Ethan tiró de las riendas de Rose, y después de dar a su jadeante y sudorosa yegua una cariñosa palmada en el cuello se quedó mirando, más allá de la playa, la luminosa extensión azul de St Ives Bay. Había estado montando a caballo desde que la tenue penumbra del amanecer se había impuesto a la oscuridad del cielo, intentando en vano exorcizar los recuerdos de la noche que le inundaban la mente. Ahora, varias horas más tarde, la luz del sol resplandecía, sin una nube a la vista para romper el interminable azul. ¿Cómo era posible que brillara el sol? Cassie se había ido. El tiempo debería haber sido gris y sombrío, dando paso a una fría llovizna, para ir en consonancia con su humor.
Recorrió poco a poco la playa con la mirada, a lo largo de la ruta por la que ayer habían caminado, deteniéndose un buen rato en el grupo de rocas donde se habían besado. Un vacío y una añoranza como nunca antes había sentido se retorcieron dentro de él, entrelazándose con una profunda rabia. Contra sí mismo, por permitirle a ella que se quedara. Por probar lo que nunca volvería a tener. Por infligirse esta agonía que le retorcía las entrañas. Tal vez era mejor no disfrutar nunca del paraíso que hacerlo y que el alma supiera que nunca nada volvería a ser tan bueno.
La había echado de menos antes del día de ayer -con un profundo dolor que nunca le había abandonado por completo- pero era un dolor con el que había aprendido a vivir.
Pero ahora, ahora que la había abrazado, besado, reído con ella, que le había hecho el amor, que la había estrechado entre sus brazos mientras dormía, ¿cómo iba a poder aprender a vivir con este dolor? Este dolor debilitante que le hacía sentir como si el corazón se le hubiera desintegrado convirtiéndose en polvo y esparciéndose por el viento. Un espacio tan vacío en el lado izquierdo del pecho que nada nunca podría volver a llenarlo.
Sacó el pañuelo del bolsillo y contempló las iniciales bordadas con hilo de un profundo azul que hacía juego con sus ojos. Los dedos se le curvaron, estrujando la tela con el puño y cerró con fuerza los ojos. ¿Cómo malditos infiernos era posible sentirse tan entumecido, a pesar del intenso dolor?
¿Cómo podía esperar ahora poder borrarla alguna vez de su memoria? Ella solía vivir sólo en su mente. En su corazón. En su alma. Pero ahora su olor, su sabor, su tacto, todo estaba grabado bajo su piel. Tan profundamente, que ninguna otra mujer podría borrar nunca su huella, y no es que alguna lo hubiera hecho antes, pero al menos una parte de él siempre había tenido la esperanza de que quizá algún día encontraría a alguien que pudiera. Alguien a quién sería capaz de ofrecer algo más que un breve encuentro que sólo servía para aliviar temporalmente su soledad.
Pero ahora esa esperanza había sido pisoteada. Porque había descubierto la diferencia entre tener sexo para aliviar una necesidad física y hacer el amor con la mujer que poseía su corazón. Y su alma.
Y aún peor, todos los lugares que solía considerar como sus santuarios estaban ahora impregnados de recuerdos de Cassie. La posada. Las cuadras. Esa zona de playa a la que iba casi a diario. Ahora no tenía ningún sitio al que ir para evitar los recuerdos.
Después de una última mirada al agua bordeada de espuma blanca, hizo girar a Rose -nombre que le había puesto por el perfume favorito de Cassie- hacia las cuadras. Después de cepillar a la yegua, fue al cuarto de los arreos. Acababa de colocarlo todo cuando oyó una voz detrás de él.
– ¿Puedo hablar contigo, Ethan?
Se dio la vuelta y vio a Delia observarle desde la entrada con una expresión indescifrable. Basándose en la palidez de su cara y en la forma en que los dedos arrugaban el vestido gris sospechó que algo iba mal.
– Por supuesto. ¿Ha pasado algo en la posada?
