Capítulo Diez

Era ridículo. Hacía tan sólo una semana que lo conocía y Ashley se sentía incapaz de vivir sin Kam. Si el movimiento de liberación de la mujer se enteraba, pensaba ella, la colgarían de los pulgares. Era obvio, se decía a sí misma, que tenía una personalidad dependiente. Tenía que aprender a cuidarse por sí sóla, particularmente teniendo en cuenta su incapacidad para establecer una buena relación. La soledad era su destino, se decía, y debía acostumbrarse a ella.

Pero no era eso lo que deseaba. Quería a Kam. Sin él la vida no merecía la pena, y Ashley estaba dispuesta a andar sobre brasas ardiendo con tal de tenerlo para sí.

– No puedes vivir con ellos,pero tampoco sin ellos -se decía, a la vez que empezaba a pensar que el segundo caso era más cierto que el primero.

Por primera vez estaba dispuesta a considerar tener una relación. La idea de formar pareja con Kam le hacía ver las cosas de otra manera. Incluso la palabra maldita, «matrimonio», empezaba a sonarle de otra manera.

Los días trancurrían plácidamente a pesar de su soledad. Shawnee y ella se hicieron pronto buenas amigas y compañeras de trabajo. Se habían caído bien desde el primer momento, y Ashley pasaba más tiempo en el restaurante del que le correspondía.

A lo largo de las semanas que siguieron, fue conociendo a toda la familia Caine. Shawnee ocupaba el lugar del cabeza de familia y todos pasaban a saludarla.

Al primero que conoció fue al marido de Shawnee, Ken. Era abogado. Había abandonado su despacho en la gran ciudad para abrir uno pequeño en la isla y ocuparse de las pequeñas disputas locales.

– Nunca me haré rico -solía decir cuando le preguntaban-. Pero no me moriré de un ataque al corazón a los cuarenta y cinco años.

El hermano de Kam, Mack, y su mujer, Taylor, solían ir a cenar una vez a la semana. El le recordaba a Kam. La pareja estaba muy enamorada y las miradas amorosas que se dirigían despertaban en Ashley un deseo acuciante de ver a Kam.

Al último que conoció fue a Mitchell. Era totalmente distinto a los otros dos, muy bromista y divertido. Su mujer, Britt, era dulce y callada. Habían adoptado unos gemelos de un año,muy revoltosos.

Viéndolos, Ashley pensaba lo maravillosos que eran los niños y se preguntaba cuándo sabía una mujer si estaba embarazada. Ella nunca lo había estado, pero tenía una extraña sensación física que le hacía preguntarse cuáles serían los síntomas. A veces le entraba la duda, pero pronto ahuyentaba esos pensamientos, diciéndose que cosas así no pasaban en la realidad.

Los días pasaban y Kam no la llamaba. Telefoneó a Shawnee en un par de ocasiones, siempre preguntando por Ashley, pero nunca la llamó directamente. Shawnee trató de sonsacarle por qué se comportaba de una manera tan cruel, pero él la ignoraba.

– Tiene miedo -comentó Shawnee a Ashley-.Eso es lo que le pasa.

Ashley rió. La idea le parecía absurda.

– ¿Por qué iba a tener miedo? -preguntó.

Shawnee reflexionó antes de contestar.

– Sabes que durante años he querido que Kam se casara -dijo al fin.

– ¿Y si él no quiere casarse? -preguntó Ashley, concentrando su atención en sus uñas.

– Ese es el problema -dijo Shawnee-, que no quiere casarse. Pero ahora que yo he comprobado lo maravilloso que es estar casada, no pienso parar hasta conseguirlo.

Ashley no quería participar en los planes de Shawnee, pero hubiese querido que Kam supiera que ella no tenía deseos de atraparlo.

Si el no quería aceptar un compromiso matrimonial, ella estaba dispuesta a aceptarlo. Sólo quería estar con él, y le dolía que él no la necesitara de la misma manera. Ashley ansiaba hablar con él y aclarar las cosas.

Mientras, debía tranquilizarse. Se sentía en medio de una tormenta a punto de estallar, y lo único que podía hacer era esperar.

– Como te dije ayer, llevo años busacando la mujer apropiada para Kam -comentó Shawnee al día siguiente mientras hacían la caja-, pero he desistido.

– ¿Es una causa perdida? -dijo Ashley, secamente.

