Tres días más tarde, ella seguía allí y se preguntaba si algún día reuniría las fuerzas necesarias para marcharse. No sólo estaba locamente enamorada de Kurt, sino que la pequeña también le había conquistado el corazón, y no podía imaginarse dejar que otra persona se ocupara de ella. Pero eso tenía que ocurrir tarde o temprano. Cuando le quitaran la escayola a Kurt y le pusieran sólo el vendaje, las cosas volverían a la normalidad: ellos dos volverían a trabajar a la oficina y tendrían que buscar a alguien que se quedara con Katy.
Lo cierto era que no quería pensar en ello. Formaban una pequeña familia feliz y le gustaba como iban las cosas. Por las mañanas, lo primero que hacía era ir desde su cuarto al de Katy, que ya estaba despierta jugando con sus muñecos y solía emitir ruiditos de placer al verla. Después de cambiarla, la llevaba a la habitación de Kurt. Él, medio dormido, se quedaba con ella mientras Jodie iba a la cocina a preparar el desayuno y a intentar olvidar lo sexy que estaba Kurt adormilado. Cuando el desayuno estaba listo, Kurt ya había puesto a Katy en su trona y le daba de comer. Después se sentaban a la mesa durante casi una hora riendo y jugando con la niña, que era simplemente irresistible.
Después de desayunar Kurt bañaba a Katy mientras Jodie recogía la cocina y preparaba las cosas para trabajar en la mesa del comedor. Kurt acostaba a Katy y así disponían de una hora seguida de trabajo antes de que la niña se despertase de nuevo y requiriese su atención.
El resto del día lo planificaban sobre la marcha. Intercalaban el trabajo con cuidar a Katy. Tenían visitas, sólo para saludar o para hablar de trabajo. Por la tarde iban a dar una vuelta en coche o al parque para que Katy pudiera correr sobre la hierba y jugar con otros niños. Por la noche solían pedir comida a domicilio, mientras que Katy cenaba un puré y un biberón.
Cuando la habían acostado, Kurt y Jodie podían estar tranquilos.
A veces empezaban a ver una película en DVD, jugaban a algún juego de mesa o hacían crucigramas, pero daba igual cómo empezase, siempre acababan en la misma posición: uno en brazos del otro.
Ella era consciente de que tenían que dejarlo. Aquello no iba a ninguna parte y sólo les traería problemas, pero estaba tan bien en sus brazos, mientras él le susurraba cosas al oído… Kurt era todo lo que ella quería de un hombre; de hecho, había superado sus expectativas en varias ocasiones. Si en algún momento él deseara una relación de verdad…
¿A quién intentaba engañar? Había demasiados obstáculos entre ellos para que aquello llegara a funcionar. Él no quería volver a casarse: ya había sido traicionado por una mujer una vez y ella era consciente de que no querría volver a arriesgarse.
Pero a él le gustaba. Se daba cuenta de cuándo le gustaba a un hombre. A Kurt le gustaba el modo en que trataba a Katy y, de hecho, el día anterior le había dicho que se alegraba de tenerla como ayudante. Pero para casarse con ella… eso era otro asunto.
Ella se preguntaba a veces si la vieja rencilla familiar formaba parte de sus motivos para no estar con ella. Siempre decía que no se preocupaba por eso, pero ¿cómo podía uno deshacerse de algo que le han inculcado desde la cuna? Ella lo sabía y aún la atormentaba a veces. De vez en cuando se hacía preguntas sobre Kurt y sus motivos para trabajar para los Allman. Su explicación de que era el mejor trabajo que había encontrado era plausible, pero…
Aquella noche, con Katy en la cama, comentaban en el sofá la tarde del sábado, cuando Lenny, el hijo de Manny, había venido a jugar con Katy. Kurt, tumbado, tenía la cabeza sobre el regazo de Jodie y comentaba la pelea que habían tenido los niños.
– Supongo que las habilidades sociales no son algo innato -dijo él, riéndose al recordar la escena-. No puedo creer que Katy agarrara ese cubo de plástico y se lo tirara a la cabeza al pobre Lenny.
– ¿Y no has pensado que está un poco consentida? -dijo Jodie-. Supongo que no te has dado cuenta de los gritos que da cuando ve que no se va a salir con la suya.
– ¿No estarás intentando decir que mi angelito es una niña mimada, verdad?
– No, pero tampoco es una flor delicada. Es una niña normal y saludable -le sonrió-. Va a darte muchas preocupaciones cuando crezca, ya verás.
