Capítulo 3

– No lo entiendo -dijo Willow-. No soy tu tipo.

– Eso ya lo has dicho antes. ¿Cómo puedes saberlo?

– No soy el tipo de nadie.

– No te creo -contestó Kane sacudiendo la cabeza.

– Es verdad. Mi doloroso pasado, en lo que a las relaciones románticas se refiere, lo demuestra. Para los hombres soy una buena amiga, alguien con quien hablar de cosas íntimas.

– Yo no hablo de cosas íntimas con nadie -la informó Kane.

– Deberías hacerlo. Es muy sano. Hablar de los problemas ayuda a resolverlos.

– ¿Cómo lo sabes?

– Lo he leído en una revista, creo. Se aprende mucho con las revistas.

La oscura mirada de él continuó fija en su rostro.

– Vuelve a la cama. Te llevaré a tu casa mañana por la mañana.

¡No! Willow se negaba a que se la mandara a la cama como si fuera una niña.

– Pero ¿dónde vas a dormir tú?

– En mi cama, en mi cuarto. Tú estás en el de invitados.

– ¿Es que no lo entiendes? Los dos estamos coqueteando, ¿no sería mejor seguir?

Con la velocidad del rayo, Kane le rodeó la cintura con un brazo y enterró los dedos de la otra mano en sus cabellos. Sus cuerpos estaban en contacto.

Willow tenía la sensación de que Kane estaba tratando de intimidarla; no obstante, le resultaba imposible tenerle miedo.

– No vas a hacerme daño -susurró ella.

– Tu fe en mí es infundada. No sabes lo que puedo hacerte.

Kane bajó la cabeza y la besó dura, exigentemente. Se adentró en su boca y le acarició la lengua; luego, le chupó los labios.

Willow le rodeó el cuello y dio tanto como recibió, desairándolo con la lengua. Lo sintió ponerse tenso, sorprendido. Entonces, Kane la estrechó contra sí.

Kane interrumpió el beso y se la quedó mirando a los ojos.

– Soy peligroso y no me gustan los jugueteos -dijo él-. No te convengo. No soy un hombre encantador. No llamo por teléfono al día siguiente y no me interesa pasar más de una noche con una mujer. No me puedes cambiar, ni reformar ni curarme. Deberías alejarte de mí, créeme.

Las palabras de Kane la hicieron temblar.

– No me das miedo -le dijo ella.

– ¿Por qué no?

Willow sonrió y le acarició el labio inferior con la yema de un dedo.

– Estoy de acuerdo en que eres un tipo duro y, probablemente, asustas. Pero Kane, me rescataste y también a los gatos, has sido amable con mi madre y con mi hermana; y cuando me llevaste a la cama, ni se te pasó por la cabeza aprovecharte de mí. ¿Cómo no me vas a gustar?

Kane cerró los ojos y lanzó un gruñido.

– Eres imposible -comentó Kane abriendo los ojos.

– No es la primera vez que oigo eso.

– También eres irresistible.

– Eso es nuevo -contestó Willow suspirando-. ¿Podrías repetirlo?

Kane la empujó hasta ponerla contra la pared. Willow sintió su cuerpo, su erección, contra ella.

– Te deseo -dijo él con voz ronca-. Quiero verte desnuda, rogándome y desesperada. Quiero penetrarte y hacerte olvidar hasta quién eres. Pero sería una tontería por tu parte dejarte hacer. Si esperases algo de mí, lo único que lograrías es sufrir. En cualquier caso, me voy a apartar de ti. Tú decides.

Willow vio sinceridad en sus ojos. Una vez más, el sentido común le decía que la habitación de invitados era la opción más sabia. Pero ella nunca había conocido a nadie como Kane y lo más probable era que no volviera a conocer jamás a alguien así. Kane se proclamaba un hombre duro y quizá lo fuera, pero ella tenía la impresión de que había algo más que Kane no quería que viera en él.

¿Echarse atrás? Imposible. Quizá Kane la hiciera sufrir, pero quizá no. Estaba dispuesta a correr ese riesgo. Tenía que hacerlo. Se sentía increíblemente atraída hacia él.

Además, ese hombre podía hacerla temblar con sólo una mirada.

– Para insistir tanto en que la gente no te importa, estás haciendo lo imposible por evitarme sufrir -dijo ella-. Quizá deberías dejar de hablar y besarme otra vez.

– Willow.

– ¿Lo ves? Sigues con lo mismo. He entendido las reglas del juego y estoy dispuesta a seguirlas, pero tú sigues hablando. ¿Sabes una cosa? Creo que lo tuyo es una máscara. Creo que…

Kane la agarró y la besó. Sin más. La besó profunda y apasionadamente, sin pausa y con posesividad.

