Capítulo 6

La había encontrado aquel mismo día, en un banco desde el que se dominaba el puerto y hablaron. Pero, al final, ella no pudo creer que nada había cambiado entre ellos. Chase acabó llevándola, a ella y a su equipaje, a casa de su hermana.

Natalie se asombraba de que él no se diera cuenta de que todo había cambiado. Ella había depositado su confianza en el destino, en el sueño en que los dos habían creído. Había dejado a un lado el sentido común y la lógica, dos rasgos de su carácter en los que se había apoyado desde siempre. Natalie Hillyard no corría riesgos, no actuaba impetuosa ni irracionalmente. Y, por supuesto, no se enamoraba de un hombre al que apenas conocía.

Natalie contempló por la ventana de su oficina las luces nocturnas de la ciudad bajo una llovizna monótona. Allí la había llevado su impetuosidad. No tenía a Edward y no quería saber nada de Chase. De nuevo estaba sola, abandonada, exactamente igual que veinte años antes, más lejos que nunca de encontrar la seguridad y la familia que siempre había anhelado.

La había encontrado, brevemente, con Edward, sólo que ella no lo amaba. Y la había vuelto a encontrar con Chase, sólo que no había confiado en él.

Cerró sus ojos cansados y se masajeó la frente. Esperaba poder ocupar su mente con trabajo, pero sus pensamientos volvían a Chase y a la sombra de duda que había visto en sus ojos, a sus inquietos intentos de calmar sus temores. Si él no estaba seguro, ¿cómo quería que lo estuviera ella?

Suspiró frustrada y fue a ponerse el abrigo. Aunque no quería volver a la diminuta casa de Lydia, a las miradas de curiosidad y los comentarios de su hermana, tampoco podía quedarse más tiempo en la oficina. Apagó la luz y cruzó el vestíbulo oscuro hacia el ascensor.

– Trabajas mucho.

Natalie se sobresaltó y tuvo que llevarse la mano al pecho. Una anciana se sentaba recatadamente en una de las sillas de espera. Se levantó despacio, apoyándose pesadamente en el bastón y entonces levantó una mano.

– Siento haberte asustado -dijo con un acento que a Natalie no le resultaba familiar-. Pero necesitaba hablar contigo.

Natalie miró a su alrededor, preguntándose cómo había conseguido llegar allí aquella mujer.

– La verdad es que ya me iba a casa. Si tiene algo que tratar con la empresa, puede concertar una cita durante las horas de trabajo.

– He venido para verte a ti, señorita Hillyard.

– ¿Cómo conoce mi nombre?

– Soy Antonia Donnelly, aunque quizá hayas oído hablar de Nana Tonya.

Natalie ahogó una exclamación. Antonia Donnelly era la mayor accionista del clan. Nana Tonya, la abuela de sangre gitana de Chase. Hasta eses momento, Natalie no se había dado cuenta de que se trataba de la misma persona.

– Señora Donnelly, es un placer conocerla. ¿Qué puedo hacer por usted?

– Esperaba que tuviéramos la oportunidad de hablar, mi coche espera abajo. ¿Puedo llevarla a su casa?

– Por supuesto. Ahora estoy con mi hermana -dijo mientras entraban en el ascensor-. Vive cerca de la universidad. No está lejos de aquí.

– En este ascensor fue donde conociste a Chase, ¿verdad?

Natalie la miró asombrada de sus poderes psíquicos. Antonia se echó a reír.

– No me mires así. Chase me lo ha contado. Sólo hay otro ascensor más, tenía un cincuenta por ciento de posibilidades.

– Chase me dicho que usted… tenía visiones.

– ¡Hum! Yo le dije que soñaría con la mujer con quien iba a casarse y él soñó contigo. Ahora tú eres desgraciada.

– Chase ya había visto mi foto, por eso soñó conmigo. No hay nada mágico en eso.

– Eso no tiene importancia -dijo Antonia-. Lo importante es que soñó contigo, mi visión sigue siendo acertada. Mira, raramente me equivoco.

– ¿Raramente?

La anciana le dio unas palmaditas en el brazo.

– Con las elecciones presidenciales y las finales de fútbol, perece que no les pillo el tranquillo. Pero soy bastante buena con los caballos, según dice mi nieto.

El guardia de seguridad las saludó en el vestíbulo de la planta baja. Fuera, el chofer las esperaba con el paraguas preparado para llevarlas al coche.

– Ven -dijo Antonia-. Te llevaré donde tú digas. Pero antes vamos a tomar un té.

Cuando el coche arrancó, Antonia comenzó a quitarse los guantes.

– Estaba deseando hablar contigo. Después de mi visión, siento curiosidad.

