Capítulo Ocho

Cuando Nick regresó, la casa estaba en silencio. La puerta de su cuarto estaba cerrada, y como no había ni rastro de la perra, supuso que estaba con Danielle y que ambas se hallaban durmiendo.

Mejor. Tenía calor, estaba sudoroso y agradablemente cansado de la carrera. Si podía ducharse y quedarse dormido sin pensar demasiado, mejor para todos.

Se duchó y se dejó caer boca abajo en el sofá. Se puso tan cómodo como le fue posible y cerró los ojos.

Y se vio en el acto invadido por inquietantes pensamientos.

Danielle estaba en su cama, con su ropa. ¿Estaría acurrucada bajo la sábana… o estirada ocupando toda la cama?

Suponía que, mientras Sadie estuviera en el suelo, eso daría igual, pero no podía apartar la imagen de Danielle entre sus sábanas. Las piernas desnudas, quizá un hombro cremoso asomando por la camiseta. Sin sujetador, con los pechos oscilando libremente a cada movimiento, los pezones duros y erectos apretados contra la tela.

Ah, vamos. Esa imagen no le ayudaría nada a dormir. Se giró con un suspiro y examinó el techo. Iba a ser una noche muy larga.

– ¿Nick? -La mujer de sus sueños se materializó a su lado-. No puedo dormir -susurró. Se arrodilló al lado de su hombro.

Como Nick había descubierto ya, su presencia real era mucho más potente que ninguna fantasía. Llevaba su pantalón de chándal, pero como le quedaba grande, la cinturilla colgaba baja en las caderas. Se había hecho un nudo en la camiseta encima del ombligo, de modo que quedaba un hueco entre la camiseta y los pantalones, que dejaba unos doce centímetros de piel desnuda y sedosa.

Justo delante de la boca de él.

– Quiero darte las gracias de nuevo -susurró ella.

El hombre forzó la vista hacia arriba, más allá de las curvas de sus pechos, de la garganta esbelta.

– ¿Darme las gracias?

– Gracias a ti, puedo bajar la guardia aunque solo sea por esta noche. Me has acogido sin decirme lo tonta que he sido por llegar a esta situación.

– No creo que seas tonta.

– Gracias también por eso -dijo ella con suavidad-. Me has dado comida y alojamiento y… -se le quebró la voz.

Lo miró con ojos húmedos y le dedicó una sonrisa acuosa.

– Nick…

Este quería decirle que no pronunciara su nombre de aquel modo, de aquel modo callado y cálido que atravesaba todas sus capas protectoras. Tenía muchas capas de esas, las había construido para un chico joven y tímido, y siguió fabricándolas en sus viajes por el mundo para evitar que lo que veía y de lo que informaba lo afectara demasiado. Capas para que ninguna persona pudiera apoderarse de su corazón.

– Me iré por la mañana -dijo ella con suavidad, en aquella voz que le recordaba que tenían un pasado por tenue que fuera-. Pero quiero lo que debimos tener hace tantos años. Quiero esta noche contigo. Haz el amor conmigo, Nick, por favor.


Danielle esperó su respuesta conteniendo el aliento. Ted siempre odiaba que hiciera ella el primer movimiento, y eso era justamente lo que acababa de hacer.

¿Sería un error?

Estar tumbada en la cama, sola, preocupándose y obsesionándose no le había hecho ningún bien. Lo único que había ayudado había sido pensar en Nick. Había estado a su lado como nadie y quería darle algo a cambio.

Pero querer que hiciera el amor con ella no era completamente altruista. Después de todo, le daba un vuelco el corazón solo con que la mirara. Quería darle algo más que gratitud y quería darse a sí misma una muestra de lo que debería haberse permitido tantos años atrás. Quería que la abrazara, perderse en una pasión que le hiciera perder el sentido.

Y cuando todo acabara, cuando la noche diera paso al amanecer, se levantaría y se marcharía, llevándose aquel recuerdo para siempre.

– ¿Por favor? -susurró, tirando de la manta ligera que él se había echado por encima.

Su cuerpo era hermoso debajo de la manta. Largo y musculoso, mostrando toda la fuerza de un hombre que lo ejercitaba a menudo. Por desgracia, no estaba completamente desnudo. Llevaba unos calzoncillos grises que se pegaban a sus muslos y a… otras partes interesantes.

La joven no podía apartar la vista.

– Danielle.

Nick le tocó la mandíbula y ella lo miró a los ojos y la sobresaltó tanto lo que vio en ellos, que cerró los suyos y volvió la cara hacia su mano.

Pero quería más, mucho más. Y él podía dárselo. El representaba calor y fuerza y el final de la soledad, aunque fuera solo por una noche. Y ella pasó los dedos por el asomo de barba que aparecía en su mandíbula, por la boca que quería sentir en la suya.

– Nick… hazme el amor.

– Estás confundiendo el consuelo con sexo -dijo él en un susurro ronco-. Te lo dice alguien que lo ha hecho tan a menudo como para saberlo. No puedo dejarte…

– Nick…

Vio que sus ojos se oscurecían al oír su nombre y lo susurró otra vez. Y otra, cuando la mano de él bajó por su cuello hasta el hombro y siguió bajando por el brazo hasta los dedos, que entrelazó con los suyos.

