Capítulo 1

Si el tipo que estaba en su oficina no fuera tan condenadamente magnífico ella sería capaz de pensar correctamente. De hecho, era tan increíblemente apuesto que Samantha se le había quedado mirando fijamente, algo sobre lo que le llamó la atención los dedos largos y masculinos que estaban chasqueando delante de su cara.

– Srta. Tremain. -Su voz profunda, aunque suave, estaba llena de exasperación-. ¿Me está escuchando?

– ¿Disculpe? -Ella parpadeó rápidamente.

Él soltó el aire y se sentó delante de su escritorio. Con un tobillo cruzado sobre la rodilla opuesta, expuso a su vista un abultamiento impresionante detrás de los cordones apretados de sus pantalones.

– Animal -susurró ella. El abultamiento se sacudió a modo de respuesta.

– ¿Hum?

Sam tosió sobre la mano mientras su cara ardía.

– Animal, piel animal.

– Sí. Lo es. -Unos brillantes ojos azules destellaron brevemente antes de entrecerrarse-. Me han dicho que usted es la principal experta en antigüedades literarias de esta parte de la galaxia, Srta. Tremain. ¿Es eso cierto o debería buscar ayuda en otra parte?

– Sr. Bronson…

– Rick.

– Oh… -La forma en que dijo su propio nombre, como si fuera una amenaza sensual, la hizo temblar. Y la forma en que estaba vestido, con piel animal y algún material ondeante como camisa, le dejaba la boca seca- ¿Por qué no usa un traje espacial &?

Una ceja oscura se arqueó.

– ¿Quiere hablar de mis ropas? -Él sacudió la cabeza- Ustedes los tipos inteligentes siempre son un poco extraños.

– Mire quién habla -replicó ella picada por su comentario, uno que había oído miles de veces-. Usted es un mercenario del siglo veintitrés que lleva ropas del siglo diecinueve mientras va detrás de un tesoro legendario del siglo veintiuno. ¿No debería estar haciendo alguna otra cosa? ¿Matar por contrato o algo de esa naturaleza?

Tras apartar una guedeja de pelo suelto de su cara, Sam se puso en pie y comenzó a caminar. Mientras no mirara esa cara impresionante podría conservar el sentido. Su pelo oscuro, piel bronceada y ojos como el Océano Laruviano ya eran suficientemente malos. Cuando le añadías unos amplios hombros, caderas estrechas y un abultamiento cubierto por piel de animal, tenía un sueño húmedo viviente sentado justo en su oficina.

Rick Bronson se rió entre dientes y el cálido sonido de diversión hizo que su matriz se contrajera.

– Todo lo que hace un mercenario lo hace por créditos. La caza de tesoros es una caza de créditos.

Bastante fácil de entender.

– ¿Pero por qué este tesoro en particular?

– Vale una fortuna.

– Se rumorea que vale una fortuna. Igual que se rumorea que existe. Lo más probable es que esté malgastando su tiempo. -Se arriesgó a lanzarle una mirada ladeada y su corazón se saltó un latido ante su suave sonrisa-. Parece un tesoro extraño para que lo cace un hombre. ¿Por qué no la Copa Draken? ¿O la Piedra Sariana? ¿Por qué libros electrónicos eróticos?

– Esa es una pregunta tonta. -La curva de sus labios se agudizó-. Sabe cuánto valen esas historias de Romantica &. Desde que el Comité de Censura Conservador logró prohibir el arte y el romance erótico en 2015 son casi imposibles de encontrar. Todos los libros impresos hace mucho que se convirtieron en polvo, pero los libros electrónicos restantes que logran llegar al mercado negro se venden por una fortuna. ¿Puede imaginarse cuánto valdría una base de datos llena de esas historias?

Sam suspiró con deseo.

– Ahora que la prohibición ha sido revocada, el encontrar esas historias no solo devolvería tesoros literarios a la gente, sino que ayudaría a levantar la represión sexual que nos ha sofocado tanto tiempo.

– Parece una mujer que aprecia lo erótico -ronroneó Rick. Se puso en pie y fue hacia ella, con paso lento y lleno de promesas seductoras. La pistola de rayos atada a un muslo y la espada láser atada al otro solo enfatizaban lo peligroso que era. Contra el telón de fondo de su pequeña oficina era aún más intimidante. Y tentador.

Cerniéndose sobre ella alzó una mano para tocar su pelo. Sam podría jurar que sintió ese toque hasta la punta de los pies, y golpeó todas las zonas erógenas hasta llegar abajo.

– ¿Qué es esto? -preguntó él pasando su mano por el apretado moño en la parte superior de su cabeza.

– ¿Hum? -Maldición, también olía bien. Hoy en día los droides hacían todo, volviendo blandos a muchos hombres. Rick era todo dureza. Su mirada bajó.

Sip. Dureza por todas partes.

Él dio un tirón rápido y el pelo cayó sobre sus hombros en un revoltijo salvaje.

