– No pienso volver a ayudarte a ducharte.
Jodie estaba frente a la puerta de Kurt, y él llevaba más o menos lo mismo que el día anterior, pero tenía el pelo mojado y una toalla sobre los hombros.
– Ya me he ocupado de eso -dijo, y ella se sintió muy aliviada.
Jodie pensó que habría salido a la puerta con tan poca ropa para provocarla, pero aquel día se había propuesto ser firme y no dejar que eso pasara.
Se había pasado toda la noche sin dormir, preocupada por el beso, pero en el desayuno se dio cuenta de que esa angustia no tenía sentido. Como beso, había sido bastante rápido y sin nada remarcable, así que no tenía nada a lo que darle vueltas. Casi llegó a convencerse de ello hasta que recordó el suspiro que había dejado escapar cuando sus labios se separaron. Tuvo el terrible convencimiento de que si él la hubiera tomado entre sus brazos, se habría dejado llevar por el momento.
Bueno, qué le iba a hacer. Al menos había sabido reconocer las señales de peligro, y eso debería hacer que se mantuviera alerta en lo sucesivo. Lo miró fríamente y se alegró de que él no pareciera querer sacar el asunto del beso.
– Bien -dijo ella, dejando un montón de carpetas sobre la mesa después de cruzar el umbral-. Ahora lo que tenemos que hacer es vestirte decentemente.
Él se giró sobre las muletas mientras la observaba moverse por la casa.
– ¿Qué clase de obsesión tienes con ocultar el cuerpo humano? -bromeó.
– Es «mi» obsesión, y estoy muy a gusto con ella -replicó.
No iba a dejarse acorralar fácilmente. Echó un vistazo hacia el dormitorio. El día anterior ya había estado allí buscando ropa para ir a los viñedos, así que no se sentiría extraña por entrar allí de nuevo. El problema era que él estaba bloqueando la puerta.
Jodie lo miró desafiante.
– Abre paso. Voy a buscar ropa para vestirte.
La única parte de su cuerpo que se movió fue una ceja.
– ¿No pensarás en aprovecharte de un hombre con muletas?
– No, por Dios -dijo sonriéndole-. Primero se las quitaría.
– Oh, no me cabe duda alguna -asintió él, pero se apartó y ella pasó a la habitación para salir poco después con unos pantalones de hacer deporte y un polo.
– Tienes que tener más cuidado por mantener una apariencia más profesional -le dijo ella-, o la gente podría hacerse una idea equivocada de lo que está pasando aquí.
– ¿Qué está pasando aquí? -preguntó Kurt, que soltó una muleta y empezó a forcejear para ponerse el polo hasta que ella, con un suspiró, decidió ayudarlo-. ¿Hay alguna posibilidad de que se transforme en algo interesante?
– Eso depende de tu definición de interesante -dijo ella, mientras le pasaba el polo sobre la cabeza, demorándose al rozar su piel y contenta de que tuviera la cara cubierta y no pudiera ver que había cerrado los ojos para perderse en su masculinidad-. Dudo mucho que nuestras definiciones de esa palabra fueran la misma.
– Tal vez tengas razón -dijo, sacando por fin la cabeza por la abertura del polo. Sin darse cuenta, sus miradas se encontraron y entonces él le pasó la mano que tenía libre por detrás de la cabeza y la atrajo hacia sí de modo que su cuerpo quedó pegado al suyo-. Por ahora, ésta es la mía -dijo con una voz grave que la sacudió por dentro.
Jodie lo miró con el corazón en un puño. Si él supiera lo mucho que le gustaba estar así, se metería en un buen lío. Lo mejor sería pretender que aquello no tenía importancia, tarea complicada cuando lo único que deseaba era que la abrazara aún más fuerte. Pero tenía que hacerlo, así que reunió todas sus fuerzas y se apartó de él.
Él echó a reír, como si aquello no tuviera ninguna importancia.
Jodie se mordió el labio, deseando no sentirse tan atraída hacia él. Si las cosas seguían así no podría evitar fundirse en otro beso con él.
– No te pongas triste -bromeó Kurt-. Si quieres puedo volver a quitarme la camisa.
Jodie reaccionó sin pensarlo y quiso darle un golpe en el hombro, pero él le atrapó la mano en el aire y volvió a tirar de ella hacia él.
– Esto podría ser considerado acoso sexual -dijo con firmeza, decidida a no pensar en lo bien que olía.
– ¿Vas a contárselo al jefe? -preguntó Kurt, con las cejas levantadas en gesto de sorpresa.
– ¿Por qué no? Te lo mereces -se pasó la lengua por los labios resecos-. Y da la casualidad de que es mi padre, así que hará lo que yo le pida, ¿no te parece?
