Cassandra caminaba de un lado a otro en su habitación, tenía un nudo en el estómago por los nervios de la expectativa. En menos de treinta minutos se reuniría con Ethan para cenar, que sería la antesala de… lo de después de la cena. Te pido que pases la noche conmigo.
Las palabras resonaban en su mente. Las palabras que no podría negar que había esperado en secreto, que había rezado por escuchar. Las palabras que en lo más profundo de su corazón sabía que eran las que la habían hecho ir a Blue Seas. Por una noche no estaría sola. Y sería Ethan, que había vivido en su corazón durante todos estos años, quien desterrara la soledad con la que había vivido tanto tiempo.
Esa noche él haría precisamente esto.
Esa noche ella apartaría a un lado la respetabilidad que ahogaba sus deseos enterrados en lo más profundo, deseos que dejaría fluir por una vez. Esa noche no tendría que estar sola en la oscuridad y fingir que eran las manos de Ethan las que le acariciaban y no las suyas propias.
Después de regresar a la posada una hora antes, los dos se habían separado, pero no antes de que él la hubiera llevado a un rincón en penumbra del establo y la besara con aquella perfección embriagadora, que debilitaba las rodillas, dejándola excitada y sin aliento, y ansiando más. De camino a su dormitorio, se había detenido en la habitación de Sophie. Una mirada a su doncella le confirmó que todavía estaba agotada por el viaje, por lo que Cassandra se puso de acuerdo con la señora Tildon para que le llevara una bandeja a su habitación, una oferta que Sophie había aceptado agradecida.
Cassandra se sintió culpable por lo rápido que se había ofrecido para pedir que subieran la bandeja. Y por lo egoísta que era al querer cenar sola con Ethan. Pero enterró los remordimientos, recordándose que no había nada impropio en que una viuda cenara en un lugar público con un viejo amigo, especialmente cuando lo más seguro es que hubiera otros huéspedes en el comedor. E ignoró lo muy impropios que eran sus proyectos para después de la cena.
Deteniéndose ante el espejo oval de pie, Cassandra exhaló un suspiro ante su reflejo. Esa noche le hubiera gustado tener algo hermoso que ponerse. Había hecho todo lo posible para mejorar su apariencia dado su limitado guardarropa -Westmore se había negado a pagar nada más que las necesidades más básicas- pero lo más que se podía decir de su soso vestido gris es que no era del odiado e hipócrita color negro de luto.
Un golpe la sacó de sus pensamientos, y atravesó la habitación para contestar la llamada. Una joven de cara amplia y mejillas rosadas, con atuendo de sirvienta y sujetando una bandeja de la que salían deliciosos aromas, hizo una rápida reverencia.
– Aquí está su bandeja de la cena, milady. Y también su baño.
– ¿Cena? ¿Baño…? -Su voz fue apagando cuando la sirvienta entró seguida de cuatro robustos jóvenes que llevaban una bañera de cobre llena hasta la mitad de agua, de la que salía vapor. La criada colocó la bandeja en la cama mientras los hombres iban hacia la chimenea encendida.
– Pero yo no…
– Aquí tiene el jabón y las toallas -continuó la sirvienta, poniendo los artículos al lado de la bañera-. También tengo una nota para usted, milady -Sacó un papel, doblado y sellado con una gota de cera, del bolsillo del delantal y le dio la misiva a Cassandra-. Siento que el viaje la dejara tan cansada, milady, pero una comida caliente y un baño caliente le vendrán bien -Después de otra rápida reverencia, salió detrás de los jóvenes y cerró la puerta con suavidad.
Enseguida Cassandra rompió el sello de lacre, desdobló el papel y leyó la breve nota.
Disfruta del baño. Me uniré pronto a ti.
Ethan.
Su mirada fue de la bandeja cargada con abundante comida a la humeante bañera, y las lágrimas brotaron de sus ojos por aquel gesto tan atento. Era obvio que él había decidido que era mejor que cenaran en la intimidad de la habitación que en el comedor de la posada, un plan que hizo que se le acelerara el pulso con erráticos latidos.
