– ¿Puedes acercar más esa luz? -pidió Sam, obviamente exasperada- La forma en que la sostienes hace difícil que pueda leer esto.
Rick se acercó un paso y se frotó la parte de atrás del cuello con vergüenza. No había estado prestando atención a lo que estaba escrito en la piedra. Había estado inclinando la luz para tener una mejor vista del trasero de Sam mientras avanzaba a gatas sobre el suelo polvoriento. Tenía un bonito trasero, redondeado y ligeramente rellenito, como el resto de su cuerpo. Sabía, tras observar cómo se racionaba los postres, que ella pensaba que estaba demasiado llena, pero él discrepaba completamente. Él era un hombre grande, con un apetito sexual fuerte. Si ella hubiera sido más pequeña habría tenido miedo de hacerla daño. Tal y como era, bellamente curvada, sus muslos almohadillaban sus profundos empujes y sus senos eran lo suficientemente grandes como para llenar sus manos.
Por los dioses, su pene estaba tan duro que dolía terriblemente.
En busca de una distracción echó un vistazo al estrecho túnel de piedra en el que estaban. Habían estado en Simgen durante una semana, pero a Sam solo le había llevado un día encontrar esta cueva.
Ellos eran los primeros visitantes que este lugar había visto en mucho tiempo, y Rick solo podía admirar su habilidad en llegar más lejos que cualquier otro cazador de tesoros en tan poco tiempo.
Ella le había explicado minuciosamente el proceso que había conducido a este descubrimiento, sacando libros, mapas, la llave que él había ganado y notas garabateadas por ella y publicadas por otros. A él le encantaba que quisiera compartir su mente con él, así como su cuerpo exuberante. Por ello había hecho todo lo posible por prestar atención a lo que estaba diciendo, pero entonces ella se había inclinado sobre la mesa y su trasero se había balanceado de un lado a otro mientras ella alcanzaba elementos para explicar su razonamiento.
Incapaz de contenerse él había abierto su bata, la había alzado y había hundido su pene en ella.
Incluso ahora, el recuerdo de ella tumbada entre sus herramientas de investigación, gritando mientras la tomaba, estaba volviéndole loco.
– ¡Maldición, Rick! -se quejó ella- No puedo ver nada.
Abandonó la lucha, se puso de rodillas y dejó la linterna en el suelo. La asió por la cintura y la arrastró encima de él.
– ¡Oh, Sam! -gruñó él mientras sus curvas se acomodaban en su cuerpo- Te quiero.
– Estás loco.
– Por ti, sí.
Ella se rió y le besó en la boca.
– Nunca hacemos nada.
Él rodó poniéndose sobre ella, y tosió por el polvo que se levantó alrededor de ellos.
– Hemos hecho muchas cosas.
– Sí, bueno, pero no mucho que tenga que ver con el tesoro.
Introdujo la mano entre sus piernas y acarició su sexo por encima de su traje.
– ¿Te importa? -murmuró él y bajó los párpados cuando ella jadeó bajo él.
– No si a ti tampoco. ¿Quieres… quieres que volvamos a la nave?
– Ahora no puedo andar.
– ¿Vas a joderme aquí mismo? -preguntó ella jadeantemente y con los ojos dilatados.
Por los dioses, le volvía loco cuando ella hablaba así. Ese exterior de bibliotecaria tímida ocultaba una maniaca sexual. Y la forma en que olía…
– Sí, aquí mismo. Ahora mismo. -No podía esperar. Casi desesperado por estar dentro de ella, agarró el broche de su traje y lo arrastró hacia abajo. En el proceso golpeó el libro que ella había estado usando para traducir. Como siempre, el recordatorio de lo inteligente que era puso su pene incluso más duro.
Además de su fascinación con su figura apreciaba su mente. Como quería conocerla, Rick trataba de no arrastrarla a la cama más de una vez cada dos horas. Sin embargo, Sam no podía pasar tanto tiempo sin sus manos sobre ella. Ella lo había seguido un par de veces y había bromeado para que la tomara. Era casi como si temiera que él perdiera el interés si no estaba follándola constantemente. El hecho era que a veces lamentaba el no estar un poco menos interesado. No podía dejar de pensar en ella.
Bajó la cabeza y capturó sus labios en un beso profundo y penetrante. Su suave gemido y su abrazo acogedor le hicieron estremecerse. Ella siempre estaba lista para él, siempre acogedora.
– ¿Sam?
Rick alzó la cabeza ante la voz extraña y frunció el ceño.
– ¿Quién demonios es ese?
– ¿Sam? ¿Estás aquí?
Ella se le quedó mirando mientras parpadeaba.
– Parece Curt.
– ¿Quién cojones es Curt?
– Es profesor en la Universidad Jaciana.
– ¡Oh! -Ligeramente apaciguado por el título de «profesor», que significaba viejo y aburrido, Rick se retiró con un gemido frustrado.
– ¿Qué está haciendo en nuestra cueva?
– No tengo ni idea -dijo ella empujándole de los hombros-. Pero probablemente deberías retirarte de mí.
