Capítulo 10

Hacia última hora de la tarde, Rafe dejó a Kurt en su casa. Jodie lo estaba esperando. Le habían quitado la escayola y su paso era casi normal. Al verlo, sintió una oleada de emoción. Amaba a aquel hombre, pero ¿qué debía hacer? ¿Enfrentarle a sus sospechas? ¿Contárselo a Matt y Rafe primero? De un modo u otro, era una traición, o al hombre que amaba o a su familia.

Cuando él abrió la puerta, ya tenía sus cosas recogidas y las llaves del coche en la mano. Tenía que encontrar un lugar en el que pensar en todo aquello. Después de todo, ya no la necesitaría. A pesar de que eso le rompía el corazón, sabía que tenía que alejarse de su influencia para poder meditar con calma.

Había estado en lo cierto desde el principio. Tenía que haber sido más lista y no involucrarse tanto con él y con su hija. Pero eso era algo que siempre había sabido, y había intentado apartarse, sin éxito. Ella era consciente en su fuero interno de que aquello sólo la llevaría a una ruptura y un desengaño amoroso. Y eso justamente era lo que había pasado.

Kurt miró a Jodie salir a toda prisa hacia su coche. No tenía ni idea de qué la había enfurecido tanto.

La expresión de su rostro mientras se marchaba no era la de una traición. Esa mirada ya la conocía, pues la había visto a menudo en los ojos de Grace y la tenía grabada a fuego en la memoria.

No, la mirada de Jodie reflejaba la pérdida. Era una mirada de despedida.

Pero no el adiós de Grace, furtivo y traidor, «me voy con otro», sino más bien el de «me he enterado de algo sobre ti que no me gusta». ¿Qué sería?

Katy estaba llorando. Kurt fue rápidamente por ella y la levantó, susurrándole para calmarla. Ella era todo lo que tenía en el mundo y él, todo lo que ella tenía, pero los dos necesitaban algo más. La niña no paraba de llorar como si se le hubiese partido el corazón. No solía llorar de ese modo. Ya debía de estar echando de menos a Jodie, y tal vez sintiera la tensión. La paseó hacia delante y hacia atrás, pero tenía la mente fija en Jodie y en la expresión de sus ojos.

Jodie siempre parecía tener alguna razón oculta para hacer las cosas. Desde el día del parque, cuando era una niñita y despreció el helado que él le había ofrecido, se había colado en su pensamiento como un zumbido. Ella era todo misterio e intriga. Después la había visto en el rodeo, con el top rojo, y la atracción sexual se había sumado al cuadro, aumentando su fascinación por ella. Pero entonces era muy joven, y la había dejado sola. Siempre había pensado que más tarde, cuando fuera mayor…

Pero ella desapareció de Chivaree y él conoció a Grace, y la vida siguió su curso. A pesar de todo, cuando Jodie entró en su despacho un mes atrás, todos aquellos sentimientos habían vuelto como una ola. Siempre había tenido algo que había atrapado su atención, y aquello aún estaba vivo y fuerte.

Ahora, por supuesto, era una persona diferente. Había experimentado el amor, la muerte y la traición. Siempre pensó que aquello lo había ayudado a crear una barrera protectora alrededor de su corazón y que nunca volvería a permitir que otra persona rigiese sus emociones. Ni siquiera Jodie.

Pero cuando vio su mirada al pasar a su lado aquella tarde, se le había hecho un nudo en el estómago. ¿Qué habría pasado? ¿Qué había hecho que se marchara? Echó un vistazo a la sala, pero lo único que pudo ver fue una nota en el bloque de papeles al lado del teléfono. Jodie debía de haber respondido a una llamada y haber apuntado el mensaje. Era Gerhard Briggs diciéndole que el préstamo había sido aprobado. Genial, pero aquélla era la menor de sus preocupaciones en aquel momento.

Se quedó mirando la nota y observó la letra de Jodie. Le encantaba. Ella era tan perfecta… Tan perfecta para él. Algo hizo que le diera un vuelco el corazón.

¿La había perdido?

No, aquello era inaceptable. No la dejaría salir así de su vida.

Las últimas semanas habían sido las más felices de su vida. Katy lo había llenado de felicidad, pero Jodie, y entonces lo supo, podría darle la paz interior. No había otra como ella.

