Capítulo 2

El beso que Kane le dio la dejó sin respiración. Potente, sensual, erótico. Willow no sabía en qué radicaba la diferencia de otros besos, pero era diferente.

Los labios de Kane eran firmes, exigentes, pero llenos de una ternura que le hizo desear darle lo que él quisiera. Sabía que Kane podía tomar de ella lo que quisiera, era perfectamente capaz de hacerlo; pero el hecho de que no lo hiciera lo hacía aún más atractivo.

Willow se aferró a él, rodeándole el cuello con los brazos. Apretó su cuerpo contra el de Kane. Y cuando Kane le acarició el labio inferior con la lengua, ella abrió la boca al instante.

Mientras se apoderaba de su boca, ella sintió un profundo calor en todo el cuerpo. El deseo la hizo temblar y, de haber estado de pie, se habría caído.

La lengua de él la exploró, la excitó. Kane tenía sabor a café y a algo exótico que la dejó deseando más. Le devolvió el beso con un entusiasmo que, probablemente, debería haberle avergonzado; pero supuso que, al ser una cosa del momento, debería dejarse llevar.

El beso continuó hasta que diversos puntos de su anatomía empezaron a quejarse, exigiendo el mismo tratamiento que su boca. Los pechos le picaban y sentía un cosquilleo entre las piernas.

Por fin, Kane alzó la cabeza y la miró. La pasión oscurecía los ojos de él, haciéndolos parecer las nubes tormentosas, algo que jamás había pensado de los ojos de un hombre. El deseo tensaba sus facciones, confiriéndoles un aspecto depredador.

– ¡Quieres acostarte conmigo! -anunció Willow, tan contenta que estuvo a punto de besarlo otra vez.

Él murmuró algo ininteligible y la llevó de vuelta al sillón del cuarto de estar.

– No nos vamos a acostar -lo informó Kane.

– Sí, eso ya lo sé. No nos conocemos. De todos modos, te gustaría.

Kane sacudió la cabeza.

– ¿Kane?

Él la miró.

Willow contuvo la respiración al ver en los ojos de Kane que aún la deseaba. Algunos hombres le habían propuesto ir a la cama, pero nunca la habían deseado de verdad.

– Vaya, no son imaginaciones mías. Eres un encanto. Gracias.

– No soy un encanto. Soy un frío sinvergüenza.

Ni hablar. Willow sonrió.

– Me has hecho feliz. Los hombres no me desean sexualmente.

Kane la miró de pies a cabeza; una mirada muy sexual.

Willow supuso que debería sentirse insultada, pero le resultó fascinante.

– Créeme, los hombres te desean. Lo que pasa es que no te das cuenta.

– No, no es verdad. Yo soy la clase de chica simpática y cariñosa que acoge en su casa a hombres que se sienten perdidos. No es que se vengan a vivir conmigo, claro está, pero los ayudo. Los animo, los apoyo, los mimo… y luego se van. Pero esos hombres nunca… bueno, ya sabes.

– ¿Nunca han mostrado interés en acostarse contigo? -preguntó él sin andarse con rodeos.

Willow parpadeó.

– No; por lo general, no. La verdad es que no me importa. Con algunos hago amistad, con otros… -Willow se encogió de hombros-. En fin, es la vida.

Y realmente no le molestaba. Su destino era ayudar a los hombres y luego, cuando estaban bien, se quedaba sola. Sin embargo, a veces no le habría importado que la vieran como algo más que una amiga. Había habido un par de ellos con los que le habría gustado llegar a algo más.

– Dejemos las cosas claras, yo no necesito que me ayuden -dijo Kane.

Willow no sabía si creerlo o no, pero estaba dispuesta a no profundizar en ese tema de momento. Sobre todo, porque el deseo que veía en él era increíble.

– Eres tan fuerte y tan guapo… -dijo ella con un suspiro-. Aunque no seas mi tipo.

– Me alegra saberlo -comentó él irónicamente.

