– ¿Andrew? -preguntó uno de los guardaespaldas asomándose por la puerta del dormitorio-. Te llaman por teléfono. Es Clint.
Andrew había oído el teléfono y pensó que era Troy llamando a Randy. Si era Clint, su segundo al mano, y lo llamaba tan tarde, eso significaba que había problemas.
Tomó el teléfono de al lado de la cama, y lo que oyó no era nada bueno. Después de dar unas instrucciones se dirigió al dormitorio de Randy, desagradándole por más de una razón, lo que iba a tener que hacer.
Encontró a su hijo en el cuarto de baño, limpiándose los dientes. Randy lo miró por el espejo y sonrió.
– No sólo es guapa. También está bien, de todas las maneras, papá. Y tengo que decirte que has jugado realmente bien.
Andrew se rió, aliviado por la aprobación de Randy. Sin ella hubiera tenido un verdadero problema, ya que tenía toda la intención de verla más veces. Y sabía por instinto que ella había querido aceptar la invitación que le había hecho.
– ¿Quién ha llamado?
– Clint.
– Vaya. ¿Un terremoto, tornado o algo así?
– Algo así.
Randy se secó con una toalla y miró a su padre.
– ¿No me digas que tenemos que volver a casa?
– Eso me temo. Ha habido unas lluvias torrenciales que han cegado el río Truckee. Si no se limpia va a haber falta de agua en Reno. Tengo que volver para ver los daños y cómo van las labores de limpieza. Y, si es necesario, poner en marcha el plan de emergencia.
– ¡Demonios…!
Andrew respiró profundamente.
– ¿Te crees que yo quiero irme? ¿Tienes idea de lo mucho que quiero volver a ver a Lindsay?
Randy asintió por fin.
– Sí, creo que sí lo sé. Si quieres ir ahora a su hotel para despedirte, yo haré las maletas y nos reuniremos en el aeropuerto.
Andrew se quedó maravillado por la sensibilidad de su hijo.
– Gracias, Randy. Pero, después de rechazarme, ¿crees que querrá volverme a ver?
Entonces se miraron el uno al otro.
– Te lo garantizo.
Dejándose llevar por la emoción, Andrew le dio un golpe cariñoso en la barbilla.
– ¿Qué he hecho para merecerme un hijo como tú?
– Lo pensaré y ya te lo haré saber. Buena suerte, papá.
Andrew abrazó a su hijo, luego reunió a sus hombres para hacer los arreglos de último momento. De camino hacia el hotel de ella, llamó por teléfono para terminar de arreglarlo todo para su llegada, así cuando viera a Lindsay podría concentrarse por completo en ella.
Lindsay estaba demasiado agitada como para meterse en la cama y estaba en el balcón mirando al mar, iluminado por la luna. Apartar a Andrew de sus pensamientos, mucho menos de su vida, le estaba resultando más difícil de lo que se había imaginado.
– ¿Lindsay?
Ella tragó saliva cuando oyó su voz y se volvió, sorprendida.
No podía haber pasado más de una hora desde que se habían despedido y allí estaba él, en su habitación. Estaba tan contenta de volverlo a ver que hasta se asustó.
– Jake me dijo que estabas aquí fuera. No te habría molestado tan tarde si no fuera importante.
Lindsay se asustó realmente.
– ¿Qué ha pasado? ¿Ha sido Randy? ¿Está bien?
– No. No le ha pasado nada. Ni a mí.
Ella frunció el ceño y se mordió el labio inferior.
– Por favor, no me tengas intrigada. Dime qué ha pasado.
Él se acercó entonces.
– Una emergencia exige que vuelva a casa inmediatamente. Randy me está esperando en el aeropuerto.
Lindsay apartó la mirada, temiendo que él se diera cuenta de lo mucho que le afectaba aquella noticia inesperada. Aunque había decidido no pasar más tiempo con él, no podía evitar esa reacción.
– Pobre Randy -logró decir-. Debe ser terrible para los dos, sobre todo teniendo en cuenta el tiempo que hace que no teníais unas vacaciones de verdad.
– Esto son gajes del oficio. Pero tengo que admitir que me sorprendió lo mucho que me disgusté cuando Clint me llamó desde Carson City y me contó la situación.