Willow apoyó las manos en los hombros de Kane y se inclinó sobre él. El cuerpo de Kane sujetaba el suyo. Ella ladeó la cabeza y le aprisionó la lengua con los labios, succionándola.

Kane se puso tenso; luego, dio un paso atrás y se la quedó mirando. Había placer y pasión en sus ojos, una mezcla irresistible.

– No me asusto fácilmente -dijo Willow encogiendo los hombros.

Kane sacudió la cabeza; después, la levantó en sus brazos y fue al pasillo.

Entraron en una habitación iluminada por una lámpara encima de una mesilla de noche. Ese cuarto sí era totalmente masculino, con mobiliario de madera oscura. La cama era inmensa.

Kane la dejó en la cama y la miró fijamente.

Willow reconoció el reto de su mirada y se negó a apartar los ojos, ni siquiera cuando Kane empezó a desabrocharse la camisa. A la camisa le siguió una camiseta, dejándole el pecho desnudo.

Willow contuvo la respiración. Era tan musculoso como había imaginado, pero tenía docenas de cicatrices en el cuerpo: círculos pequeños e irregulares, y largas líneas. Cicatrices de heridas y operaciones.

¿Qué le había pasado a ese hombre? ¿Quién le había hecho daño y por qué?

Pero no era el momento para hacer esas preguntas. Kane se quitó los zapatos y luego los calcetines. Siguieron los pantalones y los calzoncillos.

Kane estaba desnudo. Sumamente guapo, duro y a punto. Ese cuerpo se merecía ser inmortalizado en mármol, pensó Willow. Lo debería esculpir un maestro. Aunque sabía que Kane jamás accedería a posar.

Kane se llevó las manos a las caderas y se la quedó mirando.

– Todavía estás a tiempo de salir corriendo -la informó él.

– No puedo correr con este tobillo.

– Sabes a qué me refiero.

– Sí, lo sé. Y no voy a ir a ninguna parte.

Kane dio un paso hacia la cama; entonces, se detuvo.

– Por favor, Willow…

Ella se quitó el jersey y lo tiró al suelo.

– ¿Qué es lo que tiene que hacer una chica para llamar tu atención?

Kane emitió un sonido gutural antes de lanzarse a la cama, encima de ella, rodando con ella hasta colocársela encima. Y la besó hasta la saciedad.

Sus lenguas danzaron. Kane le acariciaba la espalda con las yemas de los dedos y, cuando llegó a la cinturilla del pantalón, deslizó las manos por debajo de los pantalones y le apretó las nalgas.

Willow sentía la erección de él en el estómago. Quería que las manos de Kane estuvieran en todo su cuerpo, tocándoselo.

Kane se dio la vuelta y la dejó tumbada boca arriba. Sus oscuros ojos se clavaron en ella.

– Eres preciosa -susurró antes de desabrocharle el sujetador.

Las palabras de Kane la excitaron, pero no tanto como la boca de él en sus pechos.

Kane la chupó y ella lo sintió en el vientre y en la entrepierna. Los dientes de Kane le mordisquearon un pezón; luego, lo chupó hasta hacerla gritar.

El deseo aumentó hasta hacerse insoportable. Willow movió las piernas. Quería quitarse el resto de la ropa y sentir su cuerpo desnudo pegado al de él.

Kane empezó a besarle el estómago, el vientre. Le desabrochó los pantalones y continuó besándola. Besos suaves, besos húmedos, mordiscos. Enloquecedores.

Con movimientos rápidos, Kane le quitó los pantalones y las bragas, dejándola desnuda. Entonces, sus besos continuaron un camino en descenso.

Cuando estaba a unos centímetros de la tierra prometida y ella pensaba que iba a morirse si no la tocaba ahí, Willow separó las piernas y se preparó para el asalto.

Fue increíble. Ardiente y húmedo, rápido y lento, y todo lo demás. Kane la chupó toda, la hizo gemir hasta hacerle rogarle que no se detuviera.

Kane movió la lengua sin tregua, llevándola casi al clímax para luego detenerse. Willow estuvo a punto de tener un orgasmo dos veces, pero Kane se paró, impidiéndoselo.

Ella respiraba trabajosamente. Se agarró a las sábanas e hincó los talones en el colchón. Kane continuó chupándola y lamiéndola acelerando el ritmo, llevándola casi al clímax otra vez. Estaba a punto, tan a punto…

– Kane -jadeó ella.

Él se detuvo. Willow no alcanzó el orgasmo y casi gritó de frustración. Entonces, Kane le introdujo un dedo. Dentro y fuera, dentro y fuera. La intensidad del tenso placer que sentía la dejó atónita. Casi no podía respirar. Kane le cubrió con la lengua su punto erógeno más sensible y lo succionó; al mismo tiempo, le acarició con la punta de la lengua.