– Puedes besarme otra vez. Te lo permito.

– Aunque es una invitación irresistible, prefiero ir a ver qué te puedo dar de comer.

Willow tenía hambre.

– Pero todavía me deseas, ¿no? No se te ha pasado.

Kane la miró a los ojos y ella, al ver que el deseo seguía allí, sintió un intenso calor en lo más íntimo de su cuerpo.

– ¡Vaya, eres increíble! -exclamó Willow mientras Kane se daba media vuelta y se alejaba.

– Vivo para servir.

Willow lo oyó abrir armarios y cajones en la cocina mientras miraba a la gata, que lamía a sus cachorros.

– Creo que vais a ser muy felices aquí -le susurró ella a la gata-. Kane es buena persona. Os cuidará bien.

Mejor dicho, los cuidaría bien una vez que ella lo convenciera de que quería quedarse con la gata y sus crías. Estaba convencida de que Kane, en el fondo, tenía un gran corazón.

Alguien llamó a la puerta.

– Yo abro -dijo ella al tiempo que se deslizaba hacia el borde del sillón con el fin de ponerse en pie apoyándose sólo en una pierna.

– Esta es mi casa y abro yo -la informó Kane acercándose a la puerta-. Quédate donde estás, no te muevas.

– Besas demasiado bien para asustarme -lo informó Willow.

Kane la ignoró y abrió.

– ¿Sí?

– Soy Marina Nelson. He venido a ver a mi hermana -Marina dejó una bolsa en las manos de él-. Hay más en el coche.

Willow saludó a su hermana desde el sillón.

– Has venido.

– Claro que he venido. Has dicho que te habías caído y que te habías roto un tobillo.

– He llamado a Marina porque sabía que, a estas horas, estaría en casa -le explicó Willow a Kane-. Julie está trabajando. ¿Vas a dejarla entrar?

– No lo he decidido todavía.

– Podrías empujarlo -le dijo Willow a su hermana.

Marina sacudió la cabeza.

– Es demasiado fuerte.

Willow abrió la boca para decir que Kane no era tan duro como parecía y que besaba maravillosamente bien, pero lo pensó mejor. Era la clase de información que se debía mantener en secreto.

– Os parecéis -dijo Kane.

Willow suspiró. Kane parecía decidido a poner las cosas difíciles.

– Las tres nos parecemos, es genético. Bueno, ¿vas a dejarla entrar?

– ¿Tengo otra alternativa?

– Si no me dejas entrar, volveré con refuerzos -lo informó Marina.

– Está bien.

Kane se echó a un lado y Marina entró en la casa. Rápidamente, se dirigió al sillón y abrazó a su hermana.

– ¿Qué demonios te ha pasado? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué le has hecho a tu pobre pie? -Marina se sentó en el reposapiés y se inclinó hacia delante-. Empieza por el principio y cuéntamelo todo.

Kane llevó la bolsa a la cocina y luego salió de la casa.

– Habla -insistió Marina.

– No he conseguido olvidar lo de Todd -comenzó Willow-. Cada momento que pasaba estaba más y más furiosa. En fin, esta mañana, al despertarme, no podía aguantarlo más.

Marina se la quedó mirando.

– Por favor, dime que no has venido aquí para enfrentarte a él.

– Eso es exactamente lo que ha hecho -dijo Kane, entrando con unas cuantas bolsas más-. ¿Hay más en el maletero?

– No, sólo ésas en el asiento de atrás del coche. Gracias.

Kane lanzó un gruñido y desapareció en la cocina.

Willow lo miró mientras se iba, y le gustó mucho la forma como los pantalones se le ajustaban al trasero. Nunca antes se había fijado en el trasero de un hombre, pero nunca había visto uno tan bonito.

– Willow -dijo Marina con impaciencia.