– Esa emergencia, ¿amenaza vidas humanas?
– El río Truckee está bloqueado y Reno está a punto de quedarse sin agua. Voy a tener que inspeccionar los daños en helicóptero, reunirme con mi equipo y decidir los pasos que hay que dar.
Lindsay se dio cuenta de que el bienestar de todo el estado de Nevada dependía de ese hombre. Y, aun así, había dedicado parte de su precioso tiempo para verla.
– Yo… habría comprendido si me hubieras dejado un mensaje con Jake o Fernando.
– ¿En vez de venir a despedirme en persona? No me cabe duda de que eso es lo que hubieras preferido, pero al contrario que tú, a mí me gusta la sinceridad.
Eso la hizo mirarlo, intrigada.
– ¿Qué quieres decir?
– No hagas como si no supieras de lo que te estoy hablando. Tú también has notado la química que hay entre nosotros. Pero por alguna razón desconocida, tienes miedo de ella, miedo de mí.
– Eso… no es cierto. Me salvaste la vida y luego has hecho lo imposible para protegerme de cualquier cosa desagradable. No sería sincera si no te dijera lo agradecida que te estoy por tu preocupación y generosidad.
– ¿Así que ha sido por gratitud por lo que has aceptado mi invitación a cenar? ¿Por nada más? ¿Es eso lo que me estás diciendo?
– Sí -dijo ella agarrándose a la posibilidad que él le daba-. Eso y la necesidad que sentía de compensar en algo el haberte creado una publicidad adversa.
Luego se produjo un silencio prolongado.
– Buena suerte con tu anuncio, señorita Marshall. Jake y Fernando tienen instrucciones para impedir que nadie se te acerque para molestarte mientras dure tu estancia en Nassau. Ya conozco la salida.
– De acuerdo, chicos. Eso es. Ya sé que hemos perdido un par de encuentros, pero el equipo de Culver City no es tan fuerte. Podemos ganarles en cualquier momento. Adelante y mostradles de lo que estáis hechos.
Mientras los demás salían del autobús y corrían hacia los vestuarios del Club de Natación de Culver City para cambiarse, la pequeña Cindy Lou se quedó atrás. Lindsay se dio cuenta encantada de que la pierna de la niña estaba mucho mejor desde que había empezado con la terapia de natación.
– Me alegro de que hayas vuelto y de que no te haya mordido ningún tiburón.-dijo la niña mientras la tomaba de la mano.
La mención de la palabra tiburón le trajo dolorosamente a la memoria la mágica velada que había tratado de mantener apartada de sus pensamientos.
– Te prometí que estaría aquí para esta competición. ¿Te crees que me iba a perder verte nadar? Ahora corre a prepararte o llegarás tarde.
– De acuerdo.
Lindsay le dio las gracias al conductor y salió del autobús, deseando de nuevo poder olvidarse de Andrew Cordell y el doloroso momento en el balcón del hotel cuando se habían despedido.
Desde entonces, inconscientemente, esperaba una llamada de Carson City, una llamada que no se había producido. ¿Por qué la iba a llamar si no había sido sincera con él? Era un hombre demasiado importante y ocupado como para andarse con juegos tontos.
Por supuesto, para ella aquello no era ningún juego, pero él no lo sabía. Deseó poder verlo otra vez para poder explicarse, pero el momento de las explicaciones ya había pasado.
Su equipo se sentó a un lado de la piscina y los de Culver City al otro. Tuvo una reunión con los árbitros y el entrenador del otro equipo, y la competición empezó con los nadadores de menos de ocho años.
La pequeña Cindy Lou hizo lo que pudo, pero llegó la tercera empezando por detrás. Tan pronto como salió de la piscina corrió hacia Lindsay con lágrimas en los ojos. Trató de apretar la cara contra el regazo de Lindsay, pero ella no se lo permitió.
– Cindy Lou, el mes pasado llegaste la última. Hoy has ganado a dos chicos del otro equipo que no tienen una pierna torcida. ¿Sabes lo orgullosa que estoy de ti porque hayas salido a competir con los demás? -dijo abrazándola fuertemente-. Todo el mundo te está animando. ¡Escucha!
Cindy Lou levantó la cabeza y oyó a los miembros de los dos equipos coreando:
– ¡Adelante, Cindy! ¡Adelante, Cindy!
