Estaba desnudo. Su mente apenas registró ese hecho antes de olvidarlo, empujado por asuntos más prioritarios. Todavía jadeaba en busca de aire para si misma, pero se obligó a contener el aliento mientras le ponía la mano en el pecho para intentar detectar un latido, o el movimiento arriba y abajo de su respiración. Estaba quieto, demasiado quieto. No encontraba indicio de la vida en él, y su piel estaba tan fría.
¡Por supuesto que estaba fría! Se regañó bruscamente, sacudiendo la cabeza para despejarla de las telarañas de la fatiga. Había estado en el agua durante sólo Dios sabía cuánto tiempo, pero estaba nadando, por muy débil que fuera, la primera vez que le había visto, y estaba dejando pasar unos segundos preciosos cuando debería estar actuando.
Le llevó toda la fuerza que tenía hacerle rodar hasta dejarle encima de su estómago, porque no era un hombre pequeño, y la brillante luz de las estrellas revelaba que era puro músculo sólido.
– Vamos- le dijo, sin dejar de masajearle la espalda. Él sufrió un ataque de tos, su cuerpo levantándose bajo ella. Luego gimió roncamente y se estremeció antes de quedarse quieto.
Rápidamente Rachel le tumbó de espaldas otra vez, inclinándose ansiosamente sobre él. Su respiración era audible ahora. Demasiado rápida y leve, pero definitivamente estaba respirando. Sus ojos estaban cerrados, y su cabeza rodó hacia un lado cuando ella le sacudió. Estaba inconsciente.
Volvió a apoyarse sobre sus talones, temblando mientras la brisa del océano traspasaba la camisa mojada que llevaba puesta, y clavó la mirada en la cabeza oscura que descansaba sobre la arena. Sólo después notó la torpe atadura que tenía alrededor del hombro. Intentó quitárselo de un tirón, pensando que quizá fuesen los restos de la camisa que llevaba puesta cuando sufrió el accidente que le había arrojado al océano. Pero la tela mojada bajo sus dedos era de tela vaquera, demasiado pesada para una camisa en este clima, y estaba atada con un nudo. Tiró de ello otra vez, y parte de la tela se desprendió. Había estado doblada en una almohadilla y apartado el nudo, y a gran altura en su hombro había una herida, un agujero redondo, obsceno, donde no debería haber habido uno, de color negro a la pálida luz.
Rachel clavó los ojos en la herida, sobresaltándose al comprender. ¡Había recibido un disparo! Había visto demasiadas heridas de bala para no reconocer a una, aun a la tenue luz de las estrellas que reducía todo a brillos plateados y sombras negras. Giró la cabeza de un lado a otro, y fijó la mirada mar adentro, forzando la vista para ver cualquier punto de luz reveladora, que advertiría de la presencia de un bote, pero no había nada. Todos sus sentidos estaban alertas, sus nervios hormigueando, instantáneamente vigilantes.
La gente no recibía disparos sin razón, y era lógico suponer que quienquiera que le había disparado la primera vez estaría dispuesto a hacerlo otra vez.
Él tenía que recibir ayuda, pero no había forma de que ella se le echase sobre la espalda y le subiera hasta su casa. Se levantó, escudriñando el oscuro mar otra vez para asegurarse de que no había pasado nada por alto, pero la superficie del agua estaba vacía. Tenía que dejarle allí, al menos el tiempo que tardase en llegar corriendo a la casa y volver.
Una vez tomada la decisión, Rachel no vaciló. Doblándose, asió al hombre por debajo de los hombros y clavó los talones en la arena, gruñendo por el esfuerzo a medida que tiraba de él lo suficientemente lejos del agua para que la marea no llegase hasta él antes de que pudiera regresar. Incluso en las profundidades de la inconsciencia él sintió el dolor que le causó al tirar fuertemente de su hombro herido y dio un gemido bajo, ronco. Rachel se sobresaltó y sintió sus ojos ardían momentáneamente, pero era algo que tenía que hacer. Cuando juzgó que él estaba lo suficientemente lejos de la playa, dejó sus hombros sobre la arena tan suavemente como pudo, susurrándole una disculpa jadeante aunque sabía que no la podría oír.
– Ya vuelvo- le aseguró, tocando su rostro mojado brevemente. Luego corrió.
