Capítulo 3

KARINA, ¿puedes dejar de mirarte al espejo? -le dijo la duquesa desde un extremo del vestidor. Se estaban preparando para la primera de una larga lista de fiestas a las que la princesa tendría que asistir.

Tim Blodnick llegaría de un momento a otro para hacer la presentación oficial del nuevo jefe de seguridad. Jack Santini habría de encargarse de que llegaran a su destino sanas y salvas.

– Estás desarrollando un insano hábito de admirarte.

Karina miró una vez más a la impecable mujer que su propio reflejo representaba. Su figura delgada portaba con gran elegancia un vestido azul de seda con un delicado escote adornado de cuentas. Llevaba en la cabeza un pequeño sombrero con velo, cuidadosamente colocado de medio lado. Las perlas, complemento indispensable según su tía, daban el toque final.

Parecía sacada de un libro de historia.

¿Qué ocurriría si un día se atreviera a salir con un suéter y una falda ajustada de cuero? Su tía le formaría un consejo de guerra, estaba segura.

– Primero me dices que cuide de mi imagen y ahora me criticas por hacerlo.

La duquesa se volvió hacia ella y la miró con ojos inquisitivos.

– Es importante dar la imagen adecuada -le dijo-. Pero idénticamente importante es hacerlo sin que parezca que ha habido un esfuerzo. Tu aire real debería fluir naturalmente, como el agua en el rio Tannabee que atraviesa Nabotavia -hizo un elegante gesto con la mano-. La perfección es fundamental y obligada. Pero nunca permitas que los demás noten que te es dificultoso alcanzarla.

Karina sonrió para ocultar que se sentía molesta.

Habría deseado poder quitarse aquel ridículo sombrero y haberlo lanzado por la ventana, haberse podido poner unos vaqueros y una camiseta. Quería ser una mujer normal, como las muchachas que veía desde su limusina.

Pero eso era imposible y su único desahogo era hacer uso de su lacerante lengua.

– Ya entiendo. Tengo que ganarme un premio de interpretación para fingir realeza. Todo mentiras y engaños, pero válidos si no te descubren.

La duquesa hizo un gesto de desprecio y casi de desmayo.

– Eres demasiado vulgar para ser princesa -añadió y miró a su reloj de diamantes-. Espero que el señor Blodnick se dé prisa. Tiene que presentarnos cuanto antes a ese nuevo jefe de seguridad. No me gusta el modo en que ha hecho las cosas con ese hombre. Sabe que necesito dar mi visto bueno antes de que se le ofrezca a alguien un contrato.

Karina se dio la vuelta y trató de parecer inocente. Si su tía se enteraba de que había sido voluntad suya que Jack Santini se quedara, tenía la certeza de que lo despediría de inmediato.

La verdad era que la duquesa habría sido una estupenda «generala», capaz de conquistar tierras y proteger países, pero no entendía el alma humana.

Jamás habría podido comprender lo que había sucedido entre ella y Jack la noche anterior. Aunque, a decir verdad, ni Karina misma lo entendía.

– Karina, ¡no te encorves como si fueras una adolescente!

La princesa se estiró de forma mecánica, acostumbrada a oír lo mismo una y mil veces.

Ese era su modo de sobrellevar el imperativo carácter de su tía. Sabía que la mujer la apreciaba y se preocupaba por ella. Pero, a quien realmente quería era a su tío, pues le había dado ese amor paternal que, como huérfana, necesitaba. La duquesa era la que imponía las reglas, míentras que el duque le había enseñado a silbar y a jugar al escondite en el bosque, era el que le leía cuentos a la hora de dormir, el que siempre llevaba su caramelo favorito escondido en el bolsillo de la camisa, el que la llevaba hasta la cama, cuando se quedaba dormida entre los juguetes.

El teléfono sonó y la duquesa respondió.

– Ya están abajo-le anunció a su sobrina-. Vamos.

