Lindsay estaba semitumbada en el suelo del barco. El sol de la tarde le brillaba en los ojos mientras luchaba por ponerse el disfraz de sirena que llevaba cuando se entrenaba allí. Por fin, conteniendo la respiración, pudo cerrar la cremallera hasta la cintura.
Cuando vio que Don y Ken sonreían, les dijo:
– Ya me gustaría veros tratando de poneros esto.
– No, no. Estamos muy contentos viéndote. ¿No es así, Ken? Dinos cuando estés lista para que te tiremos por la borda.
– Sólo tengo que deshacerme la coleta.
Luego ella se dejó el cabello libre que le llegó hasta la cintura cuando se puso en pie.
– Siento que me tengáis que tirar como un atún muerto. Me siento absolutamente estúpida con esto.
– Esa no es forma de hablar para una sirena -dijo Ken bromeando-. No nos perderíamos esto por nada en el mundo, ¿no, Don?
– Por nada -respondió su hermano tomando a Lindsay en sus brazos como si no pesara nada-. Tengo un pedazo de semimujer aquí.
– ¡Oh, dejadlo ya! -dijo ella riéndose.
Pero su sonrisa se esfumó cuando vio otro barco de buceadores a lo lejos.
– Don, ¿no es ese el mismo barco que estaba aquí ayer?
– Parece. ¿Qué crees tú, Ken?
– No creo. Ese buceador que te filmó ayer no te molestó, ¿verdad?
Ella agitó la cabeza.
– En realidad, no. Puede que esto parezca tonto, pero me sentí como si mi intimidad hubiera sido invadida.
Los dos hombres se rieron y Don dijo:
– Querida, muy pronto tu imagen va a estar en todas las televisiones. Tendrás mucho más público que eso.
– Lo sé, pero… Todavía estoy practicando y… supongo que fue el susto. Creí que estaba sola hasta que él apareció. Además, me daba vergüenza, mi ropa habitual es mucho menos reveladora que esto.
– Y ¿qué hay de malo en proporcionarle a ese buceador un ataque al corazón? -preguntó Ken mientras bajaba al agua un tubo con boquilla unido a un compresor.
Era lo suficientemente largo como para que llegara hasta el fondo, así que ella se podía agarrar a él o tomar aire si lo necesitaba.
– Vino aquí en busca de emociones y tú le diste una. Probablemente se volverá a su casa y les enseñará a sus amigos el vídeo. Luego, cuando te vea en la televisión, podrá fanfarronear con que te vio entrenando.
– Será bueno para el negocio -intervino Don-. Muy pronto tendremos esto lleno de buceadores que vendrán a ver a la exótica sirena.
– Sois imposibles -dijo ella sonriendo-. Bueno, estoy lista.
– Recuerda que tienes que nadar entre las marcas de colores bajo el agua y quiero que emerjas cada seis minutos sin fallar. Sube inmediatamente si te encuentras demasiado cansada.
– Le haré.
Lindsay tomó aire antes de caer al agua. Utilizando lo que se llama la patada del delfín bajó rápidamente hasta los siete metros y luego empezó a realizar los movimientos que había creado el coreógrafo.
Con la práctica, todo aquello le estaba resultando cada vez más fácil, pero todavía tenía problemas cuando los canales se estrechaban, así que trataba de permanecer en los más anchos. Las marcas de colores le facilitaban la orientación.
Después de tomar un poco de aire del tubo siguió con las prácticas.
A pesar de lo cansado de los ejercicios, tenía que sonreír y mantener los ojos abiertos. Al principio le resultaba difícil concentrarse, entre tanto brillante pez tropical. Pero había aprendido a auto disciplinarse. Era importante que aquello fuera de lo más natural posible cuando fueran a filmar el anuncio.
A las cinco y media emergió a la superficie, le hizo una señal de que todo iba bien a Don y volvió a bajar. Pero cuando iba a empezar con otros ejercicios vio a un buceador observándola desde unos diez metros.
No llevaba cámara, pero su figura alta y bien proporcionada, así como su cabello rubio le parecieron conocidos, lo mismo que el traje de neopreno negro y rosa. Era el hombre que la había filmado el día anterior. El corazón se le aceleró.
