EL día de la gran fiesta estaba cada vez más próximo. Pocos días antes, Karina se levantó una mañana con un pensamiento totalmente nuevo.
– ¿Por qué tengo que casarme? Vivía en una nueva era en la que las mujeres no estaban obligadas a actuar como lo hacían cientos de años atrás. Solo porque fuera a regresar a un país con costumbres atrasadas no implicaba que ella tuviera que atenerse ciegamente a ellas. Quizá podría planteárselo así al resto de la familia y ver cómo reaccionaba.
Pero no, no lo admitirían. No obstante, tendría que recapacitar sobre ello.
Cuando llegó la noche ya había concluido que no se trataba de negar el matrimonio, sino que el único hombre con el que se querría casar era Jack. Pero eso era absolutamente imposible. Su vida era tan diferente a la de ella.
Karina no podía aspirar a vivir en una pequeña casa con un diminuto jardín como una persona normal. Siempre necesitaría protección, porque siempre habría gente dispuesta a secuestrarla.
Tampoco podría llevarse a Jack a Nabotavia. El sistema no admitiría que la princesa se casara con su guardaespaldas.
Así que la única opción que le quedaba era no casarse. ¿Qué opinaría su familia de semejante propuesta? Podía imaginárselo y no le gustaba la respuesta.
Tenía que encontrar una solución y solo le quedaban dos días.
Karina acababa de salir de la piscina cuando Jack se presentó ante ella. Se sorprendió de su repentina aparición y se ruborizó ligeramente. No tenía ni la toalla a mano para cubrirse.
Pero la apasionada mirada de él le dejó patente que le gustaba mucho lo que veía.
Esperó a que ella se pusiera el albornoz y le mostró una carta que acababa de recibir.
– Acaban de confirmarme que el juicio tendrá lugar mañana. Estaré fuera durante la mayor parte del día.
– Mañana -dijo ella-. Pero es el día antes de la fiesta. Habrá mucho que hacer.
– Lo siento -respondió él-. Sé que no es el mejor momento, pero no está en mi mano cambiar eso.
Ella asintió.
– Así que mañana por la tarde sabrás si recuperas tu placa o no.
– Sí.
Ella lo miró fijamente durante unos segundos y, finalmente, sonrió.
– Será un alivio para ti -dijo ella, mientras lo conducía hacia un lugar más reservado-. ¿Cuáles son tus posibilidades? -se sentaron en el banco que los había acogido su primera noche.
– Me gustaría pensar que muchas, porque soy inocente -le tomó la mano-. También sabes que si soy absuelto volveré al cuerpo de policía al día siguiente de la fiesta.
Ella sintió que el corazón se le paralizaba en el pecho.
– ¡Oh, Jack!
– Ya no me necesitarás más porque, para entonces, ya sabrás quién se ocupará de ti el resto de tu vida.
– Jack -dejó su dolor salir en tono de súplica.
– Lo siento -dijo él bajando la mano y apartando la mirada-. Decir eso era totalmente innecesario.
Ella se aproximó a él y deslizó la mano por debajo de su brazo.
– Nunca has llegado a contarme cuál fue el motivo de la suspensión.
Él volvió a cubrir su mano y asintió.
– Lo sé -dudó un segundo-. Pero no estoy precisamente orgulloso de lo que hice. No fue nada ilegal, pero sí completamente estúpido.
Ella esperó a que continuara sin decir nada.
– Fui demasiado cobarde como para enfrentarme a mi compañera por unas actividades ilegales en las que estaba implicada. El afecto que sentía por ella me cegó respecto a su verdadera naturaleza. No quería ver la realidad. Para cuando terminé de admitir que estaba delinquiendo, ya era demasiado tarde.
– ¿Qué hacía exactamente?
– Robaba droga. Hacíamos redadas y no todo el material llegaba a su destino pata ser usado como prueba.
– ¿Ella vendía esa droga?
– No. Era más complicado que eso. Tenía un hermano adicto y se la daba a él para que pudiera mantenerse. Cuando decidí denunciarla ya habían captado las irregularidades y pensaron que yo era cómplice de los robos. No había ninguna prueba contra mí, solo las pruebas circunstanciales -se encogió de hombros-. Espero que la verdad salga a la luz.
– Yo también lo espero.
