Desde que entraron en la casa la cuestión de dónde iban a dormir aquella noche flotó en el ambiente como el invitado a una fiesta que monopoliza la conversación.
Ashley se bañó en cuanto llegaron. Se puso el mismo vestido y salió al porche para contemplar el atardecer con Kam. Se sentaron uno junto a otro en un banco de hierro, bajo una pérgola cubierta de madreselva. El olor de las flores llenaba el aire de un olor dulzón. Se oía volar a los insectos.
Ashley se sentía relajada y lánguida, casi tranquila. Kam había preparado una jarra de margarita, que bebían lentamente y en silencio.
El gato negro del vecino apareció, se dirigió directamente a Kam, saltó sobre su regazo y se acurrucó feliz, agradeciendo las caricias de Kam. Ashley los observó, sorprendida ante la delicadeza con la que Kam acariciaba y hablaba con el animal. Parecía increíble viniendo de un hombre tan brusco como aparentaba ser.
– ¿Por qué no te gustan las mujeres? -perguntó, de pronto, sintiéndose relajada y abierta-. ¿Quién te rompió el corazón.
Kam la miró como si hubiera hablado en un lenguaje ininteligible para él.
– ¿Quién dice que no me gustan?
Ashley puso los ojos en blanco.
– No hace falta que lo diga nadie. Se nota en tu forma de actuar.
Kam siguió acariciando al gato.
– No tengo ningún problema con las mujeres-dijo, bruscamente-. Te equivocas de persona. Ashley sonrió para sus adentros. -No vas a contármelo -preguntó.
– ¿Qué quieres que te cuente? -dijo él, con pretendida inocencia.
– Quién te rompió el corazón y por qué.
Kam la miró con ojos resplandecientes. Ashley temió haberle enfadado, pero antes de que se disculpara, él habló.
– Se llamaba Ellen. Y no me rompió el corazón. Se murió.
Ashley se sintió avergonzada. Se movió incómoda y miró a Kam con total sinceridad. -¡Qué espantoso!
– Fue hace mucho tiempo -el gato saltó de su regazo y Kam lo contempló mientras se alejaba-. ¿Te gustan los perros o los gatos? -preguntó quedamente.
– ¿Qué? -preguntó Ashely, desconcertada por el cambio de tema de conversación. Estaba imaginándose cómo la muerte de Ellen habría determinado el caracter aislado y retraído de Kam. Ansiaba saber más, pero Kam tenía derecho a callar.
– Creo que los gatos. Siempre he tenido alguno -miró a Kam-. ¿Y a ti?
– Ni unos ni otros -dijo, lentamente-. No me gusta ser responsable de la vida de otro ser.
Ashley rió alegremente. Subió los pies al banco y se sentó cómodamente.
– ¡Qué forma tan complicada de decir que no te gusta tener animales -dijo-. Eso es lo que pasa cuando se estudia Derecho. ¿Os hacen practicar ese tipo de discurso?
Kam sonrió levemente.
– No. Me sale naturalmente.
Ashley soltó una carcajada.
– ¿Hablabas así de pequeño? -preguntó, y adoptando un tono engolado, continuó-. Profesora, como parte de la primera parte considero invalidada su petición de deberes. Mi documento resultó destruído por la masticación excesiva debida a mi compañía cánica.
Kam no pudo evitar sonreír.
– ¡Ojala hubiera sido tan listo de pequeño -dijo-. Sin embargo, pasé mi juventud en la playa haciendo surf y en el cine, entreteniéndome con las vidas de otros, que parecían mucho más entretenidas que las mías.
Ashley encontró en aquel comentario nuevas pistas para explicar el comportamiento de Kam.
– Yo también pasé tiempo en la playa -dijo, pasando la yema del dedo por el borde de su vaso-. Algunos veranos apenas entraba en casa para ducharme.
– Sí, pero tú eras rica y no tenías que trabajar para vivir.
– ¿Quién lo dice? -dijo ella, irguiéndose molesta-. Me gradué con un título de Arte y desde entonces he trabajado como ilustradora de cuentos infantiles.
Kam se sorprendió.
– Admito mi equivocación.
Ashley le saludó con el vaso, aceptando la disculpa.
– Las cosas no son siempre lo que parecen, o tal y como uno asume que son -dijo.
Kam ocultó una sonrisa tras el vaso.
