Leah había soñado con aquel momento durante años, pero ninguna de sus fantasías se acercaba ni remotamente a la realidad de aquel beso, de la boca de Jace contra la suya, de la presión de sus labios conminándola a separar los suyos para deslizar la lengua y saborearla. El beso fue ardiente, ávido y apasionadamente agresivo; todo lo contrario a los delicados preliminares caballerescos a los que Brent la tenía acostumbrada.
Jace no era un caballero a la hora de besar, y su respuesta la excitó más de lo que nada la hubiera excitado en su vida. Aquello era exactamente lo que anhelaba. Ser poseída por un hombre y experimentar la pasión en su forma más salvaje e indómita.
Un solo beso había bastado para que se sintiera viva, una mujer con deseos y necesidades. Y era maravilloso experimentar un arrebato instantáneo de lujuria por un hombre.
Pero por muy excitante que fuera aquel beso, no era suficiente. Ansiaba un contacto más íntimo, y no sólo en los labios. Las manos de Jace seguían firmemente apoyadas contra la pared, y al menos había seis centímetros de separación entre sus cuerpos. Adoptando el papel de mujer agresiva que pretendía ser aquel fin de semana, buscó remedio al problema para borrar cualquier resto de cohibición que pudiera quedar en él y hacerle saber que no quería el menor comedimiento entre ellos.
Bajó las manos hasta la cintura de sus vaqueros y, enganchando los dedos en el cinturón, tiró lenta e inexorablemente de él hasta que sus curvas femeninas se amoldaron a los recios contornos masculinos. Sus caderas se encontraron, y la impresionante erección se apretó contra su vientre, sorprendiéndola muy agradablemente.
Saber que era ella la responsable de su excitación acrecentó su confianza y avivó aún más su deseo. Deslizó las manos hasta su trasero y aferró sus glúteos. Instintivamente se arqueó hacia él y frotó la pelvis contra la dura protuberancia de sus vaqueros, deleitándose con el gemido que retumbó en el pecho de Jace.
Él entrelazó los dedos en sus cabellos y le hizo ladear la cabeza para acoplar mejor sus bocas en aquel beso húmedo, ardiente y gloriosamente erótico. Con su mano libre le acarició la mandíbula y fue descendiendo, hasta que su pulgar encontró el pulso errático en la base del cuello. Pero no se detuvo allí, sino que le desabrochó el botón superior de la blusa y extendió la palma sobre la piel descubierta. Poco a poco fue bajando, a medida que la respiración de Leah se hacía más y más jadeante, y finalmente tuvo uno de sus pequeños pechos en la mano. La tela del sujetador era fina y ligera, y cuando él le acarició el pezón con el pulgar a través del encaje, ella se estremeció violentamente.
Jace parecía perdido en el embriagador placer del beso, y al mismo tiempo irradiaba una sexualidad incontenible. Sus largos dedos se tensaron entre los cabellos de Leah y la presionó con más fuerza contra la pared con su cuerpo grande y poderoso. Apretó las caderas contra las suyas y profundizó aún más con la lengua en el interior de su boca. Su cuerpo desprendía un intenso calor masculino, mientras que Leah sentía su propio cuerpo cada vez más húmedo y blando, pidiendo a gritos que la tocara en aquellos lugares olvidados durante tanto tiempo.
Entonces empezó a sonar el teléfono del escritorio y Jace se apartó con un respingo. A punto estuvo de perder el equilibrio y dar con su trasero en el suelo por las prisas en poner distancia entre ellos. Respiraba agitadamente, y Leah casi se echó a reír al ver la expresión de incredulidad en su rostro. Parecía incapaz de creerse que ella le hubiera permitido llegar tan lejos.
Y entonces cayó en la cuenta: la intención de Jace había sido hacerla cambiar de opinión con aquel beso explosivo y dominante, pero le había salido el tiro por la culata. Ella lo deseaba ahora más que nunca. Jace era todo lo que había deseado en su vida, y aquel beso demostraba que él también la deseaba a ella, y mucho.