Él sonrió. ¿Cómo era que no abrigaba ni la más mínima sospecha sobre él? Podría haberse inventado toda la historia. Pero lo creía sin más.
– Para ser una princesa, tienes una nariz muy graciosa, ¿lo sabías?
– Gracias -dijo ella-. Para ser un policía tienes una boca muy sugerente.
Él se rio.
– Eso hace referencia al tema del beso otra vez, ¿verdad?
Karina asintió.
– Siento que me falta por saber algo importante -dijo ella-. Una sola lección no fue suficiente.
Su enorme mano se deslizó por la tersa mejilla de ella.
– Dime, ¿has tenido que hacer uso de tu única lección?
Ella se rio a carcajadas.
– Ha habido algún que otro patoso intento por parte de mis pretendientes. ¿Te acuerdas de aquel empresario bigotudo? No hacía más que susurrarme cosas eróticas al oído y, luego, trató de besarme en el jardín.
Jack sintió ganas de buscar al tipo en cuestión y partirle la cara. A pesar de todo, mantuvo su furia bajo control.
– Pero al sentir la cercanía de aquellos pelos erizados del bigote, le di un empujón y él maldijo en todos los idiomas que conocía -se encogió de hombros-. Luego, el hijo del nuevo ministro de salud me besó también. Pero me resultó totalmente idiota. Yo no paraba de reírme y él pareció muy ofendido. Creo que soy un fracaso total en el arte del beso. Quizá necesite más lecciones.
Él la tomó en sus brazos.
– Quizá.
Finalmente, ocurrió lo inevitable. Sus labios se encontraron y la lengua de él se abrió paso dentro de su boca. Ella suspiró suavemente y respondió como una mujer que necesitaba desesperadamente ser amada.
– ¿Qué estamos haciendo? -preguntó él momentos después, apartándose de ella tras el mejor beso que jamás había sentido-. ¡Estamos en mitad del jardín y a plena luz del día! Cualquiera puede habernos visto…
Ella suspiró y apoyó la cabeza amorosamente sobre el hombro de él.
– Ha sido incluso mejor de lo que había esperado que fuera -dijo ella candidamente-. La próxima vez que me beses…
– No habrá próxima vez -dijo él con firmeza.
Ella sonrió.
– Sí que la habrá y entonces seré yo la que decida cuándo paramos -depositó un suave beso en su cuello y se levantó-. Adiós, Jack. Se encaminó a la casa, más feliz de lo que jamás se había sentido.
El móvil de Karina sonó a primera hora de la tarde del día siguiente. Ella respondió a toda prisa.
– Me han absuelto -le dijo Jack-. Me reincorporo al cuerpo de policía el lunes.
– ¡Jack, cuánto me alegro! -a pesar de que sabía lo que aquello implicaba, se sentía verdaderamente contenta por él.
– Voy a salir a celebrarlo con unos amigos. Te veré cuando regrese.
– Muy bien, hablaremos luego.
Al colgar el teléfono notó que en su interior se removían un sinfín de sentimientos contradictorios.
Por suerte, había muchas cosas que preparar para la fiesta y estuvo demasiado ocupada para pensar.
Pero, al llegar la noche, no hizo sino esperar ansiosa a que regresara.
A eso de la medianoche vio luz en su ventana. Corrió hasta allí y llamó a la puerta.
– ¿Jack?
Él abrió y ella se lanzó a sus brazos.
– Me alegro mucho por ti -le dijo ella abrazándolo con fuerza-. Vas a tener otra vez todo lo que deseabas.
– No todo – dijo él en un tono muy suave, que ella percibió levemente.
Cerró los ojos y se dejó envolver por la sensación de estar en sus brazos. Si permanecían así, quizá el resto del mundo desapareciera…
Alzó el rostro y sintió la boca de él cubrir la suya. Así descubrió definitivamente que un beso podía estar lleno de amor, pasión y cálido deseo, y provocar en ella un placer desconocido hasta entonces.
Ella se aproximó a él y se arqueó, dejando sus pechos expuestos y pidiendo en silencio que se los tocara.
Las manos de él se deslizaron por debajo de su suéter y del sujetador. Cuando sus dedos atraparon sus pezones endurecidos ella sintió una corriente eléctrica recorrerla de arriba abajo, despertando partes de su cuerpo que desconocía tener, Comenzó a mover las caderas instintivamente. Su cuerpo le estaba diciendo lo que necesitaba.
