La mañana era el momento del día preferido por Ashley. El aire olía dulce y los pájaros cantaban. Todo parecía dispuesto para que pasaran cosas buenas.
Se despertó y alargó el brazo, pero no encontró más que la cama. Se dio la vuelta y comprobó que estaba sola. Rió quedamente.
– Gallina -murmuró-. ¿Acaso no te atrevías a quedarte?
Se quedó quieta, reflexionando sobre lo ocurrido la noche anterior. Kam era un hombre extraño, pero cada vez le respetaba más y se sentía más atraída por él.
Ten cuidado, se dijo, también creíste que Wesley te gustaba.
Lo cierto era que Wesley nunca le había gustado como le gustaba Kam, ni le había excitado de la misma manera.
Afortunadamente, con Kam no iba a tener que cuestionarse si debía casarse con él o no. No era de los que se casan. Ashley rió por lo bajo. Era una manera sencilla de evitarse ese problema.
Se bajó de la cama y fue a la cómoda donde guardaba la ropa que Shawnee le había dado. Se puso un biquini azul, se estiró y fue al salón.
Kam dormía en el sofá. Ashley se agachó y le besó en los labios suavemente.
– Buenos días, dormilón -musitó, riendo.
Sin esperar respuesta, salió de la casa, corrió hasta la orilla del mar y entró en el agua.
El agua se arremolinó a su alrededor. Ashley se sumergió y nado con ímpetu. Se detuvo e hizo la plancha, contemplando el profundo cielo azul. Girándose, buceó entre pececillos turquesas y dorados, que despedían destellos desde el fondo. Ashley recordó una vieja canción sobre una mujer entre cuyos dedos se escapaban peces morados, y sonrió feliz.
El recuerdo de la realidad borró su sonrisa. Si se hubiera casado con Wesley, pensó, estaría ya en Bora Bora, que era donde habían planeado ir de viaje de novios. Estaría junto a un hombre al que pronto comenzaría a detestar. Habría empezado a sentirse desgraciada y habría intentado, sin éxito, escapar de esa situación.
Cerrando los ojos, dio gracias por haber reaccionado a tiempo. Todavía quedaban muchas cosas por resolver, como ir a ver a su familia, o disculparse con Wesley, pero al menos no se arrepentía de haber hecho lo que hizo.
No sabía cuál debía ser su siguiente paso, y se planteó la posibilidad de volver a casa.
Dio un par de brazadas, disfrutando de la sensación del agua rozando su cuerpo, y se dio cuenta de que no quería regresar. Volver suponía retornar al tipo de vida del que había tratado de huir al decidirse a casarse con Wesley. No es que fuera una vida mala, pero no le satisfacía. Su carrera como ilustradora iba bien. Además, era un trabajo que no le exigía permanecer en San Diego. Tal vez debía considerar la posibilidad de quedarse en la isla.
Suspiró y empezó a nadar de vuelta a la orilla. Tenía hambre. Era hora de desayunar.
Estaba apenas a unos metros de la orilla cuando vio) a un hombre aproximarse. Ashley lo reconoció de inmediato y sintió un escalofrío.
– Dios mío -exclamó en un susurro-. ¡Eric!
Tenía dos opciones: nadar de vuelta al interior, o salir y correr hasta la casa, con la esperanza de que rl último novio de su madre no la reconociera a aquella distancia.
Titubeó, pero al fin corrió hacia la casa a la mayor velocidad que pudo.
El beso de Ashley había despertado completamente a Kam, pero no la había seguido hasta la)laya. Se quedó tumbado, sintiendo la caricia de sus labios. Iba a tener que conseguir que se fuera o no podría resistirse. La casa estaba llena de su aroma y Kam no podía dejar de pensar en su cuerpo y en el sonido de su voz cantarina.
El teléfono sonó, recordándole su vida en Honolulu. El contestador estaba puesto y Kam decidió no contestar.
– ¿Kam estás ahí? -era la voz de su socio-. Llámame inmediatamente, necesito ayuda con el caso Duncan.
Kam desconectó el aparato.
– ¡Al diablo con el caso Duncan! -exclamó en voz alta.