No importaba lo que le hubieran dicho Don y Ken, le irritaba saber que el buceador había ido allí a propósito, aunque esta vez no llevara la cámara. Nadó hacia el tubo de aire y se dio cuenta de que él la seguía a una discreta distancia.
Tan pronto como hubo respirado lo suficiente, se metió en un corredor estrecho, pensando que él no podría seguirla allí, pero cuando miró atrás, allí estaba. No podía ver su rostro, escondido tras la máscara, eso le hacía parecer más siniestro. Lindsay se sintió como si la estuviera acosando, como los tiburones entre los que había estado anteriormente, y con su misma precisión implacable.
¿Qué quería?
Había oído muchas historias de las estrellas de cine del club acerca de los fanáticos que no podían dejar en paz a sus ídolos, así que no podía permitirse ignorar el interés que despertaba en ese buceador. Decidió nadar a toda velocidad hacia la superficie para librarse de él, pero para su horror, no pudo moverse.
Cuando miró hacia abajo, vio que la cola se le había enganchado en un lío de sedales de pesca, uno de los mayores peligros para un buceador, y sintió un primer destello de pánico.
Dentro de menos de un minuto necesitaría más aire. Por mucho que lo intentó, la aleta no se soltó. Y ya no tenía el barco encima, así que Don no podía ver que tenía problemas. En su apresuramiento por apartarse del desconocido, se había alejado.
Actuando sólo por instinto de supervivencia, tiró de la cremallera, de esa forma podría librarse del vestido. Pero la cremallera se enganchó con la tela.
Fue como en las historias que había oído de supervivientes que casi se habían ahogado. Toda su vida le pasó por delante. Siguió luchando contra la cremallera, pero fue inútil. No podía soltarse. De repente, el buceador se le acercó, asustándola tanto que estuvo a punto de desmayarse.
Al momento siguiente, unas fuertes manos le apartaron las suyas y rompieron la tela de la cola, permitiendo que sacara las piernas. Nadó a toda prisa hacia la superficie y, cuando notó que su rostro salía del agua, se llenó los pulmones de aire.
El barco estuvo inmediatamente a su lado y Don la sacó del agua.
– ¿Dónde está el vestido? ¿Cómo es que te has salido de las marcas?
– Te, lo diré en cuanto recupere la respiración. Por favor? -le dijo a Ken-. No quiero seguir aquí. Llevadme al hotel.
– Claro.
Don sacó el tubo de aire del agua mientras Ken arrancaba el motor y luego se dirigieron a toda velocidad hacia la costa. A pesar de que el buceador la había liberado de su trampa mortal, había algo enervante en la forma en que había vuelto por ella y no quería volver a verlo más.
– ¿Puedes contarnos ahora qué ha pasado?
Ella les contó todo entonces.
– Parece que ese hombre te ha salvado la vida.
El enfado la hizo responder entonces:
– Si no hubiera estado allí, siguiéndome, no me habría enredado nunca con esos sedales.
– Querida, siento que te haya asustado. Pero un sedal es algo que no se ve hasta que es demasiado tarde No fue ni su culpa ni la tuya el que te enredaras Agradezcamos que haya vuelto hoy para verte practicar, si no te habrías visto en un verdadero problema antes de que yo pudiera hacer nada por ti.
Una vez en el muelle, Don le dijo:
– Tan pronto como te dejemos en el hotel, volveré a por tu traje. Estoy seguro de que podrá ser reparado a tiempo para tus prácticas de mañana.
– Gracias, Don. No te olvides de incluir las horas extras en tu minuta. Como ya sabes, no vamos a volver a 20.000 Leguas hasta que no empecemos la filmación el lunes, así que podré seguir practicando en Thunderball. Y, contrariamente a lo que dije al principio, quiero que estés en el agua conmigo para alejar a cualquier psicópata.
– Por supuesto. Pero, ¿no es un poco fuerte llamar psicópata a ese tipo? Probablemente sólo quería verte bien. Eres una chica muy guapa, Lindsay. Un hombre tendría que ser ciego para que no le interesaras.
