Capítulo Nueve

– ¿Quién es esa mujer por la que Ellis se ha vuelto loco? -preguntó Charles serenamente, sus pálidos ojos azules no vacilaron en ningún momento cuando miró a Lowell. Como siempre, Charles actuaba aislado, pero Lowell sabia que a él no le extrañaba nada.

– Vive a poca distancia de la playa. Un área abandonada, no hay nadie cerca durante millas. La interrogamos cuando empezamos a buscar a Sabin.

– ¿Y? -la voz era casi sumisa.

Lowell se encogió de hombros.

– Y nada. Ella no había visto nada. -debe ser excepcional para haber captado la atención de Ellis.

Después de considerarlo Lowel agitó levemente la cabeza.

– Es guapa, pero eso es todo. Nada espectacular. Sin clase. Pero Ellis no ha parado de hablar sobre ella.

– Parece que nuestro amigo Ellis no tiene puesta la mente en el trabajo -el comentario era ilusoriamente casual.

Nuevamente Lowell se encogió de hombros.

– Él cree que Sabin murió al explotar el barco, por lo que no se está esforzando mucho para cazarlo.

– ¿Qué piensas tu?

– Es una posibilidad. No hemos encontrado ningún rastro de él. Estaba herido. Aunque por milagro hubiera sobrevivido, hubiera necesitado ayuda.

Charles asintió, sus ojos eran pensativos cuando miró a Lowell. Había trabajado con Lowell durante muchos años y sabía que era firme y competente, sin inspiración, un agente. Tenía que ser competente para haber sobrevivido. Lowell no estaba más convencido que Ellis de la supervivencia de Sabin, y Charles se preguntó si él había permitido que la reputación de Sabin estropeara su sentido común. El sentido común indicaba que Sabin ciertamente había muerto en la explosión o inmediatamente después de ella, ahogándose en las calurosas aguas turquesa para convertirse en comida para peces. Nadie hubiera sobrevivido, pero Sabin… Sabin era único, salvo por ese diablo rubio de ojos dorados que había desaparecido y se había rumoreado su muerte, a pesar de la charla inquietante que había flotado sobre Costa Rica el año anterior. Sabin era más bien una sombra, hábil por instinto y condenablemente afortunado. No, afortunado no, se corrigió Charles. Experimentado. Llamar a Sabin “afortunado” era infravalorarlo, un error fatal que sus colegas habían cometido en demasía.

– Noelle, ven aquí -llamo él, apenas levantando la voz, pero no lo necesitaba. Noelle nunca estaba lejos de él. Le daba placer mirarla, no porque fuera extremadamente bonita, aunque lo era, sino porque disfrutaba de la incongruencia de tal habilidad letal en una mujer tan encantadora. Su trabajo era doble: proteger a Charles y matar a Sabin.

Noelle entró en la habitación, caminando con la gracia de una modelo, sus ojos soñolientos y suaves.

– ¿Sí?

Él ondeo su mano delgada, elegante para indicar una silla.

– Siéntate, por favor. He estado discutiendo sobre Sabin con Lowell.

Ella se sentó, cruzando laspiernas. Los gestos que atraían a los varones confiados eran naturales en ella; los había estudiado y practicado durante demasiado tiempo para dejar de realizarlos. Ella sonrió.

– Ah, agente Lowell. Fuerte, honrado, quizá un poco corto de vista.

– Como dice Ellis, él parece pensar que estamos perdiendo el tiempo buscando a Sabin.

Ella encendió un cigarrillo e inhaló profundamente, luego soltó el humo a traves de sus labios bien formados.

– No le importa lo que ellos piensen, ¿verdad? Sólo lo que tú piensas.

– Me pregunto si estoy atribuyendo poderes sobrehumanos a Sabin, si soy tan cauto sobre él que no puedo aceptar su muerte -meditó Charles.

Los ojos soñolientos parpadearon.

– Hasta que tengamos pruebas de su muerte no podemos permitirnos el lujo de asumirla. Hace ocho días. Si hubiera sobrevivido de alguna manera, estaría lo bastante recuperado para comenzar a moverse aumentando nuestras posibilidades de encontrarlo. Lo más lógico sería intensificar la búsqueda, en vez de reducirla.

