Capítulo Once

Nick satisfecho y relajado tras el sexo, contemplaba la carta del servicio de habitaciones y pensaba en la buena vida que tenía en ese momento.

– Podría comerme todo lo que hay aquí.

Al ver que Danielle no respondía, miró por encima del hombro.

Estaba pálida como un fantasma y miraba fijamente la pantalla del ordenador.

– ¿Danielle?-se acercó a ella-. ¿Qué sucede?

Al ver que ella solo movía la cabeza, se sentó a su lado y giró el ordenador hacia sí. Lo que leyó le enfrió las entrañas.

– ¿Ted?

– Cree que estoy huyendo -cerró los ojos-. Y es cierto, maldita sea -se cubrió el rostro con las manos-. Odio esto. Odio huir, tener miedo. Tengo que darle la vuelta a esto, Nick. No sé cómo, pero lo haré.

– Lo harás. Lo haremos juntos. Es demasiado para hacerlo sola.

– Quizá pueda pagarle lo que él crea que vale la perra.

Nick sabía ya lo suficiente sobre Ted para estar seguro de que el problema no se resolvería tan fácilmente.

– No creo que sea dinero lo que quiere.

– Lo dices porque sabes que no tengo -la joven hizo una mueca. Le tocó el brazo-. Te pagaré por todo lo que has hecho, Nick.

– Ahora vas a conseguir que me enfade -dijo él-. Mira, esperemos a ver qué dice Donald. Si todo sale como tú esperas…

– Saldrá.

– Si sale bien -repitió él-, ya veremos qué viene después.

– Ya estás hablando en plural otra vez -comentó ella, con un recelo del que él empezaba a cansarse.

Deseaba contestarle que sería mejor que se acostumbrara, pero como tampoco entendía muy bien su uso del plural, optó por guardar silencio.


Fueron con el coche hasta la oficina nueva de Donald y se quedaron sentados en el coche, mirándola.

– Bien -dijo Danielle con falsa alegría. Buscó la manija de la puerta, porque no quería que Nick viera lo nerviosa que estaba, aunque resultaba evidente en su cara-. Vamos allá.

Nick le puso una mano en el brazo.

– ¿Cómo conociste a Donald?

– Ah… -cansada de haber cometido un error tras otro, vacilaba en decírselo-. A través de Emma. Me lo presentó en una competición. Pero no creo que ella…

– ¿No lo crees?

– No -dijo Danielle con firmeza. Lo miró a los ojos-. Ella pensaba que estaba haciendo lo correcto. Lo creía de verdad. No volverá a entrometerse.

¿O quizá sí?

Lo cierto era que aquel era un mundillo pequeño, incestuoso casi, donde todos se conocían. El tema podía salir en una conversación cualquiera.

– Ten cuidado -dijo él con voz sombría.

Entraron juntos en el edificio. Danielle miró al hombre alto, callado, casi insoportablemente sexy que tenía al lado y se maravilló de que estuviera con ella.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó él. Le puso una mano en la parte baja de la espalda, como si tocarla fuera lo más natural del mundo.

¿En qué estaba pensando? En que le gustaría que la tocara así siempre.

– En nada.

– Ajá.

Danielle levantó la vista, y la sonrisa de él la hizo tambalearse.

Nick la sujetó con fuerza hasta que recuperó el equilibrio.

– Gracias -susurró ella, apretándole la mano-. Pero algún día quiero ser yo la que esté a tu lado cuando me necesites.

Nick la miró sorprendido, como si nadie le hubiera ofrecido eso nunca.

– Puede que te tome la palabra -musitó.


Donald estaba de pie en el mostrador de recepción cuando entraron. El director artístico miró a Sadie, sin mostrar ninguna sorpresa al verla, y levantó la vista hasta Danielle.

Era un hombre pequeño, fuerte y bronceado, con una expresión no demasiado feliz.

– Danielle… ¡qué sorpresa!

La joven le estrechó la mano y pensó que no parecía nada sorprendido.

– Tengo una cita.

– Sí, justamente estaba mirando mi agenda -miró a la recepcionista-. Al ver a Sadie, he sabido que eras tú.

No se alegraba de verla. Danielle, incómoda ya, miró a Nick, que observaba atentamente a Donald. A pesar de ser una mujer que se enorgullecía de su recién adquirida independencia, no pudo reprimir un gesto de alivio por tenerlo a su lado.

– La última vez que te vi, me dijiste que podías conseguirle anuncios a Sadie.

