– ¡Vaya! -dijo Marcus-. No quiero pelear contigo, Sylvie.
– ¿Y entonces qué quiere hacer?
Marcus vio que ella lamento haber dicho aquellas palabras en el momento en que le salieron de la boca. Entonces, sonrió pícaramente.
– ¿Ahora o después?
– Eso ha sido lo que le he preguntado, ¿verdad? -le espetó Sylvie.
– Efectivamente -replicó él, tomándola por el codo y dirigiéndose con ella hacia la entrada del club-. Sugiero que suspendamos toda conversación sobre puntos en los que estamos en desacuerdo durante el resto de esta velada. No tengo a menudo la oportunidad de cenar con una mujer tan hermosa como tú y me gustaría saborear el momento.
Sylvie dudó. Durante un momento, Marcus pensó que se iba a negar. Entonces, sacudió la cabeza y se dispuso a entrar por la puerta.
– Usted es capaz de convencer a cualquiera, señor Grey. Tendré que tener mucho cuidado con usted.
– No creo que tengas que preocuparte, a menos que sigas llamándome señor Grey. Me llamo Marcus.
– Marcus -repitió ella, con una sonrisa.
Mientras la ayudaba a quitarse el abrigo, él pensó que aquel movimiento de labios había sido uno de los gestos más sensuales y eróticos que había visto nunca. Entonces, el maître los acompañó a la mesa que él había reservado, con vistas al lago Michigan.
– Incluso en invierno es hermoso -comentó Sylvie, mientras contemplaba el lago.
A continuación, Marcus pidió una copa de vino blanco. Mientras lo tomaban, Sylvie le sonrió a través de la llama de las velas.
– No me dijiste que tu padre tuvo en el pasado una empresa de diseño de joyas y gemas. Creo que se llamaba Van Arl.
Marcus se quedó inmóvil, con la copa muy cerca de los labios. Lentamente, se obligó a dar un sorbo y a ponerla de nuevo sobre la mesa.
– Hace muchos años que Van Arl no existe. Es historia.
– No creo que veinticinco años sea historia.
– Si tú lo dices… ¿Dónde has oído hablar de Van Arl?
– Tú no eres el único que ha venido preparado. Esta tarde hice un poco de investigación sobre ti, aunque yo no tuve la ventaja de tener un completo expediente a mano.
– Estupendo. He tenido que escoger a Sherlock Holmes para que salga conmigo -bromeó él, tratando de adoptar una actitud más relajada-. ¿Qué es lo que quieres saber sobre Van Arl? Cuando estaba todavía en funcionamiento, yo era un niño. Tengo muy pocos recuerdos sobre ella.
– Durante un tiempo, fue un negocio muy floreciente. Seguramente Colette le hacía la competencia, ¿verdad?
– Lo fue durante los años sesenta y setenta. En otro momento, también solía suministrar gemas y piedras finas a Colette -respondió él, sorprendiéndose por la tranquilidad que estaba mostrando en la voz-. Hasta que Colette se llevó al equipo de diseño de mi padre, aunque supongo que ya lo sabrás si has investigado un poco al respecto.
Sylvie asintió. Cuando Marcus la miró, vio una pena en aquellos ojos color chocolate que despertó en él una furia que no había sentido en años.
– Esto no es una venganza -replicó-, si es eso lo que estás pensando. Aunque sería una historia estupenda.
– Así es. Especialmente dado que Van Arl no podía competir sin esos diseñadores y que la falta de trabajos de calidad empezó a afectar a los beneficios de la compañía.
– ¿Acaso se les puede culpar? Aparentemente, Colette les ofreció a esas personas más dinero y mejores beneficios de los que tenían en Van Arl. Simplemente, mejoraron sus condiciones de trabajo. De eso estoy seguro. Hicieron un buen negocio. Como yo lo voy a hacer con mi decisión de absorber Colette.