– Tienes razón. Tendré más cuidado a partir de ahora.
Ashley sonrió.
– Eso espero. Puedes empezar por quitarte de la cabeza la idea de que voy a volver con Wesley.
Kam dejó su vaso sobre la mesita que estaba frente a él. Quedaban aún muchas cuestiones sin resolver respecto al tema mencionado por Ashley. Ya no estaba seguro de que se hubiera comportado de forma caprichosa. Ashley no dejaba de sorprenderle. Cuanto más la conocía, más profunda le parecía ser. Tal vez si llegara a entender por qué había huido de su boda, la entendería mejor. Y por alguna extraña razón, sentía la necesidad de conseguirlo.
– ¿Qué ocurrió? -preguntó, al fin-. ¿Qué pasó para que dejara de gustarte?
Ashley se echó hacia delante y contempló las estrellas que empezabana a destacar en el cielo.
– Lo vi en su propio terreno, por así decirlo. Y resultó ser una persona muy distinta.
Kam la miró con escepticismo.
– ¿Quieres decir que antes había sido encantador? -preguntó, sarcástico.
Ashley reflexionó unos instantes.
– No exactamente. Yo no diría que fuera un hombre sensible -dijo, y con una rápida sonrisa añadió-. Pero tampoco tú lo eres.
Kam pasó el comentario por alto.
– Aun así, querías casarte con él.
– Claro.
– ¿Por qué?
Ashley rió por lo bajo y miró a Kam para ver cómo reaccionba a su respuesta.
– Porque me lo pidió.
Kam alzó las cejas, soprendido.
– ¿Quieres decir que nadie te lo había pedido antes?
– Había tenido otras ofertas -dijo, dando un sorbo a su bebida-. Pero no en los últimos tiempos.
Kam la contempló espantado. No podía comprender a las mujeres.
– Pensaste que mejor te agarrabas a Wesley, por si no se presentaban más ofertas.
Ashley sonrió forzadamente.
– Esa es la idea.
Kam hizo una mueca de disgusto.
– Resulta de lo más premeditado. ¿Qué tipo de esposa pensabas ser?
Ashley titubeó, perguntándose hasta qué punto podía hablar con Kam sobre aquel asunto. Le costaba hacer confidencias, pero había algo en aquel hombre temperamental y callado que despertaba su confianza. Al menos reaccionaba espontáneamente. No fingía estar de acuerdo con lo que oía. Llamaba a las cosas por su nombre y, al mismo tiempo, escuchaba respetuoso lo que ella pudiera decir, aunque estuviera en contra de sus opiniones.
Para ella era una novedad. Estaba acostumbrada a gente que ocultaba la verdad todo lo posible, pretendiendo hacerla más dulce y facilmente digerible. Gente inacapaz de aceptar que se les llevara la contraria.
Kam era distinto, y eso le hacía sentir que la valoraba como persona. Por eso decidió seguir adelante.
– Como te dije, me gustaba bastante. Lo conocía desde hacía años y creía conocerlo bien. Así que pensaba ser una buena esposa -volvió el rostro hacia el mar. Un brillo plateado iluminaba la espuma.
– No esperaba que fuera un cuento de hadas, pero sí pensé que nos llevaríamos bien. Supuse que tendríamos niños y yo me ocuparía de ellos. Jugaríamos al golf, viajaríamos.
Miró a Kam con gesto inocente.
– ¿Te das cuenta? -continuó-. Realmente quería que saliera bien. Cuando una mujer llega a los treinta, sabe que está en el comienzo de la cuenta atrás. No es que estuviera desesperada, pero como no había estado nunca enamorada, decidí aceptar lo más próximo a estarlo.
Kam guardó silencio. El sol se había puesto hacía tiempo y Ashley apenas vislumbraba su rostro en la oscuridad. Algo la impulsó a tocarle y apoyó la mano en su brazo.
– ¿Entiendes? -preguntó, necesitando su aprobación.
– Cuéntame por qué cambiaste de opinión -dijo él, pausadamente.
Ashley se echó para atrás.
– Al principio todo fue bien -dijo-. Vine hace un par de semanas. Me enamoré de la isla de inmediato. Desde el avión contemplé extasiada el colorido. La gente es encantadora. Durante unos días viví como en un sueño.