Jace rodeó bruscamente el escritorio y pulsó el botón del interfono en el teléfono, sin apartar la mirada del acalorado rostro de Leah.
– ¿Qué pasa, Lynn?
– El señor Dawson ha venido a dejar su Porsche para la revisión -la voz de su secretaria llenó el pequeño despacho-. Y quiere hablar con usted sobre las reparaciones.
– Ofrécele algo de beber y dile que voy en un minuto -respondió Jace. Cortó la comunicación, pero permaneció tras su mesa.
Leah se rozó ligeramente los labios con los dedos y vio cómo se dilataban las pupilas de Jace con renovado deseo. Sentía los labios húmedos y deliciosamente hinchados. Después de haber experimentado los besos rápidos y desapasionados de Brent, aquella nueva sensación era incomparablemente deliciosa, así como contemplar la reacción de Jace al modo tan seductor con que se tocaba la boca.
Bajó la mano y fue la primera en romper el silencio.
– Creo que acabas de darme la primera, segunda y tercera lección -dijo con una sonrisa.
– Nada de eso. Aún queda mucho por aprender -respondió él, devolviéndole la sonrisa-. Si es que aún sigues interesada…
¿De verdad pensaba que iba a renunciar?
– Más que nunca. Estoy impaciente por disfrutar de tus clases particulares hasta el último minuto.
– En ese caso, estaré en tu casa esta noche, a las siete en punto. Y quiero que te pongas algo provocativo.
Leah arqueó una ceja con curiosidad.
– ¿Otra lección?
– Podría decirse que sí -respondió él, acercándose a ella con un brillo de decisión en la mirada-. Si quieres saber lo que les resulta sexy a los hombres, hay una cosa que no puedes olvidar.
– ¿Y qué es? -preguntó ella con los ojos muy abiertos.
– A casi todos los hombres les gusta la estimulación visual en el sexo contrario -dijo. Agarró los lados de la blusa y estiró el tejido sobre el pecho-. Si quieres llamar nuestra atención, lo primero que has de hacer es darnos un aliciente para mirar. Arrojarnos el cebo. Y para ello nada mejor que un atuendo adecuado y convenientemente ceñido.
La tela estaba tensa sobre la piel de Leah, revelando sus pequeños pechos, coronados por los pezones puntiagudos, y la curva de la cintura y caderas. Jace la devoró con la mirada, provocándole un torrente de calor por todo el cuerpo.
– Tienes un cuerpo muy bonito, Leah -murmuró-. No tengas miedo de mostrarlo. Y ya que este fin de semana es para aprender, quiero que te pongas algo excitante para mí.
Le soltó la blusa, pero los pezones de Leah seguían dolorosamente endurecidos.
– Veré lo que puedo hacer -consiguió murmurar. Si él quería verla con ropa provocativa, eso sería lo que viera.
Agarró el bolso y salió del despacho, sintiendo cómo la emoción revoloteaba en su estómago. Jace Rutledge le pertenecería a ella sola durante las próximas cuarenta y ocho horas. Y ella le pertenecía a él.
Sólo esperaba que fuera tiempo suficiente para satisfacer su deseo y que finalmente pudiera sacarse a Jace de la cabeza y el corazón, de una vez por todas.
A las siete menos cinco, Jace llegó al apartamento de Lean, temblando de emoción por lo que podría deparar la noche.
Una vez que entrara en casa de Leah no habría vuelta atrás, pues su presencia demostraba que tenía intención de seguir el pacto hasta el final.
Le había dado una última oportunidad para cambiar de opinión. Y a juzgar por su desinhibida respuesta, el tórrido beso que habían compartido y su descarada actitud posterior, era obvio que sabía muy bien dónde se estaba metiendo y que tenía muy clara su intención.