– Supongo -dijo él de mala gana.
Justo entonces una brillante luz giró una esquina y pudo ver claramente al profesor que había interrumpido su diversión.
– ¿Ese es el profesor? -dijo como si mordiera.
– Ah -dijo Curt con una mirada lasciva-. ¿Todavía te gusta divertirte un poco en el trabajo, eh, Sam?
El profesor era joven, esbelto y apuesto, si te gustaban los dioses dorados. Y si a Sam le gustaban Rick estaba en problemas, porque él era de los mercenarios oscuros y pesados.
– Sí, le gusta, y está interrumpiendo -gruñó él.
Curt alzó su mano libre en un gesto defensivo.
– No pretendía estorbar. En serio. Solo quería ver si podíamos hablar de una sociedad.
– Escuche. -Rick se puso en pie y alzó a Sam. Él abrochó de nuevo el traje de ella hasta la garganta-. ¿Por qué no me dice qué está haciendo en nuestra cueva antes de que empiece a tratar de negociar sin tener nada?
– Tengo mucho, confíe en mí. -Curt volvió su atención a Sam-. Uno de mis estudiantes de antropología encontró parte de una nota interna que se escribió la semana que la base de datos falló. Estaba estropeada, pero con un poco de codos conseguimos sacar algo de ella.
Sam alzó la vista de los pantalones a los que estaba quitando el polvo.
– ¿Por qué compartirlo conmigo? ¿Por qué no simplemente hacerlo tú solo?
– Sabes por qué -dijo él con un tono de voz demasiado íntimo-. Tú eres mucho mejor en investigación forense que yo.
– ¿Y a cambio? -Ella arqueó una ceja.
– Quiero el treinta y tres por ciento.
– No joda -ladró Rick. La mano de Sam en su brazo no le hizo sentirse mejor. Solo le enfadó más. Ella no podía estar considerando la propuesta de este tipo…
Curt se encogió de hombros.
– Como veáis. Os veré en Rashier 6 en tres semanas. Quizá hayáis cambiado de opinión para entonces.
Rick apretó los puños. El pensamiento de ese tipo con Sam después de que su mes hubiera acabado le hizo hervir la sangre.
– ¿Le importaría decirme cómo nos encontró?
– Los expertos en antigüedades literarias formamos un grupo muy pequeño -dijo Curt con suficiencia-. Las voces se corren rápido en nuestra comunidad.
– Lo que está tratando de decir es que ha estado espiándome -corrigió Sam secamente.
– Sé amable, Sam -la regañó Curt-. Déjame enviarte por correo electrónico una pequeña muestra del texto recuperado, lo justo para que veas que no trato de engañarte. Si terminas por querer lo que yo tengo, sabes dónde encontrarme.
– De acuerdo -suspiró ella-. Le echaré un vistazo. Pero no te prometo nada. Esto no constituye ningún acuerdo.
Asintiendo con satisfacción el profesor les dejó.
– Por favor, dime que no te lo tiraste -murmuró Rick mientras la estudiaba.
Sam se sonrojó hasta la raíz del pelo.
– Tienes que estar tomándome el pelo. -¿Qué vio ella en un tipo como ese? Entonces el estómago le dio un vuelco. ¿Todavía te gusta divertirte un poco en el trabajo, eh, Sam? Ella había escrito esos papeles sobre cómo los orgasmos aumentaban la agudeza mental. ¿Era eso todo lo que él significaba para ella? ¿Una recarga para su cerebro?
– No me mires de esa forma. -Ella cruzó los brazos-. Tú tampoco eras virgen cuando te encontré.
– Sí, bueno, al menos yo no uso a la gente para ampliar mi investigación.
– ¿Qué se supone que significa eso?
– Significa que mi polla no es una batería para tu cerebro.
Sam dio un paso atrás, con los ojos dilatados y llenos de confusión.
La mandíbula de él se apretó.
– Niégalo.
– No sé qué mosca te ha picado.
– Yo sé qué mosca te ha picado a ti -dijo él lascivamente-, ¿pero quizá una polla es tan buena como otra para la agudeza mental?
– Que te jodan. -Ella giró sobre sus talones y se alejó.
Sam intentó no llorar mientras preparaba su equipaje, pero era una batalla perdida. Cada vez que recogía un libro, la imagen de la estantería de los libros históricos hacía que le doliera la garganta.
Recordó estar sentada en el regazo de Rick, con su cabeza descansando en el hombro de él mientras escuchaba las explicaciones de su amor por tales cosas.
– Me gustan los consuelos táctiles -había dicho él-. La sensación de la seda y el terciopelo, los satenes y el encaje. Me gusta el calor de la madera y el brillo de la luz de la vela. El metal es demasiado frío y estéril para mis gustos. -Él había besado su frente y había susurrado-: Me gusta especialmente la sensación de tu piel. Es mi consuelo favorito en este momento.
Su corazón se había derretido. Para ser un tipo tan grande y duro, podía ser notablemente dulce y sensible.
Y un imbécil.