– No -respondió Shawnee dirigiéndole una rápida mirada-. Creo que él mismo la ha encontrado. -¿Quién es? -preguntó Ashley, tratando de aparentar indiferencia.

– Tú.

– ¿Yo? -sacudió la cabeza, riendo-. No creo. -¿Por qué no?

Ashley suspiró.

– No se me dan bien las relaciones. Es un problema innato. Nunca he mantenido una relación estable, y no creo que lo consiga en el futuro.

Ashley hablaba tal y como le dictaba el pasado, pues ya no sentía lo mismo. El conocer a Kam le había hecho cambiar de opinión, pero mientras él no coincidiera con ella, prefería seguir apegada a sus viejas creencias.

– No digas tonterías -dijo Shawnee-. No se te darán bien las malas relaciones, pero ya verás lo bien que se te da una buena relación.

Shawnee era más optimista que Ashley.

Esta trabajaba en el restaurante y por las tardes se dedicaba a pensar en lo que Kam estaría haciendo y a preguntarse por qué no llamaba. Tenía tanto tiempo para pensar que a veces le costaba seguir la línea de sus propios pensamientos. Se sentía algo aturdida y no dejaba de preguntarse qué haría Kam y por qué estaba tan hambrienta por las mañanas.

– Tengo que llevar el dinero al banco. ¿Te importaría llevarle la comida al tío Reggie? -preguntó Shawnee uno de aquellos días.

Ashley cogió las llaves de debajo de la barra y pensó en el tío de Kam y en su misteriosa espera. Desde que trabajaba en el restaurante había oído hablar mucho de él, pero todavía no lo había conocido.

– Por supuesto. Se la llevaré de camino a casa. ¿Dónde vive? -preguntó.

– En una cabaña que ha contruído él mismo en lo alto del acantilado -dijo Shawnee-. Tiene un apartamento en el pueblo, pero ha decidido vivir como un mendigo y esperar a su sirena.

– ¿Cuándo empezó a creer en la sirena? Shawnee suspiró.

– Todo empezó con un documental sobre las sirenas de Hamakua Point.

Había sirenas de verdad -preguntó Ashley, sorprendida.

– Por supuesto que no -dijo Shawnee, poniendo los ojos en blanco.

– ¿Entonces…?

– Es una historia demasiado complicada para contártela ahora.

– Shawnee -dijo Ashley-. ¿Habéis considerado la posibilidad de llevarlo a un psiquiatra?

– He hecho que le vieran distintos médicos, y todos dicen que está más cuerdo que todos nosotros. He llegado a pensar que son ellos los que necesitan terapia.

Ashley se sintió un poco inquieta teniendo que llevar las hamburguesa a aquel extraño hombre, pero éste la hizo sentir cómoda de inmediato. Era alto y guapo, de cabello cano. A pesar de las condiciones en las que vivía, tenía un excelente aspecto.

– Adelante -la invitó, abriendo la puerta de su guarida.

La habitación estaba ordenada y limpia. En las paredes había numerosos dibujos de sirenas.

– Son muy hermosos -dijo Ashley, contemplándolos-. ¿Quién los ha hecho?

– Yo -respondió Reggie.

– Me encantan -comentó Ashley-. ¿Ha pensado alguna vez en hacer ilustraciones para cuentos?

– Sólo hago sirenas -respondió él, con solemnidad.

Ashley no supo qué decir.

– Tengo que volver al trabajo -dijo él, bruscamente.

– ¿Cuál es su trabajo? preguntó Ashley, divertida.

– Otear el horizonte -dijo él, mostrando unos prismáticos-. ¿No lo sabías?

– Como ves, hay una conexión mal hecha en nuestra información genética -masculló Shawnee cuando Ashley le contó a la mañana siguiente su visita a Reggie-. Es espantoso que la gente te pare en la calle y te pregunte qué le ha pasado a tu tío, siendo un hombre tan cuerdo como solía ser.

– Era un tipo estupendo -intervino Jimmy, el hijo de Shawnee, que las había ido a ver al restaurante-. Trabajamos juntos en un documental. Entonces no estaba así.

Shawnee sacudió la cabeza.

– No te preocupes -dijo Jimmy-. Sabes que estos periodos de locura se le acaban pasando.

– No lo sé -dijo Shawnee, con tristeza.