Y él también.
La suerte estaba echada, y desde ese momento en adelante se acababan las dudas. Aceptaría egoístamente todo lo que ella le ofreciera, la llevaría hasta donde ella se atreviera a llegar y haría todo lo posible por ayudarla a aumentar la seguridad en sí misma. Aquel fin de semana significaba para él tanto como para ella, y tenía intención de darle una aventura que nunca pudiera olvidar.
Llamó a la puerta con los nudillos para advertirle de su presencia y usó la llave que ella le había dado meses antes.
– Hola, Leah, soy Jace -dijo, cerrando la puerta tras él.
– Estoy en mi habitación -respondió ella-. Ven.
Jace había estado muchas veces en su casa, pero nunca había pisado su dormitorio. Nunca había te nido un motivo para invadir sus dominios femeninos. Y ahora era ella quien lo invitaba personalmente. Una invitación que no estaba dispuesto a rechazar.
– Hola -lo saludó Leah con una sonrisa mientras se ponía unas sandalias de tacón-. Ya casi estoy lista.
Jace contempló la imagen que tenía ante él, pensando que sus fantasías se habían hecho realidad. La transformación de Leah le secó la garganta y le aceleró el pulso. Siempre había sabido que bajo la ropa conservadora y práctica de Leah se escondía una hermosa sirena, y aquel atuendo corroboraba sus sospechas.
El vestido le llegaba hasta el muslo, se le ajustaba a la cintura y un pequeño lazo ataba el escote entre los pechos. Jace tuvo que contenerse para no tirar de esa cinta y exponer sus apetecibles atributos a la vista.
– Cielos, estás… increíble -dijo con voz áspera, contemplando el recogido que se había hecho en lo alto de la cabeza, exhibiendo la elegante línea del cuello, que parecía tentar a sus dedos y su boca. Se sacudió mentalmente y se aclaró la garganta.
– ¿Desde cuándo tienes este vestido?
– Desde hace algunas semanas -respondió ella, sonriendo vacilantemente mientras se ponía unos pendientes de aro dorados-. Me pareció tan bonito en el maniquí que no pude resistir la tentación, pero hasta ahora no había tenido la ocasión de ponérmelo.
Él arqueó una ceja y se sintió obligado a preguntarle por la opinión de su novio.
– ¿Ni siquiera para Brent?
– No estaba segura de que a Brent le gustase -dijo ella con un cierto tono de inseguridad-. Es de gustos conservadores, y no cree que sea apropiado mostrar mucha piel en público.
Jace la miró, atónito y disgustado a la vez. ¿Qué tenía Brent en la cabeza? ¿O en la entrepierna? Dudaba de que Leah quisiera oír su opinión sobre Brent, así que se la guardó para él mismo. Esperaba que las lecciones que aprendiera aquel fin de semana le inculcaran a Leah un poco de sentido común.
– En cualquier caso, el vestido ha estado colgado en mi armario hasta hoy, y esta noche es la oportunidad perfecta para estrenarlo -dijo ella, girando sobre sí misma para ofrecerle una perspectiva completa-. ¿Qué te parece? ¿Te gusta?
– ¿Cómo no va a gustarme? -preguntó él, bajando la mirada hasta los muslos.
La actitud desagradecida de Brent hizo que Jace quisiera saltarse todos los obstáculos con Leah y hacerla sentirse sexy y deseada en todos los aspectos posibles.
– Estás preciosa con este vestido y, personalmente, me encanta que muestres tu piel. Me despierta el deseo de tocarte por todas partes, aunque sólo fuera para sentir tu suavidad y tersura.
Las mejillas de Leah se enrojecieron y el rubor llegó hasta sus pechos, pero en sus ojos brillaba el desafío.
– Pues hazlo.
