– Toma un poco más de té -dijo Lina.
Kayleen arrugó la nariz. La infusión sabía fatal y olía a alfombra cocida, pero su amiga le había asegurado que la tranquilizaría.
Dio un sorbo y dejó la tacita en la mesa.
– ¿Estás mejor?
Kayleen asintió porque era lo que Lina esperaba, pero no se sentía mejor en modo alguno. No dejaba de dar vueltas al asunto.
Lina suspiró.
– Sé que todavía te estás castigando, Kayleen. Tienes que olvidarlo y seguir adelante… Los hombres como mi sobrino están acostumbrados a seducir a las mujeres.
– No es eso, Lina. Es que…
– Es que eso no hace que te sientas mejor -la interrumpió-. Lo comprendo.
– Me siento tan estúpida, tan falta de experiencia…
– Bueno, ahora tienes más experiencia que antes.
Kayleen sonrió a su pesar.
– Eso es verdad. La próxima vez, me resistiré.
– Kayleen, sé que mi sobrino ha sido sincero al pedirte que te cases con él. Entiendo que estés confusa, pero no lo rechaces.
– No me ha pedido que me case con él; practicaje me lo ha ordenado. Sé que es de tu familia y que lo quieres mucho, pero eso es inadmisible. Asad están…
– ¿Mandón?
– Sí, entre otras cosas.
Lina sonrió.
– Los príncipes suelen comportarse de esa forma -explicó-. Asad ha manejado mal la situación y ha destruido tus fantasías románticas al mismo tiempo.
– Yo no tengo fantasías románticas.
– Venga ya…
Kayleen nunca se había planteado la posibilidad de casarse y formar una familia. Pero tuvo que admitir que si Asad le hubiera propuesto el matrimonio con un ramo de flores y a la luz de unas velas, su respuesta habría sido diferente.
– Bueno, tal vez tengas razón. Pero de todas formas, creo que tengo derecho a algo más que unas cuantas instrucciones y la orden de que le esté agradecida.
– ¿Tan mal lo ha hecho? -preguntó, asombrada.
– Peor. Lo único bueno es que le he cerrado la puerta del cuarto de baño en las narices. Seguro que eso no se lo hacen muy a menudo…
– No, desde luego que no.
– ¿Está muy enfadado?
– Más confuso que enfadado. Desde su punto de vista, hizo una cosa buena… no entiende que reaccionaras de ese modo.
– Le enviaré una nota de agradecimiento más tarde -ironizó.
– Kayleen, el mundo de Asad no se parece al del resto de la gente. Le han enseñado a dedicar su vida al país y a dar por sentado que ser príncipe le da ciertos privilegios. Cuando era niño, ni siquiera podía estar seguro de qué compañeros lo apreciaban sinceramente y cuáles buscaban su amistad por interés. Cometió muchos errores, pero al final aprendió en quién podía confiar.
– Bueno, por lo menos tenía a sus hermanos…
– Sí, y eso lo ayudó. Pero después empezó sus relaciones con las mujeres y se encontró con un problema parecido, porque la mayoría sólo lo querían por su poder y por su dinero. Harían cualquier cosa por acostarse con él.
Kayleen se ruborizó.
– Como yo.
– No, no como tú. Tú no buscas eso ni le has engañado… Sólo estoy diciendo que la vida de Asad es diferente. Tienes que valorar sus circunstancias. Sé que su oferta de matrimonio es sincera; lo ha presentado de la peor manera posible porque su padre le enseñó que las emociones vuelven débil al hombre, e intenta evitarlas -declaró la princesa-. Pero dime la verdad: ¿no te tienta la posibilidad de casarte con él?
Kayleen lo pensó antes de contestar.
– Sí, me tienta -confesó-. Casarme con Asad solucionaría muchos problemas, empezando por las niñas. Pero no estoy enamorada.
– Los matrimonios por conveniencia son una tradición muy antigua en las familias reales…
– Pero yo no encajo en su mundo. Él es un príncipe.
– Oh, vamos, las cosas han cambiado. En la actualidad, un príncipe puede casarse con quien desee. Y aunque tú no pertenezcas a la aristocracia, tienes virtudes como el honor, la inteligencia y la amabilidad que te hacen perfectamente capaz para el cargo.
– Gracias por el cumplido -susurró.
– Deberías considerar otras cuestiones. Como esposa de un príncipe, podrías hacer el bien a gran escala… aquí y en el resto del mundo. Podrías dedicarte a causas nobles, suponiendo que te quede tiempo libre cuando tengas hijos con Asad.
Kayleen miró a su amiga.