Una súbita sonrisa transformó su rostro de duende y, en ese momento, una voz masculina dijo:
– Chicas, ¿podríais mirar hacia aquí, por favor?
Las dos se volvieron al mismo tiempo y Lindsay vio a un hombre alto y rubio en pantalones cortos a menos de dos metros. Él se quedó allí, observándolas a través del objetivo de una cámara de vídeo. Cuando Lindsay se dio cuenta de quien era, tragó saliva tan fuertemente que Cindy Lou le preguntó que qué le pasaba.
– No… nada.
Para entonces muchos de los padres lo habían reconocido y se produjo un murmullo entre la multitud cuando Andrew avanzó y se sentó a su lado.
La recorrió con la mirada, como si hubiera estado ansioso por verla.
– Andrew… -susurró ella agitadamente.
Cindy Lou, que había estado tan triste momentos antes, lo estaba mirando como fascinada.
– ¿Por qué nos has filmado?
La sonrisa de él fue tan dulce que a Lindsay se le cortó la respiración.
– Porque el mejor amigo de mi hijo, Troy, que se rompió una pierna jugando al fútbol americano, cree que no va a poder hacer deporte nunca más. Cuando le enseñe lo buena nadadora que eres se va a sentir como un tonto.
– Mi pierna vino así del cielo.
– Lo mismo que tu cara preciosa -dijo él con tanta sinceridad que la pequeña sonrió y a Lindsay se le hizo un nudo en la garganta-. ¿Cómo te llamas?
– Cindy Lou Markham. ¿Y tú?
– Andrew Cordell.
– ¿Por qué has venido a sentarte con mi entrenadora?
– Porque es amiga mía.
– No te he visto nunca antes.
– Eso es porque yo no vivo aquí.
– Entonces, ¿cómo puedes ser amigo de Lindsay?
– Porque nos conocimos en las Bahamas.
La niña abrió mucho los ojos.
– ¡Tú eres el hombre de los periódicos! ¡Le quitaste la cola para que no se muriera!
Andrew miró a Lindsay a los ojos.
– Eso es.
– ¿Te mordió algún tiburón?
– No -dijo él sonriendo-. Pero una sirena me robó algo. *
Ese comentario hizo que el corazón le diera un salto a Lindsay y se dio cuenta de que, seguramente, la niña ya estaba empezando a imaginarse qué.
– Cindy Lou, la siguiente manga está a punto de empezar. Date prisa y siéntate con tu grupo. ¿De acuerdo?
– De acuerdo. Te veré luego. Adiós, Andrew.
Luego se marchó con el resto de los miembros de su equipo.
– Siento haber llegado tarde y haberte molestado -murmuró él-. Haz como si no existiera hasta que termine la competición.
Eso sería imposible, y no sólo por el contacto físico que había entre ellos. Vio a los guardaespaldas que había alrededor del club y supo que habría más afuera.
– ¿Cuánto tiempo te vas a quedar? -le preguntó en un susurro.
– Tengo una cena para unas obras de caridad dentro de dos horas.
– ¿En Los Ángeles?
– No, en Carson City.
Ella cerró los ojos. ¿Cómo podía hacerle eso? ¿Es que él no sabía que, si no se podía quedar, hubiera sido mejor que no apareciera por allí?
– ¿Qué piensas hacer después de la competición, Lindsay?
– Nada importante -respondió ella demasiado rápidamente.
– Entonces vente al aeropuerto conmigo. Tenemos que hablar.
– Al parecer, Randy no ha venido contigo esta vez.
– Quiso venir, pero tenía que trabajar en la tienda de buceo. Desde nuestro regreso, no ha dejado de hablar de ti y le ha enseñado el vídeo a todos sus amigos. Realmente ya tienes un activo club de fans en Nevada.
Ella bajó la cabeza.
– Me alegra oír eso. Cuando vuelvas, por favor, dile lo mucho que me gustó conocerlo.
Luego, con un curioso tono de voz, le preguntó:
– ¿Cómo me has encontrado?
– Tengo mis fuentes. Bud Atkins, un investigador privado y buen amigo, te ha seguido la pista.
Eso hizo que a ella se le ocurrieran unos cuantos pensamientos más.