Kam asintió con la cabeza. Pensaba lo distintos que ambos eran. Mientras a él le gustaba la tranquilidad, a ella le gustaba pasar de una cosa a otra. Era capaz de bajar a la profundidad y alzarse al firmamento en un sólo movimiento. En eso se parecía a Ellen. Kam sintió un escalofrío recorrerle la espalda y por un instante se arrepintió de haberla echo volver.
– Pero pronto observé que el Wesley que yo conocía era distinto del que encontré aquí. Me sentí prometida a un auténtico cretino -reflexionó un momento-. Se comporta de forma arrogante y despótica.
Kam rió calladamente.
– Así es el Wesley que los demás conocemos.
– Al principio no le amaba, pero al verle comportarse así dejo incluso de caerme bien. ¿Cómo iba a aceptar a un hombre así para decirle «hasta que la muerte nos separe»?
Kam se fijó en los rasgos de Ashley, que apenas vislumbraba. No quería encender la luz porque sabía que si lo hacía rompería el ambiente íntimo que se estaba creando. La oscuridad daba pie a confidencias y deseaba llegar a entender a Ashley.
– Si lo tenías todo tan claro. ¿Por qué esperaste hasta el último momento para huir? -preguntó.
– Pensé que tenía que aguantarme -suspiró y estiró las piernas frente a sí-. Entonces llegó mi familia.
– Tu familia -repitió él.
– Sí. Mi madre con su nuevo novio. Perdona, pero me dan ganas de devolver. No soporto que tenga novios, y aún menos, maridos.
Kam sonrió, compasivo.
– ¿Los tiene a menudo?
Ashley asintió.
– Está a la caza del cuarto.
Kam sacudió la cabeza, levemente divertido a pesar de que apreciaba el tono de dolor en la voz de Ashley.
– También llegó mi padre con su nueva novia -continuó Ashley-. No creo que haya acabado el colegio. Debería haber una edad mínima para formar pareja. Debe tener unos doce años.
– ¡Ashley! -rió Kam.
– Te lo digo en serio -dijo ella, riendo a su vez-. Es una chiquilla.
– Vamos, Ashley, estás hablando de tu padre -dijo Kam, poniéndose serio.
– De acuerdo. Olvidé que hay que tomarse las cosas más en serio. Christina tiene veinticuatro años. Pero actúa como si tuviera doce.
Kam sacudió la cabeza.
– Así que la llegada de tu familia no fue una buena noticia.
– Tener a mi familia alrededor fue una verdadera lata. Además me hizo pensar en la inutilidad de lo que iba a hacer.
– ¿Qué quieres decir?
– Fíjate en mis padres. Nunca han sido capaces de comprometerse por más de seis meses. No tienen ni idea de cómo mantener una relación íntegra. Yo soy el resultado de su desastroso matrimonio. ¿Por qué habría de ser capaz de hacer las cosas mejor?
Kam esperó a que continuara, pero no lo hizo.
– ¿Es eso lo que te hizo cambiar de idea? -dijo, al fin.
Ashley suspiró, preguntándose si debía seguir adelante.
– No exactamente, aunque sí fue el comienzo. Lo que acabó por decidirme fue la aparición de Wesley cli mi habitación cuando me estaba poniendo el traje de novia.
Kam se volvió para mirarla atentamente.
– ¿Quieres decir que huiste de tu boda porque el novio te vio antes de la ceremonia? No puedo creerlo.
– Claro que no -Ashley, aturdida, frunció el ceño-. ¿Cómo se te ocurre una idea así?¿Cómo iba a dejarme llevar por una convencionalidad como esa?
– ¿Qué ocurrió?
– Me besó -dijo Ashley, balbuceante.
Kam volvió a mirarla con sorpresa.
– Imagino que ya te había besado antes.
– Sí -dijo ella, haciendo una mueca-. Pero esta vez trató de mostrarse apasionado.
Kam no la comprendía, y lo que decía le daba ganas de reír.
– Ashley -dijo-. Iba a convertirse en tu marido. No creo que pensara mantener una relación platónica contigo.
– Lo sé -dijo ella, sacudiendo la cabeza vehementemente-. Y creí estar preparada para soportarlo. Ya sabes. Las mujeres somos capaces de apretar la mandíbula, cerrar los ojos y aguantar lo que sea.
Kam se apoyó en el respaldo y soltó una carcajada.
– ¡Qué filosofía del matrimonio tan victoriana! ¡Pobre Wesley!