– ¿Ese es el modo en el que estás racionalizando todo esto? ¿Considerándolo un buen negocio? -preguntó ella, colocando una mano encima de la de él-. Marcus, las personas que trabajan en Colette ahora no son responsables por lo que le ocurrió al negocio de tu padre. Carl Colette fue el hombre que dirigía la empresa entonces y ya lleva muerto muchos años. Tenía una hija que se marchó hace mucho tiempo y de la que no se han tenido noticias desde entonces. No ha habido ningún Colette como responsable de Colette Inc. desde que la viuda de Cari murió hace más de diez años.
– Esto no tiene nada que ver con quién trabaje en Colette -insistió él-. Cuando era niño me interesaban mucho las gemas y las joyas, gracias a la empresa de mi padre, y quiero seguir expandiendo ese interés. El nombre de la empresa que compré no significa nada para mí. Se trata simplemente de un negocio. He buscado el mejor trato posible y Colette parecía estar en una situación menos estable y más accesible que las demás.
Con un rápido movimiento, Marcus giró la mano y atrapó los dedos de Sylvie entre los suyos. Rápidamente, ella la apartó y se la colocó sobre el regazo.
– Entonces, ¿tienes la intención de mantener Colette intacta aunque cambies el nombre?
– Yo no he dicho eso. Sin embargo, como ya te he explicado, siempre me aseguro de que se tenga en cuenta a los buenos empleados cuando adquiero un negocio.
– Si tú lo dices -replicó Sylvie, no muy convencida.
– Claro que lo digo -concluyó él. Entonces, se volvió para llamar al camarero.
Mientras tomaban los entremeses, Marcus consiguió dirigir la conversación hacia temas menos espinosos. Averiguó que Sylvie era una aficionada al teatro, particularmente a los musicales, y que tenía grabaciones de todas las obras de Andrew Lloyd Weber que habían estado en escena. Descubrieron que, el verano anterior, habían visto algunos espectáculos en el mismo teatro, de cuyo consejo de dirección Marcus formaba parte.
– ¿Cómo te empezó a interesar el teatro? -quiso saber él-. ¿Formaba alguien de tu familia parte del mundo de la escena?
– Simplemente me gusta -respondió ella, mirando hacia el lago-. No vi una representación hasta que estuve en el instituto-. Era… soy… huérfana.
– Lo siento. No quería avivar malos recuerdos -dijo Marcus, cubriéndole una mano con una de las suyas, como ella había hecho antes.
– No importa -susurró ella, respirando profundamente.
– ¿No fuiste adoptada?
– No. Era una niña algo rebelde. Si yo hubiera sido un posible padre adoptivo, habría salido corriendo al ver un niño como yo -comentó ella. A pesar del tono ligero de voz, se notaba un fuerte dolor.
– Parece un modo muy poco agradable para crecer.
– No estuvo tan mal. En realidad, casi no pienso en ello desde que he conseguido rehacer mi vida.
– ¿Desde qué has conseguido rehacer tu vida? Ni que fueras una expresidiaria.
– No, pero no creo que me faltara mucho para haberlo sido. De niña era bastante salvaje.
– ¿Cómo de salvaje? ¿De las que siempre andaba metida en peleas o de las que robaba a la gente?
– De ninguna de las dos maneras. Tenía un método para tratar con las casas de acogida que no me gustaban. Me pasaba el tiempo escapándome hasta que se cansaban de tratar de contenerme. Después de la cuarta o la quinta vez, me enviaban a un colegio para jóvenes al borde de la delincuencia. Era como una institución militar y al principio lo odiaba, pero la disciplina era exactamente lo que yo necesitaba. Entonces -añadió, extendiendo los brazos-, me convertí en la ciudadana modelo que ves hoy en día.
– Sospecho que, en el fondo, sigues siendo una rebelde.