– Permíteme que use un poquito de esa inteligencia que me presupones y te diga que tengo la sensación de que me estás manipulando.
Lina sonrió.
– Sí, tal vez un poquito, pero no tanto como podría. Si quisiera convencerte contra tu voluntad, te diría que Asad te necesita. Necesita estar con alguien que lo ame incondicionalmente y que le enseñe la importancia de amar.
– Pero yo no lo amo.
– Es posible, aunque no estoy muy convencida. Te conozco, Kayleen. No te habrías entregado tan fácilmente a él si no sintieras algo -afirmó-. Sé que todo el mundo merece que lo amen. Pero si le concedes el tiempo suficiente, Asad se enamorará de ti.
A Kayleen, la idea de ser amada le pareció más extraña que la de ser princesa. Sin embargo, se preguntó si Lina estaba en lo cierto al insinuar que albergaba sentimientos profundos hacia Asad y que él la necesitaba.
– ¿En qué estás pensando? -preguntó Lina.
– En que no sé qué hacer.
– Entonces, conozco un lugar donde podrás empezar a averiguarlo.
Kayleen se obligó a entrar en las oficinas de Asad. Era lo correcto. Sabía que el príncipe sólo había intentado ayudarla cuando se presentó en la suite y le pidió, el matrimonio, y ella se había comportado tan mal él que ahora se avergonzaba. Le había cerrado una puerta en las narices, metafórica y literalmente. Dudaba que ardiera en deseos de verla.
Neil, el secretario del príncipe, no intentó detenerla. Eso parecía una buena señal.
– ¿Está disponible? -preguntó.
– Tal vez. Espera un momento.
Neil pulsó un botón del intercomunicador e informó a Asad. Pasaron unos segundos antes de que el secretario dijera:
– Adelante.
Kayleen asintió y abrió la puerta del despacho.
El príncipe se levantó al verla. Como de costumbre, llevaba un traje; pero todo lo demás le pareció distinto.
Quizás fuera porque ahora se conocían en sentido íntimo. Porque lo había visto desnudo, porque lo había besado, porque lo había acariciado, porque había escuchado sus gemidos de placer, porque ahora era consciente del placer que podían darse el uno al otro.
Definitivamente, las cosas habían cambiado.
– Kayleen…
– Lo siento, Asad. Viniste a mí de buena fe y me hiciste una oferta generosa. Sé que tus intenciones eran buenas y que no me porté bien contigo. Sólo querías hacer lo correcto.
– Es verdad, pero también es culpa mía. Podría haberlo planteado de otra forma, con otras palabras, y fui demasiado…
– ¿Imperioso?
– Bueno, no es la palabra que yo hubiera elegido.
– Pero encaja perfectamente.
Asad entrecerró un poco los ojos.
– Creo que tu disculpa carece de humildad…
– La humildad nunca ha sido mi fuerte -confesó-. Es otro de mis defectos.
– Sin embargo, tus virtudes son muchas. Debí decírtelo el otro día.
Kayleen se preguntó si siempre había sido tan guapo. Sus rasgos tenían un equilibrio perfecto, y la visión de su boca bastaba para que deseara besarlo una y otra vez.
Sintió tal debilidad en las piernas que creyó que se iba a caer. Por fortuna, Asad la tomó del brazo y la llevó al sofá, donde se sentaron.
– No quiero que te encierres tras los muros de un convento, Kayleen. En mi arrogancia, tomé una decisión que te correspondía a ti. Elegí seducirte para que no pudieras volver. Me equivoqué y te pido disculpas por ello.
– ¿Te acostaste conmigo a propósito? -preguntó, asombrada-. ¿No te dejaste llevar por el momento, como yo?
– Yo no diría exactamente que me dejara llevar, sino que tú me hechizaste.
– Lo dudo mucho.
El príncipe le puso una mano bajo la barbilla y la obligó a mirarlo.
– Te aseguro que mi deseo sigue tan vivo como siempre.
Kayleen contempló sus ojos oscuros y supo que decía la verdad.
– Te robé la elección. Decidí por ti y eso está mal -continuó.
– Bueno, una disculpa es suficiente -murmuró.
– No, no lo es.
– Incluso así, el matrimonio es un castigo demasiado grave para una falta tan pequeña.
Él sonrió levemente.
– Me has malinterpretado. He dicho que cometí un error al elegir por ti, no que me equivocara cuando te elegí a ti.
– No te entiendo…
– Kayleen, necesito una esposa. Necesito una persona que sepa amar y que adora a las niñas, a mi pueblo y a El Deharia. Necesito una mujer que sea capaz de luchar por causas más justas que la última moda o cuántas joyas posee. Una mujer a quien yo respete que esté a mi lado y que me apoye. Te necesito.
