Las dos, tres, no; las cuatro horas que pasaron a partir de que aceptó que estaba enamorada de Ven, parecieron volar para Fabia. Él la había invitado a cenar esa noche y ella había aceptado. Pero en ese momento, con poco tiempo ya para reunirse con él en la sala, estaba pensando si había hecho bien en aceptarlo.
Quería cenar con Ven, claro que quería, pero ese era el problema. Era porque sabía que antes que terminara el mes tendría que decirle adiós para siempre que quería pasar todo el tiempo posible a su lado.
Pero, como eran nuevos sentimientos hacia él y aun cuando anhelaba estar en su compañía, se sentía nerviosa, aterrada que por alguna mirada o alguna sonrisa delatara sus sentimientos y que no quería decirle adiós nunca, porque tener que hacerlo iba a romperle el corazón.
Faltaba un minuto para que pusiera en su rostro una sonrisa amigable, pero no más y para que saliera de su habitación. Y fue entonces cuando su conciencia, que por estar tan ocupada la había dejado tranquila, empezó a molestarla por la forma en que estaba engañando al hombre al que amaba.
Sintiéndose mal, abandonó la habitación estaba ruborizada. Ven salió al mismo tiempo que ella.
– Hola -le dijo la joven con tono alegre y sintió las puñaladas de su conciencia todo el tiempo hasta que bajaron en el ascensor.
¿Cómo podía engañarlo si lo amaba con todo su corazón? ¿Y cómo no iba a hacerlo si se lo había pedido Cara?
– ¿Te sientes bien? -preguntó Ven y ella comprendió que debió haber emitido alguna queja.
– Perfectamente -respondió y cuando estaban en el vestíbulo pensó que aunque su conciencia y el amor insistieran en que le revelara la verdad, no podía hacerlo. Él se pondría furioso, claro, y con razón. Pero, incluso si ella encontraba el valor de admitir su engaño, ¡Cara dependía de su decisión!
Fabia estaba sentada en el taxi junto a Ven y comprendió que la furia no sería suficiente para él cuando supiera que no sólo lo había engañado sino que le había permitido, creyendo que era otra persona, alojarla y alimentarla también.
Esos pensamientos eran un pobre estímulo para su apetito ya dañado y a pesar de que el restaurante adonde estaban era elegante y la comida excelente, Fabia comió muy poco. Habló mucho menos y, de hecho, le costaba trabajo comportarse de forma natural. Por suerte, aunque Ven siempre había mantenido sus buenos modales, le pareció a ella que estaba un poco preocupado.
– ¿Estaba bueno el filete? -le preguntó Ven por cortesía, al notar que casi no lo había comido.
– Muy bueno -respondió ella y tuvo que disculparse-. Comí mucho en el almuerzo -agregó, aunque no recordaba qué había comido entonces.
Fue un alivio para la joven cuando habiendo terminado la porción de helado y bebido una taza de café, Ven pidió la cuenta. Ella estaba luchando para adaptarse a su enamoramiento, el mayor suceso de su vida. Pero también tenía que llegar a un arreglo con su turbia situación, aunque quería pasar cada instante de su vida con Ven, de pronto tenía una gran necesidad de estar sola.
Y no tuvo dificultad en lograrlo puesto que apenas los dejó el taxi en el hotel, Ven la acompañó al vestíbulo y se disculpó diciendo:
– Me perdonas, Fabia tengo que ver a otra persona -haciéndola sentir mucho más mal.
– Claro, no tengas cuidado -replicó ella sonriendo y no quiso que esperara a que llegara al ascensor.
Mientras subía se sentía muy descontrolada debido al señor Vendelin Gajdusek. Estaba de acuerdo, no había sido una buena compañera esa noche, pero ella no lo había invitado a salir, se lo había pedido a ella. Y era obvio, que en cuanto pudo la llevó de regreso al hotel para abandonarla.