Ella se sorbió la nariz y tomó otro volumen. No había pasado ni una sola noche en esta habitación. Cada noche había dormido con Rick -cálida y contenta en sus brazos.
– ¿Te vas? -preguntó él desde el umbral, e hizo que diera un bote por la sorpresa. Ella no se giró.
– Dejé algunos papeles para ti en la biblioteca. Te dirán todo lo que necesitas saber. Si tienes algún problema, hay bastantes expertos que pueden echarte una mano.
Él se quedó quieto durante un largo momento contemplándola.
– ¿Cómo te vas a casa? -preguntó él controladamente- ¿Con el profesor?
– No. -Ella metió bruscamente el libro en la bolsa-. Le dije que usara sus propios codos. De cualquier modo, esa fue siempre mi intención. Simplemente sentía curiosidad por lo que tenía o se lo habría escupido en la cueva.
– ¿Y te vas a ir sin más? ¿Qué hay de los libros electrónicos?
El hecho de que los libros electrónicos fueran en realidad la única razón de que hubieran estado juntos hizo que se le cerrara la garganta.
– Puedes enviarme mi parte. Ahora solo vete, Rick. No digas nada que me haga lamentar lo que ha pasado entre nosotros, ¿vale? Solo déjalo estar.
Él entró en su cuarto y la puerta se deslizó hasta cerrarse detrás de él.
– ¿Qué sucedió entre nosotros?
– Aparentemente abusé de tu hospitalidad. -Ella se encogió de hombros e hizo un esfuerzo por ocultar su cara llorosa, pero su voz se rompió un poco. Solo esperaba que él simulara no notarlo.
– Si eso fuera cierto -dijo él suavemente-, no me estaría desgarrando el que tú te fueras.
Ella se quedó rígida.
– No debería haberte hablado en la forma en que lo hice, Sam. Admito francamente que soy un estúpido.
Él se paró directamente detrás de ella, haciendo que cada terminación nerviosa de su cuerpo llameara con conciencia y calor sensual. Ella inhaló profundamente y la inundó el aroma de su piel -piel a la que había besado y tocado cada centímetro. Ella se puso caliente, su sexo se humedeció.
– Soy basto y tengo tendencia a jurar -murmuró él en un profundo rumor que hizo que le dolieran los pezones-. No soy ni de lejos tan inteligente como tú y pierdo los estribos demasiado fácilmente. No hay absolutamente ninguna razón para que me des siquiera la hora. Pero has hecho más que eso, y esta semana ha sido la mejor de mi vida.
Sam oyó el remordimiento en el tono de Rick, y se dijo que realmente necesitaba irse a casa antes de que se hundiera más profundamente. Si se iba ahora, estaría bien de nuevo en una semana o dos.
O en varias. Si se quedaba más tal vez nunca dejaría de echarle de menos, y tenía que dejarlo.
– Me puse celoso.
Su declaración en tono de queja la sobresaltó lo suficiente como para girarse.
– ¿De Curt? -Ella alzó la vista para mirar al hombre más apuesto que había visto nunca y notó una vulnerabilidad cautelosa en sus ojos que le hizo difícil respirar- ¿Por qué demonios estarías celoso de él?
Rick encogió tímidamente sus anchos hombros.
– Es inteligente, se especializa en lo mismo que tú, no está mal, es…
Sam se rió por lo de «no está mal». Curt era apuesto, no había duda. Pero…
– Él nunca hizo que me corriera.
Rick parpadeó.
– ¿Huh?
– Él nunca me dio un orgasmo.
Él se quedó mirándola boquiabierto.
– ¿Nunca?
– Bueno, solo lo hicimos un par de veces, pero sí nunca. -Ella se dio en la barbilla con el dedo y simuló pensar en ello-. Podría ser porque su pene era terriblemente pequeño. Y honestamente, no sabía cómo usarlo.
Conteniendo una risa Rick atrapó la cara de ella en sus manos.
– Me alegro de que sea un amante pésimo y siento haber sido un tonto. Te compensaré si te quedas.
– ¿Con tu gran pene y con un orgasmo?
Sus labios se torcieron con humor reprimido.
– Estás matándome. Sí, con mi gran pene y mis manos y mi boca, que se desharán en disculpas hasta que me creas. No tengo excusa, simplemente la cagué y no te merezco. Estoy preparado para suplicarte que te quedes.
– De acuerdo, todo eso suena bien, ¿pero que hay de los orgasmos? -Ella jadeó cuando él se arrodilló-. Pensé que estabas bromeando sobre lo de suplicar.
Esto no podía pasar de ninguna manera. Los macizos no se arrastraban a sus pies.
Pero es que él no estaba arrastrándose. Estaba acariciando su sexo con la boca a través de su traje espacial. El calor de su aliento quemaba hasta su piel y ella tembló de anhelo por su habilidosa lengua.
– ¿Rick?
– ¿Hum…?
– ¿Esto es la disculpa o el orgasmo?
– Ambos.
Él la arrastró al suelo y se disculpó apropiadamente.