Cualquier sentimiento de timidez que ella tuvo al día siguiente al pensar en volver a ver a Ven no perduró cuando se encontraron. Él estaba vestido con una bata corta de toalla, su cabello estaba mojado y era obvio que acababa de bañarse cuando, camino al baño, ella pasó junto a él en la sala.
– Te veo en el desayuno en media hora -la saludó él.
– De acuerdo -aceptó añadiendo lo que su libro de frases útiles aconsejaba para el saludo en la mañana-. Dobré rano.
Él no respondió, pero antes de cerrar la puerta ella hubiera jurado, que escuchó una risa, como si su saludo checo lo hubiera divertido.
Fabia sonrió y descubrió, cuando estaba bajo la regadera, que estaba tarareando una parte del Humoresques de Dvorak.
No había comprendido que iban a desayunar en la suite, ni siquiera que iba a compartir el desayuno con él. Pero cuando, después de regresar a su habitación, se presentó vestida con una blusa y un pantalón y con su larga cabellera bien cepillada, descubrió que ya les habían llevado el desayuno. Había una mesa colocada junto a una pared de la sala y estaba cubierta con un mantel blanco y sobre éste un desayuno apetitoso.
– ¿Tienes hambre? -preguntó Ven acercándole una silla junto a la mesa.
– No sé, ni cómo me atrevo a confesarlo después de la suculenta cena de anoche pero si tengo hambre comió pensando en que Ven, vestido con ropa informal, le podía acelerar el pulso a cualquiera.
– ¿Qué planes tienes para el día de hoy? -le preguntó Vendelin, sentándose y empezando a desayunar.
– Todo lo que pueda -ella se rió mientras servía café para los dos.
– ¿De excursión?
– ¿Por dónde debo empezar? -preguntó, y no dio crédito al escuchar su respuesta.
– Puedo acompañarte; si quieres -sugirió el hombre con naturalidad.
– ¿Vendrías…?-eso sería maravilloso, pensó-. Pero no creo que quieras… -empezó ella a decir cuando vio que él levantaba una ceja, dando a entender que nadie podía atreverse a decirle a él qué quería o no hacer-. Lo siento -se disculpó Fabia, pero como no podía creer que él quisiera recorrer las calles de Praga, insistió-. ¿Lo dices en serio?
Su sonrisa, esa sonrisa devastadora lo dijo todo. Y mientras su corazón latía acelerado recordó su, "créeme, no te llevaría a ningún lado si no quisieras". Y comprendió que era un hecho cuando él murmuró:
– Creo que lo disfrutaré.
No perdieron el tiempo después de desayunar, y mientras Fabia fue a recoger un suéter a su recámara, una chaqueta y un bolso ligero, Ven fue a ponerse su cazadora. Diez minutos después caminaban alejándose del hotel.
– Praga es una ciudad muy antigua construida sobre siete colinas, y ofrece muchos atractivos al turista -le comunicó Ven, pero todo el tiempo, mientras la condujo primero al área del Hradcanské Námestí, una plaza distinguida por su estilo medieval, ella era más consciente de él que de lo que veía.
Casi no se dio cuenta de los otros turistas cuando pasaron por las calles empedradas y durante las siguientes horas Fabia estuvo interesada en conocer esa maravillosa ciudad desde el castillo hasta el Museo Nacional con su colección de arte europeo antiguo y moderno. Lo más espectacular para ella fue la Catedral de San Vitus construida en el patio del Castillo de Praga.
Pero había tanto que conocer que, a medida que volaba el tiempo, no le sorprendió que hubiera olvidado asuntos tan primordiales como alimentarse, hasta que Ven le dijo de buen humor:
– Ya que no quise intervenir en tu placentero paseo y sugerirte que tomáramos café, ¿permitirías que al diez para la una de la tarde descansemos y tomemos el almuerzo?
– ¡No puede ser la una! -exclamó ella viéndolo sonreír. Y mientras pensaba, emocionada, que tal vez él quisiera también acompañarla en la tarde, se disculpó-. ¡Debes estar agotado!