– Señora Donnelly, la verdad es que no creo que…

– ¿No crees en mis visiones? Chase ya me lo ha dicho. Pero, aun así, es importante que hable contigo. Esta tarde, estaba regando mis plantas y contemplando una violeta africana de aspecto muy triste, cuando te vi a ti. Dormías en el sofá de un piso diminuto.

– Ya le he dicho que vivo en casa de mi…

– Lo sé, lo sé. Con tu hermana. Su nombre era… ¿Lydia? ¿No estudiaba arte?

– Pero, ¿cómo sabe…?

– Chase me lo ha contado.

Natalie se preguntó si estaba dispuesta a creer en los poderes paranormales de Antonia Donnelly. Una mujer que escuchaba tan atentamente todo lo que le contaba su nieto, ¿no merecía al menos que le siguiera la corriente?

– Cuando anulé mi boda ayer, me convertí en una persona sin casa. Tengo que buscarme un piso.

– Deberías vivir con mi nieto -dijo la anciana, sacudiendo los guantes contra la palma de su mano-. Serías feliz con él, eso puedo verlo ahora mismo.

– ¿Es otra predicción?

– No. Sencillamente, conozco a mi nieto y sé lo que siente por ti. Él te haría feliz, de eso estoy segura. Y tendrías unos niños preciosos. La verdad es que no me importaría convertirme en tatarabuela.

Natalie empezó a sentirse incómoda con aquel tema.

– La verdad es que no creo que Chase y yo estemos hechos el uno para el otro. Somos demasiado diferentes.

– ¡Estupendo Mi marido y yo éramos muy distintos y nos queríamos con locura. Ser iguales no siempre es bueno. Es mejor ser distintos.

– ¿Por eso ha venido a verme? ¿Para convencerme de que vuelva con Chase?

– He venido a convencerte de que sería una tontería no hacer caso de lo que sientes por él. Winston, llévanos a ese restaurante de coches que tanto me gusta, ése que tiene un dinosaurio monstruoso. Tomaremos té y unas pastas, ¿te apetece, querida?

Natalie asintió. A los pocos minutos, tomaban té en tazas de plástico en un restaurante de comida basura. Antonia hablaba de Chase, contándole historias de su infancia hasta que Natalie tuvo la impresión de que hacía siglos que se conocían. Sin embargo, en ningún momento trató de convencerla de que volviera con él, aunque no se recató de enumerar las buenas cualidades que harían de su nieto un buen marido.

La última vez que Natalie había hablado con él, Chase le prometió que le daría tiempo para pensar y ella pensaba tomarse todo el necesario hasta aclarar su confusión. Llegó a pensar que había mandado a su abuela para apremiarla. Pero no, algo le decía que Antonia había ido a buscarla por su propia voluntad.

Cuando llegaron frente al edificio donde vivía Lydia, Antonia la tomó de la mano.

– No importa cómo se llega a amar, lo importante es amar de verdad.

Natalie le dio un beso en la mejilla. Por un instante, la anciana se quedó inmóvil y luego parpadeó.

– Esta noche vas a soñar con tu boda.

Un tanto perpleja por el extraño comportamiento de la abuela, Natalie se despidió y corrió hacia el portal. Cuando se volvió para ver que el coche se alejaba, no pudo evitar un escalofrío helado.

Esa noche, no podía dormir por miedo a lo que lo esperaba al otro lado de la consciencia… Estaba en el sofá cama, muerta de cansancio, pero realizando complicadas multiplicaciones de cabeza. Pero, cuando se durmió, soñó con su boda.

Iba vestida de blanco y caminaba despacio hacia el altar. Como a través de una niebla, vio a Edward esperándola. Cerca de allí, sus padres los observaban. Pero cuando se acercaba, un viento abrió todas las ventanas de la iglesia. Arremolinándose en torno a ella, el viento levantó el velo que flotaba por encima de su cabeza como si fuera una nube. Natalie intentó alcanzarlo dando saltos hasta rozar el tul con los dedos. Pero no conseguía recuperarlo y tampoco podía casarse sin velo. No podía… no podía…

Natalie se despertó sin aliento. Gimió al darse cuenta de que Antonia no se había equivocado. Pero no había soñado con Chase, sino con Edward… el hombre con quien estaba destinada a casarse desde el principio. Se le hizo un nudo en la garganta. ¿Cómo había podido arruinar su vida de esa manera? ¿Por qué había permitido que un hombre como Chase la desviara de su rumbo?

Natalie dio la vuelta y ahuecó la almohada. Mañana iba a arreglarlo todo. Mañana volvería a su vida de siempre.