– Pero yo…
– ¿Es que dudas de mi sinceridad? No puedo prometer que sea el mejor de los maridos, pero intentaré ser todo lo que tú desees. Te necesito, Kayleen. Te necesito a ti, sólo a ti -insistió.
– No puedo ser princesa -balbuceó ella, sin pensar-. Ni siquiera sé quién es mi padre. ¿Qué pasaría si resulta estar vivo y en la cárcel, o algo peor? Y de mi madre ya te he hablado… me abandonó, al igual que mi abuela. No sabemos si hay algo oscuro en mi pasado.
– No lo hay, no puede haberlo. Te conozco y eso basta para mí -dijo, besándole la mano-. Conozco tu carácter y sé que eres más de lo que podría desear… si fueras mi esposa, me sentiría muy orgulloso. Cásate conmigo, Kayleen. Cásate conmigo y sé la madre de mis hijas. Seremos una familia… Ellas y yo te necesitamos.
Los ojos de Kayleen se llenaron de lágrimas. Sólo había una repuesta posible para su petición.
– Sí -susurró-. Sí, me casaré contigo.
– Gracias…
Asad se inclinó sobre ella y la besó. Kayleen quiso besarlo a su vez, pero el príncipe rompió el contacto al sacar algo del bolsillo y ponérselo en un dedo. Era un enorme anillo de diamantes.
– ¿Te gusta?
– No sé si estaré a la altura de tanta belleza -admitió-. Creo que este anillo es demasiado… petulante para mí. Tengo miedo de que se dedique a insultarme a mis espaldas…
Asad rió.
– ¿Lo ves? Por eso me gustas tanto…
– Ya en serio, Asad… tengo dos pares de pendientes, un collar y un reloj. No creo que pueda llevar algo así.
– ¿Y si te digo que lo he elegido específicamente para ti? El diamante central perteneció a un antepasado mío, a una reina famosa por su carácter fuerte y porque gobernó y amó a su marido con amor y sabiduría. Todo el mundo la admiraba. Vivió muchos años y tuvo muchos nietos. Creo que tú le habrías gustado mucho.
Mientras hablaba, el anillo pareció brillar con más fuerza. Y los miedos de Kayleen desaparecieron. Ahora ya sabía que estaba donde debía estar.
Aquella noche, cuando terminó de trabajar, Asad entró en la suite de Kayleen. Las niñas y ella ya lo estaban esperando, aunque las pequeñas todavía no conocían el motivo de su visita.
Dana y Nadine estaban haciendo los deberes y Pepper se había sentado en el regazo de su prometida. Asad las miró durante unos segundos y pensó que ahora eran su familia, su responsabilidad.
Nunca había pensado en el matrimonio, y tampoco que se llegaría a casar con una mujer como Kayleen. Pero estaba seguro de haber tomado la decisión correcta. Sería perfecta para él.
– Ah, ya estás aquí… -dijo ella.
– En efecto.
Kayleen dejó a Pepper en el sofá y se levantó, aunque no supo cómo saludarlo. Asad notó su incertidumbre acercó a ella y la besó. Las niñas se pusieron a murmurar; no estaban acostumbradas a esa clase de demostraciones de afecto y naturalmente despertó su interés.
– Tenemos algo que deciros -anunció el príncipe.
Las niñas los miraron con temor.
– Es algo bueno… -dijo Kayleen.
– Nos vamos a casar -anunció Asad-. Todavía no se ha anunciado oficialmente y debo pediros que guardéis el secreto, pero queríamos que lo supierais antes que nadie.
– ¿Y qué pasará con nosotras? -preguntó Dana, preocupada.
Kayleen se arrodilló a su lado.
– Os quedaréis aquí, a nuestro lado. Yo seré vuestra madre y éste será vuestro hogar para siempre -afirmó.
Nadine y Pepper corrieron a abrazarla. Dana miró a Asad, le sonrió de oreja a oreja y dijo:
– Lo estaba esperando. Supuse que te darías cuenta de que estabas enamorado de Kayleen porque la miras como papá miraba a mamá…
Asad se preguntó si verdaderamente estaría enamorado de Kayleen, pero rechazó la idea de inmediato. Era una idea absurda, sin sentido.
– ¿Tienes un anillo de compromiso? -preguntó la niña.
Ella se lo enseñó.
– Vaya, sí que es grande… -dijo Pepper-. ¿Pesa mucho?
