Capítulo 4

El día siguiente amaneció nublado. Cuando Fabia despertó y recordó que no había logrado averiguar nada la velada anterior, su humor concordaba con el clima.

Esa sensación la acompañó mientras se bañaba y desayunaba; regresó a su habitación para pensar en qué iba a hacer durante el día. No servía de consuelo pensar en su inexperiencia, se dijo. ¡Había perdido la oportunidad de hacer la entrevista el día anterior en la noche, su hermana se pondría lívida cuando se enterara!

Sobre todo si Cara llegara a averiguar lo mucho que se había divertido en su cita con Ven Gajdusek. Recordó por un momento la deliciosa velada y el encanto de su anfitrión. ¡Era extraordinario con esos maravillosos ojos negros, con su atractiva boca…! De pronto recapacitó. Eso no iba a conducirla a nada.

Y de hecho no tenía adonde ir, recordó malhumorada de nuevo, no podía ir sin su auto ni a Karlovy Vary, ni a Praga. Bueno, considerando que no podía hacer nada respecto a su auto hasta que no consiguiera el repuesto, sería mejor concentrarse en lo que sí podía hacer. ¿Qué podía hacer? Ya había arruinado dos espléndidas oportunidades para entrevistarlo.

Comprendió entonces que si no quería que su hermana la hiciera pedazos cuando regresara, y Cara tenía bastante de qué preocuparse por lo pronto, tendría que insistir e ir a tocarle la puerta a Ven Gajdusek.

Instintivamente rechazó la idea, aceptando que esa profesión de reportera no era tan sencilla como Cara había dicho. Fabia no tenía el atrevimiento de presentarse de nuevo en la casa de Ven, pero comprendía que tendría que hacer un esfuerzo.

Por un momento pensó que quizá debería llamar por teléfono a Lubor Ondrus e invitarlo a cenar al hotel para pedirle que la ayudara a conseguir la entrevista. Pero decidió que no. Para empezar no le gustaba pedirle a otros que interfirieran por ella. Y además recordó la familiaridad con la que Lubor le había pasado el brazo el día anterior; eso, aunado a un cierto brillo en sus ojos, fue suficiente par que supiera que no era buena idea alentarlo.

Fabia decidió salir a caminar, pero estaba tan preocupada que por primera vez no disfrutó del pueblo. Regresó a su habitación y se sintió tan deprimida que, escogiendo la hora en que sabía que se encontraría a su madre, llamó a la recepción para pedir que la comunicara a Inglaterra. Sabía mientras esperaba que el recepcionista le avisaría cuando su llamada estuviera lista, que si Cara, ya había hablado con sus padres, podría sentirse mal, porque la única razón para que su hermana se hubiera comunicado con ellos, sería que Barney había empeorado.

– Hola, Mami, soy yo, Fabia -saludó cuando logró comunicarse.

– Fabia, cariño, ¡qué gusto me da oír tu voz! -exclamó Norma. Y preocupada como siempre por sus hijas, añadió-: ¿Están bien tú y tu hermana?

– Bien, muy bien -le aseguró Fabia, enterándose de Cara y Barney en la pregunta de su madre. Él debía estar mejor-. Quería sólo saludarte.

– ¡Qué dulzura de tu parte! siempre has sido así -y sin saberlo hizo que Fabia se sintiera culpable por estarlos engañando-. ¿Está Cara allí?

– Ahorita no -Fabia se estremeció.

– Bueno, mándale un beso de nuestra parte. ¿Se están divirtiendo?

– ¡Muchísimo! -exclamó con entusiasmo.

– Cuánto me alegro -dijo la señora Kingsdale contenta-, ¿adónde están?

– Todavía en Mariánské Lázne -respondió, luego charló con su madre unos minutos más, hasta que ésta le dio otra preocupación:

– Bueno, las esperamos en una semana entonces. Ya ansiamos…

– Sabes, mamá -Fabia la interrumpió al entender que para regresar a su casa el miércoles siguiente tendría que salir de Mariánské Lázne a más tardar el jueves, suponiendo que su auto estuviera listo y era muy dudoso.

– ¿Qué, querida? -dijo la señora.