– La presión era excesiva. Al fin y al cabo, nada me había preparado para las… obligaciones sociales, las responsabilidades, pero espero que podáis perdonar mi comportamiento, mi falta de juicio.

Natalie puso las manos sobre el escritorio miró a Edward y a su madre. No esperaba que Edward aceptara su invitación para conversar y mucho menos que se trajera a su madre. Pero los dos la estaban esperando cuando llegó a su oficina el miércoles por la mañana. Había mantenido una conversación con él la noche anterior, después de que él volviera a la casa de Birch Street y habían acordado reunirse para hablar de la devolución de los regalos. En un lugar remoto de su mente, tenía la esperanza de que él encontrara un modo de perdonarla.

La señora Jennings se aclaró la garganta.

– Desde luego, no pienso preguntarte qué provoco ese súbito cambio en tu personalidad, aunque tengo mis sospechas.

Natalie sabía que se refería a Chase y se preguntó cuánto de lo sucedido el domingo había llegado a oídos de Edward. Lo que menos deseaba explicar era su loca atracción por un hombre completamente inadecuado y que de verdad había creído que su breve relación había sido impuesta por el destino.

Había logrado poner a Chase y a su aventura en el lugar que les correspondía, el pasado. Y ahora, gracias a Edward y a la señora Jennings, a recuperar su vida de siempre.

– La verdad es que no quisiera extenderme sobre mi comportamiento -dijo Natalie-. Sólo decir que lo siento terriblemente si os he herido. Yo te fui fiel mientras estuvimos prometidos, Edward.

– Entonces, el daño no es irreparable -dijo la madre, mirándola astutamente.

– Pero sus amigos, su familia, su reputación… No hay modo de que yo…

– Aún no se lo hemos dicho a nadie -le explicó Edward.

Natalie miró asombrada a su prometido. Se mantenía tranquilo, indiferente, ocultando por completo sus sentimientos tras una fachada pétrea. Era un hombre muy guapo, aunque raramente sonreía.

– ¿Que aún no la habéis cancelado oficialmente? ¡Ay, querido! Supongo que yo soy la responsable, ¿verdad?

– He decidido perdonarte, Natalie. Todos tenemos nuestros momentos de duda. Y sé que puedo parecer… desinteresado en ocasiones.

– Sí, lo pareces -dijo ella, sin salir de su asombro.

– Quisiera pedirte disculpas por eso y espero cambiar. No te culpo por buscar… solaz en los brazos de otro hombre.

– Edward, fue mas que eso…

– No hace falta oír los detalles -dijo la señora Jennings con un suspiro dramático-. Estoy convencida de que todos sabemos perfectamente lo que sucedió. Pero eso ya no tiene importancia ¿verdad Edward?

– Los dos hemos cometido errores -dijo Edward-. Que sean cosa del pasado.

– Entonces, ¿podrás perdonarme?

– Sí, y te espero en la iglesia el domingo -dijo, poniéndose de pie-. Por favor, no te retrases.

– ¿En la iglesia? -repitió Natalie con dificultad-. ¿Quieres seguir adelante con la boda?

– Querías hablar conmigo para salvar del naufragio nuestros planes de boda, ¿no? Bueno, todos nos hemos perdonado nuestros errores. Seguiremos adelante como si nada de todo esto hubiera sucedido.

– Yo no esperaba… -Natalie suspiró-. Tendré que pensarlo. Os agradezco en el alma vuestra comprensión, pero…

– ¿Dónde demonios está su despacho?

El grito sonó justo en la puerta de Natalie. Reconoció la voz con un escalofrío de aprensión. Chase sabía que tarde o temprano se cansaría de esperar. Pero no imaginaba que tendría que enfrentarse a él delante de Edward y su madre.

La voz de John Donnelly se unió al alboroto antes de que la puerta de su despacho se abriera. Natalie sintió que le daba un vuelco el corazón al ver a Chase. Estaba igual que el día que habían pasado en la cama, sólo que vestido. Lentamente, se levantó de su sillón mientras sus miradas se encontraban.

– He estado esperando que me llamaras. ¡Maldita sea! ¿Tienes idea de lo preocupado que estaba?

Natalie miró a Edward y a su madre y Chase se dio cuenta de que no estaban solos en su despacho.

– ¿Qué hacen ellos aquí?

– Hablábamos de la boda -dijo Natalie.

– ¿Qué boda? -preguntó Chase.

– Edward, señora Jennings, gracias por venir a verme y por vuestra comprensión. Sin embargo, necesito hablar con Chase a solas. ¿Queréis disculparnos?