Se desnudó lo más rápido que pudo sin contar con la ayuda de Sophie, luego se metió en el agua caliente. Con un suspiro de dicha, dobló las rodillas y se hundió hasta la barbilla. Acababa de cerrar los párpados cuando oyó un sonido cerca de la ventana. Abrió los ojos y el corazón le dio un salto al ver la sombra de una figura en el pequeño balcón. Una figura que reconoció al instante. Una que abrió las puertas acristaladas y entró silenciosamente en la habitación.
Asombrada observó a Ethan que se dirigía con lentitud hacia ella con los ojos negros brillando como braseros encendidos. En una mano sostenía una bolsa grande de cuero. Con mirada ávida, Cassandra devoró la imponente altura, la anchura de los hombros, la fuerza de las largas piernas perfiladas por los cómodos pantalones de montar de color negro. El pelo, oscuro como la medianoche, brillaba bajo el resplandor dorado del fuego de la chimenea que proyectaba sobre los duros rasgos un despliegue intrigante de sombras y luz. Se le veía grande y fuerte, masculino y misteriosamente atractivo, y toda ella ardió al ser consciente de lo que pasaría, al sentir un hormigueo de anticipación.
– ¿C-como has llegado al balcón? -preguntó.
– Mi habitación está encima de ésta. Es un salto razonablemente pequeño.
Los ojos de ella se dilataron espantados.
– ¿Un salto? ¡Podrías haber resultado herido!
Ethan llegó al lado de la bañera y se detuvo. Su mirada la recorrió con lentitud, dejando una huella de calor a su paso.
– Un pequeño riesgo si tenemos en cuenta la recompensa.
– ¿Por qué no has entrado simplemente por la puerta?
– Demasiado normal para una mujer tan extraordinaria como tú. Y voy a hacer que todo lo de esta noche sea extraordinario para ti.
El corazón le dio un vuelco ante aquellas palabras dichas con tanta suavidad. Antes de poder pensar en una respuesta, él continuó:
– Veo que mi cálculo ha sido perfecto.
– ¿Perfecto para qué?
– Para ayudarte en tu baño, el primer paso de mi plan.
– Si éste es el primer paso, me muero de curiosidad por saber lo que implica el segundo.
Ethan dejó la bolsa en el suelo y se puso de cuclillas al lado de la bañera. Se arremangó las mangas de la camisa blanca hasta los codos, dejando ver los musculosos antebrazos morenos y se apoyó en el borde de la bañera de cobre. Sumergiendo la punta de los dedos en el agua, removió ligeramente la superficie sin apartar la mirada de sus ojos.
– El siguiente paso -y cada paso siguiente- es darte la clase de noche que mereces. La noche que se te ha negado todos estos años. Una llena de felicidad y sonrisas. De romance y pasión.
– Oh… Dios mío -Para su vergüenza, ardientes lágrimas asomaron a sus ojos.
Él puso un dedo mojado sobre una de sus rodillas levantadas rozándole la piel y haciendo que se estremeciera
– Ya que nuestro tiempo juntos es tan breve, no he querido desaprovechar ni un momento cenando en el comedor. Espero que no lo desapruebes.
Cassandra lo negó e intentó hablar a través del nudo que tenía en la garganta.
– No puedo recordar la última vez que alguien hizo por mí algo tan considerado.
– Siempre has merecido todas las consideraciones del mundo, Cassie. Pero he de confesar que mis intenciones también son egoístas. Quiero pasar en privado las horas que tenemos para estar juntos. No quiero compartirte.
La forma apasionada en que la miraba y la seducción aterciopelada de su voz la rodearon como una manta, calentándola.
– Yo tampoco quiero compartirte -Estiró el cuello y miró al suelo-. ¿Qué hay en la bolsa que has traído?
Su sonrisa ladeada centelleó.
– Sorpresas.
– ¿Qué sorpresas?
– Curiosa, ¿verdad?
– Mucho.
Un brillo malvado bailó en los ojos de Ethan.
– ¿Cuánto darías por saberlo?
La risa burbujeó en la garganta de Cassandre al ver en su mirada un exagerada lujuria.
– Di un precio.
El fuego que llameó en sus ojos casi la quemó.
– Un beso bastará. De momento.