– Es que este es un sitio tan encantador, que pensábamos que quizá nos quedaríamos unos días más -inventó de prisa, sabiendo que su madre se moriría de preocupación si supiera la verdad y que además su auto estaba descompuesto-. Sólo si tú y mi papá están de acuerdo…

– ¡Claro que sí, cariño, eso ya lo sabes! -Norma aceptó seguir haciendo su trabajo sin inmutarse-. ¿Y Cara también se quedará?

Santo cielo. Fabia, que odiaba tanto decir mentiras, estaba atrapada y tuvo que seguir mintiendo.

– Bueno… eso… eso depende de que Barney esté ocupado o no -inventó mientras hablaba y por un momento pudo respirar mientras su madre comentaba sobre cuánto trabajaba Barney, y que en caso de que él no pudiera tomar sus vacaciones para cuando planeaba, sería una buena idea que Cara siguiera el viaje con ella y quizá después volara desde Checoslovaquia a los Estados Unidos.

– ¡Pero podrás regresar tu sola manejando?

– Claro que sí -dijo Fabia con un tono confiado para tranquilizarla-. Puede ser que no tenga que hacerlo. Sólo quería saber si me podía tomar unos días más de vacaciones, por si acaso.

Fabia colgó el auricular después de haber prometido a su madre que le volvería a llamar para avisarle si regresaría a Hawk Lacey el siguiente miércoles. ¡Estaba asombrada! pero de repente no tenía el menor deseo de abandonar Mariánské Lázne.

Cuando se acostó esa noche a dormir se sentía tan abatida como cuando se había levantado. La única buena noticia que había recibido ese día era que Barney debía estar mejor de salud. Aparte de eso, todo estaba como antes, y peor. Porque después de haber llamado a su casa, tenía nuevas preocupaciones. Tenía que decidir antes de ver de nuevo a sus padres si debía confesarles toda la verdad. Aunque no había disculpa alguna para el hecho de que los había engañado deliberadamente, ni siquiera porque lo había hecho por buenos motivos para que no se preocuparan. Suspiró profundamente al comprender que o confesaba la verdad, o lo que era peor, tendría que seguir mintiendo al tener que inventar, cuando le preguntaran, qué era lo que había hecho ella y Cara durante esas vacaciones en Checoslovaquia.

Y todavía no había resuelto el problema de qué es lo que iba a hacer para conseguir la maldita entrevista que le había encomendando su querida hermana. Fabia se cubrió la cabeza con la almohada y trató de dormir.

El jueves amaneció igual de nublado que el día anterior y se levantó y siguió la rutina diaria de bañarse, vestirse y bajar a desayunar con una falta total de entusiasmo y de apetito.

Acababa de regresa a su habitación cuando sonó el teléfono y entonces salió el sol para ella.

– Ven Gajdusek -anunció una voz fuerte y templada que reconocería siempre-. ¿No estoy molestando?

– De ninguna manera -respondió sintiéndose de inmediato alegre y entusiasmada-. Siempre me levanto temprano -añadió-, hace mucho que estoy despierta.

– ¡Qué bueno! -comentó haciéndola sentir más contenta que nunca, le anunció-. Tengo que manejar esta mañana a Karlovy Vary y me preguntaba que, ya que está en tu itinerario, quizá te gustaría acompañarme.

– Me encantaría -aceptó ella, dejando pasar uno o dos minutos para que no notara su ansiedad.

Fabia todavía tenía esa amplia sonrisa en su rostro poco después de haber colgado el auricular. Pero era natural, se dijo, si esta vez se lo proponía, lograría pedirle una fecha y la hora para la quizá no tan maldita entrevista.

Estaba lista y estupenda cuando la llamaron de la recepción para avisarle que había llegado el señor Gajdusek. Vestida con una falda amplia de fina lana, una blusa, un suéter, y con el saco en el brazo, y demasiado impaciente para esperar el elevador, bajó corriendo las escaleras.

– Hola -exclamó al verlo, casi sin aliento y, asombradamente, sintió de nuevo timidez.

– Una dama no hace esperar a un hombre -comentó él con aprobación, y alegrándose de haber estado a tiempo, lo siguió al auto, donde se quedó pensando mientras él arrancaba que ella nunca había sido tímida. Quizá estaba nerviosa, ya que debía estar alerta si no quería que esa salida terminara siendo tan infructuosa como las anteriores. ¡Y ella no necesitaba tampoco su aprobación, por amor de Dios!