Sin embargo, mientras el camarero se acercaba de nuevo a la mesa, no pudo evitar pensar en cómo Sylvie se había convertido en la persona que era. Su infancia parecía una verdadera pesadilla.
¿A quién se habría dirigido para conseguir amor y seguridad? La infancia de Marcus no había sido demasiado perfecta, pero siempre había podido contar con sus padres. Por primera vez, se le ocurrió que había cosas mucho peores que tener unos padres divorciados, aunque le hubiera resultado muy duro.
Mientras tomaban el café, la orquesta empezó a tocar una suave melodía. A su alrededor, varias parejas se levantaron y se dirigieron a la pista de baile.
– ¿Te gustaría bailar?
– Me encantaría -respondió ella.
Los dos se levantaron y fueron hacia la pista. Allí, Marcus la tomó entre sus brazos y empezaron a moverse a ritmo de un vals. Sylvie era buena bailarina. Cuando los pasos se fueron haciendo más difíciles, Marcus la estrechó un poco más entre sus brazos, gozando al ver que ella no perdía el paso.
Su mano estaba extendida sobre la piel desnuda de su espalda. Bajo las yemas de sus dedos, la carne parecía seda. Sabía perfectamente que no llevaba sujetador y tuvo que contenerse para no mirarle los pechos. A medida que la música se fue haciendo más rápida, él la agarró con más fuerza. Cada vez que sus miradas se cruzaban, Marcus creía ver en los ojos de ella la misma fascinación sexual a la que él se estaba enfrentando. Había deseado a muchas mujeres antes, pero no recordaba haberlo hecho con la misma intensidad. Aquella atracción le ponía nervioso. Sin embargo, no iba a tratar de no prestarle atención.
Los dos estaban riendo tras unos movimientos algo energéticos cuando una mujer de más edad se les acercó y dijo.
– Los dos bailáis muy bien. Debéis practicar mucho.
– Bailamos mucho -dijo Sylvie, sonriendo a la mujer.
Cuando la mujer se alejó, Marcus no pudo contener la risa.
– Mentirosa.
– No estaba mintiendo. Yo bailo con frecuencia. Y se ve que tú también, porque si no, no lo harías tan bien. Lo que ocurrió es que ella dio por sentado que lo hacemos juntos.
– Eres muy escurridiza. Recuérdame que nunca me tome nada como lo dices.
En aquel momento, la música empezó a ser más lenta. La risa de Marcus fue desapareciendo cuando la miró a los ojos. La estrechó un poco más contra él, agarró con más fuerza los dedos de ella y le llevó la mano hacia su tórax. Olió el limpio aroma de su cabello rizado. Tenía el rostro de Sylvie tan cerca del suyo que casi podía descansar sus labios sobre la sien de la joven. Resultaba una idea muy tentadora, pero se contuvo.
Bailaron en silencio durante unos minutos. Lentamente, empezó a acariciarle suavemente la sedosa piel de la espalda y, a pesar de la fuerte atracción sexual que había entre ellos, sintió que se iba relajando, músculo a músculo. La deseaba, pero eso podía esperar. En aquellos momentos, resultaba maravilloso tenerla simplemente entre los brazos.
– Esto es muy agradable -murmuró.
– Sí, lo es.
– Sylvie… Disfruto estando contigo.
Estaba más allá de un nivel físico. Sylvie era una mujer inteligente e ingeniosa, decidida y dispuesta a defender sus puntos de vista. Era la mujer más atractiva que había conocido nunca. Era única.
– Yo también. Demasiado.
– ¿Cómo se puede disfrutar algo demasiado?
– Bueno, ya sabes a lo que me refiero. Estamos en bandos opuestos de lo que parece que podría llegar a ser una batalla muy desagradable.
– Eso es trabajo. Esto es personal -susurró él, estrechándola un poco más, hasta que sus muslos se tocaron y pudo sentir sus rotundos senos contra su pecho. Sylvie no se apartó y Marcus gozó con el íntimo placer de bailar tan juntos, disfrutó con la excitación que la cercanía de la joven le estaba produciendo en la entrepierna-. Muy personal…
– No estoy segura de que podamos separar las dos cosas.