Ella negó con la cabeza y entró en el cuarto.
– En la posada, no -Apretó los labios hasta formar una delgada línea y dijo-: Quiero hablar de lady Westmore.
Sin querer las manos de Ethan se cerraron en un puño al oír el sonido de su nombre.
– ¿Qué pasa con ella?
La mirada de Delia se desvió posándose en varios puntos diferentes durante unos segundos, después volvió a él.
– Sospechaba que le habías dado a alguien tu corazón. Alguien de tu pasado. Pensé que ésa era la razón por la que pretendías no notar todas las indirectas que te lanzaba -Levantó la barbilla-. Es ella. Lady Westmore. Ella es la dueña de tu corazón.
Malditos infiernos. ¿Acaso su anhelo enfermo de amor estaba grabado en su cara para que todo el mundo lo viera?
Al no contestar, Delia movió la cabeza con varios asentimientos bruscos.
– Bueno, al menos no lo niegas. No hay porqué hacerlo. Vi el modo en que la mirabas.
– ¿Y cómo la miraba?
– Como esperaba que me miraras a mí algún día.
Ethan soltó un largo suspiro y se pasó las manos por la cara.
– Delia, lo siento.
– No tienes por qué disculparte. Nunca me diste falsas esperanzas de que pudiéramos ser más que amigos -Hundió la barbilla y clavó los ojos en el suelo-. Eres un buen hombre, Ethan. Un hombre honesto. No es culpa tuya que yo deseara que fueras mi hombre.
Él avanzó hacia ella y le puso las manos en la parte superior de los brazos.
– Sabes que me preocupo por ti, Delia.
Cuando alzó la cara y le miró, vio un brillo de humedad en sus ojos.
– Lo sé, Ethan. Pero no de la misma forma en que yo me preocupo por ti. Aunque lo sabía, me convencí que la mujer que llevabas en el corazón había desaparecido de tu vida o había muerto. Y que un día te despertarías y estarías preparado para seguir adelante. Y yo estaría allí esperando.
Suspiró profundamente y retrocedió, haciendo que la soltara.
– Pero saber que existe y verla de verdad, son dos cosas diferentes. Nunca podría mirarte y creer que estás pensando en mí. Estarías pensando en ella y yo lo sabría. En mi mente ya no es la imagen obsesiva de un fantasma. Lo he visto. He visto como la mirabas, como le sonreías, como reías con ella. Yo sólo ocuparía el segundo lugar, porque contigo, nunca habría un primero. Sólo hay sitio para ella.
Maldición, deseó poder negar sus palabras. Deseó poder transferir sus sentimientos por Cassie a Delia, una mujer de su clase con quién podría compartir el futuro. Por desgracia, su amor por Cassie lo llevaba en la sangre. Desde siempre. Él lo sabía, y Delia lo sabía. No la deshonraría diciéndole algo menos que la verdad.
– Nunca he querido herirte, Delia.
Ella se encogió de hombros.
– Me he herido yo sola. Pero ha llegado la hora de que reaccione. Me voy, Ethan. Me voy de Blue Seas y de St. Ives. He pensado en quedarme con mi hermana en Dorset. Hace unos meses tuvo gemelos y le irá bien mi ayuda -Entrelazó las manos y algo parecido a una combinación de confusión, compasión y rabia apareció en sus ojos- Sabes que tus sentimientos por ella son inútiles. Las damas importantes no se relacionan con gente como nosotros.
Un músculo se movió en la mandíbula de Ethan.
– Lo sé.
– Bien, tus sentimientos por ella no te mantendrán caliente por la noche. No más de lo que me mantendrán caliente a mí mis sentimientos por ti. Y estoy cansada de tener frío. Y de estar sola. Echo de menos tener un marido. Quiero compartir mi vida con alguien. Te deseo suerte, Ethan. Espero que encuentres la felicidad. Y el amor.
