Siete

Abandonaron el restaurante inmediatamente. Phoebe intentó disimular sus nervios mientras esperaban en la puerta el coche de Mazin. Pero en lugar de su Mercedes habitual, lo que apareció fue una limusina negra.

– Quería que esta noche fuera especial -le explicó Mazin con una sonrisa al tiempo que la ayudaba a subir-. Pensé que te gustaría el cambio.

Nunca había subido antes a una limusina, pero sabía que si lo reconocía, se mostraría aún más inocente e inexperta de lo que ya era. En lugar de ello, intentó esbozar una sonrisa de agradecimiento, pese a que sus labios parecían negarse a colaborar…

Tenía el cerebro completamente en blanco. El trayecto de regreso al hotel duraría unos quince minutos. Evidentemente tenían que hablar de algo, pero a ella no se le ocurría tema alguno. ¿De qué tenían que hablar exactamente antes de hacer el amor por primera vez?

Contempló el lujoso interior. La tapicería era de color crema, de la piel más fina que había tocado en su vida. A su izquierda había un sofisticado equipo de música y un pequeño televisor. A la derecha, el mueble bar. Una botella de champán se enfriaba en un cubo de hielo.

– ¿Ya habías planeado que nosotros…? -se interrumpió, incapaz de continuar.

Mazin siguió la dirección de su mirada y tocó la botella de champán.

– No. Simplemente había pensado que podríamos dar un paseo por la playa y contemplar la luna. No me había imaginado que al final terminaría haciendo algo más que besarte. De haberlo imaginado, habría preparado muchas más cosas.

«¿Muchas más cosas?», se repitió Phoebe. ¿Sería posible? ¿Acaso la limusina y el champán no eran la prueba de una seducción deliberada? La invitación que ella le había hecho… ¿acaso no le había facilitado las cosas?

Quería preguntárselo, pero Mazin ya no le estaba prestando atención. En lugar de ello, parecía estar buscando algo mientras palpaba el respaldo del asiento y los paneles de madera.

– ¿Qué estás buscando? -inquirió, sorprendida.

– Tiene que haber un compartimento oculto por alguna parte -se puso a revisar la tapicería de la parte trasera del asiento del chófer-. Me lo comentó mi hijo mayor -explicó, más para sí mismo que para ella-. Me dijo en tono de broma que siempre llevaba la limusina cargada.

Phoebe no tenía idea de lo que estaba diciendo. Suponía que se refería al mayor de sus cuatro chicos, el que estudiaba en la universidad.

– ¿Y cómo es que tu hijo usa una limusina?

Mazin no respondió. Phoebe vio que apretaba un panel de madera.

– Al fin.

El panel se abrió para revelar un compartimento de gran tamaño. Había una muda de ropa, más champán y una caja, que Mazin recogió. Phoebe se retiró al fondo de su asiento cuando leyó la etiqueta de la tapa: Preservativos.

Las románticas imágenes que había tenido sobre lo que ocurriría aquella noche quedaron destrozadas. La realidad no era un lento baile de besos y caricias. Si iban a hacer el amor, no podrían eludir las consecuencias de aquel acto. Había que tomar precauciones.

La parte razonable de su cerebro aprobó y aplaudió la previsión de Mazin. Pero su romántico corazón no pudo menos que entristecerse.

Mazin alzó la mirada y sorprendió su expresión. Phoebe no tuvo tiempo de esconderla. No sabía qué cara había puesto, pero debió de ser suficiente para que él soltara una maldición por lo bajo.

Se guardó varios sobres en un bolsillo del esmoquin, cerró el compartimento y volvió con ella.

– ¿No quieres que sea previsor? -le preguntó, pasándole un brazo por los hombros y acercándola hacia sí.

– Ya sé que eso es importante -se quedó mirando el cuello almidonado de su camisa blanca, en vez de su rostro-. Er… te agradezco que te hayas preocupado de… tomar precauciones.

– Pero he amargado tu fantasía, ¿verdad?

Phoebe alzó la mirada hasta sus ojos.

– ¿Cómo has adivinado lo que estaba pensando?

– Te conozco, paloma mía. Te prometo que esta noche será la más fantástica del mundo. Pero no quiero dejarte con algo que tú no quieras.

Un bebé. Estaba hablando de dejarla embarazada. En aquel instante, Phoebe anheló desesperadamente tener ese hijo con Mazin. Lo que habría dado por tener una pequeña con sus mismos ojos oscuros… O un niño fuerte y sin miedo como Dabir.

Mazin le puso un dedo bajo la barbilla para obligarla a alzar la cabeza y la besó. La suave presión de sus labios despejó entonces todas sus dudas. Aunque fue un beso ligero, bastó para provocarle un cosquilleo en todo el cuerpo.

Antes de que ella pudiera tentarlo para que profundizara el beso, la limusina se detuvo.

– ¿Dónde estamos?