– ¿Qué? Ah, perdona. Bueno, vine para pegarle unos cuantos gritos a Todd. Estuvo a punto de hacer que Julie y Ryan se separasen y no podía soportar pensar en ello. ¿Quién demonios se ha creído que es? Además, está lo del millón de dólares y Todd es tan ególatra que debe de estar pensando que nos morimos de ganas de verlo ahora que Julie está prometida. Tengo ganas de darle con un bastón en la cabeza.

– Para ser vegetariana y tan amante de la naturaleza, eres sorprendentemente violenta -dijo Kane desde la cocina.

– No soy violenta -respondió Willow alzando la voz-. No he sido yo quien va por ahí con una pistola. A propósito, ¿dónde está?

– Escondida.

Marina agrandó los ojos.

– ¿Tenía una pistola?

– Sí, pero no te preocupes. Cuando llegué aquí esta mañana, Kane abrió la puerta y supongo que me consideró una auténtica amenaza. Intentó detenerme.

– ¿Qué?

– Es su trabajo. Es el encargado de seguridad de todas las empresas de Todd y Ryan. No le gusta que la gente piense que sólo está a cargo del cuidado de la casa -Willow se inclinó hacia delante y bajó la voz-. Intentó detenerme, pero yo eché a correr y salí al jardín, pero Kane me dio alcance. Luego, me tropecé y, al caer, me destrocé el tobillo. Fue entonces cuando vi a la gata con sus crías. Y eso ha sido todo, aquí estamos.

Marina se tapó la boca con una mano; luego, la dejó caer.

– No sé si reír o llorar. Willow, Willow, eres imposible.

Kane salió de la cocina con un cajón de arena para gatos en las manos.

– ¿Es esto lo que creo que es?

– Sí, si piensas que es un cajón de arena para gatos -respondió Marina antes de volverse hacia su hermana-. Es biodegradable. Estupenda, ¿verdad?

– Sí. Gracias. ¿Dónde te parece que la pongamos?

Marina miró a su alrededor.

– En un sitio algo más escondido.

Kane se quedó mirando a las dos mujeres. ¿Qué estaba pasando? ¿Cuándo había perdido el control de la situación… y de su vida?

– Voy a mirar para ver dónde lo ponemos -declaró Marina poniéndose en pie. Luego, le quitó el cajón a Kane-. Creo que necesitas unos minutos para recuperarte, has tenido muchas sorpresas esta mañana.

Kane la vio salir al pasillo.

– ¿Tienes un recogedor? -le preguntó Willow-. Será mejor que pongas uno al lado del cajón y también papel higiénico.

Kane iba a preguntar para qué, pero se contuvo. Sí, la caja era, fundamentalmente, el cuarto de baño de un gato.

– Supongo que la gata sabrá utilizar todo eso, ¿no? -preguntó él mirando a la gata.

– Sí, claro. Lo único que tenemos que hacer es indicarle dónde está.

Marina regresó sin la caja.

– Lo he dejado en el baño de la habitación de invitados -se acercó a su hermana y se agachó para hablarle en tono confidencial-. No parece que tenga novia, es prometedor.

Kane se enfadó.

– Estoy aquí y no soy sordo.

Willow le sonrió.

– Ya lo sabemos.

– No parece un mal tipo -continuó Marina-. Pero dada tu experiencia con los hombres…

– Es verdad -respondió Willow con tristeza-. Pero quizá éste sea diferente.

– Sigo aquí -anunció Kane.

– Podrías ir a dar de comer a la gata -le dijo Willow-. Estarás mejor en la cocina mientras nosotras hablamos de ti a tus espaldas.

En cierto modo, por loco que pareciese, tenía sentido. Kane se marchó a la cocina, preguntándose qué había pasado. Al principio de aquella mañana todo había sido normal. Luego, lo habían invadido. Había gente en su casa y él no era dado a la gente.

Examinó el contenido de las bolsas. Había comida de gato y tres cuencos. La gata entró precipitadamente en la cocina y empezó a merodear. Se lanzó a la comida en el momento en que él vertió el contenido de una lata en un cuenco.