– Sí, es cierto -el hombre acarició la cabeza de la perra, que lo miró fijamente-. Pero eso fue antes.

– ¿Antes?

Donald miró a Nick y luego a Danielle.

– ¿Dónde está Ted?

– No sé -repuso amablemente la joven. Señaló al hombre que la acompañaba-. Este es Nick Cooper -observó cómo se estrechaban la mano, midiéndose mutuamente-. ¿Qué querías decir con eso de antes?

– No quiero meterme en medio.

– ¿En medio?

– Entre Ted y tú.

– No hay medio -dijo Danielle con cautela-. Ahora se trata de Sadie. Y de mí.

– ¿Estás segura?

– Donald, dímelo sin tapujos. Sí o no. ¿Te interesa trabajar con Sadie?

– Hablemos aquí -los precedió a un despacho amplio, donde había aún muchas cajas de mudanza, y sostuvo la puerta para que pasaran. Pero cuando Sadie se acercó al umbral, la detuvo-. Solo personas -sonrió a Danielle y le tomó la correa-. Estará perfectamente ahí fuera, con la recepcionista.

Antes de que la joven o Nick tuvieran tiempo de responder, cerró la puerta, dejándolos en el despacho. Solos.

Danielle se mordió el labio inferior y miró la puerta.

– No, esto no va bien. Aquí pasa algo.

– Y que lo digas -Nick se acercó a la puerta-. No perderemos a Sadie de vista.

Pero la perra no estaba en el mostrador de recepción, y Donald tampoco.

Los dos corrían por un pasillo y el hombre iba marcando un número en su teléfono móvil.

Nick lanzó un silbido y sucedió algo increíble. Sadie se detuvo de golpe y giró el cuello para mirarlo.

Su movimiento tensó la correa, y Donald se detuvo. El teléfono móvil cayó de sus dedos y rebotó en el suelo de baldosas.

Mostró una sonrisa forzada, pero antes de que pudiera decir nada, Nick se hizo con el móvil. Se volvió a Danielle con expresión de disgusto.

– Adivina.

– ¿El mismo número al que llamaba Emma?

– ¡Bingo! -Nick tomó la correa de Sadie y se la pasó a la joven-. Aquí tienes el premio. Un perro para toda la vida. O hasta que te mate a ti, lo que suceda primero.


Sonó el teléfono y Ted contestó en el acto, seguro de que se trataba de la llamada que le devolvería a Danielle.

– Yo no quería meterme en esto -le llegó la voz de Donald-. ¿Cómo demonios he terminado aquí, Ted?

– Por dinero. Te hizo cambiar de idea muy deprisa. ¿Qué sucede?

– Ella va con un tal Nick Cooper. Sé que querías saberlo, pero me siento raro diciéndotelo. Como si estuviera espiando a Danielle.

– Sí, sí.

– Llevan la perra con ellos -prosiguió el otro de mala gana-. Mira, Ted, yo…

– Gracias -repuso este con cortesía. Colgó el teléfono, cegado por la furia.

Lo había abandonado, lo había dejado de verdad.

Pero no importaba. Sabía adonde iría ella ahora. A buscar papeles que solo el criador de Sadie podía darle. Los papeles que podían limpiar su nombre.

La rabia seguía atormentándolo. Si hubiera vuelto con él, no necesitaría limpiar nada. Estaba harto de perder cosas. Su casa. Su dinero.

El respeto.

Y esa idea le hizo lanzar el teléfono al otro lado del cuarto.


Danielle y Nick volvieron al hotel en medio de un silencio sombrío. Él apretaba el volante con fuerza, con expresión amenazadora.

La joven pensó que seguramente se sentiría atrapado con ella.

¿Qué iba a hacer? Solo entendía de perros, y aunque era magnífica en su trabajo, eso no importaba. Aunque pudiera aclarar el tema del robo, el daño ya estaba hecho. Nadie en su sano juicio la contrataría ahora.

Y no entendía cómo había podido meter en aquel lío al hombre más increíble, más guapo y más sexy del mundo. Se había metido en su vida y permitido que la ayudara, que la protegiera. Que cuidara de ella.

¡Vaya con su autosuficiencia!

Eso tenía que cambiar.

– Voy a entregarme -dijo con suavidad cuando él aparcó en el hotel y apagó el motor.

– Por encima de mi cadáver -repuso él, con tal gentileza y amabilidad que ella tardó en darse cuenta.

– Es mi decisión, Nick. Esto no puede continuar.

El hombre sacó las llaves y se volvió hacia ella con aire protector.