Se inclinó hacia delante y ella levantó la cara con el pulso golpeando con fuerza por la anticipación. La besó con suavidad, una vez, dos veces, contactos como suspiros que atormentaban y tentaban y la dejaban deseando más. En el tercer beso, suave como una pluma, ella recorrió su labio inferior con la lengua y fue recompensada con un pequeño gruñido. Él profundizó el beso haciendo que las lenguas se entrelazaran. Ella levantó las manos mojadas y le enredó los dedos en el pelo, sintiéndose completamente disoluta y lujosamente decadente. Cuando Ethan levantó por fin la cabeza, parecía aturdido y jadeante.
– Me has distraído por completo -dijo él.
– No he hecho nada salvo quedarme aquí sentada -contestó ella tan remilgadamente como pudo, teniendo en cuenta que estaba desnuda.
– Con esto solo ya basta. Eres muy… apasionada.
La inundó una emoción femenina que nunca antes había sentido.
– Si lo soy, es porque tú me… excitas.
– Ya me estás distrayendo otra vez -dijo él con un falso ceño fruncido-. ¿Quieres que abra la bolsa o no?
– Sí.
Ethan cogió la valija de cuero. De repente a Cassie le llegó el olor de rosas, y segundos él le ofrecía un ramo con los tallos atados con una cuerda.
– Oh, Ethan, son muy hermosas -dijo ella aceptando la oferta y acercándola a la nariz para inspirar profundamente. Pasó la yema de los dedos sobre los delicados pétalos de un vívido rojo, de una amarillo dorado, de un intenso blanco, y de un rosa satinado-. Que colores tan preciosos. Hemos vuelto del paseo hace sólo una hora. ¿Cómo las has conseguido?
– Las he cortado de los rosales de la posada.
Ella le miró por encima del ramo.
– Las rosas son mis flores favoritas.
– Lo sé. Por eso quería que las tuvieras.
Cassandra hundió la barbilla, enterrando la cara entre las fragantes flores, para que él no notara como le temblaba el labio inferior o las lágrimas que amenazaban por fluir de sus ojos.
– Nadie nunca me ha traído flores -susurró-. Gracias, Ethan.
– De nada. Mereces recibir flores todos los días -Cogió el ramo y lo puso en el suelo. Luego extendió la mano para volver a dibujar un lento círculo por su rodilla antes de bajar más los dedos y deslizarlos sinuosamente por la pantorrilla. Su mirada ardiente la recorrió con la misma lentitud, y Cassandra se maravilló de que pudiera hacerla sentir como si estuviese en llamas mientras aún estaba sumergida en el agua. Su atención quedó concentrada en sus pechos y los pezones se le endurecieron ante el intenso escrutinio. La asaltó un timidez repentina e intentó cubrirse, pero él negó con la cabeza y le capturó las dos manos con una suya, atrayéndolas hacia sus labios.
– No te escondas de mí, Cassie -Cada palabra era un cálido aliento sobre su piel-. ¿Estás disfrutando del baño?
El rubor inundó sus mejillas, pero no pudo apartar la mirada de aquellos ojos irresistibles.
– Es maravilloso.
– Desde el mismo momento en que he ordenado que lo subieran, he pensado en ti… desnuda y mojada.
Las palabras fueron como una chispa cayendo en leña seca, encendiendo un fuego directamente en su matriz.
– Desde el mismo momento en que he estado desnuda y mojada, he pensado en ti.
Un hambre desnuda, cruda, ardió en la mirada de Ethan, y Cassandra deseó sentir un poco de aire fresco. Entonces, así es el verdadero deseo.
En silencio, él cogió la pequeña pastilla de jabón de encima de la toalla. Después de sumergirla en el agua, la frotó despacio entre las enormes manos hasta crear espuma. Cuando las tuvo llenas de jabón, se puso detrás de ella.
– Inclínate hacia delante -le indicó con suavidad.
Hizo lo que le pedía, rodeándose las rodillas con los brazos, hormigueándole la piel de anticipación. En el momento en que las manos de Ethan, llenas de jabón, pasaron por su columna vertebral mojada, Cassandra jadeó con un suave gemido que se convirtió en un largo ronroneo de placer cuando él masajeó cada centímetro de la espalda. La inundó una cálida sensación de relax, haciendo desaparecer años de tensión, haciendo desaparecer todo excepto él, la caricia de sus manos, el agua caliente que echaba sobre ella.