Fabia llegó a la suite de Ven, entró, atravesó la sala y en su habitación se sentó en el borde de la cama, se sentía por el momento, completamente derrotada. ¡Acababa de comprender que el amor era terrible… que estar enamorada era un infierno! Porque, aunque su orgullo estaba herido porque Ven hubiera preferido ir a cenar con otra persona, lo que la estaba desmoronando era nada menos que la variedad más común y sencilla de celos.
– ¡Pues buena suerte! -dijo enfadada, levantándose del lecho y tomó su bolso de cosméticos y su camisón para ir a tomar una ducha. No era muy tarde, así que, quien fuera la mujer de la que, por cualquier razón, no había podido percatarse antes, y Fabia ya estaba segura de que se trataba de una mujer, esperaba que se divirtieran mucho.
Quince minutos después, la ira de Fabia, como la regadera, se había secado, y se sentía más infeliz que nunca. Regresó a su dormitorio y, dejando la luz de la pequeña al lado del lecho, apagó el foco principal y se metió a la cama.
No intentaba dormir, esperaba ansiosa, deseando que regresara su ira, la necesitaba, le ayudaba a enfrentarse, sin ella se sentía avasallada por una total desolación.
Fabia no tuvo idea de cuánto tiempo se quedó allí, sintiéndose derrotada, pero, cuando apagó la luz de la lámpara y cerró los ojos, no necesitaba añadir nada a su desaliento. Fue entonces cuando sus pensamientos empezaron de nuevo a atormentarla. "Ay, no", se dijo en silencio, a medida que su conciencia la atormentaba, cuando estuvo en un intenso estado de agitación mental, su espíritu intranquilo la convenció de que la próxima vez que viera a Ven le debía confesar toda la verdad. ¿Pero, cómo podía hacerlo?, se preguntó angustiada, comprendiendo que si lo hacía ella y Cara podían despedirse para siempre de la susodicha entrevista.
En ese momento empezó una violenta tormenta, la lluvia empezó a golpear las ventanas se escucharon rayos y truenos, de modo que ella tuvo miedo y se tapó con la colcha. Un poco después, mientras la tormenta continuaba, Fabia, cargada de culpa, se durmió. No le sorprendió entonces que tuviera pesadillas, ni que teniendo al hombre que amaba siempre en sus pensamientos apareciera en sus sueños. ¡Ven estaba en peligro, ella se agitó! ¡Debía ayudarlo! ¡Tenía que ir a buscarlo! Se movió violentamente y empezó a despertar justo cuando, afuera del hotel, se escuchó el chirrido de los neumáticos de un auto al frenar con brusquedad.
Lo siguiente que escuchó fue el choque de metal contra metal y un instante después, Fabia saltó de la cama y se dirigió a la puerta. Ven, tenía que ir a ayudarlo.
En un minuto salió corriendo de su habitación a la sala. De pronto sintió la luz en sus ojos y se detuvo, parpadeó y fue entonces que vio que Ven no estaba en peligro.
– ¿Qué te pasa, Fabia? -le preguntó él, alejándose del balcón donde debió haberse asomado y se acercó a ella.
– Yo… este… -ella luchó para aclarar sus pensamientos. Ven estaba bien y no importaba qué hora era pero… no estaba acostado y como lo vio vestido, pensó que acababa de entrar o que leía cuando escuchó el choque de los autos-. Creo que estaba soñando -musitó sintiéndose como una tonta y lo miró tratando de disculparse, pero más que nada queriendo regresar a su habitación con algo de dignidad.
Aunque con sus ojos, somnolientos se fijaron en los ojos negros de Ven descubrió que no había allí señal de que la considerara tonta. Lo que más había allí era ternura y murmuró:
– Pobre drahá -expresó mientras levantaba una de las cintas del camisón de Fabia que había resbalado por su hombro.
Ella se percató entonces de que podía regresar en ese instante, con dignidad a su habitación, pero el contacto de su mano en el hombro la hizo estremecer; él le encantaba así, tierno y bondadoso. Y lo que fuera que quería decir drahá le había gustado también.
