Capítulo 4

El hombre estudió su reacción y ya no sonreía.

– ¿Nos sentamos? -le preguntó fríamente.

– Prefiero seguir de pie, si no le importa.

No importaba quien fuera él, le había dado un auténtico susto. Lo único que ella quería era oír su explicación antes de olvidarse de todo el incidente.

– Su instinto tenía razón sobre mí, señorita Marshall. La estaba siguiendo.

Esa admisión la sorprendió y, ridículamente, el corazón se le aceleró de nuevo.

– Y, lo que es peor, le he mentido a la policía.

Ella no había oído en su vida a nadie que pareciera menos arrepentido de hacer algo.

– ¿Quiere decir que sabía que volvería allí esta tarde para practicar?

– Eso es. Investigué un poco y, deliberadamente, me las arreglé para poder mirarla.

En ese momento ella pensó que, tal vez, prefiere las mentiras ladinas que semejante sinceridad.

– No me diga. Es difícil ser un mirón cuando se es el gobernador de un estado, así que tiene que dedicarse a hacerlo bajo el agua.

La sincera risa que se le escapó a él la desarmó por completo, incluso hasta sonrió de mala gana.

– Lo siento. Eso ha sido muy poco educado por mi parte. El señor Herrera me ha asegurado que no tengo nada que temer de usted, pero todavía no he oído su explicación.

La risa se esfumó y la expresión de él se puso seria.

– Ese es el problema, que no tengo ninguna.

Incrédula, ella miró al suelo, incapaz de esconder su evidente agrado.

– Por favor, no juegue conmigo.

– Esto no es un juego, señorita Marshall. La verdad es que ayer me encontré con una sirena y… me encantó.

Lindsay lo miró a los ojos una vez más.

– Estaba tan alucinado que corrí tras ella, esperando tocarla, sólo para ver si era real. Siempre se ha dicho que las sirenas no existen, pero yo tengo una grabada en vídeo para demostrar que ésta sí. Hoy he vuelto al mismo sitio para revivir mi encantamiento, sin sospechar que mi presencia podía asustarla. Cuando la vi luchando para liberar su cola, el encantamiento se volvió un terror paralizante e hice lo que tenía que hacer para permitirle alcanzar la superficie. Con ello le dañé la cola y la dejó allí. Dado que sé que las sirenas necesitan mucho su cola, se la traje, esperando que ella no estuviera demasiado enfadada con un simple mortal que se ha entrometido en su mundo y, por un breve instante, ha vivido su propia fantasía privada.

En ese momento el oficial Ortiz asomó la cabeza por la puerta y los interrumpió.

– ¿Señorita Marshall? Tenemos otra llamada. Si ya han resuelto sus dificultades, tomaré nota y escribiré el informe en comisaría. Si no, el señor Herrera se hará cargo hasta que volvamos.

Lindsay se sintió admirada por el policía por hacer su trabajo cuando estaba segura que lo que pensaba era que ella le había hecho perder el tiempo.

Y, con respecto al Gobernador Cordell, la sinceridad de su confesión la había pillado con la guardia baja y la había dejado tan confusa que ya no sabía qué pensar sobre él o el incidente.

– Me ha dado una buena explicación -dijo en voz baja-. Gracias por venir, oficial. Se lo agradezco mucho.

– De nada, señorita Marshall. Gobernador… Que ambos tengan una agradable estancia en Nassau.

Cuando la puerta se cerró de nuevo, la habitación se transformó en algo claustrofóbico. La dominante presencia del gobernador la hizo tener miedo de una forma que ni siquiera quería saber.

– Sigue teniéndome miedo -dijo él pareciendo leerle la mente-. ¿Por qué llegó inmediatamente a la conclusión de que había algo siniestro en que yo quisiera verla ensayar otra vez? He oído la explicación que le ha dado a la policía, pero quiero comprender las motivaciones que hay detrás.