¿Pero qué podía ofrecerle?

En el pasado también había amado a Grace, y eso era lo que le hacía poco partidario de enamorarse. Echando la vista atrás, se dio cuenta de que habían sido como dos extraños hasta que Katy había irrumpido en escena y entonces, la brecha que había entre ellos se había transformado en un cañón infranqueable y las diferencias se habían hecho irreconciliables.

Un antiguo amigo de Grace había aparecido un día en su puerta, pocos meses antes de que Katy naciera. Acababa de llegar a Nueva York y necesitaba un lugar para quedarse unos pocos días, así que Kurt le ofreció una cama en su casa. Así, los días se transformaron en semanas. Estaba buscando trabajo, decía, y empezó a salir con una pandilla que a Kurt no le gustaba. Kurt le dijo que se marchara.

Grace se había enfadado mucho con él por ello, pero estaba a punto de dar a luz y con los nervios del momento, él apenas se había dado cuenta. Demonios. Lo cierto era que ya no le prestaba atención a Grace. Estaba contento por el nacimiento del bebé, pero Grace y sus cambios de humor pronto se le hicieron bastante molestos, así que los ignoraba.

Tenía mucho por lo que lamentarse en aquel matrimonio. Desde luego, no había sido el marido perfecto, y se sentía culpable por ello. Podía haberse esforzado más en tener contenta a Grace o, al menos, en intentar entender lo que deseaba. De algún modo, el amor que había entre ellos se había convertido en veneno.

¿Amaba a Jodie? Y si así era, ¿duraría más de lo que le había durando el amor por Grace?

Dejó a Katy dormida en su cuna y empezó a caminar por la casa de arriba abajo sin descanso. Se hacía tarde, pero tenía que salir. Pero estaba Katy. Tenía que encontrar a alguien que se quedara con ella. Tal vez un vecino.

Entonces sonó el timbre. Jodie había vuelto, pensó Kurt. El corazón le dio un brinco en el pecho y dio un salto hasta la puerta, sin hacer caso del pinchazo de dolor de la rodilla. Abrió la puerta de par en par y vio a Manny Cruz en el umbral.

– Escucha -dijo Manny sin más preámbulos señalándolo con el dedo-. Tengo que hablar contigo.

La desilusión que había sentido Kurt al principio se desvaneció rápidamente.

– Pasa, Manny -dijo, y empezó a buscar su cartera por todas partes-. Menos mal que has aparecido. Te necesito -Manny podía cuidar a Katy, y además era un experto en bebés.

– ¿Para qué? -dijo Manny, pillado por sorpresa-. Oye, vuelve aquí. He venido para pelearme contigo.

Kurt apenas levantó la vista.

– ¿De qué estás hablando?

– No voy a dejarte robar el negocio de los Allman, ¿te ha quedado claro? -le espetó con tono amenazador-. No voy a dejar que arruines a una buena familia. Por fin he descubierto tu juego, pero yo te voy a detener.

Kurt se sintió más irritado que nunca y se detuvo para mirar al hombre a la cara.

– Manny, escucha. No tengo ninguna intención de arruinar a la familia Allman o de quitarles su negocio.

– ¿Cómo que no? -Manny levantó la barbilla en actitud beligerante.

– Como que no.

– ¿Y qué hacen todos esos tíos paseándose por los viñedos?

– Son científicos. Botánicos. Están recogiendo muestras para solucionar el problema de los viñedos.

A Manny le cambió la cara.

– Oh.

– Hablé con mi antiguo profesor -dijo Kurt, encontrando por fin su cartera y colocándosela en el bolsillo trasero de los vaqueros-. Cree que tal vez pueda encontrar un diagnóstico y entonces podremos empezar a curar la plaga. Parece bastante optimista.

– Entonces ¿no estás intentando arruinar el cultivo?

Kurt miró a Manny como si no creyera lo que estaba oyendo.

– ¿Por qué iba a querer hacer eso?

– Para poder comprar la compañía más barata.

Kurt parpadeó y soltó un juramento en voz baja.

– Manny, no intento comprar la empresa de los Allman y echarlos de ella.

Manny frunció el ceño.

– Pero lo intentaste hacer al principio.