– ¿Significa eso que conoces la marca de dentífrico que uso?
– Las informaciones de esa clase prefiero descubrirlas por mí mismo.
Lindsay no había querido que su pregunta sonara provocativa. La había pillado completamente desprevenida, confundiéndola hasta el punto de que ya no sabía lo que decía.
– Tengo que ir en el autobús Hasta nuestro club con los chicos.
– Te seguiré.
Lindsay se quedó alucinada, incapaz de creerse que Andrew Cordell hubiera venido desde Nevada sólo para hablar con ella. El hombre más importante del estado de Nevada lo había dejado todo para ir a verla en esa competición de natación.
Y ella había pensado que no lo iba a volver a ver.
La competición pareció durar toda una eternidad y, a pesar de que estaba contenta porque su equipo consiguió la mayoría de los primeros puestos, aquello no terminaba nunca para ella. Cada minuto allí era uno perdido de estar con Andrew. Un tiempo que necesitaba para explicarle su comportamiento esa noche.
Cuando terminaron por fin, se levantó y le dijo:
– Te veré en Bel Air dentro de unos veinte minutos.
– Date prisa.
Algo en su tono de voz la hizo apresurarse por entre la multitud. Estaba claro que, antes de que terminara el día, todo el mundo, tanto en Bel Air como en Culver City, sabría que el Gobernador Cordell había ido a verla. Y eso desataría los inevitables cotilleos.
La siguiente media hora pasó a toda velocidad. En el autobús, los chicos, excitados por su victoria, no tardaron en ver las dos limusinas negras que los seguían y empezaron a gritar y dar saltos.
Pronto todos estuvieron asomados a las ventanillas traseras y la visita de Andrew fue el único tema de conversación. Cuando Cindy Lou dijo que era el hombre de los periódicos, empezaron a acosarla a preguntas.
Por fin llegaron al club y los chicos salieron en tromba del autobús. Cuando todos se hubieron ido, ella se dirigió al cuarto de baño para echarse una mirada al espejo.
Llevaba el cabello recogido con su habitual trenza y decidió que no estaba demasiado mal. Se pintó un poco los labios, arregló la camiseta y salió de allí.
Una vez fuera del club, Andrew la estaba esperando cerca de la limusina, charlando con uno de sus hombres, pero cuando la vio a ella cortó la conversación. Le abrió inmediatamente la puerta trasera y la ayudó a entrar.
– Por fin -murmuró antes de entrar él también y cerrar luego la puerta.
De camino al aeropuerto él le dio algunas instrucciones a los hombres que iban delante y se puso cómodo. El impulso que ella sintió entonces de tocarlo fue tan tremendo que tuvo que apartar la mirada y agarrarse a la puerta.
Cuando ya no pudo soportar el suspense por más tiempo, le preguntó:
– ¿Por qué no me has llamado antes?
– Porque quería ver tu primera reacción por mí mismo.
Lindsay se miró las manos. Durante esos primeros segundos en la piscina, su alegría por verlo de nuevo había sido evidente para todos los que la rodeaban. Sin duda, él conocía ahora sus sentimientos.
– No quise irme de Nassau -dijo él-. Y también sé ahora que tú tampoco querías que lo hiciera.
Ella se mordió el labio inferior mientras pensaba qué decir.
– No, no quería -confesó-. Pero tu vida está dictada por las exigencias de tu trabajo. Y has elegido ese trabajo en particular por propia voluntad. Porque te gusta, ¿no es así?
Por fin lo miró y se quedó sorprendida por la dureza de su expresión.
– ¿Es mi trabajo lo que no te gusta de mí, Lindsay?
Ella bajó de nuevo la mirada y dijo:
– Aplaudo lo que haces. Es la falta de intimidad y anonimato lo que encuentro desagradable. Y los controles y restricciones que tienes impuestos tú y tu familia. Me pongo nerviosa sólo con pensarlo.
El pensó en esas palabras por unos momentos.
– Sólo has visto lo que es mi vida en público.
– ¿Es distinta en la mansión del gobernador?
– ¿Te gustaría averiguarlo?
Ella lo miró, sorprendida.
– ¿Qué quieres decir?
– Te estoy invitando a venir a Carson City como mi huésped durante unas cuantas semanas en julio.