Así que, mientras la parte racional de su conciencia la hizo volverse para regresar a su dormitorio, la otra parte, la que lo amaba y la hacía estremecerse, la hizo esperar un momento.
– ¿Hu… hubo un choque? -replicó él y para ayudarla colocó su brazo alrededor de su hombro desnudo y caminó hacia su dormitorio.
– ¿Crees que hay heridos? -insistió ella, sintiendo que temblaba por dentro.
– Lo dudo por la forma en que los dos conductores salieron de sus vehículos listos para matarse -respondió Ven y se detuvo en la puerta del dormitorio de Fabia.
Allí era donde ella debía despedirse, e intentaba hacerlo. Sólo que volvió a mirarlo a los ojos y vio de nuevo su ternura. Abrió la boca, pero no pudo pronunciar ni una palabra y entonces, casi imperceptiblemente aunque estaba segura de que lo había sentido, él la apretó un poco con el brazo.
– ¡Ay, Ven! -se quejó, sintió que la apretaba mucho más y que había levantado su otro brazo para estrecharla.
Compartieron un beso. Un beso que ella había ofrecido y a medida que su corazón empezó a cantar sus brazos se entrelazaron en el cuello de Ven.
Habían desaparecido sus pesadillas, sus pensamientos tormentosos. De hecho, abrazada a él mientras continuaba besándose, ni siquiera podía pensar. Y cuando Ven se despojó de su chaqueta, deseó para estar más cerca de él, que si estaba soñando no quería despertar.
– ¡Fabia! -murmuró en su oído mientras ella apretaba su cuerpo casi desnudo contra el de él.
– ¡Ven! -susurró y no se dio cuenta de que habían entrado al área oscura de su habitación.
La luz de afuera y la de la sala los iluminaba y Ven la guió hasta su cama y allí se sentó junto a ella.
– ¡Fabia hermosa! -murmuró él y con sus manos cálidas acarició su espalda y luego le besó las mejillas.
Ella jadeó de placer cuando los besos continuaron hasta sus senos. Esa vez ella no tuvo objeción cuando él, con calma, le desató las cintras del camisón. Luego, con los ojos fijos en los de ella, bajo la tenue luz, dejó que el camisón se deslizara hasta abajo de su cintura.
– Moje mita -le dijo él con cariño y alejándose admiró sus blancos y sedoso senos. Exclamó algo en su idioma y luego murmuró:
– ¡Querida! -y con ternura le acarició el cuello.
– ¡Ay, Ven! -ella se estremeció de placer y de pasión, porque él la siguió acariciando-. Yo también quiero acariciarte -murmuró con un poco de timidez en la voz.
Para alegría suya, Ven no sólo escuchó sino que comprendió y con discreta gentileza, la besó en la boca mientras se quitaba la ropa.
Fabia lo volvió a abrazar y descubrió que ya no tenía la camisa puesta. Ella quería gritar su nombre, pero él volvió a besarla y la joven sintió que lo amaba, que lo deseaba, que lo necesitaba. Ven la recostó sobre su espalda y cuando le quitó el camisón por completo ella no protestó.
– Eres tan exquisita -murmuró el escritor con voz ronca y la besó desde la cintura hasta su boca.
¡Mi adorado, adorado!, deseaba ella gritar y cuando él se acostó con ella y entrelazaron su piernas, ella se percató de que no llevaba puesto su pantalón.
– ¡Ven! -exclamó con alegría y comprendió que pronto sería suya.
Y eso era lo que ella deseaba pero parecía una tontería que, mientras la acariciaba y su cuerpo entraba en contacto con su virilidad, ella se sentía presa de pánico.
– ¡Oh! -expresó y se alejó de él, pero su reacción fue momentánea-. Lo siento -le susurró casi al mismo tiempo. Y para que Ven se convenciera de que lo sentía de veras lo abrazó con ambos brazos y lo acercó a ella, pero el daño estaba hecho y Ven se resistió.