– En una entrada lateral del hotel -respondió Mazin mientras abría la puerta-. Pensé que no te sentirías cómoda subiendo conmigo en el ascensor. A estas horas suele haber mucha gente en el vestíbulo.

– Gracias -le dijo al tiempo que lo seguía por un sendero flanqueado de flores, hacia una puerta de cristal.

Pensó en lo considerado que había sido Mazin. A ella le avergonzaría que todo el mundo la viera subir a su habitación con un hombre…

Una vez dentro del edificio, Mazin la llevó hasta un ascensor y subieron a su piso sin encontrarse con nadie. Phoebe se puso a buscar torpemente la llave en su bolso, hasta que él se lo quitó, sacó la llave y abrió la puerta.

La puerta de la terraza estaba abierta. La cama estaba hecha, con la lámpara de la mesilla encendida. Phoebe podía oler a mar: intentó concentrarse en ese aroma para tranquilizar sus nervios.

Mazin cerró la puerta con llave y dejó su bolso sobre la mesa, al lado del espejo. Luego atravesó la habitación para plantarse frente a ella.

– Veo que la tensión ha vuelto -comentó con tono ligero, antes de inclinarse para besarla en el cuello.

Le flaquearon las piernas, hasta el punto de que tuvo que abrazarlo para no caer al suelo. Mazin continuó besándole el cuello, y le lamió la piel sensible de detrás de la oreja. Una de sus manos descansó sobre su hombro desnudo, para acariciárselo lentamente.

– Hermosa Phoebe… -susurró antes de mordisquearle delicadamente el lóbulo.

Se le había erizado el vello de la piel. Phoebe podía sentir cómo se le endurecían los pezones. Entre las piernas sentía una dolorosa tensión que le hacía ansiar apretarse contra él…

Mazin le apartó la melena de un hombro para trazar un sendero de besos a lo largo de su cuello, hasta la base, y más abajo. Al mismo tiempo, empezó a acariciarle los brazos, arriba y abajo. En cierto momento, bajó las manos hasta su cintura.

La embargó una deliciosa expectación cuando Mazin empezó a subirlas de nuevo por su torso, lentamente.

Soltó un suspiro maravillado en el instante en que él se apoderó por fin de sus senos, sosteniéndolos como si fueran preciados tesoros. Incluso a través de la tela del vestido, podía sentir el calor y la ternura experta de sus dedos.

El estilo del vestido estaba diseñado para no llevar sujetador. Al principio le había costado ponérselo, pero en ese momento se alegró de ello, porque de esa manera solamente una fina capa de tela se interponía entre su piel febril y los dedos de Mazin.

Le encantaba el modo que tenía de explorar su cuerpo. Quería suplicarle que le quitara el vestido para poder disfrutar mejor de sus caricias. Quería…

Perdió el aliento cuando él le rozó los pezones. Sabía que estaban duros de deseo, pero no había sido consciente de su extremada sensibilidad. Un torrente de fuego la atravesó, circulando por brazos y piernas hasta que se instaló en su vientre. Mazin continuó acariciándoselos una y otra vez, haciéndola gemir de placer.

No supo durante cuánto tiempo permanecieron allí de pie, él tocándola y ella disfrutando de su contacto. Finalmente, Mazin la estrechó entre sus brazos y la besó. Fue un profundo y sensual beso que la dejó derretida por dentro.

Lo abrazó a su vez, deseosa de fundirse con él. Eso era lo que había querido y esperado durante toda su vida.

Sintió que le bajaba la cremallera de la espalda: el fresco aire de la noche acarició su piel desnuda. Llevaba braga, un liguero y medias: nada más. Las mujeres de la boutique se lo habían aconsejado cuando vieron su vestido, insistiendo en que ponerse unos pantis habría sido un crimen con un modelo semejante. Phoebe no había estado muy segura de ello, pero cuando Mazin le bajó el vestido por los hombros, se alegró de haberse dejado convencer.

El vestido cayó al suelo. Phoebe todavía estaba lo suficientemente cerca de él como para no sentirse avergonzada de estar prácticamente desnuda. Sus grandes manos seguían moviéndose por su espalda, tocándola, reconfortándola, excitándola de manera insoportable. Luego comenzó a bajarlas… hasta sus caderas y el liguero. Y todavía más abajo: la braga de cintura alta, la piel desnuda de sus muslos, el comienzo de sus medias. Y se detuvo en seco.

Interrumpió el beso y se la quedó mirando fijamente. Sus ojos oscuros parecían irradiar fuego. La tensión le hacía apretar con fuerza los labios.

– Te deseo -murmuró.

No había nada que le hubiera gustado más escuchar a Phoebe. Sus últimos temores se desvanecieron. Inclinándose hacia delante, lo besó: era la primera vez que tomaba la iniciativa. Le lamió primero el labio inferior y luego se dedicó a mordisqueárselo suavemente. Mazin volvió a estrecharla entre sus brazos, profundizando el beso con una intensidad que terminó convenciéndola de su deseo.