Normalmente el camino de subida desde la playa y a través de los pinos le parecía bastante corto, pero esta noche se extendía interminablemente delante de ella. Corrió, sin preocuparse por golpearse con las raíces que sobresalían, los desnudos dedos de los pies, sin prestar atención a las pequeñas ramas que se enganchaba en su camisa. Una rama fue lo suficientemente fuerte para atrapar su camisa, deteniendo su carrera. Rachel tiró con todo su peso de la tela, demasiado frenética para detenerse a desenredarla. Con ruido la camisa se desgarró, y fue libre para reanudar su salvaje carrera cuesta arriba.
Las acogedoras luces de su pequeña casa eran un faro en la noche, la casa un oasis de seguridad y familiaridad, pero algo había ido muy mal, y no podía encerrarse dentro de su refugio. La vida del hombre en la playa dependía de ella.
Joe había oído su llegada. Estaba de pie sobre el borde del porche con sus pelos del cuello erizados y un gruñido bajo y retumbante surgiendo de su garganta. Podía distinguirle contra la luz del porche mientras corría a toda velocidad a través del patio, pero no tenía tiempo para apaciguarle. Si la mordía, la mordía. Se preocuparía por eso más tarde. Pero Joe ni siquiera la miró mientras ella saltaba subiendo las escaleras y cerraba de golpe la puerta de tela metálica. Permaneció en guardia, de cara a los pinos y la playa, con todos sus músculos estremeciéndose mientras se colocaba entre Rachel y lo que fuere que la hubiera hecho correr a través de la noche.
Rachel agarró el teléfono, tratando de controlar su respiración para poder hablar coherentemente. Le temblaban las manos mientras recorría a tientas la guía telefónica, buscando un listado de ambulancias, o una patrulla de rescate o tal vez el departamento de policía del condado. ¡Cualquiera! Dejó caer el libro y maldijo violentamente, inclinándose para agarrarlo otra vez. Una patrulla de rescate, ellos tenían médicos, y el hombre necesitaba atención médica mucho más de lo que necesitaba un informe policial sobre él.
Encontró el número y estaba marcándolo, cuándo repentinamente su mano se detuvo, y clavó los ojos en el teléfono. Un informe policial. No supo por qué, no se lo podría explicar a ella a sí misma en ese momento, pero de improviso supo que tenía que mantenerlo en secreto, al menos de momento. Los instintos que había desarrollado durante sus años como periodista de investigación enviaban señales de alerta permanentes, y las obedeció ahora como las había obedecido entonces. Colgó el teléfono de golpe, estremeciéndose mientras permanecía allí de pie y trataba de poner en orden sus pensamientos.
Nada de policía. No ahora. El hombre en la playa estaba indefenso, no era ninguna amenaza para ella ni para nadie más. Él no estaría en peligro en absoluto si hubiera resultado herido en un simple tiroteo, una discusión que se había escapado del control. Podría ser un traficante de droga. Un terrorista. Cualquier cosa. Pero, por Dios, podía no ser nada de eso, y ella podría ser la única oportunidad él tenía.
Mientras arrastraba un edredón de la parte superior de su armario del dormitorio y salía corriendo de la casa otra vez, con Joe directamente en sus talones, confusas escenas de su pasado atravesaban su mente. Escenas de cosas que no estaban bien, donde la superficie lustrosa era aceptada y pulcramente archivada mientras la historia real permanecía siempre de oculta. Había otros mundos más allá de la vida normal que la mayoría de la gente vivía, capas de peligro, falsedad y traición en sitios en los que nunca se hubiera sospechado. Rachel conocía esas capas. Se habían llevado la vida de B.B… El hombre del la playa podría ser víctima o villano, pero si era un villano tenía tiempo de sobra para entregarle a las autoridades mucho antes de que pudiera recobrarse de la herida. Por otra parte, si era una víctima, el único tiempo que tenía era el que ella le pudiera proporcionar.
Jadeando, Rachel cayó de rodillas en la arena a su lado y colocó la mano sobre su pecho, estremeciéndose de alivio cuando sintió el constante movimiento de subida y bajada que le decía que todavía estaba vivo. Joe permaneció a su lado, con la cabeza baja y las orejas echadas hacia atrás, mientras un gruñido bajo y continuo salía de su garganta, sin que sus ojos se separasen nunca del hombre.
– Está bien, Joe,- dijo, mecánicamente dándole al perro una palmadita tranquilizadora, y por una vez él no se echó hacia atrás lejos de su alcance. Extendió la colcha sobre la arena, luego se arrodilló otra vez para poner las manos contra el cuerpo laxo del hombre. Le hizo rodar encima de la colcha. Esta vez él no emitió ningún sonido, y ella dio las gracias por que él no pudiera sentir el dolor que ella tenía que causarle.