– ¡Oiga! -protestó ella e intentó agarrar su mano. Él se movió demasiado rápido y mantuvo su horquilla en lo alto, fuera de su alcance.

– ¿Qué es esto que tenía en el pelo? -repitió él contemplándola.

Ella arrugó la nariz.

– El estilo para mi lector de libros electrónicos.

Los ojos de él se abrieron desmesuradamente.

– ¿Tiene un lector de libros electrónicos que funciona? -Bajó la mano y metió el estilo en el bolsillo.

– Devuélvame eso -espetó ella, mientras se apartaba el pelo de la cara y se lo enroscaba en un rodete-. ¿Sabe lo difícil que es encontrar esas cosas en el mercado negro?

– Sabe que puede operarlo con el dedo -ofreció el amablemente.

Por inocente que fuera la frase, el hecho de que viniera de un hombre con ese aspecto le añadía una dimensión sexual. Sam enrojeció tanto que sintió como si su rostro estuviera en llamas.

– Oh… -Las dos cejas negras se alzaron cuando él se dio cuenta-. Es una bibliotecaria traviesa. Apuesto a que con una colección secreta de libros electrónicos eróticos. Y no le voy a devolver esto. -Él alejó su mano codiciosa-. Se lo pondría de nuevo en el pelo.

– ¡No puedo trabajar con el pelo cayéndome en la cara!

– Y yo no puedo trabajar con todo su pelo remilgado y atado de esa forma. Es molesto -Él se alejó.

– ¿Quién dijo que yo iba a trabajar para usted?

Rick resopló.

– Sobrevive de subvenciones para su investigación. Para conseguir esas subvenciones se ve obligada a dar conferencias y a ofrecer parte de su preciosa colección para exposiciones itinerantes de museos. Oí que perdió a buena parte de su colección de cultura pop en una incursión de piratas de antigüedades hace unos pocos meses.

– Así fue. -Ella suspiró con pena-. Fue terrible. Años de coleccionar y catalogar perdidos. -Sacudiendo la cabeza presionó el botón que abría el cajón de su escritorio. Se deslizó hacia fuera silenciosamente y ella hurgó en los contenidos dispersos.

– Piense en los créditos que recibiría si encontráramos la base de datos perdida. ¿No encuentra el pensamiento tentador?

Tras alzar la vista Sam se le quedó mirando duramente.

– ¿Cuánta sería mi parte exactamente?

– La mitad.

– ¿Me daría la mitad? -Los ojos de ella se entrecerraron con sospecha.

– Seguro. Usted es el cerebro y yo soy el músculo. Seríamos un equipo, por lo tanto debería conseguir tantos créditos como yo.

– Yo podría guardarme el cerebro y alquilar músculo en cualquier lugar. Entonces podría quedarme más de la mitad. ¿Qué tiene que ofrecer a cambio de su parte?

– ¿Qué hay de esto? -Metió la mano bajo la camisa y sacó una cadena que llevaba alrededor del cuello. Colgando de ella había un pequeño chip de datos cilíndrico-. Me dijeron que esta era «la llave», sea lo que sea lo que eso signifique. No pude encontrar ningún detalle sobre cómo usarla, pero encontré un montón de referencias a que se necesitaba una llave para acceder a la base de datos.

– ¿Dónde consiguió eso? -preguntó ella mientras tendía la mano para cogerlo.

Las cejas de él se alzaron de nuevo.

– La gané en una apuesta. El dueño anterior había dejado de tratar de hacer algo con ella. -Cuando él dejó caer de nuevo la cadena dentro del cuello de la camisa Sam pudo vislumbrar una piel cálida y dorada-. Puede examinarla todo lo que quiera si está de acuerdo en ayudarme.

Ella tragó saliva fuertemente y volvió su atención al contenido del cajón.

– ¡Ja! -gritó ella triunfalmente, sosteniendo un broche para el pelo con la mayoría de los dientes rotos y luego lo usó para recoger sus mechones salvajes-. Soy una escarbadora nata.

– ¿Por qué no lo prueba -la retó él- ayudándome? Piense en toda la gente a la que ayudará si conseguimos que esos libros vuelvan al mercado. Además, ¿no le gustaría un poco de aventura?

Aventura. Suponía que sería excitante hacer la investigación de cerca en lugar de a través de imágenes y frases arcaicas en los libros. Pero eso no fue lo que le hizo decidirse.

Fue Rick Bronson quien lo hizo. La perspectiva de pasar más tiempo con él era mucho más excitante que sus estudios o la posibilidad del tesoro. En su línea de trabajo, la mayor parte de los hombres que encontraba eran pedantes y débiles de constitución. Nunca había encontrado a ningún hombre tan descaradamente primitivo como el mercenario que estaba en su oficina. Era, de manera simple, el héroe de un libro electrónico erótico en carne y hueso.