– Inclínate hacia atrás, Cassie.
Con un suave suspiro, obedeció, apoyando la cabeza sobre la curva del borde de la bañera. Para su deleite, él primero enjabonó poco a poco un brazo, después el otro, masajeando cada trozo de piel, cada sensible dedo, reduciéndola a una masa jadeante y sin huesos.
– Es tan… hmmm… maravilloso -dijo ella con apenas un susurro de voz.
– Tu piel es lo más suave que he tocado en la vida -murmuró él, echándole un poco de agua sobre la parte superior del brazo.
– Tus manos son lo más mágico que he sentido en la vida.
Él se volvió a enjabonarse las manos, para dedicarse esta vez a las clavículas, pasando los dedos por ellas y por la base de la garganta antes de bajar poco a poco hacia el pecho. Cuando las manos se deslizaron debajo del agua por los costados, ella se quedó sin aliento y luego se arqueó. Observó como él le rodeaba los pechos con las manos, acariciando con los pulgares las cimas excitadas que parecían suplicar que las tocasen.
Cassandra volvió a arquearse, pero esta vez levantó los brazos hacia atrás para rodearle el cuello. Girando la cabeza le recorrió la mandíbula con pequeños besos.
– Me estás distrayendo otra vez -dijo él, bajando las manos que pasaron rozándole el abdomen.
Ella inspiró con rapidez.
– Me estás volviendo loca.
Las manos se detuvieron entre los muslos y Ethan le separó las piernas todo lo que los límites de la bañera permitían.
– Quieres que pare.
– Dios mío, no -susurró ella besándole-. Por favor, no.
Cassandra cerró los ojos, y con un suspiro lleno de placer se olvidó de sus inhibiciones y se permitió simplemente sentir, el deseo de hacer algo así era algo que nunca había experimentado con su marido. Una de las enormes manos de Ethan volvió a subir para atormentarle los pechos, mientras la otra se deslizó aún más bajo el agua caliente, entre las piernas abiertas. Al primer contacto de los dedos sobre los pliegues femeninos, ambos gimieron. La besó profundamente, las lenguas se entrelazaron y bailaron con un perezoso ritmo que iba al compás de la lenta caricia de los dedos acariciando la sensible carne.
Ella gimió y se movió desasosegada, queriendo, necesitando más, con una desesperación cada vez más fuerte que nunca antes había experimentado, una que no podía controlar. Con las manos le agarró por los hombros, instándole a profundizar aún más el beso, al tiempo que levantaba las caderas en una silenciosa súplica para que la tocara más a fondo.
Pero aunque él deslizó un dedo en su interior y la acarició con suavidad, todavía no era suficiente. Quería sentir su peso sobre ella, sentir el contacto de su piel. Quería estar totalmente unida a él.
Ethan introdujo otro dedo y presionó la palma sobre la carne, rotando la mano con lentitud de tal forma que un profundo gemido surgió del interior de Cassandra. Las exquisitas sensaciones la inundaron llenándola de corrientes de placer. Sin darse cuenta, levantó una pierna pasándola por el borde de la bañera para abrirse aún más a sus caricias, luego se arqueó hacia arriba para recibir la siguiente embriagadora caricia. El nudo de tensión que sentía dentro de ella se intensificó, lanzándola al oscuro límite de algo… algo que quería con desesperación pero que la eludía, llenándola de una aguda tensión que exigía alivio.
Entonces él aceleró el ritmo. Los suaves tirones a los pezones, duros como guijarros, las caricias de la lengua y la penetración más profunda de los dedos, hicieron que de repente todo el cuerpo se convulsionara, arrancando de ella un sorprendido grito. Ola tras ola de un intenso placer la recorrieron durante segundos interminables en que lo único que existía en el mundo era Ethan y el modo en que la tocaba. La forma en que él la había hecho sentir. Los espasmos fueron disminuyendo y una deliciosa languidez sin precedentes se apoderó de ella.
Sintió como deslizaba los dedos fuera de su interior mientras la besaba recorriéndole la mandíbula.
– Cassie -susurró él mordisqueándole con suavidad el lóbulo de la oreja.