Sin dudarlo ni un segundo, Jace atravesó la habitación en dos zancadas. El aparador estaba detrás de Leah, y él la agarró por la cintura y la levantó para sentarla en la superficie. Presionó las manos contra sus rodillas y le separó las piernas para colocarse en medio.
Su acometida la sorprendió, pero como ella no puso la menor objeción, consideró la posibilidad de saltarse los preliminares e ir directamente al grano. Leah lo había llevado a un nivel de excitación casi incontenible, y se moría por sentir su calor líquido y exuberante rodeándole el miembro endurecido y la suavidad de sus pechos mullidos contra los músculos del torso. Pensó en subirle el vestido, bajarle las bragas y hundirse en su cuerpo. Se imaginó cómo ella le rodearía la cintura con las piernas, acuciándolo a que la penetrara hasta el fondo, y cómo gritaría su nombre cuando llegara al orgasmo.
Se estremeció sólo de pensarlo.
Le tocó un mechón de pelo que se había soltado del recogido. La textura sedosa le provocaba los sentidos, al igual que la fragancia sutil y femenina que desprendía.
– Me gusta que lleves el pelo así -dijo. Le tomó la mejilla en la palma y le hizo levantar la cabeza para rozarle el cuello con la nariz, sintiendo cómo temblaba-. Me permite acercarme a las partes más sensibles de tu cuerpo… como ésta -llevó la boca hasta su oreja y lamió el punto situado justo debajo del lóbulo.
Ella gimió y se aferró a los brazos de Jace en busca de apoyo.
– Me… me gusta.
A él también le gustaba.
– Mmm… y aquí -murmuró, y clavó suavemente los dientes en un tendón en la base del cuello.
Leah volvió a gemir. -Oh Jace…
– Apuesto a que también sientes ese mordisco en otras zonas de tu cuerpo, ¿verdad? -le susurró al oído.
Ella asintió bruscamente y apretó las rodillas contra sus caderas.
– Sí…
Satisfecho con su respuesta y con el deseo que ardía en su mirada, siguió provocándola… a ella y a sí mismo.
– Pero por mucho que me guste tu pelo recogido, aún me gusta más verlo suelto.
Le soltó el pasador que sujetaba el cabello en lo alto de la cabeza y vio cómo la tupida melena castaña caía libremente hasta los hombros.
– Me encanta ver tu pelo alborotado enmarcando tu hermoso rostro -dijo, hundiendo las manos hasta las muñecas en los mechones-, y sentirlo cálido y suave contra mi piel…
– Me gusta sentir tus manos en mi pelo -admitió ella, y gimió cuando él le acarició el cuero cabelludo y deslizó los pulgares a lo largo de la mandíbula-. Es tan sensual y excitante…
– Estoy de acuerdo -dijo él, igualmente seducido por ella y por la intensidad del momento.
Leah le estaba mirando los labios, de modo que pegó la boca a la suya y le dio lo que deseaba, lo que él mismo ansiaba, sabiendo que muy pronto ya no tendría bastante con besarla. Habían cruzado una línea que nunca antes habían traspasado, y compartir aquella intimidad con ella estaba sacando a la superficie un caudal de emociones y deseos que habían permanecido enterrados durante años.
La besó lenta y prolongadamente. Sentía la boca de Leah tan dulce y ardiente como se imaginaba que sentiría su cuerpo cuando la penetrara. Con aquel pensamiento enloquecedor bailando en su cabeza, llevó una mano a la espalda de Leah y acercó su trasero al borde del aparador, hasta que lo único que separó sus cuerpos fueron sus pantalones caqui y las braguitas de Leah. Ella apretó los tobillos contra la parte posterior de sus muslos y movió la pelvis contra su erección en un gesto inconsciente y natural de invitación. El miembro de Jace se hinchó hasta casi estallar.
Con cada beso su adicción por ella crecía lenta pero inexorablemente, y se preguntó si tras aquel fin de semana sería capaz de dejarla y verla con otro hombre. La parte lógica de su cerebro le recordaba que no tenía elección, pero su cuerpo y su corazón luchaban por convencerlo de lo contrario.