– Yo sí. ¿Por qué no acordamos estar en desacuerdo en ese asunto? -sugirió él, al sentir que Sylvie apoyaba ligeramente la cabeza sobre su hombro-. Y lo dejamos así.
– Yo… De acuerdo -musitó ella, como si estuviera teniendo problemas para centrarse en sus pensamientos. Aquello provocó en Marcus una satisfacción. Había temido ser el único que estuviera experimentando aquellas sensaciones.
– Mírame.
– No.
– ¿Por qué no?
– Porque si lo hago, me besarás -contestó ella, riendo suavemente-. Y no creo estar preparada todavía para enfrentarme a tus besos.
– Sé que yo no estoy preparado, pero quiero hacerlo de todos modos.
– No siempre se consigue lo que uno quiere. ¿Es que no te enseñó esa verdad tu privilegiada infancia?
Aquellas palabras tocaron un punto débil. Marcus dejó de bailar y esperó hasta que, finalmente, ella levantó los ojos para mirarlo.
– Efectivamente, crecí con dinero y no puedo negar que ello hizo que mi vida resultara muy cómoda en muchos aspectos, pero no quiero que creas que el dinero te da todo lo que quieres.
– Marcus… Lo siento. Ha sido un comentario grosero e imperdonable.
– Acepto tus disculpas -replicó él, tocándole la frente con los labios-. ¿Quieres besarme para compensarme?
– Efectivamente, eres muy persistente -susurró ella, con una sonrisa.
– Es una de mis mejores cualidades.
– No habrá besos. Y mucho menos en público.
– Eso me da ciertas esperanzas. ¿Y en privado?
Como única respuesta, Sylvie se echó a reír. Marcus rio también y la tomó de la mano para sacarla de la pista de baile.
– ¿Estás lista para marcharte?
– Sí, pero no porque quiera pasar a un plano más íntimo contigo. Es que mañana tengo que trabajar.
Marcus sonrió y juntos fueron a buscar el abrigo de Sylvie, que él la ayudó a ponerse.
Cuando llegaron a Amber Court, la acompañó a su apartamento. Mientras subían la escalera, notó que ella iba colocando de nuevo sus defensas que creía haber derribado durante la cena y el baile.
Sylvie se detuvo delante de su puerta, y tras sacar la llave, se volvió para mirarlo.
– Muchas gracias por una hermosa velada, Marcus.
Él dio un paso al frente, acercándose más a ella. Sylvie abrió un poco más los ojos antes de poder controlar su reacción.
– Sylvie, ¿quieres volver a salir conmigo mañana por la noche?
– No estoy segura de que eso sea aconsejable, Marcus. Tú eres el dueño de una empresa que está tratando de absorber a la empresa en la que yo trabajo. Eso me hace sentirme incómoda…
– Quiero volver a verte. Y tú también lo deseas, ¿no es verdad?
– Yo…
– No mientas -susurró él, colocándole un dedo sobre los labios.
– No iba a mentir -musitó Sylvie, contra aquel dedo-, pero no creo que sea buena idea mezclar los negocios con…
– Esto no tiene nada que ver con los negocios.
Entonces, la tomó entre sus brazos y unió sus labios con los de ella en un rápido gesto. Sylvie se resistió al principio, pero, a medida que él la iba besando y le acariciaba la espalda, sintió que la rigidez de su postura iba remitiendo. El suave movimiento de aquellos dulces labios bajo los suyos resultaba profundamente erótico. Le hubiera gustado introducir la lengua entre ellos y buscar la dulzura que seguramente se escondía en el interior de la boca, pero no quería asustarla. Además, ella no le había abierto la boca. Mostraba una extraña mezcla de sofisticación e inocencia. El modo en que ella besaba lo sorprendió. Hubiera esperado que fuera mucho más experimentada.