Un momento después, cuando dejaban atrás Mariánské Lázne, Fabia se preguntó por qué demonios estaba tan preocupada. ¡Cualquiera diría que la estaba amenazando; con un demonio!

Sintiendo que nadie la estaba presionando, ni nada por el estilo, decidió que esa vez iba a conseguir que Ven Gajdusek le respondiera una o dos preguntas cuando menos. O, para ser más exacta, cincuenta cualesquiera de las cien que tenía en la lista.

– Gracias por recordar que yo quería conocer Karlovy Vary -le dijo con sinceridad.

– Lástima que lloverá -respondió él mirando las nubes grises en el cielo.

– Tiene que llover a veces -señaló la chica con cordialidad y le fascinó cuando, aparentemente divertido por su respuesta filosófica, él soltó una carcajada.

Su boca era todavía más soberbia cuando reía, decidió Fabia, y fijó la vista al frente, no recordaba haberse percatado antes de la boca de un hombre. Parecía conveniente pensar en otra cosa.

– ¿Tiene usted hermanos o hermanas? -preguntó ella, sin saber cómo, sintiéndose sorprendida de sí misma.

Aunque cuando volvió la cabeza para verlo notó que si estaba sorprendido no lo demostraba. Luego tuvo el presentimiento de que no le iba a contestar de todas maneras, ya que no decía nada. No hasta que pasó una curva peligrosa, luego no viendo razón para callar, dijo:

– Tengo un hermano que vive en Praga.

¿Es más joven o mayor que él? ¿Casado? ¿Soltero? Fabia tenía muchas preguntas. Pero entonces, un camión en la carretera los distrajo y la joven decidió que no era justo bombardearlo con preguntas cuando él prefería que le permitiera concentrarse en la conducción del auto.

El pavimento estaba mojado cuando cerca de una hora después llegaron a Karlovy Vary, pero había dejado de llover. Ven se detuvo un momento a dejar un paquete en una de las tiendas del pueblo, seguro, el motivo de su viaje.

– ¿Te gustaría tomar café antes de recorrer el pueblo? -le preguntó después y Fabia de inmediato se entusiasmó al comprender que no sería un viaje apresurado.

– Me parece una magnífica idea -aceptó y le empezó a fascinar Karlovy Vary, también con sus calles bordeadas de árboles y sus pintorescos alrededores.

Tomaron café en un hotel elegante y, mirando el relajado checoslovaco, Fabia no pudo contener su orgullo por estar con él. Sin embargo, alejó la mirada cuando Ven la sorprendió mirándolo y tuvo una sensación de culpa porque le parecía que desde el momento en que lo conoció había sido presa de extraños sentimientos e ideas.

"Hora de recordar el motivo de estar allí", pensó Fabia con firmeza, mientras descartaba cualquier noción alocada de que Ven era responsable de los inquietos latidos de su corazón; luego descubrió que todavía tenía los ojos puestos en ella.

– ¿Lubor debe estar trabajando de nuevo en su oficina? -dijo para iniciar de nuevo una conversación, pero de inmediato deseó no haberlo dicho, pues la expresión de Ven cambió y cuando levantó una ceja, un gesto aristocrático, ella comprendió que había desaparecido la cordialidad.

– ¿Tienes algún interés especial en mi secretario? -preguntó con tono agudo y arrogante.

– ¡Por ningún motivo! -exclamó ella y con cierto orgullo, tuvo que añadir-: ¡Jamás me entrometería en el trabajo que hace para usted!

– Me alegro -señaló con tono cortante-. Y como de todas maneras estará de viaje un par de días, no tendrás oportunidad de hacerlo.

"¡Malvado!", pensó ella y le hubiera gustado darle una patada. Miró al otro lado, lejos de su rostro refinado y arrogante, por la ventana. Lo mandó al infierno y decidió no volver a hablar con él. No había hecho más que iniciar una cordial conversación. A ella no le importaba un comino que Lubor jamás volviera a acercarse. Aunque, pensándolo bien, él ya había estado fuera por unos días la semana anterior, cuando ella llegó, y por lo tanto debía tener muchos días de asueto.