– Pero valió la pena -comentó con su familiar encanto, pero con firmeza la alejó de todo lo barroco y gótico subieron a un taxi.
El auto los condujo a un pequeño restaurante, ella vio que estaba lleno, pero como los llevaron directo a su mesa, adivinó que él la había reservado.
– ¿Qué opinas? -preguntó Vendelin cuando se sentaron.
– ¿Qué quiero comer? -preguntó Fabia, pero él negó con la cabeza.
– ¿Qué opinas de Praga?
– En una palabra, ¡fantástica! -respondió y hubiera especificado todo lo que quería volver a ver si no se hubiera acercado el mesero para ofrecerles el menú.
– Dekuji -ella recordó que esa palabra significaba, gracias y sonrió al mesero, luego se dio cuenta de que Ven la observaba, se estremeció y decidió concentrarse en el menú.
– ¿Ya escogiste? -preguntó Ven con tono amable, unos minutos después y Fabia respiró profundo.
– Si crees que he atinado, quisiera probar el Spíz ze Srncího ci jeleního masa -claro que no tenía idea de lo que iba a ordenar.
– Qué extraño -bromeó él-. Yo voy a pedir lo mismo -y sin darle explicaciones del platillo, ordenó dos porciones.
Sin embargo, para alivio de Fabia, descubrió que había elegido un excelente guiso de venado con tocino, hongos y tomate. Ella se concentró en su plato mientras se daba oportunidad de pensar en Ven y en que debería creer que estaba almorzando como una loca maniática si seguía sonriendo así toda la comida. Sin embargo no podía negar que se sentía extremadamente feliz ese lunes.
Trató de pensar en otras cosas y recordando que Vendelin había regresado a Mariánské Lázne por unos papeles, comprendió que si eran tan importantes como para hacer el largo viaje, debería querer entregárselos a alguien. Estaba en la punta de su lengua preguntárselo, pero lo pensó y se calló. Lo último que hubiera deseado era darle la impresión de que se estaba metiendo en lo que no le importaba. De todos modos era obvio, que como ella o lo había visto entregar los documentos, debía haberlos enviado con algún mensajero mientras ella estaba en su habitación o en el baño.
– ¿Qué te gustaría ver esta tarde? -preguntó él, al final del almuerzo.
– ¿No te importa ir conmigo? -preguntó ella pensando que ya había sido demasiado amable en acompañarla durante la mañana ¿cómo iba a pasar la tarde haciendo lo mismo?
– Será un placer -contesto con amabilidad y Fabia no supo si decía o la verdad.
– Existe un reloj astronómico, yo… -empezó ella a decir, pero no tuvo que añadir más.
– Entonces tenemos que ir al Staré Mesto -la informó él.
– ¿Staré Mesto?
– La parte vieja de la ciudad -tradujo él-. Es la parte más antigua de Praga -explicó-, data del siglo XVIII.
Eran casi las tres de la tarde cuando el taxi los dejó en la plaza central de la ciudad vieja y Ven la condujo al ayuntamiento donde, justo a las tres, sonó el reloj astronómico dejando admirada a Fabia. No era consciente de que el hombre que la acompañaba estaba observando su rostro encantado y no el espectáculo que tanto la maravillaba. La parte inferior del reloj, el calendario redondo, detallaba el curso de la vida del pueblo y los signos del zodiaco. Arriba estaba una complicada esfera que medía el tiempo y mostraba la tierra, la luna y el sol entre los signos del zodiaco; más arriba había dos ventanas que se abrían cada hora y aparecía una procesión de apóstoles. Fabia estaba observando absolutamente fascinada cuando, en lo más alto, y para terminar la función, salió un gallo dorado, cantando y sacudiendo sus alas.
– ¿No fue extraordinario? -se volvió hacia Ven exclamando y sintió que su corazón empezaba de nuevo a latir con fuerza cuando, con una expresión tierna en el rostro, no respondió y sólo se quedó contemplándola.