Entonces ella le contó lo que le había pasado a la madre de su amiga Beth con uno de sus admiradores.

– Incluso llegó a contratar guardaespaldas y agentes de seguridad para que la protegieran de ese demente que la acosaba. Ese es el motivo de mi miedo.

– No me extraña. ¿La policía, atrapó a ese hombre?

Ella negó con la cabeza.

– No. Continuó persiguiéndola durante un año entero. Luego, un día, dejaron de saber de él. No es necesario que le diga que las vidas de Beth y su madre cambiaron para siempre por aquello. Incluso el marido de Vicky no pudo soportar la presión y las dejó en el momento en que más necesitaban de su apoyo. Beth necesitó de ayuda psiquiátrica para superar aquello. La verdad es que siento haber transformado esto en un gran incidente. Don, mi jefe de buceo, dice que, de vez en cuando, los buceadores se ven atrapados en sedales de pesca y que, seguramente, yo me habría enganchado, estuviera usted ahí o no. Gracias por venir en mi rescate. Su rapidez de reflejos seguramente me haya salvado la vida.

Él se puso serio.

– Usted tenía razón antes. Mi presencia la asustó y rompí su concentración. Después de lo que me ha contado no la culparía si le hubiera pegado un tiro a cualquier intruso. Yo soy el culpable de todo el incidente. Pero aun así, me gustaría disculparme y que comprendiera que estaba actuando bajo el embrujo de una sirena en ese momento.

Ella se dio cuenta de que estaba lamentando de verdad haberla asustado. Y sus palabras, combinadas con su irresistible encanto, la hicieron bajar sus defensas y, por primera vez, sonrió de verdad.

– No me creo que esté diciendo esto, pero pienso que estoy encantada por el cumplido. Tal vez eso signifique que el anuncio será lo suficientemente convincente, después de todo. ¿Tiene idea de lo difícil que es imitar a un pez?

– Creo que sí. Cuando usted se marchó, yo corté los sedales para liberarle la cola. Luego me la llevé a casa para ver que se podía hacer para repararla. Cuando Randy y yo la examinamos, ninguno de los dos nos pudimos imaginar cómo logra meterse en ella y, mucho menos, cómo consigue hacer todos esos movimientos. Evidentemente, es usted una nadadora excepcional.

– Digamos que tengo mucha práctica -dijo ella encantada por el detalle de que él se hubiera molestado en rescatar la cola-. ¿Es Randy el jefe de buceo?

– Randy es mi hijo de dieciocho años, que se muere de ganas por conocerla en persona.

Todo lo que él la decía la intrigaba y una creciente curiosidad sobre ese hombre se impuso a su habitual cautela.

– ¿Está aquí de vacaciones con la familia entonces?

– Eso es. Es el primer viaje de placer que Randy y yo nos permitimos desde que mi esposa murió hace tres años.

Ahora que él lo mencionaba, ella recordó haber leído en alguna parte la noticia de la muerte de su esposa.

– Debió ser una temporada trágica para usted -dijo-. Me siento peor que nunca por haber llamado a la policía y haberle interrumpido las vacaciones.

Él levantó una ceja.

– Bueno, no le voy a decir que me gustara ver a los dos policías cuando se acercaron a mi mesa. Me sorprendieron a mí y a mis guardaespaldas, que los interceptaron y les exigieron que se explicaran. He de reconocer que me dejaron anonadado cuando me pidieron que los acompañara aquí porque querían hacerme algunas preguntas sobre una cierta sirena.

Lindsay trató de permanecer seria, pero se le escapó la risa.

– Y, lo que es peor, un periodista debe haber intervenido la llamada que hizo el encargado de seguridad a la policía, ya que vi un flash cuando los seguí llevando su vestido de sirena en brazos. No se veía casi nada, excepto la aleta caudal.

– ¡No lo dirá en serio!

– Me temo que sí. Los periódicos transformarán esto en un escándalo con el que tendré que enfrentarme -dijo él sonriendo de medio lado-. Por cierto, ya tiene el traje de sirena en su habitación.