De repente sintió algo duro presionando contra su vientre, y se alegró de haberle suscitado aquel efecto. Mazin alzó de nuevo las manos hasta sus senos y se concentró en acariciarle los pezones con los pulgares.

No había imaginado que pudiera existir tanto placer en el mundo… Su mente se cerró a todo lo que no fueran las caricias de Mazin. Ni siquiera fue consciente de que había interrumpido el beso hasta que echó la cabeza hacia atrás y pronunció su nombre.

Mazin se rió por lo bajo. Inclinándose hacia delante, se apoderó de un pezón y comenzó a succionarlo. Phoebe le acunó la cabeza entre las manos, enterró los dedos en su pelo y le suplicó que no se detuviera.

Cambiaba de seno a cada momento, lamiéndoselo, chupándoselo, acariciándoselo. Phoebe sintió que se le humedecía la braga. De repente, sin previo aviso, le fallaron las piernas.

Mazin la sujetó a tiempo. Con una facilidad que no pudo menos que sorprenderla, la alzó en brazos y la llevó a la cama. Los zapatos se le cayeron por el camino. Antes de tumbarse a su lado, se apresuró a despojarla de la braga, dejándole las medias puestas.

Phoebe experimentó una fugaz punzada de pánico, pero Mazin se apresuró a abrazarla y a besarla. Minutos después la mano con la que le estaba acariciando un seno empezó a descender, pero ella no se dio cuenta debido a la intensidad de sus besos. Sin embargo, al primer roce de sus dedos en su húmedo vello, fue más que consciente de su contacto.

Decenas de preguntas acribillaron su mente. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Qué debería sentir? Antes de que tuviera tiempo para preguntárselo, él le acarició la cara interior de un muslo. Y, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, Phoebe abrió las piernas.

Mazin la acarició delicadamente, explorando, descubriendo maravillosas zonas que le aceleraban la respiración. Encontró su lugar más secreto y se deslizó dentro. Al mismo tiempo, dejó de concentrarse en su boca para dedicarse a sus senos. Con los labios, rodeó un pezón y comenzó a lamerle la punta.

Phoebe no sabía en qué pensar: si en su boca o en sus dedos. Él se apartó entonces, sin dejar de acariciarla. De repente, por sorpresa, cerró la boca sobre el pezón a la vez que sus dedos encontraban un punto exquisitamente sensible.

Aquella mezcla de caricias la hizo olvidarse hasta de respirar. Creía morir. Nadie podía sobrevivir a semejante placer, lo cual le aterraba. Al mismo tiempo, anhelaba que durara para siempre…

Mazin la acariciaba con delicadeza, acelerando el ritmo a cada segundo. De pronto Phoebe volvió a ser capaz de respirar, o más bien de jadear.

– ¿Mazin?

– Sssh, paloma mía. Estoy aquí.

Volvió a besarla y a tocarla y el mundo empezó a girar de nuevo. Hubo una caricia final, una cumbre de placer, seguida de la más gloriosa liberación. Phoebe se aferró a él, temblando, ávida y saciada al mismo tiempo.

Cuando todo terminó, Mazin le cubrió el rostro de besos, haciéndola sentirse como si fuera la más preciada criatura sobre la tierra.

– No sabía que fuera así -susurró-. Ha sido absolutamente increíble.

Se la quedó mirando fijamente.

– Y hay mucho más que me gustaría enseñarte.

– Encantada.

Mazin se levantó de la cama y se quitó la chaqueta y la camisa. Los zapatos y los calcetines siguieron el mismo camino, al igual que el pantalón. Cuando estuvo desnudo, ella se incorporó sobre un codo para estudiarlo. La vista de su cuerpo no podía complacerla más. Lo observó mientras se enfundaba el preservativo y, acto seguido, se abrió de piernas para él.

El esperó antes de entrar, dedicándose primero a besarla y a acariciarla por todas partes, incrementando aquel increíble placer. Finalmente, justo cuando ella estaba a punto de alcanzar el orgasmo, se deslizó en su interior.

Su cuerpo pareció estirarse para acogerlo. La presión resultó incómoda al principio, pero luego fue cediendo. Mazin deslizó una mano entre sus cuerpos y tocó el punto más sensible. La sensación de sentirlo dentro de sí mientras la acariciaba se tornó insoportable: apenas podía esperar.

Se aferró a él. Todo le resultaba nuevo y familiar a la vez; creía perderse a sí misma en cada embate. Estremecida, gritó su nombre.

Abrió los ojos: Mazin la estaba mirando. Mientras el clímax los barría a los dos, se miraron fijamente. Fue un momento de íntima conexión, algo que nunca antes había experimentado.

En aquel preciso instante, comprendió la verdad. Que por mucho que se alejara de aquel paraíso mágico, que por muy maravillosas que fueran sus experiencias en un futuro… siempre amaría a un único hombre. Mazin.

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