– Lo cierto es que no -dijo riendo, pero la soltó.
– Ése es el problema -repuso ella, alisándose la blusa e intentando controlar sus nervios desbocados-. Tengo que ser muy dura para que tomes mis amenazas en serio.
Kurt vio que ella aún tenía los pantalones en la mano, así que los tomó diciéndole:
– No te preocupes. Me sentaré y me los pondré yo solo.
Jodie quiso darle las gracias por ello, pero pensó que sería muy patético.
Las cosas habían cambiado mucho entre ellos en los dos últimos días. Ella seguía sin confiar en él, pero tenía que admitir que había empezado a disfrutar estando a su lado. ¡Oh, peligro! Tendría que reforzar sus defensas. ¿No había estado en una situación similar con otro McLaughlin?
Y aquello fue lo que hizo que sacara fuerzas de flaqueza. Lo único que tenía que hacer era recordar cómo su primo Jeremy la había abandonado cuando más lo necesitaba. Aquello la prevendría antes de dejar que otro McLaughlin entrara en su corazón.
Los juguetes la estaban volviendo loca, aunque no dejaba de decirse a sí misma que tenía que ignorarlos y concentrarse en el trabajo.
Pero aquello no funcionaba. Siempre podía ver algún muñeco o algún peluche por el rabillo del ojo, porque estaban por todas partes, con el aroma del bebé.
Kurt y ella pasaron dos horas planeando la nueva campaña publicitaria. Cuando tuvieran un proyecto en firme, lo llevarían a la agencia de publicidad que trabajaba para Industrias Allman y ellos aportarían nuevas ideas.
A decir verdad, formaban un buen equipo. Kurt llevaba la voz cantante, pero la escuchaba con atención y atendía a sus consejos. Ella se sentía un miembro respetado del equipo y no un ayudante contratado.
El teléfono sonó y Kurt fue al salón a responder. Jodie vio su oportunidad y se levantó de la mesa para recoger los juguetes del suelo y dejarlos todos en un montón sobre el sofá. Después echó un vistazo a su alrededor buscando algo con que cubrirlos, y lo mejor que encontró fue un cojín del sillón. Kurt volvió justo en el momento en que ella acababa la tarea, y enrojeció cuando se dio cuenta de que la había visto. En su cara se dibujó una expresión de culpabilidad y él pareció sorprendido, aunque no preguntó nada.
– Era Pam -dijo-. Va a traer a Lenny para que juegue con Katy el sábado, cuando vengan a la ciudad de compras.
– ¿El sábado? Genial -no pudo evitar que se notase el alivio que sentía-. No estaré aquí.
Él la miró y después miró a los juguetes cubiertos por el cojín del sofá.
– ¿Por qué odias a los niños? -le preguntó.
La palabra «odiar» hizo que se estremeciera.
– Yo no odio a los niños -protestó ella.
– Me fijé en ti ayer en casa de Pam. Parecías creer que los niños tuvieran algo contagioso -entonces se había dado cuenta.
– Oh, por favor -dijo ella, sentándose de nuevo a la mesa-. Nunca he estado con niños y no me siento cómoda interactuando con ellos -se arriesgó a mirarlo a la cara y vio que él seguía con el ceño fruncido-. No están en mi vida, eso es todo.
– Qué terrible.
– En absoluto -dijo ella, poniéndose a la defensiva-. Estoy perfectamente.
Kurt se sentó frente a ella y la miró, preocupado.
– ¿No quieres tener hijos en algún momento?
– Eso -dijo ella, sacudiendo la cabeza-, está bien para algunas personas.
Sabía que era estúpido ponerse nerviosa por el tema de los niños, pero no podía evitarlo. ¿Por qué no podía la gente respetarlo y dejarla tranquila? Cuando la gente tenía hijos, parecían querer que a todo el mundo les encantasen también. Hasta aquel momento había tenido la suerte de evitar a la hija de Kurt, pero sabía que su suerte no duraría eternamente, así que ya había planeado excusas para evitar hacer nada con la niña. No era que no pudiese estar con un niño, sino que no quería.
Kurt parecía haber abandonado y volvía a estar centrado en sus problemas.
– Me temo que voy a tener algún problema con Katy -dijo como ausente, mientras jugueteaba con un lápiz-. Mi hermana y mi madre han estado cuidándola todo este tiempo, pero Tracy dice que se va a marchar muy pronto.
– ¡Oh!
– Dice que ha encontrado al amor de su vida -dijo él con amargura.
– Tal vez así sea.