Lo cierto era que ella sabía muy bien que la prensa podía perfectamente cebarse con un personaje público como un gobernador.

– Lo siento -murmuró.

– No lo haga. He sido yo el que ha creado todo este lío. Es usted la que me preocupa, más ahora que me ha dado la oportunidad de conocer sus miedos. Mientras estábamos esperando a que bajara con el señor Herrera, le di instrucciones a mi gente para que tomaran las medidas necesarias para evitar que su nombre sea publicado, pero no le puedo garantizar nada.

– Se lo agradezco -dijo Lindsay pensando en las posibles consecuencias de aquello. Si sus padres llegaran a enterarse…

– Para su protección contra más mortales curiosos que pudieran caer bajo su hechizo, va a salir siempre de esta habitación con dos guardias armados. Estarán cerca noche y día mientras dure su estancia en las islas y la escoltarán de vuelta hasta California.

– ¡Pero eso no es necesario!

– Me temo que sí. Una vez que el incidente sea del conocimiento público, y lo será en cuestión de pocas horas, todos los locos de los alrededores querrán echarle un vistazo, o algo peor. Cuando eso suceda, le alegrará estar protegida.

Ella lo creyó y se sintió una tonta.

– ¿Significa eso que lo voy a privar a usted de sus guardaespaldas?

– No, yo siempre viajo con personal de seguridad de sobra. Pero los que se queden con usted los pagaré yo, no los contribuyentes, si se lo está preguntando.

Realmente él tenía la enervante habilidad de leerle los pensamientos y ella se ruborizó. También sabía cosas de ella que no le había dicho.

– ¿Cómo ha sabido que yo vivo en California?

– Esperaba que no me lo preguntara. Puedo tener muchos defectos, pero mentir no es uno de ellos. Admito que le he pagado a alguien un poco más de dinero para que me hiciera un trabajo encubierto. Mi jefe de buceo, Pokey, ha sido una buena fuente de información, dado que es buen amigo del tuyo, Don. Antes de que te enfades con él, te diré que no tenía ni idea de que Pokey le estaba preguntando por mí. Dejó que Don se imaginara que era él quien estaba interesado. Ya sé que no soy muy escrupuloso, y mis oponentes políticos no dejan que, ni yo ni los votantes, lo olvidemos cuando estamos en campaña.

Era arrogante, entrometido y con demasiada confianza en sí mismo, pero todo eso sólo se añadía a su atractivo. Lindsay estaba tan impresionada por su inteligencia y carismática personalidad que se había olvidado de todo lo demás, incluyendo lo hambrienta que estaba. Miró su reloj y vio que eran más de las nueve. ¡Llevaban hablando más de una hora!

– Se me ha hecho tarde. Tengo que marcharme.

Él asintió.

– Yo debería haberme llevado a cenar a Randy hace un par de horas, por lo menos. Déme cinco minutos para marcharme del hotel antes y luego haga lo que quiera. Con un poco de suerte, mi marcha desviará la atención de usted.

– Gracias -murmuró ella, extrañamente afectada por su consideración, aunque un poco desinflada por la posibilidad de no volverlo a ver.

Lo que no tenía sentido en absoluto.

– Una cosa más, señorita Marshall -dijo él apoyándose negligentemente en la puerta-. Si quiere la cinta de vídeo, haré que se la lleven a su habitación.

Ella se apartó un mechón de cabello de la mejilla. Ese hombre había hecho todo lo humanamente posible para reducir sus miedos y, lo admiraba por haberse tomado tantas molestias.

– Eso no será necesario. Confío en que será discreto. Además, la mayoría de los vídeos terminan en un armario y nunca más vuelven a ver la luz del día.

– No cuente con ello -le dijo él con los párpados entornados.

Luego abrió la puerta y se marchó.