Pero su melancolía se pasó en cuanto Jimmy y ella se sentaron a discutir el futuro viaje del chico a Asia.

– Jimmy va a dejar el colegio por un año -explicó a Ashley, cuando ésta les trajo una taza de café-. Acaba de romper con su novia y tiene que cambiar de aires. Yo le pago la mitad del viaje y su padre le dará algo de dinero para que no le falte. Atravesará Japón en tren y tal vez vaya a Australia. Va a ser una gran experiencia.

Más tarde, cuando Ashley vio lo triste que Shawnee se ponía al marcharse Jimmy, pensó en lo difícil que iba a ser para ella pasar doce meses sin su hijo, y revivió su propia tristeza al decir adiós a Kam. Sólo entonces había descubierto lo traumático que podía ser despedirse de un ser amado. Había pasado ya un mes.

– ¿Por qué no viene? -preguntó a Shawnee, no pudiendo reprimirse por más tiempo-. Ha pasado ya un mes. ¿Por qué no ha venido ni siquiera un fin de semana.

– Siempre tarda en venir -dijo Shawnee, esquivando la mirada de Ashley.

– Pero podía haber venido a verme -protestó Ashley.

– Tienes razón -dijo Shawnee, frunciendo el ceño-. Ha llegado el momento de hacer algo. Shawnee llamó a Kam al día siguiente.

– ¿Por qué sigues en Honolulu? -le preguntó, en cuanto Kam se puso al teléfono.

– ¿No sabes que aquí es donde trabajo? -¿No te importa Ashley? Kam guardó silencio unos segundos.

– Por supuesto que me importa Ashley -admitió, al fin-. Pero puede cuidar de sí misma.

– Tal vez.

– ¿Qué quieres decir? ¿Pasa algo? -dijo, preocupado.

– No pasa nada, pero te echa de menos. Kam se tranquilizó. -Shawnee, no te metas en esto -dijo. -No quieres volver a enamorarte. ¿Es eso? -No es asunto tuyo.

Shawnee apretó el auricular como si fuera un bate de béisbol.

– Tratas de ocultarte en el mundo ordenado de la ley, donde todo es lógico y no hay cabida para los sentimientos.

Hubo un silencio. Cuando Kam respondió, lo hizo en tono irritado.

– Iré cuando pueda. Ahora vete a la cama y deja de intentar arreglar la vida de los demás.

Las palabras de Shawnee sonaron en sus oídos hasta mucho después de colgar el teléfono. Por supuesto que Ashley le importaba. Tanto, que le daba miedo volver tan pronto. Creía que con el tiempo sus sentimientos se atenuarían, pero no había sido así.

Ashley ocupaba su mente día y noche. La echaba tanto de menos que pasaba las noches en vela, y se preguntaba si no sería todo un espejismo elaborado por su mente.

Trató de convencerse de que era así, pero no dejaba de echar de menos a la mujer de carne y hueso que había abrazado.

En un principio había creído que se parecía mucho a Ellen, pero al irla conociendo, se había dado cuenta de su error. A Ellen le gustaba el peligro, era irresponsable. Ashley era distinta. Era impulsiva y arriesgada, pero no buscaba el riesgo como Ellen lo hacía.

Viéndola así, se daba cuenta de que, al contrario que Ellen, Ashley podía cuidar de sí misma y no necesitaba a alguien que se ocupara de sacarla de situaciones difíciles.

¿Por qué, se decía Kam, no se permitía amarla? ¿Cuál era su problema? Kam no podía explicarselo, pero lo cierto era que tenía miedo.

– Necesito más tiempo -se dijo-. Pronto sabré la verdad.


Los padres de Ashley pasaron a despedirse de ella al abandonar la isla. Aparecieron juntos, sin Eric ni Christina. Ashley se sorprendió al ver que iban como pareja. La sorpresa fue sustituida por irritacion, sin que Ashley supiera bien el motivo.

– ¿No es maravilloso? -exclamó su madre, mostrándole el anillo de diamantes que lucía en el anular-. Vamos a casarnos.

Ashley la miraba con expresión seria. Cruzó los brazos sobre el pecho y se irguió.

– No -dijo, con firmeza-. No lo consentiré.

Ambos la miraron atónitos.

– Ashley, querida, deberías estar encantada -murmuró su madre, desconcertada.