Un segundo después Fabia pensó que estaba equivocada porque su expresión cambió y le dijo bromeando:
– En una palabra… fantástico.
– Gracias de todas maneras… ¡fue un espectáculo que no olvidaré jamás! -se calmó y decidió que le gustaba que bromeara con ella creyó que regresarían ya al hotel y como había visto tanto y de todo, añadió con sinceridad-: Y gracias por llevarme a conocer la belleza de Praga -pero iba a disfrutar aún más, ya que no iban a regresar todavía al hotel.
– Aunque falta mucho por conocer, ninguna visita a Praga es completa hasta no haber atravesado el puente de Charles Bridge -le dijo Ven.
– ¿De veras?
– Estamos muy cerca, nos tardaríamos diez minutos en llegar caminando -eso le abrió más, a ella, el apetito.
– ¿Vamos a ir? -preguntó la joven lista para suplicarle si fuera necesario.
– Claro que sí -respondió él con buen humor.
Fabia creía que recordaría para siempre el atravesar, con Ven, el puente que conducía a la sección de la pequeña Praga, Mala Strana. La ciudad estaba dividida en dos por el río Vltava, y dieciséis puentes unían las dos mitades. Pero el puente Charles, con su suelo de ladrillos y sus altos extremos góticos, era el más antiguo. Aunque no fue sólo el puente y sus impresionantes esculturas barrocas lo que Fabia encontró inolvidable, sino también los dos cisnes en el río, la mano de Ven en su hombro guiándola, el estar de pie junto a él mientras observaba a los artistas trabajar, el hombre tocando el violín, el sonido de una flauta confundido con la voz de alguien que vendía trastos viejos. El momento más glorioso para ella fue cuando de pronto, el sol salió y, al mismo tiempo, una urraca empezó a cantar con todas sus fuerzas.
– No necesito preguntarte si disfrutaste esto -comentó Ven cuando dejaron atrás el puente y él la miró a los ojos que le brillaban con deleite.
– Fantástico es poco decir -respondió la joven en voz baja y sintió como si estuvieran muy unidos.
Empezó a sentirse diferente una hora después; entraron a la suite del hotel, ella lo miró para darle las más sinceras gracias cuando se detuvieron en la sala, pero Ven se adelantó diciendo:
– ¿Estás cansada?
Era una pregunta natural, se dijo Fabia considerando que habían caminado millas ese día. Sin embargo ella no se sentía cansada, negó con la cabeza.
– Ha sido un día tan maravilloso -respondió honestamente, y de pronto; cuando él la miró a los ojos, ella no pudo bajar la vista. ¡Sintió que Ven se sentía igual que ella!, pero un instante después vio que estaba muy equivocada porque él se alejó y le informó fríamente:
– Tengo un compromiso esta noche. ¿No te importaría cenar sola?
Ella sintió un cúmulo de emociones y le fue difícil encontrar una voz tan fría como la de él para responder:
– ¡Claro que no! -y todavía pudo añadir con tono ligero-: Comí mucho en el almuerzo, así que creo que pediré algo sencillo para cenar aquí -y encaminándose a su dormitorio antes de que sus emociones la delataran le confesó-. Ya has sido demasiado bondadoso. Muchas gracias, Ven -añadió con cordialidad y escapó… ¡furiosa!
No fue a la sala hasta que estuvo segura de que él se había ido.
¡Esperaba que se divirtiera! Le importaba un comino; por amor de Dios sólo tenía un compromiso esa noche. Ni estaba celosa en lo más mínimo, ni quería saber con quién era la cita, pero podía apostar que no era con el hermano que vivía en Praga.
La fastidiaba intensamente el haber pensado por un momento que el horrendo sentimiento que sintió cuando él le dijo que tenía un compromiso fuera de celos. Como si le importara. No, lo que la había enfurecido tanto era que cuando le había preguntado con tacto, que si estaba cansada, esperaba que ella dijera que sí para sugerirle que se acostara temprano. ¡Al diablo con él! ¡Dejaría que mencionara al día siguiente que quería recorrer de nuevo Praga!, entonces ya vería.
