LAS azafatas de la sala donde se realizaría el pase privado condujeron a Karina a una mesa que había sido especialmente preparada para ella justo delante del escenario.
– Desde aquí tendrá usted una estupenda vista, señorita Roseanova -dijo una mujer fría y eficiente-. Su tía nos ha pedido que le mostremos un cierto número de trajes de la colección pero, si lo prefiere, podemos limitar el número.
– ¡No, no es necesario! Quiero verlos todos. También querríamos que nos sirvieran té con unas pastas, ¿verdad? -dijo mirando a Jack y volviendo a la mujer-. Gracias.
Jack se inclinó sobre ella.
– ¿Qué demonios estás haciendo? -le murmuró él.
– Cuanto más dure el pase más tiempo tendremos para hablar.
– Hablar no es parte de mi trabajo -le recordó él.
– Quizá no. Pero mantenerme contenta sí lo es.
Su rostro se oscureció y ella se dio cuenta inmediatamente de que había hecho el comentario equivocado.
Se mordió el labio inferior y volvió el rostro hacia la pasarela. Acababa de parecer una mocosa inmadura y se arrepentía. Se prometió a sí misma que jamás volvería a contestar así. Mientras trataba de encontrar un modo de retractarse de sus palabras, dio comienzo el pase.
La modelo hizo una pausa delante de ellos, pero no pudo evitar que su mirada se centrara en Jack. Karina soltó una leve carcajada, asintió a la modelo y luego a la encargada, que apuntó su orden en la hoja de pedido.
– ¿Las mujeres siempre te miran así?
Él levantó una ceja, inocente.
– ¿Así, cómo?
– Sabes exactamente cómo.
La siguiente modelo ya estaba en la pasarela.
Una suave música creaba una agradable atmósfera, pero Karina apenas si la notaba. Su mirada estaba fija en él. Jack, por su parte, parecía más pendiente de su entorno que de la princesa.
Karina habría deseado hacer algo para que le prestara más atención, pero contuvo su impulso. Quería que la respetara tanto como que la atendiera, así que concluyó que era mejor comportarse con la dignidad que le correspondía.
Pasado un rato, la encargada anunció un descanso y el té con pastas fue servido en tazas de porcelana china con cubiertos de plata.
Karina dio un sorbo al cálido brebaje y miró al hombre que tenía a su lado.
– Estás realmente aburrido, ¿verdad?
– Jamás podría aburrirme a vuestro lado, princesa -respondió él suavemente, en un tono jocosamente engolado.
Y era verdad en cierto modo. Aunque reconocía que un pase de modelos no era su idea de diversión. Acompañar a una princesa caprichosa era una rutina muy distinta a la que desarrollaba durante sus días en el cuerpo de policía.
– Pero ¿sabes lo que sí es realmente aburrido? La ropa que estás viendo. No sabía que todavía hubiera lugares que vendieran la moda que llevaba mi abuela en su juventud.
Karina suspiró.
– A mi tía le gusta mantenerme bien anclada al pasado.
Jack la miró unos segundos.
A él no le agradó el comentario.
– Tú has sido la que me ha pedido consejo.
– Sí, tienes razón. Por favor, continua.
Él se hizo esperar unos segundos pero, finalmente, continuó.
– De acuerdo. Si alguien quiere besarte, está en tu mano valorar cuando quieres decir que sí o que no.
– ¿Y si decido que quiero besarlos a todos?
– ¡No! -respondió él frenéticamente-. Porque un beso no es solo un beso.
Ella lo miró interrogante.
– ¿Qué es?
– Es una invitación, una proposición. Es el modo en que una mujer abre la puerta a su alma.
Ella lo miró sorprendida.
– ¿Un pequeño beso puede hacer eso?
– Sí.
Ella lo miró fijamente y, de repente, comenzó a entender sus consejos. Sintió un poco de ese poder del que él hablaba y notó que a él le gustaba. Era un sensación embriagadora que la incitaba a pensar en cosas que no había pensado antes…
De pronto se levantó y se situó a su lado.
