Kasey despertó y dio media vuelta en la cama. Tenía un fuerte dolor de cabeza y un terrible malestar en el estómago.
Abrió los ojos y comprobó horrorizada que aquella no era su cama, ni tampoco eran suyas las sábanas de color salmón que cubrían su cuerpo semidesnudo. Se tapó con la sábana hasta el cuello. Sólo llevaba puestas unas bragas de fino encaje.
Observó azorada la habitación. Paredes de color crema. Una gruesa alfombra ocre. Cortinas grises y lujosos muebles de madera fina.
¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí? Hizo un esfuerzo por recordar. Por lo menos estaba sola.
Su reloj señalaba que eran las diez y media del domingo y el sol que se filtraba por las persianas le indicaba que era de día. No recordaba nada de la noche anterior. Sí se acordaba de que su compañera de apartamento no estaba en la ciudad. También, de que había decidido no salir. Pero, ¿qué había sucedido después?
Recordaba una llamada a la puerta. Y también a Greg. ¿La había ido a ver Greg o aquel vago recuerdo formaba parte de alguna pesadilla?, se preguntó.
Se frotó las doloridas sienes. No. Greg había ido a verla. La había besado. Habían terminado en el dormitorio. Luego él le había confesado que seguía pensando casarse con Paula. Sí, lo recordaba y el corazón se le contrajo en el pecho.
¿Pero qué había ocurrido después de eso? Kasey se esforzó en recordar los acontecimientos perdidos en la bruma de la memoria. Había salido a pasear y…
La puerta de la habitación se abrió de repente. La joven se sobresaltó y apretó desesperada la sábana contra su pecho. Un hombre desconocido entró en el cuarto y se detuvo cuando vio el miedo reflejado en los ojos de la joven.
Era alto y sumamente atractivo.
– Por fin se ha despertado la Bella Durmiente -comentó con una sonrisa afable.
Se cruzó de brazos y arqueó una ceja, divertido. Tenía el pelo mojado y resultaba evidente que acababa de salir de la ducha. Llevaba puesto un albornoz que dejaba al descubierto unas largas y musculosas piernas, y Kasey sospechó que ése era todo su atuendo. Se estremeció y se puso más tensa.
– ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
– ¿Quién? Jordan Caine. ¿Dónde? -El hombre hizo un amplio movimiento con el brazo-. En mi habitación. ¿No recuerdas nada, Katherine?
– No -sacudió la cabeza y luego hizo una mueca de dolor, le dolía terriblemente la cabeza-. ¿Cómo he llegado aquí?
El desconocido se volvió y salió por la puerta por la que había entrado. Kasey oyó correr agua. A los pocos minutos, Jordan entró de nuevo en la habitación, se sentó al borde de la cama y le ofreció a la joven dos pastillas y un vaso de agua.
– Para el dolor de cabeza -indicó él.
Kasey se tragó las pastillas y se bebió el vaso de agua. Tenía una sed de náufrago.
– ¿Cómo he llegado aquí? -repitió.
– ¿No lo recuerdas? -preguntó divertido.
– Silo recordara, no preguntaría -replicó la joven, enfurruñada.
– Te traje en taxi -dijo Jordan-. Del bar del hotel.
El bar del hotel. Kasey hurgó con ansiedad en su memoria. Sí… había estado en un bar de la calle Collins. Y estaban allí algunos amigos de su compañera de apartamento. Habían estado charlando, después los demás se habían ido a una discoteca. Pero aquel hombre no.
Había bebido. No demasiado. ¿La había emborrachado aquel individuo? Lo miró con ojos acusadores.
– ¿Por qué no me llevaste a mi casa?
Jordan se encogió de hombros.
– Mi casa estaba más cerca. Y yo tenía algo de prisa.
¿Prisa? ¿Por qué? Un rubor profundo tiñó las mejillas de Kasey al ocurrírsele la posible razón.
– Me emborrachaste y me trajiste aquí para… -Kasey iba a levantarse de la cama, pero se contuvo al recordar su estado de semidesnudez-. ¡Dios mío, eres un ser despreciable! ¡Eso equivale casi a violación!
– Esa es una palabra muy fea, Katherine. Pero si encontráramos al taxista que nos trajo, él podría atestiguar que tú me suplicaste que hiciéramos el amor.