– Gracias por el cumplido. Pero ese hombre era diferente de alguna manera. Es fuerte y sus acciones parecían… premeditadas, si se puede decir. Oh, no sé.
Entonces se tapó la cara con las manos. La imagen del buceador rubio, la forma en que se había hecho cargo de la situación en la misma crisis que él había precipitado, le vino a la mente y se estremeció.
– No me gusta la idea de que me tenga grabada en una cinta. La madre de mi mejor amiga es actriz, y una vez se vio acosada por un admirador masculino. Fue una época horrible para ella y su familia.
Don asintió.
– Te diré una cosa. Cuando bucees mañana voy a estar en el agua contigo. Si Ken o yo vemos a alguien cerca que se aproxime a la descripción de ese hombre, se lo diremos a los guardacostas, que lo detendrán y comprobarán, así que ya no tendrás que preocuparte más por él.
Lindsay suspiró aliviada.
– Gracias, ya me siento mejor.
– Puede que sea una buena idea alertar también a los de seguridad del hotel -sugirió Ken.
– Pretendo hacerlo tan pronto como me haya cambiado -le dijo ella.
– De paso, podemos llamar a las demás tiendas de buceo y descubriremos quién era el que iba en ese barco. Nos darán su nombre y dirección. Si ese hombre es un lunático, la policía sabrá dónde encontrarlo. Un movimiento equivocado hacia ti y lo detendrán por acoso. Le confiscarán la cinta y todo se habrá acabado.
– Empezaré a llamar tan pronto como volvamos -afirmó Ken-. No podemos permitir que Lindsay tenga pesadillas antes de transformarse en una estrella.
Lindsay les sonrió agradecida.
– Gracias. Por todo.
– Te llamaremos dentro de un rato.
Lindsay se puso un albornoz y se dirigió al hotel. Lo que necesitaba era una ducha y algo frío para beber.
Normalmente solía relajarse un poco en la terraza de su habitación pero ahora tenía como una premonición de que el buceador anónimo podía aparecer de nuevo cuando menos se lo esperara y quería estar preparada.
No olvidaba que había ido en su rescate a tiempo como para evitar un accidente potencialmente fatal. Pero el enfado se imponía a la gratitud, provocado por esa atención no solicitada que había despertado en él. Aún podía sentir sus manos sobre el cuerpo. Tembló al recordar la forma experimentada con que le había quitado el vestido. Como si estuviera acostumbrado a ser una autoridad haciéndose cargo de las cosas.
Después de ducharse llamó a seguridad del hotel y les contó el caso. El encargado de seguridad le sugirió que bajara para darles una descripción.
Aliviada, se puso una blusa y una falda frescas, se arregló el largo y rubio cabello, un poco de maquillaje y estuvo lista. Pero antes de que pudiera salir de la habitación, sonó el teléfono. No le pareció normal que fueran Ken o Don, ya que no debían haber tenido tiempo de volver todavía. Pensó que debían ser sus padres, que la estaban llamando todos los días desde su llegada.
– ¿Diga?
– ¿Señorita Marshall? Soy Leanne, de recepción. Lamento molestarla, pero hay aquí un caballero que desea verla. Dice que tiene algo suyo. ¿Quiere hablar con él por teléfono?
El corazón empezó a latirle a toda prisa a Lindsay.
– ¿Puede describírmelo sin hacerle ver lo que está haciendo?
– Muy bien -dijo la recepcionista después de aclararse la voz-. Es uno de los hombres más atractivos que he Visto en mi vida. Me recuerda a Robert Redford. Diría que unos treinta y tantos años. Más de metro noventa, rubio, ojos azules, lleva un traje gris claro y camisa de cuello abierto.
Lindsay se humedeció los labios.
– ¿Le ha dicho su nombre?
– No. Cuando se lo pregunté sonrió y me dijo que su nombre no era importante, pero que usted ya sabría quién era.
Lindsay ya tenía la frente perlada de sudor. ¿Cómo había descubierto él dónde se estaba hospedando?