Seguían con los abrigos puestos, aunque se los habían desabrochado por el calor que reinaba en el interior del edificio. Lentamente, Marcus fue apartando las pesadas telas para que el esbelto cuerpo de ella quedara de nuevo en contacto con el suyo, frotando la carne que se le iba despertando bajo la cremallera del pantalón. La estrechó entre sus brazos, sin temor a mostrarle su excitación, para dejarle que sintiera lo que le hacía.
De repente, Sylvie se apartó de sus brazos y lo miró con una expresión de sorpresa en los ojos.
– Vaya -susurró él, acariciando suavemente la tela del abrigo-. A mí no me ha parecido que eso estuviera relacionado solo con el trabajo…
– Tampoco ha sido muy inteligente -replicó ella. Entonces, suspiró y levantó una mano para abofetearlo.
Sin pensar, Marcus giró la cabeza y le dio un beso en la palma, dejando que la punta de la lengua le lamiera ligeramente la piel.
– Dime que sí -susurró-. Sal conmigo mañana por la noche.
Sylvie dudó durante un largo momento. Marcus se preparó para poder darle más argumentos. Entonces, le tomó la mano entre las suyas y besó suavemente la parte carnosa del pulgar, para luego hacer lo mismo con la mejilla.
– Sí -musitó ella, por fin.
– Estupendo -dijo Marcus, besándola de nuevo en la boca-. Pasaré a recogerte a las siete. Vístete de un modo informal.
– ¿Dónde iremos?
– Tú vístete de un modo informal -repitió. Entonces, dio un paso atrás antes de que tuviera que ceder a la tentación de devorarla.
– ¿Marcus? -dijo ella, para llamar de nuevo su atención-. No vas… no vas a hacer nada que pueda afectar a Colette mañana, ¿verdad?
¿Qué podía suponer un día más?
– No. Te prometo que mañana no ocurrirá nada.
Sin embargo, mientras bajaba las escaleras, sintió que había un pequeño núcleo de descontento en la sensual alegría que lo embargaba. Le molestaba que Sylvie sintiera que tenía que usarse para conseguir un trato favorable para Colette, una empresa que, con toda seguridad, no se merecía a una mujer como Sylvie Bennett.
Tras cerrar la puerta de su apartamento, Sylvie se apoyó en la puerta. Aquello no se parecía a nada que hubiera experimentado con anterioridad. Se tocó los labios con los dedos y le pareció que todavía palpitaban por los besos de Marcus. Cualquier hombre que pudiera besar de aquel modo debería considerarse una amenaza para la seguridad nacional.
Suspiró y se dirigió hacia su dormitorio. El hermoso broche de ámbar que Rose le había prestado estaba en su tocador. Lo tocó suavemente con un dedo. Al hacerlo, recordó una conversación que había tenido unas semanas antes, cuando Rose la había invitado a su apartamento para la cena del día de Acción de Gracias. Tres de las amigas de Sylvie, que eran compañeras de trabajo, habían asistido también. Todas las mujeres vivían en Amber Court y se sentían especialmente unidas a Rose, que parecía gozar con su papel de madre adoptiva. Recientemente, todas sus amigas se habían casado o se habían prometido y una de ellas, Meredith Blair, había empezado a bromear sobre el broche, que ella llevaba puesto aquel día.
– Ten cuidado, Sylvie -le había dicho Meredith-. Si Rose te presta este broche, puedes decirle adiós a tus días de soltera. Yo lo llevaba puesto el día que conocía a Adam y Rose se lo prestó a Jayne el día que conoció a Erik. Creo que fuera quien fuera quien lo hiciera, debió de embrujarlo.