– ¡No es verdad! ¡No he podido hacer eso! -protestó Kasey con indignación.
Jordan alargó una mano y le acarició la mejilla.
– Tranquilízate, Katherine -le dijo con suavidad-. Yo tenía prisa porque me estaba dando cuenta de que te encontrabas muy mal, estabas mareada -le sostuvo la mirada-. Anoche no sucedió nada. Te desmayaste en el ascensor cuando subíamos a mi apartamento. Fue bastante difícil desnudarte y meterte en la cama, créeme.
– ¿Dónde has dormido tú?
Jordan sonrió.
– A tu lado -indicó-. Y te juro por mi honor que lo único que he hecho ha sido dormir.
Kasey lo miró con recelo.
– Te quedaste dormida al instante, Katherine. En realidad, ya estabas casi inconsciente desde que subimos al taxi. Además, tengo el… digamos capricho… de esperar de una mujer al menos la menor reacción de interés antes de intentar hacer el amor con ella. Rarezas que tiene uno -concluyó con ironía.
Kasey se pasó una mano por la frente.
– Ojalá pudiera recordar -se encontró con la mirada de Jordan y el azul intenso de sus ojos abrió otro cauce en la memoria. Él estaba sentado enfrente de ella en el bar del hotel y la miraba-. ¿Me aseguras que eso es… lo único que ha ocurrido?
– Bien, en realidad no -dijo Jordan si apartar su mirada de ella-. Me prometiste algo y espero que no te retractes.
– ¿Una promesa? -Kasey se humedeció los labios-. ¿Qué clase de promesa?
– Casarte conmigo.
– ¿Casarme contigo? -repitió como atontada-. ¡Pero eso es ridículo! ¡Ni siquiera te conozco! ¿Cómo podría haber…?
Pero inmediatamente recordó algo: había pensado que debía salvar su orgullo apareciendo en la boda de Greg del brazo de otro hombre, pero…
– Anoche me dijiste que tenías una desesperada necesidad de un marido -dijo Jordan con tono apacible-. Y yo me ofrecí como voluntario.
– ¿Yo… te pedí… que te casaras conmigo?
– Poco más o menos. Y yo accedí. De modo que se puede decir que estamos comprometidos.
– ¡Pero esto es ridículo! No puedo creer que yo… tú…
– Sin embargo, no llegaste a decirme por qué necesitabas un marido -prosiguió Jordan con desenfado-. Debo confesar que tengo mucha curiosidad. ¿Estás embarazada?
– ¿Embarazada? ¡Por supuesto que no!
– Pensaba que ésa podría ser la razón.
– Pues no lo es. Supongo que… que debió afectarme el alcohol -farfulló Kasey-. ¿Por qué otra razón podría haber hecho una proposición tan absurda? Además, ¿por qué accediste? ¿También estabas borracho?
Jordan esbozó una cínica sonrisa.
– No estaba completamente sobrio, pero tampoco se puede decir que estuviera borracho.
– ¿Entonces?
– Quizá nos convenga casarnos -dijo con una frialdad pasmosa.
Kasey lo miró y desvió rápidamente la mirada. Jordan suspiró.
– Llevo una vida muy atareada, mis negocios me mantienen muy ocupado, de modo que no tengo tiempo para conocer bien a las mujeres. Eso no les impide mostrar un entusiasmo casi rapaz -hizo una mueca desdeñosa-. Pero, no me engaño respecto a sus motivaciones. Mi principal atractivo es mi cuenta bancaria. Estar casado me libraría de mis asiduas «admiradoras».
Kasey se preguntó si realmente pensaría que el dinero era lo único que las mujeres buscaban en él. ¿Es que no se miraba al espejo?
– ¿Cómo sabes que yo no voy detrás de tu dinero?
Un asomo de sonrisa cruzó por el rostro de Jordan.
– La hija de Mike Beazleigh no iría detrás del dinero de nadie, estoy seguro.
– ¿Cómo sabes quién soy? ¿Te lo dije yo?
Jordan negó con la cabeza.
– Ya lo sabía. Te he visto en algún pase de modelos y en cierta ocasión nos presentaron.
Kasey se encogió de hombros.