Decidida a no mirar al salvaje hombre frente a ella, Fabia estaba a punto de decidir que no volvería a pedirle nada en el futuro, ni siquiera que la llevara de regreso a Mariánské Lázne, tomaría mejor un taxi, cuando se arrepintió. ¡Demonios si fuera por ella no volvería a hablar con él, pero tenía que pensar en Cara.

Enfadada volvió a mirarlo. Él la observaba en silencio. "Maldito", se dijo mientas su orgullo luchaba contra el amor por su hermana.

Y triunfó el amor por Cara, como ya lo sabía. De todas maneras el orgullo no le permitía inclinarse ante nadie, de modo que le preguntó con el tono más helado posible y con una expresión altanera:

– ¿Está usted dispuesto a concederme una entrevista, o no?

¡Válgame Dios!, y ella pensaba que él se había mostrado arrogante. Nunca había visto un hombre a alguien con tanto desprecio. Ella entendió en ese momento, mientras la contemplaba con un gesto helado que iba a recibir un rotundo, no.

De pronto, cuando Fabia estaba pensando en pedir un taxi, vio, lo hubiera podido jurar, que Ven realizó un minúsculo movimiento con su boca. ¡El animal se había estado divirtiendo con ella! ¡Aunque hubiera estado tratando de negarlo, se le notaba el buen sentido del humor!

Sin embargo, no terminó de sonreír, pero tampoco expresó la negativa de la que Fabia había estado tan segura. Ven inclinó la cabeza hacia ella y, manteniendo le rostro serio, arrastró las palabras:

– Sí que sabes cómo conquistar a un hombre.

Ella tuvo que sonreír a pesar de que él se mantuvo serio.

– Disculpe -murmuró y se sintió mejor cuando lo vio, también, sonreír. Había modos de pedir las cosas y el de ella no había sido el más atractivo.

– Te perdono -anunció Ven.

– ¿Y la entrevista? -preguntó ella con tono amable.

– ¡Hmm! -murmuró y con expresión cordial lo pensó un momento, luego le reveló-: Después de dos años sin vacaciones, ni tiempo libre, la semana pasada terminé lo que considero uno de mis mayores logros -y mientras ella lo escuchaba sorprendida ante la importancia de esa declaración para el mundo literario, el prosiguió-. Fue con gran alivio que llevé personalmente, mi obra a los editores en Praga y, una vez terminado, decidí que aparte de mi correspondencia cotidiana, me tomaría un mes de vacaciones o más para despejar mi mente de todo lo relativo a mi trabajo. Sin embargo, ahora -la miró de forma amigable-, usted, señorita Kingsdale, con sus modales altaneros -¿mis modales altaneros?, se preguntó Fabia en silencio-, desea que cancele mis planes y le permita hacerme un interminable cuestionario sobre mi trabajo.

Ella tenía sus grandes ojos fijos en su rostro, y deseaba poder irse y dejarlo en paz ya que había trabajado tanto tiempo y con tanta intensidad. Pero estaba de por medio su conciencia, el amor a la familia, la vida, de modo que no era tan sencillo como eso.

– ¿Me estás diciendo que no me vas a conceder la entrevista?

– Digamos que siendo por ti, y tus poderosos ojos verdes -agregó con una sinceridad que la estremeció-, voy a pensarlo.

– Usted sí que sabe cómo conquistar a una chica -le dijo ella haciéndolo reír a carcajadas; y con el corazón danzando de alegría ella aceptó que, por el momento, se olvidaría de la lista de preguntas que tenía anotadas.

Quizá, sería la promesa de que iba a pensarlo, lo que le daba aún esperanzas. De todas maneras, la chica pudo dejar a un lado sus preocupaciones y cuando Ven le sugirió dar un paseo alrededor de Karlovy Vary, se entregó a la idea de todo corazón.

Había dejado de llover, y caminar con el escritor, cuyo conocimiento del área parecía interminable, era una experiencia tan maravillosa que no le hubiera importado que los cielos se abrieran.

– ¿Aquello es humo? -preguntó intrigada, deteniéndose en el puente para observar mejor, aunque no distinguía ninguna forma de fuego. Él de inmediato le aclaró que no era humo, sino el vapor del arroyo caliente que recorría todo el pueblo.