Lindsay se quedó allí como atontada, consciente de que algo vital había salido de aquella habitación, y tal vez de su vida.

Después de los cinco minutos acordados, salió ella también y se encontró con el jefe de seguridad del hotel y dos hombres robustos de unos treinta y tantos años.

– ¿Ha ido todo bien?

– Sí, gracias, señor Herrera. Le agradezco que me haya ayudado con mi problema, aunque haya resultado un incidente inofensivo.

– Me alegro de que haya terminado bien y que pueda disfrutar del resto de su estancia aquí. Deje que le presente al señor Garvey y al señor Arce; son los hombres que el Gobernador Cordell ha designado para que la protejan.

– Valdrá con que nos llame Jake y Fernando -dijo uno de ellos.

Los dos iban vestidos como los típicos turistas, le dieron las manos cordialmente, pero ella todavía seguía teniendo la impresión de que todo aquello era irreal.

– El gobernador nos ha dicho que no le ha gustado mucho la idea de tener protección -dijo Fernando-, pero si algo sale en los periódicos puede significar un riesgo para usted. Agradecerá tenerla porque nunca se sabe cómo va a reaccionar el público, sobre todo los admiradores locales.

– Eso es cierto -añadió Jake-. El gobernador se siente responsable por implicarla y, delo por seguro, no descansaría hasta saber que está a salvo. No se le ocurra contarle que le hemos dicho esto, pero se le conoce en sus círculos cercanos como un tipo que se preocupa por todo.

Lindsay sonrió. No se le ocurría ningún hombre que le pareciera menos obsesionado por las preocupaciones que el Gobernador Cordell.

– Por razones de seguridad, el gobernador ha hecho que le cambien de habitación y la instalen en la suite de personalidades. Un ascensor privado lleva a ella desde el garaje. Nosotros nos quedaremos en habitaciones contiguas, para asegurar su intimidad y seguridad.

El gobernador se movía a una velocidad que la dejaba sin respiración. Pero no podía aceptar aquello.

– Por favor, transmítanle mi agradecimiento, pero me quedaré en la habitación que tengo ahora.

– Me temo que ya es tarde, señorita Marshall. Sus cosas ya están allí y su antigua habitación está lista para otro huésped. ¿Vamos?

– Le enseñaré el ascensor privado -dijo el señor Herrera.

Lindsay sólo pudo asentir y seguirlo. Ignoró las miradas interesadas de los empleados del hotel.

La suite era de lo más lujoso. Constaba de dos habitaciones, salón, baño y una pequeña cocina. En uno de los sillones del salón estaba su vestido de sirena. Más allá, escondida detrás de un impresionante biombo chino, se veía una gran mesa de comedor con sus sillas.

Fernando le enseñó toda la suite y ella lo siguió como atontada.

– Todo está en orden, señorita Marshall -le dijo cuando terminaron-. Háganos saber si piensa salir del hotel.

– No. Voy a cenar y a meterme en la cama. Tengo que estar lista a las seis y media de la mañana.

– Ya nos hemos puesto en contacto con su jefe de buceo y le hemos informado de todo. El gobernador le ha pedido la cena antes de marcharse y lo único que hay que hacer es llamar a la cocina para que se la suban. Yo se la serviré en la mesa de desayuno. ¿Necesita algo más?

Lindsay miró a su alrededor.

– No. Todo está perfecto. Me están haciendo sentirme como una princesa.

Fernando sonrió.

– El gobernador nos dijo que la tratáramos como si lo fuera. Y, créame, bajo mi punto de vista, no es nada difícil hacerlo. Perdóneme por decir algo tan poco profesional, pero nunca antes había visto un cabello tan hermoso.

– La mayor parte del tiempo es una completa molestia, pero gracias por el cumplido, Fernando.

– De nada. Después de que le haya servido la cena estaré en la habitación de la izquierda. Jake se quedará en la de la derecha. Si tiene algún problema puede llamarnos marcando el uno, cero, uno, uno.