La señora Jennings le lanzó una mirada asesina mientras Edward se limitó a levantar la nariz con desagrado. Parecía que Chase iba a darle un puñetazo, pero pudo controlarse.

Cuando se quedaron solos, Chase se volvió hacia ella.

– ¿Ese era Edward? ¿Ese era el hombre con el que ibas a casarte? ¿Con ese engreído pomposo? Por Dios, Natalie, ¿qué ves en él?

– Edward y yo nos respetamos mutuamente. Hacemos mejor pareja que tú y yo.

– Eso no es verdad.

– Edward me ha perdonado por mi… No sé cómo llamarlo, ¿aventurilla de un día? Resulta que él se echa parte de la culpa de mis inseguridades. Y ahora que hemos aclarado las cosas, vamos a continuar con nuestras vidas como si nada hubiera sucedido.

– Pero es que sí ha sucedido algo, Natalie. Tú y yo nos hemos enamorado.

– No, eso fue un capricho momentáneo. Y sólo ocurrió porque yo pensaba que tú y yo estábamos destinados a vivir juntos.

– Yo lo sigo creyendo -dijo él-. Quiero que te cases conmigo.

– Yo… no puedo. Me voy a casar con Edward tal como habíamos planeado.

Chase maldijo, apartó a empujones las sillas y se acercó a ella. Puso las manos abiertas sobre la mesa del despacho mientras la miraba fijamente a los ojos.

– Dime que esto es una broma estúpida, Nat. Dime que no hablas en serio.

– Tu abuela vino a verme anoche. Tuvimos una conversación muy interesante. Cuando nos despedimos, me dijo que iba a soñar con mi boda. Y era verdad. Pero, ¿sabes quien me esperaba en el altar? ¡Edward!

Chase se echó a reír amargamente.

– ¿Estás dispuesta a creer en esa visión y no en lamía?

– Mi sueño tiene más sentido que el tuyo -contestó ella.

– Pero no se trata de sueños, ni de visiones ni del destino, ¿verdad? Todo se resume en una cosa, en que tienes miedo.

– No sé de qué hablas.

– Tienes miedo de quererme, por eso estás dispuesta a conformarte con un matrimonio sin amor. Tienes miedo de que si amas te abandonen, igual que tus padres te abandonaron.

– ¡Eso es ridículo! -exclamó ella, levantando la barbilla.

– No, es muy sencillo. Nat, tú no quieres dejarte a ti misma amarme porque tienes miedo de que pueda abandonarte.

– Yo… vuelvo con Edward. Voy a casarme con él y nada de lo que digas me hará cambiar de opinión.

Chase suspiró frustrado y bajó la cabeza. Natalie quiso acariciarle el pelo, pero él retrocedió.

– No -dijo en tono amenazante-. No pienso aceptarlo.

– ¿No lo comprendes, Chase? nada de esto debió pasar nunca. Nos lo pasamos maravillosamente, pero yo no soy la persona con la que estuviste. Esa era otra que fingía ser irresponsable e impetuosa.

– Eso no es verdad, Natalie. Cuando estábamos abrazados haciendo el amor, hacía el amor contigo. Con la mujer que eres de verdad. Me importa un rábano el sueño y puedo vivir con tus temores. La pura y simple verdad es que te quiero y quiero casarme contigo. Entre los dos podemos conseguirlo, te lo prometo.

– No nos conocemos, Chase.

– Lo suficiente como para que no pueda vivir sin ti.

– Sí que podrás. Y yo viviré sin ti -dijo Natalie mientras iba a la puerta y la abría-. He tomado mi decisión, nada de lo que digas puede cambiarla. Y ahora, vete.

– No nos hagas esto, Natalie.

– Por favor -dijo ella en un susurro-. Esto es lo que yo quiero.

Chase se pasó una mano por el pelo, maldijo entre dientes y echó a andar hacia ella. Natalie pensó que iba a marcharse sin pronunciar una sola palabra más. Pero al pasar por su lado, la tomó entre sus brazos y la besó en la boca con toda la frustración que sentía.

Las rodillas de Natalie se aflojaron y el deseo hirvió en sus entrañas, prendiendo fuego a sus nervios.

Le devolvió el beso, echándole los brazos al cuello mientras daba la bienvenida a su lengua. Y entonces, con la misma rapidez que la había abrazado, la apartó de sí y Natalie se encontró mirando a unos ojos fríos como el hielo.

– Recuerda este momento, cariño. Recuerda lo que te hago sentir. Y cuando estés junto a tu marido en la cama, una sombra desapasionada de la mujer que habrías podido ser, quizá te des cuenta del error que has cometido.

Entonces le dio a espalda y salió de su despacho y de su vida.

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