Esa invitación era lo último que ella se había esperado.
– Por si te preocupa el que sea propio o no, el Gobernador Stevens y su esposa e hijas estarán también. He procurado no tener nada que hacer en esa temporada para poder estar tranquilo con Randy y tener unas vacaciones en casa, para variar. Iremos a montar a caballo al Circle Q, el rancho de mi cuñado, y acamparemos en Hidden Lake, mi lugar favorito. Te encantará.
¡De eso no tenía ni la menor duda! De repente todo se estaba moviendo demasiado deprisa.
– Es muy generoso por tu parte, pero yo… No creo que sea una buena idea.
– No te soy indiferente -murmuró él-. Lo he descubierto en la piscina. También sé que no hay otro hombre en tu vida. Así que he de sacar la conclusión de que el que sea gobernador te asusta de alguna manera. Pero no te olvides de que soy un hombre, Lindsay, y de que tengo una vida privada, aparte de la pública.
– Pero nunca estás sin tus guardaespaldas.
Andrew suspiró profundamente.
– Esto es una ironía. La mayoría de las mujeres que conozco parecen considerar eso como algo definitivamente atractivo. Pero bueno, se me olvidaba que eres una sirena.
Ella se agitó incómoda en su asiento. Probablemente fuera algo anormal lo poco que le gustaba semejante protección o el verse seguida y vigilada siempre. La mención de otras mujeres la afectó más todavía.
– Yo sabía lo de la enfermedad de Wendy cuando me casé con ella, así que juré que, si salía elegido gobernador, ella nunca sufriría por ello. Por lo que sé, tuvo toda la intimidad que quiso y nunca tuvo motivos para quejarse de eso. De hecho, se sentía lo suficientemente cómoda como para trabajar en algunas causas que eran importantes para ambos. Desafortunadamente, su enfermedad la venció antes de que las viera salir adelante.
– Andrew… Me conmueve que me confíes algo tan doloroso y personal, pero no lo comprendes.
– Entonces, ayúdame a hacerlo.
Ella respiró profundamente y le dijo:
– Tenías razón en Nassau cuando dijiste que yo sentía la atracción entre nosotros. Admito que estoy contenta de verte. Pero por mucho que me gustaría aceptar tu invitación, no puedo hacerlo. No cuando mi carrera como bióloga marina me va a apartar de tu cercanía y no cuando una relación seria entre nosotros no es posible.
Lindsay respiró profundamente otra vez antes de continuar.
– Ir a tu casa sólo complicaría las cosas y me niego a hacerle daño a Randy. Es mejor no empezar lo que no podemos terminar.
Esa era la verdad. No toda la verdad, pero no quería hablar del resto.
Una tensión insoportable llenó la limusina.
– No creo que nuestros trabajos tengan nada que ver con tu miedo a tener una relación conmigo. Pero dado que no puedes o no quieres decirme lo que te guardas, parece que no hay nada más que decir. Hemos llegado al aeropuerto. Cuando haya salido del coche nunca más tendrás que temer que te vuelva a molestar.
– Ahora te has enfadado conmigo.
– Eso no sirve ni para empezar.
Lindsay se estremeció. Todo parecía tan falto de esperanza. Se estaba… se había enamorado de él, pero no podía soportar esa clase de vida. Y no podía rendir su duramente ganada independencia ni sus sueños de futuro. La única solución sería tener un breve ligue con él, algo que no quería ni pensar, ni con él ni con cualquier otro hombre. Para ella el amor significaba permanencia y un compromiso completo. Además, Andrew Cordell no era de la clase de hombre que una mujer pudiera olvidar. Una vez se metía debajo de la piel, se quedaba allí para siempre. Cielo Santo, ya lo había hecho con ella, ¿para qué mentirse a sí misma?
Estaba tan enfrascada en sus pensamientos que no se dio cuenta de que la limusina se había detenido delante de la terminal del aeropuerto. Andrew estaba fuera del coche y dispuesto a marcharse. Se inclinó hacia ella con un rostro completamente inexpresivo.
– La naturaleza humana es algo extraño. Yo hubiera jurado que algo extraordinario sucedió cuando conocí a cierta sirena. Pero parece que mi sirena era pura fantasía, después de todo.
– ¡Espera! Andrew… -gritó.