Sí, eso era lo lógico; por otro lado, si Sabin había sobrevivido a la explosión y de algún modo lo había encontrado, algo que parecía imposible, ¿Por qué no había avisado a su oficina principal para pedir ayuda? Las fuentes de Ellis en Washington decían de modo indudable que Sabin no había intentado ponerse en contacto con nadie. Ese simple hecho había convencido a todos de que Sabin estaba muerto… pero Charles todavía no podía convencerse. Era el instinto puro lo que le incitaba a hacer a sus hombres seguir investigando, esperando con aplomo a golpear. No podía creer que hubiera sido tan fácil matar a Sabin, no después de todos los años en los que los esfuerzos habían fallado. Era imposible tener demasiado respeto a sus capacidades. Sabin estaba allí fuera, en alguna parte. Charles podía sentirlo.

Se sintió repentinamente animado.

– Tienes razón, claro -le dijo a Noelle-. Intensificaremos la búsqueda, volviendo a mirar en cada centímetro de tierra. De alguna manera, en algún lugar, lo hemos pasado por alto.


Sabin andaba por la casa, su humor salvaje se reflejaba en su cara. Había hecho algunas cosas duras en su vida, pero ninguna tan difícil como tener que ver a Rachel lista para salir con Tod Ellis. Iba en contra de todos sus instintos, pero nada de lo que había dicho le había hecho cambiar de opinión, y él estaba en desventaja, maniatado por las circunstancias. No podía permitirse el lujo de hacer algo que atrajera la atención sobre ella; aumentaría el peligro en el que ella se encontraba. Si hubiera estado listo para moverse hubiera ido él esa noche en vez de exponerla a Ellis, pero de nuevo estaba bloqueado. No estaba listo para moverse, y moverse antes de estar preparado podía significar la diferencia entre el éxito y el fracaso, sumando a la apuesta la seguridad de su país. Se había especializado durante la mitad de su vida en poner primero a su país, incluso a costa de su propia vida. Sabin podía sacrificarse sin vacilar e incluso sin pesar si hubiera sido necesario, pero la simple y terrible verdad era que no podía sacrificar a Rachel.

Tenía que hacer todo lo que pudiera para mantenerla a salvo, aunque significara tragarse su orgullo y sus instintos posesivos. Ella estaría bien con Ellis mientras él no tuviera ninguna razón para sospechar algo. Sacarla de la casa de un tirón y llevársela antes de que Ellis llegara para recogerla, como Kell había querido hacer, hubiera despertado las sospechas del hombre. Kell conocía al agente, sabia que era condenadamente bueno en su trabajo… demasiado bueno, o él nunca hubiera podido esconder sus otras actividades durante tanto tiempo. También tenía un ego comparable con su tamaño; si Rachel lo hubiera rechazado se habría puesto furioso, y no se lo permitiría pasar. Volvería.

La paciencia, la habilidad de esperar incluso ante una gran urgencia, era uno de los mayores dones de Sabin. Sabía esperar, cómo escoger el momento para un mayor éxito, cómo ignorar los peligros y concentrarse sólo en el tiempo. Podía desaparecer literalmente en su entorno, esperando, tanto que cuando estuvo en Vietnam, parte de las criaturas salvajes lo habían ignorado y el Vietcong había pasado a veces a poca distancia de él sin verlo en realidad. Su habilidad de esperar era realzada por su conocimiento instintivo de cuándo la paciencia era inútil; entonces explotaba la acción. Se lo explicaba a si mismo como un sentido bien desarrollado del tiempo. Sí, sabía esperar… pero esperar la llegada de Rachel a casa estaba volviéndolo loco. La quería a salvo entre sus brazos, en su cama. ¡Maldición, cuanto la deseaba en su cama!

No encendió las luces de la casa; no creía que fuera probable que estuvieran vigilando la casa, pero no podía arriesgarse. Rachel y Ellis podían volver pronto, y una casa iluminada podía activar las sospechas de Ellis. En cambio se movió silenciosamente a través de la oscuridad, incapaz de sentarse todavía a pesar del dolor del hombro y la pierna. Su hombro se había convertido en un infierno desde la tarde, y él se lo masajeo con una sonrisa ausente en sus labios, no lo había sentido mientras le había el amor a Rachel; sus sentidos habían estado centrados únicamente en ello y en el éxtasis insoportable de sus cuerpos unidos. Pero desde entonces el hombro le había estado recordando dolorosamente que era una curación lenta; había tenido suerte de no volverse a abrir la herida.