– Tienes razón -dijo-. No puede continuar. ¿Tienes algún plan?

– Todavía no -confesó ella, odiando el hecho de no tenerlo-. Pero puedo…

– Podemos. Sea lo que sea, habla en plural.

A Danielle le dio un vuelco el corazón. No estaba preparada para aceptar aquel plural, pero tenerlo a su lado la hacía sentirse segura y protegida. Dos cosas que faltaban bastante en su vida.

– Tú tienes tu vida. No puedes seguir haciendo esto eternamente.

– Nadie puede seguir haciendo esto eternamente.

– Nick…

– No pienso irme, Danielle. No hasta que estés bien. No me lo pidas.

– Tengo que hacerlo.

Los ojos de él se oscurecieron.

– ¿Es eso lo que quieres?

– Estoy segura de que los dos lo queremos.

– No hables por mí -repuso él con cierto mal genio-. Te lo pregunto a ti. ¿Es eso lo que de verdad quieres?

– Sí -susurró ella; se cubrió los ojos-. ¡Dios mío, sí! -volvió a mirarlo. Él se había apresurado de tal modo a ocultar su sorpresa y dolor que no estaba segura de haberlos visto-. Es lo mejor, Nick, para que tú vuelvas a tu vida.

– Nunca me ha gustado lo que era lo mejor para mí -repuso él. Y algo se calentó en el interior de ella-. Supongo que te das cuenta de que Ted sabe que estás en esta zona.

– Sí -se esforzaba por no ceder al pánico, no mirar por encima del hombro cada vez que oía un ruido.

– Nos iremos del hotel y buscaremos otro sitio al que ir mientras pensamos lo que podemos hacer.

– Eso son muchos plurales.

– Sí -la retó con la mirada a decir algo más, y ella de pronto ya no quiso hacerlo.

Y eso, el no querer, la sorprendió.

– La verdad es que esos plurales no están tan mal -comentó.

Nick enarcó las cejas y le dedicó una de aquellas sonrisas lentas y sensuales que siempre la afectaban al tiempo que la abrazaba.

– ¿Dónde no están tan mal? -susurró.

Le mordisqueó la oreja y ella echó la cabeza a un lado para darle más espacio.

– Ahora por ejemplo -ronroneó-. Este es un buen plural.

– Mmmm -subió sus dedos por las costillas de ella-. ¿Ahora te empiezan a gustar?

– Por el momento… Pero solo porque me gusta cómo besas -le advirtió sin aliento.

El hombre sonrió.

– Puedo vivir con eso.

– Y para que lo sepas… -se interrumpió con un gemido porque la mano de él tocó un punto de su cuello que la hizo encogerse-, cuando dejes de besarme, terminaré con lo de los plurales.

El hombre soltó una carcajada y la atrajo hacia sí.

– Procuraré recordarlo, tesoro. Procuraré recordarlo.


– ¿Cuál es el plan? ¿Conducir hasta donde se acabe la gasolina?

Nick sonrió.

– Eres una planificadora excelente. Desconocía esa cualidad tuya.

– Hay muchas cosas que no sabes de mí -Danielle le devolvió la sonrisa desde el asiento del acompañante, pero él la conocía ya lo bastante bien como para ver que estaba nerviosa.

¿Qué había en ella que lo impulsaba a tranquilizarla y protegerla? Le puso una mano en la rodilla, necesitaba su contacto de un modo que ya no le sorprendía.

– Lo que me recuerda que me gustaría saber más cosas de ti -comentó.

– ¿Aparte de que sea una mujer perseguida por la ley?

Su risita no lo engañó. Estaba asustada y nerviosa y a él lo irritaba pensar que hubiera llegado a ese punto en su vida.

– ¿Qué has hecho desde el instituto? -preguntó con idea de distraerla. Y si de paso se abría a él, mucho mejor-. Aparte de entrenar perros, claro. ¿Universidad? ¿Viajar? ¿Qué?

– No fui a la universidad -miró por la ventanilla-. No tenía dinero para eso y mis notas no eran excepcionales. Como tenía que trabajar por la noche, me costaba trabajo sacar los cursos.

Nick sabía que sufría dificultades económicas en aquella época, y se odió por hacerla recordar aquello.

– Me sorprende que te quedaras aquí.

La mujer se encogió de hombros.

– He viajado. Como entrenadora de perros de personas ricas y aburridas, he llevado a animales a competiciones de todo el país, y ha sido divertido.

– ¿Ha sido?

La mujer le dedicó una sonrisa triste que fue como una puñalada en su corazón.