Willow estalló entonces. Fue un estallido sobrecogedor, casi violento. Nunca había sentido nada igual.

El placer pareció durar una eternidad. Por fin, empezó a disiparse y Kane, alzando la cabeza, la miró.

Aún había deseo en esos ojos oscuros, pero también satisfacción.

– Me siento como si no tuviera huesos -susurró ella.

– Como debe ser.

– Se te da muy bien esto.

– Contigo es fácil.

Willow sonrió.

– Justo lo que a una mujer le gusta oír.

Kane se arrodilló entre las piernas de ella y alargó un brazo hacia el cajón de la mesilla de noche.

– Eres muy apasionada.

– Muy bien, sigue así.

Kane se puso un condón y se colocó entre los muslos de ella. Sus oscuros ojos reflejaban ardor y deseo. Con una mano, Willow lo introdujo en su cuerpo; entonces, al sentirlo dentro, jadeó.

Pero Kane se movió lentamente, dándole tiempo.

Willow quería que a él le resultase la experiencia tan placentera como lo había sido para ella, y se movió. Kane jadeó.

Mientras se movía en su interior, la excitó otra vez. Entonces, empezó a moverse cada vez con más rapidez.

Willow no sabía qué le estaba pasando. Era todo tan maravilloso, tan increíble, tan…

El orgasmo la arrolló como olas de perfecto placer. Kane empezó a mover las caderas sin compasión, y ese movimiento fue suficiente para prolongarle a ella el orgasmo casi infinitamente.

Nunca había tenido una experiencia igual. Jamás había imaginado que su cuerpo fuera capaz de sentir todo eso. Se aferró a Kane, entregándosele por completo, sintiéndolo más y más cerca hasta que lo oyó lanzar un gemido y luego notó que se quedaba quieto.

Willow trató de recuperar la respiración. Estaba segura de que nunca podría ser la misma después de aquello.

Kane se tumbó boca arriba y la atrajo hacia sí.

Willow se acurrucó junto a él y apoyó la cabeza en su hombro.

– No has estado nada mal.

Kane lanzó una carcajada.

– Gracias.

– Sabes lo que haces. Podrías curar unas cuantas enfermedades con tu técnica -dijo ella sonriendo.

– Como he dicho antes, contigo es fácil.

Willow no iba a poner objeciones. Hasta aquella noche, su experiencia sexual podía contarse con dos dedos de una mano. Ninguno de los dos encuentros la había preparado para la maestría de Kane.


Kane se despertó poco antes del amanecer y notó dos cosas extrañas: por una parte, la mujer que estaba en su cama; por otra, el intruso que se movía por el cuarto.

Sabía que la mujer era Willow, pero… ¿quién era el intruso? Sin embargo, antes de que le diera tiempo a saltar de la cama y a atacar, una esquelética gata saltó a su pecho y maulló junto a su rostro.

– Buenos días -murmuró Kane alzando una mano. La gata se frotó contra sus dedos antes de acomodarse encima de su pecho y ronronear.

Kane dejó a la gata encima de la cama y se levantó. Después de ponerse una bata, fue a la cocina y puso la cafetera. La gata lo siguió. Al ver que el cuenco de comida de la gata estaba vacío, se lo volvió a llenar y se marchó al cuarto de estar.

Los gatitos estaban aún en la caja. Uno de ellos estaba despierto y maullaba. Kane se agachó y acarició al diminuto animal. Los recién nacidos no veían y eran completamente indefensos. Si los dejara en el campo, apenas durarían unas horas. Así era la vida.

Él lo aceptaba, pero Willow no. Willow quería salvar el mundo. Todavía no se había enterado de que gran parte del mundo no merecía ser salvado.


Cuando Willow se despertó, el sol inundaba la habitación y olía a café. Miró el reloj de la mesilla de noche; eran las ocho y aún seguía en la cama de Kane. Y desnuda.

Sonrió y se estiró, tenía agujetas. Había hecho mucho ejercicio porque, pasadas las tres de la mañana, Kane había vuelto a ocuparse de ella.

Se levantó, fue al cuarto de baño y allí encontró su ropa doblada. Después de darse una ducha, se vistió y se calzó sin problemas. La hinchazón del tobillo casi había desaparecido y apenas le dolía. Fue a la cocina, se sirvió un café y se dirigió al cuarto de estar.

Kane estaba sentado detrás de su escritorio en un rincón de la estancia y miraba algo en el ordenador portátil. Él también se había duchado y se había vestido, y debía de haberlo hecho en el cuarto de invitados porque ella no había oído ningún ruido.

Kane la miró, pero no dijo nada. Sus ojos se veían oscuros y peligrosos, pero no había deseo en ellos.

– No te asustes -dijo Willow con una sonrisa-, voy a marcharme tan pronto como me tome el café, así que puedes mostrar algo de amabilidad. Te prometo que no vas a verte obligado a echarme.