– Bien, en cualquier caso no creo que sea necesario cumplir una promesa hecha al calor del alcohol.
– Como ya te he dicho, me convendría casarme ya -Jordan se removió en el borde de la cama y Kasey no pudo evitar fijarse en sus piernas-. Pero tú todavía no has contestado a mi pregunta. ¿Por qué necesitas casarte? Con tu belleza, estoy seguro de que bastaría con que expresaras tus deseos de casarte para tener un enjambre de aspirantes en tu mano.
– Ya te lo he dicho… estaba un poco borracha. No estoy acostumbrada a beber.
– Y deprimida. Melancolía etílica, le llaman -se burló él-. ¿Sueles hacer propuestas de matrimonio cada vez que bebes una copa?
– ¡Por supuesto que no! En realidad, rara vez bebo, no me gusta el alcohol. Lo que pasa es que… -intentó encontrar una explicación razonable. No iba a contarle la verdad a un desconocido.
– ¿Qué?
Kasey se encogió de hombros.
– ¡Oh, por el amor de Dios! Quizá tenía miedo de convertirme en una solterona o algo parecido. Tengo casi veintitrés años y todas mis amigas se han casado ya.
– Me parece muy difícil creer que una mujer como tú pueda quedarse soltera, a menos que así lo desee -dijo Jordan con una sonrisa irónica-. Incluso a pesar de tu fama de mujer de hielo -añadió y Kasey le miró desazonada-. En el poco tiempo que llevas trabajando como modelo has logrado cierta fama en nuestro círculo, ¿sabes?
– ¡Eso es ridículo! -replicó Kasey.
– ¿Sí?
– ¿De verdad me… llaman así? -le preguntó alzando la barbilla con orgullosa indignación.
– Yo pensaba que lo sabías, que adoptabas esa actitud a propósito.
– No, no adopto ninguna actitud -Kasey bullía de indignación; no se imaginaba que su desdicha se notara tanto-. Me parece que soy la última en enterarme, pero puedo adivinar quién me ha puesto ese apodo y por qué.
Jordan arqueó sus bien delineadas cejas.
– Es indudable que el perpetrador de tan elocuente descripción debe ser hombre -dijo la joven con desdén-. Parece que las modelos tenemos fama de ser las presas favoritas para los coleccionistas de aventuras fáciles -continuó-. Y he demostrado ser la excepción a la regla en varias ocasiones. Quizá haya herido más de un «ego» machista. Para algunos hombres, la decencia en la mujer sólo puede deberse a la frigidez.
– Entre los «egos» heridos está el mío -dijo Jordan con suavidad.
De repente, Kasey recordó una fiesta celebrada después de un desfile de modas cuando comenzaba a trabajar para la agencia de modelos. Jordan Caine estaba allí. Alguien los había presentado, él la había invitado a salir. En ese momento comprendió porqué esos ojos azules le habían parecido ligeramente conocidos. Él la había desnudado con la mirada y Kasey había rechazado la invitación con indiferencia glacial. Un asomo de rubor enrojeció sus mejillas.
– Es cierto -asintió la joven.
Una sonrisa inesperada iluminó el rostro de Jordan.
– Le diste a mi «ego» una buena lección.
La devastadora sonrisa del hombre provocó un extraño vuelco en el corazón de la joven; tuvo que desviar la mirada para no dejarse cegar por los encantos de Jordan.
– No me acuesto con cualquiera -dijo a la defensiva.
– Entonces me siento más que halagado de que hayas aceptado mi hospitalidad -dijo Jordan con una sonrisa burlona y la ira de Kasey se reavivó.
– Hablo en serio, Jordan. Supongo que te parecerá difícil creerlo, teniendo en cuenta el éxito que tienes con las mujeres. Supongo que en tu mundo son tan escasas las vírgenes, que no te darías cuenta si te acostaras con una.
– ¿Y tú eres, Katherine Beazleigh, uno de tan singulares especímenes?
Kasey se sonrojó.
– En ese caso, podrías ayudarme a salvar tan lamentable vacío en mi experiencia amorosa -dijo Jordan, intentando destaparla.
Kasey se aferró a la sábana con furia.
– No -farfulló-. No he querido decir… ¡no, por favor!