Necesitó algunos minutos para colocarle. Luego tuvo que descansar. Clavó ansiosamente los ojos en el mar otra vez, pero todavía estaba vacío. No había nadie allí afuera, sin embargo no era raro ver las lamparillas de los barcos que pasaban. Joe se frotó contra de sus piernas, gruñendo otra vez, y ella hizo acopio de fuerzas. Luego se inclinó, cogió las dos esquinas del edredón más cercanas a la cabeza del hombre e hincó sus talones en la arena. Gruñó con el esfuerzo. Aun utilizando todo su peso para tirar, todo lo que pudo hacer fue arrastrarle unos metros. ¡Dios mío, pesaba mucho!
Puede que cuando ella le sacara de la playa y empezara a arrastrarle por encima de las resbaladizas agujas de pino fuera más fácil. Si se hiciese mucho más difícil no podría moverle en absoluto. Había sabido que sería difícil, pero no se había dado cuenta de que estaría casi más allá de sus capacidades físicas. Ella era fuerte y sana, y su vida dependía de ella. ¡Seguramente podría subirle a rastras a su casa, aunque tuviera que hacerlo centímetro a centímetro!
Eso fue casi lo que tuvo que hacer. Aun cuando se las ingenió para sacarle de la playa, aunque las agujas de pino eran resbaladizas y la colcha se deslizó sobre ellas más fácilmente, el camino era cuesta arriba. La pendiente no era pronunciada, y normalmente la recorría caminando fácilmente, pero igual podía haber sido una pared vertical por el esfuerzo que le supuso arrastrar a un hombre de cien kilos hacia arriba. No podría seguir avanzando de esa forma por mucha más distancia. Se tropezó y se tambaleó, cayendo de rodillas varias veces. Sus pulmones bombeaban y resoplaban como fuelles, y el cuerpo entero le dolía antes de que hubiera llegado a la mitad de la cuesta. Se detuvo por un momento y se apoyó contra un pino, luchando contra la náusea inevitable del esfuerzo excesivo. Si no hubiera sido por el árbol en el que se apoyaba, no habría sido capaz de estar de pie en ningún modo, porque las piernas y los brazos le temblaban salvajemente.
Un búho ululó en algún lugar a corta distancia, y los grillos chirriaron impertérritos. Los acontecimientos de la noche no significaban nada para ellos. Joe no había dejado su lado, y cada vez que ella se detenía a descansar él se apretujaba contra sus piernas, lo que era completamente extraño en él. Pero se apretaba contra ella en busca de protección. Más bien, parecía que la estaba protegiendo, poniéndose entre ella y el hombre. Rachel inspiró profundamente e hizo acopio de fuerzas para realizar otro esfuerzo, palmeando a Joe y diciendo:
– Buen chico, buen muchacho.
Se agachó para sujetar la colcha otra vez, y Joe hizo algo extraordinario. Cogió el borde del edredón entre sus dientes y gruñó. Rachel clavó los ojos en él, preguntándose si lo había agarrado para impedirle arrastrarlo más lejos. Cautelosamente afirmó sus piernas temblorosas, luego se reclinó y tiró con cada gramo de fuerza quedaba en ella. Dejando de gruñir, Joe reforzó sus piernas y tiró también, y con su fuerza sumada a la de ella, la colcha se deslizó hacia adelante varios metros.
Rachel se detuvo asombrada, clavando los ojos en el perro.
– Buen muchacho- dijo otra vez. -¡Buen muchacho!
¿Había sido una acción fortuita, o lo haría de nuevo? Era un perro grande y fuerte. Honey Mayfield creía que pesaba casi cuarenta kilos. Si podía persuadirle para que la ayudase a tirar con ella, podría tener al hombre en lo alto de la cuesta inmediatamente.
– Bien- susurró, agarrando mejor la colcha-. Veamos si lo haces una vez más. Tiró, y Joe tiró con un gruñido instantáneo y bajo retumbando en su garganta, como si desaprobase lo que ella lo hacía, pero resuelto a ayudarla si estaba decidida a hacerlo.
Fue mucho más fácil con ayuda del perro, y pronto estaban fuera del matorral del pino, con sólo la carretera de tierra y el pequeño patio de por medio para alcanzar la casa. Rachel se enderezó y clavó los ojos en la casa, preguntándose cómo le arrastraría por los dobles escalones del porche. Bien, le había traído hasta aquí. Le metería en la casa, de una u otra manera. Doblándose, empezó a tirar fuertemente otra vez.