– Ese no era mi plan. Sólo iba a adoptarlo si las cosas iban realmente mal.
– Entiendo. Veo que estabas preparada para cualquier eventualidad.
– Para cualquiera menos la que al fin se presentó -dijo Ashley, quedamente.
Kam sonrió en la oscuridad y deseo cogerla entre sus brazos. Apartó ese pensamiento de su cabeza de inmediato y se dijo que no había cabida para aquellos sentimientos.
– ¿Y qué fue lo que pasó?
Ashley titubeó.
– ¿Recuerdas cuando me besaste esta mañana? -preguntó, dulcemente.
Kam no sólo lo recordaba, si no que no había logrado quitárselo de la cabeza.
– ¿Te refieres a cuando me provocaste para que te besara? -bromeó.
Ashley abrió los ojos.
– ¿Me culpas a mi?
– ¿Por qué no?
– Tú fuiste tan culpable como yo.
Kam pensó que si la dejaba, Ashley se pasaría el resto de la noche hablando de aquel beso.
– De acuerdo -dijo, impaciente-. Acepto toda la responsabilidad. Continúa.
Ahora venía lo más difícil. Ashley tomó aire. -Cuando me besaste sentí algo -se detuvo, avergonzada.
Kam se movió, incómodo.
– Ashley, tienes treinta años. ¿Tengo que explicarte la naturaleza de la atracción heterosexual?
– Esa es la cuestión. Cuando Wesley me besó no sentí absolutamente nada. Fue como besar una almohada.
– Has dicho que estabas mentalizada en caso de que eso pasara.
– Eso creía. Pero cuando pasó, me entró el pánico. Me di cuenta de que no podía casarme con Wesley. Incluso pensé que el problema era mío. Pero cuando me besaste esta mañana…
– ¿SÍ? -la animó él.
– Creo que deberías besarme de nuevo -dijo ella, quedamente.
Kam iba a encontrar difícil rechazar esa proposición.
– ¿Por qué? -preguntó.
– Para que pueda comprobar…
Kam rió. Si Ashley quería confirmar si se excitaba besándole, él, por su parte, ya sabía la respuesta.
– ¿Quieres que te bese para estudiar la respuesta de tu líbido? -dijo, socarrón.
– Así es -dijo ella, dubitativa.
– Ashley…
– Sólo una vez -dijo ella, señalándose los labios-. Aquí. Para que pueda comprobarlo.
Aunque no había dicho qué quería comprobar, Kam lo intuía. Era una situación absurda que debía concluir en aquel mismo momento. Sin embargo, no consiguió moverse y se encontró volviéndose hacia ella, con el corazón latiéndole aceleradamente.
Sus labios tocaron los de ella levemente, en una rápida caricia. Su intención era detener el beso ahí, pero en cuanto sus bocas se encontraron, Ashley sintió la aceleración y la fuerza que había sentido por la mañana, y, abrazándose a él, le exigió más.
Kam no pudo evitar responder. Con una mano le cogió por la barbilla y la atrajó hacia sí. La otra la hundió en su cabello, sujetando su cabeza con firmeza.
Era una sensación maravillosa. Ashley creyó navegar en un sueño, volar. Kam la sujetaba protector.
Ashley sintió que podía abrirse a la inconsciencia y dejar que él se ocupara de ella. Con su lengua trató de alcanzar el fondo de la boca de Kam, y él respondió saliendo a su encuentro. Ashley nunca pensó que aquel calor húmedo pudiera resultarle tan imprescindible.
Kam se movía con una lentitud casi dolorosa. Ashley se apretaba contra él, ansiando cada vez más. Sentía un fuego abrasarla, bajándole desde el cuello hasta el pecho. Sólo deseaba seguir así un poco más.
Kam se apartó de ella y la contempló, a la vez que ella le acariciaba la mejilla.
– Gracias -dijo Ashley, con la respiración entrecortada.
Kam no necesitó preguntarle si había sentido algo porque ya lo sabía. El había percibido su inmediata reacción y supo que Ashley no tenía ningún problema. Todo estaba dicho.
– Será mejor que entremos a cenar -dijo, bruscamente, a la vez que se sentaba lo más lejos posible de ella-. Está haciéndose tarde
– De acuerdo -respondió ella, esforzándose por reprimir la risa que se agolpaba en su garganta. Kam era un ser especial y, lo supiera o no, aquel beso marcaría para siempre un hito en la vida de Ashley. Era la primera vez que deseaba a un hombre.