– No. Lo que hice fue invertir una buena cantidad de dinero en la empresa. Eso es cierto. Y ahora he pedido un préstamo para ayudar a pagar un par de nuevas máquinas embotelladoras. Estoy comprometido hasta el final con esta compañía y creo que va a ayudar a que esta ciudad se convierta en un lugar próspero. Pero siempre pertenecerá a los Allman.

Manny arrugó los labios mientras intentaba digerir las novedades.

– Entonces creo que te había juzgado mal -dijo, poniéndose como un tomate-. Lo siento.

– No pasa nada -contestó Kurt.

Manny carraspeó ligeramente.

– ¿Entonces crees haber encontrado la cura para mis viñas?

– Es posible. Un día de estos el profesor vendrá a hablar contigo -estaba deseando salir a buscar a Jodie lo antes posible. Tomó las llaves del coche y echó un vistazo a su alrededor por si se dejaba algo-. Pero ahora mismo, tengo otro problema que resolver.

Se detuvo en el acto, levantó una ceja y miró a Manny. Un sentimiento desagradable lo invadía.

– Manny, ¿le has contado todo esto a alguien más?

– Hablé con Jodie, y como estaba tan enfadado se lo conté todo. Oye, tendrás que explicarle que estaba equivocado.

La cara de Kurt se quedó petrificada y su corazón se detuvo por un instante. Así que había sido eso el desencadenante del mal humor de Jodie.

– Claro que se lo diré -pero dejó a un lado las llaves del coche y cambió de idea en lo de pedirle a Manny que se quedara con Katy.

Hablaron unos minutos y después Manny se marchó. Kurt se quedó donde estaba, con la mirada perdida en la oscuridad. ¿Por tan poca cosa había desconfiado Jodie de él? Unas palabras de Manny y cambiaba de idea con respecto a él. Él era un McLaughlin, y no se le concedía el beneficio de la duda, pero le costaba creer que no le hubiera dejado explicar su punto de vista. Era casi como si hubiera aprovechado la excusa para marcharse. Tal vez se pareciera más a Grace de lo que él creía.

Se había marchado. Cerró los ojos y se enfrentó a la realidad. Sí, se había marchado. No iba a salir corriendo tras ella ni a suplicarla que volviera. Sabía por experiencia que esas cosas no duraban mucho tiempo. Sólo retrasaría la agonía.

Pero le dolía. Aunque había tratado de protegerse a sí mismo de sentir ese tipo de dolor de nuevo, allí estaba. Y junto con el dolor llegó una ira ardiente que llegaba desde muy adentro. ¿Cómo había pensado tan rápidamente que era un tramposo y un mentiroso?

Tal vez fuera lo mejor. Y desde luego, mejor entonces que después de haberse comprometido a algo. Pero entonces pensó que no volvería a besarla de nuevo, o a verla sonreír de felicidad, y eso le dolía como un puñal clavado en el corazón.

Maldiciendo en voz baja, miró por la ventana. Tal vez ella había tenido razón desde el principio y su relación estaba maldita por esa estúpida rivalidad.

Jodie levantó la vista y vio a Kurt salir del ascensor con un pequeño grupo de gente. Rápidamente bajó la vista a sus papeles, pero no pudo contener los latidos desbocados de su corazón, como siempre que lo veía. Él y el resto del grupo pasaron a su lado, pero Jodie pretendió estar sumida en su trabajo.

Había pasado casi una semana desde que se marchó de su casa, y no habían hablado en serio desde entonces. Trabajaban juntos todos los días, pero sólo en la oficina, y todo lo que se decían era por motivos de trabajo. Ella había estado a punto de preguntarle por Katy, pero había oído que le contaba a Shelley que uno de sus primos se estaba ocupando de ella, así que su pregunta ya estaba respondida.

Odiaba aquello. Sabía que él estaba enfadado por el modo en que se había marchado. Él sabía que ella pensaba que era culpable de algo, y ella sabía que las sospechas de Manny eran infundadas. Matt y Rafe habían aclarado ese punto, así que lamentaba mucho haber caído en un error tan estúpido.