– Tal vez. Pero como es el novio perfecto número… ya he perdido la cuenta, no apostaría mucho por ello -sonrió casi con tristeza-. Ella nunca deja de luchar por lo que quiere. Ya se ha divorciado dos veces y parece que va en busca del tercero.
– Creo que estás siendo demasiado cínico -contestó Jodie, casi sin creer estar defendiendo a su hermana, después de lo cruel que había sido con ella cuando ambas eran más jóvenes. Tal vez lo que defendiera era el gesto tan femenino de cambiar de idea-. Tal vez éste sí sea por fin el amor de su vida.
En su sexy boca se dibujó una sonrisa.
– Me conformaría con que buscara novio en un lugar donde haya buenos tipos, en lugar de en los sitios donde sólo van inútiles.
– ¿Quieres decir en los bares?
– En el bufete de abogados donde trabaja.
– ¡Kurt!
– Lo digo en serio. Todos los hombres a los que trae a casa quieren ser mi asesor legal y financiero, y poco después, dejan caer que tienen una idea estupenda para un negocio y que sólo les hace falta un préstamo.
– Vaya -dijo ella, haciendo una mueca-. ¿Aprovechados?
– De un modo u otro. Y soñadores. Son tan optimistas como ella.
Ella lo miró y vio que se sentía frustrado por la falta de buen criterio de su hermana, pero también que se preocupaba por ella. Aquello era evidente. Por lo que Jodie recordaba de Tracy, preocuparse por ella estaba muy justificado.
– No es malo soñar -dijo ella.
– No, mientras mantengas los pies en la tierra. Los sueños no sirven de nada sin algo sólido a lo que agarrarse.
Él continuó hablando, pero Jodie sólo lo escuchaba a medias. Estaba recordando que aquella noche, pensando en la escena del helado, había encontrado el motivo por el que había despreciado el generoso gesto de Kurt. Los Allman eran muy pobres en aquella época y no tomaban helado todos los días, así que cuando tuvo el helado en la mano, levantó la mirada para agradecérselo, como le habían enseñado en casa y, detrás de Kurt, vio a Tracy y a sus amigas haciéndole muecas. Eso lo cambió todo. Se dio cuenta de que ella estaba en la posición de la niñita pobre y que se burlaban de ella por eso. A sus siete añitos, Jodie sabía que el orgullo era a veces más importante para la mente que la vergüenza, aunque tuviera que renunciar a muchas cosas por ello. Así eran los Allman. Así que tiró el helado y echó a correr llorando, pero Tracy y sus amigas no vieron sus lágrimas. ¿Debía contárselo a Kurt? Tal vez algún día, pero no entonces. Pensándolo con calma, se daba cuenta de que él no era mala persona, algo raro siendo un McLaughlin.
Aún así, trabajar con él para los Allman no era una situación fácil de asimilar. No podía reconciliarse con los fantasmas del pasado, y se preguntaba cómo lo habría hecho él.
En ese momento, Kurt empezó a hablar de las cifras de productividad y eso le dio a Jodie la oportunidad de investigar.
– ¿Por qué te interesa tanto todo lo relacionado con Industrias Allman? -preguntó, inclinándose sobre la mesa para estudiar su reacción.
El la miró, consciente de lo que le estaba preguntando.
– Trabajo aquí -dijo, simplemente.
– No te tomas tu trabajo como un trabajador normal. Te involucras demasiado. ¿Qué ocultas? -dijo ella, intentando acorralarlo.
– ¿Que qué oculto? -repitió, burlándose de ella-. ¿Tu olfato de sabueso ha detectado algún complot?
– Lo único que sé es que encajas con el perfil de alguien que intenta hacerse con el control de la compañía -dijo, apuntándolo con el dedo.
– ¿Ah, sí? -dijo con una sonrisa.
¡Ni siquiera lo negaba! ¿Qué significaba aquello? ¡Qué arrogancia!
– ¿Es ése tu plan? -ella empezaba a creérselo realmente y siguió, mirándolo fijamente-. ¿Por qué si no trabajas para mi padre? Te han educado para odiarnos -sacudió la cabeza-. Es la única explicación lógica.
Él la miró entre divertido y sorprendido.
– Una vez que empiezas, te cuesta echar el freno, ¿no?
– Kurt…
– Me toca, Jodie -interrumpió, levantando una mano-. Te voy a contar por qué firmé un contrato con Industrias Allman.
– De acuerdo -dijo ella, tomando aliento-. Empieza.
– Fue el mejor trabajo que encontré.
Ella esperó, pero él no dio más información.
– ¿Eso es todo? -preguntó ella, incrédula.