No había emitido ningún sonido desde el gemido en la playa, ni siquiera cuando le arrastraron sobre raíces expuestas o rocas sueltas en la carretera de tierra. Rachel dejó la colcha caer y se agachó sobre él otra vez, en cuclillas en la hierba fresca y húmeda a su lado. Todavía respiraba. Después de lo que le había hecho pasar, no creía que pudiera pedir más. Clavó los ojos en los dos escalones otra vez, frunciendo el ceño. Necesitaba una cinta transportadora subir esos peldaños. Una sensación creciente de urgencia la carcomía. No sólo necesita atención médica con urgencia, sino que cuanto antes le escondiera dentro, mejor. Estaba aislada en Bahía Diamond, por lo que las visitas casuales no eran habituales, así que si alguien viniera buscando al hombre no sería una visita casual. Hasta que él estuviera consciente, hasta que ella supiera más acerca de lo que estaba ocurriendo, tenía que esconderle.
La única forma que tenía de conseguir subirle era cogerle bajo los brazos y tirar de él hacia arriba, igual que le había sacado del mar. Joe no podría ayudar ahora. Tenía que levantar la cabeza del hombre, los hombros y el pecho, la parte más pesada de su cuerpo.
Había recuperado el aliento, y sentándose allí en la hierba no iba a conseguir nada. Pero estaba tan cansada, los brazos y las piernas le pesaban como plomo. Estaban torpes, y se tambaleó un poco cuando se puso de pie. Delicadamente envolvió la colcha alrededor del hombre, luego se colocó detrás de él y deslizó sus manos bajo sus axilas. Haciendo un gran esfuerzo, le levantó hasta dejarle medio sentado, luego rápidamente le sostuvo con las piernas. Él comenzó a caerse, y con un grito Rachel le agarró alrededor del pecho, abrazándole estrechamente y uniendo sus manos por delante de su pecho. Su cabeza cayó adelante, tan débil como un recién nacido. Joe se inquietó en su lado, gruñendo porque no podía encontrar un lugar para agarrar la colcha.
– Está bien- jadeó-. Tengo que hacerlo yo sola ahora.
Se preguntó si hablaba con el perro o el hombre. Uno u otro era ridículo, pero ambos parecían importantes.
Los peldaños estaban a su espalda. Manteniéndose de pie y con las manos fuertemente apretadas alrededor del pecho del hombre, Rachel se tiró hacia atrás. Su trasero aterrizó en el primer peldaño con un ruido sordo, y el borde del peldaño superior le dejó una tira en carne viva en la espalda, pero había logrado levantar al hombre uno poco. El dolor caliente le abrasó la espalda y las piernas por la tensión que ponía en sus músculos.
– Oh, Dios mío- susurró-, no puedo derrumbarme ahora. Dentro de poco descansaré, pero no ahora.
Haciendo rechinar sus dientes, se puso de pie otra vez, usando los músculos más fuertes de sus muslos en vez los músculos de la parte de atrás de sus piernas que eran más débiles. Otra vez se abalanzó hacia arriba y atrás, empujando con las piernas, arrastrando al hombre hacia arriba con ella. Estaba sentada sobre el último peldaño ahora, y las lágrimas de dolor y esfuerzo picaban en sus ojos. El torso del hombre estaba en las escaleras, sus piernas todavía fuera en el patio, pero si podía colocar la parte superior de su cuerpo en el porche el resto sería fácil. Tenía que hacer la misma maniobra muy dolorosa una vez más.
No supo cómo lo hizo, dónde encontró la fuerza. Se encogió, se abalanzó, empujó. Repentinamente se desequilibró y cayó pesadamente hacia atrás en el porche de madera, el hombre descansando sobre sus piernas. Atontada, yació allí por un momento, mirando fijamente hacia arriba a la luz amarilla del porche con los diminutos insectos abarrotándose alrededor de ella. Pudo sentir su corazón golpeando salvajemente contra las costillas, oyó los sollozos jadeantes que hacía mientras trataba de llevar suficiente oxígeno a sus pulmones para satisfacer la demanda de sus extenuados músculos. Su peso aplastaba sus piernas. Pero si ella yacía completamente estirada en el porche, y él yacía sobre sus piernas, eso quería decir lo había conseguido. ¡Había logrado subirle!