Pero ya era demasiado tarde para intentar arreglar las cosas. Según su punto de vista, Kurt había aprovechado la oportunidad para librarse de ella cuando ya no la necesitaba. Se lo había anunciado cuando le había dicho que se lo estaba tomando demasiado en serio. Después de todo, él ya le había dicho que no estaba disponible para relaciones a largo plazo. Ella se había metido en aquel lío siendo plenamente consciente de a lo que se arriesgaba, así que había conseguido lo que se merecía, suponía.

Pero eso no evitaba que llorase por las noches. Estaba enamorada de él, ¿qué podía hacer?

Y además, estaba Katy. La pequeña y dulce Katy. Echaba de menos tenerla en sus brazos y había pasado de no querer tener nada que ver con los niños a adorar a Katy en unos pocos días. ¿Era posible un cambio tan radical?

Sí, siempre que se olvidara uno del miedo. Hmm. Tal vez fuera bueno recordar eso.

Había pasado sólo media hora cuando Shelley pasó por su mesa.

– Tu jefe quiere verte en la sala de juntas.

– ¿Quieres decir Kurt?

Shelley le hizo una mueca.

– ¿Acaso no es él tu jefe?

Claro que lo era, por mucho que hubiera intentado cambiarlo desde el principio. Dejó escapar un suspiro, se levantó y se dirigió a la sala de juntas. Supuso que querría hacerle algún comentario sobre las propuestas publicitarias que le había entregado aquella mañana. Habían trabajado codo con codo durante un tiempo y estaban en tan buen sintonía, que ahora se le hacía raro volver a ser la empleada del montón de nuevo. Bueno, alguien tenía que hacerlo, así que ella intentaría llevarlo lo mejor posible.

– Buenos días -dijo ella mientras empujaba la pesada puerta de la sala y entraba.

Kurt estaba sentado en el extremo contrario de la mesa; tenía el pelo castaño algo más largo de lo habitual, como si no hubiera tenido tiempo para cortárselo últimamente. Sus ojos verdes la miraban de un modo que ella interpretó como expectante. Entonces se dio cuenta de que algo se movía en su regazo y sólo tardó un par de segundos en darse cuenta de que era la niña.

– ¡Katy! -gritó sin poder evitarlo.

La pequeña la miró y empezó a gritar nerviosa y contenta a la vez.

– Ma-ma -gritó, levantando los brazos regordetes hacia Jodie-. Ma-pa-ma-pa.

Jodie ignoró a Kurt, las balbuceantes palabras de la niña y fue corriendo por ella. Cuando tuvo a la niña en brazos, rió y la abrazó con fuerza.

– ¿Has oído eso? -preguntó Kurt como si nada-. Te ha llamado «mamá». ¿Te molesta?

Ella se volvió para mirar el rostro que tanto le gustaba. No podía leer la expresión de su cara, pero algo en el ambiente hizo que se pusiera muy nerviosa.

– Kurt, ¿qué intentas hacer conmigo? -preguntó ella.

Él se encogió de hombros y sonrió.

– Sólo estoy explorando la idea de que seas su madre. ¿Qué te parece? ¿Hay alguna posibilidad de que te guste ese papel?

Ella lo miró, sin aliento.

– ¿Qué? ¿Estás intentando contratarme de nuevo?

Antes de que pudiera responder, Shelley entró con unos papeles y Kurt se levantó. Tomó a Katy de los brazos de Jodie y se la pasó a Shelley.

– ¿Puedes llevarla al comedor y darle un helado o algo así? -preguntó.

– Claro -Shelley los miró con una sonrisa-. Vamos a pasarlo genial, ¿verdad, Katy?

Jodie no había dejado de mirar a Kurt ni un solo segundo.

– Siéntate -pidió él cuando Shelley hubo cerrado la puerta.

Ella se sentó muy despacio a su lado y esperó a que él comenzara.

Tardó un momento en empezar a hablar. Parecía estar ordenando sus pensamientos. Y después la miró.

– He estado pensando mucho estos últimos días -dijo él.

Ella asintió.

– Yo también -admitió en voz baja.

– He sido un imbécil.

Ella lo miró e intentó comprender sus palabras. ¿Acaso lamentaba su relación? Era difícil de decir, pero ella estaba segura de una cosa:

– Aún estás enfadado conmigo.

El dudó y frunció el ceño.

– Un poco -admitió.

Ella se pasó la lengua por los labios.

– ¿Por qué exactamente?