– Empiezo a sentirme en inferioridad numérica.
Eso sólo sería así si ella se quedara más tiempo con ellos, cosa que no iba a ocurrir. Tomando una bocanada de aire, cambió de tema.
– ¿Hablaste con Manny sobre los extraños que entraron en el viñedo? -preguntó, pasándole los dedos por el pelo.
– No hay ningún problema -dijo él, levantando la mano para colocarle un mechón de pelo rubio tras la oreja-. Ya sé quiénes eran.
Jodie consiguió contener una exclamación al sentir sus caricias, pero su voz sonó algo temblorosa.
– ¿En serio? ¿Quiénes eran?
– Eran de la universidad, del departamento de Botánica -dijo, incorporándose para sentarse a su lado. Le pasó un brazo sobre los hombros y su aliento le hizo cosquillas en la oreja. Después empezó a mordisquearle el lóbulo-. Sólo querían tomar más muestras.
– Oh -dijo ella con su último aliento-. Muy bien.
Tragó saliva. Aquél era el momento en el que debía apartarse y decirle que tenían que dejar de besarse, pero sus músculos la tenían aprisionada y su mente dejaba de pensar con claridad.
– Mmm -Kurt empezaba a darle pequeños besos por el cuello-. Muy bien no es suficiente para describir esto. Magnífico es un adjetivo más apropiado.
Ella se estaba derritiendo. Siempre se derretía cuando empezaba a tocarla. Volvió la cabeza para protestar…
– Kurt…
Su boca le congeló las palabras en la garganta, así que cerró los ojos y se dejó inundar por su calor, como un trago de coñac en una fría noche de invierno. Los besos de aquel hombre eran los mejores que había conocido, eran como una droga: adictivos. Jodie dejó que la sensación llegase a todos los rincones de su cuerpo, deseando estirarse y sentir su cuerpo sobre el suyo.
Pero aquello no era lo que ella había planeado. Lentamente, consiguió salir de su hechizo. Tenía que parar cuanto antes o estaría atrapada en su tela de seda para siempre.
– Kurt, para.
Él le puso una mano sobre la mejilla.
– No quiero parar.
– Yo tampoco, pero… Kurt, tienes que parar. No podemos seguir así.
– Claro que podemos, Jodie. Y cuando me quiten esta escayola, podemos ir más allá.
Con sólo pensar en lo que él había mencionado implícitamente, se sintió más fuerte para hacer lo que sabía que era necesario.
– No. Para.
Él se apartó y la miró con una expresión imposible de descifrar.
– ¿Qué ocurre?
Ella se levantó del sofá y lo miró como si hubiera perdido toda esperanza.
– Kurt, esto es una locura. Empezamos siendo muy sinceros el uno con el otro: ninguno de los dos buscaba una relación. No sé muy bien cómo hemos llegado a este punto…
– Te voy a explicar cómo ha ocurrido -dijo él, tomándole una mano en las suyas-. Se trata de un cuento muy antiguo lleno de hormonas y luz de luna. Empezamos a pasar tiempo juntos y nos dimos cuenta de que nos atraíamos el uno al otro. Fin de la historia.
Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza antes de abrirlos y mirarlo.
– ¿Ves? Ése es el problema. El «fin de la historia» que acabas de mencionar. Esto no debería ser el final, sino el principio. Y puesto que no lo es, el resto no tiene importancia.
Él la miró confuso.
– ¿A qué te refieres con «el resto»?
Ella suspiró, entristecida.
– A lo de la atracción física.
– Ah, la urgencia de la unión.
– ¡Kurt! -levantó los ojos y las palmas de las manos hacia arriba-. ¿Ves? No tiene ningún sentido. Ni siquiera podemos hablar con sinceridad sobre estas cosas sin comentarios jocosos. No tenemos futuro juntos, ¿verdad?
Ella esperó, hecha un manojo de nervios, su respuesta. Si cambiaba de idea, si ahora tenía un nuevo criterio, aquél era el momento de decirlo. Sentía que el corazón le latía en la garganta mientras esperaba. Siguió esperando. Pero cuando Kurt por fin respondió, no pronunció las palabras que ella había deseado y su corazón se sumió en tinieblas.
– Lo siento -dijo él con serenidad-. De verdad que no me he dado cuenta de que te estabas tomando esto tan en serio.
Ella se quedó mirándolo. ¿Así que aquello no había sido más que un juego para él?
– ¡Oh! -exclamó Jodie. Sin decir más, se dio la vuelta y salió corriendo.