Cuando él se alejó por completo, ella se quedó horrorizada. Sintiéndose aturdida, observó cómo él se sentó en el borde de la cama vio que recogía su camisa y su pantalón.
– Te dije que lo siento -exclamó la joven con ansiedad-, por favor, Ven -le suplicó, su cuerpo clamaba por él.
Escuchó algún adjetivo rudo en checo y luego:
– ¡Olvídalo! -espetó mientras se ponía de nuevo su pantalón.
– ¿Olvídalo? -repitió ella atónita-. ¿Pero qué…? ¿Qué hice? -preguntó ella, sabiendo, por instinto, que había algo mal allí aparte de su inesperado momento de pánico-. ¿Hice algo mal?
– Y como -refunfuñó él y se detuvo en la puerta para agregar con tono salvaje-: ¡Nunca me gustaron las mujeres tan empalagosas!
Fabia se quedó mirando la puerta después de que él la cerró con cuidado. De hecho, estaba acostada donde él la había dejado herida, lastimada y tratando de comprender lo sucedido cuando unos minutos después, en el silencio de la noche, escuchó que se cerraba la puerta de la suite. ¡Ven se había ido!
En ese momento un tumulto de emociones se apoderó de ella, se preguntó que fue lo que lo hizo decir lo que dijo y luego… irse de la habitación con tanta calma. "¡El cerdo, el puerco, el rata!", le dijo. ¿Cómo se había atrevido a hacerle eso a ella? ¿Cómo se había atrevido a llevarla a las puertas del paraíso y luego soltarla, así nada más?
Fabia todavía se sentía furiosa cuando después de una hora se percató de que Ven no había regresado. Sin duda había ido a buscar otros brazos menos empalagosos decidió iracunda y celosa. Bueno, "vete al diablo querido", pensó enardecida y orgullosa. Con certeza de que había sido la última vez que lo vería salió de la cama, se bañó y se vistió.
"¡Empalagosa!", recordaba. ¡Cara o no Cara, era el colmo!, sacó la maleta e iracunda empezó a guardar allí sus pertenencias, decidida a tomar el primer avión que saliera de Praga.
Ya estaba a punto de amanecer, pero cuando salió el sol por completo, aunque ella y su orgullo estaban seguros de que primero lo mandaría al infierno que volver a hablarle, ciertos detalles prácticos había entrado en su cabeza.
Su otra maleta estaba en el hotel en Mariánské Lázne. Y a pesar de que no le importaba dejarla allí, ¿qué iba a hacer con su auto? Era el regalo de sus padres, de cuando cumplió dieciocho años de edad ¡Le harían bastantes preguntas!
La había lastimado y quería curar sus heridas en privado. Su orgullo le exigía que nadie, incluyendo sus padres, debía saber que estaba sufriendo, sangrando por dentro.
Fabia lloró acostada en la cama y decidió pensar en su situación. Pero, por más que deseaba no regresar a Mariánské Lázne, tuvo que aceptar que esa era su única opción.
Sintió cierto alivio por el hecho de que no tendría que volver a ver a Ven Gajdusek de nuevo. Aunque el destino parecía reírse de ella, pues recordó que por la manera en que la había dejado, haría lo imposible para evitar encontrársela, ni por accidente.
De todas maneras, si tenía suerte, y ya era tiempo de que la tuviera, era posible que el taller hubiera dejado su auto en el hotel o que, al menos, hubiera llamado por teléfono para decir que estaban esperando que lo fuera a recoger.
Fabia cerró la maleta y llamó a la recepción para que le informaran acerca de los horarios de los trenes. Con un poco más de suerte, y si los transportes la favorecían, podía salir el mismo día de su llegada de Mariánské Lázne y, aunque tuviera que ir al taller por su auto, podría cruzar esa noche la frontera de Checoslovaquia camino a Inglaterra.