– Eso es todo -parecía disfrutar con su cara expectante, pero por fin se decidió a contarle algo más-. Yo trabajaba para una gran multinacional en Nueva York y era consciente de que al venir a Chivaree, mi sueldo se reduciría drásticamente. Pero cuando vi que mis únicas opciones eran el taller de Pete y un puesto de camarero en el café de Millie, decidí ir a hablar con tu padre, porque Industrias Allman eran el único negocio grande y próspero de la ciudad.
Muy a pesar suyo, había quedado impresionada. ¿Podía creer lo que él le decía? La única alternativa era seguir pensando que estaba maquinando algo para destruir el negocio de su padre, pero aquello empezaba a parecerle una tontería hasta a ella. No tenía motivos… Empezaba a pensar que sus razones resultaban convincentes y, además, todo el mundo creía en él.
– Creo que estoy haciendo un buen trabajo, Jodie -le dijo con sinceridad-. Estoy comprometido del todo con Industrias Allman. Ya te he dicho que me gusta esta ciudad, y tu padre la está mejorando, así que todos salimos ganando.
Tal vez tuviera razón.
Pero después recordó algunas cosas que él había dicho sobre su familia.
– Ya sé que a tu madre no le gusta que trabajes para nosotros. ¿Y al resto de tu familia?
– Mi padre no tiene opinión. No lo han visto desde hace seis meses. Está de gira por Europa.
– Algo había oído -también había oído que él y su padre no se llevaban bien, pero eso no era extraño.
– Tracy piensa igual que mi madre. Mi tío quiere que vaya al rancho a trabajar con él -sacudió la cabeza-. No podría hacerlo. Ese trabajo no es para mí, especialmente lo de trabajar con mi primo Josh.
Ella hizo una mueca. Era extraño oírlo hablar así de su familia.
– Siempre había creído que los McLaughlin eran como una roca -dijo ella-. No pensaba que tuvieseis esas desavenencias. Suponía que habríais gastado las ganas de lucha en las peleas con nosotros.
– Tú y tus hermanos -asintió él con la cabeza.
– Sí. Y tú con todos tus primos -la imagen de Jeremy se le vino a la cabeza, pero la apartó enseguida-. Erais el doble que nosotros.
– Tal vez -dijo él, con una sonrisa burlona-. Pero éramos amables y magnánimos mientras que vosotros erais falsos como serpientes.
– Cuidado, McLaughlin -dijo ella levantando el puño-. Yo también sé pelear.
Su mirada pareció brillar y dio un paso atrás.
– Oh, te creo, Jodie.
Ella se vio sonriendo reflejada en sus ojos. Después apartó la mirada, avergonzada.
Pero le costaría apartar del pensamiento ese tema. Su mente estaba llena de McLaughlins y de Allmans, de su romance secreto con Jeremy… de su padre y cómo había trabajado para levantar el negocio y demostrarles quién era a los McLaughlin… de su madre, que había muerto cuando era muy joven. La versión oficial era que había muerto de cáncer, pero Jodie sospechaba que no había podido soportar aquella rivalidad. La lucha entre las dos familias había ocupado sus vidas durante un siglo, y allí estaba Kurt, decidido a enterrarla. ¿Eso lo convertía en un héroe? ¿O en un loco?
Acabaron el trabajo por la tarde. Kurt había empaquetado las muestras de las hojas de las viñas y Jodie iba a llevarlas a correos antes de volver a pasar por la oficina. Él la acompañó hasta la puerta con las muletas.
– Me he fijado en que hoy no has tomando analgésicos -mencionó ella, con voz dudosa-. ¿Sientes menos dolor?
– Sí -asintió él, como sorprendido-. Se me había olvidado por completo. He tomado unas pastillas esta mañana, pero no he vuelto a necesitarlas.
– Bien -se sentía fatal por haberlo puesto en aquella situación, pero no iba a dejar que se tomase ventajas en otros terrenos-. Escucha, cuando llegue mañana, quiero que estés completamente vestido. ¿De acuerdo?
– De acuerdo -dijo él, que pareció pensárselo-; yo me vestiré como tú quieres si tú te vistes como yo quiero.
Ella no pudo contener una carcajada.
– No sé por qué me molesto en preguntar. Bueno, ¿cómo quieres que me vista?
– Tengo una idea genial -dijo él, con los ojos brillantes-. ¿Te acuerdas de ese top rojo que tenías? ¿Lo conservas?
Ella lo miró asombrada. La recordaba con aquella camiseta. Se puso tan roja como el top. La había mirado. Sintió la realidad difuminarse a su alrededor, pero el ruido de un coche aparcando frente a la casa la devolvió a la tierra.