– Creo que deberías besarme ahora -le insinuó suavemente.
Él la miró confuso unos instantes, pero pronto reaccionó.
– No quiero besarte.
Karina sonrió ligeramente.
– Claro que quieres -dijo ella-.Me gustaría que fuéramos totalmente honestos. Yo sé que quieres besarme y yo estoy ansiosa por que lo hagas. ¿Qué nos lo impide?
Él pensó en darse la vuelta y apartarse de ella. Pero ya no podía. Estaba demasiado cerca, su aroma llenaba sus sentidos y lo inmovilizaba.
– Princesa… ¿No podemos hacer esto?…
– Jack -dijo ella-. Si no me besas tú, alguno será el primero. Yo quiero que seas tú.
– Bueno… solo un beso pequeño, uno rápido… sin tocarte…
Ella se puso las manos detrás de la espalda y él apretó los puños y dejó los brazos caer a lo largo de su cuerpo.
Karina cerró los ojos.
Lo primero que la sorprendió fue que sus labios fueran tan suaves. Era un hombre duro y fuerte y, sin embargo, sus labios eran suaves. Sintió un calor intenso que subía por su cuerpo como el humo, mientras el fuego ardía en sus venas. Cada nervio estaba alerta, preparado para el ataque inminente.
Mantuvo las manos atrás, pero se arqueó ansiosa de sentir sus senos contra los de él. Al mismo tiempo, sus labios se abrieron y la punta de la lengua de él los tocó. Él se sobresaltó y se apartó de ella.
– No era mi intención hacer eso -comenzó a decir. Luego, maldijo y se dio la vuelto exasperado.
Ella se quedó de pie, con el rostro iluminado, los labios entreabiertos y dejando adivinar que quería más.
Él parecía consternado.
Se volvió hacia ella con resolución.
– Vamos a hablar las cosas claramente y a enfrentarnos a una serie de hechos -le dijo él en un tono casi acusatorio-. Tú eres una princesa, perteneces a una élite. Yo soy un don nadie, que no viene de ninguna parte y que no tiene nada.
Ella parpadeó.
– Jack…
– De hecho, estoy en este trabajo solo porque me han suspendido temporalmente de empleo y sueldo en la policía, y no sé aún si será definitivo.
Aquella sí era una nueva noticia para ella. No sabía ni qué decir.
– Pero eso no importa, Jack. Yo sé qué tipo de hombre eres tú.
– ¿Lo sabes? -él negó con la cabeza-. Si ni siquiera lo sé yo. Tú sabes de dónde procedes. Tienes libros enteros con tu árbol genealógico. Yo no sé nada de mi pasado, excepto que, por algún lado, hay un italiano o italiana entre mis antepasados. He crecido sin historia, sin raíces y sin dinero -habría querido añadir «sin amor», pero no lo hizo-. Tú sabes que no hay ninguna posibilidad de que llegue a haber algo entre nosotros.
Karina alzó los ojos al cielo e hizo un gesto exagerado.
– Ahórrate el discurso -le dijo-. No soy ninguna niña tonta y no voy a enamorarme de ti. Le estás dando a todo esto más importancia de la que tiene -se encaminó hacia la puerta y se detuvo antes de salir-. Lo único que yo quería era que me enseñaras a besar.
Abrió la puerta y se adentró en la noche.
Jack se quedó mirando a la oscuridad un momento, hasta que reaccionó y salió tras ella. Se apresuró a aproximarse a Greg y a entretenerlo para que ella pudiera pasar sin ser vista.
Cuando, finalmente, regresó a su apartamento, cerró la puerta y se apoyó sobre ella. Cerró los ojos y se rio suavemente al darse cuenta de que ella había aprendido su lección muy bien. Sabía hacer uso de su poder. No tenía que preocuparse de su interacción social.
Pero algo hizo que su sonrisa se desvaneciera rápidamente. Sabía que iba a ser una noche larga y que tendría que luchar contra su cuerpo a cada minuto.