Antes de las ocho de la mañana, Fabia abandonó el hotel y poco después estaba en la estación de trenes de Praga. A las ocho cuarenta y siete salió su tren para Mariánské Lázne. La primera etapa de su misión había acabado.
El tren debía llegar a su destino a mediodía, lo que le permitiría, libre de otras ocupaciones, repasar una y otra vez todo lo que había sucedido.
Se había acercado demasiado a Ven cuando estaba entre sus brazos, tenía que admitirlo, pero era porque lo amaba. Claro que él no le correspondía, ni ella esperaba que lo hiciera, pero no se había resistido cuando le iba a hacer el amor, ¿no era cierto? ¡Qué esperaba de ella, por amor de Dios!
Durante la siguiente hora Fabia alternó entre la ira de que la hubiera conducido a tanta pasión sólo para detenerse cuando ella respondió, y entre el desaliento de que él la pudo trastornar tanto que no tenía ni idea de dónde estaba.
Trató de pensar en otras cosas, pero fue en vano. Pensó en otros sucesos desde que había llegado a Checoslovaquia y concentró sus pensamientos en Lubor, que no pensaba que ella era bastante empalagosa. Pero para enfado suyo sus pensamiento volvieron a Ven, y comprendió cuál era el motivo por el cual se había indignado tanto cuando Lubor trató de besarla el viernes anterior. Ya estaba enamorada de Ven sin saberlo. Los labios de Lubor no eran los labios indicados y ella lo había sabido inconscientemente. ¡No eran los correctos!
Claro que Ven Gajdusek no abrigaba tan delicados sentimientos, ni consciente ni inconscientemente. Ella le importaba un comino y para demostrarlo había ido, probablemente, de su cama al lecho de otra mujer.
Debido a algún retraso inesperado su tren llegó tarde a Mariánské Lázne, y ya eran las doce y media cuando tomó el taxi que la llevaría al hotel que había dejado desde… ¿eran sólo tres días atrás?
Sabría por fin si había noticias para ella. Con una sonrisa brillante, preguntó:
– ¿No ha llegado mi auto…? ¿Hay algún mensaje para mí del taller? -el tono de su voz era amable, la atendía el joven al que había visto tantas veces antes y quien, por su amplia sonrisa, se acordaba de ella.
– Temo que no, señorita Kingsdale -se disculpó y mientras le pasaba una tarjeta de reservación para que ella la llenara, Fabia, pensando en otras cosas, empezó a hacerlo de manera mecánica.
– ¿Cuánto tiempo estará con nosotros? -preguntó él cuando ella le entregó el documento.
– Creo que nada más esta noche -respondió, ya que había esperado irse ese mismo día, pero como necesitaba un lugar donde hacer un balance de sus pensamientos y tener una habitación donde relajarse y pensar en privado, era una buena idea.
Lo primero que hizo llegando a su dormitorio fue ir a sentarse junto al teléfono y tratar de concentrar su atención en lo que tenía que hacer. Era importante llamar a sus padres para decirles que no la esperaran ese día. Pero, si llamaba primero al taller, tendría idea ya de cuándo podía regresar a Inglaterra.
Lo haría así, cruzó los dedos y decidió pedir ayuda al joven de la recepción. Iba a ocupar el teléfono, cuando sonó.
– ¿Hola? -dijo y no le hubiera sorprendido si la llamaran de la recepción porque no había llenado bien su tarjeta, pero no era el recepcionista, sino Lubor Ondrus, el secretario de Ven.
– ¡Qué bueno que te encuentro! -exclamó él para empezar.
Fabia no tenía idea de si Lubor sabía que ella se había ido a Praga con su patrón el domingo pasado, pero como no quería discutir el asunto y como él, tal vez, había llamado el día anterior y no la había encontrado, decidió suponer que no lo sabía.
– ¿Cómo has estado, Lubor?
– Extrañándote, claro -nunca perdía una oportunidad para coquetear.