Él se quedó inmóvil, clavado en el sitio, observando cómo se alejaba. Una parte de él quería seguirla, rogarle que se quedara, decirle que intentaría olvidar a Cassie, al menos lo suficiente como para intentar crear una vida con alguien más. Pero otra parte sabía que no pasaría. Los últimos diez años -y la última noche- lo demostraban.
Sintiéndose como si le hubieran golpeado con unos puños como yunques, clavó los ojos en la entrada vacía por la que Delia se había ido. No debía de haber sido fácil para ella haberse enfrentado así a él y decirle que le quería, sobre todo sabiendo que sus sentimientos no eran correspondidos. Había demostrado un coraje que él nunca había tenido. Nunca había admitido sus sentimientos hacia Cassie. Nunca le había dicho que la amaba.
Se quedó helado, luego, cuando por fin comprendió, se pasó despacio las manos por el pelo. Ayer mismo había estado dispuesto a apartar el pasado y a hablar del futuro con Delia. Había estado dispuesto a confesarle sus sentimientos de amistad y respeto, y dejar que decidiera si lo poco que tenía que ofrecer era suficiente. Si estaba dispuesto a hacer eso con Delia, ¿por qué malditos infiernos no iba a hacerlo con la mujer que había amado durante toda la vida?
Quiero compartir mi vida con alguien. Las palabras de Delia hacían eco en su mente. Maldición, él también quería compartir su vida con alguien. Y ese alguien era Cassie. No tenía nada que ofrecerle, excepto a sí mismo. No había ni títulos ni tierras. Pero por Dios, estaba condenadamente seguro de que nunca la lastimaría. Y aún más, él podía ofrecerle algo que el bastardo de Westmore no le había dado.
Su amor. Su corazón. Y su alma.
Tal vez ella se limitaría a mirarle con amabilidad. O peor, con lástima. Pero quizá para una mujer que había pasado los últimos diez vacíos años infeliz, sola y sin amor, lo poco que él podía ofrecerle fuera bastante. Y si no lo era, al menos Cassie sabría que la amaban. Y por Dios, que merecía saberlo.
Estaba seguro de que le rechazaría, pero era un riesgo que tenía que correr. Tal como estaban las cosas, ella estaba fuera de su vida, así que no tenía absolutamente nada que perder declarándose. Y tal vez, sólo tal vez, lo poco que tenía fuera suficiente.
Al menos podía dejar que ella decidiera.
Cassandra estaba sentada en el salón de Gateshead Manor, intentando concentrarse en la conversación que mantenían sus padres y que iba de un tema a otro, pero su mente deambulaba lejos. Por fortuna su madre había empezado una de sus prolijas explicaciones de un musical nuevo al que habían asistido, lo que no requería más que alguna que otra inclinación de cabeza por parte de Cassandra.
Fue bebiendo el té, usando la delicada taza de porcelana china como un escudo para ocultar su tristeza, aunque probablemente el esfuerzo era inútil, ya que incluso dudaba de que sus padres notaran si ella hiciera lo que estaba deseando, subirse de un salto a la mesa y gritar, ¡soy muy desgraciada!
Hmm… aunque decidió que no era del todo exacto. Lo notarían. Y luego su madre diría, No eres nada de eso, y no escucharé más tonterías. Y su padre negaría con la cabeza y diría, No serías desgraciada -ninguno de nosotros lo sería- si hubieras cooperado y hubieras sido un niño.
De acuerdo, no podría discutírselo. Si hubiera nacido niño, desde luego no tendría el corazón roto por Ethan.
Ethan… Dios santo, creía que había conocido el dolor, el vacío y la soledad durante los últimos diez años. Qué irónico era que esos años resultaran sólo una práctica para el futuro. Nada de lo que había sufrido en manos de Westmore podía compararse con el dolor desgarrador de dejar a Ethan, un dolor que la oprimía con tanta fuerza que incluso le dolía el respirar.