Fabia no durmió bien esa noche y cuando Ven entró sin hacer ruido en la madrugada del martes ella estaba despierta, y lo oyó llegar.
No tenía intenciones de desayunar con él y decidió quedarse en su habitación todo el tiempo que pudiera aguantar, pero se había levantado temprano y estar allí sin hacer nada la estaba irritando.
¡Era ridículo! se dijo, y tomando la bolsa de cosméticos fue a la puerta y escuchó. Como no oyó ningún ruido salió y corrió hasta el baño atravesando la sala.
Claro, a pesar de ser una persona acostumbrada a levantarse temprano, por lo que había visto ayer, él todavía estaba roncando; así explicó Fabia el hecho de no haberlo visto por allí. ¡Sin duda estaría soñando con su compañera de anoche!
– ¡Con un demonio! -se dijo, y furiosa consigo misma tanto como con él por permitir que sus pensamientos la hirieran tanto, abrió la llave de la regadera y trató de ahogar allí sus ideas.
Media hora después, con su bata de algodón y una toalla sobre los hombros y con su cabellera recién lavada, salió del baño.
Como era de esperarse, cuando estaba segura de que con la cara brillante y con el cabello mojado se veía peor que nunca, Ven abrió la puerta y entró en la sala.
Por un segundo Fabia, sorprendida, no supo qué decir, pero no Ven. Mientras ella notaba por el periódico que no era ningún flojo ya que se había levantado temprano a buscarlo él observó su mojada apariencia y fingiendo no haberla visto exclamó:
– ¡Es una sirena!
¿Qué podía ella hacer?, pues emitió una carcajada.
– Buenos días -le dijo sintiéndose contenta y asombrada de que unos minutos antes había estado iracunda y corrió a su dormitorio para secarse el cabello.
A pesar de su firme intención de no desayunar con Ven, él ya estaba parado junto a la mesa, servida para dos, cuando ella regresó a la sala, pensó que sería de lo más infantil actuar como intentaba. Sobre todo porque él parecía esperarla y había acercado una silla para ella.
– Gracias.
– ¿Qué planes tienes para hoy? -preguntó él aceptando la taza de café que ella le sirvió.
– Yo… -acababa de descubrir que tenía una personalidad anterior que no era confiable y que podía debilitar su resolución de la noche anterior de que si le ofrecía acompañarla a conocer la ciudad le iba a decir qué podía hacerlo que quisiera-. Yo… um… no quiero ir muy lejos -respondió esa parte de su personalidad que era más severa cancelando las posibilidades de dicho ofrecimiento.
– ¡Qué bueno! -respondió de inmediato Ven-. Yo también prefiero caminar entre prados -declaró y añadió con naturalidad-. ¿Quieres venir?
¿Un paseo por los prados no era ir muy lejos verdad? Nadie podría negarse.
– Me parece una magnífica idea -respondió la chica antes de darse tiempo a seguirlo pensando.
Estaba feliz de su decisión cuando ella y Ven salieron del hotel. De hecho, se sentía mucho más contenta de lo que había estado. Tanto así que descartó todo recuerdo de haberse jurado salir sola ese día. Al día siguiente, se dijo, aunque claro que Ven no iba a ofrecerse a acompañarla por tercera vez, pero si lo hacía insistiría en salir sola. No había visto todavía la plaza de San Wenceslas, y ver la plaza que llevaba el nombre del santo patrón del Reino de Bohemia era un requisito para cualquier turista en Praga.
Habiendo tomado esa decisión Fabia se entregó por completo al deleite de caminar acompañada de Ven.
Él la llevó a Petrín Hill, un área de parques con un funicular que llegaba a la cima de la colina desde donde podía admirar espléndidos panoramas.
– ¡Qué tranquilidad se respira aquí! -exclamó Fabia mientras paseando, iban cuesta arriba por senderos bordeados de frondosos árboles.