– Ethan… -Su nombre surgió como un suspiro lleno de placer. Antes de que pudiera decir nada más, algo como gracias, él la alzó entre sus brazos. Sin preocuparse del agua que chorreaba del cuerpo de ella, mojándole, la abrazó durante largos instantes, mirándola con unos ojos tan ardientes que la quemaban.
– Agárrate bien -dijo él.
Después de que Cassandra se sujetara con fuerza rodeándole el cuello con los brazos, él se inclinó, agarró la toalla y la envolvió con ella. Acurrucada entre el cálido cuerpo masculino y la toalla calentada por el fuego, le besó en el cuello.
Ethan fue hacia la cama, luego poco a poco la bajó hasta que tocó el suelo con los pies. Tomando la toalla la fue secando con suavidad. Ella se deleitó con aquellas atenciones, y cuando él terminó le rodeó la cara con las manos, se puso de puntillas y le besó. Él la abrazó haciendo que los cuerpos se unieran de arriba a abajo, dándole calor. El miembro duro por la excitación le presionó el vientre, y su matriz se tensó como respuesta.
– Ethan -murmuró ella, echando hacia atrás la cabeza para mirarle-, nunca antes me había sentido así.
A él se le oscurecieron los ojos con una emoción que Cassandra no pudo descifrar.
– El placer ha sido mío.
– No del todo, te lo aseguro.
Una chispa de humor apareció en los ojos de Ethan antes de levantar las manos y quitarle las horquillas del moño.
– Tu cabello es tan hermoso -dijo él pasándole los dedos por el pelo-. Igual que el resto de ti -Se apartó y la recorrió con una mirada en la que se reflejaba un hambre apenas reprimida- Tan hermoso -susurró, rodeándole los pechos, acariciándole los pezones, arrancando de ella como respuesta un suave gemido de placer. Cassandra se apoyó en él, luego jadeó cuando Ethan bajó la cabeza para meterse un pezón en la boca.
– Esto no es justo -dijo ella, arqueando la espalda, ofreciéndose-. Yo también quiero mirarte y tocarte, Ethan.
Al oír sus palabras, él le dio un largo lametón al pezón y luego levantó la cabeza.
– Muy bien -dijo, cogiéndole las manos y llevándolas a su camisa-. Desnúdame.
De inmediato ella empezó a desabotonarle con dedos temblorosos. Titubeó y se obligó a apartar el temor de no poder complacerle al igual que no había complacido a su marido.
– Nada de lo que hagas puede desagradarme, Cassie -dijo él, como se le hubiera leído el pensamiento-. Eres lo más bello que he visto en mi vida. Lo más suave que he tocado en mi vida. Créeme cuando te digo que sólo con muchísima fuerza de voluntad me contengo para no devorarte. Incluso así, apenas puedo controlarme.
Una misteriosa emoción la recorrió al oírle admitir aquello y tiró de su camisa hasta abrirla.
– No quiero que te controles -dijo ella, deslizando las manos por los duros músculos de su pecho. Tenía el cuerpo de un trabajador, bronceado por el sol, fuerte, masculino, y muy excitado. El vello oscuro cubría la amplia extensión de piel dorada por el sol, estrechándose en una franja oscura que dividía su torso en dos, una estela de seda que hacía que sus dedos hormiguearan por el ansia de explorar.
Cassandra inspiró y saboreó su olor. Olía a jabón, a ropa limpia y, al igual que siempre había olido, a aventura. Sólo con mirarle se sintió audaz e imprudente, y mareada por una sensación de osadía que, a pesar de resultarle extraña, no podía rechazar.
– Quiero ser devorada -dijo alzando la mirada hacia él-. Quiero sentir. Todo. Quiero tocar. Todo tu cuerpo.
Los ojos de él se oscurecieron, y con la ayuda de Cassandra, se quitó la camisa. Ella dio un paso hacia delante, le besó el centro del pecho y luego deslizó la boca abierta hacia el pezón. Se lo chupó con suavidad, deleitándose con el fuerte latido de su corazón que atronaba bajo su mano, y con el gruñido que vibraba en su garganta. Fue bajando las manos, pasando por el abdomen, explorando con los dedos, investigando las ondas cautivadoras de los fuertes músculos y esa seductora franja de vello oscuro que se estrechaba en medio del torso. Cuando las manos llegaron a los pantalones, levantó la cabeza.
– Quítatelos, Ethan.