– Quizá deberíamos hacer el amor -le susurró ella mientras restregaba su mejilla contra la de él.
– ¿Qué? -preguntó él sobresaltado.
– ¿No quieres?
– ¡Claro que quiero! – respondió él en un tono brusco-. Pero no podemos.
Ella respiró profundamente.
– Nunca antes me había sentido así. No sé mucho de estas cosas, pero siento que necesito que me hagas tuya.
Él negó con la cabeza.
– No hables así, Karina. No sabes lo que estás diciendo.
– ¿Tú crees que no? -dijo ella con una sonrisa inesperadamente sabia.
Él dudó unos segundos.
– No olvides que tienes que llegar virgen al matrimonio.
Ella negó con la cabeza.
– Puede que mi matrimonio sea inevitable, pero no creo que al marido en cuestión vaya a importarle mucho que sea virgen o no. Para él no será más que un modo de conseguir poder y estatus. Le podré proporcionar todo eso, pero mi corazón no. Ese le pertenece a otra persona.
Jack la miró sin saber qué decir. ¿Cómo podía amarlo de ese modo? La tomó de la mano y la condujo hasta el sofá, sentándose con ella y tomándola en sus brazos.
– Mi futuro ya está encauzado. Sé lo que va a ser mi vida a partir de ahora. Pero ¿y tú?
Ella suspiró.
– Te preguntas con quién acabaré casándome, ¿verdad?
– Exacto.
– No lo sé. La duquesa tiene un favorito, pero yo aún no he decidido.
– Boris – afirmó él, tratando de mantener la calma-. Todos quieren que sea Boris. Supongo que acabarás haciendo lo que se espera de ti.
– ¿Qué crees tú que debería hacer?
– Es tu vida y tú tienes que decidir.
Ella asintió.
– ¿Y si lo dejo todo y huyo contigo?
Él le apretó la mano.
– No vas a hacer eso. Eres una princesa y tienes unas responsabilidades. Yo soy un policía y volveré a mi puesto. Los dos hemos de cumplir con nuestro cometido. Tú misma me dijiste que estabas destinada a un futuro por el bien de tu pueblo.
Ella frunció el ceño.
– Te mentí.
– No, no me mentiste. Me dijiste exactamente la verdad. Por mucho que ahora nos duela, llegará un día en que nos alegremos de haber tomado el camino correcto.
Karina ya no estaba segura de eso. Lo había creído tiempo atrás, pero dudaba de que sus actos tuvieran una auténtica repercusión en la gente. Puede que se enfadaran con ella, que pensaran que lo que hacía era inconveniente. Pero nadie se ofendería si ella no regresaba a Nabotavia con un marido.
Sabía que estaba siendo tremendamente egoísta. Después de todo, no tenía más que ver todo lo que su hermano Marco había tenido que pasar con la muerte de su esposa y sus posteriores nupcias.
Ella había tenido una vida fácil, solo enturbiada por pequeñas peleas con su tía.
Todo lo que se esperaba de ella era que se casara y se fuera a vivir a Nabotavia cómo una verdadera princesa. ¿No era ese el sueño de toda chica?
Sí, podría ser el sueño de toda chica, pero no de toda mujer.
– Si hubiera algún modo de que estuviéramos juntos, ¿me aceptarías?
Él la miró fijamente.
– Te deseo, es algo patente y no puedo ocultarlo -respiró profundamente preparándose para la gran mentira-. Pero eso ya me ha ocurrido antes y me volverá a ocurrir. No es más que deseo. Lo superaré y tú también.
Ella se volvió hacia él con los ojos llenos de dolor. Pero nada la disuadió de decir lo que estaba a punto de decir.
– Pues yo te amo total y sinceramente. Jamás en mi vida amaré a nadie del modo que te amo a ti.
– Eso no es cierto. No lo digas.
– Es la única verdad que siento aquí y ahora -le tomó la mano-. Así que voy a hacerte una propuesta formal. ¿Quieres casarte conmigo?
¿Acaso no acababa de oír de sus labios que no la amaba? Sí, lo había oído, pero no había creído su falsa confesión.
– Tú sabes que eso es imposible.