– Leanne, escucha con cuidado. Ese hombre me ha estado siguiendo y molestando. Ya he alertado a la seguridad del hotel y estaba a punto de bajar a su oficina ahora mismo. Cuando dejemos de hablar por teléfono, actúe tan naturalmente como le sea posible y dígale que bajo enseguida. Cualquier cosa para entretenerlo. Ya sé, dígale que me espere en el jardín de atrás. Que me reuniré con él para tomar algo.
Entonces se produjo una larga pausa.
– De acuerdo. ¿Cree que es peligroso?
– No lo sé. Eso es lo que van a averiguar los de seguridad. ¿Puede hacer como si todo fuera bien? Depende de usted que no sospeche nada. Quiero que le paren los pies ahora, antes de que la cosa vaya a más.
– Haré lo que pueda, pero estoy nerviosa.
– Y yo también. Recuerde que los de seguridad se van a ocupar de esto.
Nada más despedirse, Lindsay llamó a seguridad y le dijeron que fuera a la suite del jefe de seguridad tan pronto como pudiera.
Colgó y así lo hizo. Llamó a la puerta e, inmediatamente, le abrieron.
– Entre, señorita Marshall -le dijo el señor Herrera, jefe de seguridad, mientras le daba la mano.
Luego le indicó que se sentara y ella lo hizo tratando de mantener la calma.
– Esto es cosa de la policía, así que ya me he tomado la libertad de pedirle a uno de los camareros que le indique a ese hombre que usted tardará unos minutos. Eso nos dará tiempo suficiente para que llegue la policía.
– Pero, ¿y si se marcha antes de que lleguen?
– Bajaré al jardín para mantenerlo vigilado, pero no puedo hacer nada basándonos en meras sospechas. El plan es que, cuando llegue la policía, yo se lo señalaré y ellos serán los que se ocupen de él. Lo llevarán a la oficina que hay detrás de recepción, donde harán unas cuantas llamadas para averiguar su identidad. No tardarán mucho en averiguar si lo buscan. Le harán algunas preguntas y averiguarán a qué se dedica y lo que estaba haciendo allí esperándola y siguiéndola.
– No me gustaría nada que se marchara antes de que pudieran hacerlo. La madre de mi mejor amiga, que es actriz, nunca pudo atrapar al hombre que la acosaba.
– Le he dicho a la policía que se dé prisa. Este hombre, sea quien sea, probablemente sólo quiera verla, es usted una mujer hermosa, señorita Marshall. Pero no podemos dejar a un lado la posibilidad de que pueda tener problemas emocionales, incluso aunque fuera en su rescate. Así que mientras espera aquí y escribe un informe para la policía, yo bajaré a ver cómo está la situación. No salga de aquí hasta que yo vuelva.
Ella agitó la cabeza.
– No lo haré. Gracias por su ayuda.
– Para esto me pagan.
Una vez se hubo marchado, a Lindsay le costó trabajo concentrarse en el informe. Se preguntó si alguno de los hombres con los que había estado ese día se tomaba en serio la sensación de amenaza que había sentido cerca de ese buceador.
Mientras pensaba, pasó media hora. Luego otra media. Lindsay hacía ya tiempo que había rellenado el impreso con la declaración y no dejaba de pasear por la habitación. Más de una vez tuvo que contenerse para no llamar a recepción a ver qué estaba sucediendo.
Por fin se abrió la puerta y el señor Herrera entró. Inmediatamente, Lindsay se dio cuenta de que se comportaba de una forma diferente. Sus ojos oscuros le brillaban y animaban todo el rostro.
– ¿Qué ha pasado?
– Mucho más de lo que cualquiera se podría imaginar -dijo él riéndose amablemente como si se hubiera contado un chiste a sí mismo-. Lo siento si le parezco enigmático, señorita Marshall. Parece que ha habido un serio malentendido. Le aseguro que no tiene nada de qué preocuparse, el agente de la policía responderá a todas sus preguntas. Traiga el informe que ha rellenado.
Lindsay acompañó aliviada al jefe de seguridad.
Las tres personas que había en recepción le sonrieron con la misma expresión del señor Herrera. Algo parecía divertirles y ella se sintió levemente incómoda.
El señor Herrera le abrió la puerta de detrás de recepción.
– Después de usted, señorita Marshall.