Ven le comentó que Karlovy Vary recibía su nombre de Carlos IV, quien en el siglo XIV había descubierto el manantial de aguas hirvientes por medio de uno de sus perros de cacería.

– ¿Hirvientes? -preguntó ella, y supo también que las temperaturas excedían los setenta grados centígrados.

Ven le explicó después, cuando pasaban frente a una tienda de vinos, que había una bebida local, y ella decidió llevar una botella a su padre.

– Se llama Becherovka, es fabricado con el agua de aquí y varias hierbas.

– ¿Es sabroso?

– Depende del gusto -respondió él-. Con hielo, sabe bastante bien.

– Entonces voy a comprar.

Ella entró a la tienda y salió con una botella de Becherovka, una de licor de ciruelas Slivovitz y una caja de galletas llamadas Oplatky que eran tradicionales del área.

Un poco después, empezó de nuevo a llover y Ven declaró que no pararía el resto del día.

– Mejor regresamos al auto -decidió él, y sin esperar respuesta la tomó del brazo y la guió de regreso al Mercedes.

A ella le hubiera gustado quedarse más tiempo, pero comprendió que no debía abusar de su amabilidad. Se hubiera empapado de haberse quedado más y Ven tenía razón al decir que hubiera sido insensato pasear con tanta lluvia. El problema era que Fabia no quería ser sensata. No entendía cuál era el motivo, pero no sentía tener mucha cordura.

Fabia trató de eliminar esa idea cuando se alejaron de Karlovy Vary concentrándose en todo lo que había visto, las aguas termales, las calles empedradas, el jazmín de invierno, la impresionante columnata Mlynská Colonnade, pero de pronto una pregunta surgió de su cabeza, ¿se sentía atraída por Ven?

Alarmada por ese pensamiento, fijó la vista al frente. No había manera de negar que él era sumamente atractivo, pero, por Dios, ella conocía montones de hombres guapos. Bueno, cuando menos uno o dos, corrigió.

Un segundo después Fabia se preguntaba qué demonios estaba pensando. A pesar de que le dolía no conocer Praga, empezaba a pensar que era hora de regresar a Inglaterra.

Todavía tenía que esperar a que compusieran su auto, y confiar en que le concedieran la entrevista, pero… Sus pensamientos dieron un giro cuando, avergonzada, escuchó gruñir las tripas de su estómago. Solía dejar de comer, a veces, y nunca las había oído protestar, de modo que parecía que su estómago había decidido pedir alimentos.

– ¡Perdón! -Ven se disculpó-. Olvidé que hora era -añadió y cuando Fabia, miró su reloj y vio que era increíble, pero ya casi eran las tres de la tarde, decidió que cuando él trabajaba se olvidaba de comer. Como apenas acababa de terminar la obra que le había tomado dos años todavía no había recuperado el hábito de almorzar a sus horas.

– Perdón -musitó ella, olvidó pronto su vergüenza y, sabiendo que él conducía el vehículo sobre terreno montañoso y que estaban cerca de Mariánské Lázne, tuvo que decirle con satisfacción-. Ha sido una mañana deliciosa. Deliciosa -repitió al recordar que habían pasado tres horas de la tarde-. Gracias…

– Me gusta la palabra, "deliciosa" -y se volvió para mirarla antes de añadió-: Te queda bien -y ella se hinchó de alegría. Unos segundos después él regresó por el otro lado de la carretera donde había un mirador, cerca de una enorme roca. Frenó el auto y dijo con encanto devastador-: No puedo dejar que regreses al hotel con el estómago vacío.

– Oh, pero…

Estaba malgastando saliva puesto que Vendelin ya le estaba abriendo la puerta. Salió y vio alrededor varios edificios separados y un pequeño hotel con restaurante.

Levantó la vista y se sorprendió porque Ven estaba más cerca de lo que había imaginado y descubrió que estaba mirando dentro de un par de ojos inescrutables y penetrantes. Se dio cuenta de que él observó sus labios y luego, otra vez, sus ojos, sintió que su corazón empezaba a latir alocadamente y tuvo la necesidad de decir algo, cualquier cosa.

– ¿Adónde estamos?