Ella le apretó la mano y buscó su mirada.
– Pues yo quiero que me digas un modo de hacer que sea posible. Dime, ¿qué puedo hacer? ¿Hay algún lugar al que podamos huir?
– Tienes que volver a Nabotavia, Karina. Es tu cometido y el de toda tu familia.
Ella cerró los ojos y asintió.
Sabía que él tenía razón.
– Tú podrías venir conmigo.
Él negó con la cabeza.
– Sabes que eso es imposible.
– ¿Porqué?
– Porque yo no puedo ser tu marioneta. Necesito tener mi propia vida, mi propia identidad En el cuerpo de policía soy alguien, en Nabotavia no sería nadie.
– Así que me estás diciendo que no.
– Exacto.
Ella no respondió. Se quedó en silencio tratando de controlar sus emociones.
– ¿Cuándo regresas a tu país? -le preguntó él.
– A finales de año -respondió ella-. ¿Vendrás a verme?
– Creo que, una vez hayas decidido quién será tu marido, lo mejor será que no volvamos avernos.
Ella asintió y se levantó.
– Eres mucho más razonable que yo -le dijo ella.
Él se levantó y la siguió hasta la puerta.
– Karina, ¿estás bien?
Ella sonrió.
– Sí, claro, estoy perfectamente -respondió, con los ojos llenos de lágrimas-. Adiós, Jack.
Desapareció en la oscuridad de la noche.
La reunión tuvo lugar en la biblioteca. Toda la familia estaba allí. Marco actuó como cabeza visible y fue el primero en decir que era partidario de que se casara con Boris.
– Tiene la edad adecuada -apuntó Marco-. No podría ser de mejor familia y ya tiene un incentivo para unirse a nosotros. No tendremos que preocuparnos porque trate de favorecer a ninguna otra facción. Me ha dicho que siente un gran afecto por Karina y que estaría dispuesto a casarse con ella.
¡Dispuesto! Karina se mordió el labio para evitar decir lo que pensaba.
– Yo estoy de acuerdo -dijo la duquesa-. Creo que harían una pareja maravillosa.
– ¿Por qué no escuchamos lo que Karina tenga que decir? -dijo Garth cuando le llegó el turno.
– Gracias, Garth -respondió la princesa mirando a unos y a otros-. Me gustaría decir que el conde Boris me parece un hombre estupendo y que me cae muy bien, que os agradezco que os preocupéis por mi bienestar y que os quiero mucho- respiró profundamente-. Pero no me voy a casar con él. No puedo, porque estoy enamorada de Jack Santini.
Todos los rostros mostraron su patente desconcierto y la duquesa fue la primera en darle voz.
– ¡Lo sabía! ¡Sabía que ese cazafortunas nos crearía problemas! Va detrás de su dinero. ¡Lo despediré inmediatamente!
Marco le puso la mano a Karina en el brazo.
– Dime, Karina, ¿qué ha pasado con tu aclamado sentido del deber?
Sus palabras fueron como una daga en el corazón, pero ella no se alteró.
– Sigo creyendo en el sentido del deber, Marco. Pero no puedo seguir adelante con toda esta farsa; sencillamente, no puedo -luchó contra las lágrimas que amenazaban con salir-. Sé que te he hecho muchas promesas, Marco. Estaba segura de que podría mantenerlas. Pero ahora me siento incapaz.
La decepción que se leía en su mirada la hirió profundamente. Lo último que deseaba en el mundo era que Marco se sintiera defraudado. Pero no tenía otra elección. Amaba a Jack con todo su corazón y no podía fingir lo contrario.
– ¡Eres una necia! ¡Jamás te casarás con él! -dijo la duquesa.
– Tienes toda la razón, tía -respondió ella-. Porque se lo he pedido y me ha dicho que no.
La sorpresa duró breves segundos, tras los cuales todo el mundo se puso a hablar a la vez.
Karina se levantó y se dirigió a todos.
– La cuestión es que no voy a casarme. Sé que no se puede cancelar la fiesta a estas alturas, así que sigamos adelante y tratemos de disfrutar lo más que podamos.
Sin decir más, se dio la vuelta y se encaminó hacia la salida.
A pesar de los sentimientos de Karina, la fiesta resultó deliciosa.