Allí había cinco hombres, dos de ellos con uniforme de policía. La atención de todos se centró en ella inmediatamente, pero su mirada se quedó fija en el hombre cuyos ojos azules la estaban mirando con la misma concentración que ella a él.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, apartó la mirada, intrigada no sólo por ese contacto visual, sino porque ese hombre le sonaba de algo. Evidentemente, era el buceador. Ahora que podía verle la cara podía decir que la había visto en alguna parte, pero no podía recordar dónde ni cuando y no tenía nada que ver con su leve parecido con Robert Redford.
Atractivo no era una palabra que lo describiera ni por asomo. No tenía nada que ver con el tipo de socorrista que se había imaginado al principio. Y, excepto por el cabello corto y rubio, no veía muchas cosas más que le recordaran al famoso actor.
Estaba quemado por el sol más que moreno, mostrando así el hecho de que no pasaba mucho tiempo en la playa. Sus rasgos emanaban una ruda masculinidad que pegaba con su talla y poderío físico. Llevaba un traje gris de apariencia cara, como Leanne le había descrito.
– Señorita Marshall -dijo uno de los policías-. Soy el oficial Ortiz. Este es mi compañero, el oficial Henderson. ¿Puede darme su declaración, por favor?
Lindsay se la dio y el hombre la leyó brevemente antes de levantar la cabeza.
– Dice que tenía miedo, que este caballero la estuvo esperando intencionadamente esta tarde. Sospecha que pensaba seguirla y molestarla. Aquí dice que lo culpa del accidente que sufrió bajo el agua porque estaba tratando de apartarse de él. ¿Es eso correcto?
Dicho así, la hacía parecer como una tonta alarmista y evitó mirar al buceador.
– Sí. Llegué a esa conclusión después de que él me viera practicando el día anterior y me filmó.
– Aun así, admite que cuando su… cola de sirena quedó atrapada en los sedales, él fue en su rescate y la ayudó a quitársela para que pudiera emerger.
– Sí. Eso sí que lo hizo. Pero el caso es que yo no me habría visto en esa situación si él hubiera elegido otro sitio para bucear.
Luego miró resentida al buceador y él le devolvió la mirada con un brillo de diversión en la suya.
– Pero él no sabía que usted iba a volver a practicar allí y esas aguas son libres para todo el mundo.
Indignada, ella dijo:
– Eso puede ser cierto, pero cuando me vio empezó a seguirme en vez de dejarme en paz. Tienen que comprender lo que me pasó entonces por la cabeza. Creía que podía atacarme. La máscara le escondía el rostro y su expresión. Tal vez fue algo irracional por mi parte pensar lo peor, pero bajo esas circunstancias me sentí completamente indefensa. El jefe de buceo no sabía que tenía problemas y yo me estaba quedando sin aire.
Los otros dos hombres robustos, que iban vestidos con camisas de manga corta y bermudas, como el señor Herrera, parecieron suprimir unas sonrisas y eso la enfadó más aún. Se preguntó por qué estaban allí, a no ser que fueran agentes de policía de paisano.
– Puede que les resulte imposible de creer, caballeros, pero no a todas las mujeres les gusta que un extraño les dedique sus atenciones no solicitadas. Si hubiera alguna razón lógica para* que él hiciera lo que hizo, me gustaría oírla. Seguramente quiera ser presentado al director del anuncio, pero si ese es el caso, ha elegido un mal camino, no tengo ninguna influencia con él.
Ese comentario hizo que todo el mundo volviera a sonreír, enfureciéndola más todavía.
El oficial Ortiz se tocó la visera de la gorra.
– ¿Señorita Marshall? Los demás podemos esperar fuera mientras el Gobernador Cordell le cuenta su lado de la historia.
Lindsay parpadeó. Cordell. Cordell. Entonces algo se despertó en su memoria. ¿No sería Andrew Cordell, Gobernador de Nevada?
Levantó la mirada y se encontró con la suya. De repente se dio cuenta de por qué había pensado que lo había visto antes. Le pareció como si se la fuera a tragar la tierra y se agarró al borde de la mesa que tenía cerca para conservar el equilibrio.