Gimiendo, llorando, se obligó a sentarse, aunque pensaba que las tablas bajo ella eran una cama maravillosa. Le llevó un momento forcejear con el peso que le aplastaba las piernas, y luego hizo lo que pudo para ponerse de pie. Gateó hasta la puerta de tela metálica y la mantuvo abierta, luego gateó de vuelta al lado del hombre. Simplemente algunos metros más. Atravesar la puerta principal, girar a la derecha, luego a su dormitorio. Diez, quince metros. Eso era todo lo que ella se pediría.
El método original de agarrar el borde de la colcha y tirar parecía que una buena idea, y Joe estaba dispuesto a prestar su fuerza otra vez, pero Rachel tenía que guardar una pequeña parte de su preciosa fuerza para sí misma, y el perro tuvo que hacer la mayor parte del trabajo. Lenta, laboriosamente, hicieron avanzar poco a poco al hombre a través del porche. Ella y Joe no podrían pasar a través de la puerta al mismo tiempo, así ella se volvió primera y se arrodilló para tratar de agarrar con fuerza de nuevo la colcha. Gruñendo, con su cuerpo fuerte, Joe echó marcha atrás con toda su fuerza, y el hombre y el acolchado pasaron a través de la puerta.
Parecía buena idea seguir sin parar mientras le pudieran mover. Ella giró hacia su dormitorio, y un minuto escaso más tarde él yacía sobre el suelo al lado de su cama. Joe soltó la colcha tan pronto como ella lo hizo e inmediatamente se alejó de ella, con los pelos del cuello erizados mientras reaccionaba a los límites poco familiares de una casa.
Rachel no intentó mimarle ahora. Ya le había pedido mucho, había excedido tanto los límites anteriores que cualquier avance más simplemente sería demasiado.
– Por aquí- dijo, luchando por ponerse de pie y guiándole de regreso a la puerta principal. Él salió rápidamente después de ella, ansioso de tener libertad otra vez, y desapareció en la oscuridad más allá del la luz del porche. Lentamente soltó la puerta de tela metálica y la cerró, abofeteando en un mosquito que había entrado en la casa.
Metódicamente, andando despacio y vacilante, cerró las puertas delanteras y traseras y corrió las cortinas sobre las ventanas. Su dormitorio tenía anticuadas celosías, y las cerró. Una vez hecho eso, la casa estaba tan segura como lo podía estar. Se quedó con la mirada fija hacia abajo, sobre hombre desnudo tumbado desgarbadamente en su suelo del dormitorio. Necesitaba atención médica, atención médica experta, pero no se atrevía a llamar a un médico. Estaban obligados a comunicar todas las heridas de bala a la policía.
Realmente había sólo una persona que le podría ayudar ahora, una persona en la que confiaba para guardar un secreto. Dirigiéndose a la cocina, Rachel marcó el número de Honey Mayfield, esperando que todo saliera bien y que no hubiera salido por una llamada de emergencia. El teléfono fue descolgado al tercer timbrazo, y una voz claramente adormecida dijo:
– Mayfield.
– Honey, soy Rachel. ¿Puedes venir?
– ¿Ahora? – Honey bostezó-. ¿Le ha ocurrido algo a Joe?
– No, los animales están bien. ¿Pero puedes traer tu maletín? Y tráelo envuelto en una bolsa de la compra o algo por el estilo, para que nadie lo pueda ver.
Todas las huellas de somnolencia habían dejado la voz de Honey.
– ¿Es una broma?
– No. Date prisa.
– Estaré allí tan pronto como pueda.
Los dos teléfonos fueron colgados simultáneamente, y Rachel volvió al dormitorio, dónde se puso en cuclillas al lado del hombre. Estaba todavía inconsciente, y el trato que había recibido debería haber sido capaz de despertar hasta a los muertos, a menos que hubiera perdido tanta sangre que estuviera en coma y al borde de la muerte. Una inquietud punzante y penetrante la apresó, y tocó su cara con manos temblorosas, como si le pudiera devolver la esencia de la vida con su contacto. Estaba más caliente ahora de lo que lo había estado, y respiraba con movimientos lentos, pesados de su pecho. La herida en su hombro exudaba sangre, y la arena se pegaba a él, incluso enredando su pelo, que todavía chorreaba agua de mar. Trató de quitar una parte de la arena de su pelo y sintió algo pegajoso bajo sus dedos. Frunciendo el ceño, miró el color rojo acuoso que manchaba su mano. Luego el conocimiento emergió. ¡Por supuesto, tenía una lesión en la cabeza! ¡Y ella le había arrastrado cuesta arriba, luego literalmente le había maltratado subiendo las escaleras del porche! ¡Lo raro era que no le hubiera matado!