Se deleitó una vez más con su sabor y retiró la boca. Pero mantuvo las manos entre sus cabellos, despeinándola todavía más. Sus hermosos ojos azules estaban medio cerrados, y una sonrisa soñadora curvaba sus labios hinchados.
El placer que ella le daba era inmenso, y trascendía del nivel puramente físico más de lo que nunca hubiera creído posible.
– Si fueras mía y te pusieras este vestido para salir conmigo, me aseguraría de que tuvieras este aspecto antes de salir a la calle, para que todos los hombres que te miraran supieran que no estás disponible.
Vio cómo a Leah se le aceleraba frenéticamente el pulso en la base del cuello.
– ¿Y qué aspecto tengo? -preguntó ella con inocente curiosidad. Él le acarició los pechos con el dorso de la mano.
– Con el pelo suelto y despeinado, los labios rosados, húmedos y entreabiertos, y la mirada perdida, pareces una mujer que acaba de levantarse de mi cama tras una sesión de sexo salvaje.
Ella arqueó las cejas, asombrada y a la vez muy segura de sí misma.
– Salvo que yo no he quedado satisfecha por esa sesión.
Jace soltó un gemido. Leah iba a matarlo antes de que acabara el fin de semana.
– Esto sólo ha sido una muestra para abrirte el apetito -le prometió-. Hay que ir aumentando poco a poco la tensión sexual hasta el plato fuerte, y tenemos toda la noche por delante, cariño.
Ella se echó a reír.
– No sé si eres muy malo o muy bueno por provocarme así Jace.
Él sonrió y la ayudó a bajar del aparador.
– ¿Qué tal ambas cosas?
– Como tú digas -concedió ella con una expresión de aturdimiento e impaciencia-. Bueno, ¿adonde vas a llevarme esta noche?
– A bailar -respondió él, haciéndola girar en sus brazos-. A un sitio donde puedas lucir este vestido como se merece y volver locos a unos cuantos hombres.
Leah posó una mano en su pecho y se puso de puntillas para darle un mordisquito en el labio inferior.
– El único hombre al que quiero volver totalmente loco esta noche eres tú -le dijo, y con una sonrisa maliciosa se dio la vuelta y salió pavoneándose de la habitación. Jace no creía que eso fuera a ser ningún problema.
Ya estaba loco por ella.
Leah nunca había estado en un club nocturno. Al menos no en uno tan exclusivo y animado como el Chicago s Red No Five. Luciendo un vestido sexy y con un hombre guapísimo del brazo, estaba decidida a disfrutar al máximo de la nueva experiencia que le brindaba aquel ambiente de seducción, rayos láser y la música tecno que retumbaba sensualmente a través de su cuerpo.
Jace le agarró firmemente la mano mientras se abría paso entre la multitud. Pasaron junto a un grupo de mujeres que obviamente estaban buscando a un ligue, pues miraron descaradamente a Jace dejando claras sus intenciones. Pero él se limitó a sonreír cortésmente y siguió su camino hasta el fondo de la disco, donde estaban las mesas y los asientos de terciopelo.
El local estaba atestado. La gente bailaba en la pista sin la menor inhibición, y Leah envidió su capacidad para dejarse llevar por el ritmo y disfrutar de sus ondulantes cuerpos, sin preocuparse de quién los estuviera mirando. Aquello le recordó la «sexcapada» que había sustraído del libro, y cómo necesitaba aprender a ser atrevida para poder desnudarse ante un hombre con la misma facilidad.
Jace encontró una mesa libre y dejó que ella se sentara primero antes de acomodarse a su lado. Estaban casi ocultos por las sombras, pero desde sus asientos tenían una vista perfecta del bar y la pista de baile. Jace se inclinó hacia ella y elevó la voz para hacerse oír por encima de la música ensordecedora.
