EPÍLOGO

El día de San Esteban Friarsgate,

26 de diciembre de 1511


– No está aquí, señor -dijo Edmund Bolton, disculpándose.

Logan Hepburn se hallaba en la sala de Friarsgate, con sus parientes a sus espaldas y sus hermanos al lado. Los gaiteros estaban listos. Suspiró profundamente… pero él ya sabía que casarse no sería fácil.

– ¿Adonde fue? -preguntó, al ver que sus tres hijas estaban allí.

– A Edimburgo, con sir Thomas. Hace unas semanas llegó una invitación de la reina Margarita para ambos. Y ella dijo que, ya que había visto la Corte del rey Enrique, bien podía ver la Corte del rey Jacobo, porque, ¿dónde, si no, podría volver a ponerse sus finos trajes? Por cierto no en la sala del alcázar de piedra de usted.

Logan Hepburn rió.

– Es una sinvergüenza muy inteligente, Edmund. Se me escapó otra vez. Puede que ella conozca a la reina de Escocia, pero yo conozco al mismo Jaime Estuardo. En Edimburgo la ventaja será mía. Esa sinvergüenza no se me volverá a escapar, te lo juro. -Se dirigió a sus hombres-: Vamos, muchachos. Mañana salimos para Edimburgo.

– Buena caza, señor -dijo Edmund Bolton y Maybel le dio una palmada a su esposo en el brazo.

Logan Hepburn volvió a reír. Ella era una esposa que valía la pena tener y ponía a Dios por testigo de que algún día, muy pronto, se casaría con la bella Rosamund.

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