Amaba el Derecho, pero en aquel momento sólo quería pensar en Ashley. Esa era la razón por la que debía pensar en marcharse lo antes posible. Si pasaba un día más con ella no podría escapar. Tenía que huir mientras sus sentimientos permanecieran intactos.
Se vistió lentamente. Tuvo la sensación de que aquél era un día de reflexión. El día anterior había sido caótico y divertido, pero ahora, había que volver a pensar en el futuro.
Se volvió al oír entrar en la casa a Ashley como un tornado. Kam la contempló, adivinando que traía malas noticias.
– Es Eric -dijo Ashley, sofocada-. Tengo que esconderme. No le digas que estoy aquí. Dile que soy tu hermana, que ha visto visiones, lo que sea, pero no que estoy aquí -y salió de la habitación apresuradamente hacia la cocina.
Kam suspiró y decidió salir al encuentro del visitante.
– Eric -dijo en alto, sacudiendo la cabeza-. ¿Quién es Eric?
Salió por la puerta principal y se sentó en los peldaños del porche. Vio a un hombre alto, delgado y rubio que se acercaba corriendo. Le hizo pensar en alguien que pasaba mucho tiempo delante del espejo. Se paró frente a Kam y lo observó antes de hablar.
Has visto correr a una chica en biquini azul -preguntó, con la respiración entrecortada.
Kam miró a izquierda y derecha y negó con la cabeza.
– ¿Qué tipo de chica? -preguntó.
– Menuda y bonita. Con una gran melena rubia -dijo Eric, fijándose en Kam con detenimiento-. Llevaba un biquini azul.
– Si la hubiera visto, me habría fijado -dijo Kam, secamente.
– Eso te lo aseguro -Eric se puso una mano en el corazón. Todavía respiraba con dificultad-. ¿Te importa que me siente para recuperarme? Llevo corriendo desde que la vi. Es imposible dar con ella.
Se sentó en uno de los peldaños y extendió una mano a Kam.
– Soy Eric Camden -dijo-. Me alojo en el club King's Way.
Kam le estrechó la mano con solemnidad.
– Kam Caine -se presentó-. ¿Cómo pudiste reconocerla a esta distancia? -preguntó, curioso.
– La reconocería en cualquier parte -respondió Fric-. Llevamos dos días buscándola. Se iba a casar rl otro día, pero se escapó.
La mirada de Kam se endureció.
– ¿Se escapó?
– Sí. Tenías que ver lo enfadado que estaba el novio -Eric se dio una palmada en el muslo-. Días atras me había dicho que no quería casarse y yo le dije que no lo hiciera, que iría a hablar con Geralditie, su madre, y me ocuparía de todo. Yo se lo sugerí y ella lo llevó a cabo. Ahora no hay forma de encont rola. ¿Seguro que no la has visto?
– Estaré atento -respondió Kam.
Eric le miró con sus inexpresivos ojos claros
– ¿Tienes un cigarrillo? Me han entrado ganas de fumar.
– Lo siento -Kam arqueó una ceja-. El ejercicio y el tabaco no son una buena combinación.
– Apenas fumo, y cuando lo hago, no inhalo. En cambio el ejercicio me lo tomo muy en serio. Si falto un día al gimnasio me siento fatal.
Kam se imaginó una conversación sobre biceps y pectorales y decidió evitarla. Volvió al tema que les ocupaba.
– ¿Cuál es tu interés en este asunto? ¿Quieres ocupar el lugar del novio? ¿Quieres casarse con Ashley?
– ¿Con Ashley? -rió Eric-. En absoluto. Yo salgo con su madre.
Kam se quedó sin habla y Eric sonrió con orgullo al notar su sorpresa.
– Así son las cosas en estos tiempos -explicó-. Cada vez hay rnás jóvenes con mujeres mayores. ¿Por qué no? Lo saben todo, tienen claro lo que quieren, te tratan de maravilla y tienen dinero. Si trabajara en el supermercado del barrio, como hace mi hermano, nunca hubiera llegado a conocer las islas, ni me habría podido permitir estar en el King's Way.
– Interesante -murmuró Kam, asombrado por la franqueza con la que Eric se expresaba y convencido que eso mismo le salvaba de resultar repulsivo.
– Piénsalo de esta forma -continuó Eric-. Uno sale con una chica por distintas razones: porque te gustan sus ojos, su risa, su forma de bailar, su voz ronca. ¿Por qué no habría de ser el dinero un factor a tener en cuenta?
