Antes de poder explicar aquella sorprendente declaración, lo interrumpió el timbre de la puerta.
Jodie y Kurt se miraron, y exclamaron al mismo tiempo:
– ¡La sueca!
Kurt se puso en pie con la ayuda de una muleta y fue hacia la puerta. Justo antes de abrir le echó una mirada a Jodie y ésta le sonrió, sabiendo lo que él esperaba encontrar al otro lado de la puerta. Por fin abrió, e inmediatamente dio un paso atrás. La mujer que estaba en el umbral medía casi dos metros y parecía dedicarse al fútbol americano como hobby.
Tenía los ojos de un azul acerado y llevaba una pequeña bolsa.
– Soy Olga -dijo la mujer, con un fuerte acento-. Yo me ocupo del bebé.
– ¿Qué? -su sueño de la valkiria sueca se había desvanecido-. ¿Está segura?
– ¿Dónde es el bebé? -dijo, dando un paso hacia la puerta y haciendo recular a Kurt, que miró a Jodie en busca de auxilio.
– Escuche, no hemos decidido nada -dijo él, como hablándole a la pared-. Si nos deja su número, ya la llamaremos.
Pero Olga no era de las que esperaban a ser invitadas, así que apartó bruscamente a Kurt de la puerta y pasó a grandes zancadas a la casa.
– Yo conozco niños, señor -dijo ella, petrificándolo con la mirada-. Me deja el bebé y yo lo cuido.
De otras dos zancadas llegó junto a Katy, que estaba jugando en el suelo, y la levantó hasta la altura de su gélida mirada.
– Ella está bien.
Katy pareció sorprendida al principio. Después miró a su padre y luego a la mujer que parecía una montaña. Empezó a abrir la boca, pero no emitió ningún sonido.
– ¿Dónde es la habitación de niña? -preguntó Olga-. Necesita pañal.
Jodie le señaló el camino con el dedo y la mujer se encaminó hacia allí.
Kurt empezó a seguirla y después se volvió hacia Jodie.
– ¡Ayuda! -dijo en un susurro.
Jodie rió y le tomó las manos.
– Deja que haga su trabajo -le dijo-. Tracy ha dicho que tenía unas referencias excelentes, y tu madre no contrataría a cualquiera. Relájate.
Pero seguía inquieto.
– ¿Tú crees que Katy estará bien?
– Claro. Dale una oportunidad.
Él siguió con el gesto torcido, lo que le hizo mucha gracia a Jodie, hasta que Olga apareció por el pasillo con la niña en brazos.
– Iré a ver cocina -dijo, pasándole la niña a su padre.
– Este… Olga -dijo Jodie-, nos preguntábamos bajo qué condiciones la ha contratado la madre de Kurt. Suponemos que se ocupará de la niña y la cocina.
– Sí. Algo limpieza también. Y hago masaje.
– ¡Masaje!
Olga se echó a reír y le hizo un gesto a Kurt.
– Ven aquí y te doy uno.
Jodie vio la mirada de horror en la cara de Kurt y decidió conservar aquella imagen en la memoria para alegrarse en los días grises.
– No, gracias -declinó Kurt-. Creo que con Katy y el cuidado de la casa tendrá bastante.
Jodie acompañó a Olga a la cocina y le explicó lo que contenían los armarios y los electrodomésticos. De un modo extraño, casi se sentía propietaria de todo aquello, aunque sólo llevaba yendo a esa casa una semana.
Olga le cayó bien. Tal vez fuera algo autoritaria y ruidosa, pero era competente y buena persona. Muy fiable. Así que recogió sus cosas y se dispuso a volver a la oficina.
– ¿No pensarás marcharte, verdad? -dijo Kurt, alarmado.
Se tuvo que reír. Aquel hombre al que había visto pelear con tipos que le doblaban en estatura, parecia realmente asustado por la empleada del hogar sueca.
– Tengo que marcharme -dijo simplemente.
Kurt la siguió hasta la puerta.
– No puedes dejarme solo con ella -susurró, mirando por encima del hombro.
Jodie se mordió el labio y sacudió la cabeza.
– Oh, claro que puedo. Y es lo que voy a hacer.
No lo hacía por sadismo, sino que tenía que marcharse. Necesitaba algo de tiempo para procesar todos los cambios por los que había pasado su vida aquel día.
– Jodie -dijo él, agarrándola de un brazo y mirándola a los ojos-. Vuelve pronto.
Algo en la intensidad de su voz permaneció con ella hasta que llegó a la oficina. ¡Maldición! Se estaba enamorando de él, y en serio.
– Genial -murmuró para sí con sorna.