– Pasado mañana Rafe me va a llevar a San Antonio para que me hagan unas radiografías -le dijo Kurt poco después, cuando ambos tomaban una última taza de té en la cocina-. Parece que me van a quitar la escayola.
Entonces, pronto acabaría todo. Ella se volvió para mirarlo. Aún sentía la punzada de dolor que le había provocado su respuesta, y las palabras seguían resonando en su cabeza. Él tenía razón, estaba claro. Jodie sabía desde el principio que aquello no se convertiría en una relación a largo plazo.
– Entonces será mejor que planifiquemos algunas cosas -dijo ella, manteniendo una apariencia externa fría-. Tendremos que encontrar una guardería o a alguien que se ocupe de Katy.
Hasta que vio que él levantaba una ceja, no se dio cuenta de que había dicho «tendremos». Se puso colorada. Bueno, aquello venía a decir que la farsa había terminado. Ella pensaba en ellos tres como un «nosotros», ojalá lo hiciese él también.
– Ni menciones a Olga -dijo-. Prefiero mandar a Katy a una academia militar.
– Pobre Olga. Es una incomprendida -dijo Jodie, sacudiendo la cabeza-. Bien, y si no es Olga, ¿quién?
Él frunció el ceño.
– ¿No conoces a ninguna mujer mayor? -preguntó.
Jodie sacudió la cabeza.
– La verdad es que no.
– ¿Qué me dices de tu hermana?
– ¿Rita? No, ya está muy ocupada con papá -intentaba pensar con rapidez-. Se me había ocurrido… Kurt, ¿qué relación tienes actualmente con tus primos?
– ¿Mis primos? -la miró como si no se acordase de que tenía primos, como si los hubiera olvidado por completo-. Con algunos me llevo genial, con otros bien y con otros, no merece la pena.
Ella lo miró, pero no siguió por ese camino. Estaba pensado en alguien que fuera familia de Katy, mejor que dejarla con un extraño, así que si alguno de sus primos hubiera estado libre, habría podido ser una buena opción.
– ¿Qué pasó con todos esos primos? ¿Queda alguno por la zona?
– Claro. Josh se encarga del rancho e intenta sacarlo del agujero en que lo sumieron mi padre y mi tío. Jason está en San Antonio, al frente de las Gestorías McLaughlin. Kanny y Jake están en Oriente Medio, en el cuerpo de las Fuerzas Especiales. Jimmy y Bobby están en la universidad. Y Jeremy…
Se detuvo. Ella esperó con el corazón en un puño. ¿Qué pasaba con Jeremy?
– Supongo que Jeremy no viene mucho por aquí últimamente -lo que ella quería escuchar es que estaba de safari en África o perdido en medio de la Polinesia.
– No. No creo que se atreviera a volver -dijo Kurt, con un inesperado tono de amargura.
Ella lo miró preguntándose si sabría algo. Kurt tenía la mirada perdida, como si él también tuviese malos recuerdos con Jeremy. Bueno, no le costaba creerlo.
De repente, él se giró, se inclinó sobre la mesa y le tomó la mano mientras la miraba fijamente a los ojos.
– El hombre que te dejó cuando estabas embarazada era mi primo Jeremy, ¿verdad?
El había dicho las palabras con dulzura, pero en ellas había una amenaza mortal que hizo que Jodie se estremeciera.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó, sintiéndose muy sola. Era algo que no le había contado a nadie y que esperaba poder olvidar en algún momento.
– Jeremy me lo dijo. No me dijo tu nombre ni los detalles, pero me dijo lo suficiente para que yo adivinara que eras tú.
Qué idiota. Ni siquiera pudo tener la boca cerrada. Ella asintió.
– Sí, era yo.
– Lo siento, Jodie. Jeremy es el clásico bastardo. Ojalá pudiera compensarte de algún modo -dudó un segundo y después continuó, sin mirarla a los ojos-. ¿Aún estás enamorada de él?
– ¿Enamorada? ¿De Jeremy? No, por Dios.
Él la miró fijamente.
– ¿Estás segura?
– Hace diez años que no lo veo. Y tampoco he querido verlo.
– ¿Se ha puesto en contacto contigo alguna vez?
Ella lo miró y levantó la cabeza.
– No desde la noche en que me dijo que los McLaughlin no se casaban con las Allman.
Kurt se quedó petrificado.
– ¿En serio te dijo eso?
Ella asintió.