Repentinamente juró y cojeo a través de la cocina hasta la puerta trasera, tan agitado que ya no podía permanecer dentro de los confines de la casa. En cuanto Kell abrió la puerta trasera se dio cuenta de que Joe había abandonado su lugar bajo el árbol principal, moviéndose mientras silenciosamente a través de las sombras, y lo llamó con seguridad. Kell ya no temía ser atacado; Joe había aceptado su presencia con cautela, pero Kell no confiaba lo bastante en él como para no identificarse antes de bajar las escaleras traseras.

Escondiéndose automáticamente entre las sombras, Kell rodeó la casa e investigó los pinos, asegurándose de que la casa no estaba siendo vigilada. Joe se mantuvo aproximadamente a medio metro detrás de él, deteniéndose cuando Kell se detenía y siguiendo cuando Kell seguía.

Una luna nueva estaba subiendo, dando un delgado halo de luz en el horizonte. Sabin miró el cielo claro, tan claro, era como los ojos de Rachel, esa afinidad la hacía parecer más fuera de su alcance.

Su corazón se retorció de nuevo, y cerró la mano en un puño. Susurró una maldición en la noche. Ella era demasiado galante, demasiado fuerte, para su propio bien; ¿por qué no le permitía mantenerla segura y asumir él todos los peligros? ¿No sabía lo que le sucedería si algo le pasaba?

No, ¿Cómo podía saberlo? Nunca se lo había dicho, y nunca lo haría, no a costa de su seguridad. La protegería aunque lo matase hacerlo. Su boca se curvo irónicamente; probablemente lo mataría, no físicamente, pero en lo más profundo de sí mismo donde no había permitido que nadie lo tocara… hasta que Rachel había traspasado todas sus defensas y quemado su mente y alma.

De acuerdo, exitía la posibilidad de que él no saliera vivo, sin embargo, no se detuvo en eso. Había pensado mucho en los últimos días, considerando y desechando opciones. Sus planes estaban hechos. Ahora estaba esperando: esperando a que sus heridas terminaran de sanar; esperando a estar físicamente listo; esperando que Ellis y sus compañeros cometieran algún pequeño error; esperando hasta darse cuenta de que era el momento… esperando. Cuando llegara el momento llamaría a Sullivan, y el plan se pondría en marcha. Tendría a Sullivan que valía por diez hombres normales. Nadie esperaba que ambos estuvieran vivos trabajando juntos de nuevo.

No, su única duda se debía a Rachel. Sabía lo que tenía que hacer para protegerla, pero era la primera vez en su vida que tenía miedo. Permitirle irse era una cosa; vivir sin ella era otra.

Estaba de pie en la oscuridad y maldijo todo lo que le hacía ser diferente de los demás hombres; habilidad extraordinaria y destreza, vista aguda y cuerpo atlético, la extrema coordinación entre mente y músculos que, todo junto, lo hacían un cazador y un guerrero. Cuando se sumaba su alejamiento emocional a lo que había sido normal en el trabajo que tenía, el perfecto, soldado con emociones frías. No podía recordar haber sido alguna vez diferente. No había sido un niño ruidoso, alegre; había sido callado y solitario, manteniéndose lejos incluso de sus padres. Siempre había estado solo en su interior y nunca lo había querido de otra manera; quizás había sabido incluso de niño, cuanto lo heriría amar. Allí estaba. Permitió que las palabras se formaran en su mente, pera incluso eso era tan doloroso que retrocedió. Era demasiado intenso para amar accidental y superficialmente, para jugar los juegos amorosos una y otra vez. Su distanciamiento emocional era una defensa, pero Rachel la había derribado, y herido. Dios, como lo hirió.

Rachel estaba sentada enfrente de Tod Ellis, sonriendo y charlando y obligándose a comer el marisco como si lo disfrutara, pero enfriándose cada vez que el le dirigía esa sonrisa de anuncio de pasta de dientes. Sabía lo que escondía esa sonrisa. Sabía que había intentado matar a Kell; era un mentiroso, asesino y traidor. Consumía toda su fuerza seguir actuando como si se lo estuviera pasando bien, pero nada podía impedir que sus pensamientos se dirigieran hacía Kell.

