gesto hacia una joven que estaba sentada al otro lado de la barra. La mujer sonrió a Griffin, se echó su melena rojiza hacia atrás y le indicó que se acercase.
En otros tiempos, tras la muerte de Jane, habría avanzado hacia ella, la habría besado, le habría introducido algunas monedas en el escote y la habría llevado a alguna habitación del local para hacerle apasionadamente el amor; pero esa vez se limitó a alzar su bebida a modo de brindis y echar un trago.
Sin embargo, la joven se levantó de su taburete y avanzó hacia él. Cuando llegó a su altura, se detuvo. Sus generosos senos rozaban uno de los brazos de Griffin y su denso perfume llenaba el ambiente.
– Hola. Eres nuevo aquí, ¿verdad?
Él la miró a los ojos y acto seguido admiró sus labios. No importaba en qué siglo estuviera; sabía lo que ella quería y sabía lo que él mismo, por otra parte, debía querer.
Lamentablemente, se sorprendió a sí mismo comparándola con Merrie; con la mujer que lo había salvado, con la mujer que olía a aire fresco y a jabón, con la mujer que no necesitaba mejorar sus rasgos con pinturas, con la mujer que no pedía nada y que lo daba todo.
– Gracias por la bebida y por la tentadora oferta, pero no puedo quedarme -dijo
Griffin-. Me temo que tengo que marcharme.
Griffin se levantó y se marchó, dejándola con dos palmos de narices. Merrie estaba esperándolo en la casa; y lo admitiera o no, encontraba más placentera la perspectiva de quedarse junto a su cama y contemplarla mientras dormía que la de perderse en el cuerpo de una desconocida.