Jordan soltó la sábana, pero el alivio de Kasey fue breve, pues se inclinó hacia ella, haciéndola retroceder. Colocó una mano a cada lado de Kasey, y la recorrió lentamente con la mirada.
Kasey intentó taparse más, pero Jordan se apresuró a retener la sábana. Con deliberación, bajó la cabeza y rozó con los labios la piel femenina, regodeándose en la redondez del hombro y en la curva del cuello. Se detuvo allí y luego trazó el contorno de la barbilla con la lengua.
Kasey contuvo el aliento y el corazón se agitó en su pecho. Jordan la iba a besar en los labios. Debía detenerlo. No deseaba que la besara ningún hombre que no fuera Greg. Sin embargo, un extraño sentimiento se apoderó de ella… un incontenible deseo de sentir sobre sus labios los de aquel hombre. Bajó la mirada y su deseo venció la voluntad de resistencia.
El colchón crujió cuando él se apartó un poco. Kasey entreabrió los ojos. Jordan la estaba mirando. ¿Qué significaba aquella sonrisa burlona que curvaba aquellos labios que habían trazado fuego sobre la piel femenina?
– Ah, Katherine, deberías saber que no conviene lanzar semejante desafío a un hombre después de un sueño reparador -dijo con tono acariciante-. Si no tuviera escrúpulos, habrías perdido eso que consideras tan precioso -sus ojos brillaban con humor sarcástico.
– ¡Eres un…! -Kasey intentó soltar la mano, pero se dio cuenta de que con aquel movimiento se había caído la sábana, dejando al descubierto un pecho. Ruborizada, se volvió a tapar mientras Jordan reía entre dientes.
– ¿Para qué tanto pudor, preciosa? No olvides que anoche contemplé todo tu delicioso cuerpo y debes creerme, no hay razón alguna para ocultar semejante belleza. Incluso me gusta la peca que tienes por aquí.
Posó el dedo sobre la sábana, por debajo del pecho izquierdo de la joven.
– Está bien, es verdad que me has visto desnuda, pero nadie debe vanagloriarse de contemplar desnuda a una mujer cuando ella está inconsciente, ¿no te parece?
– Tienes toda la razón -admitió él-. Escucha, Katherine.
– Soy Kasey -lo interrumpió ella-. Sólo me llaman Katherine en el trabajo, de modo que deja de llamarme así.
– Está bien… Kasey -se echó un poco hacia atrás y la joven suspiró aliviada-. Quiero que hablemos en serio. Respecto a lo del matrimonio, me gusta la idea. Para serte franco, resolvería bastantes de mis problemas. Me gustaría que lo pensaras un poco.
Un torrente de pensamientos contradictorios inundó la mente de Kasey al conjurar la imagen de la pequeña iglesia del condado en el cual estaban la granja de su padre y Winterwood, la del padre de Paula Wherry. Se imaginó a Paula caminando por el pasillo de la iglesia cogida del brazo de Greg, y a sí misma al lado de Jordan Caine. Era una imagen tentadora.
– ¿Pero por qué yo? -se aferró a la sábana, luchando por no ceder con tanta facilidad.
– ¿Por qué no? Tienes los antecedentes que yo puedo desear en una esposa. Provienes de una familia aceptada socialmente y tu padre tiene el suficiente dinero para convencerme de que no eres una cazafortunas. Además, eres muy atractiva. Pero eso ya lo sabes.
Kasey miró fijamente y tuvo que admitir que él tampoco carecía de atractivo.
– ¿Qué dices? -la apremió.
– Quizás acepte -dijo ella, vacilante.
– El «quizá» no me basta -señaló Jordan con firmeza y le cogió una mano-. ¿Sí o no?
– Está bien. Sí -tenía la sensación de que aquello no podía estar ocurriendo en realidad.
– Bien. Entonces necesitamos un anillo. ¿Estás libre mañana?
– ¿Mañana? -Kasey se mordió el labio. Se sintió presionada-. Hay tiempo suficiente. No hace falta…
– Al contrario, querida. Cuando me dedico a algo no veo razón para demoras. Hemos decidido casarnos, así que… -frunció levemente el ceño y se pasó una mano por la barbilla-, ¿qué tal si celebramos la boda dentro de un mes? ¿El dieciséis? -la miró sin pestañear.