No había deseado otra cosa que seguir en sus brazos esa tarde, su cuerpo flojo y latiendo por su brusca, rápida, pero satisfactoria posesión de su cuerpo. Se había olvidado de lo que le gustaba… o quizás nunca había sido así antes. Su matrimonio con B.B. había sido caliente y divertido y amoroso. Siendo la mujer de Sabin sería quemarse viva cada vez que la tocase, volviéndose suave, caliente y húmeda, cada vez que su mirada la rozase ligeramente. Él no era tolerante y alegre. Era un hombre duro, intenso, irradiaba la fuerza de su personalidad. No era juguetón; nunca lo había oído reír, ni siquiera sus raras sonrisas llegaban hasta sus ojos. Pero la había alcanzado con una necesidad tan desesperada, que había respondido a todo inmediatamente, y había estado lista para él, amándolo.

No, Kell no era un hombre confortable para tenerlo alrededor, o un hombre fácil de amar, pero no perdió el tiempo tratando de poner trabas a su destino. Lo amaba, y lo aceptaba como era. Miró a Tod Ellis y sus ojos se entrecerraron un poco, porque Kell era un león rodeado de chacales, y este hombre era uno de los chacales.

Ella soltó su tenedor y le dirigió una sonrisa luminosa.

– ¿Durante cuánto tiempo crees que vas a estar por aquí? ¿O has sido asignado a este área de modo permanente?

– No, me muevo mucho-dijo él, respondiendo a su pregunta directa con una nueva sonrisa-. Nunca sé cuando voy a ser reasignado.

– ¿Éste es una especie de trabajo especial?

– Más bien la persecución del ganso salvaje. Hemos estado perdiendo el tiempo. Aunque, si no hubiéramos estado investigando en la playa nunca te habría conocido.

Él había estado tirándole los tejos desde que la había recogido, y Rachel los había esquivado hábilmente. Evidentemente pensaba que era un moderno Don Juan, y probablemente muchas mujeres lo encontraban atractivo y encantador, pero ellas tampoco sabían lo que Rachel sabía sobre él.

– Oh, estoy segura de que no te hubiera herido perder una cita esporádica -dijo ella desenvueltamente.

Él alcanzó su mano a través de la mesa y la puso en la suya.

– Quizá no considero ésta una cita esporádica.

Rachel sonrió y apartó su mano para recoger su vino.

– No veo como puedes considerarlo de otra manera, teniendo en cuanta que en cualquier momento te pueden reasignar. Aun cuando te quedaras, yo me marcharé pronto y probablemente no vuelva hasta las vacaciones de verano.

No le gustó eso; dañaba su ego que ella no deseara estar a su lado mientras estuviera allí.

– ¿Dónde vas?

– Voy a quedarme con un amigo y hacer algunas investigaciones por allí. Estaba planeando quedarme allí hasta que tenga que volver para dar un curso nocturno en Gainesville en otoño.

Cualquier otro le hubiera preguntado por el curso que daba; Ellis frunció el ceño y dijo:

– ¿Tu amigo es hombre o mujer?

Sencillamente durante un momento ella considero la idea de decirle que fueran a dar un paseo por el corto malecón, pero no era su plan oponersele, no aún. Aún quería obtener alguna información de él si era posible. De modo que le dirigió una mirada franca en la que le decía que había ido demasiado lejos y serenamente contestó:

– Una mujer, una viaja amiga de la universidad.

No era tonto. Arrogante y presumido, pero no tonto. Hizo una mueca que pretendía ser encantadora pero que a ella la dejó fría.

– Lo siento, me he sobrepasado, ¿no? Sencillamente es que, bien, desde el momento en que te vi, me sentí realmente atraído, y quiero llegar a conocerte mejor.

– Pues lo veo difícil-señaló Rachel-. Te marcharás pronto aun cuando yo no hubiera planeado mis vacaciones.

Parecía que no le gustaba que se lo discutieran, pero había dicho que se movía mucho.

– Estaremos alrededor de otras dos semanas -dio él enfurruñadamente.

– ¿Atando los cabos suelto?

– Sí, ya sabes como es. El papeleo.

– ¿Sólo tú y el Agente Lowell?