– He oído que Tracy McLaughlin va a casarse de nuevo.
Las cenas en casa de los Allman eran un hervidero de rumores aquellos días. Jodie miró a su hermana y se dio cuenta de que esa declaración se la había lanzado a ella. Claro.
– Eso parece -dijo ella, sin darle importancia, esperando pasar a una discusión mayor sobre ese asunto.
– ¿Cuántos lleva? -preguntó Matt-. ¿Es el tercero, verdad?
Rita asintió.
– Espero que tenga más suerte esta vez.
– ¡Ja! -exclamó Rafe-. Los McLaughlin no se comprometen con nadie. Mira a los padres. Tampoco son modélicos que se diga.
Rita señaló a su hermano.
– Si no recuerdo mal, a ti te gustaba Tracy.
– ¿A mí? -su atractivo rostro se tornó en un gesto de disgusto-. Nunca he tenido esa clase de sentimientos por un McLaughlin. No soy un traidor.
Jodie se quedó boquiabierta.
– Estáis aquí hablando mal de los McLaughlin, pero tenéis a Kurt en el negocio. ¿Alguien me explica cómo se digiere eso?
David se encogió de hombros, como si no mereciera la pena explicarlo.
– Bueno, para mí Kurt no es como los demás.
– No, nunca lo ha sido -añadió Rafe-. Estuvimos juntos en las clases prácticas de química en el instituto, y después de los insultos de rigor, nos llevamos muy bien. Siempre supe que era de los buenos.
– No se puede decir lo mismo de sus primos, que son todos basura -dijo David.
– No le daría la espalda a ninguno de ellos -añadió Matt.
– Kurt es un buen chico -afirmó también Rita-. Ya me lo pareció cuando volvió a Chivaree a criar a la niña. Después de cómo lo trató su mujer… -y miró a Jodie según decía esas palabras.
– Continúa -pidió ella-. ¿De qué modo lo trató su mujer?
– ¿No lo sabes? -preguntó Rita.
– Si lo supiera, no te lo preguntaría, ¿no crees? -Jodie miró a su alrededor y vio que todos parecían saberlo menos ella-. Por lo que sé, murió en un accidente de avión. ¿Hay algo más?
Los demás se miraron como si decidieran quién se lo tenía que contar. Rita continuó con la historia.
– Bueno, por lo que dicen, ella se había marchado de casa. Había abandonado a su marido y a su hijita.
– Oh -su corazón se llenó de pena por Kurt.
– Iba a encontrarse con su amante cuando la avioneta se estrelló en las montañas.
Jodie no tenía ni idea. Nadie, y mucho menos Kurt, le había dicho nada de todo aquello. Aún así, él le había dado pistas de que su matrimonio no había sido muy feliz, así que aquello no la sorprendía del todo. Aquello también explicaba por qué se le nublaba la vista a veces, y su auto imposición de no volver a enamorarse jamás.
Bueno, él no había llegado a decir eso, pero estaba implícito en su decisión de no volver a casarse. Debía de haber sido una agonía para él tener el bebé que quería y adoraba, y que la madre lo traicionara cuando más la necesitaba. Sintió pena por él.
No pudo comer ni un bocado más después de oír la historia. Sus hermanos pasaron a otro tema, pero ella se quedó en silencio. Quería ir con Kurt y consolarle como pudiese, aunque sabía que estaba jugando con fuego, pero, ¿qué más podía hacer?
Apenas habían acabado de comer cuando sonó el teléfono. Era Kurt.
– Jodie, menos mal que estás ahí. Tienes que venir inmediatamente.
– ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
– Te lo explicaré cuando llegues.
Ella frunció el ceño y apretó el auricular. Por su tono se deducía que había ocurrido algo terrible.
– Kurt, ¿dónde está Olga?
Hubo una pausa, hasta que Kurt dijo por fin:
– Jodie, tienes que venir y despedirla.
– ¿Dónde está? -repitió Jodie con los ojos muy abiertos.
– La tengo… la tengo en un lugar seguro.
– ¡Kurt! ¿Dónde está?
Ella notó que él respiraba pesadamente y que tomaba aire antes de hablar.
– La he encerrado en el cuarto de la plancha.
– ¡Kurt!
– He tenido que hacerlo. Se había vuelto loca.
– ¿Qué estaba haciendo?
– Te lo explicaré cuando vengas. No tardes.
Ella no podía imaginarse qué habría hecho Olga. ¡Pobre Katy! ¿Cómo podía un adulto meterse con un niño tan pequeño como ella? Olga tenía que haber hecho algo muy malo para que Kurt la hubiera encerrado en el cuarto de la plancha. Llegó a casa de Kurt con el corazón en un puño.