– Soy la oradora principal en la apertura de la RetroCon en Rashier 6 -dijo ella cruzando los brazos sobre el pecho-. Es dentro de un mes. Así que ese es todo el tiempo que tiene. Haga lo que yo digo y cuando yo lo diga y podríamos conseguir algo en esa cantidad limitada de tiempo.

– Ciertamente espero que consigamos algo.

El repentino calor de su mirada hizo que jadeara asustada. ¿Era una insinuación sexual? Se dio una patada mental en el trasero. Rick Bronson no podía estar interesado en ella.

Era baja y algo rechoncha, con pelo castaño oscuro y unos ojos marrones poco atractivos. Nunca había sido la lujuria física lo que había inspirado sus encuentros sexuales. No, habían sido más del tipo de encuentros de: «Oye, estoy cansado de estudiar. ¿Quieres follar?». Como una ocurrencia o simplemente una ruptura de la monotonía. Aunque algunas veces eran más aburridos que la catalogación meticulosa.

Deseaba ser la clase de mujer que los hombres deseaban. Que no daría ella por tener a todo un macho alfa que la abordara y la tomara hasta perder el sentido. Pero esa clase de cosas solo sucedían en los libros electrónicos eróticos, y lamentablemente solo tenía un par de docenas de ellos para que la satisficieran.

– ¿Podemos empezar entonces? -preguntó él rompiendo sus reflexiones.

– Sí, permítame recoger algunas cosas y me encontraré con usted en su nave.

Él asintió.

– ¿Necesita mi ayuda con algo?

Un orgasmo que me hiciera gritar sería agradable.

– Oh, no -dijo ella sonrojándose ante sus propios pensamientos carnales-. Puedo arreglármelas.

Recordatorio: Guardar juguetes sexuales.

Iba a ser un largo mes.


* * *

Rick salió de la oficina llena de libros de Samantha Tremaine y se ajustó los pantalones. ¿Quién iba a saber que le gustarían las bibliotecarias medio tímidas? Él desde luego no. No hasta que había sido ignorado por una bonita morenita.

Perdida en su libro, Samantha había estado allí, mordiéndose una uña y mascullando para sí misma. Él casi había abierto la boca para hacerle saber que no estaba sola, pero estaba condenadamente adorable con su nariz toda arrugada y sus suaves ojos marrones velados por un ceño de concentración. Reacio a molestarla, simplemente la había contemplando en silencio hasta que ella le había notado arrellanado en la puerta. Entonces había vuelto esa estudiosa mirada hacia él, recorriéndolo de la cabeza a los pies y deteniéndose un largo momento en su pene. Él conocía la apreciación sexual cuando la veía y, sorprendentemente, se había excitado por su examen casi científico. Su subsiguiente incapacidad aturdida para hablar había sido muy lisonjera.

Antes de aproximarse a ella Rick había investigado sus áreas de especialidad. Había visto sus fotos, leídos sus teorías y examinado las fotos de sus colecciones en las bases de datos. Nada de eso había sido capaz de expresar a la mujer como era en persona. Había algo en ella, una cualidad indefinible, casi como si anhelara algo.

Al conocer a las mujeres como las conocía, Rick diría que estaba ansiosa por un buen revolcón. Dudaba que la hubieran montado apropiadamente alguna vez.

La mayor parte de los hombres eran tristemente ignorantes de las mujeres como Samantha, y pensaban que les gustaba una mano suave. Tal vez era así con la mayoría. Pero había pistas que le decían que Samantha no era una de ellas.

El pelo por un lado.

Por todos los dioses, esas guedejas de seda color chocolate habían caído de ese tenso rodete y se había puesto al instante duro como una piedra. Lo llevaba así para que no la estorbara, pero no se lo cortaba. ¿Por qué? Apostaría que era porque la hacía sentir sexy. Él podía fácilmente verla desnuda, con esa cascada de pelo oscuro cayendo por su espalda.

Y luego estaba el regalo obvio -su experiencia en el romance erótico antiguo.

Era considerada una de las autoridades principales de la galaxia en la materia. Se preguntaba si algún hombre había sido lo suficientemente listo como para aprovechar al máximo todo ese conocimiento. Demonios, él se ofrecería como sujeto de investigación en cualquier momento.

De hecho, planeaba hacer justo eso.

Después de la forma adorable en que había enrojecido con sus propios pensamientos verdes sabía que ella sería muy traviesa, y la perspectiva de toda la diversión que podía tener con ella todo el mes siguiente era demasiado buena para renunciar a ella. Los dos solos en su nave, con días que pasaban sin nada que hacer además de estar tumbados en la cama y follar como locos. Tenía que palmearse a sí mismo en la espalda por haber venido en busca de Samantha Tremain en lugar del profesor Terrance Milton de la Universidad Tolana. La intención de Rick no había sido el verse envuelto en nada personal, pero reconocía una oportunidad inestimable cuando le saltaba a la cara. Y un gran trasero. También reconocía uno de esos cuando lo veía.

Tarareando en voz baja aceleró el paso.

Iba a ser un gran mes.

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