– ¿Qué te parece?
– Me gusta -respondió ella. Hasta el momento, estaba fascinada por el ambiente cargado de sexualidad y quería formar parte del mismo-. Es un buen lugar para ver cómo los hombres y las mujeres se relacionan entre ellos. Ya sabes… cómo se seducen.
Él sonrió irónicamente.
– Estoy seguro de que aprenderás varias formas de seducción y apareamiento entre las parejas.
Una camarera rubia se acercó a la mesa y se inclinó hacia ellos para que pudieran oírla.
– ¿Qué les traigo?
Jace miró a Leah, indicándole que debería ser ella quien pidiera primero. Si estuviera con Brent, habría pedido un chardonnay sin dudarlo. Pero no estaba con Brent, y aquella noche exigía algo más fuerte que una copa de vino.
– Quiero la bebida más atrevida que pueda preparar el barman -dijo-. Algo exótico y salvaje.
La camarera lo pensó por un momento y los ojos le brillaron de camaradería femenina.
– Puede elegir entre un Sexo Oral, un Orgasmo o un Garganta Profunda.
Todo sonaba perfecto para el fin de semana que tenía por delante, y Leah quería probar las tres sugerencias.
– Creo que empezaré con un Orgasmo y seguiré desde ahí.
– Buena elección -dijo la camarera. Anotó el pedido y miró a Jace, que parecía desconcertado por el atrevimiento de Leah-. ¿Y usted, señor?
– Puesto que esta noche soy el chófer oficial, y mi pareja aquí va a disfrutar de unos cuantos orgasmos, creo que tomaré una coca-cola -dijo con una sonrisa.
– Enseguida -respondió la mujer con un brillo de regocijo en los ojos.
Minutos más tarde les sirvieron las bebidas, y Leah saboreó ávidamente la exquisita mezcla de Amaretto, vodka y crema. Nunca había probado un cóctel tan delicioso, y un gemido de placer se le escapó de la garganta.
Jace la miró, cautivándola con su mirada ardiente y su media sonrisa.
– Ten cuidado, cariño. Estos orgasmos son muy fuertes.
A Leah no se le pasó por alto el doble sentido de su advertencia y decidió responderle con otra insinuación.
– Mmm… pero seguro que bajan con facilidad -dijo. Disfrutando de la sensación de sensualidad, malicia y lujuria, se mojó la punta del dedo en la crema azucarada y se la lamió lentamente-. ¿Te gustaría probar mi orgasmo? -le preguntó, en un tono no tan inocente.
Jace se atragantó con el refresco y le costó unos momentos recuperarse. Cuando lo hizo, se inclinó hacia ella, cubriéndole el campo de visión con sus rasgos masculinos.
– Nada me gustaría más que probar tu orgasmo -dijo con voz ronca-. Pero esta noche tengo prohibido el alcohol.
La fuerza de voluntad y resistencia de aquel hombre la maravillaban. Sin desanimarse, volvió a hundir el dedo en la bebida y le frotó el labio inferior con la crema.
– En ese caso, deja que lo pruebe yo en ti -susurró, y sujetándole la mandíbula entre las palmas, tiró de él hacia su boca y le lamió lentamente el sabor dulce que impregnaba su pura esencia masculina.
Sintió cómo se estremecía y cómo perdía ligeramente el control, y siguió provocándolo con la lengua y los dientes, liberando un poder femenino que nunca había creído poseer. Quizá se debiera a que estaba con el hombre adecuado; un hombre que la hacía sentirse libre, segura e incluso agresiva.
En aquel rincón tenuemente iluminado gozaban de cierta intimidad, aunque a nadie le importaba lo que estuvieran haciendo. Otras muchas parejas estaban haciendo lo mismo. Ella había salido con Jace aquella noche para poner a prueba su sensualidad y seducirlo en un sitio donde nadie la conociera. Aquella idea le resultaba más embriagadora que la bebida que acababa de tomar.