Mientras el animal comía, Kane examinó el resto de las bolsas. Marina había llevado pan, miel, varios cartones de sopa congelada, gállelas, manzanas, peras, un jabón perfumado y el último número de una revista del corazón. ¿Pensaba que su hermana iba a quedarse ahí?

Kane sintió que algo le rozaba la pierna. Al bajar la mirada, vio a la gata frotándose contra él.

Sintiéndose incómodo, algo estúpido y como si le estuvieran tomando el pelo, se agachó y acarició la cabeza del animal.

Nunca le habían gustado los animales domésticos. De niño, sólo se encargaba de sí mismo. Cuidar de algo o alguien era ponerse en una situación de dependencia. En el ejército, había soldados que tenían perros, él no.

Se enderezó. Oyó a Willow y a Marina hablando en el cuarto de estar, aunque no podía oír lo que decían. Menos mal. Y ahora… ¿qué? ¿Qué podía hacer? Se suponía que ésa era su casa, pero se sentía un extraño en ella.

Llamaron a la puerta. Antes de que él pudiera decir nada, Marina le gritó que ella abriría. Entró en el cuarto de estar en el momento en que una versión de Willow, con más años, apareció en su casa. Dicha versión de Willow iba acompañada de un tipo de unos cincuenta años con traje.

– Mamá, no era necesario que vinieses -dijo Willow-. Estoy bien.

La madre dio a Marina una cacerola y luego se acercó apresuradamente a Willow.

– No estás bien. Estás herida. ¿Cómo no iba a venir? ¿Acaso te iba a dejar aquí sufriendo?

– Oh, mamá.

El hombre se acercó a Kane.

– Soy el doctor David Greenberg, un amigo de la familia.

– Kane Dennison -se dieron la mano.

El doctor Greenberg se acercó al reposapiés.

– Hola, Willow. Vamos a ver qué te has hecho.

La madre de Willow se retiró. Marina le tocó el brazo.

– Éste es Kane, mamá.

La mujer le sonrió.

– Hola. Naomi Nelson. Mi hija ha dicho que la trajo usted aquí en brazos y que le ha salvado la vida.

Willow había hecho unas cuantas llamadas telefónicas y había dado mucha información en el corto espacio de tiempo que él se había ausentado, pensó Kane, que no estaba seguro de sí debería castigarla o mostrarle su admiración.

– No creo que su vida corriese peligro -dijo Kane.

– Mamá, ahí están los gatitos -dijo Willow, señalando la caja.

– Ah, acaban de nacer.

Mientras Naomi se acercaba a ver a los gatos, Marina le mencionó algo sobre meter la cacerola en la nevera. Kane se quedó quieto, mirando al médico mientras éste examinaba el tobillo de Willow.

– ¿Te duele si te toco aquí? -preguntó el médico presionando el tobillo-. ¿Y si te toco aquí?

Ella respondió a las preguntas del médico y luego miró a Kane. Él sintió el impacto de aquella mirada en todo el cuerpo; especialmente, en la entrepierna. Era extraño, a pesar de que Marina se parecía mucho a Willow, no lo atraía. Sin embargo, con sólo mirar a Willow…

El doctor Greenberg continuó el examen del pie durante un par de minutos más y, entonces, le dio a la paciente una palmada en la rodilla.

– Sobrevivirás. Es un pequeño esguince. Lo tienes un poco hinchado, pero sólo durará un par de días. Sigue así, con el pie en alto y hielo. Mañana ya notarás mejoría.

– Me duele -se quejó Willow con un suave susurro. El médico sonrió.

– Sí, ya sé que no aguantas mucho el dolor. Cuando eras pequeña, llorabas antes de que te pusiera una inyección -el médico sacó un bote de pastillas de su botiquín-. Las pastillas te aliviarán el dolor, tómalas de vez en cuando. Pero nada de conducir hasta mañana, las pastillas atontan un poco.

Ella sonrió.