Él dudo, era un hábito inculcado demasiado profundamente en él para hacerle fácil hablar de cualquier detalle de su trabajo. Rachel contuvo la respiración, preguntándose mientras si su ego lo incitaría a intentar recuperar el terreno perdido siendo demasiado personal. Después de todo, era inherentemente encantador que alguien preguntara por su trabajo. Era una manera de enterarse, de hacer preguntas inocentes que demostraran interés. Bien, estaba interesada, pero no en Ellis.

– Somos nueve investigando activamente -dijo él finalmente-. Hemos sido escogidos especialmente para este trabajo.

¿Porqué eran tan poco escrupulosos? Ella abrió los ojos desorbitadamente, pareciendo muy impresionada-. Debe de ser muy importante para que tantos hombres trabajen en él.

– Como dije, somos los investigadores activos. Podemos llamar a aproximadamente veinte hombres para tener refuerzos si es necesario.

Ella pareció debidamente impresionada.

– ¿Pero tú piensas que está muerto?

– No hemos encontrado nada, pero el jefe todavía no está satisfecho. Sabes cómo es. Las personas que están tras un escritorio piensan que saben más que los hombres en el campo.

Simpatizó con él e incluso hizo algunos comentarios para mostrar que estaba de acuerdo mientras apartaba la conversación del trabajo. Si sondeara demasiado directamente y demasiado a menudo podía despertar sus sospechas. Hablar con él la hacía sentirse sucia y ansiosa para conseguir alejarse de él, tan lejos como pudiera. El saber que intentaría besarla, probablemente incluso intentaría llevarla a su cama, la llenaba de un enfermizo horror. No había ninguna manera en que pudiera tolerar su boca en al suya por un momento. Aunque no fuera una serpiente completa como era, no podría besarlo; era la mujer de Kell Sabin, un hecho que no tenía nada que ver con la voluntad o la determinación. Simplemente lo era.

Se obligó a hablar durante otra hora, sonriendo en los momentos apropiados y rehuyendo el impulso creciente de amordazarle. Casi era más de lo que podía tolerar. El solo pensar que Kell podría utilizar cualquier información que ella obtuviera de Ellis la hacía quedarse. Cuando sus platos estuvieron vacíos y estaban tomando el café, ella volvió a sondearlo.

– ¿Dónde estás alojándote? Esta no es una zona turística y los cuartos de motel pueden ser duros de encontrar.

– Realmente nos extendemos por debajo de la costa -explico Ellis-. Lowell y yo compartimos un cuarto en este pequeño motel bonito, Harran’s.

– Sé donde está -dijo ella, mientras asentía.

– Hemos estado viviendo de comida rápida desde que llegamos. Es un alivio conseguir una comida decente por una vez.

– Ya me imagino- apartó su taza de café y echó una mirada alrededor del restaurante, esperando que el captara el mensaje de que estaba preparada para irse. Los detalles vagos que había conseguido tendrían que ser bastante; sencillamente no podía quedarse más tiempo allí sentada y pretender que él le gustaba. Quería irse a su casa y cerrar la puerta con llave tras de si, apartando a Tod Ellis y los suyos de su vida. Kell estaba allí, esperándola, y deseaba estar con él, aunque se encontrara insegura sobre su estado de ánimo. Había estado callado fríamente cuando se marchó, su rabia apenas controlada. Él quería mantenerla protegida y asumir todos los riesgos, pero Rachel no podría respirar tranquila si estuviese sin hacer nada mientras el estaba en peligro. Él no estaba acostumbrado a que sus órdenes fueran ignoradas, y no le gustaba ni una pizca cuando no lo hacían.

Por razones propias Ellis no era renuente a salir un poco temprano. Rachel imaginaba que creía que el resto de la tarde la pasarían de una manera más física. Quedaría desilusionado.

Ella no habló mucho durante el camino a casa, tanto porque era renuente a tener más contacto con Ellis del que fuera necesario, como porque sus pensamientos estaban concentrados en Kell, aunque en ningún momento de esa tarde sus pensamientos se habían alejado mucho de él. Sus latidos se aceleraron y la sangre corrió a través de sus venas, haciéndola sentir ruborizada y mareada. El haber hecho el amor esa tarde debería haber aclarado su relación, aunque sólo fuera a un nivel elemental, pero no fue así. Kell la había mirada tan extrañado después, como si ella no fuera lo que había esperado. A pesar de su enfado con ella cuando se había negado a hacer lo que le decía, en algún nivel profundo había parecido más solo que nunca. Era un hombre difícil, raro, pero era tan consciente de él, que notaba cada pequeño matiz de su expresión gritándole cosas, cuando las demás personas no serían capaces de notar nada. ¿Por qué había parecido tan retraído? ¿Por qué se sentía más lejos de él ahora que antes de que se hubieran retorcido juntos en el ardor?