Cassandra dio un paso atrás y observó cómo se quitaba la ropa, primero las botas, luego los cómodos pantalones de montar. Cuando por fin estuvo desnudo ante ella, se le secó la boca al ver aquella imagen. Esa cautivadora franja de vello continuaba más abajo, extendiéndose en el vértice de los muslos donde su excitación sobresalía hacia el frente, gruesa y fascinante. Las piernas eran largas y poderosas, y todo el cuerpo parecía tenso y expectante.
Poco a poco fue dando la vuelta alrededor de él, deteniéndose al llegar a su espalda, recorriendo con la mirada la piel llena de cicatrices.
– ¿Son del fuego? -preguntó con suavidad, delineando con los dedos las pálidas marcas fruncidas.
– Sí.
Le rodeó la cintura con los brazos y apoyó la mejilla sobre las antiguas heridas, luego depositó suaves besos sobre cada centímetro.
– Debió de dolerte muchísimo -susurró entre besos, con el corazón atormentado por lo que había sufrido-. Lo siento tanto.
– Ya no me duele.
Después de darle un último beso en la espalda, se puso de nuevo delante de él. Extendiendo la mano, acarició la punta de la erección con los dedos y él inspiró con fuerza.
– Estás tan bien hecho, Ethan. Eres tan pero tan fuerte.
Él tragó con fuerza y ella se deleitó al ver que el hambre le oscurecía los ojos y que la piel se le ruborizaba.
– No es que me sienta muy fuerte ahora mismo -dijo él con una voz que parecía más un gruñido ronco.
– Oh, ¿cómo te sientes?
– Conquistado.
Envolvió los dedos alrededor de su excitación y apretó con suavidad. Los ojos de Ethan se cerraron de golpe.
– Vencido -susurró.
– ¿Quieres que pare? -preguntó ella, repitiendo su pregunta de antes.
– ¡No! Dios, no. No pares.
Cassandra no pudo contener la sonrisa de pura satisfacción femenina que apareció en sus labios al oír su áspero tono.
– Si insistes -murmuró, y con los dedos recorrió su longitud, explorando cada centímetro de carne tensa, primero con una mano, luego con las dos, aprendiendo la forma, acariciando, volviéndose más atrevida y confiada con cada respiración de él que iba volviéndose más y más desigual.
Ethan soltó un largo gemido, echó la cabeza hacia atrás y apretó con más fuerza los ojos cerrados.
– Seguro que ni te imaginas lo increíbles que son estas sensaciones.
Cuando ella deslizó un dedo por la gota nacarada que relucía en la punta de su erección, extendiendo la cálida humedad por la henchida cabeza, él hizo un sonido estrangulado y la cogió en brazos.
– Ya no puedo soportarlo más -masculló con los ojos casi echando fuego. La puso sobre la colcha y se echó en la cama. Le separó las rodillas y se arrodilló entre los muslos abiertos. Respirando con fuerza, alargó la mano y le acarició los henchidos pliegues, que estaban húmedos, tensos y doloridos por la necesidad. La recorrió con la mirada hasta que sus ojos se encontraron, luego bajó el cuerpo hasta ponerse encima de ella.
El primer empuje fue largo, delicioso y tuvo como respuesta un jadeo de asombro, tanto por la gloriosa fricción como por la profunda intimidad de su cuerpo deslizándose en el de ella. Cuando estuvo sepultado hasta el fondo, se quedó quieto varios segundos, y Cassandra absorbió la indescriptible sensación de él llenándola, estirándola. Rodeándole la cintura con las piernas y los hombros con los brazos, le acercó a ella aún más.
– Entonces así es la pasión -susurró ella.
– Sí -Ethan salió casi del todo, luego despacio, se hundió profundamente otra vez, una caricia de seda que encendió dentro de ella el mismo fuego que antes le había consumido a él-. Y así… -Otro empuje largo, lento, otra gota nacarada mientras la penetraba. Los lentos empujes fueron acelerándose, profundizando, provocando espasmos, cada uno acercándola cada vez más a la liberación. Cassandra le clavó los dedos en los hombros, luego con un grito de sorpresa, se arqueó bajo él cuando las dulces y cálidas contracciones de placer la recorrieron de arriba a abajo. Sintió como el cuerpo de Ethan se tensaba, luego apretándose contra ella, él sepultó la cara en la curva que formaba la unión del cuello y los hombros y se derramó en su interior.