– Gracias, doctor.

El médico se agachó y le dio un beso en la mejilla.

– Eres el rigor de las desdichas -comentó el médico.

– No lo he hecho a propósito.

– Ya, pero estas cosas siguen ocurriéndote a ti.

Naomi se acercó.

– Gracias por venir.

El doctor Greenberg encogió los hombros.

– Las conozco de toda la vida, son como de la familia. En fin, voy a volver a mi consulta.

– Estaré allí dentro de una hora -le prometió Naomi.

Marina y Naomi llevaron agua a Willow para que se tomara una pastilla, más hielo y algo de comer. Kane, algo apartado de ellas, las observó mientras se movían por su casa como si les perteneciera.

Por fin, Marina fue la primera en marcharse, dejando a Willow y a su madre. Naomi lo llamó para hablar con él en la cocina.

– Gracias por su ayuda. Siento haberle invadido la casa de esta manera.

– No se preocupe -respondió Kane.

– Bueno, voy a recoger las cosas de mi hija y la llevaré a casa.

Kane miró a aquella mujer. Debía de tener unos cincuenta y cinco años y estaba en buena forma, pero no podía llevar a su hija a cuestas.

– Yo la llevaré. Usted no podría meterla en casa sola.

– Sí, creo que tiene razón, no había pensado en ello -contestó Naomi-. ¿No puede mi hija ir a la pata coja?

– No lo creo. No se preocupe, yo la llevaré a su casa.

– Si no le resulta una molestia… -Naomi se miró el reloj y Kane se dio cuenta de que la mujer estaba pensando que tenía que volver al trabajo.

– Pregúntele a Willow si le parece bien lo que hemos decidido -dijo Kane.

Naomi asintió y volvió al cuarto de estar. Kane la siguió y observó a Willow mientras escuchaba a su madre.

– De acuerdo -dijo Willow mirándolo a él, sus ojos azules llenos de humor.

Kane entrecerró los ojos. ¿Qué demonios estaba pensando hacer ahora esa chica?

Naomi dio un abrazo a su hija; luego, se acercó a él y le ofreció la mano.

– Ha sido usted muy amable. No sé cómo darle las gracias.

– No se preocupe, no ha sido nada.

– Buena suerte con la gata y las crías, le van a dar trabajo.

A Kane eso le daba igual, no iban a estar en su casa mucho tiempo.

Por fin, Naomi se marchó y Kane se quedó a solas con Willow.

– Perdona que haya venido tanta gente. Lo siento -dijo ella.

– No, no lo sientes. Has sido tú quien les ha dicho que vinieran. Querías que vinieran.

– Está bien, tienes razón. Pero ha sido porque no sabía si me iba a morir o no.

– Los esguinces en el tobillo no suelen ser mortales.

– Al menos, han traído comida -Willow sonrió-. Te gusta comer, ¿no?

– ¿Cómo lo sabes?

– Eres un hombre. A los hombres les gusta comer.

– Voy a por la comida del gato -dijo Kane, y volvió a la cocina.

– ¿Todavía no le has dado de comer? -preguntó Willow indignada.

– Claro que le he dado de comer. Pero voy a por la comida para que te la lleves -contestó Kane conteniendo un gruñido.

– No me voy a llevar a los gatos. En el edificio donde vivo no permiten tener animales domésticos, ése es uno de los motivos por los que alquilé un piso en ese edificio. El otro es que tiene jardín y, después de plantarlo, ha quedado precioso.

Kane casi nunca sufría jaquecas, pero estaba a punto de que le diera una.

– Yo no me voy a quedar con los gatos.

– No tienes más remedio que hacerlo -lo informó ella-. Los gatitos acaban de nacer y tienen que quedarse donde están, con su mamá. Ah, y sería mejor que pusieras en la caja donde están una bolsa de agua caliente.

– No quiero quedarme con los gatos -dijo él con firmeza-. Ni con éstos ni con ninguno.