Había tenido varias relaciones íntimas, pero ninguna había sido particularmente satisfactoria. Nunca había estado enamorada. Eran tan sólo compañeros de una aventura que para ella no tenía mayor interés. Nunca antes había sentido la aceleración del deseo.
Miró a Kam y sonrió. Se alegraba de haber entrado en su casa y haberlo conocido. Ahora sabía que rn a un mago.
Entraron en la cocina y prepararon una gran ens,ilada que apenas probaron. Kam le contó anécdolas (le casos divertidos del pasado y ella le habló de cuentos de niños. Ambos pusieron especial cuidado ru no tocarse.
Mientras, Ashley no dejaba de pensar en el beso, tratando de convencerse a sí misma de que no tenía ninguna importancia, excepto la de haberle demos¡ nado que era una mujer normal. Sin embargo, algo Ir decía que era mucho más relevante que eso.
– Esta noche tú duermes en la cama -dijo Kam al acabar de fregar.
– No -dijo ella, sacudiendo la cabeza-. El sofá es inuy cómodo. La cama es tuya.
Kam la miró, receloso.
– Si es tan cómodo ¿Por qué no te quedaste en él?
– ¿Tienes miedo de que vaya a hacerte una visita esta noche? -bromeó ella.
Kam nunca lo hubiera admitido, pero así era.
Después de veinte minutos de discusión, acordaron dormir tal y como Kam había sugerido.
Ashley se arrebujó en el sofá mucho más tranquila que la noche anterior. Se sentía una mujer distinta a la atemorizada y temblorosa criatura de la noche anterior, y estaba segura de que dormiría de un tirón, sin verse asaltada por terrores nocturnos.
Al cabo de cuatro horas, sin embargo, se encontró con los ojos abiertos. La noche era silenciosa. La luna estaba en lo alto e iluminaba todo con un resplandor plateado. Ashley se quedó inmóvil, contemplando las sombras que se proyectaban contra la pared.
Estaba segura de que no volvería a dormirse. Estaba demasiado tensa y alerta. Por dentro comenzaba a invadirla la misma sensación que la noche anterior. No era ni miedo ni angustia, sino más bien una ansiedad que se resistía a abandonarla. La necesidad de ser confortada era tan intensa que la sentía como un dolor físico.
– Juro no ir a molestarle -dijo, en voz alta.
Sintió un dolor en el pecho. Recordó el beso de Kam, cómo había acariciado al gato, lo atractivo que estaba cuando un mechón de pelo negro le caía sobre los ojos verdes, y un gemido anhelante se escapó de su garganta.
No lo haré, no lo haré, se repitió insistentemente.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de conciliar el sueño. Contó ovejas. Intentó relajar una por una todas las partes de su cuerpo. Se levantó e hizo flexiones hasta casi perder la respiración. Volvió a la cama y siguió contemplando la noche con los ojos abiertos de par en par.
– No lo haré -gimió, dándose por vencida.
Se sentía estúpida, pero sabía que no podía resistirlo más. Lo único que podía hacer era tratar de que él no se enterara nunca. Al fin y al cabo, la noche anterior había conseguido meterse en su cama sin despertarlo. Ahora tendría que hacer lo mismo y marcharse en cuanto amaneciera.
Se levantó y se dirigió hacia el vestíbulo sigilosamente. Su corazón latía con fuerza. La puerta de Kam estaba abierta. Ashley se escabulló dentro como una sombra y lo contempló. Dormía profundamente. Estaba echado de costado, con un brazo colgando fuera de la cama y el cabello revuelto.
Miraba hacía afuera, ocupando sólo la mitad de la cuna.
La situación era idónea. Ashley tan sólo debía Icncr cuidado. Contuvo la respiración y se metió en la cama, quedándose totalmente inmóvil. Su corazón latía aceleradamente.
Kam siguió durmiendo. Poco a poco Ashley se I'iie relajando. Sus labios esbozaron una sonrisa. Los párpados se le cerraron y el sueño comenzó a invadirla. Estaba a punto de caer profundamente dormida cuando estiró una pierna y un calambre la despertó. Se incorporó rápidamente y se agarró los (lodos del pie, a la vez que reprimía un grito de dolor. Se masajeó la pantorrilla con fuerza, pero no consiguió librarse del calambre.