Ellis giró hacia el camino privado que terminaba en su casa y unos minutos después aparcó delante. La casa estaba a oscuras, pero realmente ella no había esperado que estuviera de otra manera. Kell no anunciaría su presencia encendiendo las luces.

Salieron del coche, y cuando Ellis se puso a su lado escucharon los gruñidos graves. Bendito Joe, no fallaba nunca.

Ellis retroceció visiblemente, la súbita alarma grabándose en su cara al lado de la puerta abierta del coche. Se detuvo.

– ¿Dónde está? -murmuró.

Rachel miro alrededor pero no pudo ver al perro. Era negro y marrón, con los colores tipos de un pastor alemán, por lo que la oscuridad hacía difícil verlo. Los gruñidos llegaban desde la izquierda, cerca de Ellis, pero aun no podía verlo.

Rápidamente aprovechó la oportunidad.

– Mira, estate quieto mientras yo camino por el patio. Está detrás de ti, así que no te acerques más a é. Cuando yo me aleje, entra en el coche por este lado y probablemente no te molestara.

– Ese perro es malvado. Deberías tenerlo encadenado -saltó Ellis, pero no se opuso a sus instrucciones. Se estaría quieto mientras Rachel anduviera por el patio, después subiría por la puerta abierta del copiloto del coche.

– Lo siento -se disculpó Rachel, esperando que no pudiera escuchar la falsedad de su voz-. No lo pensé. Es una buena protección. Nunca permite que un extraño entre en el patio.

Joe se movió entonces, el movimiento traicionando su posición. Gruñendo, se colocó entre Rachel y Ellis.

Deseó reír. Ahora no había ninguna posibilidad ni tan siquiera de un beso de buenas noches, y por la mirada de Ellis sabía que no quería otra cosa que entrar en el coche, con el sólido acero entre él y el perro. Rápidamente entró y cerró la puerta violentamente, entonces bajo un poco la ventanilla.

– ¿Te llamaré, de acuerdo?

Ella dudo, en lugar de gritar el “¡no!” que deseaba.

– Estaré ocupada preparando las cosas para mis vacaciones. Tengo que hacer unos trabajos antes de marcharme. Realmente no tendré mucho tiempo libre.

Ahora que estaba a salvo del perro, su descaro regresó.

– Tienes que comer, ¿no? Te llamaré para almorzar o algo.

Ella planeaba estar ocupada, pero prefería manejarlo por el teléfono. No quería que se presentase allí sin invitación, pero no era probable estando Joe en la casa.

Estaba de pie en el patio, observando como se marchaba, entonces dijo:

– Buen muchacho -la aprobación era obvia en su voz. Volviéndose hacia la casa, se preguntó porque Kell no encendía las luces ahora que Ellis se había marchado. Empezó a caminar hacia el porche pero no había dado un paso, cuando un brazo duro se curvó alrededor de su cintura y tiró de ella hacia atrás.

– ¿Te has divertido? – susurró en su oreja una voz baja, enfadada.

Kell -se relajó contra él, el placer caliente inundándola con su toque, a pesar de su enfado.

– ¿Te tocó? ¿Te besó?

Había esperado el interrogatorio, pero no principalmente sobre eso. La voz de Kell era áspera, casi salvaje.

– Sabes que no lo hizo -contestó firmemente ella-. Después de todo, estabas aquí fuera mirando.

– ¿Y antes?

– No. Nada. No podía soportar el pensamiento.

Un gran temblor recorrió su cuerpo, una respuesta extraordinaria en un hombre tan controlado como era normalmente, pero cuando volvió a hablar su voz estaba normal.

– Vamos dentro.