Aquel gesto romántico y dulce hizo que algo se estremeciera en su interior y se dijo que era deseo, no algo más. No algún tipo de conexión sentimental.

– Debería ser más -dijo él, leyéndole la mente.

Tal vez, pero no era posible. Podía permitirse eso y solo eso. Una noche con él sin pensar en nada más.

Sintiéndose atrevida, se sentó en los talones y se quitó la camiseta por la cabeza.

Nick contuvo el aliento. Abrió la boca y volvió a cerrarla con un respingo.

– Danielle -dijo con voz ronca.

Nunca en su vida se había sentido tan desinhibida, pero también algo más. Traviesa y osada y… libre. Libre por primera vez en muchísimo tiempo.

Se puso en pie y tiró del cordón de los pantalones que le había prestado él. Después, los bajó despacio por las caderas y se quedó en bragas.

Nick, que tenía la vista clavada en su cuerpo, tragó saliva con fuerza.

– Danielle.

– Por favor, no me rechaces.

Se sentó al lado de la cadera de él, con el corazón en la garganta porque necesitaba aquello, lo necesitaba a él más de lo que necesitaba seguir respirando.

Él lanzó un gemido y extendió la mano hacia ella, acercándola a su cuerpo. Su aliento rozaba la sien y el pelo de ella, mientras sus manos se apoderaban de su cuerpo, convirtiendo el anhelo profundo de ella en necesidad ciega y primitiva.

Nick parecía afectado de igual modo. Le apartó el pelo de la cara con las manos, la atrajo hacia sí y la miró a los ojos hasta que sus labios se fundieron en un beso largo. Luego le soltó el pelo y bajó sus manos ansiosas por el lateral, le acarició los pechos, incorporándola para poder verle los pezones, que estaban erectos cerca de su rostro, suplicando atención. Acercó la boca a uno y lo acarició con la lengua y los dientes hasta que ella gritó y arqueó las caderas contra él. Se apartó lo bastante para lanzar su aliento caliente sobre el pezón húmedo y bajó las manos por su espalda y más abajo, hasta apretar las nalgas con ellas.

El pulso de ella se había descontrolado hacía rato. Pensó que tenían toda la noche con una mezcla agridulce de alegría y tristeza. Podía aprovechar al máximo cada hora, cada segundo. Y sabiéndolo, se apretó contra él, haciéndole soltar un gruñido.

– ¿Era esto lo que tenías en mente? -preguntó con brusquedad; introdujo las manos en las bragas de ella y empezó a explorar con los dedos.

Danielle lanzó un gemido.

– ¿Lo es?

– Sí -susurró ella, al tiempo que las manos de él se deslizaban entre sus muslos hasta su punto cremoso, caliente y muy, muy húmedo-. Sí -volvió a susurrar cuando él introdujo los pulgares en sus bragas y empezó a bajarlas muy despacio con los ojos clavados en los suyos.

– Mejor -Nick las dejó caer al suelo y devolvió las manos al cuerpo con un gruñido-. Mucho mejor, pero…

Un aullido bajo sacó a Danielle de su nube sensual y los dos volvieron la cabeza. Nick dejó escapar una risita ronca.

Sadie estaba a su lado y los estudiaba atentamente con las bragas sobre un ojo y la cabeza inclinada a un lado. Soltó un ladrido lo bastante cerca para echarles su aliento.

Los músculos de Danielle, tensos y temblorosos unos segundos atrás bajo las caricias de Nick, cedieron y ella se dejó caer sobre él.

– Vete a dormir, Sadie. Por favor.

La perra se sentó más recta, jadeando todavía.

– Túmbate -le suplicó Danielle-. Vamos.

Más jadeos.

Danielle miró los ojos frustrados pero sonrientes de Nick.

– No es nada obediente.

– Me sorprende -Nick entrecerró los ojos y observó a la perra-. ¿Es mi imaginación o se está preparando para morder algo?

Sadie se pasaba la enorme lengua por la boca de un modo que daba la impresión de que se dispusiera a masticar algo.

O a alguien.

– No temas, casi nunca muerde.

– Oh, bien.

– Podemos fingir que no está aquí -sugirió Danielle, esperanzada, notando cómo el pecho desnudo de Nick rozaba sus pezones igualmente desnudos.

Nick también notó aquella sensación agradable, que acrecentaba aún más su erección.

– Ignórala -musitó ella, con desesperación. Se inclinó a pedir un beso. ¡Nick besaba tan bien! ¡Sus besos eran tan cálidos y… generosos! Y seguía mirando a Sadie.

Que le devolvía la mirada.

Danielle le tapó los ojos a Nick, e intentó profundizar el beso, pero no sirvió de nada. Estaba claro que no contaba con toda su atención. Se incorporó sentada.

– Puede que te parezca puritano -dijo él-, pero nunca había tenido espectadores. Me pone nervioso.