– Supongo que tienes razón -dijo, Kam, inexpresivo.
– No me malinterpretes -aclaró Eric-. Geraldine es una mujer muy especial. De hecho, tal vez nos casemos.
Kam se atragantó y empezó a toser. Eric le dio unas palmadas en la espalda.
– Será mejor que me marche -dijo Eric, cuando se le había pasado el ataque de tos a Kam-. Si la ves, ¿me llamarás al King's Way? Te lo agradecería. Dile que necesito hablar con ella.
Se puso de pie y echó una ojeada a la casa, sonrió a Kam y se puso a correr en la misma dirección en la que había aparecido.
Kam le observó marchar, pensando que tal vez no era tan inocente como pretendía ser. Se volvió y entró lentamente en la casa.
– Se ha marchado -anunció, al encontrar a Ashley en su cama, apoyada contra la cabecera. Llevaba puesto el biquini, pero se había cubierto con una toalla.
– No puedo creer que haya venido hasta esta parte de la playa -dijo, con tristeza.
Kam la observó y analizó su reacción. ¿Acaso pensaba que los demás iban a olvidarla sin tan siquiera tratar de encontrarla?
– ¿Por qué no iba a venir? -dijo, al fin-. Tú misma solías venir aquí todas las mañanas. ¿Por qué no pueden hacer lo mismo los demás?
Ashley ignoró aquel razonamiento. Quería solidaridad, no lógica.
– ¿Crees que volverá? -preguntó, abriendo los ojos desmesuradamente.
El abogado que Kam llevaba en sí emergía a la superficie cuando se trataba de analizar situaciones.
– Así es -dijo, fríamente-. Sabe que estás aquí
Ashley saltó.
– ¿Qué dices? -casi gritó.
– Lo supo todo el rato.
Ashley entrelazó las manos con fuerza y miró a su alrededor.
– ¿Dijo algo?
– No -Kam sacudió la cabeza-. Pero me di cuenta.
Ashley se cubrió el rostro con las manos.
– ¡Oh, no! Si es así, volverá.
– Sí -Kam estaba seguro de que lo haría-. Volverá y traerá a tu madre con él.
Ashley soltó un último gemido y reaccionó.
– Esta bien -anunció, pasando a la acción-. Será mejor que me vaya. ¿Puedo llevarme el vestido conmigo? No creo que a Shawnee le importe. ¿Dónde dejé los zapatos? Al menos esta vez no necesito que me dejes dinero. Tengo el que gané ayer.
Kam la tomó por el brazo y la obligó a mirarle
– No vas a marcharte -dijo, con firmeza-. Vas a quedarte y a enfrentarte a ellos.
Ashley abrió los ojos horrorizada.
– No puedo, Kam. No tienes idea de lo que es. Me arrastrarán consigo. No puedo quedarme.
Kam asentía con la cabeza mientras seguía sujetándola con fuerza.
– Claro que puedes. Yo estaré a tu lado. No pueden obligarte a volver. Tienes treinta años y puedes hacer lo que desees.
Ashley sacudía la cabeza sin apenas escucharle.
– No te imaginas lo que me ocurre cuando están cerca. Me convierto en una niña pequeña y ya no puedo romper con ellos. Kam, no me obligues a hacerlo. No soy suficientemente fuerte.
Kam no quería forzarla. Al fin y al cabo, si no era capaz de enfrentarse a ellos, sería él quien la perdería. Ya no podían hacer nada por impedir que el mundo exterior los invadiera.
Durante un instante se le pasó por la cabeza la idea de tomarla y huir juntos. Podrían alquilar un apartamento en San Francisco, o ir a Australia. Pero el sueño duró poco. Era imposible. Él debía volver al despacho y ella tenía que aprender a resolver sus problemas y defender sus decisiones frente a su familia. Por otro lado, aquel pensamiento los convertía en amantes, y todavía no lo eran. Tal vez nunca llegaran a serlo y esa fuera la mejor solución para todos.