– Sabía que te iba a gustar -comentó él y Fabia se concentró en las violetas y otras flores, porque se emocionó al comprender que Ven había tenido la intención de llevarla allí, aunque le hubiera hecho la invitación tan repentinamente.
De pronto le llamó la atención una ardilla roja que salió de algún sitio y sin esfuerzo alguno, al parecer Fabia corrió sobre el césped y de allí como lanzada por un resorte brincó hacia arriba de un árbol.
– ¡Mira! -le dijo la joven y miró de reojo a Ven descubriendo que la estaba mirando a ella!
– Eres una amante de la naturaleza -indicó y Fabia comprendió que lo respetaba mucho.
Después de ese suceso la mañana estuvo llena de paisajes y sonidos y para Fabia incluso el aire tenía un especial aroma. Deambularon por un jardín de rosales aunque todavía no habían florecido. Todo era verdor en prados, árboles y matorrales, adornados éstos con pensamientos, violetas y otras flores y los pájaros trinaban.
Como el día anterior, el tiempo voló para Fabia, de modo que no pudo creerlo cuando Ven le avisó que iban a tomar el funicular un poco más abajo de la colina hasta un restaurante adonde almorzarían.
Nebozízek parecía ser la única parada antes de llegar hasta abajo de la colina. Ellos descendieron del funicular y antes de llegar al restaurante tuvieron que bajar unos escalones de concreto, y luego subir otra vez.
Fabia no supo que fue lo que comió en el almuerzo. Por algún motivo era tan consciente de Ven que, aunque reconoció que estaba comiendo carne de res, la comida le parecía incidental.
Cuando salieron del restaurante se quedaron de pie un rato admirando la vista de Praga, sus muchas espirales, sus edificios de techos rojos, con cúpulas verdes algunos, el río Vltava y sus muchos puentes, el Charles especialmente.
– ¿Quieres que caminemos el resto del sendero? -preguntó Ven.
– Por favor -respondió ella, pero estaba agradecida de que él le permitiera observar y admirar todo antes de entrar a la zona de árboles y prados.
Fabia se daba cuenta de cada paso que daba Ven, aunque trataba con todo su corazón de concentrarse en otra cosa. Lo logró cuando vio un árbol de magnolia, extraordinario, que había florecido por completo, y cerca de él, la estatua de un hombre llamado Karel Hynek Macha. Pero lo que más le llamó la atención fue ver que varias flores: un tulipán rojo, uno amarillo y un clavel, que habían sido colocadas allí.
– ¿Quién era él? -tuvo que detenerse a preguntar.
– Un poeta, un poeta romántico -Ven también se detuvo y, viendo que Fabia estaba interesada, le recitó un poema de Macha, llamado Majmayo, aunque no hace falta traducirlo, comentó él.
– ¿Mayo, el mes?
– Sí -respondió él-. Macha se regocijaba de la belleza de lo natural, sobre todo en mayo, aunque su poema señala la diferencia ente la solemne quietud del amor a la naturaleza y la pasión del amor humano.
Algo empezó a vibrar dentro de Fabia al mirar a Ven y dejó de respirar.
– ¿Y él… es muy popular en Checoslovaquia? -logró preguntar.
– Sobre todo entre aquellos que están embrujados por el amor -respondió y Fabia sintió que necesitaba averiguar si Ven había conocido alguna vez ese embrujo.
Pero no pudo preguntar y miró al otro lado, los tulipanes sobre la estatua del poeta. Luego, cuando comprendió que las flores habían sido puestas allí por algunos enamorados y volvió a mirar dentro de los ojos negros del alto checoslovaco, supo inmediatamente por qué había contenido el aliento hacía unos minutos. De hecho, se dio cuenta de que le faltaba en ese momento el aliento. Porque comprendía con cegadora claridad, lo que había surgido desde hacía algún tiempo. No sólo le gustaba, no sólo sentía gran respeto por él, sino que además estaba enamorada. Devastadoramente enamorada, aunque no sabía cuál sería el embrujo de ese amor y por ningún motivo podía imaginar que Ven llegaría a amarla.