Con el corazón martillando, corrió a la cocina y llenó su tazó de plástico más grande con agua caliente, luego regresó al dormitorio para sentarse sobre el suelo junto a él. Tan suavemente como le fue posible, lavó tanta sangre y arena como pudo de su pelo, sintiendo las hebras gruesas desenredándose entre sus dedos. Las puntas de sus dedos encontraron un chichón creciente en el lado derecho de su cabeza, entre el nacimiento del pelo y su sien, y apartó a un lado el pelo a revelar un desgarro dentado en la piel. Sin embargo, no era una herida de bala. Era como si él se hubiera golpeado la cabeza, o hubiera sido golpeada con algo. ¿Sino por qué estaba inconsciente ahora? Había estado nadando cuando ella le había visto por primera vez, así que había estado consciente entonces. No había perdido el conocimiento hasta que estuvo ya dentro de la boca de Diamond Bay.
Presionó la tela al chichón, tratando de limpiar la arena del corte. ¿Se había golpeado la cabeza con una de las rocas enormes y dentadas que cubrían la boca de la bahía? Con la marea baja quedaban apenas bajo la superficie del agua y era difícil evitarlas a menos que se supiese exactamente donde estaban. Sabiendo lo que sabía acerca de la bahía, Rachel supo que eso era exactamente lo que había ocurrido, y se mordió el labio al pensar que había arrastrado al hombre de la forma en lo que había hecho cuando probablemente estaba sufriendo de una conmoción cerebral. ¿Qué ocurría si su imaginación andaba descontrolada, y daba lugar a la muerte del hombre por culpa de sus miedos y vacilaciones?. Una conmoción cerebral era seria, y también lo era una herida de bala. ¿Oh, Dios mío, estaba haciendo lo correcto? ¿Habría recibido el disparo por accidente y caído al mar por la noche, luego se desorientó por el dolor y la confusión? ¿Había alguien buscándole frenéticamente ahora mismo?
Miró fija y ciegamente hacia abajo, y movió la mano sobre su hombro como disculpándose, acariciando ligeramente con sus dedos la piel caliente, misteriosamente bronceada. ¡Qué tonta era! Lo mejor que podría hacer por este hombre sería llamar la patrulla de rescate inmediatamente y esperar que no le hubiera hecho ningún daño adicional con sus malos tratos. Comenzó a ponerse de pie, para olvidar sus fantasías alocadas y hacer lo más sensato, cuando se dio cuenta de que había estado clavando los ojos en sus piernas, y que la izquierdo tenía una tira anudada de tejido vaquero envuelta alrededor de ella. Tejido vaquero. Él también había atado tejido vaquero alrededor de su hombro. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, y dejó su posición al lado de su cabeza para bajar poco a poco hacia su pierna, asustada por lo que encontraría. No podía desatar el nudo. Estaba hecho demasiado prieto, y el agua sólo lo había apretado más.
Sacó unas tijeras de su cesto de la costura y pulcramente cortó en dos la tela. Las tijeras se resbalaron repentinamente de su nerviosos dedos mientras se quedaba con la mirada fija en su muslo, en la fea herida en el músculo exterior. Había recibido un disparo en la pierna, también. Examinó su pierna casi clínicamente. Había una herida de entrada y de salida, así que al menos la bala no estaba todavía dentro de él. No había sido tan afortunado con el hombro.
Nadie recibía disparos dos veces por accidente. Deliberadamente alguien había tratado de matarle.
– ¡No consentiré!- dijo ferozmente, sobresaltándose con el sonido de su propia voz. No conocía al hombre que yacía en el suelo, inmóvil e inerte, pero se puso en cuclillas sobre él con todo el instinto protector de una leona por un cachorro indefenso. Hasta que supiera qué pasaba, nadie iba a tener siquiera una oportunidad para herir a este hombre.
Con manos suaves, empezó a lavarle como mejor pudo. Su desnudez no la avergonzó, dadas las circunstancias sintió que sería tonto acobardarse por su carne desnuda. Estaba herido, indefenso; si se lo hubiera encontrado tomando el sol al desnudo, habría sido harina de otro costal, pero él la necesitaba ahora, y no pensaba permitir que la modestia le impidiera ayudarle.