Él cerró con llave mientras ella entraba en la habitación a guardar su bolso y quitarse los zapatos; entonces él se unió a ella en la habitación. Sus ojos negros eran inexpresivos cuando miró como se quitaba los pendientes de oro de sus orejas y los guardaba en una caja de terciopelo a rayas. Él había tenido razón; ella pasaba rápida y fácilmente de la sofisticación a ser capaz de andar descalza en el jardín, y de cualquier modo estaba atractiva.

Su fija mirada callada, firme la estaba haciendo sentir intranquila.

– Conseguí alguna información -ofreció ella finalmente, tomando un camisón de la cómoda y lanzándole una rápida mirada. Parecía… furioso, de cierto modo, aunque su cara era como la piedra y sus ojos inexpresivos. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho desnudo; sólo llevaba sus pantalones vaqueros y zapatillas de deporte, y parecía formidable.

Él no hizo preguntas, sin embargo ella lo resumió para él.

– Hay nueve de ellos en búsqueda activa, pero Ellis dejó caer que podían contar con un apoyo de aproximadamente veinte hombres si lo necesitaban. Están separados, revisando la costa de arriba abajo. Ellis y Lowell están quedándose en el Harran’s Motel. Cree que estás muerto y que están perdiendo el tiempo, pero el jefe no se rendirá.

Ése sería el misterioso "Charles". Sabin había sabido quién debía estar detrás de todo desde el momento en que había reconocido a la mujer pelirroja, Noelle, en el barco. Sabía que solo sería cuestión de tiempo hasta que ellos dejaran de buscarlo. Charles estaba a la cabecera de una organización terrorista que había estado aumentado más intrépida y desafiante, mientras que el propio Charles se mantenía a una distancia segura, protegido por un entresijo de tecnicismos y política. Ahora que se había descubierto, Sabin podía ir a por él. Pero había cometido un gran error; su primer esfuerzo no había tenido éxito, y ahora Sabin sabía que su propia organización tenia un topo. Charles no podía permitirse el lujo de detener la búsqueda hasta que Sabin fuera encontrado, muerto o vivo.

Cuando Kell no le hizo ninguna pregunta Rachel se encogió de hombros y entro en el baño quitándose su ropa y poniéndose el camisón. Su silencio la estaba poniendo nerviosa; probablemente lo usaba como un arma, quitarles el equilibrio a las personas y ponerlas a la defensiva. Bien, ella no era ninguno de sus subordinados; era la mujer que lo amaba.

Cinco minutos después dejo el baño, con la ropa puesta sobre su brazo. Sabin estaba sentado en el lado de la cama, quitándose los zapatos. La siguió con la vista mientras ella colgaba su ropa en el armario, incluso sin parecer lejano cuando se puso de pie para abrir la cremallera de sus vaqueros.

– El camisón es una pérdida de tiempo -pronuncio él con lentitud-. Podrías quitártelo también y volver a ponerlo en ese cajón.

Sobresaltada, Rachel miró alrededor. Estaba de pie en la cama, sus manos en sus pantalones vaqueros, y la miraba con la misma atención concentrada de un gato mirando a un ratón. El aire alrededor de ella crujió de repente por la tensión, y la garganta se le seco, obligándola a tragar. Lentamente él bajo la cremallera de sus vaqueros, la abertura extendiéndose para revelar la piel bronceada y la línea vertical de pelo que descendía por su abdomen hasta hacerse más denso abajo visible por sus pantalones abiertos. La protuberancia dura bajo los pantalones demostraba sus intenciones claramente.

Su cuerpo saltó contestando inmediatamente, le corazón le comenzó a latir más rápido y la respiración entró y salió de sus pulmones. Así había sido desde el principio, y no tenía más control sobre ello que antes. Él la deseaba; eso era más que obvio. Pero no deseaba quererla, y la hería saberlo.

Ella volvió a tragar, mientras cerraba la puerta del armario y se apoyaba contra ella.

– Es tonto -dijo ella, intentando un tono normal pero fallando de forma miserable. Su voz estaba tensa y temblorosa-. Después de esta tarde pensaras que estoy más cómoda con la idea de acostarme contigo, pero no lo estoy. No sé que es… lo que hay entre nosotros, si es que hay algo. Pensé que estaría más claro, pero no lo está. ¿Qué quieres de mi? -dijo ella haciendo una breve pausa con gesto despectivo -. ¿Aparte de sexo?