Karina dudó, con el pulso acelerado. La ponía nerviosa pensar que iba a ver a Jack, pues temía su reacción cuando descubriera que era la princesa.

No le iba a gustar que lo hubiera engañado.

– Duquesa Irinia Roseanova, permítame que le presente a nuestro jefe de seguridad Jack Santini-dijo Tim Blodnick en cuanto estuvieron en la sala.

Jack se concentró en escuchar a la dama que comenzó a darle instrucciones.

– Este verano vamos a tener un gran número de actividades y entretenimientos que requerirán más seguridad de la habitual.

Continuaron hablando de los planes futuros sin que nada delatara a Karina. Esta observaba a Jack, que iba vestido con unos pantalones negros, una camisa negra y una corbata plateada. Se preguntó si ese sería el nuevo uniforme. Sin duda, le favorecía.

Mientras esperaba, Karina se quitó los guantes. Cuando los presentaran, quería notar el tacto de los labios de Jack sobre la piel y no a través de la tela. Antes de que estuviera preparada, vio que Tim Blodnick se disponía a dar su nombre.

Se aproximaron a ella.

– Según creo ya ha tenido el placer de conocer a la princesa, pero creo oportuno hacer una presentación formal. Princesa Karina Alexandra Roseanova, este es Jack Santini.

Tim se volvió de inmediato a hablar con la duquesa, dejando que Jack y Karina se las arreglaran a solas.

Sus ojos se encontraron y Karina no pudo adivinar qué decían los ojos de su nuevo jefe de seguridad, lo que la intranquilizó aún más.

Ella le tendió la mano izquierda y él bajó los ojos y miró sus dedos largos y delgados.

– ¿Qué se supone que debo hacer con ese tentáculo?

Ella contuvo la respiración. Sin duda él estaba furioso. No podía culparlo. Pero tampoco podía dejar que su tía viera el tipo de relación que había entre ellos, así que alzó la barbilla y respondió, altiva:

– Se supone que debes besármela.

Él le agarró la mano con firmeza y se acercó hasta poder hablarle al oído.

– Más bien te mereces un azote.

La muchacha se ruborizó dé tal manera que Jack estuvo a punto de arrepentirse de lo que había hecho. Pero aquella jovencita necesitaba una lección por haberlo llevado a una situación absurda y haberlo empujado a contarle cosas de su vida personal.

A pesar de todo, había unas formas que guardar y él sabría hacerlo.

Inclinó la cabeza elegantemente y le rozó los dedos con los labios.

– Es un honor para mí conoceros, princesa. Me alegra ver que vuestra bizquera se ha corregido y que ya no os dais golpes contra las paredes. La joroba también parece haber desaparecido -afirmó con tono de agrio sarcasmo.

Pero en cuanto sus miradas se encontraron ella pudo ver que su rabia iba diluyéndose.

Ella contuvo una sonrisa.

– Con la fisioterapia puede que llegue incluso a andar derecha.

La duquesa se volvió hacia ella con el ceño fruncido.

– ¿Ocurre algo, Karina?

Karina sonrió a su tía.

– Nada, duquesa, nada.

La mujer retomó su conversación con Tim.

– Podrías haberme dicho la verdad -reprendió Jack a Karina.

– Lo hice, pero no me creíste.

Tenía razón, por mucho que le pesara admitirlo. Sin decir nada más, ella se encaminó hacia la salida mientras se ponía el guante. Él la miraraba fascinado.

– Pareces sacada de una película de los años cincuenta. ¿Para qué sirve ese sombrero? Ella se lo tocó y sonrió.

– Así se supone que debe vestir la realeza. Es clásico, viene del pasado para llevarme directamente al futuro.

Ella lo miró con una adorable sonrisa en los ojos y él le respondió con otra.

Pero su tiempo a solas había acabado. Tim y la duquesa se aproximaban a ellos. Esta se dirigió a Jack directamente.