– Me estoy acostumbrando a él…
Kayleen se incorporó y las niñas corrieron hacia su padre adoptivo.
– Ahora que voy a ser una princesa, necesitaré una corona… -comentó Pepper.
– No, las princesas llevan diademas, no coronas…
– Pues una de ésas… ¿Y eso quiere decir que la próxima vez que pegue a un niño malo no me castigarán?
– Pegar a la gente no es buena idea -le recordó Kayleen.
Pepper suspiró y miró a Asad.
– Pero tú eres un príncipe. ¿No podrías cambiar esa norma?
– Bueno, veré lo que puedo hacer -respondió con una sonrisa.
– Eh, no la animes… -protestó Kayleen.
Asad miró a las niñas y pensó que era capaz de hacer cualquier cosa para que fueran felices y estuvieran a salvo.
Después, sintió una punzada extraña en el pecho. Era una sensación nueva, que no reconocía y que desestimó de inmediato. Pero estaba allí.
Fayza Saint John llegó a la mañana siguiente, justo a tiempo de asistir a su reunión con Kayleen. Era una veterana del departamento de protocolo, donde llevaba quince años, y se lo hizo saber en cuanto empezaron a hablar.
– Yo me encargaré de organizar la boda -le informó.
Kayleen la miró y pensó que todo en ella era delgado: su cuerpo, su cara, sus piernas y hasta su pelo. Vestía de forma muy elegante, aunque un poco agresiva, y supo que ya se habría dado cuenta de que la ropa que ella llevaba era barata y de poca calidad.
– Usted será nuestra primera novia en muchos años -continuó Fayza-. La princesa Lina fue la última por supuesto… pero sabíamos que este momento llegaría hemos estado haciendo preparativos por adelantado Comprendo que tendrá que tomar algunas decisiones en persona, pero casi todos los detalles de la boda se decidirán en mi despacho. Tenga en cuenta que no sólo será el día más feliz de su vida, sino también una cuestión de Estado. ¿Alguna pregunta?
Kayleen sacudió la cabeza.
– Obviamente, no podemos empezar a trabajar en serio sin saber el día de la boda. El rey ha dejado caer la posibilidad de que sea en primavera.
– Ya veo.
– Se podría anunciar oficialmente después de las navidades.
– Me parece bien.
– Así tendremos tiempo suficiente, aunque créame, no nos va sobrar. Empezará a trabajar inmediatamente con mi equipo. Es importante que aprenda las tradiciones y la cultura de El Deharia… tendrá que recibir clases de lengua, etiqueta, relaciones institucionales y otras muchas cosas que no se me ocurren ahora. Ah, y necesito que me haga una lista con sus invitados para la celebración. Supongo que querrá invitar a su familia…
– ¿No podríamos tener una boda sencilla e íntima?
Fayza rió.
– Asad es un príncipe, querida. Y el primero de los hijos del rey que se casa. Me temo que van a salir en la portada de todos los periódicos del mundo.
– ¿Y si yo no quiero?
– Lo siento, pero será el acontecimiento social de la temporada. De todas formas, intentaremos que la cantidad de invitados no se nos vaya de las manos. Más de quinientos sería una pesadilla.
– Quinientos… -repitió.
Kayleen caminó hasta el balcón para tomar aire. No había pensado en las implicaciones prácticas de casarse con Asad. Pero si iba a ser su esposa, tendría que acostumbrarse.
– Bien, ¿qué me dice de su familia? ¿Cuántas personas serán?
– No estoy segura de tener familia.
– En tal caso, lo arreglaremos más tarde. De momento, tendrá que tener más cuidado cuando salga de Palacio. Debe ir siempre en compañía, preferiblemente del príncipe Asad o de la princesa Lina. Si ninguno de ellos está disponible, le pondremos un guardaespaldas personal. Ya tiene uno en el coche que llevará a las niñas al colegio… Ah, y no se permite que esté a solas con ningún hombre que no sea de Palacio. Ni siquiera los amigos. Sólo con hermanos y tal vez primos, en su caso.
– Eso no será un problema.
– No haremos el anuncio oficial hasta dentro de unos meses. Dudo que la prensa se entere antes, pero es conveniente que no lleve el anillo de compromiso fuera de Palacio. Compórtese con naturalidad y no llame la atención.
Kayleen asintió, pero ya no estaba escuchando. Miró la jaula del jardín, donde estaban las palomas que había soltado unos días antes y vio que ya habían vuelto. La puerta estaba abierta, pero no intentaban huir.
Recordó las palabras del rey y se dijo que no podían escapar a su destino. Estaban atrapadas. Como ella.