Con una última lametada, apartó la boca y se pasó lentamente la lengua por su propio labio inferior.
– Eso sí que ha sido fuerte.
Los ojos de Jace ardían intensamente, abrasándola de la cabeza a los pies. El calor de la bebida alcohólica le recorría las venas, concentrándose en su vientre, y el ritmo trepidante de la música le provocaba unas palpitaciones en la parte inferior de su cuerpo, incrementando la sensación de libertad que traía aquel fin de semana.
Miró a las otras parejas que disfrutaban de la música y de repente quiso estar en medio de todo.
– Vamos a bailar -dijo con entusiasmo, y él no se negó. El tiempo pasaba muy rápidamente, y Leah no recordaba habérselo pasado nunca mejor que en aquella discoteca, provocando a Jace y bailando con él. La vibrante tensión sexual crecía entre ellos con cada roce de sus cuerpos, con cada mirada, con cada insinuación…
Aquélla era la seducción que tanto había anhelado.
Sedienta por el baile, pidió un Garganta Profunda, un chupito de vodka, Kahlua y nata montada. Siguió el consejo del barman y lo apuró de un solo trago. Jace la contemplaba divertido, y Leah pensó por un momento en lo horrorizado que se quedaría Brent si la viera.
Dejó el vaso y besó a Jace en los labios, ajena a todo salvo al tiempo que tenían para estar juntos. Se negaba a permitir que los pensamientos sobre Brent arruinaran aquella noche tan fabulosa.
Una hora más tarde tuvo que ir al servicio. Al regresar no vio a Jace donde lo había dejado, junto a la barra, y lo buscó por todas partes, sin éxito. Sentía curiosidad por la última bebida que le había recomendado la camarera, así que volvió al bar y pidió un Sexo Oral, sin poder reprimir una risita nerviosa al formular una petición tan atrevida en voz alta. La deliciosa mezcla de vodca, licor de café y nata se deslizó por su garganta, estimulando aún más su desinhibición.
Cuando un tipo de aspecto agradable la invitó a bailar, se sintió halagada por el interés que reflejaba su mirada y se preguntó qué daño podría hacer disfrutar de la compañía de otro hombro por unos minutos.
Lo siguió a la pista de baile, donde la gente daba vueltas al ritmo que retumbaba por los altavoces. Las copas que había consumido relajaban su cuerpo y su mente, permitiéndole disfrutar del momento y moverse al ritmo provocativo de la música.
Jace miró una vez más hacia el aseo de señoras, convencido de que no había visto salir a Leah mientras otra mujer intentaba convencerlo para pasar un buen rato. Había olvidado lo implacables que podían ser los ligones en una discoteca, y eso hizo que se preocupara por Leah.
A pesar de lo desenvuelta y desvergonzada que se había mostrado con él en las últimas horas, no tenía experiencia para enfrentarse a esos buitres desalmados que podían ver a la mujer ingenua que se ocultaba bajo el provocativo vestido. Si a eso se le añadían unas cuantas copas, Leah era el blanco perfecto para que cualquiera se aprovechase de ella.
Se le hizo un nudo en el estómago, y supo que nunca se perdonaría si algo le ocurriera. Ni tampoco lo perdonaría su hermano, pensó con una mueca. Si John descubría que había introducido a su hermana en la indecencia y la obscenidad, no sólo se llevaría una gran decepción, sino que se pondría loco de furia.
Jace continuó buscándola por la discoteca, y finalmente se enteró por el barman de que se había tomado un Sexo Oral y que se había ido a bailar con otro hombre. Aunque el barman se lo dijo en tono jocoso, a Jace no le hicieron ninguna gracia las connotaciones sexuales, y desde luego no le gustó nada que Leah se hubiera marchado tan fácilmente con otro hombre.