Kell juró silenciosamente. Era bueno en mantener a las personas lejos de él, pero cuando quería tener a Rachel cerca desesperadamente durante las horas que tuvieran, ella pensaba que todavía la empujaba lejos. Tenían tan poco tiempo juntos que el pensamiento de no aprovechar cada momento con ella era insufrible, y no sabía como hacerle ver eso. Quizás era bueno que no lo viera; quizás sería más fácil si ella nunca supiera que a él lo tentaba olvidarse de todas sus reglas y prioridades. Pero tenía que tenerla, tenía que acumular recuerdos para los días vacíos del futuro cuando ella no estuviera allí. Aun ahora ella no jugaba, no intentaba esconderse detrás de mentiras para proteger su orgullo. Era tan honrada que merecía una parte de la misma honestidad por lo menos de él, sin importar cuanto doliera. Pero el dolor no era sólo suyo.

La miró y dijo:

– Todo. Eso es lo que quiero. Pero yo no puedo tenerlo.

Ella tembló y las lágrimas acudieron a sus ojos.

– Sabes que puedes tener lo que quieres. Todo lo que tienes que hacer es alargar la mano y cogerlo.

Lentamente el caminó hacia ella y puso su mano en su hombro, resbalando sus dedos debajo del tirante del camisón y acariciando con la yema de sus dedos callosos la piel calurosa, satinada de ella.

– ¿A costa de tu vida? -preguntó él en voz baja-. No, no podría vivir con eso.

– Pareces pensar que cualquiera que esté cerca de ti se convierte en un objetivo. Otros agentes…

– Otros agentes no son yo -la interrumpió él hablando en voz baja, sus ojos negros fijos en los suyos-. Hay varios gobiernos renegados y grupos terroristas que tienen puesto precio a mi cabeza. ¿Crees que le pediría a cualquier mujer que compartiera esa clase de vida conmigo?

Ella intento sonreír a través de las lágrimas.

– No intentes decirme que vives como un monje. Yo sé que has tenido mujeres…

– Nadie cerca. Nadie especial. Nadie que pudiera ser usado o amenazado en un intento de llegar hasta mi. Lo he intentado, dulzura. Estuve casado, hace años antes de que se volviera tan malo como es ahora. La hirieron intentando acabar con mi vida. Al ser una mujer inteligente, se alejó de mi tan rápido como pudo.

No tan inteligente, pensó Rachel. Sabía que ella nunca se hubiera alejado de él. Su garganta estaba tan cerrada que casi se ahogó con sus palabras al mirarlo fijamente, las lágrimas descendiendo finalmente y rodando por sus mejillas.

– Merecería la pena, por estar contigo -susurró ella finalmente-. Yo me arriesgaría.

– No -dijo él, agitando la cabeza-. No lo permitiré. No me arriesgaré.

Con el pulgar froto las lágrimas quitándolas.

– ¿No es decisión mía?

Él subió ambas manos a su cara, resbalando los dedos en su pelo liso y espeso e inclinando cabeza acercándola a la suya.

– No cuando no sabes realmente el peligro que involucra. Fuiste una pequeña reportera investigadora, y tus noticias fueron muy buenas para ti, pero eres tan inocente como un bebé sobre lo que es realmente mi trabajo. Hay agentes que tienen vidas bastante normales, pero no soy uno de ellos. Pertenezco a una pequeña minoría. Mi existencia ni siquiera es admitida públicamente.

Ella estaba pálida, pero su rostro todavía había palidecido más.

– Sé más sobre los riesgos que involucra de lo que piensas.

– No. Sabes las versiones de las películas, limpio, romántico, atractivo.

Rachel apartó la cabeza repentinamente de su contacto, sus manos cerradas en puños.

– ¿Piensas eso? -devastada, su voz áspera por el dolor-. Mi marido murió por una bomba que habían puesto en mi coche. No hubo nada limpio, ni romántico o fascinante en eso. ¡Él murió en mi lugar! ¡Pregúntame lo que sé sobre que alguien más pague el precio por un riesgo que yo escogí asumir! -las lágrimas comenzaron a caer de nuevo, y las apartó, mientras sus ojos brillaban furiosamente-. ¡Maldito seas, Kell Sabin? ¿Crees que quiero amarte? ¡Pero por lo menos yo estoy deseosa de arriesgarme, en lugar de huir de ello como haces tú!

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