Había querido saber lo que era estar con él, besarle, hacerle el amor, y ahora lo sabía. Era todo lo que había soñado. Y todo lo que se le había negado en su matrimonio. Todo lo que siempre había querido, la pasión, la risa, la gentileza. Él le había dado todas esas cosas en una noche mágica. Una noche mágica que no cambiaría por nada del mundo. Pero una que haría que todas las noches siguientes estuvieran vacías.
Bebió otro sorbo de té y cerró los ojos, y de inmediato un desfile de imágenes pasó como un relámpago por su mente. De Ethan sonriéndole. Alimentándola con una fresa. Mirándola con un ardiente deseo. Inclinándose para besarla. Cubriéndola.
Él había querido conseguir que su única noche juntos fuera perfecta y lo había hecho. Con tanto éxito que había perdido la esperanza de poder llegar a cerrar los ojos alguna vez y no verle. De que alguna vez pudiera respirar sin que le doliera el lugar vacío de su pecho donde solía estar el corazón. De poder volver a vivir alguna vez sin el profundo dolor de desearle tanto. De necesitarle con tanta fuerza.
De amarle con todo el corazón.
Sabía que le echaba de menos, que le amaba, pero no había comprendido o no se había dado cuenta de la profundidad inmensurable, insondable, de aquellos sentimientos hasta que lo había vuelto a ver. No había entendido que “añorar” era una tibia descripción del anhelo que ahora le retorcía el estómago y le deprimía el alma. No se había imaginado la enorme diferencia que había entre amar a alguien y quedar sorprendida por la irrefutable comprensión de que se estaba profunda, intensa y perdidamente enamorada de esa persona.
Ahora lo sabía.
Y que Dios la ayudara, ya que no creía poder olvidar jamás ese breve sabor del paraíso. Porque le añoraría con todo el corazón y toda el alma, cada día durante el resto de su vida. A Ethan. Sólo a Ethan.
Y Ethan se había ido.
Sintió la humedad de las lágrimas en los ojos y con rapidez parpadeó para apartarlas. Bajó la taza de té y deslizó la mano en el profundo bolsillo de su vestido, donde tocó con los dedos la nota que le había dejado. No puedo soportar decirte adiós.
La primera vez que había leído aquellas palabras, se le había roto el corazón porque no le vería otra vez antes de marcharse de Blue Seas. Pero después, cuando estaba sentada en el carruaje y había visto como la posada iba desapareciendo en la distancia, comprendió que él había hecho lo correcto. Tampoco ella hubiera podido decirle adiós. No habría sido capaz de obligar a sus piernas a caminar hacia el carruaje que, con cada vuelta de sus ruedas, le llevaría lejos de él. Y tenía que irse.
¿O no?
Frunció el ceño. Por supuesto que tenía que irse. Su sitio estaba aquí. En Gateshead Manor.
¿Verdad?
Frunció aún más el ceño, y con la mirada recorrió la lujosa sala, maravillosamente amueblada. Había crecido aquí entre el rico mobiliario y la multitud de criados, disfrutando de las comodidades que le proporcionaba la riqueza de su familia. Aunque la casa en particular, no era lo que más había amado. Su parte favorita de la finca había sido siempre las enormes tierras. Que había explorado con Ethan. Y las cuadras. Donde había pasado el tiempo con Ethan.
– ¿No estás de acuerdo, Cassandra?
La imperiosa pregunta de su madre interrumpió su ensueño, y con un esfuerzo se concentró en lo que decía.
– ¿De acuerdo?
Su madre frunció los labios en una muestra de disgusto que Cassandra recordaba muy bien. En las tres horas que habían pasado desde su llegada a Gateshead Manor, ya le habían dirigido esa mirada varias veces.
– Que cuando lord y lady Thornton vengan de visita la próxima semana, sería aceptable organizar una pequeña velada musical en su honor.
– Claro, si eso es lo que deseas. ¿Por qué no iba a ser aceptable?