– Estoy segura de que no me llamaste sólo para decirme eso -replicó ella que no tenía humor para sus bromas.
– Tienes razón, por supuesto, aunque siempre es un placer hablar contigo, sí, tengo algo especial que decirte -esperaba que no fuera a invitarla a salir y empezó a pensar en alguna excusa cuando-. Han entregado aquí tu auto, a la casa del señor Gajdusek. Pensé que querrías…
– ¡Allí está mi auto! -exclamó ella y al comprender que no tendría que salir a buscar el taller, rezó en silencio para agradecer su buena suerte-. Ahora mismo voy a recogerlo -le dijo a Lubor-. Adiós.
Siete minutos después, cuando iba en el taxi, se le terminó la euforia. Tendría que abandonar Checoslovaquia y no quería irse. El taxi enfiló hasta la colina, pasando cerca de la columnata, donde estaba la fuente musical y con el corazón adolorido Fabia deseó con toda su alma estar allí, en mayo, cuando tocara la fuente.
Pero no estaría allí y a medida que el taxi se acercaba más a la casa de Ven, ella trataba de tomar una actitud positiva para enfrentarse a la charlatanería de Lubor.
Pero no se sentía contenta cuando el auto la dejó en la casa. Y después de pagar al conductor, se quedó parada unos minutos contemplando la mansión, fotografiándola con su mente, porque sabía que no volvería a verla jamás.
Luego, de pronto, escuchó que alguien se acercaba y trató de olvidar su tristeza, pensando que Lubor la estaba esperando y que debió verla llegar desde su ventana. Aunque antes que ella pudiera acercarse notó que él había dejado salir a Azor, porque apareció corriendo el dobermann.
– ¡Azor! -ella lo llamó con cariño y sintiendo la necesidad de acariciar al animal que tenía un buen lugar en el corazón de Ven, se puso de cuclillas-. Te vas a meter en problemas saliendo solo, diablillo -le dijo a Azor, acariciándolo en la cabeza.
Estaba aún inclinada sobre el dobermann cuando comprendió que necesitaba un momento para controlar el nudo de emociones al pensar que jamás volvería a ver tampoco al perro.
Esa fue la razón por la cual escondió el rostro cuando escuchó que Lubor se acercaba y se detenía allí. Un segundo después, creyó haber recuperado el control de sí misma y miró los pies del secretario.
En ese momento sí sentía que perdía el control porque al mismo tiempo que su corazón empezó a latir como loco en su pecho, recordó que la última vez que vio esos zapatos de color café, los llevaba puestos un hombre… en Praga.
Estaba segura de que su imaginación le estaba jugando un truco. Ya que sabía que Ven estaba en la ciudad, pensó que era posible que Lubor tuviera unos zapatos iguales.
Ella levantó la vista poco a poco y vio que conocía también el pantalón. Y, de pronto, angustiada, olvidando a Azor, se incorporó y descubrió que la estaban viendo unos ojos negros candentes. Ven… no estaba en Praga.
Trató de hablar, pero no pudo. Luego vio que no tenía que hacerlo porque, con una expresión de dureza que no había visto aún, Ven no perdió el tiempo para reclamar:
– ¿Me puedes decir quién demonios eres?
– ¿Qui… én? -tartamudeó Fabia, mientras su mente la hizo sospechar que quizá ya había descubierto él su engaño-. Yo… um… no sé de qué me estás hablando -y deseó haberse quedado callada.
– ¡Cómo que no! -se acercó a ella-. ¡Ciertamente no eres la reportera llamada Cara Kingsdale! -gritó él-. ¡Me debes una explicación, mujer! ¡Empieza a hablar!
Fabia ya sabía que si la descubría iba a ponerse furioso, pero al ver su rostro pálido por la indignación, "furioso" era poco. ¡Que el cielo me ampare!, rogó Fabia en silencio, porque sabía que estaba metida en un serio problema.