– Sí -como se sentía muy desnuda, se puso en pie y buscó las bragas, que colgaban todavía de la oreja de Sadie, y la camiseta.

Antes de que pudiera ponérselas, Nick se puso en pie y se apretó a ella por detrás, pasándole las manos por la cintura. Sus antebrazos, fuertes y bronceados, contrastaban con la piel clara y suave del vientre de ella, y cuando él subió las manos hasta sus pechos, la joven estuvo a punto de lanzar un grito.

– ¿Me sigue mirando? -le susurró Nick al oído, acariciándole los pezones con los dedos.

Danielle hizo un esfuerzo por volver el cuello hacia Sadie.

Y descubrió que la perra tenía la vista clavada en un punto que a ella también le gustaría mirar.

El trasero de Nick.

– Estoy tratando de ignorarla -dijo él. La apretó con fuerza-. ¡Es tan agradable sentirte así contra mí! ¡Tan placentero! Pero…

– No. Nada de peros.

Estaba tan excitada, que ya no podía apartarse. Tampoco podía hablar, así que se volvió y le indicó lo que quería con el cuerpo, apretándose contra él, clavando los senos en su pecho y la cadera a la altura de su pene.

– ¡Tonta! -susurró él. Y con un movimiento repentino la tomó en sus brazos y echó a andar por el pasillo.

– Deprisa -murmuró ella. Arqueó el cuerpo desnudo en los brazos de él.

Nick soltó un gruñido y se detuvo en mitad del pasillo, apretándola contra la pared, sosteniéndola allí con su delicioso cuerpo. La besó en la boca y un rato después levantó la cabeza, sin aliento.

– ¿Estás segura de que quieres esto?

– Más que el aire.

Con una sonrisa que a ella le encogió el corazón, volvió a besarla largo rato. Al fin, la llevó a su dormitorio y cerró la puerta con el pie. Levantó la cabeza y preguntó.

– ¿Puede abrir puertas?

Danielle no podía pensar más allá de la cama en la que esperaba que él quisiera poseerla.

– ¿Quién?

– La comehombres.

¡Oh, cómo la devoraba él con los ojos!

– No. Sadie no puede abrir puertas.

– Mejor.

La depositó en la cama, sin apartar en ningún momento la mano de su cuerpo. Una caricia suave aquí… otra allí, sobre los pechos, los pezones, el vientre… entre los muslos. Le abrió las piernas y la acarició de un modo erótico que ella no había conocido nunca.

Danielle se estremecía con cada caricia y se arqueaba contra él.

– Nick…

– Sí -hundió los dedos en la humedad caliente de ella y soltó un gemido desde lo más profundo de la garganta.

– Ahora -gritó ella, lanzando las caderas contra él-. Oh, por favor, ahora… -extendió los brazos hacia él, pero Nick se evadió; capturó sus manos y cubrió el cuerpo de ella con el suyo.

– Si me tocas ahora, acabaremos enseguida.

– Pues volvemos a empezar -replicó ella.

A Nick le gustó aquello de volver a empezar. La voz de ella sonaba viscosa, desesperada. Se abrazó a sus caderas con sus largas piernas y él estuvo a punto de hundirse en ella. Como también se sentía desesperado por su parte, tuvo que recurrir a toda su capacidad de control para contenerse.

Fue bajando por el cuerpo de ella, usando la boca por cada lugar que pasaba. Los pezones, el vientre, la parte alta del muslo, cerca del punto donde podía hacerle perder el control, cerca pero no lo suficiente.

– ¡Nick! -la mujer tenía los ojos nublados, las manos quietas a los costados, sujetas por las de él.

– Lo sé -la soltó para acariciarle los muslos, abrirlos más… para lamerla allí.

Danielle se arqueó con un grito y se levantó en la cama… justo hasta la boca de él.

– Perfecto -susurró Nick; empezó a devorarla lenta y concienzudamente.

Danielle intentó apartarse de él. Estaba claro que aquello no era el revolcón caliente y rápido que ella le había pedido, pero él se negó a ceder. Aquello no era un revolcón rápido, era algo más. Y si él lo reconocía así, también quería que lo hiciera ella.

– Córrete para mí -susurró contra su cuerpo.

Y ella lo hizo así, con un abandono salvaje que lo emocionó y excitó todavía más.

Subió despacio por el cuerpo de ella, tan preso de aquella necesidad como Danielle. Frotó la mejilla con la de la mujer y ella abrió los ojos.

– Todavía hay más -dijo él.

– Sí -la mujer intentó atraerlo dentro de su cuerpo-. Para ti.

– Para los dos.

Le costaba ponerse el preservativo, ya que le temblaban las manos. Danielle no ayudaba mucho acercando sus dedos. Al fin él pudo levantarle las caderas, la miró profundamente a los ojos y se hundió en ella.

La joven lo recibió centímetro a centímetro, hasta que él estuvo muy adentro.

– Esto -consiguió decir el hombre, combatiendo la marea que amenazaba con hacerle perder el control al primer movimiento-. Esto es más para los dos.

La besó en la boca y empezó a moverse.

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