Oyó el sonido de la llegada del coche por la carretera y se puso precipitadamente de pie. Ésa debería ser Honey, y aunque Joe normalmente no era tan hostil con las mujeres como lo era con los hombres, después de los inusuales acontecimientos de la noche podría estar nervioso y podría desquitarse a costa de la veterinaria. Rachel descorrió el cerrojo de la puerta principal y la abrió, saliendo un momento al porche delantero. No podría ver a Joe, pero un gruñido bajo surgía de debajo del arbusto de la adelfa, y habló en voz baja hacia él mientras el coche de Honey daba vuelta a en el camino de acceso.
Honey salió y metió la mano en el asiento trasero para sacar dos bolsas del supermercado, que sujetó con fuerza mientras echaba a andar a través del patio.
– Gracias por esperar, – dijo claramente. – La tía Audrey quiere que le des tu opinión sobre unos cojines.
– Entra – la invitó Rachel, manteniendo abierta la puerta de tela metálica. Joe gruñó otra vez mientras Honey subía por las escaleras, pero se quedó bajo la adelfa.
Honey las dos bolsas en el suelo y observó como Rachel cerraba cuidadosamente la puerta principal otra vez.
– ¿Qué pasa?- Exigió, plantando sus puños firmes, pecosos en las caderas. – ¿Por qué estoy escondiendo mi maletín?
– Aquí dentro, – dijo Rachel, conduciéndola rumbo hacia su dormitorio. Él todavía no se movía, excepto por el movimiento regular de su pecho mientras respiraba-. Ha recibido disparos- dijo cayendo de rodillas al lado de él.
El color saludable desapareció de la cara de Honey, dejando sus pecas como lugares brillantes en su nariz y los pómulos.
– ¿Dios mío, qué pasa aquí?. ¿Quién es él? ¿Has llamado al sheriff? ¿Quién le disparó?.
– No sé contestar a esas tres preguntas -dijo Rachel tensamente, sin mirar a Honey. Dejó sus ojos fijos en la cara del hombre, deseando verle abrir los ojos, deseando que él le diera las respuestas a las preguntas que Honey le había hecho. – Y no voy a llamar al sheriff.
– ¿Cómo que no le vas a llamar?- gritó Honey claramente, con su habitual calma rota por la vista de un hombre desnudo en suelo del dormitorio de Rachel -. ¿Le dispaste?
– ¡Claro que no!. ¡Él apareció nadando en la playa!.
– ¡Una razón más para llamar al sheriff!.
– ¡No puedo!- Rachel levantó la cabeza, con los ojos feroces y extrañamente calmados. – No puedo arriesgar su vida de ese modo.
– ¿Has perdido la razón?. ¡Necesita un doctor, y el sheriff necesita averiguar por qué recibió disparos!. Podría ser un criminal evadido, o un traficante de droga. ¡Cualquier cosa!.
– Lo sé.- Rachel inspiró profundamente. – Pero en las condiciones en las que está, no creo que corra un riesgo. Está indefenso. Y si las cosas no son… como parecen… él no tendría ninguna posibilidad en un hospital donde alguien podría acercarse a él.
Honey le puso su mano a su cabeza.
– No entiendo de lo que hablas – dijo con fatiga-. ¿Cómo que, «sin no son como parecen»? ¿Y por qué piensas que alguien trataría de acercarse a él?. ¿Para terminar el trabajo que empezaron?.
– Sí.-
– ¡Así que es un trabajo para el sheriff!
– Escucha- dijo Rachel insistentemente.- Cuando era periodista, vi algunas cosas que eran… extrañas. Estaba trabajando una noche cuando fue encontrado un cuerpo. El hombre había recibido disparos en la parte de atrás de la cabeza. El sheriff de ese condado cumplió con su informe, el cuerpo fue llevado en para identificación, pero cuando el informe de un párrafo apareció en el periódico dos días más tarde, ¡dijeron que había muerto de causas naturales!. En cierto modo, supongo que es natural morir de una bala en el cerebro, pero me pareció raro, y hurgué un poco más buscando el archivo. El archivo había desaparecido. La oficina del médico forense no tenía constancia de un hombre que había sido disparado en la cabeza. Finalmente me dijeron que dejara de fisgonear, que ciertas personas en el gobierno se habían encargado del asunto y habían querido que se echara tierra por encima.
– Esto no tiene ningún sentido- masculló Honey.