– Me alegro de haberlo conocido, señor Santini -dijo en un tono engolado-. Seguro que desempeñará un trabajo impecable si se ciñe a las normas y al plan establecido por mí. Hoy necesitaremos que nos proteja durante toda la tarde. Vamos a la Liga de Damas, donde Karina será la invitada de honor. Ahi dará una pequeña charla sobre la historia de Nabotavia. Pero, aun en un entorno tan benigno, puede haber peligro para ella.

– Muy bien, señora-dijo él-. He asignado a Will Stratro para que las acompañe. Estará esperándolas fuera en este instante.

No tuvo que mirar a Karína para notar su desilusión. Sin duda había pensado que él, personalmente, las acompañaría. Pero tenía hombres preparados para hacer ese trabajo.

– Adiós-dijo ella al pasar a su lado-. Te vas a perder un gran discurso.

Dejó su delicioso aroma flotando en el aire y él lo inhaló sin pensar. Segundos después, se arrepintió de haberlo hecho. Recordar su perfume no hacía sino empeorar los síntomas que le provocaba la memoria del breve encuentro de la noche anterior. Y no quena dar rienda suelta a deseos imposibles. ¡Aquella mujer era una princesa! Como si las cosas no hubieran estado ya lo suficientemente mal de por sí.

Tres días más tarde

– Señor Santini.

Jack se volvió hacia la duquesa, que acababa de informarlo de algunos cambios que quería hacer en el sistema de alarma. Él regresó a su lado.

– La princesa tiene una cita con una firma de diseño de moda en Goldmar a las dos. Irá sola, porque yo tengo visitas. Necesita protección.

Jack apretó los dientes. Ninguno de sus guardas estaba disponible.

– Me temo que no tengo hombres…

– ¡Pues usted irá con ella! -dijo la mujer con impaciencia-. Proteger a la princesa es su prioridad número uno.

Jack lo sabía mejor que nadie. Había sido informado del peligro que los rebeldes representaban para la Familia Real en general y para Karina en particular. El país estaba pasando por un período turbulento, y cada vez parecía más cercana la implantación de una monarquía constitucional.

Pero tener constancia de todo eso no hacía que deseara acompañarla y, menos aún, a solas. Solo le quedaba rezar para que la cita fuera cancelada.

– Por supuesto, señora. Estaré listo a la una y media.

Desde el día de su presentación oficial, Jack había encontrado el modo de evitar a Karina. Parecía estar adquiriendo un instinto especial para reconocer cuándo iba a aparecer o a encontrarse en una situación difícil. Sabía que mantener la distancia era primordial para evitar la tentación.

El peor momento había tenido lugar un par de días atrás, durante una reunión de Nabotavios exiliados que habían ido a visitar a la familia.

Entre ellos había dos muchachas de la misma edad de Karina y, las tres juntas, habían decidido darse un baño en la piscina.

Él se había permanecido al margen hasta que, al salir de la oficina, se había encontrado con el maravilloso espectáculo de Karina en bañador. Por suerte, ella estaba de espaldas y… Totalmente ajena a su presencia y a la respuesta. que sus atributos varoniles habían dado a su impresionante belleza.

Lucía tan hermosa e inocente, con aquella piel dorada y el pelo rubio enmarcando su rostro. Su cuerpo delgado era perfecto, con los senos turgentes danzando bajo la apretada tela del bañador y unas piernas largas y bien formadas.

Había sentido un deseo incontrolable nacerle dentro y lo había apaciguado como había podido, marchándose de allí a toda prisa, sin dejar de maldecir su suerte.

Pero la imagen lo había envenenado y noparecía tener antídoto.

Aquella tarde tendría que enfrentarse a ella a solas y le daba miedo.

A la una y media, hora concertada, se encontró con ella a la puerta de la casa. Karina sonrió y entró en el Cadillac, invitándolo a sentarse a su lado.

Él no pudo sino seguir su mandato, y se situó junto a ella, mientras trataba con todas sus fuerzas de olvidar que, a su lado, estaba el cuerpo que había visto días antes.