Ashley sacudió la cabeza.

– Ni hablar -añadió.

– Pero Ashley -suplicó su padre-. Nos amamos. ¿No nos vas a dar tu bendición?

Ashley titubeó unos instantes.

– Os diré lo que haremos. Quiero un periodo de prueba de seis meses. Esas son mis condiciones. Os habéis pasado la vida tomando decisiones irresponsables con las que herís a otras personas. Por una vez quiero que penséis las cosas. Si en seis meses todavía queréis hacerlo, os casáis. Y si lo hacéis, os prometo organizar una boda espectacular.

Sus padres reaccionaron como niños castigados, pero aceptaron las condiciones.

– Seis meses -comentaron al dejar la casa-. Volveremos y pasaremos la luna de miel en Hawaii.

Ashley lo dudaba. Seis meses era mucho tiempo para que siguieran enamorados. Quería creerlo, pero la habían desilusionado demasiadas veces como para confiar en ellos.

– Yo no soy como ellos -se dijo, sentándose bajo una palmera y contemplando el mar, melancólica.

Cruzó las manos sobre su vientre y se quedó pensativa.


– Es el acontecimiento de la temporada anunció Shawnee a la mañana siguiente-. Reggie ha pescado a su sirena.

– ¿De qué hablas? -preguntó Ashley.

– Hablo de sueños que se hacen realidad y de un mundo que se está volviendo loco -dijo Shawnee. -Cuéntamelo todo -exigió Ashley. Shawnee respiró hondo y se apoyó en la barra.

Echó una ojeada para comprobar que todos los clientes estaban atendidos.

– Es una locura. Parece ser que esta madrugada Reggie observó algo extraño entre las rocas. Él dice que supo de inmediato que se trataba de ella, que podía sentirlo -Shawnee se encogió de hombros-. Y a estas alturas yo ya no dudo nada.

Ashley frunció el ceño, confusa.

– ¿De qué estás hablando?

– Era una mujer. Había naufragado.

– Entonces, no era una sirena de verdad -dijo

Ashley, desilusionada, pero aceptando la realidad. Shawnee soltó una carcajada.

– Cuéntaselo a Reggie -levantó las manos en un gesto de desesperación-. Lo cierto es que si no fuera por él, ahora estaría muerta.

Ashley entrecerró los ojos, y miró a un punto perdido.

– Ella le debe la vida -comentó-. Es maravilloso.

– Lo que no me explico -siguió Shawnee, bajando el tono de voz-, es cómo sabía él que algún día aparecería.

Ashley la miró fijamente y sacudió la cabeza lentamente.

– No lo sabía. Fue tan solo una coincidencia. -Tal vez si y tal vez no. Lo cierto es que esperó y, al final, ella apareció.

Guardaron silencio.

– ¿Cree amarla? -preguntó Ashley.

– Así es, y parece ser que ella a él también.

– Es normal. Estará agradecida. Shawnee negó con la cabeza.

– El médico dice que es algo más que eso, que hay algo espiritual en todo ello, como si ambos se conocieran de una vida pasada.

Ashley se mordió el labio inferior, pensativa.

– Es una locura -musitó.

– Reggie siempre ha estado un poco loco. Tal vez su sirena también lo esté.

Siguieron juntas un rato, en silencio, reflexionando sobre los misterios del destino. Después, cada una siguió con sus ocupaciones.

La lección a extraer de todo ello, pensó Ashley, era que Reggie había esperado y había encontrado lo que quería. Ella se preguntaba si su propia espera sería en vano.

Esperó y esperó, pero Kam no aparecía. Decía que lo haría, pero siempre se lo impedía algo. La primera semana de Noviembre su cliente se intentó suicidar y Kam se quedó para hacerle compañía. La semana siguiente se puso enfermo.

– No son más que excusas-protestó Ashley-. No viene porque no quiere verme.

– No es posible -dijo Shawnee.

– Estoy segura.

– Siempre pregunta por ti. Le preocupa que hagas algo peligroso o arriesgado. Ashley asintió.

– Es por Ellen -dijo Ashley, con tristeza. Shawnee titubeó.

– Probablemente, Pero estoy segura de que le importas.

Ashley la miró, desesperada.

– Si realmente le importara, vendría. Shawnee suspiró.

– ¿Qué vas a hacer -preguntó.