– ¡El hombre era un agente!
– ¿De qué era agente? ¿La DEA? ¿El FBI? ¿Qué…?
– Vas bien encaminada, pero era más secreto.
– ¿Un espía? ¿Dices que era un espía?
– Era un agente. No sé de qué lado, pero todo fue encubierto y adulterado. Después de eso hubo otras cosas que no fueron lo que parecieron. ¡He visto demasiado para dar simplemente por supuesto que este hombre estará a salvo si le entrego a las autoridades!
– ¿Crees que es un agente?- Honey se quedó mirando fijamente al hombre con sus ojos castaños dilatados.
Rachel contestó serenamente.
– Creo que es probable y creo que arriesgaríamos su vida si le entregáramos al sheriff. Después sería un asunto público, y cualquiera que le buscara podría encontrarle.
– Todavía podría ser un traficante de droga. Puedes arriesgar la vida protegiéndole.
– Es una posibilidad- admitió Rachel -. Pero está herido, y yo no. No tiene ninguna oportunidad en absoluto, excepto lo que yo le pueda dar. Si la DEA lo está buscando por algún asunto de droga, habrá algo acerca de él en el escáner, o en el periódico. Si es un delincuente evadido estará en las noticias. No está en condiciones herir a nadie, así es que estoy a salvo.
– ¿Y si fue un asunto de droga que se torció, y algunos otros personajes peligrosos van tras él? No estarías a salvo luego, ni de él, ni de los demás.
– Ése es un riesgo que tendré que aceptar – dijo Rachel quedamente, sus ojos grises fijos en la mirada preocupada de Honey-. Conozco todas las posibilidades, y riesgos. Puedo ver sombras donde no hay ninguna, pero no me arriesgaré sabiendo lo terrible que sería para él si estoy en lo cierto.
Honey exhaló un aliento profundo e hizo otro intento.
– Precisamente no es probable que un espía herido nadase en tu playa. Cosas como esas no les ocurren a las personas normales, y tú estás todavía dentro de la normalidad, aunque eres un poco de excéntrica.
Rachel no podría creer lo que oía, de Honey de entre todas las personas, que era generalmente la persona más lógica del mundo. Los acontecimientos de la noche ponían nerviosos a todo el mundo.
– ¡No es probable que un hombre herido nadase en esta época en mi playa, independientemente de su ocupación! ¡Pero lo hizo! Está aquí, y necesita ayuda. He hecho lo que he podido, pero necesita atención médica. Todavía tiene una bala en su hombro. ¡Honey, por favor!
Si fuera posible, Honey se puso aún más blanca.
– ¿Quieres que me encargue de él? ¡Necesita a un doctor! ¡Soy veterinaria!
– ¡No puedo llamar a un médico! Están obligados a comunicar todas las heridas de bala a la policía. Tú lo puedes hacer. No hay ningún órgano vital involucrado. Son su hombro y su pierna, y creo que tiene una conmoción cerebral. Por favor.
Honey echó una mirada hacia abajo al hombre desnudo y se mordió los labios.
– ¿Cómo le subiste hasta aquí?
– Joe y yo le arrastramos en esta colcha.
– Si tiene una conmoción cerebral severa puede necesitar cirugía.
– Lo sé. Si es necesario ya pensaré en algo.
Estuvieron ambas en silencio durante algunos minutos, recorriendo con la mirada al hombre que yacía tan quieto e indefenso en sus pies.
– Bien – dijo Honey finalmente, su voz suave. – Haré lo que pueda. Pongámosle encima de la cama.
Eso fue tan difícil como lo había sido subirle desde la playa. Como Honey era mayor y más fuerte, ella le cogió por debajo de los hombros, mientras Rachel deslizaba un brazo bajo sus caderas y el otro bajo sus muslos. Como Rachel había notado antes, era un hombre grande, y musculoso, lo cual quería decir que pesaba más para su tamaño que un hombre con menos masa muscular. También era un peso muerto, y tenían que tener cuidado con sus heridas.
– Dios mío -jadeó Money -. ¿Cómo conseguiste subirle por esa cuesta hasta la casa, incluso con la ayuda de Joe?
– Tenía que hacerlo- dijo Rachel, porque esa era la única explicación que tenía.
Finalmente le colocaron en la cama, y Rachel se sentó en el suelo, completamente exhausta por los esfuerzos de la noche. Honey se agachó sobre el hombre, con su pecosa cara atenta mientras le examinaba.