A pesar de todo, siguió sin hacer un sólo ruido. Se retorcía de dolor y se movía, pero no gritaba.
Aun así, despertó a Kam. Éste se incorporó repentinamente, tratando de ver en la oscuridad. Se levantó de la cama y miró atónito a Ashley.
– ¿Qué demonios…?
– Mi pierna -gritó Ashley, golpeándosela al mismo tiempo.
Kam se dio cuenta de inmediato de lo que ocurría.
– Relájate -dijo, cogiéndole la pierna y masajeandola.
– Lo estoy intentando -gimió ella.
Kam trabajó el músculo con sus fuertes dedos y poco a poco el dolor fue disminuyendo, hasta pasársele por completo.
– Necesitas potasio -dijo Kam, con la frialdad de un médico-. Come plátanos.
– De acuerdo -dijo ella, suavemente-. Lo que tu digas, doctor.
Movió la pierna para comprobar que estaba curada.
– Ya está bien -{lijo-. Gracias.
– De nada -respondió él, sarcástico-. Supongo que ya puedes volver al sofá.
Ashley titubeó, volviéndose hacia él con dignidad.
– ¿Tengo que volver?
Kam dudó. No deseaba otra cosa que tener a Ashley aquella noche, pero no quería tentara la suerte. Adoptando una actitud fría, respondió.
– Es lo mejor.
Ashley sonrió seductoramente y no se movió. -Prometo ser buena -dijo.
Kam alargó la mano y le acarició el cabello.
– Pero yo no puedo prometer lo mismo -dijo, bruscamente. Una sombra nubló su mirada. Ashley sacudió la cabeza.
– No necesito promesas -dijo, dulcemente-. La vida es puro azar -entrelazó sus dedos con los de él-. Kam, déjame quedarme. No puedo dormir sola.
Kam, el hombre de hierro, se estaba derritiendo, pero aún hizo un último esfuerzo por resistirse.
– Ashley, no puedo darte lo que tú deseas -dijo, tenso-. No se me dan bien los abrazos y las caricias. Nunca he sido bueno consolando a otros.
– No necesito nada de eso. Sólo necesito estar cerca de alguien. Prometo no molestarte.
– Si es así, quédate en ese lado de la cama -dijo, dándose por vencido, y odiándose por ello. Desenlazó su mano de la de Ashley y volvió a la posición en que dormía.
– Gracias -dijo ella, suspirando aliviada-. Ahora podré dormir. No te preoupes por mí.
– De acuerdo -masculló él, sarcástico.
– No haré ni un ruido. No necesito mimos. Sólo quiero que estés a mi lado.
Kam no contestó. Ashley sólo veía su espalda, así quc no sabía si dormía ya o si la estaba escuchando.
A pesar de lo que decía, Ashley quería más que su mera compañía. Se preguntó si siempre sería igual con las mujeres. De ser así, se dijo, debía tener una vida amorosa muy solitaria. De pronto recordó el nombre de la única mujer de la que le había hablado.
– ¿Nunca consolaste a Ellen? -en cuanto las palabras salieron de su boca, Ashley se arrepintió de haberlas pronunciado. Sintió a Kam ponerse tenso a su lado. Ella misma se ruborizó, recriminándose su falta de tacto.
– Lo siento, no debía haber dicho eso -se disculpó.
– Duérmete -susurró él.
El hecho de que no pareciera enfadado animó a Ashley. Se quedó quieta y disfrutó de estar junto a Kam. Pasó el timepo y se le cerraron los ojos. Estaba a punto de quedarse dormida cuando Kam se giró. Ashley abrió los ojos y le miró.
– No estás dormido -dijo, acusadora.
Kam se volvió para mirarla en la oscuridad.
– Ya lo sé.
Ashley se incorporó sobre un codo.
– ¿Qué ocurre? -preguntó.
– No lo sé. Algo me impide relajarme.
– ¿Qué?
Kam rió brevemente.
– Tú.
Ashley rió a su vez.
– No seas mentiroso. Lo úico que te pasa es que estás tenso. Te voy a dar un masaje de espalda.
Kam iba a discutir, pero antes de que pudiera hacerlo, Ashley le estaba masajeando con sus pequeñas manos, provocándole un bienestar inmediato. Tenía unas manos maravillosas.