– No creo que nadie vuelva a contratarme después de esto.

– ¿Hay alguna otra cosa que también te guste hacer?

La joven observó el campo que pasaba a su lado.

– En este momento seguramente aceptaré cualquier empleo, pero porque tengo que comer.

A Nick se le encogió el estómago. Él no era rico, pero nunca había tenido que preocuparse de cosas como un techo o comida. Había crecido con pocas preocupaciones y unos padres que lo apoyaban y se habían encargado de darle educación y seguridad en sí mismo para afrontar la vida.

Danielle tenía también un medio de vida, se había defendido sola desde mucho antes que él. ¿Pero cuántas personas habían creído en ella y la habían alentado?

– Cuando encuentre un lugar donde instalarme de modo permanente, me gustaría ahorrar e ir a la universidad -dijo ella. Lo miró para ver su reacción. Casi como si esperara que la desanimara-. Quiero ser veterinaria.

Nick sonrió.

– Serás una veterinaria estupenda.

– ¿Si?

– Oh, sí. Tienes lo que hace falta -amplió la sonrisa-. Y sabes tratar a los pacientes.

La mujer le devolvió la sonrisa, menos nerviosa que antes.

– Yo también creo que sería buena. Puedes buscarte un perro y venir a verme de vez en cuando para las revisiones.

Aquel comentario sirvió para recordarle a Nick que antes o después tendrían que separarse.

Él volvería al trabajo que ya no estaba seguro de querer, y ella empezaría una vida nueva.

Una vida nueva bastante lejos. Tal vez sus caminos no volvieran a cruzarse en otros quince años.

No le gustaba el modo en que aquel pensamiento hacía que se le encogiera el estómago.

– No me gustan mucho los perros -miró a Sadie por el espejo retrovisor y, curiosamente, sintió una punzada ante la idea de no volver a verla.

No había duda. Se estaba reblandeciendo.

– Cuando trabajo, estoy siempre de viaje. No podría mantener un animal -notó que ella lo observaba con atención y se preguntó qué veía cuando lo miraba así. Volvió la cabeza hacia ella-. ¿Qué?

– ¿Echas de menos tu trabajo?

– Por supuesto -repuso él automáticamente, pero aunque las palabras salieron de sus labios, no las creyó del todo-. No estoy seguro -confesó-. Llevo tanto tiempo soltando adrenalina, que he olvidado lo que es pararse un poco a oler las rosas.

– No te has parado desde que entré por tu puerta.

– Cierto -soltó una carcajada-. Pero este ritmo es casi un descanso comparado con lo que ocurre cuando trabajo. Y si he de ser sincero, esto de relajarse es… agradable.

– ¿Qué harías si no te dedicaras a viajar por el mundo en busca del siguiente artículo?

– No lo sé.

– ¿Crees que estás en una crisis de madurez, Nick?

– Muérdete la lengua. No estoy preparado para la edad madura. Además, todavía me quedan dos semanas de vacaciones para pensarlo.

– Yo no pienso usar tus dos semanas… tal vez el resto del día.

– Cooper's Corner -dijo él de pronto-. Quiero llevarte allí.

– ¿Adónde?

– Está un par de horas al norte de aquí. No muy lejos. Tengo un par de primos allí. Van a abrir una posada.

La mujer frunció el ceño.

– Yo estaba pensando en alejarme bastante más.

Sí, Nick ya lo sabía, pero no le gustaba la idea de que se fuera lejos, posiblemente a otro estado, completamente sola y sin nadie a quien acudir.

Danielle se mordió el labio inferior pensativa.

– Pero quiero ir a ver a la mujer a la que le compré a Sadie. Y también vive en el norte.

– De acuerdo, nos quedaremos en Cooper's Corner mientras lo haces.

– Y después me iré.

Y después se iría. ¿Pero cómo iba a poder él dejarla marchar?

– Danielle… -la miró un instante y volvió de nuevo la vista a la carretera-. Te presentaré a mi prima Maureen. Antes era policía.

Danielle se puso tensa.

– Nick…

– Es buena, Danielle.

– No. Nada de policías. Prométeme que no se lo dirás.

– Danielle…

– Promételo, Nick.

– Está bien. No se lo diré hasta que sea necesario.

– No será necesario.

El hombre sintió un tic muscular en la mandíbula. Nunca había tenido ese tipo de problemas de estrés.

Pronto volvería al trabajo. A viajar. A buscar noticias.

Y se acabarían los tics en la cara.

¿Por qué entonces no era feliz?

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