– Bien, cuéntamelo -ordenó mientras se precipitaba al interior de la casa-. ¿Cómo está Katy? ¿Qué le ha hecho Olga?
– Mira -dijo él, señalando a la trona, que estaba cubierta de una cosa rosada-. Estaba haciéndole comer remolacha -lo decía como si se tratara de ponerle cañas de bambú bajo las uñas o algún tipo de tortura similar.
– ¿Remolacha? -se aseguró Jodie, pensando que no lo había oído bien. Tal vez, como no sabía nada de bebés, no supiera qué significaba eso.
Él asintió, ultrajado, con la mirada llena de rabia.
– Katy odia la remolacha y empieza a llorar en cuanto la ve. ¡Y esa mujer la estaba obligando a comerla!
Jodie parpadeó.
– ¿Obligándola?
– Dijo que hay que enseñar a los niños que no pueden librarse de ciertas comidas. La pobre Katy estaba llorando como si el corazón se le fuese a partir en dos y esa mujer… aprovechaba para meterle la remolacha.
Jodie se giró. No sabía qué decir, pero lo cierto era que Olga y Kurt no se estaban llevando bien.
– De acuerdo. Hablaré con ella, pero Kurt, ¿qué vas a hacer sin nadie que se ocupe de Katy?
– Lo tengo todo pensado -dijo con sencillez-. Tú puedes quedarte aquí y ayudarme.
¡Qué cara se podía llegar a tener!
La frase no dejaba de rondar la mente de Jodie. Lo raro era que le había parecido más gracioso que otra cosa, aunque era muy pretencioso por su parte creer que ella iba a dejarlo todo para correr a ocuparse de su problema. Pero como Kurt lo había hecho con toda la inocencia del mundo, no podía tomárselo a mal y ofenderse.
Aparte, él no habría estado en aquella situación si ella no hubiera provocado el accidente, por lo que le debía algo. De todos modos, asumir sin más que estaría allí siempre que él se lo pidiese… la dejaba sin respiración.
Y ése era el punto importante: que la necesitaba. Katy la necesitaba, y eso era una novedad. Y le encantaba sentirse necesitada.
Se ocupó del despido de Olga con tacto y sensibilidad. Le explicó a la mujer que Kurt estaba atravesando un periodo de estrés emocional en aquel momento, que había algunos asuntos y tenía algunas fobias que necesitaban tratamiento. De eso se ocuparía ella como terapeuta. Lo que Olga no tenía por qué saber era que ella era terapeuta física, no psicológica. Por fin acabó diciéndole a la mujer que Kurt no estaba preparado para dejar el cuidado de su hija en manos de una profesional, aún.
– Ya -dijo Olga-. Está loco. Yo lo veo. Y va a mimar a niña. Vigile.
– Oh, lo haré -le respondió mientras acompañaba a la mujer a la puerta principal, sin que Kurt apareciera por ningún lado-. Lo vigilaré como un halcón. Por favor, envíe la factura por sus servicios.
– Oh, no preocupar. La señora McLaughlin ya me da buen cheque. Puede llamar cuando el señor va mejor, ¿de acuerdo? Va necesitar una mujer como yo para retomar vida.
– Desde luego. Seguro que pensará en usted cuando esté listo para dar el paso -le dijo, despidiéndose de ella con la mano-. Ya está -le dijo a Kurt, que había aparecido por una esquina con Katy en brazos-. ¿Tienes otro dragón por ahí del que quieras que me ocupe?
– Mi héroe -dijo, obviamente aliviado-. No me importó empujarla hasta el cuarto de la plancha. No escuchaba ni una palabra de lo que le decía.
– No te preocupes -le dijo Jodie-. Volverá para ocuparse de tu vida en cuanto estés lo suficientemente recuperado para aceptar sus servicios.
Kurt le habló a Katy directamente.
– Nena, ¿qué te parece si nos mudamos y no dejamos la dirección a nadie?
– Pa-pa -dijo ella.
Él la miró de nuevo.
– Pero nos llevamos a Jodie, ¿verdad?
– Da-da-da -Katy casi saltaba en sus brazos.
– ¿Puedes quedarte? Odio tener que pedírtelo, pero dadas las circunstancias, no me queda otra.
Ella lo miró a los ojos, que parecían preocupados, y supo que tenía tanto miedo a estar cerca de ella, como ella a estar cerca de él. Se mordió el labio. Sabía lo que tenía que hacer, pero también lo que quería… El deseo se impuso al pensamiento maduro y coherente.
– Claro que me quedaré -dijo-. Pero sólo esta noche.