– ¿Cómo puedes ser tan desalmado?

Willow había hablado en tono muy quedo, sus palabras apenas audibles; sin embargo, él las sintió con el mismo impacto que una bofetada.

– Está bien -añadió Willow-. Recoge las cosas de los gatos. Ya me las arreglaré.

Kane había liderado grupos de hombres en algunas de las regiones más peligrosas del mundo. Había matado para sobrevivir y lo habían dado por muerto en más de una ocasión. Sin embargo, nunca se había sentido tan fuera de lugar como en ese momento.

¿Qué le importaba lo que esa mujer pensara de él? Sólo se trataba de unos gatos, que se los llevara ella.

Kane, en la cocina, metió la comida en una bolsa; luego, llevó la bolsa al cuarto de estar. Pero cuando miró a Willow, vio que se había quedado dormida.

Willow tenía la cabeza apoyada en el brazo del sillón, sus largos cabellos rubios destacaban contra el oscuro cuero del sillón. Estaba sentada sobre una de sus piernas, la otra la tenía estirada y apoyada en el reposapiés, el tobillo envuelto con una bolsa de hielo.

– Willow…

Ella no se movió. Además de no aguantar el dolor, los analgésicos parecían haber tenido un gran efecto en ella. Ahora no le extrañaba que el médico le hubiera prohibido conducir bajo el efecto de los calmantes.


Willow se despertó sin tener idea de dónde estaba. Se incorporó en el sillón y estuvo a punto de ser presa de un ataque de pánico. Pero entonces recordó.

Una rápida mirada al reloj de la mesilla de noche le indicó que eran casi las doce de la noche. ¡La pastilla, realmente, le había hecho efecto! Se sentó en la cama y miró a su alrededor. La luz del cuarto de baño le permitió ver siluetas, incluida la cama donde estaba. Supuso que se trataba de la habitación de invitados, advirtiendo que la cama no era enorme y el mobiliario, en vez de ser masculino, era neutro. Una pena. No le habría importado despertar en la cama de Kane… con él.

Sonriendo, se miró a sí misma y vio que, a excepción de los zapatos, estaba completamente vestida. Kane se había portado como un caballero. ¿Por qué tenía tan mala suerte?

Willow suspiró. Había algo en Kane que la inducía al descaro. Quizá fuera porque, en el fondo, se sentía a salvo con él. Era como si supiera que, junto a Kane, no podía pasarle nada malo, él la protegería.

Nunca se había sentido segura con nadie.

Se levantó de la cama y se puso en pie con cuidado. Aunque el tobillo aún le molestaba, había mejorado mucho. Casi podía caminar con normalidad.

Después de ir al cuarto de baño, fue en busca de su anfitrión.

Kane estaba en el cuarto de estar, leyendo. Al entrar ella, él levantó la cabeza y la miró.

– Lo siento -dijo Willow-. Las pastillas me han dejado grogui.

– Ya lo he notado.

– Veo que me has llevado a la cama.

– Sí.

– Y que no me he despertado.

– Eso parece.

– No me has quitado la ropa.

– Me ha parecido lo más correcto.

– Está bien.

– ¿Debería haberte desnudado y haberme aprovechado de ti mientras dormías? -preguntó Kane con una sonrisa irónica en los labios.

– No, claro que no. Es sólo que…

Kane la había besado ya. ¿No le había gustado?

Kane se levantó y se acercó a ella. En menos de un segundo, el humor había desaparecido de su mirada, que ahora era depredadora.

– Tu juego es muy peligroso -la informó Kane-. No me conoces.

Era verdad. El sentido común le dictaba contención, le dictaba volver a la habitación de invitados y cerrar la puerta con llave. Pero… Kane la había deseado antes. Su sentido común debía recordar lo poco que eso le ocurría.

Kane alzó la mano y le acarició una hebra de cabello.

– Como la seda -murmuró él. Volvió a ver pasión en los ojos de Kane. Sintió fuego, tentación…

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