Al mirar en los límpidos ojos de Ashley, supo que no era eso lo que quería y supo que podría perderse en ellos para siempre. Un arranque de deseo lo poseyó y deseó besarla con urgencia. Temía estar a punto de perderla. El día anterior no le hubiera importado, pero ahora no podía soportar la idea. Atin así, estrechar el lazo que los unía sólo contribuiría a aumentar su dolor. Apartándose de ella, miró en otra dirección.
– Voy a preparar algo para desayunar -dijo. Su voz sonó ronca-. ¿Por qué no te cambias y vienes a la cocina?
Ashley no respondió. Se quedó en mitad de la habitación, observándole marchar y sintiendo que algo en su interior se rompía y la paralizaba.
Sabía mejor que Kam que en cuanto Eric volviera con su madre, el tiempo que habían habitado juntos desaparecería y sería ocupado por la realidad. Ashley tendría que volver a su vida o marcharse a otra parte. La posibilidad de quedarse con Kam era muy remota.
La idea de dejarlo le produjo una espantosa congoja. Nunca había conocido a un hombre como él y estaba segura de que nunca conocería otro igual. No debía dejarlo escapar sin pelear por él, se dijo, y por primera vez se sintió con fuerzas para enfrentarse a los demás.
Lentamente se dirigió a la cocina, parándose al llegar a la puerta. Kam se volvió a mirarla. En cuanto sus ojos se encontraron, adivinó el cambio que se había experimentado en ella.
– Ashley -dijo, ladeando la cabeza-. No lo hagas.
Pero no se movió. No se sentía capaz de salir por la puerta y huir de ella.
Ashley, sin hablar, se aproximó a él con la cabeza levantada y los ojos entrecerrados.
– Ashley -musitó él.
Ella llegó frente a él, apoyó la mano en su torso y le miró fijamente. Ya no le cabía ninguna duda y quería que él lo supiera. Su mirada estaba ensombrecida. Parecía estar poseída por otro ser.
– Ashley -repitió él.
Pero Ashley sintió un leve temblor bajo la mano y sonrió.
– Dime que no me deseas -susurró, acompañada por los latidos de su corazón-. Dime que no me deseas, y te dejaré solo.
Kam no podía decírselo. Aunque lo hubiera intentado, la naturaleza le dominaba y ya no podía dar marcha atrás. Lo que Ashley había comenzado, le correspondía acabarlo a él, y una vez que supo que así tenía que ser dio rienda suelta a la pasión que había reprimido hasta aquel momento.
Quiso ser delicado y acariciarla lentamente, pero llevaba demasiado tiempo esperando y sus emociones se desbordaron sin control. Tenía que poseerla inmediatamente, allí mismo, o padecería una prolongada agonía.
Besó la boca que Ashley le ofrecía como si tuviera que pelear por ella. La devoró, llenándola de un calor que alcanzó todas las partes de su cuerpo. Ashley tomó su cara entre las manos, y abrió su boca para que él llegara tan hondo como pudiera.
Kam jadeaba. Le arrancó la parte de arriba del biquini y asió sus senos aún húmedos, acariciándolos y jugueteando con los pezones. Ashley se arqueó, ansiosa por sentir la boca cálida de Kam en su piel. El la rozó con los labios y con la lengua, y ella dejó escapar un gemido de gozo, a la vez que hincaba sus manos en sus hombros, atrayéndolo con fuerza hacia sí. Kam deslizó la manos y le quitó la parte de abajo del biquini, mientras ella le desabrochaba el pantalón.
– ¿Dónde? -preguntó él, con voz entrecortada.
– Aquí -respondió ella, arrastrándolo consigo hacia la mesa.
No había tiempo para ir a ninguna parte. Se deReaban con voraz urgencia, la sangre fluía en su interior precipitadamente y sólo pensaban en la unión final que haría de los dos, uno.
Ashley nunca había estado con un hombre que la deseara con tal violencia. Nunca ella había deseado así a nadie. Ansiaba ser poseída por él, como necesitaba el aire para respirar. Creía que moriría si no conseguía hacerlo suyo en aquel mismo instante.
– Ahora -le instó, atrayéndolo con fuerza hacia sí-. Por favor, Kam, de prisa.