Un rayo de dolor le cruzó la cara.

– Porque no confiaste en mí. Creía que me conocías bastante bien, pero seguías sin creer en mí.

Ella entristeció, pero no podía dejar que se quedara con esa impresión, porque se acababa de dar cuenta de que no era verdad.

– No -dijo ella con sinceridad-. No fue eso. Yo no creía en mí misma. Tenía miedo y necesitaba tiempo y espacio para pensar las cosas. Cuando todo pareció indicar que estabas traicionando a la empresa, yo… bueno, me enfadé, y lo usé como excusa para huir.

El asintió en silencio.

– Pero eso no responde a mi cuestión principal. Caíste en la trampa con demasiada facilidad, Jodie. ¿Fue por mí o por esa estúpida rivalidad?

Ella se miró las manos y las entrelazó sobre el regazo. Después levantó la mirada.

– La rivalidad existe, aún es parte de mí. Voy a tener que trabajar mucho para olvidarla, pero, Kurt… -se mordió el labio y después continuó-. Conseguiré olvidarlo y lo borraré de mi mente. Puedo hacerlo.

Él le tomó una mano entre las suyas.

– Entonces, ¿no crees que quiera engañar a tu familia?

Ella cerró los ojos por un instante.

– Oh, Kurt.

– Porque no voy a hacerlo, ya lo sabes.

– Lo sé -hizo un gesto, sintiéndose culpable-. Rafe me explicó que has estado trabajando mucho por papá estos meses y que si no hubiera sido por ti, la compañía ya se habría hundido.

– Bueno, eso no podemos saberlo.

– Sólo tengo que decir una cosa -dijo ella, decidida a sacarlo todo mientras tuviera fuerzas-. Quiero que sepas que te quiero, Kurt McLaughlin.

Ya estaba. Lo dijo y se rodeó el cuerpo con los brazos, sin saber qué esperar. ¿Pondría él cara de extrañeza y se apartaría, o volvería a decirle que se lo había tomado muy en serio? Jodie contuvo el aliento, esperando.

Él pareció sorprendido y después, lentamente, empezó a sonreír. Se inclinó hacia ella, le pasó la mano libre por el pelo y la acercó hacia sí.

– ¿Sabes cuánto he echado de menos tus besos? -dijo en voz baja.

– Oh -ella se puso una mano sobre el pecho-. No podemos besarnos aquí. Estamos en la sala de juntas.

– ¿Acaso te olvidas de quién es el jefe? Puedo llevar esta reunión como quiera -le sonrió-. Y digo que cuando hay amor de por medio, los besos son obligatorios.

Ella se retiró ligeramente.

– ¿Acaso significa eso que…?

– ¿Quieres que diga todas las palabras?

Ella asintió.

– De acuerdo. Allá va. Te quiero, Jodie Allman, aunque estoy pensando en cambiarte el apellido lo antes posible.

Jodie se echó a reír, hasta que él la besó y ella se fundió en el beso, empapándose de su ternura y devolviéndosela a manos llenas. Estaba radiante. Apenas podía creer que sus sueños se hubieran hecho realidad. Ella se apartó y le sonrió con labios aún temblorosos.

– Kurt, siento haberte hecho pasar por todo esto. No te merecías mi desconfianza.

– No, eso es cierto -sonrió, le acarició la mejilla y el amor inundó sus ojos verdes-. Se acabaron las rivalidades, ¿trato hecho?

Ella le ofreció la mano.

– Lo juro.

Se miraron a los ojos y sonrieron.

– Jodie, escúchame -le dijo Kurt con súbita urgencia-. ¿Vas a casarte conmigo y a ser la madre de mis hijos o no?

– No lo sé. Esto es muy repentino.

– Al infierno. Llevo mirándote desde que me afeité por primera vez. Ya es hora de que zanjemos este asunto.

Ella inclinó la cabeza, sonrió y preguntó:

– ¿Lo dices en serio?

– En serio.

Ella suspiró.

– Oh, ¡te quiero!

– Y yo a ti, Jodie.

– Oh -sus ojos se llenaron de lágrimas.

– ¿Entonces? ¿Sí o no? Di que sí.

Ella le sonrió y dijo:

– Si. ¡Sí!

– Bien.

Y se volvieron a besar, para cerrar el trato.

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