– No te preocupes por ello. Ya casi lo tengo olvidado, y no te lo reprocho, en absoluto.
Kurt tiró de ella y la sentó en su regazo.
– Jodie, Jodie. Ojalá pudiera borrar todo lo malo que te ha pasado.
Ella suspiró, deseando lo mismo. Pero el hecho de abrazarla ya mejoraba mucho las cosas.
Él la besó y eso fue aún mejor. Jodie se abrió a él para saborear la sensación de sus labios mientras le hacía cosquillas con la lengua. Después empezaron a sentir calor y la pasión hizo presa de los besos. Su boca estaba en todas partes, marcándola con sus labios, y ella tembló con una sensación que no había tenido hasta aquel momento. Cuando él deslizó la mano bajo su blusa y llegó al sujetador, ella se estiró para facilitarle el paso, y gimió cuando Kurt encontró el pezón y empezó a juguetear con él. Era como si hubieran encendido una hoguera en su cuerpo, una hoguera que la consumiría hasta que lo tuviera dentro de ella para aferrarse a él. El palpitar en sus profundidades había empezado y ella sabía que tenía que parar aquello o…
– Ya es suficiente -susurró él contra su cuello-. Por ahora.
Se separaron y ella lo miró, confusa y sin aliento.
– Vaya… -dijo, incapaz de pensar en algo más inteligente.
Él echó a reír y la abrazó.
– Jodie Allman, eres tremenda.
Pero sus ojos decían que ella era mucho más que eso, y Jodie no pudo evitar sentirse feliz durante las horas siguientes.
Al día siguiente llevaron a Katy al parque y una persona creyó que eran los tres miembros de una familia. Ellos no se molestaron en corregir el error, y eso aumentó el vínculo que se estaba desarrollando entre los dos. Jodie sentó a Katy en su sillita y Kurt la detuvo antes de que entrara en el coche para llevarlos a casa. La besó en los labios y dijo:
– ¿Recuerdas que una vez te dije que sólo conseguiría una madre para Katy contratándola?
– Claro.
– Pues el trabajo es tuyo. ¿Cuánto cobras?
Ella lo miró sorprendida. Sabía que estaba bromeando, pero aquello no le parecía gracioso. ¿Hablaba en serio de pagarle por hacer de madre para su hija?
– Lo digo en serio -dijo él al tiempo que la sonrisa desaparecía de sus labios, como si hubiera pensado mejor la broma y se hubiera dado cuenta de que tenía sentido-. Sé que nunca tendré otra oportunidad de contratar a alguien que se ajuste más al perfil que tú.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos.
– ¿Te das cuenta de lo insultante que es eso?
Él pareció sorprendido.
– ¿Por qué? ¿Porque te he hecho una oferta directa? Supongo que habrías preferido que te pidiera que te casaras conmigo.
– Puedes pedirme lo que quieras, McLaughlin. No me voy a casar con nadie, ni por amor ni por dinero, así que guárdate tus estúpidas ideas para ti mismo -y entró al coche.
– Yo tampoco me voy a casar con nadie -gruñó él, entrando al asiento del pasajero.
– Entonces estamos empatados.
– Eso parece.
Todo el viaje de vuelta se lo pasaron lanzándose miradas gélidas.
A la mañana siguiente, Jodie vio a Kurt marcharse hacia San Antonio con Rafe al volante. Ella los despidió con la mano y después entró en la casa y empezó a recoger cosas del salón. El mal humor que había empezado el día anterior aún no la había dejado. Probablemente aquél fuera su último día en la casa. Una vez que Kurt y ella volvieran a la oficina… ¿volvería su relación a la normalidad? Tal vez fuera lo mejor.
Apenas había empezado a recoger cuando sonó el teléfono. Era Manny Cruz.
– Hola, Jodie. ¿Tienes el nuevo número de Rafe? Quiero hablar con él de un asunto.
Rafe acababa de mudarse a un apartamento. Sus hermanos se metían con él por querer más privacidad para las citas. A decir verdad, él no lo negaba.
Le dio el nuevo número de Rafe a Manny y añadió:
– Pero hoy no lo encontrarás en casa. Ha ido a llevar a Kurt al médico a San Antonio.
– Oh -Manny suspiró-. Entonces lo mejor será que te lo cuente a ti.
– Claro. Ayudaré en lo que me sea posible.
– Bien -dijo, aunque no parecía tener muchas ganas de contarlo-. Allá va. Tengo un amigo que siempre está pensando en conspiraciones, y él ha hecho que me ponga a pensar. Y una vez que he empezado a pensar… bueno, no puedo sacármelo de la cabeza.