– Por ti, por supuesto -Le echó una intencionada mirada al vestido negro de Cassandra-. Por tu periodo de luto.
Cassandra tuvo que apretar los labios para contener una amarga carcajada.
– No me ofenderé en lo más mínimo, madre.
– Maldito periodo de luto -dijo su padre con brusquedad-. Una molestia inoportuna, eso es lo que es -Miró a Cassandra con los ojos entrecerrados en los que brillaba una luz helada, una mirada que nunca había fallado en dejarla congelada en el sitio como a una niña pequeña. Los ojos azul claro le hacían pensar en pequeños trozos de hielo-. Maldito Westmore por ser tan desconsiderado y no dejarte nada, aunque por supuesto el hombre tenía sus motivos -No llegó a pronunciar las palabras porque no le diste un heredero, pero por el modo en que impregnaron el aire, no necesitaba decirlas-. Pero todo será como debe ser tan pronto como acabes tu periodo de luto. Ya lo he arreglado.
– ¿Arreglado? ¿El qué?
– Tu próximo matrimonio.
Un silencio ensordecedor llenó la sala. Un silencio que parecía absorber todo el aire. Durante varios segundos Cassandra no pudo hacer nada más que mirar a su padre. Seguro que le había oído mal. Tuvo que tragar dos veces para encontrar la voz.
– Perdona, me ha perecido que decías “tu próximo matrimonio”
– Y eso es exactamente lo que he dicho. El duque de Atterly ha expresado su interés. Hace poco compré una finca en Kent que él codicia. A cambio, ha acordado fijar una buena suma para ti y un precioso trozo de tierra en Surrey para mí. Su primera esposa, que descanse en paz, le dio tres hijos, así que gracias a Dios el que seas estéril no es un impedimento. El único problema posible es ese fastidioso periodo de luto. Debido a la avanzada edad del duque, verse forzado a esperar los siguientes diez meses es una mala jugada. Esperemos que no muera antes de que se haya consumado el matrimonio.
La ola de estupefacta incredulidad que atravesó a Cassandra casi la ahogó y tuvo que luchar para tranquilizarse y evitar que el siguiente sonido que pronunciara no fuera una risa, o un sollozo, o un grito. O una combinación de los tres. Miró a su madre que asintió.
– Eres afortunada, Cassandra. Es un excelente partido.
Con el estómago revuelto volvió a mirar a su padre. Después de carraspear, dijo con cautela, pronunciando cada palabra con mucha claridad para que no hubiera ningún malentendido.
– Me temo que has cometido un error. No tengo la menor intención de volver a casarme.
Los ojos de su padre cambiaron de helados a glaciales.
– Tus intenciones no importan, hija. Te casarás con Atterly en el mismo momento en que acabe el periodo de luto, suponiendo que siga todavía vivo. Si muere antes, lord Templeton, cuya primera esposa también le dio hijos, es mi segunda elección.
Cassandra se apretó el estómago con las manos en un vano intento de calmar los nervios. Luego levantó la barbilla y se enfrentó a la mirada furiosa de su padre.
– No me casaré con ningún aristócrata.
Las mejillas de su padre se volvieron del color carmesí y se le entrecerraron aún más los ojos.
– Harás lo que te digo. Los arreglos ya han sido hechos.
– Pues tendrás que deshacerlos.
– No haré nada por el estilo -Se levantó y cruzó la pequeña distancia que había entre ellos en dos furiosas zancadas, luego la miró con el ceño fruncido-. Un arreglo entre tú y Atterly es más de lo que te mereces. Serás una duquesa.
Cassandra se puso a temblar por dentro, no por miedo, sino por asco, por una helada furia. Poco a poco se puso en pie e hizo frente a su padre, juntando con fuerza las rodillas para que no notara sus temblores.
– Gracias al último matrimonio que concertaste para mí, ya soy condesa, un título que no me ha dado ni un momento de felicidad.