Ashley sacudió la cabeza.

– Estoy a punto de darme por vencida -dijo-. No puedo obligarle a quereme. Quizá deba volver a San Diego.

Shawnee protestó debilmente. Si Kam iba a portarse tan mezquinamente, ella no podía hacer nada.

Ashley estaba en casa de Shawnee cuando Kam llamó al día siguiente con otra excusa: su apartamento se había inundado y tenía que quedarse.

Ashley se sentó en el sofá. Sentía naúseas. Kam no iría nunca. Iba a dejarla marcharse sin volver a verla, y la idea era insoportable.

De pronto se le ocurrió una cosa. Se volvió hacia Shawnee.

– Dile que voy a tirarme en ala delta -dijo, quedamente.

Shawnee tapó el auricular.

– ¡No lo dirás en serio!

– Por supuesto que no -dijo Ashley, tranquilamente-, pero dile que lo voy a hacer -estiró la piernas frente a sí y entrecerró los ojos-. Dile que si no viene mañana, me tiraré desde el acantilado más alto.

Shawnee frunció el ceño. No entendía el plan de Ashley, pero hizo lo que indicaba. Cuando colgó, lo hizo muy despacio.

– ¿Qué ha dicho? -preguntó Ashley.

– Nada -dijo Shawnee, mirandola con curiosidad-. Dijo una palabrota y colgó.

Ashley se alegró. Sabía que Kam podía estar enfadado y tomar la decisión de ignorarla, o llamar a la agencia de viajes y reservar un billete. Sólo tenía que esperar para conocer la respuesta.

Kam se dirigía al aeropuerto. Iba a ver a Ashley, y la perspectiva le atemorizaba.

No pensaba dejarla tirarse en ala delta. ¿Acaso se había vuelto loca?

Mientras subía al avión recordaba las cosas que la había visto hacer: huir de su boda, retar al pueblo al billar, enfrentarse a sus padres y a Wesley. Todo le hacía pensar que era capaz de cumplir su última amenaza.

– Tendrá que pasar sobre mi cadaver -murmuró, ante la mirada procupada de su compañero de viaje.

Empezaba a culparse por no haber aceptado antes que la necesitaba, por haber tratado de engañarse en lugar de aceptar que la quería a su lado.

Al fin estaba dispuesto a admitir la verdad que había ocultado todos aquellos años. Su problema no era lo ocurrido con Ellen, sino su incapacidad para relacionarse con las mujeres, tal y como Shawnee le había dicho. Se había ocultado tras la ley, sus reglas y regulaciones, para evitar enfrentarse al misterio que representaban las mujeres.

Siempre le habían gustado pero le aturdían. No entendía por qué pensaban como pensaban y hacían lo que hacían. Cuando estaba con una mujer nunca sabía qué debía hacer, ni era capaz de predecir qué nueva sorpresa le tendría preparada. Era como andar sobre arenas movedizas.

Ellen era el estereotipo de ese comportamiento.

Siempre dispuesta a tirarse desde un acantilado, asumiendo que él estaría allí para recojerla. La única vez que falló, la perdió para siempre. Y en ese momento se había jurado no volver a correr ese riesgo. Solo quería ser responsable de aquellas cosas que podía controlar, es decir, él mismo.

Ashley era distinta. Había sido sincera con él, le había contado cada detalle de su vida y de lo que pensaba. Aun así, él la había abandonado.

Ahora ya no pensaba seguir huyendo. Corría hacia ella. Tan sólo esperaba no llegar demasiado tarde.

Ashley estaba a punto de meterse en la cama cuando Kam apareció. Salió de la habitación y se quedó mirándolo. Estaba seria.

– Hola -saludó él, con las manos en los bolsillos.

Ashley pensó que estaba más guapo que nunca, pero no estaba dispuesta a dejárselo saber. Levantó la barbilla, retadora.

– Parece ser que no quieres que haga ala delta. Kam asintió. Sus ojos verdes centelleaban.

– No solo no quiero que lo hagas, si no que te lo prohíbo.

– Me lo prohíbes -repitió Ashley-. Esa es una palabra extraña y poco apropiada.

Kam se aproximó hasta colocarse frente a ella, mirando fijamente sus ojos desafiantes. -¿Te has vuelto una feminista radical? Ashley mantuvo la mirada.