Pero la puerta ya se había cerrado y él había desaparecido entre la multitud, rodeado por sus guardaespaldas.
El conductor debió oírla porque se volvió y abrió el cristal de separación.
– ¿Quiere que lo llame, señorita Marshall?
Avergonzada porque alguien hubiera sido testigo de su estallido emocional, dijo:
– No, no era importante, gracias.
El hombre pareció como si no la creyese, pero asintió y arrancó el coche, apartándola más y más del hombre del que se había enamorado. El hombre que podía romper sus defensas más deprisa de lo que ella las podía construir. Lindsay apoyó la cara en las manos. ¿Qué había hecho?
– ¿Papá?
Andrew se encogió cuando oyó la voz de su hijo en el pasillo. Había esperado poder evitar las preguntas de Randy hasta que se hubiera sobrepuesto al rechazo de Lindsay y a lo que era más doloroso, a lo que ella no le había dicho.
El discurso que había dado en el banquete y casi toda la velada era un espacio en blanco en su mente. Incluso apenas recordaba haber comido.
– Pasa -dijo mientras se quitaba la chaqueta del esmoquin.
Randy entró a toda prisa en el dormitorio, pero la sonrisa de su rostro se esfumó cuando Andrew le preguntó cómo le había ido el trabajo.
– Algo ha ido mal, ¿no?
Las miradas de los dos se encontraron.
– Podemos decir que sí.
– ¿Qué ha pasado? ¿Es qué no la has podido encontrar o algo así?
– Algo así.
– ¿No se alegró de verte?
Andrew, recordaba perfectamente la forma en que le brillaron los ojos a Lindsay cuando giró la cabeza y lo descubrió allí.
– Sintió lo mismo que yo.
– ¿Pero?
– Tiene miedo.
– Creía que ya lo había superado -dijo Randy mientras lo ayudaba a desvestirse.
– No quiero decir que tenga miedo de mí. Por alguna razón, tiene aversión a una vida tan destacada públicamente como la mía.
– Supongo que te referirás a los guardaespaldas y todo lo demás.
Andrew se quitó la camisa.
– Eso es parte del asunto. Bueno, ya no importa, Randy, porque no la voy a volver a ver.
– ¿Quieres decir que ni siquiera se va a pensar venir aquí a pasar las vacaciones? ¿Le contaste nuestros planes?
– Ya sé que tú no puedes comprender el que alguien renuncie a la oportunidad de acampar en Hidden Lake -bromeó Andrew mientras colgaba el esmoquin en el armario-, pero parece ser que nuestra sirena prefiere nadar en sus propias aguas.
Randy miró compasivamente a su padre.
– Lo siento, papá. Esperaba que…
– Y yo -respondió Andrew, sorprendido por el dolor que estaba sintiendo-. Pero la chica no está interesada y lo ha dejado muy claro en varias ocasiones. Era parte de nuestras vacaciones soñadas. Ahora ya ha pasado… Escucha, estoy agotado. ¿Y tú?
– Sí. Estoy más que listo para meterme en la cama.
– No tan deprisa -dijo Andrew abrazando a su hijo-. Siempre me siento mejor después de hablar contigo.
– Y yo igual. Si te sirve de consuelo, recuerda que hay otros peces en el mar. Por lo menos eso es lo que me dijiste tú a mí cuando Allison me dejó tirado.
– Es un pobre consuelo, ahora me doy cuenta -respondió Andrew deseando creer en el viejo refrán-. Buenas noches, Randy.
– Te veré por la mañana, papá.
Sabiendo que iba a ser una larga noche, Andrew tomó su portafolio con los datos en los que estaba trabajando. Estaba tratando de reducir el déficit de los presupuestos del estado, su prioridad principal; esa noche atacó las cifras con más vehemencia de la habitual. Pero la concentración le duró menos de un par de minutos, y finalmente se rindió y tiró los papeles al suelo, disgustado.
Después de la muerte de Wendy, se había metido de lleno en el trabajo para olvidarse del dolor. Pero, al parecer, esa cura no le servía ahora. Tal vez porque Lindsay Marshall estaba mucho más viva. Lo único que tenía que hacer era levantar el teléfono para oír su voz.
La tentación le atacó tan fuertemente que se levantó y se metió en la ducha.