Donna había hecho verdaderos milagros con su pelo, y le había colocado una tiara de diamantes que ensalzaba aún más su belleza natural. Llevaba un espectacular vestido azul que dejaba adivinar sus imponentes curvas con elegante detalle. Parecía un ángel cuando se movía.
Y se movía mucho. Bailó con tantos hombres que perdió la cuenta. Toda la atención estaba centrada en ella y se sentía ligeramente culpable, pues todo aquel despliegue de sonrisas e intentos de seducción se basaba en la falsa premisa de que habría de escoger marido.
No obstante, durante toda la noche, y baile tras baile, siguió fiel a su determinación, añadiendo otra: no acabaría la noche sin poder danzar en brazos del único hombre al que amaba.
Fuera del local del club de campo en el que estaba teniendo lugar la fiesta estaba Jack, coordinando los esfuerzos de varios hombres por hacer de aquel un lugar seguro. Las grandes ventanas permitían tener una vista particularmente buena de lo que sucedía en el interior.
Jack podía ver lo bien que Karina se lo estaba pasando. Debería haberse alegrado por ella, pero no podía. Cada vez que la veía en brazos de otro ser se retorcía de rabia.
Por suerte, sus obligaciones y la visita del duque lo mantenían ocupado.
Era curioso cómo a lo largo de las semanas que llevaba a su servicio había llegado a trabar una cierta amistad con el anciano.
Escuchaba atento sus explicaciones sobre los problemas de traducir Shakespeare al nabotavio.
En un momento dado, comenzó a halagar la belleza de la casadera princesa.
– Sí, estoy de acuerdo en que está preciosa -le dijo él.
Él duque sonrió.
– Sé que estás de acuerdo -el hombre miró a Jack-. He estado en todas las cenas y fiestas que se han organizado este verano, he visto a todos los pretendientes que le han presentado, y no puedo sino estar de acuerdo con ella: ninguno vale la pena como tú, muchacho. Voy a sentir mucho que tengas que marcharte.
Le dio unos golpecitos en el hombro y se encaminó hacia la fiesta.
Jack lo vio alejarse, confuso por el comentario que acababa de hacerle. Pero en el momento en que vio aparecer a Karina desterró todo pensamiento de su mente.
– Hola -le dijo ella.
Él admiró perplejo la inmensa belleza de la muchacha.
– Pareces realmente una princesa.
– Una princesa en busca de un guapo príncipe -dijo ella, tendiéndole los brazos-. ¿Quieres bailar conmigo?
Él dudó.
– ¿Aquí fuera?
– ¿Por qué no? Se oye perfectamente la música.
Él sonrió, dejó el walkie talkie en la silla más próxima y la tomó en sus brazos.
– Tus deseos son órdenes para mí -murmuró él.
La música era lenta, y daba al momento la atmósfera perfecta. Karina se sentía como Cenicienta a punto de perder su zapato, como Bella en brazos de la Bestia. Era una princesa y se merecía un instante de cuento en su vida. Apartó de su mente la cruda realidad y se dejó encandilar por la magia del momento.
El la apretó con fuerza y hundió el rostro en su pelo, aspirando su embriagador aroma.
Karina sentía que se derretía contra su cuerpo, que se fundían en uno.
Por un instante, Jack se permitió pensar que ella era suya y tuvo que admitir que estaba enamorada de él.
Ella aún no le había dicho a quién había elegido, pero quizá fuera lo mejor. No sabía cuál sería su reacción al ver a su competidor, al tenerlo delante.
La canción terminó y, lentamente, se separaron el uno del otro. Ella lo miró sin sonreír.
– Adiós, Jack Santini – le dijo dulcemente-. Espero que tengas una buena vida, que encuentres a alguien con quien tener muchos hijos y que tu trabajo te dé todas las satisfacciones que esperas -los ojos se le llenaron de lágrimas-. Tú siempre serás el único hombre al que he amado.
Él quería responder, pero tenía un nudo tan fuerte en la garganta que no podía.
Vio cómo se alejaba, cómo volvía a la fiesta.
Todo su ser ansiaba correr tras ella, confesarle que él sentía lo mismo, que nunca amaría a nadie como la había amado a ella, Pero sabía que eso no haría sino atarla a una relación imposible. Solo la decepción podría liberarla.