Viajaron en silencio, mientras él mantenía la mirada fija en la carretera, hasta que ella le preguntó:

– ¿Por qué me odias?

Él la miró confuso y se encontró con sus ojos fijos en él.

Jack se volvió de nuevo hacia el conductor y se preguntó si la mampara de cristal que los separaba insonorizada el habitáculo.

Karina respondió a su tácita pregunta.

– No puede oírnos. Está medio sordo. Pero puede ver perfectamente y le contará todo lo que vea a mi tía, de eso puedes estar seguro.

«¡Muy tranquilizador!», pensó Jack.

– No te odio-le respondió, moviendo los labios lo imprescindible y con la cara en dirección a la ventana.

– Me has estado evitando como si fuera la peste.

– No te evito. Solo trato de hacer mi trabajo.

– Pensé que podríamos ser amigos -su voz tembló ligeramente.

– Karina… quiero decir, princesa, perteneces a la realeza. Yo no soy más que un sirviente, un. empleado. Estamos en dos niveles muy diferentes. Es difícil que lleguemos a ser amigos.

Aquella respuesta encendió su rabia.

– ¡Cómo puedes decir algo así! Vivimos en un país en el que todos somos iguales.

El frunció el ceño.

– Pero siempre hay jerarquías, aunque la gente finja que no. Tienes que ser realista.

En pocos minutos llegaron a un exclusivo bloque de apartamentos. El chófer, el señor Barbera, detuvo el coche ante la entrada. El portero abrió la puerta y, sin decir nada más, Jack salió. Se volvió hacia Karina y la ayudó a bajar. Le hizo al conductor una seña de que podía marcharse y se dirigieron al edificio.

– No te estoy pidiendo que te cases conmigo – le dijo ella-. Solo que seas mi amigo.

Se detuvieron ante el ascensor esperando a que llegara.

– Tú sabes que quieres algo más que un amigo-dijo él suavemente, asegurándose de que nadie lo oía.

– ¿Cómo sabes lo que yo quiero? -preguntó ella con aquellos ojos inmensamente azules muy abiertos.

El dudó. No era momento ni lugar para discutir. Pero una vez iniciado el tema era difícil abandonarlo sin más.

– Las vibraciones que hay entre tú y yo hablan por sí mismas -le dijo él.

– ¿Vibraciones? -dijo ella en un tono de voz más alto del adecuado.

Al entrar en el ascensor, Jack marcó el piso. Empezaba a temer que ella estaba dispuesta a seguir con aquella conversación sin importarle quién estuviera escuchando.

– Sí, vibraciones-dijo él cuando se cerraron las puertas-. Tú las sientes y yo también. Si pasamos mucho tiempo el uno al lado del otro, algo acabará por pasar.

Los ojos de ella parecieron más grandes que nunca.

– ¿Tú crees? -preguntó ella suavemente.

– Sí -Jack quería tomarla en sus brazos. Había algo tremendamente vulnerable en su mirada. Quería darle calor, reconfortarla, decirle que no se preocupara, pero no podía hacerlo.

Las puertas se abrieron y se encontraron a la entrada de la sala de exhibición.

Una elegante mujer estaba en la puerta.

Karina tomó a Jack de la mano.

– No discutamos más, limitémonos a disfrutar de la tarde.

– Me quedaré atrás hasta que…

– ¡No, por favor! Quiero que estés a mi lado-su sonrisa resplandeció-. Ninguno de los presentes sabe que soy una princesa. Piensan que soy otra niña malcriada de Beverly Hills. No les extrañará que venga con mi novio. Les parecerá perfectamente normal.

Él negó con la cabeza.

– No creo que sea buena idea.

– Por favor…

Él miró aquel bello rostro y tragó saliva. No podía negarse.

– De acuerdo.

Ella sonrió aún más.

– Fantástico.

Y lo guió hacia la puerta.

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