– ¿Qué pasa, Manny?
– Imagina… Imagina… Una empresa de éxito, pero que está pasando por un bache. El jefe tiene problemas de salud y no está en la posición fuerte donde debería estar. ¿Sabes a qué me refiero?
– Eso me suena mucho a Industrias Allman -dijo Jodie.
– Sí. Bueno… Ahora, llega un hombre que quiere comprar la empresa, pero el propietario no la quiere vender, así que empieza a trabajar desde dentro, minándola, buscando los puntos débiles y haciendo que la gente confíe en él. Entonces tiene una idea brillante. Cree que puede forzar al propietario a vender si hace la empresa más débil.
Ella se quedó muy quieta.
– ¿Y cómo podría ser eso?
– Introduciendo algún tipo de enfermedad rara en los viñedos para que nadie sepa cómo tratarla.
– Manny…
– Tiene que ser algo que él pueda controlar más adelante, una vez que se haga cargo de la empresa, algo que sólo él pueda manejar.
– ¡Manny!
– El dueño, ante la posibilidad de ruina, tendría que vender, y a buen precio, y mientras, el traidor está sentado en una silla cerca de él.
Sus dedos rodearon con fuerza el auricular.
– Manny, ¿qué es lo que intentas decirme?
– ¿Lo quieres en pocas palabras? Te estoy diciendo que un McLaughlin no deja de ser un McLaughlin. Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto. Díselo a Rafe, ¿de acuerdo?
– Pero, Manny, espera. Ya sé que estás hablando de Kurt. ¿Qué te hace pensar que quiere comprar la empresa?
– Que ya ha intentado hacerlo.
Otra vez empezaba a sentir aquel pinchazo en el estómago.
– ¿Cuándo?
– Cuando volvió a la ciudad. Así fue como encontró trabajo; él quiso comprar la empresa y tu padre le dijo: «no, pero ¿por qué no trabajas para mí?
Jodie frunció el ceño.
– ¿Estás seguro de eso?
– Desde luego. Rafe me lo dijo en su momento.
Después de colgar el teléfono, volvió a quedarse paralizada. Todo aquello concordaba con sus sospechas iniciales sobre Kurt, pero las había superado, ¿o no?
No, aquello era una locura. Manny veía espejismos, pero tendría que contárselo a Rafe cuando volvieran.
Bañó y dio de comer a Katy, y después la acostó un rato. Al mirarla desde el umbral de la puerta recordó su propio embarazo, y las esperanzas y sueños que había tenido sobre su bebé. Lo cierto era que después de haber conocido a Katy, el dolor de aquellos recuerdos se había suavizado. Odiaba pensar que el amor por otro bebé le haría olvidar el que perdió.
Entonces sus ojos se llenaron de lágrimas y supo que aquellos sentimientos nunca desaparecerían por completo. Siempre habría un huequecito en su corazón para el bebé que le arrebataron, pero había que vivir la vida según venía.
El teléfono volvió a sonar. Se quedó mirándolo un momento antes de contestar. Aquel día parecía estar lleno de malas noticias y tenía el presentimiento de que aquella llamada no le iba a gustar.
Una voz masculina preguntó por Kurt y no pareció gustarle la idea de que no fuera a estar disponible en todo el día.
– ¿Eres su secretaria? Bien. Entonces déjale este mensaje: han aprobado el préstamo a falta del cara a cara. Son una empresa a la antigua y el papeleo está en orden, pero con un préstamo cuantioso como éste, querrán comprobarlo personalmente antes de firmar. Quieren conocer al hombre y ya sabes a qué me refiero. Si puede llamar y concertar una cita, será la entrada.
– Le daré el mensaje.
Jodie apuntó el número de teléfono del hombre y colgó. Después se sentó, con un terrible dolor de estómago. Kurt había pedido un préstamo muy cuantioso. ¿Eso podía encajar de algún modo en la descabellada historia de Manny?
Las ideas volvieron a su mente, aunque ya las había apartado de allí y había decidido ignorarlas. Se acordó de lo que había dicho Tracy el día que Jodie escuchó su discusión con Kurt. Había dicho algo sobre que Kurt devolvería a la familia a su posición natural en la ciudad. ¿Por qué no se había ocupado de eso antes?
Porque había querido hacer como si no lo hubiera escuchado.
Era una idiota. ¿Cómo podía haber caído en la trampa de un McLaughlin, otra vez?