Kam cerró los ojos y le dejó continuar. Ashley conseguía relajar cada uno de sus músculos y él no quería que aquel masaje acabara nunca.
Al cabo de un rato notó que Ashley se cansaba y se dio la vuelta, de manera que su pecho quedó donde antes estaba su espalda.
– Gracias -susurró, a la vez que la atraía hacia sí para besarla.
Ashley le besó y en unos instantes se aferraba a él, para girar juntos en un único movimiento. Kam tenía la mente en blanco. La atrajo con fuerza hacia sí y la acarició por debajo de la camisa, maravillándose de su piel de terciopelo. Ashley se arqueó y la camisa quedó abierta. Kam se agachó y tomó entre sus labios el pezón que había quedado descubierto. Un temblor recorrió el cuerpo de Ashley, y Kam sintió el suyo tensarse, como la lava convirtiéndose en roca.
Ashley gimió, con un sonido casi animal. Entrelazó sus piernas alrededor del cuerpo de Kam y se pegó aún más a él. Ansiaba sentir la magia que sólo él era capaz de conjurar en ella.
De pronto, Kam se apartó. Ashley le contempló atónita.
– ¿Qué ocurre? -preguntó soñolienta, ansiando sentir sus cuerpos en contacto-. ¿Dónde vas?
Kam miró hacia atrás y sacudió la cabeza. Se re‹ i imninaba haberse comportado como un hombre de las cavernas, dispuesto a aprovecharse de ella. Pero al mirarla, se dio cuenta de que esa no era la situación. No quería aprovecharse de ella, sino hacer el amor con ella, y eso era todavía más peligroso.
– Me voy a dar una ducha fría -dijo, levantándose para ir al baño-. Una ducha muy fría. Si fuera posible, me metería en un baño de hielo.
El agua fría no sólo apaciguó su libido, sino que le trajo pensamientos que no quería olvidar.
Ellen había muerto hacía cinco años. Años en los que se había dedicado a trabajar y a resolver un caso tras otro. Estaba ansioso por cambiar de actitud y librarse de parte de esa responsabilidad.
Su secretaria le insistía en que se tomara los viernes libres. Le decía que jugara al golf, o a lo que fuera, pero que de seguir así, acabaría matándose. Pero Kam se sentía inacapaz. Siempre se había sumergido en los temas que le interesaban. Esa era su personalidad y durante los últimos quince años, su obsesión había sido el Derecho. Amaba la ley. No necesariamente lo que decía o cómo podía en ocasiones ser manipulada en manos de abogados sin escrúpulos, sino la filosofía sobre la que se sustentaba. La ley era lo más parecido a la perfección: objetiva, clara y lógica.
Ellen era lo opuesto a todo eso. Era caótica, impulsiva y descuidada. Nunca había sabido por qué se había sentido atraído por ella, pero había llegado a creer el dicho de que los opuestos se atraen.
El día en que ella salió sola en bote, habían tenido su peor pelea. Iban a ir juntos a navegar, pero Kam había tenido que cancelar el plan al surgirle una complicación en el caso que le ocupaba. Ellen se había puesto furiosa y había dicho cosas terribles, marchándose sola en el barco. Nunca regresó, y Kam nunca pudo perdonarse a sí mismo.
Se había jurado no hacerse responsable nunca más de nadie. Temía demasiado las consecuencias. Si la gente estaba dispuesta a hacer locuras y ponerse en peligro, él no quería ser quien lo impidiera.
Entonces apareció Ashley. Había entrado en su vida sin ser llamada y se había instalado en ella. O tal vez era él quien no quería que se marchara. Todo era muy confuso.
Kam decidió salir de la ducha, preguntándose si habría sido suficiente para calmarlo, y cómo debía actuar a continuación.
Era obvio que Ashley le deseaba, y él a ella aún más. Sin embargo, Kam temía que si hacían el amor, Ashley se asentaría en él de una forma que le daba miedo y que no estaba seguro de poder soportar.
Se puso los pantalones del pijama y volvió a la habitación.
Ashley seguía allí, dormida, tumbada en diagonal en la cama. Tenía abrazada la almohada.
Kam la contempló unos minutos en silencio. Era tan menuda y vulnerable, y al mismo tiempo tan decidida, que no pudo si no aceptar que le gustaba.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia el sofá. Había llegado el momento de intentar descansar.