– No, pero soy una persona independiente y no creo que nadie pueda prohibirme nada.

– Pues yo te lo prohíbo -dijo él, mirándola arrogante-. Y reclamo mi derecho en virtud a esto.

La cogió entre sus brazos con brusquedad, pero la beso con ternura.

Ashley trató de resistirse. Al fin y al cabo, Kam la había ignorado durante semanas, y no estaba dispuesta a aceptar que volviera asumiendo que iba a caer rendida a sus pies.

– Suéltame -protestó.

Kam aflojó el abrazo, pero sólo para dejarla respirar.

– Nunca más te dejaré ir -dijo, mirándola apasionadamente.

– ¿Qué? -preguntó ella, dudando haber oído correctamente. Dejó de forcejear y le miró fijamente, buscando en sus ojos la respuesta que tanto ansiaba-. ¿Qué has dicho?

Kam le acarició la mejilla.

– Te amo, Ashley -dijo.

Él mismo se sorprendió. Era la primera vez que decía aquellas palabras. Ni tan siquiera las había pensado con anterioridad. Ashley soltó una carcajada al observar su reacción. Rió también de felicidad, no sabiendo si vivía la realidad o un sueño maravilloso.

– Yo también te amo -dijo, al fin, alto y claro-. Te amo desde hace semanas-. Apoyó las manos contra el pecho de Kam y sintió su corazón palpitar con fuerza. Era la prueba de que no soñaba-. Y te odio por haber perdido tanto tiempo.

Kam rió a su vez y la miró amorosamente. Era suya. El miedo le abandonaba. Parecía absurdo, pero era el temor a perderla y no a amarla lo que le había paralizado hasta entonces.

Hicieron el amor en el salón una vez más. Lo hicieron despacio, como si nadaran en un mar de nubes, hasta llegar al éxtasis en una galopada hasta la luna. Cuando Kam explotó en el interior de Ashley, ésta sintió el mundo estallar a su alrededor. Al recuperar la consciencia, se sorprendió de que todo siguiera en su lugar.

– Eres el mejor amante del mundo -susurró.

– Supongo que lo dices por tu amplia experiencia -bromeó él, a la vez que le mordía el lóbulo de la oreja, con suavidad.

Ella rió.

– No necesito experiencia para saberlo, mi amor. Sólo necesito saber lo que siento cuando me tocas.

Kam titubeó. Aún le quedaba algo por decir, y no estaba seguro de cuál sería la reacción de Ashley.

– Ashley -dijo, con expresión seria-. Sé que no quieres ni oír hablar de matrimonio.

Ashley asintió con la cabeza, lentamente, y miró a Kam con curiosidad.

– Si necesitas tiempo, esperaremos -siguió él-. Pero quiero que lo consideres como inevitable. Ashley parpadeó.

– ¿Qué es inevitable? -preguntó, sin llegar a entender.

Kam titubeó.

– Que nos casemos-dijo, de un tirón.

– ¿Qué? -exclamó ella, incorporándose-. No lo puedo creer.

Kam la atrajo hacia sí.

– Sé que es difícil para ti -dijo-. Pero quiero que nos unamos tanto legalmente como sentimentalmente. ¿Lo entiendes? Además, quiero tener hijos.

Quieres tener hijos? -exclamó Ashley, no dando crédito a lo que oía.

– ¿Tú no? Tenemos que tenerlos. Si realmente te opones…

– ¿Oponerme? -rió ella, echándose sobre el cos tado, próxima a la histeria-. Estás loco, Kam. Creo que ya estoy embarazada.

– Dios mío -Kam la miró y acarició su vientre con ternura.

Ashley sonrió. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos.

– Pensé que te enfadarías -susurró, con voz entrecortada.

– ¿Enfadarme? -la tomó entre sus brazos y la acunó-. Ashley, te amo.

– Yo también a ti -musitó ella-. No sabes cuánto.

Kam sonrió, y ocultó su rostro en el cabello de Ashley. Por fin la vida adquiría sentido. Conociéndose como se conocía, estaba seguro de que su siguiente obsesión sería hacer feliz a Ashley.

Así quería que fuera. Era lo que necesitaba. Ashley representaba su salvación. Era la mitad que le faltaba para volver a ser uno. Nunca más se sentiría solo porque, desde entonces y para siempre, juntos o separados, ella estaría en su corazón.

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