Minutos más tarde, mientras una canción daba paso a otra, encontró finalmente a Leah en medio de la pista de baile. Tenía el rostro encendido y los ojos brillantes. Una ligera capa de sudor relucía en su cuello y en el pecho, los mechones mojados se le pegaban a las sienes y estaba riendo con un tipo atractivo que parecía completamente colado por ella. Jace no estaba preparado para la punzada de celos que lo traspasó, pero no se molestó en reprimir esa ola abrasadora y posesiva que lo inundó mientras avanzaba hacia Leah y su ligue temporal. Se colocó entre ellos y la sonrisa de Leah se ensanchó nada más verlo.
– ¡Jace! -exclamó-. Me preguntaba dónde te habías metido.
– Eso mismo me preguntaba yo, cariño -repuso él, y miró a su acompañante, que no parecía en absoluto sorprendido por su intromisión-. Lo siento, amigo, pero está conmigo.
Una sonrisa irónica curvó los labios del hombre.
– Sí, me dijo que había venido con otra persona, pero tenía la esperanza de que te olvidaras de ella y me tocara un golpe de suerte.
Jace apretó la mandíbula, aunque no podía culpar a aquel tipo por admitir su interés por Leah.
– Ni lo sueñes. Es mía y no la comparto con nadie.
El hombre se retiró cortésmente y abandonó la pista de baile en busca de otra mujer disponible. Leah siguió contoneándose provocativamente al ritmo de la música y se acercó a Jace para susurrarle algo al oído.
– Me gusta que seas así de macho.
Él respondió con un gruñido. Nunca en toda su vida se había comportado de aquel modo delante de una mujer. Pero entonces soltó un gemido cuando ella se dio la vuelta y le rozó la ingle con el trasero. Tuvo una erección instantánea, y antes de que ella pudiera girarse de nuevo, le rodeó la cintura con un brazo y extendió la palma sobre su vientre, apretándola contra él hasta que su apetecible trasero se alineó con su pecho, estómago y muslos.
Inmerso en la marea humana que ondulaba en la pista de baile, siguió los movimientos de Leah y pegó las caderas a las suyas, haciéndole sentir hasta el último centímetro de su erección. Tener el pene erecto apretado contra su trasero era una tortura deliciosa.
Ella lo miró por encima del hombro. Los ojos le rebosaban de una energía sexual que casi podía tocarse. Con el brazo rodeándole firmemente la cintura Jace podía sentir su respiración acelerada, cómo crecía la necesidad en su interior, tan fuerte e innegable como la música que los rodeaba. Ella le agarró la mano libre y, lentamente, llevó la palma hasta su muslo desnudo, bajo el borde del vestido, hasta que los dedos tocaron la tela empapada de sus bragas. Una llamarada de fuego líquido le abrasó las puntas de los dedos. Leah estaba tan excitada como él, quien instintivamente aumentó la presión, deslizando la seda entre los labios hinchados de su sexo. Ella echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, mientras su cuerpo entero se estremecía pegado al de Jace. Su orgasmo era inminente, y el movimiento giratorio de sus caderas lo impelían a que le concediera la liberación definitiva.
Pero entonces la locura del momento lo impactó con fuerza y lo devolvió de golpe a la realidad. Por lo visto, el alcohol había barrido las inhibiciones de Leah, y aunque él no deseaba otra cosa que darle lo que su cuerpo pedía, no estaba dispuesto a que tuviera su primer orgasmo en un lugar público.
Aquélla era una fantasía que no tenía intención de compartir con nadie.
Masculló en voz baja y la agarró de la muñeca.
– Vámonos de aquí -gruñó, y tiró de ella nacía la salida sin darle oportunidad a negarse.
Aunque no creía que Leah fuera a protestar. Un vistazo fugaz a su sonrisa le dijo que estaba tan ansiosa como él por estar a solas y culminar la seducción que flotaba tácitamente entre ellos.