– ¡Estás bromeando! -exclamó Lila Maxwell, levantando una mano, en la que relucía un hermoso anillo de compromiso-. ¡Oh! Yo también lo llevaba puesto el día en que Nick y yo…
Nick Candem colocó una mano sobre la de su prometida y contempló muy divertido cómo ella se sonrojaba.
– El día en que me di cuenta de que no podía vivir sin ella -dijo.
– Tal vez tenga algo mágico -comentó entonces Rose-. Supongo que tendré que prestártelo algún día, Sylvie.
– No te preocupes -se había apresurado Sylvie a contestar-. Me gusta mi vida tal y como está. Gracias.
Sin embargo, cuando se encontró con Rose aquella misma mañana, antes de irrumpir en la reunión, no había estado pensando más que en el consejo. Se había acordado del broche, pero no de la conversación… Hasta aquel momento.
Mientras se desnudaba, no dejó de mirar la joya. ¿Podría ser…? ¡Qué ridículo! Claro que no. Sin embargo, Jayne,. Lila y Meredith… Todas ellas habían conocido al hombre de su vida mientras lo llevaban puesto. ¿Y si Marcus y ella…? En realidad, era un hombre perfecto, a excepción de su injerencia en Colette. Tenían intereses comunes y lo encontraba más atractivo que a ningún otro hombre que hubiera conocido.
Efectivamente, hacía menos de un día que lo conocía. «Deseas a ese hombre», se advirtió. «No tiene nada que ver con lo compatibles que sois, excepto en el nivel más físico». Precisamente, por eso no lo había invitado a entrar aquella noche. Nunca antes había tenido problemas para terminar una velada. De hecho, no podía recordar haber intercambiado más de un beso en la mejilla en su primera cita. La única relación íntima que había tenido había ocurrido durante una de sus muchas escapadas, cuando tenía dieciséis años. La experiencia había sido dolorosa y mucho menos romántica, por lo que nunca se había visto con ganas de repetirlo con nadie más… hasta aquella noche.
Sacudió la cabeza, enojada consigo misma. Solo Dios sabía lo que Marcus había pensado de la facilidad con la que se había rendido a sus besos. Probablemente estaba planeando seducirla. ¿Quién podría culparlo?
¿Qué habría hecho ella si él hubiera insistido? Se echó a temblar. Le hubiera gustado estar segura de que le habría rechazado. Sin embargo, cuando estaba entre sus brazos, no podría ser responsable de sus actos. Por eso, debería mantenerse alejada de él.
¿Y qué había hecho? Había aceptado una cita al día siguiente. A pesar de sus excusas sobre Colette, sabía que nunca había sentido nada como lo que Marcus le hacía sentir, nunca había pensado que su vida no estaría completa sin un hombre. Hasta aquella noche, cuando se había reído con él, cuando había hablado de su infancia, cuando se había sentido tan a gusto entre sus brazos…
Para una chica que no había tenido mucha comprensión o afecto a lo largo de su vida, era un sentimiento muy poderoso. Había pasado de ser una marginada a tener el éxito entre sus manos. Había hecho amigos, entre los que se encontraba Rose, a la que quería como a una madre. Sin embargo, nunca había tenido un hombre que le hiciera sentir de aquel modo.
«¡Pero si solo ha sido una cita! No es nada por lo que echar las campanas al vuelo».
No obstante, en sus sueños, bailó entre los cálidos brazos de un hombre alto, de ojos verdes, un hombre que parecía ser la pieza que faltaba en el rompecabezas que era la vida de Sylvie Bennett.
Al día siguiente, no parecía poder concentrarse. Su jefe, Wil Hughes, la miró extrañado cuando el salvapantallas del ordenador salió por tercera vez mientras trabajaban en una nueva campaña publicitaria.
– ¿En qué estás pensando, Sylvie? Hoy pareces un poco distraída.
– Lo siento -respondió, moviendo el ratón para que la pantalla volviera al programa-. Solo estoy un poco preocupada por lo que las Empresas Grey están tratando de hacernos.