– ¿Por qué iba a creerte? No te ha costado nada acomodarte en mi casa -comentó él con ironía.

– Tengo cosas que hacer -contestó Willow-. Cosas importantes.

– No quiero ni pensar qué puede ser.

Willow se acercó al escritorio.

– ¿Qué estás haciendo? ¿Estás trabajando?

– El trabajo ya lo he terminado. No, esto es personal.

– Ah, ya, una novia por Internet.

Kane sacudió la cabeza y giró el ordenador para que ella pudiera ver la pantalla. Vio una foto de una hermosa isla de cielo imposiblemente azul y arena casi blanca.

– ¿Vacaciones?

– Jubilación. Voy a jubilarme dentro de ocho años; cinco, si mis inversiones siguen dándome más beneficios de los que esperaba.

¿Jubilación? Willow frunció el ceño.

– Pero si apenas tienes treinta años, ¿no?

– Treinta y tres.

Willow se sentó en la otra silla al lado del escritorio.

– ¿Por qué quieres jubilarte?

– Porque puedo. Ya he trabajado lo suficiente.

Y ella apenas había empezado a vivir.

– ¿Cómo qué?

– Mentí respecto a mi edad, falsifiqué el certificado de nacimiento y entré en el ejército a los dieciséis años. Pasé allí diez años, ocho de ellos en las Fuerzas Especiales.

Lo que explicaba las cicatrices, pensó Willow. Un guerrero.

– Cuando dejé el ejército, pasé cuatro años protegiendo a gente rica en lugares peligrosos. Ganaba bastante dinero, pero me aburrí de que me disparasen. Acepté trabajar para Todd y Ryan porque la empresa estaba empezando y se me presentaba la posibilidad de ganar una fortuna.

– ¿Es eso lo que quieres, hacerte con una fortuna? -si tenía pensado jubilarse dentro de cinco u ocho años, probablemente ya la tenía.

– Sí.

– ¿Por qué?

Kane señaló la foto que se veía en la pantalla del ordenador.

– La intimidad y la soledad no son baratas. Quiero vivir en un lugar aislado y fácil de defender, un lugar en el que haya poca gente y posibilidades para hacer lo que me gusta.

Willow no entendía la necesidad de soledad de Kane.

– ¿No quieres tener una familia? ¿No quieres casarte y tener hijos?

– No, eso no me interesa.

Willow agarró con fuerza la taza de café.

– Estarás solo -dijo ella.

– Exacto.

– Eso no es bueno.

Kane la miró fijamente.

– Willow, ya te lo he dicho, no quiero ataduras emocionales. Nunca.

– No lo comprendo. Para mí, la familia lo es todo -le dijo ella, como si Kane le estuviera hablando en chino-. Yo me sentiría perdida sin mi familia. Todo el mundo necesita a alguien, incluso tú.

– Te equivocas.

Willow no lograba entender que Kane estuviera dispuesto a pasarse el resto de la vida solo.

– Anoche… fue tan íntimo -murmuró ella.

– Fue sexo.

– ¿Es ésa la única forma que tienes de conectar con otra persona, a través del sexo?

– No intentes analizarme, Willow -dijo Kane sin enfadarse-. No soy un hombre destrozado, no necesito ayuda.

– Pero necesitas a alguien además de a ti mismo, Kane -no obstante, Willow sabía que él no iba a creerla. Entonces, miró en dirección a los gatos-. ¿Quieres que les busque algún sitio?

– Pueden quedarse durante un par de semanas. Luego, yo mismo los llevaré a algún refugio para animales.

– ¿Necesitas que… que venga a ayudarte con los gatos? -le preguntó ella.

– No, sé valérmelas yo solo.

Por el tono de voz de Kane, Willow se dio cuenta de que se estaba alejando de ella. Era como si la unión que había existido entre ambos el día anterior se estuviera desvaneciendo.

– ¿Te molestaría que viniera a hacerles alguna visita antes de que los dejes en algún sitio?

– No, puedes hacerlo.

– Gracias. En fin, será mejor que me vaya ya.

– He traído tu coche hasta aquí -dijo Kane volviendo su atención al ordenador-. Está delante de la puerta.

– Gracias.

Willow llevó la taza de café a la cocina y la enjuagó. Después de agarrar su bolso, se dirigió a la puerta de la casa.

– Bueno, supongo que nos veremos.

– Adiós, Willow.

– Adiós -después de abrir la puerta, Willow lo miró-. ¿Quieres mi número de teléfono?

Kane también la miró. Ella buscó en los ojos de Kane un rastro de la pasión que viera en ellos el día anterior, pero no vio nada, absolutamente nada.

– No, ya veo que no -susurró Willow, y se marchó.

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