Se echó sobre la mesa y Kam la penetró con un gemido prolongado. Ashley se sintió poseída por una fuerza que palpitaba por todo su ser. Gritó y se aferró a él, clavándole los dedos en la espalda y entrelazando las piernas por detrás de sus caderas. Se arqueó, buscando el mayor contacto de sus vientres y una penetración más profunda, a la vez que lo sujetaba por las caderas con fuerza, como si temiera perderlo.
No podía respirar. Tampoco lo necesitaba. Tan sólo quería que Kam la condujera una y otra vez, con cada una de sus sacudidas, hacia la espiral de éxtasis que le estaba proporcionando. De pronto llegó la explosión y Ashley pudo ver fuegos artificiales cayendo a su alrededor. Sintió un temblor y Kam se unió con su estallido al de ella, abrazándola con fuerza, protegiéndola y conduciéndola a una mayor intensidad.
Juntos acabaron la cabalgada, con los brazos entrelazados y los cuerpos unidos en una sudorosa fusión.
La mesa no era cómoda y pronto reaccionaron. Kam se incorporó y dejó que Ashley se levantara.
– La habitación -dijo ésta-. Esta a tan sólo diez pasos.
Kam sonrió y la abrazó.
– Tienes razón. La cocina es para cocinar. No debemos olvidarlo.
– Y la habitación para hacer el amor -susurró ella, a la vez que Kam la levantaba en brazos y la llevaba hasta el dormitorio, dejándola sobre la cama y tumbándose junto a ella.
Kam contempló su piel nacarada, los oscuros pezones, las piernas delgadas y se sintió invadido una vez más por el deseo. Ashley se dio cuenta y rió con una risa profunda que Kam no había oído antes.
– ¿Otra vez? -dijo ella, acariciándole.
– Otra vez -afirmó él, hundiendo el rostro en su melena.
Esta vez la acarició con delicadeza. Lentamente excitó sus pezones y masajeó su vientre, deslizó la mano suavemente entre sus piernas y ella balanceó sus caderas con un gemido de placer.
Kam no quiso precipitarse. Quería hacerlo tal y como ella merecía, pero no contaba con la impaciencia de Ashley. Ella no necesitaba ser excitada porque ya lo estaba. Kam entró en ella, arrancándole un grito de placer tras otro con cada uno de sus empujes.
Los dos se dejaron caer relajados, aún entrelazados. Poco a poco recuperaron el ritmo de la respiración. Ashley cerró los ojos y se preguntó por qué nadie le había contado antes el maravilloso secreto que acababa de descubrir.
Había tenido que aparecer Kam para darle la llave del misterio. Al mirarlo, se sintió invadida por un sentimiento tierno y amoroso desconocido para ella. ¿Sería amor?
Si no lo era debía ser el sentimiento más parecido. Y Ashley pensó que era maravilloso.
– ¡Ojalá no vinieran nunca! -susurró-. Espero que venga un huracán y que un rayo los haga olvidarse de mí.
Se incorporó sobre un codo y contempló el rostro de Kam amorosamente.
– ¿Me dejarías quedarme? -preguntó, provocativamente-. Si se olvidaran de mí ¿Me dejarías quedarme, nadar todos los días y dibujar en el porche? -sonrió, retirándose el cabello de la cara-. Tú te irías a Honolulu todos los lunes y volverías cada fin de semana, para pasarnos el día en la cama -le besó la sien-. Sería el paraíso. Al menos hasta que te cansaras de mí.
Kam la atrajo hacia sí.
– ¿Quién dice que me cansaría de ti? -masculló-. Algo me dice que es imposible aburrirse estando contigo, Ashley.
Ashley suspiró hondo. Nunca se había sentido tan a gusto. La vida debería ser siempre así, pensó. Toda mujer debería tener junto a sí un hombre como aquél. El único problema era tener que casarse con ellos para retenerlos. Y Ashley no se sentía capacitada para el matrimonio.
A medida que la realidad iba invadiéndola, parte de la alegría sentida la abandonaba. Apenas hacía dos días se iba a casar con un hombre, y ahora estaba haciendo el amor con otro. No consideraba que ese fuera un comportamiento digno de admirar.
Se despreciaba a sí misma, pero al menos sentía que lo que había pasado con Kam era una oportunidad única, y se alegraba de haberse aferrado a esos instantes de felicidad.
Tal vez ello no la convertía en un modelo a seguir, pero sí la hacía más humana.