– Todos lo estamos, pero no hay nada que podamos hacer más que esperar y ver qué opciones tenemos. Dios, no quiero ni pensar que tenga que marcharme de Colette y empezar de nuevo en otra parte.
– Tal vez no llegará a eso.
– Tal vez -dijo él, algo dudoso-. Bueno, dado que estamos hablando sobre Grey, dime exactamente lo que ocurrió cuando sacaste al león de la guarida ayer. ¿Llegaste a alguna parte?
– En realidad, fue el león el que me sacó a mí. No tengo ni idea si he conseguido hacerle cambiar de opinión. Anoche, fuimos a cenar y voy a volver a salir con él esta noche, así que seguiré trabajando en nombre de todos.
– ¿Estás bromeando?
– No.
– ¡Dios mío! Maeve no se lo va a creer cuando se lo diga. Tendrás que venir a cenar pronto para contárselo todo.
– Me encantaría. Es decir, ir a cenar. Creo que los detalles tendrán que censurarse.
– Maeve te lo sacará todo.
Maeve, la esposa de Wil, estaba confinada a una silla de ruedas desde que tuvo un accidente de automóvil hacía algunos años y sufría problemas crónicos. A pesar de sus dolores, Maeve era una mujer afectuosa y animada. Wil y ella habían sido los primeros amigos de Sylvie cuando llegó a Colette, mucho antes de que la trasladaran a marketing. Sylvie hubiera hecho cualquier cosa por ellos. Sabía que una de las principales preocupaciones de Wil sobre la absorción era cómo iba a encontrar dinero para pagar las constantes crisis de salud que tenía Maeve si se quedaba sin trabajo.
– ¿Cómo está?
– Bastante bien. Su médico dice que se ha recuperado completamente de la gripe.
– Me alegro.
En aquel momento, se abrió la puerta del despacho. Los dos se volvieron para ver quién era. Sin embargo, no pudieron hacerlo. Un enorme ramo de flores ocultaba a una mujer, de la que solo se veía un hermoso par de piernas.
– ¿Dónde está el escritorio? -preguntó Lila Maxwell, desde detrás de las flores.
– Ponlas aquí -dijo Sylvie, tras levantarse rápidamente para ir a ayudar a su amiga-. ¿Por qué estás de chica de los recados?
– Subía hacia aquí cuando las vi -comentó Lila, antes de dejar las flores sobre la mesa-. Las chicas de recepción dijeron que eran para ti, así que dije que te las subiría yo. ¡Me muero por saber de quién son!
– Me apuesto algo a que lo sé.
Sylvie agarró el pequeño sobre que acompañaba a las flores y lo abrió. Tengo muchas ganas de verte esta noche. Marcus.
– Vaya, vaya, vaya -dijo Lila, husmeando desvergonzadamente por encima del hombro de Sylvie-. Parece que lo has impresionado. Rose me dijo que saliste anoche con él. Debió de ser todo un éxito si estás dispuesta a repetir.
– Nos divertimos -admitió Sylvie.
– Haznos un favor -sugirió Wil-. Diviértete otra vez esta noche y, mientras tanto, convéncelo para que no cierre Colette,
– Eso parece prostitución, ¿no crees? -comentó Sylvie, sonriendo.
Sin embargo, sus dos amigos parecieron quedarse atónitos por aquellas palabras. Lila fue la primera que reaccionó.
– Sylvie, no sales con ese hombre solo para tratar de ayudar a la empresa, ¿verdad? Por la reputación que tiene, no creo que le dejaras huella.
Sylvie sonrió y trató de no prestar atención a la vocecita que le impulsaba a saltar a la defensa de Marcus.
– No. Anoche salí con él solo para tratar de ayudar a la empresa. Esta noche, voy a salir con él porque es un estupendo bailarín y porque anoche nos divertimos mucho. Nada más.