Se preguntó qué demonios le estaba pasando ya que Ven no parecía afectado como ella, sino que con calma la tomó del brazo y la guió al restaurante diciendo sólo:

– Becov.

El restaurante era acogedor y casero y a Fabia le fascinó de inmediato.

– ¿Suele venir a comer aquí? -preguntó ella mientras le ofrecía el menú checoslovaco.

– Es un sitio agradable para detenerse a descansar -respondió, Fabia no pudo contenerse y emitió una carcajada-. ¿Dije algo divertido?, preguntó él observando con insistencia su boca al reír.

– Alguna vez me dará una respuesta directa a una pregunta directa -explicó ella-, y caerá el techo sobre nosotros.

– Entonces ¿qué te gustaría comer? -preguntó Ven, ella disfrutaba cuando sonreía-. ¿Algo parecido a la comida inglesa? -sugirió.

– ¡Claro que no! -aseguró indignada, pero estaba tan feliz que nada le hubiera impedido seguir sonriendo-. Me gustaría algún platillo típico por favor, si es posible.

– ¿Quieres probar nuestros knedlilcy?

– ¡Seguro! -indicó ella. Pero luego le entró la curiosidad-. ¿Qué son? -preguntó haciéndolo reír.

– ¡Ya lo verás!

Cuando lo sirvieron, resultaron ser bolitas de pasta cortadas en rebanadas. Pero no se parecían a las inglesas, por suerte. Para acompañarlo Ven ordenó un guiso de cerdo, la combinación deliciosa. De hecho, a medida que comía, y veía comer con gusto a Ven, Fabia decidió que era uno de los mejores almuerzos de su vida.

– ¿Qué quieres de postre? -preguntó el escritor al ver que ella había limpiado su plato.

– Nada más -contestó y comentó que había disfrutando la comida, y que estaba satisfecha.

– ¿Estás segura?

– ¡Usted puede ordenar lo que quiera! -exclamó cuando Ven iba a pedir la cuenta y se arrepintió de inmediato. Él era un hombre seguro de sí mismo y si hubiera querido ordenar algún postre lo hubiera hecho aunque ella no lo acompañará. Fabia recuperó la respiración cuando él comentó:

– Ya fue suficiente -y luego la condujo de nuevo al auto.

Veinte minutos después estaban en las afueras de Mariánské Lázne y Fabia empezó a recordar los momentos de esa espléndida mañana. Claro que había tenido ciertas diferencias sobre todo cuando estuvieron tomando café en Karlovy Vary, pero gracias a Dios, aunque él no solía sonreír mucho tenía un gran sentido del humor y no tenía resentimientos contra ella por la manera tan descortés en que le había solicitado que le concediera la entrevista.

Cuando Ven se estacionó frente a un hotel, Fabia comprendió que había sido muy amable en concederle tanto tiempo. Había ido a Karlovy Vary sólo a entregar un paquete y ya casi eran las cuatro de la tarde.

Volvió la cabeza para agradecerle todas sus atenciones, pero él ya había salido para ir a abrirle la puerta del auto. Fabia salió y antes de poder pronunciar una palabra, él la condujo al interior del hotel, esperó a que le entregaran su llave y luego caminó con ella hasta el ascensor.

– Gracias por haberme hecho pasar una mañana tan maravillosa -le dijo ella con sinceridad mientras esperaban y sintió que se le salía el corazón del pecho cuando él fijó su mirada varonil y oscura en su rostro.

– Yo también la disfruté -respondió con tono grave cuando llegó al ascensor. Fabia se sintió hipnotizada, casi no respiraba cuando vio que inclinaba la cabeza, luego la besó en la mejilla.

Ahoj -murmuró usando la versión informal de adiós y dio un paso hacia atrás.

Como alguien que camina dormido, ella entró al ascensor.

Bye -murmuró ella con voz ronca y mientras subía no podía pensar en nada.

Guando entró en su habitación todavía estaba embelesada. Podía sentir la boca cálida de Ven, donde esos labios estupendos le habían tocado la piel.

Sin embargo cuando volvió a la realidad se percató de que no había dicho nada más de la entrevista. Esbozó una sonrisa mientras se despojaba de sus zapatos y luego fue a recostarse en la cama. Porque Ven le había prometido que lo pensaría, y eso quería decir que se volverían a ver, ¿o no?

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