Cuando los estremecimientos disminuyeron, él respiró varias veces tembloroso y levantó la cabeza. Los ojos de Cassandra se abrieron, trémulos. Se le veía tan deslumbrado y saciado como se sentía ella, y una dolorosa ternura se extendió por su organismo.
– Entonces así es hacer el amor -murmuró apoyándole una mano en la mejilla.
Él giró la cabeza para besarle la palma.
– Tendría que decir que sí, pero la verdad es que no sabía que fuera así.
– ¿Así cómo?
– Exquisito.
Ethan se movió como si quisiera apartarse, y ella, con los brazos y las piernas, le rodeó aún más fuerte.
– No te vayas. La sensación de sentirte, de tenerte dentro, es, usando tus propias palabras, exquisita -Le miró a los ojos y dijo con suavidad-: Mis… relaciones con Westmore fueron muy… impersonales. Él nunca me hizo el amor como lo has hecho tú. Mi marido consideraba que venir a mi cama era un trabajo y derramaba su semilla dentro de mí tan rápido como podía con el único propósito de procrear un heredero.
Una rabia inconfundible llameó en los ojos Ethan.
– Cualquier hombre lo bastante afortunado como para tenerte que no adore la tierra que pisas es un asno -declaró él rotundo.
Su carnoso labio inferior tembló, y él bajó la cabeza para recorrérselo con la lengua. Cassandra jadeó y le atrajo para besarle lenta y profundamente. Cuando rompieron el beso, ella dijo indecisa:
– La habilidad con la que me has tocado… es obvio que has tenido… mucha experiencia.
Durante varios latidos de corazón, él la miró con ojos serios.
– Nadie, nunca, me ha tocado el corazón como lo has hecho tú Cassie -murmuró quedo.
Con los dedos le recorrió suavemente la cicatriz.
– Hace muchísimo tiempo que no he sentido la emoción de los celos, pero ahora descubro que tengo celos de todas las mujeres que te han tocado alguna vez. De todas las mujeres que te tocarán en el futuro -En efecto, el pensar en él con otra mujer, sepultado dentro de ella, compartiendo confidencias, le hizo un nudo en las entrañas y se le nubló la vista con una neblina roja.
– Cassie… no desperdiciemos el poco tiempo que tenemos pensando en un futuro más allá de las pocas horas que nos quedan.
Él tenía razón, por supuesto.
– Muy bien -Se estiró sinuosamente bajo él, sonrió cuando sintió su mano acariciándole el pecho-. Encuentro muy agradable tu inagotable interés por mi cuerpo -añadió.
– Estupendo, porque mi interés está muy lejos de saciarse.
– Estaba pensando algo parecido referente a ti.
La besó con suavidad en la comisura de los labios.
– No sé si alguna vez he oído una noticia mejor.
Ella respiró hondo, satisfecha, y percibió un tenue olor a rosas, lo que le indujo a preguntar:
– ¿Qué más tienes en esa bolsa?
– Una manta, una botella de vino y unas cuantas fresas para añadir a la bandeja de comida y hacer un picnic.
Se le humedecieron los ojos ante su consideración.
– Los picnics que solíamos compartir fueron algunos de los momentos más felices de mi vida.
– De la mía también. Luego, después de alimentarte, voy a hacerte el amor, esta vez de verdad ahora que no estamos tan ansiosos -Le acarició con la nariz la sensible piel de detrás de la oreja-. La próxima vez será incluso mejor. Menos precipitada. Y la tercera vez aún mejor.
– Enséñame -dijo ella, buscando sus labios para otro beso abrasador-. Enséñame todo.
Y él lo hizo. Hasta que finalmente Cassandra se quedó dormida entre sus brazos cuando el color malva del amanecer se abrió camino a través de la ventana. Y cuando despertó, él se había ido. Una hojita de papel descansaba sobre la almohada que todavía conservaba la huella en donde él había estado. Con dedos temblorosos, cogió la misiva y leyó el breve mensaje.
Nunca olvidaré esta noche. Perdóname por irme así, pero no puedo soportar decirte adiós.