– ¿Felicidad? -La palabra brotó violentamente de su padre en un incrédulo grito-. Esto no tiene nada que ver con la felicidad.
– Es obvio. Tiene que ver con que conseguirás las tierras que tanto codicias. Como mi primer matrimonio que tú concertaste tuvo que ver con varios miles de acres en Dorset.
– Que es precisamente el tipo de fusiones ventajosas en las que deberían basarse los matrimonios.
– Fusiones ventajosas para ti, no para mí.
– Llegar a ser duquesa es desde luego una ventaja. Si quieres casarte con él o no, no tiene importancia. Harás lo que te diga. Dios sabe que me debes mucho, no has servido para nada más.
Había oído aquellas palabras en diferentes contextos tantas veces, primero de su padre, luego de Westmore, que a estas alturas no tendrían que dolerle. Y aunque todavía escocían, a la vez la llenaron de una calma fría y tranquila.
– He pagado, no importa qué deuda creas que tenga contigo, accediendo al primer matrimonio que concertaste. No accederé a otro.
Los helados ojos la taladraron con una total repugnancia.
– Estás viviendo en mi casa, sin ningún medio, y por lo tanto harás lo que te diga. No escucharé nada más sobre el asunto. Tienes diez meses para acostumbrarte a la idea, y será mejor que lo hagas, ya que no tienes alternativa -Se dio un tirón al chaleco para colocarlo y con el ceño fruncido la miró con sarcasmo-. Será mejor que te retires a tu habitación hasta la cena. Se te ve más desagradable que de costumbre -Dicho esto volvió a su sillón de orejas y cogió su taza de té como si nada hubiera ocurrido, sintiéndose seguro por la convicción de que cada palabra suya sería obedecida.
Durante varios segundos Cassandra permaneció congelada en el sitio, apenas capaz de respirar, con el corazón atronándole tan fuerte que sentía los latidos hasta en los oídos. Miró a su madre que tenía en la cara la misma expresión de absoluta indiferencia que su padre. Tampoco es que hubiera esperado encontrar un aliado en la mujer que nunca se había enfrentado a su padre por ella. De todos modos, esto sólo demostró, con una intensidad que sintió hasta en los huesos que estaba, otra vez, completamente sola.
Sintiendo como si su sangre se hubiera enfriado hasta llegar a helarse, Cassandra se obligó a moverse con la cabeza muy alta y salió muy tiesa del salón. Caminó por el pasillo hacia el vestíbulo, y con cada paso que daba, el dolor y la rabia se le enroscaban con más fuerza en su interior. Cuando llegó al dormitorio, la respiración había desembocado en entrecortados y furiosos sollozos, y las lágrimas corrían sin restricciones por su rostro.
¿Por qué no se había esperado este giro de los acontecimientos? ¿Cómo era posible que después de todo por lo que había pasado, conservara la suficiente ingenuidad para creer que podría volver a la casa de su infancia, y vivir tranquila el resto de sus días?
No tienes alternativa. Las palabras de su padre sonaron en su mente como el toque de difuntos en un funeral, eran las palabras más odiosas que había oído nunca. Palabras que estaba harta de escuchar. De vivir. Palabras que no quería volver a oír.
Con pequeños y trémulos pasos, caminó de arriba a abajo por la alfombra Axminster. Dios santo, ¿cómo era posible que sólo unas horas antes se hubiera sentido tan eufóricamente feliz, y ahora sintiera una desesperación y un vacío tan profundos?
Porque hace algunas horas estabas con Ethan.
Ethan. Dejó de caminar y cerró con fuerza los ojos. Dios santo, le amaba tanto. La había hecho feliz. La había hecho reír. Había hecho que se sintiera querida, necesitada. Nunca lo había sentido con nadie más. Aunque no estuviera segura de la profundidad de sus sentimientos, era obvio que sentía cariño por ella. Y la deseaba. No tenía ninguna duda de que le había hecho feliz, al menos durante una noche.