– No creo que vaya a tener ninguno, pero gracias de todas formas.

Sabía que no serviría de nada protestar por lo que a ella le parecía una protección excesiva.

– Nosotros contestaremos a todas las llamadas que tenga. Si son legítimas, se las pasaremos. Usted puede hacer todas las llamadas que quiera, pero recuerde que se las vamos a grabar. Le daremos la cinta cuando vuelva a California.

Un estremecimiento involuntario la recorrió. El poder del gobernador era como un puño de hierro envuelto en un guante de terciopelo.

¿Cómo lo hacía para vivir así diariamente? Lindsay sabía que ella no podría nunca. Le recordaba demasiado a sus dos últimos años en casa de sus padres.

Trató de quitarse de encima esa sensación claustrofóbica y se preparó para meterse en la cama. Había terminado de ponerse la bata cuando sonó el teléfono. Pensó que era Fernando para decirle que ya había llegado la cena.

– ¿Diga?

– ¿Señorita Marshall? -dijo una voz profunda que ya le resultaba conocida.

– ¿Sí, gobernador?

– Llámame Andrew. Eso me ayudará a olvidarme de mis responsabilidades por un rato.

– ¿No te preocupa lo que podrían pensar tus oponentes si oyeran eso? -bromeó.

Él se rió.

– Si Jake y Fernando están haciendo su trabajo, no tengo nada de que preocuparme.

– Se han portado maravillosamente y la suite es preciosa. Gracias por tu generosidad. Pero por favor, no hagas nada más. Sé que lamentas lo que ha pasado, pero me siento mal por haberte molestado de esa forma mientras estabas de vacaciones con tu hijo. Me gustaría hacer algo para compensar todos los inconvenientes que os he causado, pero no puedo. Así que, por favor, no me hagas sentirme más en deuda contigo que lo que ya estoy o me sentiré peor.

– ¿Lo suficiente como para cenar mañana con Randy y conmigo? Puedes venir a casa después de que termines de ensayar. Hemos filmado todas nuestras inmersiones, así que podrás reírte con las peripecias de dos novatos. También puede que te guste ver la cinta que te grabé. Bueno, eso si no estás demasiado ocupada.

La invitación la pilló completamente por sorpresa. Y también le gustó. Pero si pasaba más tiempo en compañía de ese hombre, sabía por instinto que querría cada vez más de él.

– ¿No sientes curiosidad por ver el aspecto de la última sirena? Eso es algo que cualquier ser humano debería ver por lo menos una vez antes de que ella vuelva al mar y desaparezca para siempre.

¿Era esa su forma de decirle que lo que quería era sólo un ligue de vacaciones? ¿Nada más? Ese pensamiento la deprimió y se sintió más confusa que nunca antes.

Medio en serio, le dijo:

– Tal vez desaparezca porque no es una verdadera sirena.

– Me niego a creer eso -le contestó él con una intensidad que la dejó sorprendida-. Pero dejaré que seas tú la que juzgue. Randy y yo iremos a buscarte a las siete y media.

– Estaré practicando hasta las siete, así que no puedo prometer que sea puntual.

– No me importa si no apareces hasta medianoche, con tal de que vengas. Jake y Fernando conocen el camino. Una cosa más. Si no quieres preocuparte mañana, no leas los periódicos. ¿De acuerdo?

– De acuerdo. Gracias por todo, incluyendo la invitación a cenar. Buenas noches, gob… Andrew.

Las manos le temblaban cuando colgó el teléfono. Quiso echarle la culpa al hambre, pero sabía que no era por eso.

Cuando pasó de nuevo por el salón, se detuvo a examinar su vestido de sirena. Alguien había cosido el desgarro que él le había hecho y había reparado también la cremallera.

¿Cómo habría él encontrado a una costurera o un sastre tan rápidamente? Parecía que no había nada que quisiera que no pudiera conseguir. Y eso era exactamente lo que ella se temía…

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