Abrió los ojos y soltó un trémulo suspiro. Su mente, de repente, corría a toda velocidad. No tienes alternativa. Pero comprendió llena de esperanza que quizá sí tenía alternativa, si tuviera el valor. El valor para mandarlo todo al diablo, para ignorar las reglas de la sociedad que habían gobernado toda su vida, y volver a Blue Seas. Decirle a Ethan lo que sentía por él. Preguntarle lo que sentía él por ella. Si sus sentimientos fueran una fracción de lo que ella sentía por él, había la posibilidad que quisiera que se quedase en la posada. Y ella se quedaría. No porque no tuviera ningún otro sitio donde ir, sino porque quería estar con él, donde fuera que él estuviera.
El escándalo arruinaría su reputación, cortaría cualquier esperanza que volver a entrar en la sociedad. Seguro que sus padres la repudiarían. Perdería el derecho de volver alguna vez a Gateshead Manor.
Y nada de eso le importaba ni un poco.
No tenía nada que ofrecerle a Ethan, excepto a sí misma. Pero tal vez, si fuera muy, muy afortunada, sería suficiente.
No puedo soportar decirte adiós. Bien, ella tampoco. Al menos no sin luchar.
Llena de una eufórica sensación de expectativa que estaba segura de no haber sentido jamás, atravesó la habitación y tiró de la cuerda de la campana. Un momento después sonó un golpe a la puerta, y Sophie entró en el dormitorio.
– ¿Sí, milady?
Cassandra se acercó a ella y le dijo:
– Sé que tú y el señor Watley regresáis mañana a Westmore, pero…
– Oh, sí, milady -la interrumpió Sophie con rapidez-. Acepto.
– ¿Aceptas?
– Me sentiría honrada de quedarme aquí con usted -Una tímida sonrisa le curvó los labios-. Es usted la señora más amable a la que he servido. La verdad sea dicha, no me veía con fuerzas para regresar a Westmore. La esposa del nuevo conde no es ni la mitad de agradable que usted. Tiene un carácter terrible.
Cassandra apretó los puños al pensar en Sophie sometida al carácter terrible de alguien.
– Gracias, Sophie. Eres la mejor doncella que he tenido nunca. Pero lo que iba a decirte es que me voy de Gateshead Manor. Hoy. Y no voy a volver.
Sophie parpadeó.
– ¿Se va, milady? Pero acaba de llegar. ¿Adónde va?
– Regreso a la posada Blue Seas. Donde tengo intención de quedarme.
Sophie abrió mucho los ojos.
– Oh… ya veo -dijo, aunque era obvio que no veía nada en absoluto. La verdad es que la joven parecía… perdida.
De repente a Cassandra se le ocurrió una idea y dijo cuidando las palabras:
– Si quieres venir conmigo, eres bienvenida, Sophie, aunque no puedo asegurarte lo que nos deparará el futuro. Entiendo perfectamente que la posada de un pueblo no puede compararse con esta finca…
– Me sentiría honrada de acompañarla, milady -cortó la criada, era obvio el alivio que expresaba su voz-. Prefiero estar allí con usted que en Westmore sin usted -Dirigió a Cassandra otra tímida sonrisa-. No me sorprendería que el señor Watley decidiera informarse si hay algún trabajo en Blue Seas. Se quedó encantado con el estado de las cuadras de allí. El jefe de las caballerizas de Westmore es horrible, y el señor Watley no se veía volviendo a estar bajo sus órdenes.
Extendiendo la mano, Cassandra apretó las de Sophie y le devolvió la sonrisa.
– Entonces todo está decidido. Mientras haces el equipaje, iré a las cuadras e informaré al señor Watley de nuestros planes.
Y luego le diría a sus padres que se marchaba. Y luego se pondría en camino hacia Ethan. Esperando que él quisiera que se quedara.